El año de 1915 fue marcado por los duros ataques en Londres y otras ciudades británicas por los Zepelines alemanes.
Como puede ser asumido, las expectativas no eran
halagadoras. Por meses los aliados habían sufrido revés tras revés. Los británicos
seguían recordando Mons, así como sería recordado Dunkerque un cuarto de siglo
después. ¡Habían ganado en Neuve-Chapelle, pero a qué costo!, los alemanes
habían estrenado su primer ataque con gases y los británicos seguían buscando
por una máscara antigás confiable.
Ésta nueva atrocidad, lacónicamente anunciada, levantó muchas sospechas. En casa ya habían experimentado los apagones generales por primera vez, así como los ataques de Zepelines, y la censura en los diarios y correos. ¿Qué seguía?, los Alemanes deben estar ya estar en los puertos del canal!. ¿Qué se podía creer?, si el primer ataque con gas en Yprés fue censurado, que se podía creer en lo concerniente a los daños infringidos por los ataques de Zeppelin?. Qué podría detener a los Alemanes de bombardear Londres y desaparecerla del mapa o de ataques con gas venenoso a las ciudades principales?.
Warneford
Cuando las noticias de la guerra lo alcanzaron en
Canadá, escapó del liceo y corrió a Inglaterra. Primero se unió al muy
publicitado batallón de deportistas, una unidad de infantería creada con
conocidas figuras del deporte y el atletismo; pero el batallón de deportistas
demoró en tomar sus banderas de batalla. Reggie descubrió que los atletas de
titulares eran usualmente sólo aptos para los deportes, no para la guerra.
Temiendo que el conflicto terminaría antes de que los deportistas fueran
arrojados a la acción, pidió por una transferencia al Real Servicio Naval
Aéreo. Hizo una buena elección, antes de un año en junio de 1915, era
Subteniente de Vuelo en el escuadrón No. 1 en Dunkerque.
Después de media docena de vuelos solo en un Morane
Parasol y el joven Warneford estaba listo para el honor y la gloria. Se tenía
que admitir que la Primera Guerra Mundial parecía estar diseñada para hombres
que querían rápida acción. Como Warneford, la mayoría de los pilotos temían que
terminara en cualquier minuto y todos tendrían que volver a la escuela o al
trabajo otra vez.
Primer raid sobre Londres
London miraba a sus inadecuadas defensas tomar
acción. Las luces de búsqueda trazaron los cielos, pero fueron incapaces de
alcanzar a los atacantes. Los inefectivos pom-poms, cañones antiaéreos,
gruñeron y escupieron, pero sólo bañaron de metralla los suburbios. Unos pocos
pilotos de la Home Defense despegaron para oponer resistencia, pero como era
usual nada pasó. Las sirenas de advertencia gritaron y callaron. El acre humo
se infiltró a través del Támesis y se apresuró a entorpecer los movimientos de
los equipos de rescate que se organizaron a través de los escombros; éstos
maldecían a su gobierno que había fallado en anticiparse a ésta forma de
guerra.
Sin embargo, en un aislado campo aéreo cerca del
canal, algo nuevo se había sumado, un nuevo escuadrón antiaéreo en
Dunkerque. Cien pies por debajo del
dramáticamente iluminado Zeppelin, por sus escapes con llamas azules y
amarillas de los cuatro motores Maybach; un pequeño monoplano de alas altas
portando el nuevo escudo rojo, blanco y azul del Servicio Británico cruzó el
aire. Una serie de flamantes rayos salieron de la cabina oval, debajo de la
sección central, ¡Trazadoras! Eran tiros desesperados engorrosos de un arma de
infantería, pero alarmantes y desconcertantes. Después de todo, el LZ-38 estaba
lleno de bolsas de hidrógeno y sólo se necesitaba una bala para producir una
chispa.
El Hauptmann Linnarz se corrió a su cabina de
control y ordenó medidas de emergencia. Tan pronto como sus bolsas de gas lo
habían levantado a la seguridad, se convirtió en el gélido soldado prusiano
nuevamente. Tomó una tarjeta de llamadas de su cartera y sobre ésta garabateó: “¡inglés,
vendremos una y otra vez para matarte!. Linnarz”. Él le puso un peso a la
tarjeta con un contenedor para mensajes, lo entregó a su subalterno: “Ve que
esto sea arrojado tan cerca como sea posible del aeródromo de Dunkerque.
Volaremos sobre él cuando volvamos”.
Cuatrocientos pies por debajo, el Teniente R.H.
Mulocks, de la 1º escuadrilla naval cortó sus gases. El motor Le Rhone cesó de
ronronear y entró en un gentil planeo. Había hecho una prueba, pero el pequeño
Morane Parasol era insuficiente para la tarea.
Cuando el Real Servicio Naval Aéreo tomó su base en
Dunkerque, Spencer Grey decidió dispersar las pocas máquinas que tenía. Dunkerque era un objetivo demasiado obvio,
pero Furnes, justo pasando la frontera Franco-belga, era menos conspicuo.
Un vuelo de tres aviones bajo el Teniente J.P.
Wilson fue entonces acomodado en tres pequeños graneros puestos a orillas de
una bella pradera y ahí Wilson y los Subtenientes Mill y Reg Warneford hicieron
su calendario de salidas.
Sus aviones eran viejas versiones de los
Morane-Saulnier franceses de observación. Al ala alta se le dio un ángulo de
ataque más pronunciado para los ascensos, un asiento fue cubierto y una
primitiva forma de rack para bombas fue atornillado bajo el fuselaje. Debido a
la rara forma de su ala, los pilotos británicos lo rebautizaron Parasol. Ésta
máquina Morane era voladora como su nombre, difícil en los controles y
endiablada en la tierra. Era relativamente rápido con un solo tripulante con un
motor de 80 caballos de potencia Rhone. Aparte de las seis bombas incendiarias
y una carabina tomada prestada del ejército belga, no tenía más armamento
ofensivo.
La noche del 6 al 7 de Junio
En la tarde del 6 de Junio se reportó Wilson en
Dunkerque, a dónde Spencer Grey había aprestado un concilio de guerra. El
Oficial Comandante explicó el ataque de Mulock contra el Zeppelin que había
bombardeado Londres había impresionado a sus líderes de vuelo con la obvia
imposibilidad de enfrentar a los Zeps en el aire. Entonces Grey agitó en sus
manos el mensaje de Linnarz beligerante y dijo:
“El hombre que arrojó éste reto arrojó un infierno
sobre Londres hace menos de una semana. Mulock hizo lo que pudo, pero éste Huno
de Linnarz regresó a su cobertizo en Evere sin un rasguño”.
“Está seguro que éste mensaje y su bolsa de aire provienen
de Evere?”. Respondió Wilson.
“Eso lo sabemos. Sigan pensando, Wilson. Un solo
ataque nocturno podría ser muy útil”. Era bastante obvio que Spencer Grey y
J.P. Wilson lo estaban considerando.
En su camino de vuelta a Fumes, el joven Warneford
le explicó a Wilson que nunca habían volado de noche, pero Wilson insistió en
que debían despegar lo más cercano a medianoche posible.
Fiel a su palabra, el Teniente Wilson tenía su
avión listo y esperando en la pista manchada de aceite para la medianoche, los
racks estaban cargados de bombas incendiarias y las carabinas Belgas
descansando junto a las cabinas.
Warneford despegó primero y antes de darse cuenta
de que había sido asignado a su Morane ya estaba bien alto en el aire. Él
observó con los ojos bien abiertos y entonces enfocó, tratando de encontrar su
pequeño grupo de instrumentos. Un indicador escarlata estaba titilando
insistentemente en su nariz, se dio cuenta que éste primitivo indicador le
mostraba que estaba en un peligroso viraje. Gradualmente sus ojos se
acostumbraron a la nada gris-amarillacea debajo de su carlinga y posó su vista
en la aguja blanca del altímetro. Ya estaba en 3000 pies.
Buscó alrededor por evidencia de Wilson y Mills. No
había nada en ningún lado más que el exagerado roar de Le Rhone y el
drip-drip-drip de la condensación que caía de sus mejillas como una sierra
caladora. Debajo de él un venenoso brillo que nunca había visto antes, el
azul-amarillo de las llamas de su escape. Su brújula bailaba en una pequeña
ventana colocada en el centro de su tablero de instrumentos, parecía la letra
W. Animado por esto, se arriesgó a dar vuelta y buscar a sus compañeros de
vuelo.
Dio vueltas y vueltas por algunos minutos, pero no
hubo recompensa por su paciente patrulla, no había rastros de Wilson y Mills.
Mientras tanto, se ajustaba a la extraña experiencia y el área le parecía
bastante clara, por lo que se preguntó que si a pesar de fallar en contactar a
su líder de vuelo y compañero, él podría hacer algo útil. Había decidido buscar
el hangar de Berchem-Sainte Agathe, que él recordaba estaba localizado al oeste
de Bruselas, cuando algo llamó su atención a unas pocas millas al norte.
Parpadeó y miró otra vez. Ése algo estaba emitiendo las mismas llamas que su Le
Rhone. Si esos eran Wilson y Mills, qué demonios estaban haciendo dirigiéndose
a Ostend?. ¿Y qué diablos era ésa larga masa obscura que flotaba sobre las
llamas?
Dos semanas después la Inteligencia Británica,
trabajando a las afueras de Antwerp, reportó que el LZ-38 del Hauptmann Linnarz,
la misma nave que había bombardeado por primera vez Londres, había volado en
mil pedazos durante el raid en Evere. Entonces la escuadrilla había cobrado
venganza por ése caustico mensaje de Linnarz.
Ésa misma noche el LZ.37, comandado por el
Oberleutnant von de Haegen, se le había ordenado llevar a cabo una patrulla de
rutina de Ghent a Le Havre. No había nada particularmente ofensivo en el vuelo,
ya que estaba destinado a darles una experiencia de primera mano a los
diseñadores, especialistas y técnicos de las fábricas Zeppelin de los varios
problemas experimentados por las tripulaciones en servicio activo.
El LZ.37 tenía 521 pies de largo y sus 18 bolsas de
gas principales llevaban 953000 pies cúbicos de hidrógeno. Era impulsado por
cuatro nuevos motores Maybach de 210 CV y era tripulado por 28 altamente
especializados hombres. Para su defensa, sus diseñadores le habían proveído de
cuatro troneras con ametralladoras. Éstas posiciones tenían buena visibilidad,
un amplio arco de disparo y una completa defensa a lo largo de los costados de
la nave.
Un desigual duelo de medianoche
Warneford sabiamente giró y salió de su alcance.
Miró a su alrededor y vio que la niebla estaba aclarando por debajo y podía ver
el canal Ostend-Bruges. La gran bolsa de gas aparentemente se dirigía hacia
Ghent. Las canastas de observación parecían casi del doble del tamaño del
fuselaje de su parasol.
Entonces para su sorpresa, la gran bolsa de gas
cambió de curso y se enfiló rugiente hacia él. Dos líneas más de trazadoras de
ametralladora alemana lo golpearon desde las góndolas. Le dio toda la potencia
al Le Rhone y trató de ascender, pero las trazadoras lo seguían en una definida
alerta, por lo que tuvo que picar para huir. Se detuvo por unos instantes y
estudió la situación, se preguntó qué pasaría si su carabina le daba a algo
particularmente sensible. Después de todo, el hidrógeno se incendia.
Voló de vuelta el pequeño Morane y tomó su
carabina. Maniobrando hasta un punto entre el poderoso elevador y las
escaleras, sujetó la palanca entre sus rodillas y entonces, muy confiado de que
no había sido visto, comenzó a disparar al su objetivo gigante; el primer clip
de munición se agotó y nada había pasado delante de él.
Durante los siguientes minutos acechó al LZ.37 y
descargó su carabina, aunque era como disparar a una hélice de motor con un
rifle de aire. Sin embargo, cada que se acercaba a distancia de tiro de los
alemanes, era rociado con ráfagas de Parabellum y vez con vez el imprudente
joven inglés era retirado.
Era una carrera por la seguridad del LZ.37 y
mientras Von de Haegen mantenía su altitud Warneford estaba indefenso, pero
ésta no era una misión ordinaria. El comandante alemán comenzó a preocuparse
por sus pasajeros importantes cuando debería haberse concentrado en mantener
sus procedimientos tácticos de seguridad.
¡Destrucción!
Completamente hechizado, continuó su pasada hasta
que el pequeño Morane había pasado por una salvaje llamarada. Ésta lo arrojó
con una violencia que lo habría catapultado fuera de la cabina si no hubiera
sido por su cinturón de seguridad. Escapó a todo gas en picada mientras que
pedazos de la aeronave caían a su alrededor.
Pocos segundos después, la nave siniestrada cayó en
el convento de Saint Elizabeth en el suburbio Mont-Saint-Aman de Ghent. Una
monja murió y varias mujeres sufrieron terribles quemaduras. Un solo tripulante
del Zeppelin pudo escapar. De acuerdo a los testigos, saltó de los restos
cayendo a unos 200 pies de altura y aterrizó en el techo del convento, lo
atravesó como si estuviera hecho de paja y fue detenido por una cama sin
ocupar. Sólo sufrió heridas menores y fue el único tripulante del LZ.37 que
sobrevivió.
Al siguiente día el Rey Jorge V reconoció la
victoria de Warneford al concederle la Cruz Victoria y el gobierno francés le
concedió la Legión de Honor.
Inglaterra se apretó su cinturón desde ése día y
tomó una vista más brillante de la amenaza de los Zeppelines. Muchos atacantes
más vendrían y más devastación sería traída, pero ahora había la seguridad de
que algunos jóvenes británicos montarían por los cielos y los detendrían.
Muchos Zeppelines más fueron destruidos antes de que el Kaiser capitulara y
muchos otros jóvenes: Leefe-Robinson, Tempest, Cadbury, Sowrey, etc… tomaron la
antorcha de Warneford. Todos ésos eran grandes nombres en aquellos días.
El Teniente de Vuelo R.A.J. Warneford vivió sólo 10
días para disfrutar de los laureles de su victoria. Fue a París el 17 de junio
para recibir su Legión de Honor y después de la ceremonia le fue ordenado
recoger un nuevo Farman biplano en el aeródromo de Buc a las afueras de la
capital francesa. La máquina era nueva, tanto que mucho de su equipo estándar
no había sido instalado, pero lo más importante es que no había cinturones de
seguridad.
Un entusiasta periodista americano llamado Needham
fue solicitado para acompañar a Warneford y escribir una historia sobre él y su
victoria sobre el Zeppelin. Warneford aceptó gustoso, subieron al biplano y
despegaron. Casi inmediatamente, por alguna razón desconocida, el Farman saltó
y giró y ambos fueron arrojados en medio del aire y murieron. Así terminó la
corta pero ilustre carrera del piloto británico que destruyó un Zeppelin en el
aire por primera vez.
Sumario de los ataques de Zeppelines
El 23 de septiembre de 1916, once naves, incluyendo
tres nuevos súper Zeppelines, abandonaron sus hangares en Bélgica y se
enfilaron a la costa de Essex. Cerca de la medianoche el L.33 estaba cerca del
este de Londres y había arrojado 20 bombas. Ésta vez, sin embargo, la defensa
reaccionó casi inmediatamente y el L.33 fue atrapado en un cono de luces de
búsqueda y fuego antiaéreo. Uno de sus motores fue dañado y comenzó a volar muy
erráticamente; para ayudar en su miseria el Teniente A.G. Brandon lo acosó por
veinte minutos con fuego de ametralladora. Mientras se arrastraba por regresar
al Mar del Norte, la tripulación arrojó todo por la borda, pero nunca alcanzó
la costa belga y se perdió en el mar.
El famoso comandante Mathy, a bordo del L.31 en
compañía del L.32 cruzaron el canal inglés hacia Kent. Mathy arrojó sus bombas
en el norte de Londres y escapó. El L.32, sin embargo, no tuvo tanta suerte y
perdió tiempo rodeando y cruzando el Támesis en Dartford. Ahí fue apuntado por
las luces de búsqueda, el Teniente Frederick Sowrey le atacó con fuego de
ametralladoras y le derribó cerca de la villa de Billericay. Fue premiado con
la Orden del Servicio Distinguido.
Los últimos ataques llevados a cabo por los
Zeppelines fueron realizados en la noche del 12 al 13 de marzo de 1918, pero la
planeación fue mala, el ataque se llevó a cabo a gran altura lo que ocasionó
que la gasolina en los motores se congelara y los tripulantes sufrieran
colapsos por la falta de oxígeno.
El L.70, el último modelo en construcción fue
destruido por tropas de tierra al finalizar la guerra.
Al finalizar el conflicto los aparatos restantes
fueron divididos entre las naciones victoriosas. El Graf Zeppelin reanudó el
servicio de pasajeros en la década de los 20´s y fue embajador de Alemania en
el mundo entero al realizar 600 viajes. Su sucesor el Hindenburg, tuvo un
extraño final objeto de interminables investigaciones y marcó la culminación de
las naves más ligeras que el aire.
Fuente: http://www.guntherprienmilitaria.com.mx