22 de febrero de 2011

A UN SIGLO DEL PRIMER ATERRIZAJE EN UN PORTAAVIONES

Posiblemente sea un poco exagerado, porque no era un portaaviones como tal, pero no creo que ese detalle importe mucho porque la aventura en sí fue lo suficientemente osada como para haber pasado a la historia como el punto de partida de la aviación naval.










Eugene Burton Ely, junto a su mujer y al Capitán del USS Pennsylvania después de la histórica aventura vivida el 18 de enero de 1911.

El uso de navíos como plataformas desde las que enviar a los cielos aparatos volantes tiene ya más de siglo y medio de recorrido. Fue el 12 de julio de 1849 cuando desde el navío de guerra austriaco Vulcano se envió un globo tripulado de aire caliente para bombardear Venecia. La cosa no salió bien, para fortuna de los venecianos, porque el viento se empeñó en mandar al belicoso globo en dirección contraria a la ciudad.

Muchas experiencias similares tuvieron lugar con el paso de los años, como los famosos globos de observación unidos a barcos ideados por Thaddeus S. C. Lowe durante la Guerra Civil en los Estados Unidos.

Ahora bien, si de vehículos voladores hablamos, más allá de los globos, habrá que retroceder al año 1910 para tener ante nosotros algo que pueda parecerse a un verdadero portaaviones. El mérito de ser la primera persona en despegar y aterrizar sobre un barco lo tiene una sola persona, el osado piloto Eugene Burton Ely.

Si digo que era un tipo osado me quedo muy corto. ¡Vivía para el riesgo! El audaz Eugene murió como había vivido, en plena acción, pues en octubre de 1911 encontró su final en una exhibición aérea, pocos meses después de convertirse en todo un héroe.

Cuando el siglo XX apenas había comenzado, Ely se encontraba ya centrado en la competición con vehículos motorizados. Lo que más le gustaba era participar en carreras de automóviles pero pronto tuvo oportunidad de participar en una competición muy diferente. La historia de cómo se convirtió en piloto de aviones tiene su miga.

A comienzos del año 1910 Ely, que vivía con su mujer en Portland, trabajaba como vendedor para un empresario llamado E. Henry Wemme. La pasión por las máquinas del jefe de Ely era tanto como la suya propia, pero la maña no era algo que pudieran compartir. Wemme compró la licencia para vender aviones biplano Curtiss en parte de la costa oeste de los Estados Unidos pero, para su desgracia, no era capaz de hacer volar el avión para demostraciones que había comprado. Y ahí es donde entra Eugene Burton Ely en acción, pues con atrevimiento sin límites apostó con su jefe a que él sería capaz de pilotarlo pues, tal y como pensaba, debía ser tan sencillo como conducir un coche. Dicho y hecho, leyó el manual, despegó y, cómo no, se pegó un golpe de los que hacen historia. El Curtiss no quedó del todo mal, pero ante una metedura de pata como aquella el bueno de Ely decidió comprar los restos del avión a Wemme.

¿Qué podía hacer con un avión casi convertido en chatarra? Lo único en lo que pensaba era en volar. Aunque se había estrellado, los pocos segundos en que pudo sentir el poder de la máquina bajo su mando fueron suficientes como para que el veneno de la aviación empezara a correr por sus venas. Con el paso de las semanas fue arreglando la nave, aprendió a volar en solitario y, pocos meses después, su atrevimiento ya había dado sus frutos: contaba con un avión propio modificado y adaptado a su gusto partiendo del original, había encontrado un nuevo trabajo en la empresa del mismísimo Curtiss y, además, logró una licencia oficial de piloto. ¿Se puede pedir algo más?









Eugene Burton Ely se aproxima al USS Pennsylvania para realizar el primer aterriaje sobre un navío de la historia.

Pues sí, mucho más, porque los siguientes meses de su vida fueron asombrosos. Llegamos al mes de octubre de 1910 y, he de recordarlo, hacía menos de un año que Ely se encontró con un avión por primera vez en su vida. Ahora ya era piloto, y de los buenos, una carrera impresionante. Ely, Curtiss y el Capitán Washington Chambers, de la Marina de los Estados Unidos, tuvieron una reunión muy especial.

De ese encuentro surgió la idea de realizar un experimento capaz de responder a esta pregunta: ¿se podrán embarcar aviones en buques de guerra?

La idea no era sólo transportarlos, ni tan siguiera llevar a bordo hidroaviones, nada de eso, lo que les rondaba la cabeza era despegar desde un barco. Muchos decían que eso era de locos, y puede que lo estuvieran, pero cuando a Ely se le ocurría algo arriesgado no paraba hasta convertirlo en realidad.

El 14 de noviembre de 1910, sobre una cubierta temporal construida sobre el crucero USS Birmingham, un avión Curtiss tomó carrera y cayó hacia el mar. A bordo, como no podía ser de otro modo, un piloto muy especial, Eugene Burton Ely, intentaba por todos los medios no darse un buen golpe contra el océano. Las ruedas del aparato rozaron las aguas pero su habilidad hizo que el aparato remontara el vuelo. Vale, no fue muy elegante, terminó por aterrizar en una playa y no en la base de Norfolk como estaba previsto, pero para ser la primera vez que un avión despegaba de un portaaviones, aunque fuera un simple barco con la pista improvisada, tuvo un mérito tremendo.












Aproximación final.









¡Aterrizaje perfecto!

Sí, ya era un héroe, pero para la Marina no dejó de ser un pequeño juego. Buscaban crear verdaderos portaaviones y no era tolerable eso de besar el agua antes de volar de verdad.

Por eso, hace hoy un siglo, el 18 de enero de 1911, un avión Curtiss pilotado nuevamente por Ely, se preparó para hacer historia con mayúsculas. El crucero USS Pennsylvania, dotado de una cubierta de vuelo mejorada y anclado en la Bahía de San Francisco, fue el testigo de un nuevo experimento. En las semanas anteriores se había perfeccionado el sistema de despegue, ya se pensaba en el uso de catapultas pero, había algo que no se atrevían a probar. Tuvo que ser Ely, nuevamente, quien actuara como piloto de pruebas. La pista sobre el crucero estaba desierta y todos a bordo miraban al cielo. Allá, a lo lejos, apareció la sombra volante de un avión Curtiss que había partido de un aeródromo cercano. Parecía algo insignificante, una mosca en medio del océano. Poco a poco se fue aproximando y, otra vez, se repitió la historia. La mayoría de los presentes pensaba que el piloto terminaría muy mal, era una locura, lo repetían una y otra vez, pero la osadía tuvo su premio.










Un momento de tranquilidad antes de continuar con la aventura.

Me hubiera gustado esta allí para contemplar la escena. Al igual que hoy día sucede en decenas de portaaviones, cuando aterrizan los modernos cazas a toda velocidad y son frenados por un sistema de gancho y cable, el famoso tailhook, el genial Ely se aproximó al USS Pennsylvania y, a la primera, engarzó su gancho a los cables en cubierta y aterrizó sin problemas en una maniobra perfecta.

El asombro fue general, un muchacho de 24 años acababa de hacer historia abriendo la era de los portaaviones pero, como si nada de eso fuera con él, al cabo de menos de una hora de haber aterrizado, después de las fotos, el aperitivo y los halagos, Ely volvió a tomar los mandos de su Curtiss para despegar impecablemente desde el improvisado portaaviones, rumbo a tierra.







De nuevo en el aire.




Fuente: http://www.alpoma.net