La
desesperación por el inminente final llevó a algunos jerarcas y combatientes
del Tercer Reich a pergeñar misiones suicidas en el epílogo del conflicto. La
oposición de Hitler y los detalles de los proyectos
Por Nicolás
Gilardi
Cuando
se habla de kamikazes generalmente lo primero que viene a la memoria es el
recuerdo de los pilotos de la Armada Imperial Japonesa, quienes, promediando el
año 1944, comenzaron a realizar desesperados ataques suicidas contra los barcos
de la flota de guerra de los Estados Unidos, buscando cambiar la suerte de un
conflicto que a esa altura parecía sentenciado.
Menos
conocidas son las historias de las misiones suicidas pensadas para ser
ejecutadas por combatientes del Tercer Reich durante la Segunda Guerra Mundial.
Si bien la mayoría solo quedaron en fase de planificación, estuvieron en la mente
de algunos dirigentes nazis cuando se acercaba el inevitable final.
En
principio, la diferencia conceptual con los japoneses era que estos se
entregaban a las misiones sabiendo que iban a una muerte segura, mientras que
en el caso de los nazis en general no fueron planteadas de esa manera, aunque
se les advertía a los voluntarios que tendrían “escasas probabilidades de
volver con vida”. Los alemanes aspiraban a que los pilotos pudieran lanzarse de
sus aparatos antes del choque fatal, algo que en la práctica terminaría
resultando casi imposible, por lo que el calificativo de “suicida” para estas
operaciones es acertado. Esto no fue impedimento para que fueran varios los
aspirantes dispuestos a poner el cuerpo en estos intentos desesperados de
cambiar el curso de la historia.
Una V-1 tripulada encontrada por los Aliados tras la guerra
Las
primeras iniciativas nazis de este tipo fueron impulsadas por dos figuras del
Reich que se contaban entre las favoritas de Adolf Hitler: Otto Skorzeny y
Hanna Reitsch. El primero, Coronel de las SS, ejecutor de operaciones
especiales y liberador de Benito Mussolini, y la segunda, joven piloto de
pruebas de la Luftwaffe, poseedora de varios récords deportivos y protagonista
de arriesgados vuelos, tuvieron por separado una idea parecida: pilotar las
bombas volantes V-1.
El
artilugio en cuestión, la V-1 (Vergeltungswaffe 1) o Fieseler 103, fue el
primer misil dirigido usado durante la guerra, precursor del actual misil
crucero. Era parte del programa de “armas milagrosas” o “armas de venganza”, la
última esperanza de los nazis de revertir el curso del conflicto y parte
fundamental de su aparato de propaganda, que buscaba sostener la moral y las
esperanzas de una población exhausta, sometida a bombardeos permanentes, y
temerosa debido a la posible ocupación del territorio del Reich por parte de
las potencias enemigas, sobre todo de los rusos.
Otto Skorzeny, Coronel de las SS. Uno de los impulsores de la bomba pilotada
Con una velocidad máxima aproximada de 645 kilómetros y un alcance de entre 250 y 300 kilómetros, la V-1 estuvo operativa desde junio de 1944, cuando fue lanzada contra el sudeste de Inglaterra, sobre objetivos civiles. Meses más tarde, ya en 1945 fue usada para atacar el puerto de Amberes, con fines militares. La V-1 podía ser lanzada desde una especie de catapulta o rampa estacionaria a vapor o química y también desde aviones. Tenía cerca de una tonelada de explosivos alojada en el morro, pero era imprecisa, el viento podía hacer cambiar su trayectoria y no tenía defensa ante la intercepción enemiga. A su favor, se contaban sus bajos costos de construcción y de combustible, ventajas nada despreciables en un momento en que todo escaseaba en el Reich hitleriano.
Tras
presenciar un ensayo de las bombas volantes, Skorzeny sugirió la posibilidad de
modificar la V-1 para hacerla más efectiva, convirtiéndola en una suerte de
pequeño avión, con piloto. “Había que encontrar el medio de alojar un piloto
con un asiento eyectable y un paracaídas”, rememoró el Coronel de las SS en uno
de sus libros de memorias de la postguerra. Según su relato, logró un aval
condicionado del Mariscal Erhard Milch, uno de los creadores de la Luftwaffe, y
que fungía por aquel entonces como secretario de Estado del Ministerio del
Aire. Entre sus responsabilidades tenía el control del armamento.
Adolf Hitler saluda a Hanna Reitsch. En el medio, sonriente, Hermann Göring (Getty Images)
Sorteadas
cuestiones burocráticas y de competencia entre distintas áreas gubernamentales,
un grupo de ingenieros comenzó a analizar la posibilidad de incorporar un
piloto al flamante misil. Finalmente el prototipo fue desarrollado, pero las
primeras dos pruebas fracasaron, las bombas volantes pilotadas -que fueron
soltadas desde un avión Heinkel 111 a dos mil metros de altura- se volvieron
inmaniobrables para sus conductores, que terminaron estrellados. De esta manera
el proyecto fue puesto en suspenso mientras una comisión analizaba los motivos
de los accidentes.
Según
Skorzeny, por esa época recibió un llamado de Hanna Reitsch, quien se
recuperaba tras haber sufrido un grave accidente. “Me reveló que ella había
tenido la misma idea que yo: las V-1 podían ser pilotadas”. Reitsch también
dejó sus vivencias por escrito en un libro titulado “Volar fue mi vida” (Fliegen, mein leben), donde quedó plasmada
su versión de esta historia.
Allí,
la aviadora recordó que, a mediados de 1943, junto a dos “viejos amigos, uno
empleado en el Instituto de Investigaciones de la medicina aérea y el otro un
conocido y excelente piloto” departieron sobre la dramática situación que vivía
Alemania, que “se desangraba lentamente”, y coincidieron en la necesidad de
proyectar misiones excepcionales, acordes a los tiempos que corrían.
El Messerschmitt 328, pensado originalmente como caza, fue readaptado como avión suicida
En ese
encuentro, Reitsch y sus socios coincidieron en que “Alemania solamente podría
ser salvada de su desesperante situación si lograba negociar con el enemigo
después de demostrarle su superioridad armamentística”. Y para eso “debía
poseer un arma con la que sea posible aplicar significativas destrucciones, por
ejemplo en centros de producción, usinas eléctricas, centrales hidroeléctricas
y, en caso de una invasión, en unidades marítimas estacionadas en puertos”.
De esta
manera, la piloto preferida de Hitler consideraba necesaria la predisposición
de “personas que manejen artefactos que destruyan irreparablemente
instalaciones bélicas enemigas, pero sacrificando en tales acciones sus propias
vidas”. Alentaba sin miramientos las misiones suicidas, a las que aseguraba
podría sumarse ella misma.
Hanna Reitsch, la joven piloto nazi que alentaba las misiones suicidas y se las propuso a Hitler (Getty Images)
De
acuerdo a su punto de vista, “por doquier en todo el país había gente
dispuesta, como nosotros tres, a realizar tal acción”. Y argumentaba: “La
mayoría eran felices padres de familia, rebosantes de salud física y mental,
para quienes un seguro suicidio de ninguna manera podía significar un escape de
la vida, sino una heroica contribución para salvar a sus esposas, sus hijos, su
patria”.
Al continuar su relato, surge una discrepancia en relación a lo narrado por Skorzeny. Reitsch también dice haber recurrido a Milch, pero a diferencia de lo ocurrido con el Coronel de las SS, esta vez el oficial de la Fuerza Aérea no habría sido receptivo y habría rechazado apoyar los planes de misiones tan arriesgadas, ya que en su opinión “la vida de un soldado alemán, sin posibilidad alguna de poder salvarla, contradice a la mentalidad del pueblo alemán”. La insistencia de Reitsch la llevó a la Academia de Investigaciones Aeronáuticas, donde la iniciativa tuvo eco. Allí propuso que sea estudiada la posibilidad de sumarle un piloto a las V-1 -como había pensado Skorzeny- o de adecuar como arma suicida al Messerschmitt 328 (Me-328), un prototipo que había sido concebido como caza de escolta compacto, barato y simple, propulsado con dos motores a reacción, pero que no había obtenido los resultados esperados en esa función y había sido desestimado.
Pero la
oposición de Milch y otras autoridades del Reich pusieron freno al proyecto y
Reitsch terminó planteando la cuestión al propio Hitler. La oportunidad se le
presentó el 24 de febrero de 1944, cuando fue invitada al Berghof, la
residencia de montaña del Führer, para recibir una condecoración de sus manos.
Sin embargo, Hitler tampoco se mostró de acuerdo con sus ideas, ya que “no veía
la situación de Alemania tan desesperante como para aplicar esas acciones”. A
continuación se habría producido una situación incómoda, ya que la joven piloto
insistió en sus planteos e incomodó al dictador. “Logré destruir su buen humor,
su cara mostraba rasgos de fastidio y su voz parecía alterada”, recordó. Como
sea, Hitler terminó dando su consentimiento de mal grado y designó a un General
de la Luftwaffe, Günther Korten, como cabeza del proyecto.
Finalmente
se conformó un grupo de unos setenta hombres para las pruebas, quedando en
reserva otro número mayor de voluntarios. Todos debían firmar una declaración
en la que reconocían tener plena conciencia de que su destino podría ser la
muerte. Los ingenieros comenzaron a trabajar en la modificación del Me-328, que
no tendría capacidad de despegue, sino que sería llevado por un avión
bombardero para luego desprenderse y lanzarse en picada contra su objetivo.
Pero el tiempo pasó y la producción en serie del avión-bomba soñado por Hanna
Reitsch nunca se inició. Evidentemente Hitler había dado su aprobación a
regañadientes y finalmente decidió retirar su apoyo.
Llegados
a este punto, se unen los caminos de Skorzeny y Reitsch. En sus memorias lo
relatan de manera distinta, pero lo cierto es que coincidieron en participar de
los planes para tripular la V-1. La piloto de pruebas escribió que cuando había
perdido las esperanzas de poder seguir con el desarrollo de las misiones
suicidas, recibió una visita de Skorzeny, quien le contó su plan de convertir
el misil guiado en un avión con piloto y la invitó a sumarse. Incluso le reveló
que tenía “poderes especiales”, que le habían permitido sortear la posible
oposición de Milch y que Hitler estaba al tanto de todo.
Para el Sonderkommando Elbe fueron usados viejos Me-109
Al
igual que Skorzeny, Reitsch describió como las dos primeras pruebas de la V-1
pilotada terminaron con las máquinas estrelladas y los conductores severamente
heridos. Atribuyó los accidentes a errores de los pilotos y ella misma se
ofreció a realizar pruebas, siendo estas exitosas “entre ocho y diez veces”,
aunque no estuvieron exentas de “situaciones bastantes difíciles de superar”.
Los testeos continuaron y dejaron en claro que, para ser efectivas, las bombas
con pilotos necesitaban más modificaciones, vinculadas, entre otras cosas, a la
carga explosiva y la maniobrabilidad del aparato a grandes velocidades. Incluso
se barajó la posibilidad de sumar un segundo piloto y se realizaron pruebas
sobre esto. Pero el tiempo era algo que no le sobraba a los nazis, y según
Reitsch, la invasión de Normandía, producida el 6 de junio de 1944, sepultó
definitivamente el proyecto de la V-1 pilotada.
“El
tiempo pasaba inexorablemente y el cuadro general de los acontecimientos empeoraba
la posición alemana (...) en el interín comenzó la invasión de los aliados en
Francia. Ni el Me-328 ni la V-1 tripulada pudieron ser jamás empleadas”,
lamentó. Más allá de las consideraciones de Reitsch y de que realmente las
dificultades técnicas y temporales jugaron en contra de la preparación de las
misiones suicidas, lo cierto es que Hitler nunca estuvo convencido sobre la
cuestión.
El
Sonderkommando Elbe
La
sucesión de derrotas nazis en 1944 y el inicio del que sería el último año de
la guerra, 1945, llevó a varios jerarcas del Tercer Reich a reactivar los
planes de ataques suicidas, todo en medio de una situación desesperada. Entre
estos dirigentes se contaban Heinrich Himmler, Robert Ley y Joseph Goebbels.
Este último fue además uno de los más fervientes impulsores de una guerrilla
para hostigar a los aliados en su avance por territorio alemán, el Werwolf.
En ese
contexto, un oficial de la Luftwaffe, Hans-Joachim Hajo Herrmann, Inspector de
la Defensa Aérea del Reich e Inspector General de Cazas Nocturnos, le acercó a
su jefe, Hermann Göring, una idea: formar escuadrones de choque con aparatos
obsoletos para estrellarse contra los bombarderos aliados que volaban en
grandes formaciones sobre los cielos alemanes y arrasaban las ciudades casi sin
oposición.
Joseph Goebbels, uno de los más fervientes impulsores de las acciones desesperadas en el final de la guerra (AP)
En un
principio, Göring se mostró reacio a darle curso a la propuesta, ya que al
igual que Hitler y Milch consideraba que las misiones suicidas, que a esa
altura de la guerra ya eran realizadas por los japoneses, no eran propias de
los alemanes. Hajo Herrmann argumentó que los voluntarios se presentarían en
gran número, ya que los combatientes alemanes sabían que estaban luchando para
proteger sus hogares y familias, y estarían dispuestos a contribuir a una
misión planeada para eliminar de los cielos la amenaza de los bombarderos
enemigos.
Finalmente,
el Reichsmarschall fue convencido por Herrmann y este le acercó un borrador de
un llamamiento que debía firmar para solicitar aspirantes, donde quedaba claro
que las misiones revestían un carácter casi suicida. “Más que en ningún momento
de la historia de la patria pende sobre nosotros la amenaza de la aniquilación
total sin ninguna posibilidad de recuperación. Sólo poniendo en juego hasta el
límite el supremo espíritu guerrero alemán podremos contener este peligro. Por
esto apelo a ustedes en este momento decisivo y les pido que salven a la nación
de la extinción, con el consciente sacrificio de sus propias vidas. Los convoco
a participar en una operación de la que tendrán escasísimas probabilidades de
volver con vida”, decía la circular que llevaba la firma del Mariscal del Aire.
De esta
manera nació el escuadrón de choque de la Luftwaffe, bautizado Comando Especial
Elba (Sonderkommando Elbe) y que tendría Stendal como base de entrenamiento. El
24 de marzo de 1945, cuando el grupo se acercaba a su fase operacional fue
rebautizado Werwolf, para quedar encuadrado en el programa nazi de guerrilla y
resistencia. Sus integrantes serían llamados Rammjäger.
Si bien
el plan inicial contemplaba enviar a uno mil aviones de choque en una sola
operación contra una importante flota aérea enemiga, finalmente la primera y
única acción de los Rammjäger fue protagonizada por 183 Messerschmitt Bf 109
desarmados, con el fin de incrementar su velocidad, protegidos por 55 cazas a
reacción Me-262. Cerca del mediodía del sábado 7 de abril de 1945, los Rammjäger
despegaron desde distintas bases y salieron al encuentro de más de 1.300
bombarderos y 850 cazas americanos que se dirigían a objetivos del norte y
centro de Alemania.
La
batalla se desarrolló sobre el espacio aéreo al oeste de Hannover y los resultados
fueron decepcionantes para los alemanes: los Werwolf derribaron 21 aviones
-ocho mediante choque- sufriendo a su vez más de 70 bajas mortales. El domingo
8 de abril, sin todavía conocer los resultados de la operación, Goebbels
escribió en su diario: “Ahora van a entrar en acción por primera vez nuestros
Rammjäger, y en concreto ya en el transcurso del sábado, si el tiempo es más o
menos favorable. Se esperan de esta misión enormes éxitos. Pero primero hay que
ver estos éxitos”.
Hans-Joachim "Hajo" Herrmann, el oficial de la Luftwaffe que le propuso a Göring la conformación del escuadrón de choque
Al día
siguiente, el lunes 9, conocedor ya del fracaso de la primera actuación del
Sonderkommando Elbe, Goebbels consignó: “La primera misión de nuestros
Rammjäger no ha tenido el éxito que nos prometíamos. Se justifica diciendo que
las unidades de bombarderos enemigas no se internaron en grandes formaciones,
de manera que hubo que combatirlas por separado. Además, nuestros Rammjäger
estuvieron expuestos a un fuego defensivo tan fuerte por parte de los cazas
enemigos que sólo en pocos casos llegaron a chocar. Pero aún no se deben perder
los ánimos por eso. Se trataba en este caso de un primer intento que se
repetirá en los próximos días, esperemos que con mejor resultado”.
Son
varios los motivos que hicieron fracasar al Sonderkommando Elbe. Muchos de los
pilotos, al ser inexpertos, se encontraron con adversidades a las que no
estaban acostumbrados, y ni siquiera pudieron acercarse a los aviones enemigos.
Varios murieron antes de aproximarse a sus objetivos y otros, que lograron
lanzarse en paracaídas, enfrentaron peligros mayores al lanzarse a tierra.
Además los Me-109 que conducían eran aparatos obsoletos, despojados de
armamento y parte del blindaje, debiendo sortear el obstáculo de los avezados
cazas que protegían a los bombarderos de la Octava Fuerza Aérea de los Estados
Unidos.
Ese
primer intento del Werwolf aéreo terminaría siendo debut y despedida. Los
oficiales de la Luftwaffe no estuvieron dispuestos a seguir arriesgando sus
vidas en una operación inútil y la segunda misión del escuadrón de choque nunca
se realizó. El grupo operacional fue disuelto y sus hombres fueron reasignados.
Faltaba menos de un mes para el suicidio de Hitler y la caída del Reich.
Fuente:
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