26 de noviembre de 2018
EL BOMBARDEO DE LA LÍNEA DE LA CONCEPCIÓN
La Línea de la Concepción
La ciudad
La Línea de la Concepción es un municipio español
perteneciente a la comarca del Campo de Gibraltar, situado en la provincia de
Cádiz, en la comunidad autónoma de Andalucía. Se asienta sobre el istmo arenoso
que une el peñón de Gibraltar con la costa, en el flanco este de la bahía de
Algeciras, entre Sierra Carbonera y el peñón de Gibraltar.
Los hechos
Sobre las tres de la madrugada del sábado 12 de
julio de 1941, un bombardero Savoia-Marchetti SM-82 Marsupiale proveniente de
Cerdeña fue descubierto por los sistemas de detección acústica de la Roca y
poco después soltaba sus tres enormes bombas de las cuales ninguna de ellas
cayó sobre Gibraltar, sino en La Línea de la Concepción.
Savoia-marchetti
SM-82 Marsupiale
Dos de ellas no hicieron explosión
quedando medio enterradas en las dunas de la playa de Poniente, pero la tercera
haría blanco en la esquina que forman las calles Duque de Tetuán y López de
Ayala. La explosión afectó a tres viviendas que quedaron destruidas, afectando
al tendido eléctrico y dejando la ciudad a oscuras.
Bomba FF Italiana caída en La Línea
Para
facilitar la labor de desenterrar a las víctimas se sirvieron de los focos de
unos camiones militares. Soldados, policías y civiles, algunos de ellos
familiares de los que permanecían enterrados, ayudaron en las labores de
desescombro. Poco a poco fueron apareciendo las primeras víctimas de aquella
tragedia. Los cuerpos de cinco personas: María Caballero Hidalgo, Tomás
Caballero Hidalgo, Joaquina Morilla Vega, Julia Rojas Torres y José Luis Valdés
Díaz fueron sacados sin vida; también hubo muchos heridos, y los casos más
graves (Ana Serrano Pérez, Dolores Ruiz Sánchez, Encarnación Ruiz Sánchez y
Concepción Bernabeu Sánchez, prima de las anteriores), fueron conducidos al
Hospital Municipal. El resto fueron atendidos allí mismo.
Vivienda de la calle Duque de Tetuán destruida por
la explosión
Las cinco víctimas fueron enterradas en el
cementerio municipal de San José el 12 de Julio, con la presencia del
Gobernador Civil, las autoridades municipales y varios miles de personas que
acompañaron a La comitiva fúnebre a lo largo de su recorrido por las calles de
la ciudad.
Tras identificar las dos bombas que no habían
explotado como artefactos italianos, las autoridades españolas se limitarían a
plantear una protesta oficial ante los representantes de Mussolini.
A pesar de todo, la madrugada del domingo día 13,
del lunes 14 y martes 15, el SM-82 repetiría sus incursiones contra la Bahía.
La madrugada del martes 15 el fuego antiaéreo obligó al SM-82 a virar hacia
Campamento (Campamento es una pequeña localidad que colinda con la ciudad de la
Línea y pertenece al municipio de San Roque) deshaciéndose de su carga. Esta
vez dos de las bombas estallaron en las cercanías de las antiguas pistas de
Polo, mientras que una tercera quedaba encajada en las arenosas riberas del
"Río Cachón".
Reflectores de Gibraltar, 1942
Terminada la guerra se acordó que Italia pagaría
una indemnización de 250.000 dólares por los daños causados a personas y bienes
de nacionalidad española en La Línea de la Concepción, además de por otros
daños causados en otros lugares.
Gibraltar, 1941
Fuente: https://www.lasegundaguerra.com
EL BOMBARDEO QUE CONVIRTIÓ GIBRALTAR EN UN "VERDADERO INFIERNO"
El 24 de septiembre de 1940, 83 bombarderos
franceses aparecían por sorpresa sobre la colonia y realizaban un intenso
ataque seguido con horror por la población de Algeciras
Gibraltar, iluminado ante la presencia de los
bombarderos franceses
Este ataque era sino la venganza del Mariscal
Pétain, tras el ataque ordenado por Churchill sobre el puerto argelino de Mers
el-Kebir, en junio, donde murieron 1300 marineros franceses. Y fue, sobre todo,
el último gran bombardeo que ha sufrido el Peñón hasta el día de hoy.
Desde España, en Algeciras, la población
presenciaba horrorizada el espectáculo de haces de fuego por las bombas y las
baterías antiaéreas a lo largo del Peñón. allí se encontraba ubicado también un
corresponsal de ABC, que escribía: “a cada momento se presentan aviones, que
descargan sus bombas y se marchan dirigiéndose hacia el Marruecos francés. Hay
momentos en que los disparos de las baterías forman una nube tan intensa que
impide apreciar el resultado del mismo. La población inglesa permanece en los
refugios, y los aviones no cesan de ir y venir”.
El ataque a Mers el- Kebir fue rápidamente
considerado como uno de los mayores errores de Inglaterra en la IIGM, ya que
supuso el fin de la neutralidad de la Francia de Vichy y su entrada
"indirecta" en el conflicto al lado de Eje. Eso suponía a tener de
enemigo a todo el imperio francés, incluidas sus colonias, en un momento en que
a los ingleses ya les resultaba difícil contener a Alemania y a Italia. Y de
ahí surgió la idea de bombardear a Gran Bretaña en uno de los puntos donde más
le dolería: Gibraltar.
Bombas de más de 1500 kilos
La primera vez que Francia ordenó bombardear el
Peñón, fue el 18 de julio de 1940, con una escuadrilla de 74 aviones que
provocaron algunos incendios y daños menores. Pensaron que así Inglaterra se
daría por enterada y decidiría volver a la vía diplomática como se había
prometido en el Armisticio. Durante el verano no se realizaron más ataques,
pero, en septiembre, una flota inglesa volvió a atacar a una flota francesa en
Dakar. Ante esta nueva agresión, Pétain solicitó a la fuerza aérea efectuar el
bombardeo a gran escala empleando una gran cantidad de aviones. La acción
contundente de castigo sobre la colonia inglesa, que se había convertido en uno
de los enclaves importantes, fue aprobada por los mandos franceses y vista con
buenos ojos por Alemania e Italia.
A finales de 1939, se había finalizado en el Peñón
la construcción de una base aérea y una pista de aterrizaje en el istmo, que
hasta entonces era un hipódromo. En mayo de 1940, un total de 16700
gibraltareños fueron evacuados a Casablanca, en el protectorado francés de
Marruecos, y de ahí fueron dispersados a otros destinos como Londres, donde
fueron 12000, Madeira y Jamaica, 3000, y el resto a Tánger o España. Tan sólo
unos pocos decidieron quedarse en el Peñón.
Los aviones franceses, todos bombarderos Loiré y
Olivier Leo 45, alcanzaron Gibraltar a las 12.45 horas, desde distintas bases
de Marruecos, a una velocidad de 420 km/h. Una vez sobre el Peñón soltaron las
bombas. "Desde Algeciras se aprecian perfectamente las explosiones de los
proyectiles, algunos luminosos, contaba EFE desde la localidad gaditana. El
aspecto que ofrecía Gibraltar las pasadas noches, con su magnífico alumbrado
visto desde esta ubicación, es muy diferente, ya que sólo está alumbrada la
parte de la población civil".
Según contaba ABC, la alarma duró 4 horas y 5
minutos, y el bombardeo se convirtió "en el más largo que Gibraltar ha
padecido". En aquella primera jornada, cayeron 100 bombas que dejaron el
Peñón bastante destrozado, y el 25 de septiembre los franceses continuaron
atacando hasta por la tarde. La crónica del corresponsal era muy detallada:
"se presentó una escuadra formada por seis trimotores, que descargaron las
primeras bombas sobre la plaza, cayendo 4 sobre el mar y 8 sobre la fortaleza.
Los antiaéreos llegaron a formar una espesa cortina de fuego, que, sin embargo,
no impidió que llegar una segunda escuadra de 16 trimotores, y nuevas
escuadrillas se sucedían sin interrupción, lanzándose algunos aparatos en
picado para precisar más el objetivo".
Numerosas víctimas
Aunque las crónicas hablaban de numerosas víctimas,
las bombas finalmente ocasionaron cuatro muertos y decenas de heridos, aunque
provocaron numerosos desperfectos en las infraestructuras, como el muelle
meridional, edificios, barcos, depósitos de gasolina e instalaciones
eléctricas, entre otros, incluso dos bombas cayeron sobre La Línea.
La Francia de Vichy no bombardeó nunca más el
Peñón, de haber ocurrido, pues habrían causado graves daños, la colonia podía
haber quedado neutralizada o haber cambiado la situación estratégica para las
potencias del Eje. Pero eso no ocurrió.
Fuente: https://www.lasegundaguerra.com
EL BOMBARDEO AÉREO QUE DESTRUYÓ POMPEYA POR SEGUNDA VEZ
Plinio el Joven describe en sus cartas a Tácito
como fue aquella fatídica jornada del siglo I en la que falleció su tío Plinio
el Viejo a causa de las emanaciones gaseosas cuando observaba el fenómeno:
“Mientras
tanto en el Vesubio relucían, en diversos lugares, anchísimas llamas y elevados
incendios, cuyo fulgor y cuya claridad se destacaban en las tinieblas de la
noche. Mi tío, para excusar el miedo, decía que se trataba de hogueras hechas
por campesinos fugitivos o villas abandonadas que ardían. Entonces se fue a
dormir y en verdad que durmió con un sueño profundo, pues sus ronquidos eran
oídos por los que estaban de guardia en la puerta. Pero el patio por el que se
llegaba a la habitación empezó a llenarse de tal modo de ceniza y de pedruscos que,
si hubiesen permanecido ahí, no hubieran podido salir. Se despertó y se reunió
con Pomponiano y los demás que habían estado velando. Deliberaron si se
quedarían bajo cubierto si saldrían al raso, ya que el edificio vacilaba debido
a frecuentes y largos temblores y parecía que sus cimientos se corrían de un
lado para otro. No obstante, si salían a la intemperie, eran de temer las
lluvias de pedruscos, aunque más soportables. Cotejados ambos peligros, se optó
por la segunda solución: en mi tío ello constituyó el triunfo de la razón sobre
la razón, en los demás, el miedo sobre el miedo. Se pusieron almohadas en la
cabeza, sujetas con trapos, única protección contra lo que caía. En otras
partes había amanecido ya; allí seguía una noche más negra y más densa que
todas las noches, sólo rota por antorchas y luces variadas.
Pareció
oportuno ir a la playa y ver qué posibilidades existían en el mar, que estaba
desierto y adverso. Allí se echó sobre un lienzo y pidió agua fresca, y la
bebió dos veces. A él le despertó y a los demás les hizo huir el olor del
azufre, precursor de las llamas y estas llegaron luego. Se levantó apoyándose
en dos siervos, pero cayó en seguida debido, a lo que creo, a que el vaho
caliginoso le tapó la respiración y le cerró el estómago, que tenía muy
delicado y propenso al vómito. Cuando nuevamente se hizo de día -y era el
tercero desde que había dejado de ver- su cuerpo fue hallado intacto y tal como
iba vestido; pero más tenía el aspecto de dormir que de estar muerto.”
En efecto, tras la típica lluvia de piedras
volcánicas llegó el flujo piroclástico, una mortífera nube ardiente que primero
ascendió hacia el cielo desde el cráter para luego descender violentamente y
extenderse por los alrededores, matando cuanto encontraba a su paso.
Curiosamente, hubiera sido una sensación parecida si los pompeyanos de entonces
hubieran estado presentes dos milenios después, cuando lo que cayó desde el
aire no fueron piedras sino bombas y al efecto de la nube sustituyeron las
brutales explosiones producto esta vez no del enfado de Vulcano sino de la mano
del Hombre.
Desde marzo de 1943 los aviones de la RAF salían
periódicamente en misiones por el continente para interrumpir las vías de
comunicación y transportes alemanas. En mayo cayó el Afrika Korps dejando el
norte de África en manos de los Aliados, que el 10 de julio iniciaron el
desembarco en Sicilia completándolo en apenas un mes y precipitando la
destitución de Mussolini el día 25 y su sustitución por el Mariscal Badoglio.
El siguiente paso era el asalto a la península
italiana y ello implicaba una serie de bombardeos previos que resultaron
disuasorios para que el rey Vittorio Emmanuel III capitulase el 8 de
septiembre, cinco jornadas después de que las primeras tropas cruzaran el
estrecho de Messina y desembarcaran en Calabria, iniciando su avance hacia el
norte, apoyadas al poco por otro desembarco en Salerno. Pero antes de que
Italia cambiara de trinchera, salvo en el norte, donde los alemanes se
adueñaron de la situación y rescataron a Mussolini, Pompeya habría de sufrir
una segunda oleada de devastación.
Los citados raids aéreos empezaron el 24 de agosto,
por siniestra coincidencia, la misma fecha de la erupción del Vesubio, siendo
Nápoles y su importante puerto marítimo el objetivo, y se prolongaron durante
ocho días seguidos con un curioso interés extra: determinar si producía mejores
resultados atacar en horario nocturno o a plena luz. Según un estudio del
español Laurentino García, las escuadrillas británicas y estadounidenses
lanzaron casi dos centenares de bombas de cuatrocientos kilos cada una y, como
suele pasar en las guerras, provocaron daños colaterales inesperados al caer
varias de ellas en el recinto de la antigua ciudad romana.
Ésta, que permaneció tanto tiempo preservada bajo
tierra, había salido a la luz en 1550, cuando el arquitecto Domenico Fontana
hacía un canal para desviar agua del río Sarno hacia la localidad de Torre del
Greco. Sin embargo, se dice que encontró los frescos eróticos y, escandalizado,
mandó enterrarlos de nuevo, por lo que no se empezó a excavar hasta 1738, en
una serie de trabajos arqueológicos patrocinados por el rey napolitano Carlos
VII, el mismo que luego reinaría en España como Carlos III.
Así se recuperó la memoria pompeyana y desde
entonces continuó la labor hasta aquel fatídico estío de 1943. Conviene tener
en cuenta que los daños registrados en Pompeya obedecen a tres etapas
distintas. La primera, un terremoto que la sacudió en el año 62 provocando el
pánico y haciendo que buena parte de sus veinte mil habitantes huyeran temiendo
que se tratase de una erupción del Vesubio. El seísmo tuvo varias réplicas, de
ahí que diecisiete años más tarde, cuando el volcán erupcionó realmente,
todavía se estuvieran haciendo obras de reconstrucción.
La segunda fue la descrita acción volcánica, que no
sólo sepultó la ciudad en cenizas, sino que destruyó estructuras
arquitectónicas con los temblores previos que hubo a lo largo de días antes,
según atestigua Plinio el Joven, y luego con la lluvia de piedras, que hundió
bastantes tejados. Desde 1924, ya bajo el gobierno mussoliniano, se acometieron
una serie de trabajos de restauración dirigidos por el arqueólogo Amedeo
Maiuri; la Segunda Guerra Mundial cambió las cosas.
Las bombas aliadas constituyeron una tercera etapa
en esa secuencia de destrucción, al hacer desaparecer la vía de la Abundancia, que
era la calle más animada de Pompeya, la Porta Marina, los arcos que flanqueaban
el Foro, el Teatro Grande, la Schola Armaturarum, el edificio donde se exhibían
trofeos capturados al enemigo, que el régimen fascista reconstruyó por su
potencial propagandístico y del que se perdieron los frescos que lo decoraban,
la Casa de Triptólemo, la Casa de Rómulo y Remo, una parte de la Casa de Diana
Arcaizante, el atrio de la Casa de Epidio Rufo y las pinturas de la Casa de
Salustio.
Incluso estructuras modernas terminaron
pulverizadas con todo su valioso contenido, caso de dos de las salas del Museo
Pompeyano, entre cuyos escombros quedaron miles de piezas rescatadas en el
siglo XVIII. Al respecto se dio una curiosa situación y es que las piezas más
valiosas del museo (estatuas, joyas…) habían sido evacuadas al ver que los
combates se aproximaban, pero el lugar a donde se llevaron fue nada menos que
la Abadía de Montecassino, que entre enero y mayo de 1944 sería escenario de
otra durísima batalla y quedaría derruida; por suerte, justo antes el general
Frido von Senger las había enviado al Vaticano.
Además, el bombardeo produjo unos efectos
secundarios cuyos resultados todavía se notan hoy en día: las explosiones,
incluso las que no alcanzaron ningún sitio concreto (que por suerte fueron la
mayoría), removieron la tierra de tal forma que desde entonces las lluvias
penetran fácilmente en el subsuelo, ablandándolo y volviéndolo inestable. La
Ley de Murphy hizo que en 1980 se produjera un nuevo terremoto que dio la
puntilla a muchos rincones. Consecuencia de ello es el desplome periódico de
algunos edificios como el mencionado de la Schola Armaturarum en 2010, que
encima se había reconstruido con cemento armado, un material bastante endeble.
De aquella Pompeya pre-bélica se conservan una
veintena de fotografías en placa de vidrio que muestran el aspecto que tenía
entonces. Actualmente se ha podido reconstruir alguno de los edificios, como el
Anticuario, usado como museo, y está protegida desde 1997 por la UNESCO dentro de
su Patrimonio de la Humanidad. Pese a ser uno de los principales motores
económicos de Nápoles, se ha decretado una reducción de acceso al público, exhibiendo
sólo un tercio de la urbe, y una suspensión de las excavaciones arqueológicas
para centrarse en salvar lo que hay ahora.
Así que de momento tampoco volverán a aparecer
bombas sin explotar, como la de 2006, que hoy está expuesta como una parte más
de la turbulenta historia del sitio.
Fuente: https://www.labrujulaverde.com
OPERACIÓN CHOWHOUND/MANNA, LA MISIÓN AÉREA MÁS PELIGROSA DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
Por Guillermo Carvajal
A finales de abril de 1945 y durante diez días los
aliados llevaron a cabo la misión aérea operada por bombarderos más peligrosa
de toda la Segunda Guerra Mundial. Y no se trataba de bombardear objetivos
estratégicos, todo lo contrario, se trataba de una misión humanitaria.
En la primavera de ese año 1945, con los ejércitos
aliados, ya cerca de Hannover y más allá de Fráncfort, todavía quedaban en
manos de los alemanes buena parte de los Países Bajos, incluyendo ciudades como
Ámsterdam, Rotterdam y La Haya, bajo el control de más de 120.000 soldados
nazis.
Unos 3 millones y medio de holandeses sufrían los
efectos del bloqueo de alimentos impuesto por los alemanes a raíz de la huelga
ferroviaria de finales de 1944. A eso se sumaba que la destrucción de diques
había inundado buena parte de las granjas costeras. El hambre se extendía entre
la población que recurría a comer bulbos de tulipán fritos e incluso cocían su
propio pelo para beber luego el agua con las proteínas. En abril de 1945 los
británicos estimaban que más de medio millón de holandeses estaban al borde de
la muerte.
La familia real holandesa, exiliada en Londres,
realizó peticiones de emergencia a los gobiernos británico y estadounidense
para que actuasen evitando una catástrofe como no se había visto en Europa
Occidental desde la Edad Media. Roosevelt, que moriría semanas después,
respondió el 21 de marzo a la reina Guillermina que no abandonaría al país del
que era originario.
El 29 de abril los británicos comenzaron su propia
operación, llamada Manna, por el maná bíblico. Dos bombarderos Lancaster de la
Royal Air Force tripulados por británicos, australianos, neozelandeses, polacos
y canadienses, llevaron hasta Holanda alimentos de primera necesidad. Dos días
más tarde, el 1 de mayo, solo unas pocas horas antes de que Hitler se
suicidase, la primera fortaleza volante B-17 norteamericana iniciaba la
Operación Chowhound.
En su libro sobre la operación Stephen
Dando-Collins afirma que esta fue la más peligrosa misión llevaba a cabo por
bombarderos en toda la guerra. Parece extraño pues se trataba de una misión
humanitaria. Pero hay que tener en cuenta varios factores.
La primera es que las tripulaciones no sabían con
que se iban a encontrar. Les habían dicho que los alemanes habían aceptado no
abrir fuego contra ellos. Pero en realidad el acuerdo no se firmó hasta cuatro
días después de comenzada la misión.
Luego, los bombarderos tenían que volar muy bajo,
entre 90 y 120 metros de altitud y hacerlo lo más despacio posible para poder
arrojar la ayuda. Si los alemanes hubieran abierto fuego en esas condiciones
las posibilidades de supervivencia hubieran sido mínimas.
Pero los alemanes cumplieron. El gobernador nazi de
los Países Bajos, Arthur Seyss-Inquart había dado la orden de no abrir fuego
contra los aparatos que volasen en corredores aéreos específicos, posiblemente
sabiendo ya lo que le esperaba.
Así, durante diez días, pilotos acostumbrados a
volar a más de seis mil metros de altitud volaron tan bajo que pudieron
establecer contacto visual con los soldados alemanes que seguían su rumbo con
sus armas antiaéreas. Y también con los holandeses que les saludaban mientras
depositaban bolsas y cajas con chocolate, margarina, café, leche en polvo, sal,
queso y harina sobre campos y aeródromos a lo largo de todo el país.
En el punto álgido de la misión más de 900
bombarderos surcaron los cielos holandeses en misión humanitaria. Ninguno fue
derribado, aunque si alcanzado por fuego esporádico. Tan sólo uno se estrelló,
debido a un fallo mecánico, muriendo sus 11 ocupantes.
En total los británicos realizaron más de 3000
vuelos y los norteamericanos más de 2200. Se transportaron más de 11000
toneladas de alimentos, salvando miles de vidas y estableciendo el precedente
del puente aéreo de Berlín en 1948 y de todas las misiones humanitarias que
habrían de venir años más tarde.
Seyss-Inquart, el gobernador nazi que dio la orden
de no disparar, fue juzgado y condenado como criminal de guerra en Núremberg, y ejecutado posteriormente.
Fuente: https://www.labrujulaverde.com
EL RADAR Y LA BATALLA DE INGLATERRA
Revisemos un poco la historia para poner en
contexto el descubrimiento y desarrollo del radar.
Desde principios de la década de 1930, tanto la
Gran Bretaña como Francia continuaban un programa muy importante de desarme que
habían empezado la década anterior; en contraste, Alemania, contraviniendo lo
estipulado en el Tratado de Versalles inició, con el advenimiento del régimen
nazi, un amplio programa de rearme. Los ingleses y franceses creyeron que con
una política pacifista controlarían las ambiciones expansionistas alemanas. En
pocos años se desarrolló un arma muy poderosa para su época, el bombardero
aéreo.
El primer ministro británico, Stanley Baldwin,
había pronunciado ya en 1932: "Creo que el hombre común debería darse
cuenta de que no hay poder sobre la Tierra que lo pueda proteger del bombardeo
aéreo. Sea lo que sea lo que se diga, el bombardero siempre pasará". Ante
este hecho se presentó una alternativa: o cada país desarrollaba un cuerpo de
bombarderos aéreos, de tal manera que otros países se disuadieran de atacar
ante la posibilidad de también ser bombardeados; o se llevaba a cabo un desarme
general. Gran Bretaña optó por esto último, pero no Alemania.
Por otro lado, en la misma década de 1930 fue muy
popular el concepto del rayo de la muerte en muchas versiones: podía causar
incapacidad física, mental o de otro tipo, y aun la muerte. En un sinnúmero de
cuentos, de tiras cómicas, de películas se presentaron rayos desintegradores,
rayos caloríficos, rayos que aturdían, etc., cuya popularidad se basaba, en
parte, en la creencia de que había más verdad que fantasía en los dispositivos
que los producían; sin embargo, no tenían fundamento científico.
A pesar de esto, durante dicha década hubo un buen
número de personas que pretendieron haber inventado y construido dispositivos
que producían diferentes tipos de rayos. Pero análisis detallados
invariablemente mostraban que siempre había algún truco en ellos. El ministro
del aire británico llegó a ofrecer una recompensa de mil libras esterlinas al
que inventara un dispositivo que pasara la prueba científica. Nadie ganó este
dinero.
Como se ha visto en el capítulo XX, existen los
rayos catódicos, que son electrones que se emiten de una placa metálica al ser
calentada. Sin embargo, un haz de estas partículas no puede tener las
consecuencias que se asignan popularmente al rayo de la muerte.
El interés del gobierno británico por este rayo fue
muy grande en 1935. Esto se debió a que después de una serie de maniobras
militares para probar las defensas de Londres se convenció de que no tenía
defensa contra ataques de bombarderos aéreos. Como una ola pacifista había
invadido al país, mucha gente no puso atención a esto, a pesar del rearmamento
de Alemania. Sin embargo, un pequeño grupo dentro del Ministerio del Aire sí se
preocupó por esta situación y se creó un centro científico para investigar la
forma de mejorar las defensas aéreas de la capital inglesa.
Se probaron diferentes tipos de localizadores de
bombarderos. Por ejemplo. se construyó un pequeño sistema acústico, que daría
una señal cuando recibiera los sonidos producidos por los aviones atacantes.
Muy pronto se dieron cuenta de que este sistema no era funcional ya que no
podía distinguir entre el ruido producido por el atacante y otros sonidos,
automóviles, animales, etcétera.
El centro analizó todo tipo de propuestas, en
particular revisó la bibliografía existente al respecto, pero no encontró nada
que le sirviera. Parecía que la única salida sería construir más y más
bombarderos para disuadir a los posibles enemigos. Esta salida no tenía futuro
en la Gran Bretaña de los treinta, ya que entonces nadie quería saber nada de
un rearme.
Algunas de las pocas personas que se daban cuenta
del peligro que representaba la Alemania nazi, como Winston Churchill, temían
que la población de la isla, sin tener hacia dónde escapar, sufriera un ataque
aéreo impune. La única fuerza efectiva que tenían entonces, la Marina Real, era
cada vez más vulnerable a posibles ataques aéreos; por tanto, estaban
desesperados pues creían que si nada se hacía perderían la siguiente guerra.
Algunas de estas personas preocupadas iniciaron
algunos movimientos dentro del Ministerio del Aire, pero debido al ambiente
pacifista existente, debieron hacerse de manera secreta. De esta forma, después
de una serie de memoranda que se enviaron a diferentes jefes y directores,
finalmente H. E. Wimperis, jefe de Investigación Científica e Industrial del
Ministerio, llamó al doctor Robert Watson Watt, físico y director del
Laboratorio de Investigación de Radio y le preguntó sobre el prospecto de
desarrollar algún rayo de la muerte. Watson Watt regresó a su laboratorio y
propuso el siguiente problema al doctor Arnold Wilkins, también físico y
ayudante suyo: calcule la cantidad de potencia de radiofrecuencia (la que
emiten los aparatos de radio) que es necesario radiar para elevar la
temperatura de 4 litros de agua de 35.5º C a 41º C a una distancia de 5 km y a
una altura de 1 kilómetro.
La idea de Watson Watt, que no le dijo a Wimperis,
fue que, en algunas discusiones sobre los rayos de la muerte, el énfasis había
pasado, de la capacidad de causar muertes misteriosas, a la posibilidad bien
precisa de enviar un haz que contuviese suficiente energía al cuerpo del piloto
del avión bombardero para "hacer hervir su sangre". Watson Watt se
dio cuenta de que esto no era mucho pedir y que sólo sería necesario elevar la
temperatura del piloto atacante a 41ºC aproximadamente, para que, al provocarle
fiebre, quedara incapacitado.
Wilkins pensó inteligentemente que, como el cuerpo
humano contiene alrededor de 4 litros de sangre y químicamente hablando es casi
agua, un rayo que elevara su temperatura a 41ºC por radiación de
radiofrecuencia sería equivalente a uno de la muerte. Como lo escribió el
propio Wilkins:
Mi cálculo mostró que, como era de esperarse, se
necesitaba generar una potencia enorme a cualquier frecuencia de radio para
producir fiebre en el cuerpo de un piloto de avión, aun en el improbable caso
de que su cuerpo no estuviera protegido por el metal del fuselaje [...] Como
nada cercano a dicha potencia se podía producir, era claro que no era factible
un rayo de la muerte por medio de la radio.
Le dije esto a Watson Watt al darle mi cálculo y me
respondió, "Bien, si un rayo de la muerte no es posible, ¿cómo podemos
entonces ayudarles?" Yo contesté que los ingenieros de la Oficina de
Correos se habían dado cuenta de perturbaciones en la recepción de muy altas
frecuencias cuando algún avión volaba en la vecindad de sus receptores y que
este fenómeno podría ser útil para detectar aviones enemigos.
Esta última observación, hecha en enero de 1935,
dio lugar al inicio de una serie de hechos que culminaron con la invención del
radar.
Los hechos relacionados con la Oficina Postal a los
que Wilkins se refirió habían sido observados en muchos otros lugares y en
todos ellos se consideró esta perturbación como una molestia, un estorbo que
mucha gente había tratado de eliminar. De hecho, en 1932 la Oficina Postal
Británica publicó un informe en el que sus científicos documentaron los
diferentes fenómenos naturales que afectaban la intensidad de la señal
electromagnética recibida: tormentas eléctricas, vientos, lluvia y el paso de
un aeroplano en la vecindad del laboratorio. El informe contenía un capítulo
intitulado "Interferencia por aeroplanos". Wilkins lo había leído y
se acordó de él cuando dio su respuesta a Watson. Wilkins conoció este informe
de manera accidental, en una conversación de café con la gente que trabajaba en
la Oficina Postal, que se quejaban de la interferencia de los aviones, como
alguien se queja de los mosquitos. A nadie se le había ocurrido utilizar este
hecho, hasta que Wilkins se acordó de él a raíz de la pregunta de Watson Watt.
Los científicos que escribieron el informe de la
Oficina Postal estaban estudiando la capa ionosférica de Heaviside-Kenelly
(véase el capítulo XVIII); que refleja ondas de radio, para utilizarla en
telecomunicaciones. Por ello enviaban ondas hacia la atmósfera, y cuando algo
interfería con la recepción de la señal reflejada se molestaban. En forma
casual mencionaron en el informe, a manera de explicación, que, al interferir
un aeroplano con la señal de radio, el avión la absorbe y la vuelve a emitir,
reflejándola. No habían puesto mayor atención al hecho, y se lo mencionaron en
una ocasión a Wilkins, cuando éste tomaba un café con ellos, en una visita que
les hizo para probar un aparato de radio en su laboratorio.
En varios lugares y en distintas épocas, diferentes
investigadores e ingenieros ya habían detectado la interferencia mencionada. En
muchos casos no se le dio mayor importancia y mucho menos se pensó en alguna
aplicación. En otros casos, a pesar de que las personas que lo descubrieron
pensaron en una posible aplicación, las oficinas gubernamentales que hubieran
podido apoyarlos no se interesaron. Por ejemplo, en Alemania, la falta de
interés se debió a que los militares alemanes nunca creyeron en que alguien
tendría la capacidad y la osadía de atacar las ciudades alemanas, por lo que no
vieron la necesidad de un instrumento defensivo. Los conceptos e ideas físicas
que harían surgir al radar "estaban en el aire" hacia 1935. Si no
hubiesen sido trabajados y desarrollados por Wilkins y Watson Watt seguramente
otros lo hubieran hecho, pero la idea fructificó en la Gran Bretaña, y justo a
tiempo para los ingleses, como veremos más adelante.
Cuando Wilkins sugirió la posibilidad de utilizar
el fenómeno de interferencia de ondas de radio para detectar la llegada de
aviones enemigos, Watson Watt lo comisionó inmediatamente para trabajar en el
cálculo de los aspectos cuantitativos. Wilkins calculó la intensidad de la
señal de radio que regresaría, dada la intensidad de la señal enviada por el
detector, y concluyó que el resultado dependía de la longitud de onda que se
utilizara. Sabía que un objeto dispersa y refleja ondas electromagnéticas de la
manera más efectiva cuando su tamaño es igual al de la longitud de onda. De
hecho, ésta es una manifestación de la resonancia (véase el capítulo XVII).
Wilkins supuso qué un bombardero típico de la época, tomando en cuenta las
posibilidades previstas de cambios, tenía una envergadura (o sea, la distancia
del extremo de un ala al otro) de aproximadamente 25 m, por lo que al reflejar
las ondas el avión de hecho sería una antena igual a una varilla con una
longitud de onda resonante fundamental al doble de su longitud, o sea de 50
metros.
Wilkins partió del supuesto de que contaba con un
emisor de la potencia disponible (1 kilowatt) y de longitud de onda de 50 m. Si
la antena emisora fuera una varilla de 25 m colocada a 18 m sobre el suelo,
calculó la intensidad del campo electromagnético que llegaría a un avión que
estuviese a una altura de 6 km y a una distancia horizontal de 6 km. Con esta
intensidad calculó la corriente eléctrica que el campo incidente induciría en
las alas del avión, que sería aproximadamente de 1.5 miliamperes. En seguida
calculó la intensidad de la onda electromagnética que produciría esta corriente
eléctrica, al actuar las alas como antena emisora de ondas. Finalmente obtuvo
la potencia de la onda que recibiría de regreso la antena terrestre. Encontró
que esta potencia era diez mil veces mayor que la requerida para comunicaciones
por radio, por lo que sí podría ser detectada con los aparatos existentes en la
época. En otras palabras, la idea podría funcionar. Nótese que Wilkins pensó en
que se emitiera una onda y se detectara el eco que produjera el avión.
Al terminar sus cálculos, a Wilkins le pareció
increíble que el efecto deseado pudiera detectarse; revisó sus cálculos y no
encontró ningún error y se los dio a Watson Watt, a quien le parecieron
fantásticos y nuevamente verificó los cálculos matemáticos. Al no encontrar
ningún error, sólo dos semanas después de su conversación con Wimperis, le
envió un memorándum informándole los resultados. El hecho de que un rayo de la
muerte no fuera factible no le sorprendió a Wimperis, sin embargo, sí le atrajo
la idea de poder detectar un avión. Como no estaba muy convencido de que la
idea funcionara revisó los cálculos, sin encontrar ningún error; pero como aún
desconfiaba los hizo revisar nuevamente por su asistente, que tampoco encontró
objeción alguna.
En vista de lo anterior se inició la verificación
experimental, que se encomendó a Wilkins. Éste utilizó un aparato que solamente
emitía ondas de 49 m, que consideró útil para la prueba. Se arregló que un
avión militar volara en determinado curso, desconocido por Wilkins. Con su
rudimentario equipo Wilkins pudo detectar y dar la trayectoria que había
seguido el avión. El éxito fue notable y con ello se obtuvieron las primeras
partidas presupuestarias para realizar un proyecto de gran importancia que duró
de 1935 a 1940.
La idea del funcionamiento del radar es la
siguiente: si se emite una onda hacia un objeto, y se sabe la velocidad con que
se propaga la onda, midiendo el tiempo que tarda en regresar la onda reflejada,
el eco, se puede saber la distancia a la que se encuentra el objeto. Una gran
ventaja de utilizar ondas electromagnéticas es que, como se propagan a una
velocidad extremadamente grande, la de la luz, es instantánea la detección para
todos los propósitos prácticos.
Uno de los primeros aspectos que resolvieron fue la
presentación visual de la información recibida. Para ello emplearon el tubo de
rayos catódicos que se utilizaba en física (véase el capítulo XXII). El grupo
modificó este tubo para utilizarlo en el radar. Usaron dos conjuntos de placas
desviadoras del haz de electrones (Figura 44). Un conjunto desvía el haz
horizontalmente de manera continua y sirve para marcar el tiempo desde el
instante en que se emite la onda; este tiempo es proporcional a la distancia
del objeto, por lo que la traza horizontal en la pantalla es una medida de la
distancia. El otro conjunto está conectado a la antena receptora de la señal
reflejada por el objeto; cuando se recibe la señal en el tubo el haz marca en
la pantalla un pulso. En la figura, el primer pulso, el de la izquierda, indica
la señal emitida por la estación, mientras que el segundo pulso, el menor, es
el reflejado por el objeto. La posición en el tubo del segundo pulso da una
medida de la distancia.
Figura 44. Esquema de un tubo de radar.
Después de muchos problemas técnicos y científicos
se pudo construir un sistema de radar que funcionaba razonablemente bien. Se le
hicieron muchas modificaciones para que pudiera detectar no solamente la
distancia a la que se encontraba un avión, sino también su altura. La mayor
parte del sistema estaba completo en septiembre de 1938, cuando ocurrió la
crisis de Munich.
En esa época se instalaron las primeras cinco
estaciones que funcionaron las 24 horas. Para ese entonces ya se había colocado
un gran número de torres con antenas en parte de la costa inglesa frente al
continente. Otro problema que también se resolvió fue la incapacidad de
distinguir entre un avión enemigo y uno propio, o sea la llamada identificación-amigo-enemigo.
La solución fue relativamente sencilla. Se instalaron en los aviones ingleses
dispositivos electrónicos que al recibir la onda enviada desde tierra emitían a
su vez una señal especial que los identificaba como amigos.
Debido a la gran velocidad de propagación de las
ondas electromagnéticas, cuando recibían la señal de que se aproximaba un avión
enemigo, los ingleses tenían tiempo suficiente para enviar sus cazas a
esperarlos.
La forma de operación fue la siguiente: una vez
detectado un avión enemigo por el radar, la estación transmitía telefónicamente
la información a un centro situado en Londres. Éste decidía qué escuadrones
debían hacer frente al ataque y mandaba la orden con los datos obtenidos a la
base correspondiente.
De esta manera, en agosto de 1939, tres semanas
antes del inicio de la segunda Guerra Mundial, Gran Bretaña contó con un
sistema de detección de aviones. La guerra empezó en el verano de 1940 y cuando
los bombarderos alemanes llegaron al cielo británico encontraron pequeños
grupos de cazas esperándolos. Con ayuda del radar, los ingleses podían detectar
la salida de los aviones alemanes desde sus bases situadas en países
conquistados, como Francia y Bélgica, lo que les daba tiempo suficiente para
despegar y esperarlos sobre el Canal de la Mancha.
Debido a la política de desarme seguida por Gran
Bretaña, el número de cazas disponibles era pequeño, pero el radar hizo posible
que el ataque a los bombarderos alemanes fuera preciso, adquiriendo así gran
eficiencia en la defensa aérea inglesa.
Los alemanes sabían que los ingleses contaban con
pocos aviones cazas y creyeron que iba a ser tarea fácil destruirlos e invadir
la isla. En consecuencia, en el verano de 1940, después de la caída de Francia,
con sus primeros ataques aéreos se proponían acabar con los aviones en sus
bases. Sin embargo, lo que destruyeron fueron solamente edificios, ya que con
el aviso proporcionado por el radar los aviones no estaban en tierra cuando los
alemanes llegaban, sino en el aire, y en muchos casos esperándolos.
Las esperanzas de los alemanes se desvanecieron.
Posteriormente, a fines de 1940, cometieron un tremendo error estratégico;
empezaron a bombardear Londres y otras ciudades británicas, con lo que dieron
un importante y vital respiro al abastecimiento y reconstrucción de las bases
aéreas. Como consecuencia la llamada Batalla de Inglaterra fue ganada por los
aviones ingleses, ayudados de manera esencial por el radar.
Mucho tiempo después, cuando ya habían perdido la
Batalla de Inglaterra, el alto mando alemán se percató de que fue el radar el
que ayudó a los cazas ingleses a descubrir por anticipado dónde se efectuaría
un ataque. Si se hubiesen dado cuenta de ello durante la batalla hubiese sido
relativamente fácil destruir las torres que tenían las antenas del radar y que
estaban a lo largo de la costa, frente al continente. De hecho, sí las habían detectado,
pero no sabían su función y no les dieron ninguna importancia.
La disponibilidad del radar surgió justo en el
momento oportuno para los ingleses. Si el radar hubiese llegado a ser
operacional algunos años antes, mantener en secreto su propósito hubiese sido
difícil, y con toda seguridad los alemanes lo habrían descubierto e integrado
dentro de sus cálculos militares; la destrucción de las antenas hubiese sido un
asunto muy fácil. Por otro lado, si se hubieran tardado unos meses más en
perfeccionar su eficiencia, los ingleses habrían perdido la Batalla de
Inglaterra, con lo que los alemanes habrían invadido la isla y el mundo hubiera
sido otro.
Nunca antes en la historia una invención había
tenido un papel tan significativo en el resultado de una batalla, al grado de
que cambió el curso de la segunda Guerra Mundial. Podría decirse que el radar
fue inventado no una sino varias veces en varios países y en distintas épocas,
pero fue en una sola ocasión cuando se pudo hacer efectiva la diferencia entre
la derrota y la victoria.
Fuente: http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx
FILIP JÁNSKÝ COMBATIÓ EN LA GUERRA AÉREA CONTRA LOS NAZIS
El alumno de secundaria Filip Jánský se marchó de
la Bohemia ocupada por los nazis en abril de 1939. El pantalón corto de cuero
fue el mejor disfraz del muchacho en su peligroso viaje a Francia que hizo a
pie o como polizón en un tren. Por su atuendo se parecía a un joven
sudetoalemán y así pudo cruzar el territorio de la Alemania nazi sin despertar
sospechas. La suerte le favoreció también durante la Segunda Guerra Mundial
cuando se desempeñó como ametrallador de la Real Fuerza Aérea británica. Sobrevivió a ocho aterrizajes
forzosos.
Tras llegar a Francia, Filip Jánský se alistó en la
filas de la Legión extranjera, ocultando que no había cumplido todavía los
diecisiete años. Después de un duro entrenamiento en África fue destinado a un
pequeño fuerte fronterizo en el desierto del Sahara.
Pero el joven no aguantó la férrea disciplina de la
Legión extranjera y desertó. Una patrulla lo detuvo unos días después entre las
arenas del desierto.
De la temible penitenciaría de Colomb-Béchar, en
Argelia, le salvó la orden del ministro francés de Guerra que mandó liberar de
las filas de la Legión extranjera a todos los checoslovacos para que pudieran
incorporarse al ejército checoslovaco que se formaba en el exterior.
Adolf Hitler en Praga
Desde el 15 de marzo de 1939 las tierras checas
estaban ocupadas por la Alemania nazi. En Eslovaquia se estableció un régimen
clerofascista, patrocinado por Hitler. La lucha armada en el extranjero parecía
el único camino conducente a la liberación de Checoslovaquia.
El ministro checoslovaco de RREE en exilio, Jan
Masaryk, anunció este programa en las emisiones de la BBC, destinadas a la
patria ocupada:
”Nuestro programa es la Checoslovaquia libre en la
Europa libre y estamos dispuestos a sacrificar todo para conseguirlo. En breve
las unidades checoslovacas volverán a estar en primera línea al lado de
nuestros aliados. Llegará el día cuando el nazismo y con él todos nuestros
opresores desaparecerán de la faz de la tierra”.
Filip Jánský era el miembro más joven de las
fuerzas armadas checoslovacas en el extranjero. Después de la derrota de
Francia por Hitler, en junio de 1940, fue evacuado del territorio francés a
Gran Bretaña.
Para ser admitido en las fuerzas aéreas británicas
se declaró mayor de lo que era. En otoño de 1940 concluyó como uno de los
mejores alumnos el curso para ametralladores aéreos y fue destinado al 311
escuadrón checoslovaco que operaba en el marco de la RAF británica.
En Inglaterra servían tres unidades de aviación
checoslovacas: un escuadrón de bombardeo y dos de caza.
El ametrallador Filip Jánský pasaba momentos
escalofriantes a bordo del bombardero Welligton que efectuaba ataques aéreos
nocturnos a la Alemania nazi. Su puesto en la parte trasera del avión era muy
vulnerable cuando el Wellington atravesaba una verdadera muralla de fuego
antiaéreo al acercarse al objetivo del bombardeo.
El Wellington regresaba de sus misiones agujereado
por los proyectiles enemigos y frecuentemente con los motores fallando. En el
vuelo de vuelta Jánský escrutaba atentamente el cielo para avistar a tiempo
cazas alemanes. Defendía el Wellington disparando con sus dos ametralladoras.
Filip Jánský resultó dos veces herido. Por primera
vez fue en un duelo con un caza nocturno alemán al que había derribado.
Y por segunda vez aconteció en noviembre de 1941.
Al regresar al bordo del Wellington de una operación sobre la ciudad alemana de
Kiel, Jánský sufrió una lesión grave de la columna durante un aterrizaje
forzoso en la costa inglesa.
Película “Jinetes del cielo”
Las tripulaciones checas hacían el máximo esfuerzo
para cruzar con los aviones increíblemente destrozados el Canal de La Mancha y
tomar tierra en Inglaterra. El derribo o el aterrizaje forzoso en territorio
enemigo les costaría la vida. Los nazis no reconocían a los checos el estatuto
de prisioneros de guerra. Les esperaba un campo de concentración y la ejecución
por un pelotón de fusilamiento.
Después de su grave lesión de la columna, por
decisión de los mandos Jánský no debía participar más en misiones de combate.
Pero su espíritu le exigía seguir al lado de los compañeros. Sin que lo
supieran los mandos, el joven de vez en cuando relevaba a un compañero en el
puesto de ametrallador.
Cuando el escuadrón fue encargado de localizar
submarinos enemigos, Jánský volaba con sus compañeros sobre el Golfo de Vizcaya
y el Atlántico a bordo del bombardero Liberator.
Película “Jinetes del cielo”
El 6 de junio de 1944, al iniciarse el desembarco
de las unidades angloamericanas en las playas de Normandía, despegó de su
aeródromo también el Liberator X-975 en el que volaba sin el permiso de los
mandos el Sargento Filip Jánský.
La tripulación del Liberator localizó un submarino
alemán que intentaba acercarse a la flota angloamericana. Los tripulantes del
avión llamaron por radio a las corbetas aliadas que hundieron el submarino
nazi.
Después de cada operación, las tripulaciones
tuvieron que relatar su transcurso a un oficial de Inteligencia británico. Así
tras el aterrizaje del Liberator X-975 salió a la luz que en la misión había
participado sin el conocimiento de los mandos el Sargento Jánský. Por la
infracción del reglamento militar le esperaba un juicio.
Pero la suerte no le volvió la espalda. Pudo
incorporarse a un grupo de soldados checoslovacos trasladados vía Oriente
Próximo a la Unión Soviética para combatir en las filas del Primer Cuerpo del
Ejército Checoslovaco, formado en la URSS. Jánský se desempeñaría en el Frente
Este como instructor de ametralladores aéreos.
Película “Jinetes del cielo”
El lunes 16 de abril de 1945, las tropas soviéticas
y checoslovacas libraban con los nazis encarnizados combates en los accesos a
la ciudad de Ostrava, en el norte de Moravia. Filip Jánský decidió a última
hora relevar personalmente a un ametrallador novato.
Antes de subir al avión hizo algo inusual en él: pidió
un paracaídas que se colocó sobre el pecho. Habitualmente no lo usaba o se lo ponía
debajo de los pies en el puesto de ametrallador.
Los aviones checoslovacos fueron atacados por una
agrupación de los cazas alemanes Focke-Wulf. Jánský libró un duelo con uno de
ellos. Lo derribó y su piloto fue hecho prisionero.
La victoria sobre el contrincante alemán le salió
cara a Jánský. Sufrió lesiones en la cara, los brazos y las piernas. Pero, a
pesar de todo, tuvo suerte. Una esquirla del proyectil enemigo se clavó en la
seda del paracaídas. Si no lo hubiera llevado, no sobreviviría al fuego
enemigo.
Jánský fue hospitalizado en un hospital militar
soviético pero el 10 de mayo de 1945 ya estaba en Praga. Para poder celebrar el
fin de la guerra en la capital checoslovaca se escapó del hospital. Al terminar
la contienda, Jánský no había cumplido todavía los 23 años.
En 1964, Jánský debutó como escritor, publicando el
libro “Jinetes del cielo”. En él rindió un homenaje a los aviadores
checoslovacos, muchos de los cuales encontraron su tumba en el fondo del Canal
de La Mancha, el Golfo de Vizcaya o el Atlántico.
El protagonista de la obra, apodado El Guapo,
participaba como ametrallador del bombardero Wellington en los ataques aéreos a
la Alemania nazi y en los combates aéreos sobre el Atlántico y el Mar del
Norte. Después de un aterrizaje forzoso su avión estalló y El Guapo se quedó
sin rostro. En su cara quemada no había labios, nariz ni párpados. Parcialmente
recuperado y con un ojo de vidrio, el muchacho regresó a su puesto de
ametrallador.
”Jinetes del cielo” fue traducido a cinco idiomas y
en 1968 fue rodada su versión fílmica. El libro muestra que la guerra siempre
es horrible, aunque sea conducida por una causa justa.
Fuente: https://www.radio.cz
LAS INCREÍBLES HISTORIAS DE LOS PILOTOS ARGENTINOS QUE PELEARON EN LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
En su nuevo libro "Volaron para vivir",
el historiador Claudio Meunier regresa a la fascinante historia de los más de
500 pilotos argentinos que pelearon por los Aliados contra las potencias del
Eje.
Robin Houston, uno de los 500 pilotos argentinos
que pelearon en la Segunda Guerra Mundial
7 de diciembre de 1943. "Una buena noche para
sacudirle las plumas a los japoneses", le dice el Flying Officer Robin
Houston a su copiloto, mientras inicia la puesta en marcha del enorme
bombardero cuatrimotor americano B-24 Liberator Mk III (BZ844), al que ha
bautizado "El Rompeculos". Robin Houston es argentino, y vuela con el
escuadrón 355, en el teatro de operaciones de Burma. Lleva consigo un enorme
revolver personal Smith Wesson calibre 38, listo para usar en caso de ser
derribado, no contra los japoneses sino para volarse la cabeza en caso de que
intenten capturarlo. Es más saludable una muerte de un tiro en la boca que ser
torturado implacablemente por los salvajes japoneses. También porta un pequeño
salvoconducto. El papel contiene en diferentes dialectos de las tribus que
pueblan la selva una frase que informa que será recompensado con dinero aquel
que mantenga con vida al piloto y lo lleve ante las autoridades de las fuerzas
aliadas. También cigarrillos, caramelos, frutas, café y comida para su mascota
Minnie, un pequeño mono macaco que vive en su hombro, aferrado a su cuello
durante los vuelos.
El B-24 está a punto de despegar, los cuatro
motores rugen en la cabecera de pista. En la cabina reina el silencio.
"Frenos fuera", informa el copiloto, la nariz del B 24 se levanta al
comenzar la carrera de despegue. Minnie despreocupado, ha encontrado una
ocupación, se introduce en el bolso de herramientas que se encuentra abierto y
juega con ellas. El Rompeculos se eleva abandonando su base en Salbani, India.
Vuela hacia la espesa alfombra verde que es la selva del sudoeste asiático.
Esta es la segunda misión de combate que realiza Robin, y consiste en destruir
la estación ferroviaria de Mandalay, en poder de los japoneses, y dejarla fuera
de acción, lanzando 3000 kilos de bombas.
La vista de Robin Houston desde su avión
La noche sobre Burma se presenta bastante aceptable,
las nubes blanquecinas, separadas como un rebaño perdido, se mueven brillando
con la luz de la luna. Robin guía el Rompeculos hacia el blanco. Desde decenas
de kilómetros, puede observar las luces de Mandalay. A medida que la formación
de bombarderos se acerca, la ciudad se cubre progresivamente de la más absoluta
oscuridad. Es un desconcierto, los japoneses no entienden que tipo de
bombardero tendrá el alcance para llegar a un blanco tan lejano. Los
reflectores se encienden, elevándose hacia lo alto del firmamento. Buscan a los
intrusos, pero poco pueden hacer. El fuego antiaéreo parece realmente alguna
mala broma, cero efectividad, además disperso por debajo de ellos.
-Compuerta de bombas abierta
-Compuerta de bombas abierta, skipper
-Muy bien
-Soltar bombas
-Bombas afuera
-Bombas afuera, skipper
Golpes secos seguidos de chasquidos se suceden
anunciando el desprendimiento de las bombas. Houston apoya sus manos en el
volante del avión, sin ese peso es lógico que el Rompeculos quiera elevarse de
golpe.
-Compuerta de bombas cerrada
-Compuerta de bombas cerrada, skipper
El blanco se ilumina, la oscuridad es interrumpida
por las bombas que explotan en latigazos de luz. A las bombas se suma un convoy
al parecer cargado con municiones o combustible, que también explota. Al estar
ausentes los cazas japoneses, es posible para los bombarderos volar alrededor
del blanco, observando los resultados de su ataque y fotografiando. En el cielo
todo parece etéreo e irreal, no llegan los sonidos de la guerra, ni siquiera el
de la artillería antiaérea que explota mucho más abajo, solo se escucha el
ronroneo de los motores americanos Pratt & Whitney R-1830 Twin Wasp. Así
termina la segunda misión de Houston. La primera casi en desastre cuando lo
enviaron a una misión sobre Francia mientras se encontraba en etapa de
entrenamiento y volvió con su avión destrozado al ser alcanzado por el Flak en
la costa enemiga.
Morir en la sopa
Un día antes de la Nochebuena de 1943 llegan
tanques suplementarios, que comienzan a ser instalados en los B-24 Liberator.
Nadie conoce aún el blanco, pero los tanques de combustible permiten adivinar
una extensa misión detrás de las líneas enemigas y bien adentrados en ella.
Caer allí significa la muerte segura en el mejor de los casos, y en el peor la
tortura y la prisión a manos de los bestiales japoneses. Días más tarde, el
rumor corre entre los oficiales y pilotos: el blanco al parecer es la infame línea
ferroviaria de Bangkok, Siam, llevada adelante por la ingeniería japonesa pero
con mano de obra de prisioneros del Commonwealth, hombres que mueren de a miles
por el maltrato recibido durante la construcción.
Houston despega en el tórrido atardecer de su base
en Salbani, poniendo rumbo a la ciudad de Bangkok. Integra una fuerza combinada
de Liberator americanos y de la RAF. La autonomía del Rompeculos no es
suficiente para tan extenso vuelo, le instalan una bomba de traspase de
combustible y tanques de combustible repartidos dentro del fuselaje para llegar
al blanco. Esto constituye un verdadero peligro. Los gases, recorren el avión,
que cargado de bombas lo convierten en una bomba de alto poder en caso de que
una chispa irrumpa por alguna parte del fuselaje. Minnie, aferrado con sus
pequeñas manos al casco de Robin duerme apoyado sobre su cabeza. Atención a los
cazas nocturnos, advierte Robin a sus artilleros, es muy común que aparezcan
con sus luces de posición encendidas colándose entre los bombarderos, volando
desvergonzadamente en el grupo sin que lo adviertan. Luego de un cambio rápido
de velocidad atacan por única vez, generalmente es suficiente para derribar al
avión, son pocos los aviones nocturnos y sus pilotos son muy buenos en el arte
de combatir en la oscuridad.
El ingeniero de vuelo se encuentra bastante
preocupado ayudando a bombear el combustible a los tanques en las alas
manteniendo nivelado el peso del B-24. Cualquier ventanilla de que dispone el
avión se encuentra abierta, disipando los gases del combustible que se acumulan
dentro del fuselaje. El apuntador de bombas baja a su puesto en la trompa del
Rompeculos, falta poco para llegar a Bangkok.
Cuando las luces de Bangkok comienzan a
desaparecer, producto seguramente de la alarma antiaérea general. Minnie intuye
algo peligroso, comienza a gritar y aúlla. Robin acaricia la mascota y le dice,
"¡Espero que esta noche el avión no nos rompa el culo a nosotros!"
Una bola de fuego explota delante del Rompeculos,
deflagraciones rojizas se multiplican de repente en el cielo, creando una
alfombra de llamas, un paisaje irreal. Es la artillería antiaérea japonesa que
abre fuego. Los destellos de las granadas, rojizos se vuelven parduzcos al
extinguirse, explotan algunas granadas lumínicas, pero por debajo de los
incursores. Robin deja en manos del apuntador de bombas el control del avión
para la corrida de tiro.
La lluvia de metralla lanzada contra el Rompeculos
alcanza el fuselaje, es un terrible tamborileo que abre pequeños agujeros por
los cuales la luz penetra la oscuridad del fuselaje, parecen mil linternas
encendidas iluminando a cada tripulante. Las esquirlas, muchas de ellas sin
fuerza golpean como piedras de hielo abatiéndose sobre alguna casa con techo de
chapa durante una tormenta veraniega. Los proyectiles que suben, perezosos,
sobrepasando a los bombarderos detonan más arriba. Robin corrige el rumbo del avión
a indica al apuntador de bombas que está listo para realizar la descarga del
armamento. Un gran destello ilumina la cabina detrás de Robin seguido de un
martillazo que lo desconcentra. Minnie aferrado al cuello de Houston grita, sus
uñas le arañan el cuello y lo lastima. Minnie basta, basta, mono hijo de puta,
me estás haciendo mierda; grita Robin. Minnie con su instinto de supervivencia
altamente desarrollado sabe que la muerte los ronda alrededor del avión.
En la radio interna del avión, el artillero trasero
grita alterado; “nos dieron, nos dieron”. Robin observa el ala izquierda, el
motor interno larga pequeñas llamas azuladas por los deflectores, el motor, se
encuentra en problemas. El ingeniero de vuelo informa que los indicadores de
presión de aceite y de nafta caen, no hay más opción, debe seguir el
procedimiento de emergencia, cortar la potencia, cerrar el paso de combustible,
lanzar el matafuego y detener la hélice en bandera. Robin escucha al apuntador
de bombas diciendo; bombs gone (bombas fuera), el B-24 se eleva ganando altura
liberado de las bombas. Robin retoma el control del avión dejando al ingeniero
a cargo del motor averiado. El Rompeculos escapa del blanco y del fuego
antiaéreo soltando una columna de humo blanco de su motor averiado.
Las bombas lanzadas por el Rompeculos explotan
sobre el blanco, iluminando a la ciudad como si estuviera en un día soleado,
una cámara fotográfica a bordo registra los momentos en que las bombas
explotan. El B-24 sobrevive, las demás tripulaciones en diferentes aviones se
llaman entre sí, comienzan el conteo a ver quién falta. Es una noche con
suerte, parece que todos, vuelven. Bangkok en llamas puede ser vista desde el
aire a distantes cien millas de distancia.
El raid continua y los problemas también, desde la
base informan que en Salbani la lluvia es torrencial, el aeródromo se ha
cerrado. Deben encontrar otro aeródromo alternativo y descender en él. La
opción más segura es el aeródromo de Dohazari, otro aeródromo de la RAF. En las
alturas, Robin, divisa la pista inmersa en una capa de niebla muy parecida a
las de Gran Bretaña, utiliza a bordo la lámpara de señales para marcar la
posición en el aire. Robin solicita que enciendan las luces de la pista. Una
franja iluminada, aparece recortada entre la niebla. El ingeniero de vuelo le
informa a Robin: “Jefe no tenemos más combustible”. El preciado líquido alcanza
solo para atravesar la espesa niebla, encontrar la pista y aterrizar, es la
única opción, tampoco existe la oportunidad de arrojarse en paracaídas debido a
la baja altura. Robin prepara el descenso, baja el tren de aterrizaje, los
flaps caen, el Rompeculos cruza unas montañas bajas apuntando el morro del
bombardero hacia la pista. El navegador y Robin cometen un error en el que no
han reparado. Verificar la altura con respecto al mar del aeródromo, que se
encuentra por encima del nivel del mar. Al no corregir la altura del altímetro,
la lectura sobre la altura es errónea, el indicador, cuando marca 600 metros de
altitud, en realidad se encuentra a la mitad, 300 metros.
Robin perfora la niebla, es una sopa espesa, blanca,
que parece no tener fin. No quiero morir en esta sopa; le dice Robin al
copiloto mientras sigue con el descenso, las luces de la pista se extinguen,
habrá que descender un poco más…..
Al salir por debajo del enorme banco de niebla,
distingue fugazmente algo brillante delante suyo, es un arrozal, Robin alcanza
a gritar; “dios mío”, tira el comando hacia atrás, pero es demasiado tarde. Una
tremenda explosión desgaja al Rompeculos en varias partes, la fuerza del golpe
es tan brutal que le arranca el comando de sus manos, a pesar del arnés que lo
amarra muy bien al asiento, su rostro golpea contra el tablero de instrumentos,
el latigazo lo nockea. Minnie vuela dentro de la cabina gritando de terror.
Robin despierta, siente calor en su rostro, algo viscoso rueda sobre sus
mejillas, se toca con sus manos enfundadas en guantes y descubre que es sangre.
No termina de entender que ocurre, pero su instinto de supervivencia le dice
que debe escapar de ese montón de chapas aprisionadas y dobladas en el arrozal.
Escapa de la cabina con su ropa cortada, tiene cortes en su piel, camina
mareado, cae en el arrozal. Minnie encima de la cabina disfruta de unas bayas
mirando hacia el bosque, añorando su libertad. Los tripulantes comienzan a
salir, parecen un grupo de amigos saliendo de un bar nocturno en estado de
ebriedad que se arrastran en las calles. Un motor se encuentra en llamas con su
hélice girando a bajas revoluciones, pero que importa, el avión no tiene más
combustible para unas pocas vueltas más, alguien lanza una bengala para que los
vayan a rescatar, el lugar es un caos. La tripulación completa sobrevive, hay
un solo herido, el navegador que ha quedado en su puesto atrapado con ambas
piernas quebradas.
Cinco argentinos para Wingate
Robin vuelve a las operaciones de bombardeo junto
el escuadrón 355 luego de su accidente, su paso por la unidad se reduce a dos
operaciones más. Un casual descubrimiento lo induce a solicitar su pase al
escuadrón 194, ellos vuelan los bimotores de transporte C 47 Dakota. La unidad
tiene un comandante cordobés, el Wing Commander Alec Pearson DFC, el segundo
comandante también es argentino, el Squadron Leader Frankie Bell DFC y además
cuentan con dos navegadores porteños, los Flight Lieutenant Kenneth Hale y
Mickey Forrester. Su pase es aprobado y Robin es enviado a volar detrás de las
líneas enemigas, arrojando suministros y tropas en paracaídas para los Chindits
del famoso Order Wingate. Se siente a gusto, los comandos del C-47 Dakota son
infinitamente más maniobrables que en el Liberator.
Durante la planificación de una misión, Robin toma
contacto con un jefe Gurkha al cual debe lanzar con sus hombres detrás de las
líneas japonesas. La reunión desemboca en una discusión con el oficial Gurkha
que nunca ha saltado en paracaídas, desconoce la altura mínima para saltar. El
Gurkha insiste en que Robin vuele rasante pegados al suelo y los tiren. Houston
le informa que no va a volar por debajo de la altura mínima prevista para el
salto. El oficial Gurkha, grita, insiste. Robin esboza una sonrisa y le dice,
"Ustedes saben que van a saltar en paracaídas, ¿no?" "¿Ah, es
con paracaídas?"; contesta el Gurkha, y agrega: "Yo pensé que
saltamos directo sobre la maleza".
Establos voladores
Debido a la escasez de caminos en Burma, al
Ejército británico no le quedó otro recurso que apelar a las mulas para el
transporte de cargas. Era el medio más adecuado para llevar pertrechos por
senderos angostos y absolutamente irregulares como los que debían transitar
aquellas fuerzas que operaban de manera no convencional. Pero llevar las mulas
en los Dakota, hasta los sitios donde serían empleadas, esa era otra cosa. Lo
común era cargar cuatro mulas y nueve hombres, o cinco mulas y cinco hombres.
Cada animal tenía su propia personalidad que los diferenciaba entre sí. Se las
hacía subir al compartimiento de carga y se les ataba las patas a unas
primitivas jaulas de madera, pero generalmente se soltaban, empezaban a patear
y sus cascos tenían la fuerza suficiente para agujerear los fuselajes o cuanto
menos deformarlo. Robin transportó mulas para las tropas, debía asegurarse de
que en los compartimientos de carga se las asegurara con gruesas varas de bambú
a los costados, las que a su vez eran aferradas a los largueros laterales del
fuselaje. A bordo, en más de una ocasión, los cuidadores se encerraban en el
baño temiendo ser pisados o pateados por los animales. Cuando se cargaban las
mulas en Halikandi, hacía demasiado calor para esperar sentado en la cabina
hasta que finalizara el trabajo. Eso implicaba que los tripulantes, para llegar
a su puesto, tenían que deslizarse por el lomo de ellas.
Robin volvió a Buenos Aires luego de pelear en la
Segunda Guerra
Robin aprendió a cuidarse de las tremendas patadas
que eran capaces de descargar y no pasar cerca de sus hocicos, las más ariscas,
tenían la costumbre de morder a los tripulantes cuando trataban de alcanzar sus
puestos. Las mulas podían ser más peligrosas aun, los pilotos tenían siempre a
mano el revólver reglamentario a raíz de un grave incidente con una de ellas.
Durante un vuelo se soltó una mula atada a una larga vara de bambú, camino
hacia la cabina introduciendo su cabeza entre el piloto y copiloto. Ambos
aviadores realizaron frustrados intentos para regresarla a su posición, el
forcejeo fue en aumento causando un gran disturbio en el interior de la cabina.
Cuando lograron echarla, la mula empezó a lanzar patadas por doquier, siendo el
fuselaje y el mecánico sus principales objetivos, con el animal salido de
control hubo que dispararle en su cabeza por razones de seguridad. Debido a
esta clase de cargas se comprende porque los Dakota del 194 olían como
establos. En beneficio de la higiene del lugar de trabajo, la tripulación, con
el comandante del vuelo a la cabeza, tenían que barrer la cabina y
compartimiento de carga después de cada salida. Esa era una tarea para la cual
no habían recibido instrucción específica en ninguna escuela de vuelo de la
RAF.
Vivir en la jungla
Robin, nacido en Buenos Aires el 19 noviembre de
1918, vivió en el barrio de Belgrano, asistió al English High School. De
pequeño demostró tener un gran carácter, no dudaba en trabarse a golpes de puño
cuando un amigo o compañero era presa de algún acto de maldad o injusticia. Era
común para el agarrarse a trompadas en las calles, casi como una especie de
justiciero ambulante. Su pasión por los deportes lo llevó a practicar lucha
greco romana convirtiéndose en campeón argentino. El rugby ingresó en su vida,
demostró ser un aguerrido rugbier del club Hindú. Incursionó por principios a
favor de los movimientos aliados en el box callejero, como miembro de la
agrupación democrática Acción Argentina: pertenecía a su fuerza de choque, que
enfrentaba en las calles a las juventudes nazis constituidas alrededor de la
Alianza Libertadora Nacionalista que pululaban por Buenos Aires. Participó en
varias refriegas, terminó preso en tres ocasiones en la Comisaría 15 de calle
Suipacha. La situación, lo cansa. Decide que la mejor manera de combatir no es
la calle con sus puños, sino con un enorme bombardero americano de cuatro
motores, defendido con ametralladoras y provisto de gran cantidad de bombas.
Viajó en buque a Canadá y se enroló en su Fuerza Aérea, luego de salir primero
entre los pilotos de su promoción, tuvo el derecho a elegir qué clase de avión
quería volar, no lo dudó, vuelo en bombarderos. Entrenó en Gran Bretaña a bordo
de bimotores Wellington incluyendo una misión. Al culminar el curso de piloto,
fue seleccionado para viajar al sudoeste asiático y unirse a la RAF en su lucha
contra los japoneses. Robin sobrevivió a la guerra, dejó atrás los días del
combate y retornó a Buenos Aires.
Retomó sus hobbies, tocar clarinete y rodearse de
animales domésticos, también de la compañía femenina. Con su hermano Douglas
emprendieron dos negocios exitosos en Argentina, en los ferrocarriles y la
industria del petróleo, nada menos que la perforación de mil pozos en el flanco
sur de Comodoro Rivadavia, para la estatal YPF. Su interés con la aviación fue
más breve, adquirió un Ryan Navion y luego un Sea Bee. Jubilado, vivió en la
Recoleta, se dedicó a los automóviles sport y el rugby siguió siendo otra de
sus pasiones, fiel a sus clubes Hindú y Esgrima. Le gustaba mucho mirar
tranquilamente la televisión y era fanático del humorista Tato Bores, con quien
llegó a conocerse y entablar una fuerte amistad.
Falleció en Buenos Aires mientras corría el año
2002. Hasta sus últimos días recordó a Minnie, el pequeño macaco voluntario que
lo acompañó en sus peligrosos vuelos. A pesar de vivir en libertad permaneció
con Robin como compañero de batalla. Al concluir el conflicto, Minnie junto a
otros macacos, mascotas en el escuadrón, sin razón de vivir más peligros, se
juntaron y se perdieron en la selva de Burma, como Robin, que volvió a la
tranquilidad de su antigua selva la ciudad de Buenos Aires, liberados ambos de
los momentos más tensos que puede atravesar un ser vivo, la guerra.
El texto forma parte del próximo libro de Claudio
Meunier, "Volaron para vivir"
Fuente: https://www.infobae.com
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