La Marina Real Británica envió cinco submarinos nucleares y uno convencional al conflicto del Atlántico Sur. En cuatro ocasiones, sus tripulaciones sintieron que la muerte los rondaba por la aparición de aviones argentinos.
Por Mariano
Sciaroni
La
Marina Real británica desplegó cinco submarinos nucleares y uno convencional (diésel/eléctrico)
durante el conflicto de Malvinas en 1982. Su participación es mundialmente
famosa al haber hundido el HMS Conqueror al ARA General Belgrano, el 2 de mayo
de 1982 pero no pudieron conseguir hundir al portaaviones ARA 25 de Mayo (el
blanco más importante), principalmente por la tenaz defensa que efectuaron del
mismo los aviones y helicópteros de la Aviación Naval. Esa fue una gran
frustración para la fuerza de submarinos del Reino Unido la cual, en 1982,
posiblemente era la mejor del mundo.
Pero la
campaña de Malvinas no fue fácil, en ningún aspecto. Ciertamente, como dijo un
submarinista británico, tuvieron “largos momentos de aburrimiento y cortos e
intensos momentos dramáticos”.
Aquí,
en sus palabras, algunos de esos momentos de terror en las profundidades que
sufrieron los marinos británicos. Son historias que permanecieron, en algunos
casos, clasificadas por cuarenta años antes de ver la luz.
El HMS Conqueror regresando a puerto después de Malvinas, desplegando el lianzo pirata por el hundimiento del Belgrano, como es tradición en esa fuerza (Royal Navy)
El
Conqueror se escapa de un torpedo antisubmarino
El 7 de
mayo, en horas de la tarde, el submarino nuclear HMS Conqueror se encontraba al
oeste de las Islas Malvinas, en una zona de patrulla dentro de la llamada Zona
de Exclusión Total.
El
submarino, que hacía cinco días había hundido al crucero ARA General Belgrano,
estaba a poca profundidad y, fuera de la superficie sobresalían uno de sus
periscopios, la antena de radio y otros mástiles.
A
ningún submarinista le gusta exponerse así, pero el comandante del Conqueror,
Chris Wreford-Brown, estaba tratando de recibir mensajes de radio cifrados,
algo que se estaba complicando un poco por la mala conexión con el satélite.
Menos cuando habían recibido, poco antes, un reporte acerca que un avión
Neptune de la Armada Argentina había despegado de la base de Río Grande. Los
aviones Neptune y Tracker, así como los helicópteros navales, eran temidos por
los submarinistas británicos, ya que portaban torpedos inteligentes, el arma ideal
para cazar un submarino.
Como
aspecto positivo, el clima era bueno y el mar estaba calmo. Todo era
tranquilidad.
A las
12:54 todo cambió. El marino en el periscopio notó, a casi dos mil metros, una
aeronave volando a muy baja altura, con dirección al submarino y
simultáneamente, se detectó la emisión de un radar que provenía del avión.
Inmediatamente dio aviso, escuchándose entonces la alarma, mientras el oficial
de guardia gritaba por los altavoces internos “¡Estaciones de combate,
prepararse para ser atacados!”
Segundos
después de escuchar el sonido de la alarma Wreford-Brown estaba en el puente
ordenando “¡A toda máquina! ¡15 grados abajo! ¡30 grados a estribor!” Trataba
de ganar profundidad y girar, para escaparse del avión, esperando que no fuera
uno de los temibles Neptune.
Periscopio y antena de contramedidas electrónica que se usan para interceptar señales de radio o radar de un submarino nuclear británico (US Navy)
Sin
embargo, una situación ya tensa se convirtió en puro terror cuando, desde el
cuarto de sonar se escuchó “contacto moviéndose rápidamente al 330″: había un
torpedo en el agua dirigiéndose hacia el Conqueror.
En ese
momento, el comandante del submarino y su segundo, Tim McClement, encendieron
sus cronómetros: el torpedo debía impactar en menos de seis minutos o agotaría
su batería. Seis largos minutos para escaparse del torpedo o morir.
Narendra
Sethia, un joven oficial del submarino, anotaba en su diario “¡No, no puede
terminar ahora! Mi vida pasaba por mi mente y mi corazón se aceleraba. El
cuarto de sonar seguía informando de un contacto que se movía rápidamente y yo
estaba de pie en la cabecera de la mesa de la sala de control, sudando,
esperando a que el torpedo nos alcanzara...... La sala de control era una
escena de pánico controlado -controlado, porque todo el mundo seguía haciendo
su trabajo; pánico porque todo el mundo creía que era el fin”.
Mientras
todos estaban paralizados o en sus puestos, a un marino se le ocurrió
aprovechar para prender la lavadora de ropa y meter algunas prendas: un
camarada lo noqueó de una trompada, ya que los torpedos inteligentes buscan el
ruido del submarino y una lavadora vieja no es muy silenciosa.
Mientras
Wreford-Brown mandaba hacer maniobras evasivas, ordenó también algo impensado.
Pidió a los maquinistas que se ordenara el reactor nuclear a máxima potencia,
dejando de lado las limitaciones de seguridad. Por un lado, el reactor podría
fallar (provocando una explosión o, en el mejor escenario, una fuga radioactiva)
pero, por otro, necesitaban esos nudos extras de velocidad que el reactor a
toda potencia daría.
Sin
embargo, los seis minutos pasaron y nada sucedió. Se ordenó poner nuevamente en
su lugar las medidas de seguridad del reactor pero el submarino siguió
alejándose del lugar del hecho por casi una hora más.
Carta del informe de guerra del HMS Conqueror, que marca donde tuvieron el encuentro con el avión enemigo
En un
análisis posterior, se llegó a la conclusión que el torpedo no había existido,
sino que el propio sonar remolcado del Conqueror (un cable de gran extensión
que el submarino remolca y sirve para tener una mejor escucha) había sido
confundido con uno, en el marco de un momento de tensión y mientras el
submarino tomaba velocidad.
Pero el
avión si había existido. El C-130 Hércules de la Fuerza Aérea Argentina con
indicativo PATO (al comando del Vicecomodoro José Demarco) fue quien causó tan
grande revuelo. Volvía, sin arma alguna, de una misión de reabastecimiento de
las islas, a escasísima altura y gran velocidad y su tripulación se sorprendió
en notar gran actividad en el mar, que consideraron un submarino. Así lo
reportaron apenas aterrizaron.
Lo que
nunca supieron es que, al sobrevolarlo, les dieron a los submarinistas
británicos casi una hora de terror.
El submarino HMS Onyx en una foto tomada desde el Boeing 707 "Tronco" de la Fuerza Aérea Argentina el 21 de mayo de 1982 (Fuerza Aérea Argentina)
El HMS
Onyx es “cazado” en la superficie.
El 21
de mayo de 1982, el Boeing 707 (matrícula TC-92 e indicativo “Tronco”) de la
Fuerza Aérea Argentina, a cargo del Vicecomodoro Jorge Riccardini se encontraba
en un vuelo interminable de reconocimiento marítimo.
Estos
aviones servían para transportar pasajeros y carga pero se habían improvisado
como exploradores de largo alcance y muy bien estaban haciendo ese trabajo.
Luego
de descender para avistar un buque que les pareció sospechoso, notaron que, a
lo lejos, había otro blanco que les dejaba dudas.
Un avión C-130 Hércules aterrizando en la pista de Puerto Argentino durante el mes de abril de 1982. En mayo, con el bloqueo iniciado, las aproximaciones y despegues se habían con gran premura y sigilo (Fuerza Aérea Argentina)
Grande
fue la sorpresa cuando, al acercarse al mismo se encontraron con un submarino
clase Oberon, al HMS Onyx navegando en superficie. Lo habían encontrado, como
se dice, “con los pantalones bajos”, ya que, ante la menor presencia de un
avión (y antes de poder saber si es propio o enemigo), un submarino va rápidamente
a inmersión.
Pero,
en este caso, los tripulantes del Onyx se habían confiado en que los argentinos
no llegarían hasta allí, virtualmente la mitad del océano y que, si llegaban,
no podrían descubrirlos en la vastedad del Atlántico.
Pero se
equivocaron, ya que el Boeing 707 llegó hasta sobrevolar al Onyx y, de haber
portado armas, fácilmente lo podría haber hundido.
El
submarino británico, apenas pudo, fue a inmersión y permaneció allí durante
ocho horas, posiblemente con el orgullo herido.
Cuarto de control del submarino HMS Valiant (autor desconocido)
Dos
submarinos casi hundidos en 15 minutos
El 23
de mayo, el submarino nuclear HMS Valiant se encontraba sumergido a profundidad
de periscopio, navegando entre las islas y el continente. Su misión era la de
evitar que buques argentinos se acercaran a las fuerzas británicas, que en ese
momento estaban consolidando la cabeza de playa en San Carlos, así como alertar
sobre aviones argentinos que se dirigieran a las islas.
Era una
tarde aburrida y parte de la tripulación se encontraba viendo la película
alemana “Das Boot” (El Barco), que trata sobre un submarino en la II Guerra
Mundial. El sonar anunciaba que no había contactos cercanos y el periscopio y
el resto de las antenas no sobresalían del agua, por lo cual nadie los podría
detectar desde el cielo.
Pero,
de la nada, se comenzaron a sentir cada vez explosiones más fuertes. La quinta
y última “lo suficientemente fuerte como para sacudir el submarino (y su
tripulación) considerablemente”, según Tom LeMarchand, su comandante.
Se dio
la alarma y el submarino, considerándose atacado, comenzó maniobras evasivas,
mientras la tripulación corría a sus puestos.
¿Qué
había sucedido?
Un
vuelo de aviones de combate de la Fuerza Aérea Argentina, posiblemente cazas
Dagger con base en San Julián, que regresaba de las islas sin encontrar
blancos, había desprendido sus bombas en el medio del mar (aterrizar con bombas
es extremadamente peligroso), casi impactando contra el Valiant.
Esto
puede parecer como una casualidad de uno en un millón… pero no fue la última
vez que sucedió en la guerra. Y terminó con un submarino británico con daños, aun
cuando menores.
Un avión IAI Dagger cargado de bombas, en una foto después de la guerra. Es muy peligroso aterrizar con bombas, por lo cual era un procedimiento normal desprenderse de las mismas en el mar si no se llegaban a lanzar. El Valiant casi es hundido por una de estas bombas (Fuerza Aérea Argentina)
Ese
mismo día 23 de mayo, el submarino nuclear HMS Splendid, uno de los más
modernos de la Armada Real, se encontraba patrullando al norte de la Isla de
los Estados y en las cercanías de la base aeronaval de Río Grande. Nuevamente,
como le sucedió al Valiant, de repente se escucharon fuertes explosiones
cercanas, cuatro en este caso.
El
comandante del buque, Roger Lane-Nott se encontraba en su camarote y cuando
escuchó las explosiones, corrió al puente y tomó el periscopio, que ya estaba
izado.
“Tomé
el periscopio y escaneé la superficie: nada y luego el cielo. Y entonces vi un
caza Skyhawk cruzando el cielo a una distancia lateral de unos 1.000 metros, y
claramente dirigiéndose a su base. Mientras informaba al resto de la sala de
control de lo que estaba viendo, vi una gran bomba que salía de la panza del
avión y caía hacia el mar”.
El
mismo comandante relata que sufrieron por las explosiones “daños superficiales
muy leves” pero, en todo caso, son daños. Algo inédito, ya que en ninguna otra
ocasión de la historia (ni antes ni después) un submarino nuclear sufrió daños
en una situación de guerra.
Como
señalaba Paul Slemon, uno de los tripulantes del submarino: “Qué irónico habría
sido que hubieran hundido accidentalmente un submarino nuclear que se
encontraba en su ruta de vuelo.”
Ciertamente,
la aviación argentina, en forma inadvertida, el 23 de mayo de 1982 y en el
lapso de 15 minutos, casi hunde no a uno, sino a dos submarinos nucleares
enemigos, provocando hasta daños al Splendid.
Fuente:
https://www.infobae.com