Por Stephen Dowling
El
6 de septiembre de 1976 una aeronave sobrevoló el cielo de la ciudad japonesa
de Hakodate, en la isla de Hokkaido.
Pero
no era el tipo de avión de pasajeros para vuelos cortos que acostumbraban a ver
sus habitantes.
Aquel
enorme aparato gris lucía las estrellas rojas de la Unión Soviética. Y nadie en
Occidente (ni en Japón) había visto antes uno igual.
La nave aterrizó en la pista de asfalto y hormigón de Hakodate. Pero ésta se quedó corta y el avión tuvo que abrirse camino en la tierra antes de detenerse completamente en el otro extremo del aeropuerto.
El
piloto salió de la cabina del avión y disparó dos tiros de advertencia con su
pistola, al tiempo que los automovilistas de una carretera cercana tomaban
fotos de tal extraña visión.
En
pocos minutos, los funcionarios del aeropuerto llegaron hasta él, conduciendo a
través de la terminal.
Y,
entonces, el piloto de 29 años, el Teniente de vuelo Viktor Ivanovich Belenko,
de las Tropas de Defensa Aérea soviética, anunció su deseo de desertar.
No
fue una deserción normal. Belenko no se había acercado a una embajada o había
abandonado un barco en un puerto extranjero.
El
avión con el que había volado más de 600 kilómetros -y que había quedado varado
en el extremo de la pista japonesa- era el Mikoyan-Gurevich MiG-25: la aeronave
más secreta jamás construida por la Unión Soviética. Hasta que Belenko aterrizó
en Japón, por supuesto.
Grandes
alas y grandes preocupaciones
Occidente
conoció por primera vez los MiG-25 en la década de 1970.
Los
satélites espía que acechaban los aeródromos soviéticos detectaron un tipo de
aeronave que estaban probando en secreto.
A
los militares occidentales les preocupaba una característica en particular: sus
alas eran muy grandes.
Una
superficie alar grande puede ser muy útil en un avión de combate, pues facilita
el ascenso y disminuye la cantidad de peso distribuido en el ala, lo cual lo
haría más ágil y fácil de girar.
Sabían
que (el MiG-25) sería muy veloz y también pensaron que podría ser muy versátil.
Tenían razón sobre lo primero, pero no sobre lo segundo"
Stephen
Trimble, especialista
Este
avión soviético parecía combinar esa habilidad con dos motores enormes.
¿Qué
tan veloz podría llegar a ser? ¿Podría hacer algo la Fuerza Aérea
estadounidense para estar a la altura?
El
Pentágono se encontró, de repente, ante la perspectiva de un caza soviético que
podría ser más veloz que cualquiera de sus aeronaves militares.
Fue
un caso típico de interpretación errónea, dice Stephen Trimble, editor de la
revista especializada Flightglobal para los Estados Unidos.
"Sobreestimaron
sus habilidades en base a la apariencia; por el tamaño de las alas y las
entradas de aire", dice Trimble.
Los
retos de volar alto
El
MiG-25 fue construido como respuesta a una serie de aeronaves que los EE.UU.
planeaba poner en servicio en los años 60, y que podrían volar triplicando la
velocidad del sonido.
En
los años 50 los soviéticos habían hecho grandes avances en aviación.
Sus
aviones de combate rivalizaban con sus homólogos estadounidenses, pero su radar
y otros componentes electrónicos no eran tan sofisticados.
Los
soviéticos querían dar el salto tecnológico lo antes posible.
Bajo
el mando del diseñador de aviones Rostislav Belyakov el equipo soviético se
puso a trabajar.
Para
volar rápido, el nuevo motor necesitaría gran empuje.
Tumansky,
el principal diseñador de la Unión Soviética, ya había construido un motor, el
R-15 turbojet. Pero el nuevo MiG necesitaría dos de ellos.
Además,
volar tan alto generaba enormes cantidades de calor por fricción, pues la nave
avanzaba contra moléculas de aire.
Construyeron
la nave con enormes cantidades de acero. Cuando estás cerca de ella -con sus
19,5 metros de largo- puedes apreciar plenamente el trabajo que requirió su
construcción.
El
fuselaje de acero pesado es la razón por la cual ese avión tiene alas tan
grandes; no es para luchar contra los Estados Unidos, sino para poder
mantenerse en el aire.
Pero,
a principios de los 70, los responsables de defensa estadounidenses poco sabían
sobre las capacidades del MiG.
Le
dieron el sobrenombre de "Foxbat" (murciélago-zorro).
A
menos que pudieran tener uno en sus manos, parecía que el MiG sería una
misteriosa amenaza para ellos.
Hasta
que un decepcionado piloto de combate soviético urdió su plan.
Viktor
Belenko había sido un ciudadano soviético modelo.
Nació
justo al final de la II Guerra Mundial, en las montañas del Cáucaso. Entró en
el servicio militar y se graduó como piloto de combate.
Pero
Belenko estaba desencantado.
Era
padre y se enfrentaba a un divorcio. Y había comenzado a cuestionar la
naturaleza de la sociedad soviética, y si los EE.UU. era realmente tan malvado
como el régimen comunista sugería.
"La
propaganda soviética de esa época lo presentaba como una sociedad podrida que
se estaba derrumbando", le dijo Belenko a la revista Full Context en 1996.
"Pero
yo tenía muchas interrogantes en mi cabeza".
Belenko
se dio cuenta de que el nuevo y enorme caza que estaba probando podría ser su
vía de escape.
Estaba
basado en la base aérea de Chuguyevka, en Primorie, cerca de la ciudad de
Vladivostok, en el extremo más oriental del país.
Viktor
Belenko en una entrevista en 1996
Y
Japón quedaba sólo a 644 kilómetros.
El
nuevo MiG podría volar rápido y alto, pero sus dos motores gigantes hacían
imposible que pudiera llegar muy lejos; desde luego, no lo suficiente como para
tocar tierra en los Estados Unidos.
El
6 de septiembre Belenko voló en una misión de entrenamiento. Ninguno de los
MiGs estaba armado pero sí tenían combustible.
El
piloto rompió formación y en pocos minutos estaba sobrevolando las olas en
dirección a Japón.
De
repente, los japoneses se encontraron con un piloto desertor y un avión de
combate que había logrado eludir (hasta entonces) a las agencias de
inteligencia occidentales.
De
vuelta a casa
La
CIA no podía creer su suerte.
Analizaron
el MiG detenidamente. "Al desmontarlo e inspeccionarlo pieza por pieza
durante varias semanas podían comprender exactamente de lo que (los soviéticos)
eran capaces", dice Trimble.
Pero
los soviéticos no habían construido el "súper caza" que temía el
Pentágono, dice Roger Connor, responsable de aviación del museo del Instituto
Smithsoniano, en Washington D.C., EE.UU.
"El
MiG no era un avión de combate muy útil. Era caro y pesado, y no era
particularmente efectivo en combate", dice Connor.
Pero
el espectro del MiG-25 había hecho que los EE.UU. se embarcara en un enorme
proyecto, que ayudó a crear el F-15 Eagle, todavía en funcionamiento.
El
MiG por el que Occidente se había preocupado tanto se acabó convirtiendo en
papel mojado.
Su
gran radar quedaba años detrás de los modelos estadounidenses. Sus grandes
motores requerían tanto combustible que sólo podía volar distancias muy cortas.
Podía
despegar muy rápido y volar a gran velocidad en línea recta para disparar
misiles o tomar fotos. Eso era todo.
El
avión que la Unión Soviética había escondido del mundo durante años fue
reensamblado y cargado en un barco, de vuelta a la Unión Soviética.
Los
japoneses les cobraron a los soviéticos US$40.000 por los costos de envío y los
daños que causó Belenko en el aeropuerto.
Sin
embargo, nada evitó que la Unión Soviética construyera más de 1.200 MiG-25; un
avión de prestigio para las fuerzas soviéticas, que lo anunciaban como el
segundo más veloz del mundo.
En
cuanto a Belenko, no regresó a la URSS. El desertor se fue a vivir a los EE.UU.,
donde se convirtió en ingeniero aeronáutico y en consultor de la Fuerza Aérea
estadounidense.
Pero
la historia del MiG-25 no ha terminado.
Su
diseño fue modificado para crear el MiG-31, con mejores sensores, radar y
motores.
Y
gran parte de su funcionamiento sigue siendo un secreto bien guardado.
Al
fin y al cabo, ningún piloto ruso ha decido exiliarse del país y pilotar su
MiG-31 rumbo a un aeropuerto extranjero.
Fuente:
https://www.bbc.com