Por
José María Negrón Carreño (*)
La necesidad de la Historia, como forma de mantener viva una parte esencial de la identidad de los pueblos, parece un postulado razonable y de validez universal que, en cualquier caso, ha sido defendido por gran cantidad de autores desde tiempos remotos.
Cuatrocientos
años antes de nuestra era, el ateniense Tucídices ya resaltaba la utilidad
social de esta disciplina, en la medida en que “servía para sacar provecho del pasado
y poder juzgar el futuro”. Desde otra perspectiva, también Herodoto la
justificaba afirmando que la conservación y transmisión de los hechos
históricos “evitaba que las hazañas de los hombres cayesen en el olvido”. Es
decir, que por un lado la Historia constituye un instrumento de progreso de la sociedad
en cuanto referencia de aciertos y desatinos ocurridos en el pasado y por otro,
actúa como elemento de cohesión de los pueblos o grupos sociales al ensalzar
hechos o figuras que, por su relevancia, sirven de modelo y refuerzan el
sentimiento de pertenencia de sus miembros.
Si
ambos argumentos parecen suficientes para sostener la idea de que el mantenimiento
de la conciencia histórica, a través de la transmisión generacional de valores,
modelos y tradiciones, es un factor esencial para la supervivencia de la
identidad y cohesión de pueblos y naciones, en el caso particular de las
Fuerzas Armadas como institución, dicha tesis posee mayor consistencia. Sin
duda alguna, todo el componente moral y cultural de nuestra identidad militar y
aeronáutica se encuentra íntimamente ligado a nuestra historia, que debemos
conservar y transmitir. Sin embargo, resulta indispensable abordar dicha tarea
desde un punto de vista crítico-racional que minimice el sesgo apologético de
enfatizar las virtudes propias y los defectos del enemigo; es decir, adoptando una
postura rigurosa y científica.
Por
eso ahora, que nos movemos alrededor del Centenario de la Aviación Militar
Española, parece el momento oportuno de hacer una reflexión sobre los
acontecimientos, hechos y figuras que a lo largo de este siglo han ido jalonando
nuestra historia aeronáutica. En este tiempo, corto desde el punto de vista del
devenir histórico, pero a poco que ahondemos, intenso y apasionante, se
encuentran las claves de la esencia actual del Ejército del Aire.
Buena
parte de nuestras señas de identidad son producto de estos cien años. Somos lo
que fueron quienes nos han precedido. Pero... ¿Sabemos lo que fueron? ¿Somos
conscientes de que la realidad aeronáutica y militar que ahora encarnamos, es
fruto del esfuerzo, tesón y sacrificio de varias generaciones de aviadores que
empeñaron sus vidas en una empresa llamada Aviación Militar? ¿Conocemos nuestra
propia Historia?
Conocerla,
para poder “rendir homenaje a los héroes que la forjaron, es un deber de
gratitud y un motivo de estímulo para la continuación de su obra”, un deber
moral que recogen nuestras Reales Ordenanzas y por el que velan, desde el
ámbito institucional distintos organismos del Ejército del Aire. Y es que
nuestra Historia, es la historia de todos los hombres que la hicieron posible,
de todos aquellos que desde un ya lejano 1913, fueron poco a poco dando forma al
enorme bagaje cultural, moral, aeronáutico y militar del que hoy somos
herederos.
En
realidad, los primeros contactos entre lo aeronáutico y lo militar ya habían
tenido lugar con anterioridad a 1913. Cuando en 1792, varios cadetes y
oficiales del Real Colegio de Artillería, se elevan en globo ante la atenta
mirada de Carlos IV, ya se vislumbra el nacimiento de la Aviación Militar
Española. Bien es cierto, que la experiencia fue puntual y que, truncada por los
avatares políticos del momento, tardaría alrededor de un siglo en reanudarse.
Pero aquel interés científico y aeronáutico presente en nuestros artilleros de
entonces, supuso un punto de partida de indudable relevancia histórica. Por un
lado, fue la primera ocasión en la que, por parte de las autoridades de la
Nación, encarnadas en el Conde de Aranda, se promueve la investigación en el
campo de la aeronáutica. Por otro, fue también la primera vez que en dichas actividades
participaron miembros de los ejércitos.
La
aparición en la escena política de Manuel Godoy, pocos días después de la
ascensión en globo de los artilleros, fuerza la retirada pública del Conde de
Aranda. La desaparición del principal promotor de las experimentaciones
aeronáuticas, así como la agitación sociopolítica que se vive a lo largo de
todo el XIX, dan lugar a un período de abandono y desinterés que no se retoma hasta
1884. En efecto, este año se publica la primera disposición legislativa que
organiza, aunque de forma embrionaria, el recién creado Servicio Militar de
Aerostación, afecto exclusivamente al Cuerpo de Ingenieros del Ejército. Esta
dependencia orgánica durará varios años, a lo largo de los cuales el Servicio
irá adquiriendo mayor independencia e identidad propia. Con el tiempo, los
distintos cursos de especialización se abrirán al personal de todas las Armas y
Cuerpos y la incipiente Aeronáutica Militar, al pasar a depender directamente
del Ministerio de la Guerra, ganará mayor autonomía. La participación de
personal de distintas Armas del Ejército e incluso de la Armada, favorecerá la
aparición de un nuevo espíritu y una nueva cultura: la aeronáutica. Pero es
justo reconocer que el peso y esfuerzo de los primeros años recayó sobre
oficiales de Ingenieros. A ellos les corresponde el mérito de haber sabido
promover y desarrollar la empresa de incorporar y adecuar los medios aéreos al
campo de lo militar. Muchos dudaron de la eficacia de esta iniciativa, hasta
que la evidencia disipó todas las dudas. Durante la Campaña de Marruecos de
1909 quedó plenamente demostrada la utilidad de la Aeronáutica en el combate,
debido precisamente, a la actuación de los aerosteros del Cuerpo de Ingenieros.
Una
vez que la utilidad práctica de los globos se convierte en una realidad
incuestionable, la Aeronáutica Militar habrá de experimentar un avance
progresivo, imparable y paralelo al desarrollo civil. Ya no habrá solución de
continuidad. En lo sucesivo, el fenómeno aeronáutico inundará la vida española levantando
enorme interés en todas las capas de la sociedad. Las principales ciudades del
país serán escenario de multitud de festivales y demostraciones aéreas, que se
desarrollarán siempre ante un público numeroso y cada vez más incondicional.
No
obstante, ya hemos apuntado que tampoco faltaron voces contrarias a que se
destinase un porcentaje de los créditos del Ministerio de la Guerra, a la
adquisición de aviones y demás material auxiliar, a la realización de cursos y
a la costosa infraestructura necesaria. Para algunos, el rendimiento y la
utilidad de los nuevos artilugios no justificaban una inversión monetaria tan
importante. En este sentido, los padres de nuestra Aviación, Kindelán y Vives,
llevan a cabo una importante labor de concienciación de la superioridad, que
finalmente tiene que plegarse ante la evidencia. Esta es otra característica de
nuestra Historia Aeronáutica: la del papel fundamental que desempeña la labor
individual de muchos pioneros, en la promoción y defensa del uso de los medios
aéreos con fines militares; labor que, en los comienzos, tuvieron que llevar a
cabo supliendo la falta de apoyos oficiales, no sólo con su iniciativa y
esfuerzo, sino utilizando y consumiendo incluso sus propios recursos
económicos.
Los
aviadores fueron poco a poco desmontando las razones que se esgrimían para
fundamentar la desconfianza, y demostraron, además de su gran utilidad en el
apoyo a las operaciones militares, que con el tiempo su presencia en el teatro
bélico sería imprescindible para alcanzar la victoria en cualquier conflicto
armado. Pero no será hasta que finaliza la Guerra Civil, cuando la Aviación
Militar alcanza su mayoría de edad. Por méritos propios, por relevancia y por
envergadura se gana el derecho a convertirse en un Ejército más, independiente del
de Tierra o la Armada. Su gestión se encarga al también recién creado
Ministerio del Aire. El año 1939 supone, por tanto, un punto de inflexión en el
que el moderno Ejército del Aire comienza una andadura en solitario, con
personal, material, reglamentación y orgánica propia. En menos de sesenta años
había pasado de ser una Sección más de la Compañía de Telégrafos del Cuerpo de Ingenieros,
a convertirse en un Ministerio.
También es necesario recordar que la actuación de los aviadores militares en tiempo de paz fue igualmente fructífera. Durante los últimos años de la Campaña de Marruecos, que ya no exigía la plena disponibilidad de pilotos y aparatos para las operaciones bélicas y sobre todo una vez que hubo concluido, el personal de vuelo, lejos de permanecer ocioso en sus destinos, se ocupó en experimentar nuevas posibilidades de empleo de los medios aéreos. Unos se inclinarán por la aviación deportiva, buscando batir marcas y mejorar las técnicas de vuelo. Otros se dedicarán con ahínco a proyectar ambiciosas expediciones con las que abrir nuevas vías de comunicación. Los aviadores, que sienten que todo el sacrificio y valor que han derrochado en África no es plenamente conocido por la población española, ven en estos proyectos una buena ocasión para dar a conocer su trabajo. Y lo consiguen. En este período de entreguerras, la Aviación Militar desempeña el papel de embajadora de España. Los famosos raids de Franco, Gallarza, Jiménez e Iglesias o Barberán y Collar, pasean la bandera española por todo el mundo. En todas las escalas de sus vuelos, son vitoreados y aplaudidos por masas enfervorizadas que los aclaman como verdaderos héroes. Las autoridades de los distintos países los reciben con grandes honores y agasajos, mientras la prensa mundial se hace eco de las proezas realizadas por los pilotos españoles. España alcanzaba un enorme protagonismo internacional, gracias a la labor en tiempos de paz de sus aviadores militares.
Todos
ellos han sido quienes, a través de los años, en paz o en guerra; con su
trabajo, entusiasmo, dedicación, esfuerzo y muchas veces con su sangre y su
vida, han hecho posible la realidad aeronáutica y militar que hoy día encarna
el Ejército del Aire. Realmente “somos lo que fueron”. Somos el presente
aeronáutico de España y construimos entre todos, día a día, el futuro. Por eso
debemos conocer su historia; porque herederos de su quehacer, su sacrificio e ilusión
y su entrega desinteresada, tenemos el deber moral de continuar su obra; conscientes
de que seremos también el ejemplo y el espejo de que quienes en el futuro nos
sucedan. Somos lo que fueron y serán lo que seamos
(*)
Capitán de Sanidad
Fuente:
Revista de Aeronáutica y Astronáutica Nº 785 - Julio-Agosto 2009