22 de abril de 2023

EL PILOTO ARGENTINO QUE PELEÓ PARA FRANCIA EN LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL Y ES UN HÉROE EN ESE PAÍS

 

"Influyeron varias cosas para que me incorporase a las filas francesas. Mi cariño a ese país, por un lado, un poco de deseo de aventura y curiosidad hacia el peligro", dijo alguna vez el riojano Almandos Almonacid

 

Por Adrián Pignatelli



 

Las extrañas piruetas que el avión trazaba terminaron causando admiración y hasta aplausos entre los oficiales franceses que, desde tierra, observaban atentamente. Lo que ignoraban era que Vicente Almandos Almonacid solo trataba de dominar la máquina y que su experiencia aún no era la suficiente para ser considerado un piloto. Esta anécdota, tal vez cierta, tal vez leyenda, pinta de cuerpo entero a un argentino que durante su vida hizo de todo, hasta pelear en la Primera Guerra Mundial. Esta es su historia.

 

Había nacido en la Navidad de 1882 en la localidad riojana de San Miguel de Anguinán. Su padre, un próspero empresario minero, fue gobernador de esa provincia entre 1877 y 1880, y cuando murió, cuando Vicente contaba con 9 años, toda la familia se mudó a la Ciudad de Buenos Aires.

 

Estudió en el Colegio Nacional de Buenos Aires, luego en la Escuela Naval, la que abandonó por un entredicho con un superior y sus inquietudes por la ciencia lo llevaron a cursar algunas materias en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales. Esas inquietudes lo habían llevado a construir su propio aeroplano, al que llamó "aeromóvil".

 

Como Francia era la pionera en la escuela de aviación hacia allí viajó a finales de 1913. A raíz de ese vuelo accidentado relatado más arriba, lo mandaron a hacer el curso de piloto. En 1914 obtuvo su brevet y se instaló en París. "Influyeron varias cosas para que me incorporase a las filas francesas. Mi cariño a Francia, por un lado, un poco de deseo de aventura y curiosidad hacia el peligro, por otro lado, me decidieron a que me alistase. Precisamente cuando empezó la actual contienda, me encontraba ensayando un nuevo aparato de mi invención, que no podré continuar hasta que esto termine", explicó a un periodista.



 

Se enroló como piloto militar, en la Legión Extranjera y lo mandaron a una escuadrilla que estaba en las afueras de París. Se limitaba a hacer guardia para alertar de la presencia de aviones alemanes y de zeppelines. "Poco peligro, che", se quejaba. El aburrimiento lo mataba haciendo vuelos nocturnos sobre la ciudad. Hasta que pidió ser transferido a la 27ª Escuadrilla. Su amigo Roland Garros lo haría en la 26ª.

 

La base en la que estaba destinado estaba cercana a la frontera con Alemania. Sus misiones consistían en bombardear estaciones y fábricas de municiones. Participó en diversas misiones exitosas, logró derribar aviones enemigos. Su desempeño lo llevó, de simple soldado, a ser ascendido a Subteniente al año siguiente. Volaba un biplano Voissin con el que ejecutó misiones muy riesgosas.

 

Una de ellas fue la de bombardear una base de gases asfixiantes a unos 150 kilómetros de la frontera. Para ello partió a las 4 de la mañana y luego de dos horas de vuelo alcanzó el objetivo, arrojó siete bombas. La onda expansiva de la última estuvo a punto de hacerle perder la estabilidad del aparato. Pero Almonacid tenía otro problema que resolver. Aparatos alemanes habían comenzado a perseguirlo. Regresó a la máxima velocidad posible y tuvo la inteligencia de llevar a sus perseguidores a una zona donde estaba la artillería francesa, la que derribó dos aparatos enemigos. El argentino confesaría: "Aquel día sentí un poquito de miedo, pues vi la muerte de muy cerca. Excuso decirle que mi aparato estaba acribillado de balas". Esa acción le valió una medalla.

 

En otra de las misiones, el Estado Mayor le ordenó tomar fotografías de posiciones alemanas. Luego de cumplir con su objetivo, el proyectil de un obús alemán le destrozó una de las alas del avión, lo que provocó que el avión descendiera abruptamente. Impactó contra la tierra casi en el mismo momento que estaba por perder el conocimiento. Sorprendentemente, salió ileso. Por esa acción, le otorgaron la Cruz de Guerra.

 

El conflicto armado le daba tiempo para pensar nuevos dispositivos. Ideó un mecanismo para arrojar bombas desde un avión y un sistema óptico de puntería. Todos sus inventos los donaría al Estado francés y serían aplicados por los aliados.

 

Su desobediencia traería consecuencias insospechadas. A pesar de que estaba prohibido, realizó un vuelo nocturno. A su regreso fue severamente reprendido con la amenaza de transferirlo a la infantería y a la vida en las trincheras. No se amilanó, porque había podido comprobar que el curso de los ríos y las vías férreas eran guías seguras para tomarlas como referencia. A los días, repitió el vuelo pero con bombas, las que arrojó sobre posiciones enemigas. Cuando aterrizó, su comandante le solicitó que instruyese a los pilotos en la técnica del vuelo nocturno.



 

Cuando la guerra terminó, en 1918, tenía el grado de Capitán e innumerables misiones en su haber. Además de las condecoraciones antes mencionadas, fue reconocido con la insignia de la Legión de Honor y con la de la Liga de Aeronáutica Francesa.

 

En septiembre de 1919 regresó a la Argentina como un héroe de guerra. Volvió escoltado por un grupo de aviadores franceses y cuando arribó a Buenos Aires, una muchedumbre lo llevó en andas. "Es la exteriorización, en forma significativa, de un sentimiento que está en todos los corazones argentinos", declaró el diplomático José María Cantilo.

 

En 1920 se casó con Dolores Güiraldes, la hermana de Ricardo. Tuvieron cuatro hijos, Vicente, Esmeralda, María y Ricardo. Se separarían en 1932.



 

También en 1920 realizó otra de sus hazañas, la de cruzar la cordillera de los Andes de noche. El 20 de marzo partió de Mendoza al atardecer. Según refirió a Infobae su nieto, Juan Ramón Vicente Almonacid: "Mi abuelo decía que resultaba más fácil cruzar la cordillera de noche por el reflejo de los picos nevados que tomaba como referencia. En el mismo sentido, cuando llegó a Chile, para aterrizar se guio por la espuma de las olas en la costa del océano". El avión, al tocar tierra, quedó prácticamente destruido. Nuevamente cuando regresó al país, una multitud que lo esperaba en la estación Retiro lo llevó en andas por la calle Florida. El periodismo ya lo llamaba "cóndor riojano" y "cazador de estrellas".

 

"A mi abuelo lo quería todo el mundo, no era una persona de dinero, pero sí era muy transgresora para la época", recuerda su nieto. "Lo desvelaba la ciencia y la técnica".

 

En 1927 fundó la empresa Aeropostale, un correo aéreo que conectaba diversos puntos del país, especialmente la Patagonia. Se transforma en pionero de la aviación comercial en el país. Para ello contrató a viejos conocidos, entre los que se destacan Jean Mermoz y Antoine de Saint-Exupéry. Con el autor de El Principito serían grandes amigos a tal punto que el francés había alquilado un departamento cercano a la casa de Almonacid para así poder desayunar juntos todos los días.

 

A la par, continuaba experimentando nuevos inventos, como un sistema de navegación para vuelos nocturnos y diversos dispositivos para distintos tipos de aviones de guerra. Porque la Gran Guerra no sería la última en la que participaría.

 

Cuando estalló la guerra del Chaco, que desangró a Bolivia y Paraguay entre 1932 y 1935, Almandos Almonacid se ofreció voluntario a este último país. "Participaba en conflictos que le caían simpáticos", explicó su nieto.

 

Fue recibido con los brazos abiertos. Era un héroe de guerra, piloto experimentado y prestigioso. En Paraguay fue designado director general de Aeronáutica y organizó escuadrillas de caza, de bombardeo y de reconocimiento, pero sus consejos sobre la adquisición de nuevas aeronaves no fueron tenidos en cuenta y, luego de considerarse no escuchado en recomendaciones claves, presentó su renuncia.

 

Aeropostale sería expropiada por el gobierno peronista, y Almandos Almonacid se retiraría de la actividad. Había vuelto a rehacer su vida. A días de cumplir 71 años, falleció en Buenos Aires, el 16 de diciembre de 1953. Por expreso pedido del Estado francés, sus restos descansan en el panteón que ese país posee en el Cementerio de San Isidro.



 

En una oportunidad que Ricardo, uno de los hijos de Almonacid visitó Paraguay, fue recibido con todos los honores por el propio Alfredo Stroessner, demostrando la alta consideración que el pueblo paraguayo le tenía a su padre entonces fallecido. Y en el ala derecha del Arco del Triunfo, en París, está su nombre grabado, por su papel durante la Primera Guerra Mundial, cuando entonces afirmaba: "Si hay todavía en la Argentina quien crea en el triunfo de Alemania, se dé una vueltita por acá, observe a los soldados de Francia y se convencerá de todo lo contrario".

 

Fuente: https://www.infobae.com