La profesora vio que Orville Wright ocultaba dos piezas de madera en su pupitre. "¿Para qué quieres eso?", le preguntó.
"Estoy construyendo una máquina voladora", contestó el niño, con todo el desparpajo de sus seis años.
Orville llevaba varios meses obsesionado con un juguete que le regaló su padre, un pequeño artefacto volador diseñado por el francés Alphonse Penaud. El niño estaba tan fascinado con el cacharro que decidió construir varias réplicas de madera, con la ayuda de su hermano mayor, Wilbur. "Desde muy pequeños, Orville y yo hacíamos todo juntos", escribiría luego Wilbur. "Jugamos juntos, trabajamos juntos y, de hecho, pensamos juntos. Todo lo que conseguimos en nuestra vida fue el resultado de conversaciones, sugerencias y discusiones, a veces muy acaloradas".
Wilbur nació en Indiana (1867) y Orville en Ohio (1871). Tuvieron otros cinco hermanos (dos de ellos murieron) y siempre se apoyaron afectivamente en la pequeña, Katharine, como antes en su madre, Susan, que murió de tuberculosis. El padre, Milton, ejerció de predicador, profesor y editor de periódicos, y siempre incitó a sus hijos a experimentar, a pensar por sí mismos, a apoyarse el uno en el otro.
Los dos hermanos mayores, Reuchlin y Lorin, remontaron pronto el vuelo y se casaron jóvenes. Wilbur y Orville se quedaron en el nido, bajo las alas protectoras del padre. Nunca se casaron y durante varios años renunciaron por completo a la vida social, entregados a su tienda de bicicletas y al sueño de Icaro que alimentaban por las tardes.
Les unía la inventiva y el viento, aunque pasaron por las mismas desavenencias que cualquier pareja. Se parecían, pero no en exceso. Wilbur, decidido y temperamental; Orville, metódico y tímido. A simple vista, podían pasar por dos provincianos hombres de negocios de Dayton, Ohio. El genio o la chispa brotaba en la trastienda de su taller mecánico, donde era frecuente verlos discutiendo mientras daban vueltas y más vueltas a un imaginario círculo. Funcionaban de una manera casi simbiótica.
"Mis observaciones me han convencido firmemente de que el vuelo humano es posible y practicable", escribía Wilbur en una carta que dirigió en 1899 al Smithsonian de Washington.
Cuatro años después de que se lo propusieran, los Wright ponen alas a su sueño y completan el primer vuelo a motor de la historia, aquel 17 de diciembre de 1903. Pero Wilbur y Orville no se dan por contentos, construyen otros dos nuevos modelos a los pocos meses, y trasladan su aeródromo particular a la Huffman Prairie, gracias al permiso del dueño: "Mientras me aparten el ganado antes de volar...".
Los vuelos de los Wright por las colinas de Ohio empiezan a atraer a cientos de curiosos. La fama de los hermanos ha saltado ya el Atlántico, y Wilbur lleva su show hasta Le Mans, donde invita a compartir asiento la señora Hart Berg, la primera mujer voladora. Orville, entretanto, vende las virtudes de su invento al ejército norteamericano. En 1908, se estrella tras un fallo mecánico en Fort Myer. Muere su acompañante, Thomas Selfridge, y el menor de los Wright resulta malherido y arrastrará secuelas físicas del accidente durante el resto de su vida. Pero el primero en morir es Wilbur, con 45 años, de unas fiebres tifoideas.
Orville se queda solo, toma las riendas de la Wright Company, defiende sus intereses en el histórico juicio sobre las patentes. Vende a tiempo, recibe premios, se recluye en su laboratorio, sigue maquinando inventos hasta meses antes de morir, en Dayton, en 1948.
El tiempo vuela.