Murieron 2330 estadounidenses y su flota quedó seriamente dañada. Desde aquel 07 de diciembre de 1941 fueron héroes en Japón, a pesar de las 185 bajas sufridas. Cuando terminó la contienda y su país se rindió, cayeron en desgracia. Eran el recuerdo vivo de la derrota.
Kaname Harada. A sus 85 años trabaja en un jardín de infancia de Nagano. Durante el ataque a Pearl Harbor estuvo asignado a la patrulla aérea que protegía a los bombarderos y la flota. Hoy, le mortifica recordar las caras de espanto de los hombres a los que derribó en una batalla sobre Ceilán y anhela encontrar a sus familias para que le perdonen.
A pocos meses del 60 aniversario del ataque y cinco días antes del estreno de la película Pearl Harbor en España, polémica porque ha costado más de 25.000 millones de pesetas hacerla y no ha respondido como se esperaba en la taquilla estadounidense, tres aviadores cuentan su periplo de seis décadas tratando de olvidar y soportando el peso de una sociedad que renegó de ellos. Su ataque en la isla hawaina de Oahu, realizado por 350 aeronaves de los portaaviones de la Primera Flota Aérea nipona y submarinos de bolsillo, causó un daño considerable a ocho buques de guerra estadounidenses que estallaron o se hundieron, así como numerosos navíos de menor tamaño, y logró destrozar sus aeródromos, fulminando en tierra 188 aparatos.
La mayoría de los pilotos nipones que participaron en la incursión aérea habían muerto incluso antes de que terminara la guerra, muchos de ellos como kamikazes. La posguerra significó para este trío de aviadores, al igual que para sus camaradas supervivientes, uno de cada tres, ser ignorados y despreciados por sus conciudadanos. Con la desesperación de quien intenta ocultar la humillación de ser vencido y el horror con el que se saldó la guerra, el pueblo japonés le dio la espalda a los hombres a quienes apoyaron con fanatismo durante el periodo bélico. La actitud generalizada de indiferencia quedó bien clara en 1991, en el transcurso de una sesión del parlamento japonés, cuando se planteó la cuestión del 50 aniversario del ataque a la isla hawaiana. Un portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores declaraba que todos los participantes en el ataque habían fallecido.
A medida que se aproxima el 60 aniversario se hace más difícil que Japón silencie los recuerdos, especialmente con el estreno de la producción estadounidense. Takeshi Maeda, Zenji Abe y Kaname Harada son testimonio, hasta ahora mudo, de lo que ocurrió y tienen el poder de la reconciliación. Participan en reuniones con sus antiguos enemigos e iniciativas para promover la paz y la comprensión. Esta es su historia.
Kaname Harada. Era un piloto nato. De los 1500 hombres que se enrolaron junto a él para convertirse en aviadores navales, sólo 26 completaron el proceso de selección y el entrenamiento de cuatro años. Harada recibió de manos de su emperador un reloj por ser el número uno de su promoción. Fuerte, apuesto e inteligente, se le consideró un candidato idóneo para el mundo castrense. Hoy tiene 85 años, trabaja en un jardín de infancia y su opinión sobre la vida ha cambiado mucho desde entonces. Cuando en septiembre de 1941 fue asignado al portaaviones Soryu, su formación como piloto imperial se hizo más intensa. Por eso, decidió enviar a su esposa embarazada, Sei, a casa de sus padres en Nagano. Haciendo gala de la frialdad japonesa, ninguno de los dos mostró emoción alguna en la despedida, pero ella le compensó escribiéndole todos los días hasta que su barco levó anclas. "Mis camaradas bromeaban y me decían que parecía suscrito a un periódico", relata divertido. Todavía recuerda cómo el día de su partida los conductos exteriores del navío fueron forrados para protegerlos del frío. Los tripulantes estaban convencidos de que se disponían a atacar a la Unión Soviética, incluso la nave trazaba rumbo hacia las Aleutianas. Nadie sospechaba que eran actos para ocultar a Estados Unidos sus verdaderas intenciones. Hasta el 24 de noviembre, ni Harada ni ninguno de sus compañeros supo que su objetivo era Pearl Harbor.
La participación relativamente discreta de Harada en la primera incursión aérea del conflicto no se hizo extensible al resto del conflicto. El 05 de abril de 1942 tomó parte en una serie de combates contra los británicos sobre la isla de Ceilán, actual Sri Lanka, y pudo confirmar que había derribado a cinco cazas enemigos Hurricane en sólo un día. La superior maniobrabilidad del avión japonés Mitsubishi Zero le permitió combatir a una distancia tan corta, que aún hoy le atormenta recordar las caras de espanto de los hombres a los que derribó. Rememora con claridad cómo uno de ellos logró aterrizar hábilmente sobre un arrozal con el aeroplano destrozado.
Durante la batalla de Midway, punto de inflexión decisivo en el desenlace de la guerra, cuatro portaaviones pesados nipones, incluyendo el de Harada, fueron hundidos por las fuerzas estadounidenses. Con ningún lugar donde tomar tierra, su caza se quedó sin combustible. Todavía guarda el reloj que llevaba, detenido para siempre a las 15.26, momento en el que amerizó. Salió ileso. Más tarde, en su primer derribo, la experiencia resultaría más dura. Tras un largo combate con un Wildcat sobre el cielo de Guadalcanal, isla del Pacífico Sur, fue abatido. Previamente había vivido un frenético duelo aéreo. El piloto rival Joe Foss y Harada volaban directos el uno hacia el otro con las ametralladoras escupiendo fuego. Herido en un brazo y con su aeronave seriamente dañada, el aviador japonés realizó un aterrizaje de emergencia en medio de la jungla.
Allí se encontraría con un bombardero nipón que también había sido derribado: uno de los tripulantes estaba muerto y el otro moribundo. El herido le rogó que le cortara un mechón de su cabello y se lo entregara a su familia. Después le pidió que le abandonara e intentara salvar su vida. Kaname Harada permaneció junto a él hasta que expiró. Posteriormente, supo que al hacer esto se había salvado. El retraso impidió que se cruzara las fuerzas estadounidenses que avanzaban en dirección a él.
Al terminar la guerra, este héroe y sus camaradas sufrieron el ostracismo en su país. Según los términos de la rendición, la sociedad quedaba totalmente desmilitarizada y a los antiguos soldados se les prohibía ejercer actividades relacionadas con la educación o la política. Durante los siguientes 25 años, se vio obligado a realizar trabajos sin perspectiva de futuro: "Vendí manzanas, ordeñé vacas y trabajé como peón de granja... Lo intenté todo, pero sólo obtuve el fracaso". En 1965, él y su esposa abrieron un jardín de infancia para ayudar a las madres de la zona. Finalmente, con el apoyo de la comunidad local, pudo establecerse en Nagano ejerciendo esta actividad. En 1991, con motivo del 50 aniversario de Pearl Harbor, Harada viajó a EEUU en busca del perdón. Allí conoció a Joe Foss, el piloto que le derribó. Unidos por el feroz duelo que protagonizaron siendo jóvenes, durante el cual el avión del estadounidense recibió más de 240 impactos, ambos se hicieron, y continúan siendo, amigos.
Con una existencia marcada por la obediencia ciega al mando militar, Harada comprende ahora el crucial papel que desempeña la educación a la hora de evitar que todo esto pueda suceder de nuevo. Lleva tres décadas hablando en los colegios nipones y estadounidenses, para ayudar a las nuevas generaciones a comprender la contienda. Es su forma personal de encontrar el perdón. Ahora, en el ocaso de su vida, su último deseo es conocer a las familias de los pilotos de los Hurricane con los que luchó. Mantiene la esperanza de que el aviador que logró aterrizar en el arrozal continúe con vida.
Zenji Abe. Con 24 años participó en el ataque que desencadenó la guerra entre Estados Unidos y Japón, como líder de un escuadrón que atacó al USS Arizona en la segunda oleada. Hace una década organizó la Asociación de Amigos Japoneses de Pearl Harbor y viajó a América en busca de la reconciliación.
Su acción contra el enclave americano se convirtió en aquel tiempo en motivo de honda decepción personal. Como piloto de elite de los cazas japoneses, el escuadrón de Zeros pasó la noche previa al ataque brindando con sus camaradas por la derrota de los Estados Unidos. Por ello, al ser informado de que estaba asignado a la patrulla aérea de combate que protegería a los bombarderos y la flota, rogó a sus superiores que le permitieran tomar parte en el ataque principal. La petición fue denegada y voló sin incidentes mientras sus compañeros, tres de los cuales nunca regresarían, tomaban parte en la destrucción del aeródromo de la isla. Los aviadores volvían jubilosos: el ataque había sido un éxito. Sin embargo, él recuerda que sintió lo contrario cuando supo que los portaaviones estadounidenses de la Flota del Pacífico no estaban fondeados en el puerto hawaiano. La historia demostraría que este hecho sería crucial en el desarrollo de la guerra.
Cuando el avión de este Teniente comenzó su frenético ataque en picado contra el acorazado de guerra USS Arizona, el buque ya se encontraba envuelto en llamas. Los pañoles de munición de proa habían saltado por los aires como consecuencia de una bomba lanzada durante la primera oleada. Su único torpedo, de 250 kilos, fue lanzado a 400 metros de altura y contribuyó a la destrucción bajo cubierta. Murieron casi 1200 marinos a bordo. El breve ataque sería la culminación de uno de los entrenamientos para pilotos de combate más riguroso del mundo.
Abe, que en la actualidad se acerca a los 85 años, recuerda cuán brutal fue su entrenamiento en la Marina Imperial: "Desde el momento en que tocaban diana disponíamos de dos minutos para vestirnos, hacer la cama y llegar al comedor situado a 150 metros de distancia. Todo aquel que llegara incorrectamente vestido o un segundo tarde era sacado de filas y apaleado". Cada minuto del tiempo que pasó en la Academia Naval era cuidadosamente programado y controlado. "No teníamos ni un momento para relajarnos o decidir qué hacer", explica. La férrea disciplina y el énfasis ciego en acatar órdenes sin cuestionarlas forjó al Teniente y sus camaradas como soldados letales del régimen.
Durante la preparación previa al ataque contra Pearl Harbor, el alto mando llevó al límite tanto a sus hombres como a sus máquinas. Los bombarderos estaban diseñados para descargar a 800 metros de altitud, una distancia que permitía a las aeronaves salir de su propio picado sin riesgo. Para aumentar su efectividad, se ordenó que la distancia se redujera a la mitad. Soltar las bombas a 400 metros significaba que el avión salía del picado a 15 metros del suelo. Este ex combatiente lo recuerda. "Si tus ojos perdían la visión durante algunos segundos, por el cambio de la fuerza de gravedad que provoca el salir de un picado, sabías que no lo ibas a lograr". Durante el entrenamiento fallecieron no menos de ocho pilotos. El efecto sobre la puntería fue espectacular, pasaron de una efectividad de un 20% a un 86%".
El día del ataque, Abe se levantó a las tres de la mañana. Para una misión tan importante, él y sus camaradas vestían su uniforme de gala bajo el traje de aviador. Tras escribir una carta a su esposa y dejarla en su taquilla, visitó un altar sintoísta y realizó sus oraciones. Se unió al resto de sus compañeros para el desayuno y recibir el informe final del ataque. En toda la nave resonaba el rugido de los motores de los aviones calentando sobre la cubierta de vuelo.
Un cuarto de hora tardaron los 167 aparatos de la segunda oleada en despegar de los seis navíos y alinearse en formación de combate. Una hazaña considerable testimonio de la habilidad de estos pilotos, que tuvieron estrictamente prohibido el contacto radiofónico de avión a barco. En vista del obligado silencio, las aeronaves volaban en formación cerrada, lo que hacía posible el contacto visual mediante señales con las manos o gestos faciales. Entre las alas de los aviones, que formaban escuadrones de nueve en nueve, no había más de un metro de distancia. Cada escuadrón volaba a distinta altitud para evitar las turbulencias de las hélices. "El mío iba en el punto más elevado y retrasado de la oleada, con lo que tenía una buena panorámica de todos los de delante. Me sentí orgulloso, como un pastor guiando a sus ovejas". Sus recuerdos del ataque en sí se centran en lo bien que los estadounidenses se recuperaron tras la sorpresa inicial, 30 minutos antes de que ellos llegaran. Como líder vio caer a dos de sus compañeros antes de que pudiera lanzarse en picado sobre el USS Arizona.
Tres bombarderos que le seguían fueron abatidos bajo un intenso fuego antiaéreo. De regreso, con muchos de sus compañeros muertos y al ver los daños de las aeronaves, la desnuda realidad de la guerra le golpeó y lanzó sobre él la sombra de la duda sobre el conflicto.
Abe tomó parte en otras cinco acciones en la Segunda Guerra Mundial. La última de ellas consistió en una misión sin retorno para bombardear al grupo de combate naval número 58 de EEUU. Su ataque lo realizaría más allá del punto de retorno; sin poder volver a su barco por la falta de combustible, tendría que realizar un aterrizaje en algún lugar de las cercanías del punto de ataque. Tras localizar a la flota, tres portaaviones rodeados por una veintena de buques navegando en formación concéntrica defensiva, dio a su escuadrón la orden de ataque a la par que lanzaba su aparato en picado a través de una lluvia de fuego antiaéreo. Recuperó altura y esperó a sus compañeros. En ese momento, varios cazas se lanzaron contra él, pero los eludió ocultándose entre las nubes. Con su combustible agotándose, logró aterrizar en la pequeña isla de Rota, en el Pacífico Oeste, a 32 millas de Guam. De los 430 aviones que participaron en el ataque, sólo se salvaron 30. El 15 de agosto de 1945, Abe se rindió a las tropas estadounidenses.
Después de la guerra, perdió el contacto con sus antiguos compañeros de armas. Más tarde, en 1991, con motivo del 50 aniversario del ataque, fue invitado a asistir a los actos de conmemoración organizados por la US Pearl Harbor Association. Su deseo de perdón le condujo a formar el Japanese Friends of Pearl Harbor (Asociación de Amigos Japoneses de Pearl Harbor). Confeccionó un listado de supervivientes, que por esa época sumaban unos 80, y fue a visitar a cada uno de ellos para explicarles lo que estaba haciendo. Estima que hoy sólo están vivas cinco personas que puedan relatar la experiencia. Ha viajado varias veces a EEUU y ha participado incansablemente en actos de reconciliación, ayudando a restañar algunas de las profundas heridas que se abrieron durante aquellos días.
Takeshi Maeda. Quería ser pintor y terminó cayendo en picado en la primera oleada contra Pearl Harbor. Más tarde fue asignado a una misión kamikaze de la que se libró por la rendición de Hiro Hito. A sus 80 años cree que, en última instancia, Hirosima y Nagasaki salvaron las vidas de muchos japoneses, más de las que se perdieron.
Educado por un padre autoritario, su sueño de la infancia de convertirse en pintor nunca llegó a materializarse. En vez de eso, le convencieron para que realizara una carrera más acorde con la ambición de su país. En 1938, se alistó en la Marina Imperial Japonesa. Tres años más tarde, participaba en uno de los eventos históricos del siglo XX. Para entonces tenía 20 años y se había convertido en un joven disciplinado y cualquier duda que pudiera albergar sobre las órdenes que recibía las suprimía automáticamente. Recuerda que no sintió miedo durante el ataque, ya que, para él, al igual que para sus compañeros, "sólo se trataba de otro trabajo". Como navegante a bordo de un torpedero participó en la incursión sorpresa de la isla de Oahu. La culminación de este conflicto sería la destrucción de Hirosima y Nagasaki de la mano de las primeras bombas atómicas y la rendición incondicional del emperador Hiro Hito.
Tomó parte de la primera oleada de 183 aeronaves que despegó de los portaaviones japoneses. La radio de su carlinga captó el Sunrise Serenade de Glenn Miller que emitía la cadena de las fuerzas estadounidenses en Hawai. Sintió confianza al saber que los americanos no habían detectado el inminente ataque. En contra de la creencia popular, "Tora, tora, tora" no fue una orden verbal emitida para iniciar el bombardeo sorpresa, sino la señal en código morse enviada al Almirante Yamamoto para informarle de que no se había avistado ningún portaaviones bajo la bandera de barras y estrellas, lo que permitió a los nipones continuar adelante con su estrategia. Bajo un estricto silencio de radio, la orden de ataque nunca fue pronunciada, sino que fue señalizada mediante una bengala lanzada por el comandante al mando del ataque, Mitsuo Fuchida.
Al ver la señal, Maeda recuerda que los 40 torpederos de su oleada se colocaron en formación de a uno para la aproximación final. Cada avión tenía asignado un objetivo específico. En su caso era el USS West Virginia. A pesar de ser la segunda aeronave entrando al ataque, le sorprendió la rápida reacción del enemigo mientras su torpedero era violentamente sacudido por la metralla del fuego antiaéreo. Los aviones que entraban a su cola no fueron tan afortunados. Los cinco últimos fueron derribados. Tras el impacto directo del proyectil de Maeda sobre el USS West Virginia, ocho bombas más de sus compañeros hicieron blanco contra el navío, enviándolo a pique en el interior de la bahía. En media hora se había completado la primera oleada. Este militar sólo participó durante un escaso minuto. Recuerda que su principal preocupación era encontrar el camino de regreso al portaaviones Kaga, a más de 4800 kilómetros.
Su torpedero llevaba un solo artefacto de 830 kilos que había sido modificado para ser lanzado en aguas poco profundas. Unas aletas especiales impedirían que el artefacto se hundiera a una profundidad excesiva y quedara clavado en el barro del fondo de la bahía. "Pasamos seis meses de intenso entrenamiento preparándonos para la operación, aunque por aquel entonces todavía desconocíamos que Pearl Harbor era nuestro objetivo. Para poder lanzar el proyectil en un brazo de agua tan estrecho, tuvimos que reducir nuestra trayectoria de aproximación de un mínimo de 1000 metros a 700. Debíamos sobrevolar las instalaciones del puerto enemigo antes de descender a diez metros sobre la superficie del agua, por lo que era crucial que realizáramos una aproximación perfecta. Una distancia tan corta significaba que los aviones corrían el riesgo de estrellarse contra los mástiles de los barcos a los cuales atacaban".
Una consecuencia del escaso calado de las aguas volvería para atormentarle mucho más tarde en el conflicto bélico: en 1945, durante la batalla de Okinawa, Maeda tomó parte en una incursión nocturna contra un grupo de barcos estadounidenses. "Los aviones de reconocimiento lanzaron bengalas para iluminar a la flota enemiga mientras iniciábamos el ataque final. De repente, justo enfrente de mí pude ver al USS West Virginia, el mismo barco que había torpedeado y hundido. No me lo podía creer, los ingeniosos americanos habían logrado reflotar y reparar muchos de los barcos hundidos o averiados. Las aguas poco profundas y las condiciones de la bahía que tanto puso a prueba la destreza y el valor de los pilotos japoneses, contribuyó a hacer infinitamente más sencillo reflotar los buques".
A pesar de participar como piloto en las principales campañas del Pacífico, la única herida que sufrió fue un balazo en la pierna en la batalla de Midway. Finalmente, en agosto de 1945, le obligaron a unirse a la fuerza especial de ataque como kamikaze. "Yo había acumulado 3800 horas de vuelo en combate y no podía creer que mis comandantes quisieran tirar esa experiencia por la borda, en una sola misión. En ese momento comprendí el error de mis líderes y la inconsciencia con la que dispusieron de las vidas del pueblo japonés". Esta opinión la mantiene. También cree que la decisión de emplear las armas nucleares contra Japón fue en represalia al ataque contra Pearl Harbor, pero que en última instancia, el bombardeo atómico supuso la salvación de más vidas de las que se perdieron. El 14 de agosto, el emperador Hiro Hito instó a su pueblo a la rendición, dos días antes de que Maeda realizara su previsto vuelo suicida.
Actualmente, a sus 80 años, es un hombre despierto y aparentemente tranquilo que ha pasado buena parte de su vida como civil trabajando para una corporación japonesa. Su punto de vista de la guerra ha cambiado. Participa en iniciativas de reconciliación y el discurso que pronunció en el simposio del 50 aniversario organizado por la Asociación Norteamericana Pearl Harbor, celebrado en Hawai, alcanzó las primeras páginas de la prensa estadounidense, al finalizarlo con la emotiva frase: "Pearl Harbor, nunca más". Desde entonces ha hecho muchos amigos en la tierra de la libertad, entre los que se encuentran algunos supervivientes del ataque al USS West Virginia.
Fuente: http://www.elmundo.es