9 de octubre de 2020

EL IMPACTO DE LA REVOLUCIÓN DE ASTURIAS EN LA AVIACIÓN MILITAR ESPAÑOLA

 

Breguet XIX de Getafe.



Por Carlos Lázaro Ávila

 

Introducción

 

La intervención de la Aviación en la sofocación de la revolución de Asturias (octubre de 1934) supuso una verdadera prueba de fuego para la fidelidad de los aviadores militares (mayoritariamente clases y tropa, así como un número menor de jefes y oficiales de izquierdas) al gobierno legítimo del Partido Republicano Radical. Veintidós meses antes del estallido de la Guerra Civil, Aviación Militar ya estaba experimentando una división ideológica materializada en dos corrientes políticas muy antagónicas, pero que todavía eran incapaces de atraer a su lado a gran parte de sus miembros. En este artículo no sólo hacemos una revisión del papel jugado por el arma en contra del movimiento revolucionario asturiano, sino también de las importantes consecuencias que tuvo en la evolución humana y material del arma (que perseguía, como en el resto de Europa, su independencia) en el que los diferentes gobiernos republicanos la sometieron a sus propios intereses políticos.

 

Las complejas situaciones humanas y materiales de las aviaciones militares El detonante de la revolución de 1934 se produjo a raíz de que Alejandro Lerroux, líder del Partido Republicano Radical (PRR) después de haber sido nombrado nuevo presidente del gobierno, incluyera en su gobierno a ministros de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) despertando inquietud en todo el arco político y sindical de izquierdas de España. Además de la política revisionista del PRR respecto a lo realizado en el Bienio Reformista, la entrada de la CEDA (partido que guardaba similitudes ideológicas con el reciente ascenso del General Salazar en Portugal y el giro a la derecha en Austria), fue interpretado por la oposición política de izquierdas como un ataque a la República, dando lugar al estallido de dos revueltas que coincidieron en el tiempo. La primera fue llevada a cabo por el nacionalismo catalán el 6-7 de octubre, que proclamó el Estado Federal Catalán dentro de una República Federal española. El gobierno declaró el estado de guerra, envió al ejército al mando del General D. Batet Mestres, suspendió la autonomía de Cataluña y detuvo a sus dirigentes.

 

El segundo movimiento fue una huelga revolucionaria que debía tener ámbito nacional al basarse en la creación de alianzas obreras que aglutinaran a los partidos y sindicatos de izquierda. La acción fue alentada por el PSOE, la UGT y, exceptuando el caso de Asturias, contaba con el apoyo desigual de los sindicatos anarquistas de la CNT y la FAI.

 

La huelga quería generar en una insurrección que arrastrara a los militares republicanos de izquierda, pero a pesar de la virulencia de los huelguistas en Madrid y otras grandes ciudades, fracasó estrepitosamente por la descoordinación de los revolucionarios, la no adhesión de los militares y la falta de armamento. Asturias constituyó la excepción de la huelga, porque la alianza obrera funcionó y los huelguistas se pertrecharon con armamento procedente de las fábricas de armas de la región, centrando sus objetivos en la toma de la base aérea de Virgen del Camino (León), acción estudiada por M. González Álvarez[1]. Este historiador leonés ha indicado que, para sofocar a los revolucionarios asturianos, la base aérea de León se convirtió en el centro neurálgico del apoyo aéreo que necesitaban las columnas enviadas a la región por el ministro de la Guerra, Diego Hidalgo Durán. Para coordinar la acción contra los revolucionarios, Hidalgo requirió el asesoramiento del general Francisco Franco (nótese que, a costa de desplazar al Jefe del Estado Mayor Central, General C. Masquelet Lacaci, que debía haber asesorado al ministro como correspondía a su cargo). Si bien, la Base de León constituyó la punta de lanza en Asturias, la Base de Getafe de Madrid se convirtió en el soporte humano y material de todas las necesidades que se requirieran en la acción de la Aviación, a sabiendas de que, desde el momento en el que se impartieron órdenes para la intervención de la Aviación, se cuestionaba la fidelidad del personal de ambas Bases por las simpatías políticas de gran parte de su personal hacia los revolucionarios.

 

En Getafe, era conocida la adhesión de numerosos mandos (empezando por el propio jefe de la Escuadra 1, A. Camacho Benítez) oficiales, clases y tropa (sobre todo los mecánicos) al republicanismo de izquierdas, por lo que el tándem Hidalgo-Franco requirió en varias ocasiones a Ysmael Warleta, Director General de Aeronáutica que requiriera la lealtad de la Escuadra 1. Pese a su cargo, Warleta, una vez declarado el estado de guerra por los actos revolucionarios, no tenía mando, pero convocó a Camacho, a los jefes de grupo, de escuadrillas y observadores de la Escuadra 1 y les planteó abiertamente Obedecer al Gobierno en lo que nos guste y “en lo que no nos guste”. A todos nos repugna combatir contra españoles, y más todavía, si cabe, si estamos inclinados (por dentro) a sus ideas políticas. Pero hay que hacerlo si nos lo manda el Gobierno, aunque sea con profunda tristeza. Si no lo hacemos, somos unos estafadores. Los militares no pueden ser políticos por fuera. Está prohibido por las leyes. Camacho, contando con el beneplácito de sus subordinados, expuso que obedecerían sin lugar a dudas[2].

 

La subordinación de la Base Aérea de Getafe al gobierno no sólo contribuyó a sofocar la revolución de Asturias, sino que, como ha indicado González Álvarez, supuso el principio del fin de la posible deslealtad del aeródromo de León, cuyos mandos, Comandante Ricardo de la Puente Bahamonde (primo carnal del General Franco) y el Capitán C. Núñez Maza (Jefe de los Talleres del Parque Regional del Noroeste) clases y tropas (muchos de ellos de origen asturiano y entre los que se contaba un grupo afín al anarquismo y otro al socialismo) compartían los ideales revolucionarios. González ha documentado la existencia de contactos entre los mineros de varias cuencas leonesas que, al parecer, contaban con la connivencia de Puente Bahamonde, Núñez Maza, el Sargento Eusebio Fernández de Velasco, otro suboficial y un pequeño número de soldados para tomar la base entre el 5 y 6 de octubre y emplearla para controlar la provincia de León.

 

Pese a lo que afirma González y tomando como base el juicio al que fueron sometidos ambos oficiales, no se aportaron pruebas legales contundentes que les vincularan a los mineros revolucionarios.

 

En el caso de Puente sí se comprobó que demoró cualquier acción aérea sobre los mineros; por el contrario, Núñez Maza, desarmó el intento de controlar la Armería por un grupo de 15 o 20 soldados asturianos de la Base[3].

 

El papel de la Base de Getafe

 

El plan inicial de los conjurados con los mineros fracasó, pero en los días siguientes se produjeron varios conatos de sublevación y sabotaje de los aviones que iban a reconocer y bombardear los enclaves de los revolucionarios. Además, entre los días 5 y 8 de octubre, la aviación de León no atendió las órdenes de actuación impartidas desde Madrid, provocando que el día 8 Franco destituyera fulminantemente a su primo Puente Bahamonde y se ordenara el traslado de Camacho a León para que asumiera el mando de las operaciones contra los mineros, vuelo en el que también iba el Comandante Eusebio Verda del Vado para asumir el cargo de jefe de la Base[4].

 

González, habiendo analizado las fuentes de uno y otro bando, ha puesto de manifiesto que los reconocimientos y bombardeos en apoyo de las columnas que marchaban contra los sublevados fueron cruciales para la sofocación de la revolución[5].

 

Madrid brindó a la aviación desplazada a León todo el apoyo material posible: bombas, municiones, una escuadrilla de Breguet XIX del Grupo 31, un bombardero Junkers K.30 y aparatos de transporte civil requisados a LAPE. Además, se empleó nuevo material como un autogiro C-30 (idóneo para operar en zonas donde un avión no podía despegar/aterrizar), siendo la primera vez en la historia aeronáutica que se empleó usó una aeronave de alas giratorias en una acción guerra. El C-30 no empleó material bélico, pero fue esencial en el traslado de jefes (como el viaje a Gijón del Teniente Coronel de la Legión Juan Yagüe Blanco o la realización de reconocimientos puntuales). En Asturias, la Aviación también empleó por primera vez lanzabombas eléctricos y fusiles ametralladores desde los puestos de observación de los Breguet XIX cuya efectividad fue ratificada por los revolucionarios que, a pesar de tirotear e impactar con precisión a los Breguet en varias ocasiones, abandonaban trincheras y reductos para evitar la precisión de su bombardeo.

 

El historiador aeronáutico Marcelino Sempere Domenech comenta que la Jefatura de Aviación emitió un informe fechado el 26 de octubre sobre todos los problemas e irregularidades que ocurrieron durante la campaña y cuyas conclusiones no fueron nada optimistas, sobre todo en lo que se refiere a deficiencias tanto a nivel material como en la instrucción de personal[6]. González, exceptuando fallos en el material (bombas que no explotaron por el largo tiempo de almacenaje y el encasquillamiento de las viejas ametralladoras Darne que estaban en servicio ¡desde la campaña de África!) y discrepa de las conclusiones negativas de ese informe. Considera que, a tenor del estado del material y de los problemas meteorológicos que hubo durante la realización de los servicios, la actuación de la Aviación fue “más que aceptable”. Eso sí, González coincide con el informe citado por Sempere en que las tripulaciones acusaron la falta de experiencia en combate real, pero no en entrenamiento, porque antes de la revolución, Aviación Militar había llevado a cabo maniobras en el Pisuerga y Montes de León en el mes de septiembre. Para el historiador leonés, en la realización del informe hubo un intencionado sesgo político: La CEDA y Gil Robles, que ocuparía más adelante la cartera de ministro de la Guerra, para hacer de menos la política militar de Azaña, también minimizó la actuación de la Aviación de combate.


Aviadores navales junto a un C-30

 

No olvidemos que, además el Arma Aérea poseía entre sus integrantes un gran contingente de republicanos; de hecho, en determinadas esferas, siempre se comentó que las reformas acaecidas dentro de la Aviación para independizarla del Ejército de tierra habían sido “un regalo de Azaña”. No era un secreto que muchos militares antiazañistas consideraban que la Aviación era un cuerpo “levantisco”[7].

 

Asturias ahonda la división en Aviación Militar

 

Desde nuestro punto de vista, en las acciones de Asturias no sólo afloraron las disputas políticas en el seno del republicanismo, sino que también volvieron a relucir los viejos recelos institucionales existentes en las demás armas del Ejército español por la aspiración de que Aviación (desde el final de la campaña de Marruecos) se convirtiera en arma independiente. Por ello, a los aviadores se les tenía por díscolos, calificación hecha por el “republicano” General Batet durante la oposición a la Dictadura de Primo de Rivera; rebeldía que ahora se teñía de color político dado que, debido a la vinculación de algunos de sus jefes y oficiales con altos cargos políticos del Bienio Reformista, fue considerada por el Ejército y los partidos republicanos de derecha como la “niña mimada” de los republicanos de izquierda, que le confirieron mucho protagonismo en los actos de proclamación de la II República.


 

En este sentido, hemos de considerar a la Revolución de Asturias como una prueba de fuego para los aviadores (o si prefiere, de un antecedente de lo que pasaría en julio de 1936) con un planteamiento político muy claro. O, como expuso Warleta, se era leal, “en lo que nos guste y en lo que no nos guste” al gobierno elegido democráticamente; o se era fiel a una determinada ideología política. De lo que no cabe la menor duda es que los sucesos de Asturias afectaron profundamente al Arma de Aviación. La consecuencia directa fue el juicio incoado por sedición al Comandante Puente Bahamonde, al Capitán Núñez Maza, al Sargento Eugenio Fernández Velasco y varios soldados, siendo separados de Aviación. En el curso de las operaciones se destituyó a Pastor de la Jefatura de Aviación (evidentemente, por razones políticas), poniendo en su lugar a Apolinar Sáenz de Buruaga. Los aviadores de tropa, mecánicos, suboficiales y oficiales simpatizantes de izquierdas, tuvieron que acatar la obediencia debida, pese a la decepción que hubiera podido suponer para algunos de ellos que la Aviación hubiera sido el factor determinante para sofocar una rebelión cuyos ideales compartían o simpatizaban.

 

De manera paralela, en algunas bases y aeródromos y centros orgánicos, los aviadores más comprometidos ideológicamente con los ideales de izquierda, sufrieron la inquina de aquellos superiores que seguían una ideología contraria a la suya. Según I. Hidalgo de Cisneros, cuando regresó a España en la segunda mitad de 1935 después de haber representado la agregaduría aeronáutica en Berlín y Roma, se encontró con la hostilidad manifiesta de su superior Joaquín González Gallarza, quien le relegó a un puesto administrativo pese a su experiencia militar y aeronáutica. Esta animadversión se hizo patente también durante su posterior destino en Sevilla, donde supo que A. González Gil, su compañero de la fallida conjura republicana de Cuatro Vientos (1930), había encargado a una serie de mecánicos que le escoltaran para que protegieran su vida[8].

 

En resumen, los aviadores militares sabían que había dos grandes grupos políticos (más o menos minoritarios, pero extraordinariamente activos) que pugnaban por arrastrar ideológicamente a los componentes de la Aviación en uno y otro sentido político. Y lo más lamentable es que, al igual que en otros sectores del Ejército y la Armada, lo sucedido en Asturias (y sus consecuencias) darían lugar a que ambos bandos trazaran unas líneas divisorias (materializadas en unas listas negras) que se activarían en un futuro inmediato con consecuencias funestas para sus componentes[9].

 

Fuente: http://www.circuloaeronautico.com

 

 



[1] El aeródromo de León y la Revolución de Asturias. Edición de la Diputación de León-Instituto Leonés de Cultura, 2008.

[2]  J. Warleta Carrillo «Ysmael Warleta de la Quintana, apuntes biográficos» Aeroplano 25. IHCA, 2007; páginas 81 y 82

[3] Información cortesía de O. Fuentes Gómez, tomada de fuentes periodísticas que recogieron el desarrollo del juicio contra Puente y Núñez Maza.

[4] Pese a haberle quitado el mando a Puente Bahamonde, en Madrid aún persistían los recelos. El día 14, ante la posibilidad de que no interviniera la aviación por la inestabilidad atmosférica, el Comandante Apolinar Sáenz de Buruaga, nuevo Jefe de Aviación por haber depuesto al comandante Ángel Pastor, solicitó confirmación al Comandante Verda de la noticia. Al confirmarles desde León el estado meteorológico adverso, Sáenz de Buruaga instó a León a buscar aeródromos eventuales en Asturias para proseguir con las operaciones (González; p.98). Desde el gobierno se pensaba que, por razones políticas, Pastor boicoteó la actuación de la Aviación. Así lo estimó Gil Robles, quien en una carta sin fecha dirigida a M. Jiménez dice: Querido Manolo: En este momento están reunidos los Comandantes de Aviación. Pastor (el Jefe) está boicoteando las órdenes de salir aparatos para Asturias. Plantea el caso, porque en Guerra conserva Hidalgo mucho mal elemento. Hay órdenes urgentes que han tardado ayer 4 horas en cumplimentarse. Tuyo (firma

de Gil Robles) En Posdata dice: El Jefe de Aviación (Pastor) es comunista. Centro Documental de la Memoria Histórica PSMADRID, 811,112. Carta de J.M. Gil Robles a M. Jiménez. Información cortesía de O. Fuentes Gómez.

[5] El aeródromo de León…; páginas 80 y ss.

[6]  El Ejército del Aire Español, 1939-1989. Ministerio de Defensa, 2017.

[7] Op. cit.; p.110. 

[8] Cambio de rumbo. Ikusager. Vitoria, 2001.

[9] Hemos analizado la evolución orgánica y militar de preguerra de la Aviación Militar, así como su contexto histórico-político, en C. Lázaro Ávila Isidoro Giménez, maestro de pilotos. Edición del autor. Madrid, 2019; carloslazav@yahoo.es.