17 de octubre de 2020

ZULOAGA Y MOSCONI – LOS COMIENZOS DE LA HISTORIOGRAFÍA AERONÁUTICA ARGENTINA

Por Pablo Luciano Potenze  

 

Enrique Mosconi y Ángel María Zuloaga (foto Archivo).

 

Relatar la historia aeronáutica argentina fue (es) una tarea compleja, que puede encararse desde puntos de vista muy diversos. Pero el requisito primordial de cualquier trabajo de este tipo es que se abstraiga de pasiones, rencores y amistades.

 

La aviación argentina hecha por argentinos comenzó en 1907, con la ascensión del globo Pampero, piloteado por Aarón de Anchorena, llevando como pasajero a Jorge Newbery. Al igual que ocurrió en otros lugares, los entusiastas (creo que ésa es la palabra) de la aeronáutica, no sabían bien de qué se trataba. Para algunos lo fundamental era lo científico, otros la veían como una emoción fuerte, que podía canalizarse como deporte y, al principio, nadie hablaba de aplicaciones prácticas.

 

En esos primeros años no se podía escribir una historia de lo que estaba ocurriendo porque se trataba de hechos contemporáneos, que dieron lugar a crónicas más que a historias. Además, cualquier historia escrita por esta gente hubiera sido una historia contada por sus protagonistas, con todos sus pros y sus contras, y no un trabajo de verdaderos historiadores profesionales.

 

De todos modos, y por lo que vino luego, es evidente que hubo quienes comenzaron a organizar archivos sobre lo que estaba pasando.

 

El cruce de los Andes

 

Eduardo Bradley (1887-1951) fue un empresario y deportista argentino que en 1909 ingresó al Aero Club Argentino y, después de los cursos correspondientes, obtuvo el brevet N° 12 de piloto de globo. Posteriormente, en sucesivas ascensiones, obtuvo algunos récords locales de altura y distancia recorrida y, en 1915 obtuvo su brevet de piloto aviador. Sobre finales de ese año pasó a formar parte de la Comisión directiva del Club.

 

Eduardo Bradley, en Uspallata, luego de cruzar los Andes (foto Archivo General de la Nación).

 

En 1916 Bradley decidió intentar el cruce de la cordillera de los Andes, partiendo de Santiago de Chile, para lo que logró el apoyo del Aero Club. Su acompañante sería el entonces Capitán Ángel María Zuloaga (1885-1975), que ya lo había acompañado en varios de sus vuelos anteriores. La travesía se cumplió el 24 de junio y fue, a mi juicio, uno de los raids más importantes realizados por aviadores argentinos. Bradley relató esta travesía en un libro denominado La travesía de los Andes en globo, publicado en 1917.

 

Tapa del libro donde Eduardo Bradley da su versión sobre el cruce de los Andes en globo. Aparentemente, fue una edición del autor, impresa por la casa Jacobo Peuser.

 

El despertar de la aviación militar


La aviación militar argentina nació en 1912, cuando el presidente Roque Sáenz Peña firmó el decreto de creación de la Escuela de Aviación Militar, una dependencia del Ejército que debió organizarse para una tarea totalmente nueva y generar sus propios cuadros. Cuando la escuela estuvo en condiciones de funcionar regularmente estalló la Primera Guerra Mundial, que significó la imposibilidad de adquirir material de vuelo adecuado, por lo que la instrucción, que era la única actividad de vuelo que se realizaba, debió hacerse con máquinas viejas e ineficientes, limitándose a sobrevolar el aeródromo de El Palomar y sus adyacencias.

 

Con el fin de la contienda llegó la hora del cambio. En 1919 la Escuela se transformó en el Servicio Aeronáutico del Ejército, y al año siguiente fue designado a su frente el Coronel Enrique Mosconi (1877-1940), un oficial del arma de ingenieros, con buena formación técnica que, en 1909, se había asociado al Aero Club Argentino, habiendo incluso formado parte de su Comisión Directiva, aunque no era piloto.

 

El nuevo jefe desarrolló un plan de crecimiento de la aviación argentina, tanto civil como militar, fijándole el objetivo final de contribuir a la defensa nacional. Una de sus primeras medidas fue la planificación de vuelos de escuadrillas militares a todos los confines del país, tarea que requirió la preparación de infraestructura adecuada para la operación. Este trabajo se hizo con la colaboración de organismos civiles, que construyeron primitivos campos de aviación en más de cien localidades del interior del país.

 

Mosconi pensaba que el costo de una aviación militar competitiva no podía ser cubierto por los presupuestos de las fuerzas armadas y, por eso, desarrolló una colaboración entre civiles y militares que se plasmó en la fundación de aeroclubes, subsidiados por el Ejército, que formaron pilotos, mantuvieron la infraestructura y fueron una reserva de la institución militar.

 

Con estas políticas, puso los cimientos de una nueva arma aérea, a la altura de los tiempos que corrían, más profesional, con material moderno, funciones específicas y una verdadera doctrina. Sin duda fue uno de los jefes más creativos y trascendentes de nuestra aviación militar. En 1922 dejó su función para hacerse cargo de YPF, en 1925 fue ascendido a general de brigada y murió en 1940.

 

Una aerolínea que no existió

 

Bradley, en 1919, trató de combinar sus conocimientos de empresario y aviador proyectando una aerolínea, una idea novedosa en ese entonces, al punto que no había ninguna normativa para encarar el tema.

 

Eligió la ruta patagónica hasta Río Gallegos, formó una sociedad anónima con inversores argentinos y chilenos, desarrolló un plan operativo y de negocios y, a fines de febrero de 1920, solicitó al Senado Nacional, una concesión para establecer el servicio. Puede llamar la atención el mecanismo, pero no había ninguna legislación aeronáutica, y el método tenía algunos puntos de contacto con la operatoria de los ferrocarriles.

 

En la sesión de la Cámara del 28 de septiembre se dio media sanción a una ley que concedía a Eduardo Bradley (a título personal) el derecho de instalar y explotar por diez años una línea de servicios de aeroplanos para pasajeros y correspondencia postal sobre la ruta Bahía Blanca, Patagones, San Antonio, Madryn, Trelew, Rawson, Camarones, Comodoro Rivadavia, Puerto Deseado, San Julián, Santa Cruz y Río Gallegos.

 

El primer pedido concreto de un subsidio para explotar una línea aérea en la Argentina fue realizado por Eduardo Bradley, ante la Cámara de Senadores, en 1920 (foto: Pablo Luciano Potenze).

 

La norma le daba cierta exclusividad, le exigía la construcción de infraestructura, lo obligaba a iniciar las operaciones en dieciocho meses, con una frecuencia semanal. Estaría financiada con una sobretasa de $ 0,50 por pieza postal de veinte gramos o fracción, importe que pasaría íntegramente al concesionario, que además tendría una exención impositiva importante, siendo ésta la primera referencia concreta a un subsidio aeronáutico de nuestra legislación. Finalmente, se exigía que, después de dos años de operación, la empresa debía tener un quince por ciento de su personal de vuelo de nacionalidad argentina diplomado por la Escuela de Aviación Militar[1]. Este proyecto no llegó a ser tratado en la Cámara de Diputados.

 

En abril de 1922 el Ferro Carril Sud (General Roca después de 1948) llegó a Cármen de Patagones que sería, por años, el punto más austral de su red, tras lo cual Mosconi decidió pasar a la acción y logró que, a mediados de agosto, el Ejecutivo enviara al Congreso un proyecto suyo para establecer una línea postal entre ésta y Ushuaia, con un crédito fiscal de 1,5 millones de pesos. Entre los considerandos de este proyecto estaba la necesidad de que ese servicio fuera llevado a la práctica mediante la participación del elemento militar. El plan de operaciones era parecido al de Bradley; pero la parte económica y el material eran distintos. No obstante, ambos proyectos requerían fondos estatales para cerrar sus ecuaciones económicas,

 

La noticia del proyecto de Mosconi generó dos oposiciones fuertes, la de la Dirección de Correos, que hizo un pedido oficial de explicaciones por el hecho de haberse hecho un proyecto postal en sede oficial sin haberle dado intervención y, obviamente, la de Bradley.

 

El imponente palacio de Correos y Telecomunicaciones nos da una idea de la importancia de la institución hasta la llegada de las comunicaciones digitales (foto, Wikipedia).

 

Ambos proyectos murieron en los cajones del Congreso, pero cuando el proyecto de Bradley perdió estado parlamentario, a fines de 1922, éste publicó un fascículo titulado ¡Estos héroes con sangre ajena – La contribución del Coronel Enrique Mosconi al desarrollo de la aeronáutica argentina!…., en el que atacó al jefe de la Aviación de Ejército con gran virulencia.

 

Tapa de ¡Estos héroes con sangre ajena!…., el folleto editado por Bradley.

 

En lo relativo al proyecto de línea aérea, Bradley dice que sus razones son “infantiles y (…) carentes de objetivo militar”, agregando que se han hecho “cálculos risueños” y que “se emplearán máquinas muy especiales para atentar contra la vida de las personas”.

 

También objeta frontalmente los números sosteniendo que los costos verdaderos de la operación serían entre tres y media y cinco veces por encima de los calculados por la aviación militar argentina.

 

La publicación de Bradley va más allá del proyecto de línea aérea, y en su última parte cuestiona diversas contrataciones realizadas por el arma durante la gestión de Mosconi que aparecen como operaciones fraudulentas, en particular la intermediación en la compra de material para los aeroclubes, en los que denuncia sobreprecios importantes. Lo que no queda claro es si estos sobreprecios estuvieron destinados a cubrir gastos del arma aérea —que en ese momento estaba sobrejecutando sus presupuestos— o a otro lado.

 

Como broche de oro de su ataque, denuncia también irregularidades en la gestión de personal.

 

Bradley, con posterioridad, participó de varios proyectos aerocomerciales y fue funcionario público. Participó varias veces en la famosa competencia aerostática Gordon Bennet, y murió en 1951.

 

La carrera de Zuloaga

 

Después del cruce de los Andes, el Capitán Zuloaga fue destinado a la embajada argentina en Francia como observador militar, lo que le permitió tomar conocimiento de primera mano de la guerra aérea, algo absolutamente nuevo. Retornó terminado el conflicto, a fines de 1919, con un proyecto para hacer un vuelo transatlántico de España a Buenos Aires, que finalmente sería rechazado por el Poder Ejecutivo, probablemente a instancias del Ejército y su jefe Mosconi. A partir de allí la relación entre ambos se fue tornando cada día más áspera, en un momento en que Mosconi estaba impulsando la aviación militar a niveles desconocidos hasta entonces.

 

A principios de 1922 fue ascendido a Mayor y designado jefe de servicios generales del Grupo 1 de aviación, una unidad surgida de las reformas de Mosconi, con quien el nuevo jefe mantenía una relación cada vez más tensa.

 

Por estos años Zuloaga consolidó una actividad literaria que había iniciado en 1915, con la narración de un viaje en globo realizado el año anterior, a la que sucedieron otros relatos y trabajos de técnica militar.

 

En 1925 fue designado director de la Escuela de Aviación Militar, luego fue agregado militar de la embajada argentina en Washington y al finalizar 1927 fue ascendido a Teniente Coronel.

 

El 6 de septiembre de 1930 el Ejército derrocó al presidente constitucional Hipólito Yrigoyen y el 9 Zuloaga —que estaba en Estados Unidos— fue designado al frente de la Dirección General de Aeronáutica, donde aplicaría sus conocimientos adquiridos en el exterior, en particular buscando una aviación militar independiente, un tema que estaba siendo debatido en el mundo.

 

En 1933 comandó la Escuadrilla Sol de Mayo, que realizó un viaje de buena voluntad de Brasil con aviones de fabricación nacional.

 

El AE-T1 fue uno de los aviones de fabricación nacional que integró la escuadrilla Sol de Mayo que, comandada por Zuloaga, unió Buenos Aires con Río de Janeiro, en 1933 (Archivo General de la Nación).

 

En 1937, ya con el grado de Coronel, fue designado en la Comisión de Adquisiciones en Europa, regresando a Buenos Aires a fines de 1938. El 31 de diciembre de 1940 ascendió a General de Brigada y fue designado comandante de la aviación militar.

 

En septiembre de 1941 hubo un intento o simulación de golpe de estado, que quedó en la historia como el “putsch” de 1941, que tuvo su epicentro en la aviación militar. No tuvo ningún resultado político práctico, pero motivó que Zuloaga, que perdió prestigio, haya tenido participación activa o no en el movimiento, dejara la comandancia de la aviación militar y pasara a disponibilidad, e incluso estuvo algún tiempo arrestado, pero no pasó a retiro y fue asignado luego a la Dirección de Personal.

 

Después del golpe del 4 de junio de 1943 Zuloaga fue separado de su cargo, pero desde la situación de disponibilidad asesoró al grupo de oficiales que bregaba por la creación de la aeronáutica militar independiente.

 

A fines de 1944, luego de aprobado el nuevo escalafón de aeronáutica, Zuloaga pasó a ser Brigadier, y el 5 de abril de 1945 pasó a situación de retiro activo. Los dos años siguientes, libre de las obligaciones militares, los dedicó a escribir su obra La victoria de las alas.

 

Después de la caída de Perón fue ascendido a Brigadier General y fue reincorporado como artículo 62 hasta 1959, cuando pasó a retiro pasivo. Murió en 1975.

 

La victoria de las alas

 

A mediados de los años cuarenta del siglo pasado había en la Argentina algunas revistas especializadas en aviación, que abarcaban un amplio espectro de temas civiles y militares, algunos libros, sobre todo técnicos, pero nadie había realizado un estudio histórico completo de la actividad.

 

Formalmente, la tarea le cupo al ya Brigadier Ángel María Zuloaga, que, en marzo de 1948 publicó un trabajo de 386 páginas en gran formato que llamó La victoria de las alas – Historia de la aviación argentina, editado por la librería y Editorial El Ateneo. No hay en el volumen ninguna referencia a que la Fuerza Aérea haya participado en la edición.

 

Más allá de cualquier otra consideración, el trabajo muestra un esfuerzo de investigación gigantesco que Zuloaga plasmó en una crónica de casi todo lo que había ocurrido en la aviación local hasta ese momento.

 

Portada de la primera edición de La victoria de las alas. El formato es 27,5 x 21 cm.

 

El autor, desde el título, optó por un relato épico, con héroes y hazañas que llevan a la “victoria”, aunque no define con claridad en qué consistió esa victoria, o quién fue el derrotado. Queda la impresión de que el esfuerzo de la lucha contra la naturaleza tuvo como logro la independencia de la aviación militar, separada del Ejército, pero eso es una visión muy parcial, en la que la aviación civil no encuentra su lugar.

 

Como suele suceder con la literatura militar, el libro abunda en nombres, ya que cita a todos los personajes que tuvieron actuación en los cielos locales. Una idea de esto lo da el hecho de que el índice alfabético de nombres tiene 1.105 entradas. Adicionalmente trata a los protagonistas como héroes, abusando del uso de adjetivos laudatorios.

 

Pero este increíble esfuerzo de investigación choca con algo demasiado evidente, que pone en tela de juicio todo el trabajo. En ningún momento figura el nombre de Enrique Mosconi, un personaje central de la historia de la aviación argentina, civil y militar. Esta decisión del autor hace que el relato del importante desarrollo de la actividad civil y militar entre 1919 y 1922, sea incompleto y amañado, sin reseñar lo que realmente ocurrió en un momento crucial para el desarrollo de la aviación argentina.

 

Las relaciones entre Zuloaga y Mosconi habían sido malas, y a esto podría sumarse el largo conflicto de Bradley, amigo de Zuloaga, pero una cuestión personal no justifica convertir un libro, que se supuso era la culminación de la historiografía aeronáutica argentina en algo que, por omisión, se parece peligrosamente a un libelo inspirado en rencores personales. Es llamativo que un personaje del prestigio de Zuloaga haya tomado la decisión de empañar lo que estaba destinado a ser su obra cumbre en nombre de una cuestión particular.

 

No obstante esto, el libro tuvo una excelente recepción, tanto en el ambiente civil como en el militar, y no hemos encontrado referencias críticas en este aspecto. Podría decirse que el objetivo de dejar a Mosconi fuera de la historia se cumplió sin problemas.

 

En 1958 se publicó una segunda edición de La victoria de las alas, esta vez con el apoyo explícito de la Fuerza Aérea. Muchas cosas habían cambiado desde 1948, y la corrección política era otra. Fundamentalmente, había caído Perón.

 

La nueva versión tiene como subtítulo Historia de la aviación argentina y su base filosófica. Es más larga que la anterior, lo que es lógico, porque se añadieron diez años de actividad, pero eso no es todo, porque, si bien el libro es el mismo, hay agregados y quitas. Esta vez el índice de nombres tiene 1.791 entradas, pero sigue sin mencionar a Mosconi y tampoco nombra a Perón.

 

Portada de la segunda edición de La Victoria de las Alas. El subtítulo ahora es Historia de la aviación argentina y su base filosófica. Su formato es 23 x 16,5 cm.

 

La decisión del autor de extender el relato hasta 1957 lo pone en un brete complejo. Por un lado, hay una desperonización preventiva de lo ya publicado. Por ejemplo, desaparece Raúl Alejandro Apold, que fue uno de los primeros periodistas especializados en aviación, y directivo del Aero Club Argentino, pero también funcionario peronista.

 

Prácticamente no habla de la actividad de la aviación militar durante el peronismo, pero cuestiona todo lo que puede cuestionar, como la política industrial de la Fábrica Militar de Aviones. Con la aviación comercial pasa algo similar: casi ignora y critica a Aerolíneas Argentinas por ser una empresa estatal, y apoya la acción del gobierno de Aramburu en materia de abrir los servicios aéreos a empresas privadas.

 

Visto con ojos actuales, resulta evidente que la política del momento contaminó esta segunda edición, metamorfoseando lo que pretendía ser un libro de historia en un escrito interesado.

 

La segunda edición finaliza con una serie de “reflexiones sobre la aviación y la gente del aire”, que son una extraña apelación a la hombría de bien de los aviadores, considerando su labor como un “sacerdocio”, lo que apoya diciendo cosas tales como que “su ejemplo trasciende de la vida terrena”. No parece un colofón adecuado para un libro de historia imparcial.

 

El devenir de la historiografía aeronáutica

 

Después de La victoria de las alas vinieron muchos trabajos sobre la historia de la aviación argentina. Al principio siguiendo el estilo ceremonioso de Zuloaga y su obsesión por los actos de heroísmo, pero con el tiempo fueron apareciendo otros puntos de vista, más independientes, que inicialmente se centraron en la historia de las aeronaves en particular, siguiendo las formas de los spotters ingleses y el paso siguiente fue la incorporación de estudios en los que participaban, claramente y sin eufemismos, la política y la economía, incluyendo el mundo crudo de los negocios.

 

La inmensa mayoría de quienes escribieron sobre historia aeronáutica fueron personas vinculadas de un modo u otro con la actividad, muchos protagonistas de los mismos hechos que reseñaron. Hay varios trabajos periodísticos, pero poquísimos historiadores profesionales, formados como tales, se han ocupado de la aviación argentina. Más interés han mostrado los economistas, que han producido varios trabajos, en general vinculados con las finanzas públicas. La privatización de Aerolíneas Argentinas, como tema aislado, dio lugar a varios estudios, desde puntos de vista diversos. Un caso particular, que motivó muchísimas publicaciones, fue la guerra de Malvinas.

 

 

Fuente: https://www.gacetaeronautica.com



[1] La realidad de la aviación argentina de ese momento era que los pilotos que realmente tenían experiencia eran extranjeros, en general ex combatientes de la Primera Guerra Mundial, que trabajaban como instructores de los pilotos argentinos, que todavía eran principiantes con pocas horas de vuelo.