19 de octubre de 2020

LOS BOMBARDEOS SUFRIDOS POR SUIZA EN LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL PESE A SU NEUTRALIDAD

 

Por Jorge Álvarez

 

Efectos del bombardeo en Schaffhaussen/Foto: SRF

 

¿Qué rasgo tuvieron en común países como España, Bélgica, Holanda, Suecia, Dinamarca, Noruega, Irlanda o Suiza durante la II Guerra Mundial? El hecho de ser neutrales en el conflicto, al margen de sus simpatías políticas por uno u otro bando. Sin embargo, la neutralidad declarada no siempre basta para mantenerse a salvo cuando se imponen las necesidades estratégicas y algunos de los citados lo experimentaron en su propio suelo, siendo invadidos por Alemania: Bélgica, Países Bajos, Dinamarca, Noruega… Incluso Suiza, generalmente considerada el paradigma de esa categoría, tuvo que vivir episodios bélicos dentro de sus fronteras, tanto aéreas como terrestres.

 

Suiza había adoptado una posición de neutralidad oficial en 1815, aunque ya se orientaba en esa dirección desde el siglo XVII. Hasta esta centuria, los trece cantones que se habían logrado separar del Sacro Imperio Romano Germánico en 1499 y formaban la Eidgenossenschaft o Antigua Confederación eran independientes entre sí; pero su pujanza militar, antaño toda una referencia de la que se nutrían los ejércitos europeos, había declinado con el surgimiento de los grandes estados nacionales del continente.

 

En 1798 la Confederación Helvética resultante de la Paz de Westfalia siglo y medio antes fue ocupada por el ejército revolucionario francés, que impuso una artificial República Helvética; tan impopular que hubo un fuerte movimiento de resistencia en toda la región que obligaría a Napoleón a conceder una amplia autonomía.

 

Bandera de la República Helvética/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

 

Tras la caída definitiva del Emperador en 1815, el Congreso de Viena restituyó a los suizos su independencia y algunos territorios arrebatados (los cantones de Valais, Neuchâtel y Ginebra) mientras todas las potencias les reconocían su deseo de ser considerados neutrales, tal como habían expresado dos años antes a raíz de la derrota francesa en Leipzig. El origen de la neutralidad suiza ya la tratamos en un artículo de forma específica.

 

A lo largo del siglo XIX -y pese a algunos altibajos-, Suiza se fue perfilando a los ojos del mundo como país neutral por antonomasia, aceptándolo así todos sus vecinos hasta el punto de que allí instalaron sus sedes diversos organismos internacionales de referencia como la Cruz Roja (1854), la Unión Telegráfica Internacional (1868) o la Unión Postal Universal (1874). También se eligió Ginebra para la conferencia de la que salió el convenio de asistencia a los heridos de guerra.

 

De esta forma llegó el siglo XX y con él los dos grandes conflictos bélicos que lo jalonaron en su primera mitad. Fiel a su estatus, Suiza permaneció neutral en la I Guerra Mundial, aunque ello no sólo no implicó desmilitarización sino que su ejército nacional tuvo que desplegarse en las fronteras para garantizar esa condición: fue movilizado un cuarto de millón de hombres, número que se fue reduciendo progresivamente a lo largo de los años siguientes a medida que se comprobaba el respeto a la integridad territorial del país.

 

Soldados suizos en un ejercicio durante la I Guerra Mundial/Foto: Switzerland 1914-1918

 

Ello no fue óbice para un incremento temporal originado por un momento crítico a finales de 1916, cuando corrió el rumor de que Francia se disponía a atacar a Alemania pasando por Suiza, algo que finalmente no ocurrió. De todas formas, se calcula que hubo cerca de un millar de acciones que, de una forma u otra, traspasaron las fronteras helvéticas, especialmente en los pasos de montaña y las zonas donde confluían los límites entre varios beligerantes. 

 

Al llegar la paz, Suiza se convirtió en refugio de exiliados políticos en la misma medida que ilustres artistas impulsaban desde allí algunos movimientos vanguardistas y las ciudades más importantes eran escenario del espionaje internacional. Entonces se empezaron a agudizar los extremismos políticos en el continente y volvieron a soplar vientos de guerra. Éstos se confirmaron en septiembre de 1939 con la invasión alemana de Polonia y la consiguiente respuesta de Francia y Gran Bretaña.

 

Suiza volvió a movilizar a su gente, reuniendo medio millón de soldados y milicianos para asegurar sus fronteras, temiéndose la posibilidad de ser ocupados también por la Wehrmacht. De hecho, los germanos tuvieron un plan en ese sentido, la Operación Tannenbaum, pero nunca se llevó a cabo por considerarlo innecesario (Suiza no constituía un peligro), aparte de que buena parte de los suizos eran germanófilos.

 

Suiza, rodeada por las potencias del Eje/Imagen: ArmadniGeneral en Wikimedia Commons

 

No obstante, al igual que en la guerra anterior, se produjeron varios incidentes y enfrentamientos que supusieron violaciones fronterizas. Hay que tener en cuenta la ubicación geoestratégica del país en aquellos momentos: una pequeña isla en medio de los Alpes rodeada por territorio de las potencias del Eje (Austria, Italia, la Francia ocupada, Alemania misma) a cuyo espacio aéreo nadie estaba dispuesto a renunciar; siempre se podía aducir un error de navegación y, en cualquier caso, la aviación suiza no era precisamente su punto fuerte.

 

Así, el espacio aéreo helvético fue profanado una y otra vez por las fuerzas aéreas de uno y otro bando. Primero los aviones de la Luftwaffe sobrevolaron Suiza durante la invasión de Francia, registrándose cerca de dos centenares de casos de los que once acabaron con derribo por parte de la Fuerza Aérea local; lo irónico fue que para ello se usaron Messerschmidt Bf-109 adquiridos a Alemania, que presentó una protesta formal.

 

Unidades suizas de Messerschmidt Bf-109/Foto: Luftwaffephotos

 

Dadas las amenazas de Hitler, los suizos cambiaron de táctica y obligaban a los pilotos intrusos a aterrizar en sus aeródromos. Por tanto, su suelo se utilizó a menudo para aterrizajes forzados o de emergencia, pero no sólo de aviadores germanos: cientos de tripulaciones aliadas terminaron la guerra retenidos entre aquellas montañas, algo siempre preferible a ser internados en un campo de concentración teutón.

 

Sin embargo, no todos los incidentes fueron tan limpios. En 1940 la RAF atacó Ginebra, Renens, Basilea y Zúrich antes de percatarse del error. En el otoño de 1943 fueron los estadounidenses los que se equivocaron y soltaron sus bombas sobre el pueblo de Samedan, como pasaría al año siguiente en otros sitios como Koblenz, Cornol, Niederweningen y Thayngen. También habría acciones en 1945 en Chiasso, Stein am Rhein, Taegerwilen, Vals, Rafz y Brusio, esta última el 16 de abril de 1945, poniendo fin a esos incidentes que, por suerte, no provocaron víctimas.

 

Carta informativa sobre los bombardeos por error/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

 

Ahora bien, con esa continua repetición de errores era cuestión de tiempo que llegara la tragedia. Lo hizo el 1 de abril de 1944, cuando una escuadrilla norteamericana bombardeó por confusión la ciudad de Schaffhaussen, provocando la muerte de cuarenta personas y destruyendo su tejido fabril; en marzo del año siguiente las perjudicadas fueron Basilea, donde cayeron bombas incendiarias, y Zúrich, en la que fallecieron cinco ciudadanos tras ser confundida con Friburgo (una corte marcial presidida por el famoso actor James Stewart, que era capitán, encausó y finalmente absolvió a la tripulación responsable). 

 

En los EEUU algunos de sus militares opinaban que los suizos se merecían los bombardeos por simpatizar con los nazis, aunque el gobierno optó por disculparse e indemnizar a Suiza con una riada de millones de dólares que fue pagando desde 1944 hasta 1949. El país alpino admitió las explicaciones, pero, a la vez, se mostró dispuesta a no consentir ni uno más, advirtiendo de que en lo sucesivo intervendría contra cualquier avión que invadiera sin permiso su espacio aéreo y retendría a sus tripulantes.

 

Fuente: https://www.labrujulaverde.com