17 de octubre de 2020

LOS PILOTOS ASTURIANOS DE STALIN

 

 

El investigador naviego Rafael de Madariaga recupera la historia de los ases españoles del aire que lucharon contra los nazis, entre los que brilló un asturiano de Ballota: Celestino Martínez Fierros

 

Por Gustavo García



Celestino Martínez Fierros, fumando delante de un Shturmovik IL-2 CEDIDA POR RAFAEL DE MADARIAGA

 

Marzo de 1945. Inmediaciones del lago Balatón, Hungría. La Wehrmacht alemana lanza la operación “Despertar de Primavera”, en un desesperado intento por frenar el avance de las tropas soviéticas, que ya cercaban la ciudad de Berlín en los estertores del régimen nazi. La cruda batalla, con clara superioridad en efectivos para las tropas de Stalin, se libra por tierra y por aire. Allí se encuentra, a los mandos de un Shturmovik IL-2 soviético el piloto asturiano, de Ballota (Cudillero), Celestino Martínez Fierros, avezado combatiente con apenas 30 años, inmerso en el fragor de la batalla. En un lance con los antiaéreos alemanes, la aeronave que pilota Martínez Fierros recibe importantes daños, tan graves que se prende en llamas. “Estaba hecho polvo, y probablemente no era capaz de lanzarse en paracaídas. Es entonces cuando decide enfilar una columna de tanques alemanes, y estrellarse contra ellos. Se llevó por delante dos o tres. Es un héroe soviético a todos los efectos”.

 

Un grupo de aviadores republicanos CEDIDA POR RAFAEL DE MADARIAGA

 

Quien recuerda ahora aquel trágico final es Rafael de Madariaga, naviego de nacimiento, Capitán de aviación retirado, piloto, licenciado en Periodismo y apasionado amante de la historia de la aviación militar. “Tenía un buen historial, pero desgraciadamente lo derribaron poco antes de terminar la guerra”, incide. Martínez Fierros es, a entender del investigador, el piloto asturiano más destacado dentro del grupo de aviadores españoles que surcaron los cielos durante la Segunda Guerra Mundial librando batallas en el bando soviético.

 

Conformaron un grupo de unos cien pilotos en total, cuyo relato apenas ha sido contado, y que encierra en sí mismo las contradicciones y reveses propios de la mayor contienda militar de la historia. Fueron peones en el tablero de ajedrez en que se convirtió Europa durante décadas, primero combatiendo al fascismo en la Guerra Civil española, y, años después, haciendo lo propio con el nazismo alemán una vez integrados en el Ejército Rojo. Madariaga recoge decenas de biografías de estos ases del aire en su última obra, “Los aviadores españoles en la URSS”, libro editado por Galland Books.

 

La victoria de las tropas franquistas en la contienda nacional, en abril de 1939, provocó el éxodo a través de los Pirineos de buena parte de los restos del Ejército fiel a la República. Decenas de pilotos, veteranos de guerra tras numerosas batallas frente a cazas alemanes e italianos, siguieron esa ruta, tratando de escapar de los horrores de la represión. “En un principio, son recluidos en los campos de trabajo para republicanos de Saynt-Cyprien y Argelès, pero pronto fueron segregados y trasladados al de Gurs. Aunque por lo general no eran gente políticamente muy activa, simpatizaban con las ideas comunistas, y muchos buscaron una salida hacia la URSS”, relata Rafael de Madariaga. El puerto de Le Havre fue su vía de escape hacia el país soviético.

 

Bravo y sus compañeros, ante un P-40 Kittyhawk CEDIDA POR RAFAEL DE MADARIAGA

 

El valor de los pilotos españoles era excepcional para los rusos. “Los pilotos que habían participado en la Guerra Civil del lado republicano tenían una característica única: habían combatido durante más de dos años a los nacionales, volando aviones soviéticos como los Moscas o los Chatos; eran los que más sabían del tema con diferencia”, subraya el investigador. Además, muchos de ellos se habían formado en la escuela de aviación soviética de Kirovabad (ahora Ganyá, en Azerbaiyán), enviados por la República dada la escasez de pilotos con que contaban tras el levantamiento del bando franquista.

 

Así las cosas, los mandos del Ejército Rojo trataron “maravillosamente” a los combatientes españoles, que llegaron “depauperados y hechos polvo” a Moscú. “Vieron su potencial y su valía, y los enviaron a varios lugares de descanso, con abundante comida y ropajes nuevos, a todo tren”, detalla Madariaga. Se procuró desde un principio su integración en el país, destinando a cada aviador a las labores que había ejercido durante su vida en España: a la Universidad si era estudiante o a la fábrica si se desempeñaba como operario. A pesar de disponer de conocimientos avanzados en varias materias, los españoles flaqueaban en el dominio del idioma ruso, por lo que se instó encarecidamente a su estudio.

 

“Los aviadores republicanos españoles se ganaron en la guerra fama de aguerridos, y eran muy valiosos para el Ejército soviético”

Rafael de Madariaga

Periodista y piloto militar retirado

 

La aparente paz entre Alemania y la Unión Soviética, sellada en agosto de 1939 por los ministros de exteriores Joachim von Ribbentrop y Viacheslav Mólotov, saltó por los aires el 22 de junio de 1941, con la denominada “Operación Barbarroja”, con la que Hitler se lanzó a la conquista del Este. “El efecto sorpresa hace que los alemanes destrocen ochocientos aviones en el suelo, y otros cuatrocientos en el aire, y que avancen muchos kilómetros hacia Moscú. Muchos españoles se presentaron voluntarios en esas primeras horas, y entre ellos estaban los aviadores que a los que seguimos la pista”, apunta Rafael de Madariaga, que en este punto recuerda una operación “increíble” que conciben los soviéticos: “Se llevaron a un grupo de pilotos, entre ellos alguno republicano, a un campo secreto en los Urales, para volar allí aviones alemanes. La Unión Soviética disponía de dos docenas de estas aeronaves, sobre todo del modelo Messerschmitt Bf 108″. Aunque en un principio todo marchaba bien, un par de accidentes graves supusieron el final de la operación.

 

Un Shturmovik IL-2 soviético en pleno vuelo CEDIDA POR RAFAEL DE MADARIAGA

 

Entrar en el Ejército Rojo no fue un camino de rosas para los aviadores españoles. Muchos debían pasar un año en el frente, como guerrilleros, “para probar su fe soviética”, y su rango no siempre era respetado. “Solían rebajarlos un peldaño”, subraya el investigador. La entrada masiva de estos aviadores republicanos en el Ejército soviético se produjo en 1943, y, aunque lo intentaron, no se permitió su agrupamiento en un mismo regimiento. Pese a todo, su rendimiento a los mandos de las naves soviéticas más avanzadas fue intachable. “Los rusos habían trabajado a toda velocidad construyendo unos aviones que fueron capaces de oponerse a los aparatos alemanes: el MiG-1, que se convierte en el MiG-3, la serie de los Yakolev, y el Lávochkin-Gorbunov-Goudkov, entre otros”, detalla Madariaga.

 

De los noventa y cinco pilotos documentados en el libro, quince fueron derribados en combate, o fallecieron a causa de accidentes mientras pilotaban las máquinas soviéticas. Algunos, por sus escasas horas de vuelo, apenas tuvieron relevancia en el curso de la guerra y su biografía se reduce a unas pocas líneas. Otros, sin embargo, se convirtieron en verdaderos héroes, como es el caso del citado Celestino Martínez Fierros, o de José María Pascual Santamaría, que perdió la vida en la cruenta batalla de Stalingrado. “Defendiendo la ciudad de los bombarderos alemanes, llegó a derribar en un día nueve aparatos. El 28 de agosto lo tiraron a él, de forma definitiva, en lo que fue un combate terrible”, relata Rafael de Madariaga. Nombres propios como José María Bravo, que hasta su fallecimiento en 2009 era el piloto con más derribos de la aeronáutica española que seguía vivo, o Juan Lario, “probablemente, el español que más alemanes derribó en tierras rusas”. Francisco Meroño, Antonio García Cano o Antonio Arias son otros ases de la aviación republicana que se entregaron a fondo en las filas del Ejército comandado por Stalin.

 

El investigador naviego Rafael de Madariaga, en una imagen de archivo QUINTANA-JARDÓN

 

Llegar a conocer y documentar cada una de estas vidas no ha sido una tarea sencilla. Una década de trabajo ha dedicado Rafael de Madariaga, que es asesor del Servicio Histórico y Cultural del Ejército del Aire, a esta labor. Una misión que lo ha llevado al corazón del archivo soviético, ubicado en Podolsk. “Los rusos tienen unos archivos fantásticos, con millones de datos, pero son muy celosos de esa privacidad. Es complicado conseguir todos los permisos, y una vez allí, la vigilancia es muy estricta”, asegura el autor de la obra. Reconstruir la trayectoria de cada aviador se asemeja a ensamblar las piezas de un gran puzle, tomando de aquí un dato, de allá una fotografía, y del otro lado una fecha o la seña de una batalla. “Siento que la información sobre este grupo de españoles es como un pozo sin fondo, y que con este trabajo solamente he excavado dos metros de profundidad. Queda mucho por investigar, y podría ser un gran campo de estudio en el futuro, para seguir ahondando en esta historia”, asegura.

 

Celestino Martínez Fierros es, a entender del investigador, el piloto asturiano más destacado dentro del grupo de aviadores españoles que surcaron los cielos durante la Segunda Guerra Mundial

 

Tras diez años tras la pista de los aviadores españoles que lucharon en el frente oriental de la Segunda Guerra Mundial en el bando soviético, Rafael de Madariaga asegura que su papel fue “muy importante” en la lucha contra la Alemania nazi. “Los rusos tienen un respeto enorme a la utilidad de los españoles como guerrilleros, y como gente muy echada para adelante en el combate”, afirma. “Los aviadores se ganaron en la guerra fama de aguerridos, y siempre fueron muy valiosos para el Ejército de Stalin, aunque siempre los lastró su espíritu caótico, no tan ordenado como los soviéticos, y sus carencias en el manejo del idioma”.

 

La última batalla de los aviadores españoles, al igual que la del resto de combatientes de la República, se libró en los años ochenta en los tribunales. Solicitaron que se reconociese su graduación a la hora de percibir las pensiones en calidad de militares. “En el libro se incluye, al final, cómo los republicanos debieron reclamar sus pensiones, porque inicialmente una ley les concedió el rango de combatientes rasos, sin rango”, dice Madariaga. Finalmente, en 1987, lograron ese reconocimiento. “Cuando se habla mal de ese periodo, habría que abrir un paréntesis y destacar las 190.000 pensiones reconocidas a los combatientes republicanos”, valora Madariaga.

 

Fuente: https://afondo.lne.es