26 de noviembre de 2018

EL RADAR Y LA BATALLA DE INGLATERRA



Revisemos un poco la historia para poner en contexto el descubrimiento y desarrollo del radar.

Desde principios de la década de 1930, tanto la Gran Bretaña como Francia continuaban un programa muy importante de desarme que habían empezado la década anterior; en contraste, Alemania, contraviniendo lo estipulado en el Tratado de Versalles inició, con el advenimiento del régimen nazi, un amplio programa de rearme. Los ingleses y franceses creyeron que con una política pacifista controlarían las ambiciones expansionistas alemanas. En pocos años se desarrolló un arma muy poderosa para su época, el bombardero aéreo.

El primer ministro británico, Stanley Baldwin, había pronunciado ya en 1932: "Creo que el hombre común debería darse cuenta de que no hay poder sobre la Tierra que lo pueda proteger del bombardeo aéreo. Sea lo que sea lo que se diga, el bombardero siempre pasará". Ante este hecho se presentó una alternativa: o cada país desarrollaba un cuerpo de bombarderos aéreos, de tal manera que otros países se disuadieran de atacar ante la posibilidad de también ser bombardeados; o se llevaba a cabo un desarme general. Gran Bretaña optó por esto último, pero no Alemania.

Por otro lado, en la misma década de 1930 fue muy popular el concepto del rayo de la muerte en muchas versiones: podía causar incapacidad física, mental o de otro tipo, y aun la muerte. En un sinnúmero de cuentos, de tiras cómicas, de películas se presentaron rayos desintegradores, rayos caloríficos, rayos que aturdían, etc., cuya popularidad se basaba, en parte, en la creencia de que había más verdad que fantasía en los dispositivos que los producían; sin embargo, no tenían fundamento científico.

A pesar de esto, durante dicha década hubo un buen número de personas que pretendieron haber inventado y construido dispositivos que producían diferentes tipos de rayos. Pero análisis detallados invariablemente mostraban que siempre había algún truco en ellos. El ministro del aire británico llegó a ofrecer una recompensa de mil libras esterlinas al que inventara un dispositivo que pasara la prueba científica. Nadie ganó este dinero.

Como se ha visto en el capítulo XX, existen los rayos catódicos, que son electrones que se emiten de una placa metálica al ser calentada. Sin embargo, un haz de estas partículas no puede tener las consecuencias que se asignan popularmente al rayo de la muerte.

El interés del gobierno británico por este rayo fue muy grande en 1935. Esto se debió a que después de una serie de maniobras militares para probar las defensas de Londres se convenció de que no tenía defensa contra ataques de bombarderos aéreos. Como una ola pacifista había invadido al país, mucha gente no puso atención a esto, a pesar del rearmamento de Alemania. Sin embargo, un pequeño grupo dentro del Ministerio del Aire sí se preocupó por esta situación y se creó un centro científico para investigar la forma de mejorar las defensas aéreas de la capital inglesa.

Se probaron diferentes tipos de localizadores de bombarderos. Por ejemplo. se construyó un pequeño sistema acústico, que daría una señal cuando recibiera los sonidos producidos por los aviones atacantes. Muy pronto se dieron cuenta de que este sistema no era funcional ya que no podía distinguir entre el ruido producido por el atacante y otros sonidos, automóviles, animales, etcétera.

El centro analizó todo tipo de propuestas, en particular revisó la bibliografía existente al respecto, pero no encontró nada que le sirviera. Parecía que la única salida sería construir más y más bombarderos para disuadir a los posibles enemigos. Esta salida no tenía futuro en la Gran Bretaña de los treinta, ya que entonces nadie quería saber nada de un rearme.

Algunas de las pocas personas que se daban cuenta del peligro que representaba la Alemania nazi, como Winston Churchill, temían que la población de la isla, sin tener hacia dónde escapar, sufriera un ataque aéreo impune. La única fuerza efectiva que tenían entonces, la Marina Real, era cada vez más vulnerable a posibles ataques aéreos; por tanto, estaban desesperados pues creían que si nada se hacía perderían la siguiente guerra.

Algunas de estas personas preocupadas iniciaron algunos movimientos dentro del Ministerio del Aire, pero debido al ambiente pacifista existente, debieron hacerse de manera secreta. De esta forma, después de una serie de memoranda que se enviaron a diferentes jefes y directores, finalmente H. E. Wimperis, jefe de Investigación Científica e Industrial del Ministerio, llamó al doctor Robert Watson Watt, físico y director del Laboratorio de Investigación de Radio y le preguntó sobre el prospecto de desarrollar algún rayo de la muerte. Watson Watt regresó a su laboratorio y propuso el siguiente problema al doctor Arnold Wilkins, también físico y ayudante suyo: calcule la cantidad de potencia de radiofrecuencia (la que emiten los aparatos de radio) que es necesario radiar para elevar la temperatura de 4 litros de agua de 35.5º C a 41º C a una distancia de 5 km y a una altura de 1 kilómetro.

La idea de Watson Watt, que no le dijo a Wimperis, fue que, en algunas discusiones sobre los rayos de la muerte, el énfasis había pasado, de la capacidad de causar muertes misteriosas, a la posibilidad bien precisa de enviar un haz que contuviese suficiente energía al cuerpo del piloto del avión bombardero para "hacer hervir su sangre". Watson Watt se dio cuenta de que esto no era mucho pedir y que sólo sería necesario elevar la temperatura del piloto atacante a 41ºC aproximadamente, para que, al provocarle fiebre, quedara incapacitado.

Wilkins pensó inteligentemente que, como el cuerpo humano contiene alrededor de 4 litros de sangre y químicamente hablando es casi agua, un rayo que elevara su temperatura a 41ºC por radiación de radiofrecuencia sería equivalente a uno de la muerte. Como lo escribió el propio Wilkins:

Mi cálculo mostró que, como era de esperarse, se necesitaba generar una potencia enorme a cualquier frecuencia de radio para producir fiebre en el cuerpo de un piloto de avión, aun en el improbable caso de que su cuerpo no estuviera protegido por el metal del fuselaje [...] Como nada cercano a dicha potencia se podía producir, era claro que no era factible un rayo de la muerte por medio de la radio.

Le dije esto a Watson Watt al darle mi cálculo y me respondió, "Bien, si un rayo de la muerte no es posible, ¿cómo podemos entonces ayudarles?" Yo contesté que los ingenieros de la Oficina de Correos se habían dado cuenta de perturbaciones en la recepción de muy altas frecuencias cuando algún avión volaba en la vecindad de sus receptores y que este fenómeno podría ser útil para detectar aviones enemigos.

Esta última observación, hecha en enero de 1935, dio lugar al inicio de una serie de hechos que culminaron con la invención del radar.

Los hechos relacionados con la Oficina Postal a los que Wilkins se refirió habían sido observados en muchos otros lugares y en todos ellos se consideró esta perturbación como una molestia, un estorbo que mucha gente había tratado de eliminar. De hecho, en 1932 la Oficina Postal Británica publicó un informe en el que sus científicos documentaron los diferentes fenómenos naturales que afectaban la intensidad de la señal electromagnética recibida: tormentas eléctricas, vientos, lluvia y el paso de un aeroplano en la vecindad del laboratorio. El informe contenía un capítulo intitulado "Interferencia por aeroplanos". Wilkins lo había leído y se acordó de él cuando dio su respuesta a Watson. Wilkins conoció este informe de manera accidental, en una conversación de café con la gente que trabajaba en la Oficina Postal, que se quejaban de la interferencia de los aviones, como alguien se queja de los mosquitos. A nadie se le había ocurrido utilizar este hecho, hasta que Wilkins se acordó de él a raíz de la pregunta de Watson Watt.

Los científicos que escribieron el informe de la Oficina Postal estaban estudiando la capa ionosférica de Heaviside-Kenelly (véase el capítulo XVIII); que refleja ondas de radio, para utilizarla en telecomunicaciones. Por ello enviaban ondas hacia la atmósfera, y cuando algo interfería con la recepción de la señal reflejada se molestaban. En forma casual mencionaron en el informe, a manera de explicación, que, al interferir un aeroplano con la señal de radio, el avión la absorbe y la vuelve a emitir, reflejándola. No habían puesto mayor atención al hecho, y se lo mencionaron en una ocasión a Wilkins, cuando éste tomaba un café con ellos, en una visita que les hizo para probar un aparato de radio en su laboratorio.

En varios lugares y en distintas épocas, diferentes investigadores e ingenieros ya habían detectado la interferencia mencionada. En muchos casos no se le dio mayor importancia y mucho menos se pensó en alguna aplicación. En otros casos, a pesar de que las personas que lo descubrieron pensaron en una posible aplicación, las oficinas gubernamentales que hubieran podido apoyarlos no se interesaron. Por ejemplo, en Alemania, la falta de interés se debió a que los militares alemanes nunca creyeron en que alguien tendría la capacidad y la osadía de atacar las ciudades alemanas, por lo que no vieron la necesidad de un instrumento defensivo. Los conceptos e ideas físicas que harían surgir al radar "estaban en el aire" hacia 1935. Si no hubiesen sido trabajados y desarrollados por Wilkins y Watson Watt seguramente otros lo hubieran hecho, pero la idea fructificó en la Gran Bretaña, y justo a tiempo para los ingleses, como veremos más adelante.

Cuando Wilkins sugirió la posibilidad de utilizar el fenómeno de interferencia de ondas de radio para detectar la llegada de aviones enemigos, Watson Watt lo comisionó inmediatamente para trabajar en el cálculo de los aspectos cuantitativos. Wilkins calculó la intensidad de la señal de radio que regresaría, dada la intensidad de la señal enviada por el detector, y concluyó que el resultado dependía de la longitud de onda que se utilizara. Sabía que un objeto dispersa y refleja ondas electromagnéticas de la manera más efectiva cuando su tamaño es igual al de la longitud de onda. De hecho, ésta es una manifestación de la resonancia (véase el capítulo XVII). Wilkins supuso qué un bombardero típico de la época, tomando en cuenta las posibilidades previstas de cambios, tenía una envergadura (o sea, la distancia del extremo de un ala al otro) de aproximadamente 25 m, por lo que al reflejar las ondas el avión de hecho sería una antena igual a una varilla con una longitud de onda resonante fundamental al doble de su longitud, o sea de 50 metros.

Wilkins partió del supuesto de que contaba con un emisor de la potencia disponible (1 kilowatt) y de longitud de onda de 50 m. Si la antena emisora fuera una varilla de 25 m colocada a 18 m sobre el suelo, calculó la intensidad del campo electromagnético que llegaría a un avión que estuviese a una altura de 6 km y a una distancia horizontal de 6 km. Con esta intensidad calculó la corriente eléctrica que el campo incidente induciría en las alas del avión, que sería aproximadamente de 1.5 miliamperes. En seguida calculó la intensidad de la onda electromagnética que produciría esta corriente eléctrica, al actuar las alas como antena emisora de ondas. Finalmente obtuvo la potencia de la onda que recibiría de regreso la antena terrestre. Encontró que esta potencia era diez mil veces mayor que la requerida para comunicaciones por radio, por lo que sí podría ser detectada con los aparatos existentes en la época. En otras palabras, la idea podría funcionar. Nótese que Wilkins pensó en que se emitiera una onda y se detectara el eco que produjera el avión.

Al terminar sus cálculos, a Wilkins le pareció increíble que el efecto deseado pudiera detectarse; revisó sus cálculos y no encontró ningún error y se los dio a Watson Watt, a quien le parecieron fantásticos y nuevamente verificó los cálculos matemáticos. Al no encontrar ningún error, sólo dos semanas después de su conversación con Wimperis, le envió un memorándum informándole los resultados. El hecho de que un rayo de la muerte no fuera factible no le sorprendió a Wimperis, sin embargo, sí le atrajo la idea de poder detectar un avión. Como no estaba muy convencido de que la idea funcionara revisó los cálculos, sin encontrar ningún error; pero como aún desconfiaba los hizo revisar nuevamente por su asistente, que tampoco encontró objeción alguna.

En vista de lo anterior se inició la verificación experimental, que se encomendó a Wilkins. Éste utilizó un aparato que solamente emitía ondas de 49 m, que consideró útil para la prueba. Se arregló que un avión militar volara en determinado curso, desconocido por Wilkins. Con su rudimentario equipo Wilkins pudo detectar y dar la trayectoria que había seguido el avión. El éxito fue notable y con ello se obtuvieron las primeras partidas presupuestarias para realizar un proyecto de gran importancia que duró de 1935 a 1940.

La idea del funcionamiento del radar es la siguiente: si se emite una onda hacia un objeto, y se sabe la velocidad con que se propaga la onda, midiendo el tiempo que tarda en regresar la onda reflejada, el eco, se puede saber la distancia a la que se encuentra el objeto. Una gran ventaja de utilizar ondas electromagnéticas es que, como se propagan a una velocidad extremadamente grande, la de la luz, es instantánea la detección para todos los propósitos prácticos.

Uno de los primeros aspectos que resolvieron fue la presentación visual de la información recibida. Para ello emplearon el tubo de rayos catódicos que se utilizaba en física (véase el capítulo XXII). El grupo modificó este tubo para utilizarlo en el radar. Usaron dos conjuntos de placas desviadoras del haz de electrones (Figura 44). Un conjunto desvía el haz horizontalmente de manera continua y sirve para marcar el tiempo desde el instante en que se emite la onda; este tiempo es proporcional a la distancia del objeto, por lo que la traza horizontal en la pantalla es una medida de la distancia. El otro conjunto está conectado a la antena receptora de la señal reflejada por el objeto; cuando se recibe la señal en el tubo el haz marca en la pantalla un pulso. En la figura, el primer pulso, el de la izquierda, indica la señal emitida por la estación, mientras que el segundo pulso, el menor, es el reflejado por el objeto. La posición en el tubo del segundo pulso da una medida de la distancia.

 
Figura 44. Esquema de un tubo de radar.

Después de muchos problemas técnicos y científicos se pudo construir un sistema de radar que funcionaba razonablemente bien. Se le hicieron muchas modificaciones para que pudiera detectar no solamente la distancia a la que se encontraba un avión, sino también su altura. La mayor parte del sistema estaba completo en septiembre de 1938, cuando ocurrió la crisis de Munich.

En esa época se instalaron las primeras cinco estaciones que funcionaron las 24 horas. Para ese entonces ya se había colocado un gran número de torres con antenas en parte de la costa inglesa frente al continente. Otro problema que también se resolvió fue la incapacidad de distinguir entre un avión enemigo y uno propio, o sea la llamada identificación-amigo-enemigo. La solución fue relativamente sencilla. Se instalaron en los aviones ingleses dispositivos electrónicos que al recibir la onda enviada desde tierra emitían a su vez una señal especial que los identificaba como amigos.

Debido a la gran velocidad de propagación de las ondas electromagnéticas, cuando recibían la señal de que se aproximaba un avión enemigo, los ingleses tenían tiempo suficiente para enviar sus cazas a esperarlos.

La forma de operación fue la siguiente: una vez detectado un avión enemigo por el radar, la estación transmitía telefónicamente la información a un centro situado en Londres. Éste decidía qué escuadrones debían hacer frente al ataque y mandaba la orden con los datos obtenidos a la base correspondiente.

De esta manera, en agosto de 1939, tres semanas antes del inicio de la segunda Guerra Mundial, Gran Bretaña contó con un sistema de detección de aviones. La guerra empezó en el verano de 1940 y cuando los bombarderos alemanes llegaron al cielo británico encontraron pequeños grupos de cazas esperándolos. Con ayuda del radar, los ingleses podían detectar la salida de los aviones alemanes desde sus bases situadas en países conquistados, como Francia y Bélgica, lo que les daba tiempo suficiente para despegar y esperarlos sobre el Canal de la Mancha.

Debido a la política de desarme seguida por Gran Bretaña, el número de cazas disponibles era pequeño, pero el radar hizo posible que el ataque a los bombarderos alemanes fuera preciso, adquiriendo así gran eficiencia en la defensa aérea inglesa.

Los alemanes sabían que los ingleses contaban con pocos aviones cazas y creyeron que iba a ser tarea fácil destruirlos e invadir la isla. En consecuencia, en el verano de 1940, después de la caída de Francia, con sus primeros ataques aéreos se proponían acabar con los aviones en sus bases. Sin embargo, lo que destruyeron fueron solamente edificios, ya que con el aviso proporcionado por el radar los aviones no estaban en tierra cuando los alemanes llegaban, sino en el aire, y en muchos casos esperándolos.

Las esperanzas de los alemanes se desvanecieron. Posteriormente, a fines de 1940, cometieron un tremendo error estratégico; empezaron a bombardear Londres y otras ciudades británicas, con lo que dieron un importante y vital respiro al abastecimiento y reconstrucción de las bases aéreas. Como consecuencia la llamada Batalla de Inglaterra fue ganada por los aviones ingleses, ayudados de manera esencial por el radar.

Mucho tiempo después, cuando ya habían perdido la Batalla de Inglaterra, el alto mando alemán se percató de que fue el radar el que ayudó a los cazas ingleses a descubrir por anticipado dónde se efectuaría un ataque. Si se hubiesen dado cuenta de ello durante la batalla hubiese sido relativamente fácil destruir las torres que tenían las antenas del radar y que estaban a lo largo de la costa, frente al continente. De hecho, sí las habían detectado, pero no sabían su función y no les dieron ninguna importancia.

La disponibilidad del radar surgió justo en el momento oportuno para los ingleses. Si el radar hubiese llegado a ser operacional algunos años antes, mantener en secreto su propósito hubiese sido difícil, y con toda seguridad los alemanes lo habrían descubierto e integrado dentro de sus cálculos militares; la destrucción de las antenas hubiese sido un asunto muy fácil. Por otro lado, si se hubieran tardado unos meses más en perfeccionar su eficiencia, los ingleses habrían perdido la Batalla de Inglaterra, con lo que los alemanes habrían invadido la isla y el mundo hubiera sido otro.

Nunca antes en la historia una invención había tenido un papel tan significativo en el resultado de una batalla, al grado de que cambió el curso de la segunda Guerra Mundial. Podría decirse que el radar fue inventado no una sino varias veces en varios países y en distintas épocas, pero fue en una sola ocasión cuando se pudo hacer efectiva la diferencia entre la derrota y la victoria.

Fuente: http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx