25 de noviembre de 2018

EL PRIMER COMBATE AÉREO DE LA HISTORIA


Por Francisco Javier TOSTADO

 
Original Aviatik DI Fighter, en el Museo del Vuelo, Seattle, WA.

Hoy nadie piensa en los pilotos militares como caballeros medievales, pero en el inicio de la Primera Guerra Mundial los pilotos abatidos eran enterrados por sus propios enemigos con los máximos honores, interrumpiendo incluso un combate para perdonar la vida al contrincante si sufría algún tipo de problema técnico en pleno duelo aéreo que lo pusiera en desventaja. Eran otros tiempos, sí, lástima…

Los inicios

Pasó poco tiempo, muy poco, desde que los hermanos Wright realizaran ese mítico vuelo con un aparato bautizado con el nombre de “The Flyer” el 17 de diciembre de 1903, hasta que comenzara a fraguarse la idea de su uso militar, y el estallido de la Primera Guerra Mundial fue determinante en su utilización.

Al inicio de la Gran Guerra, serían utilizados para recoger información como simples observadores de la posición del enemigo, así dirigían mejor la artillería. Sería la necesidad de prevenir esa observación que los pilotos comenzaran a atacarse unos a otros con armas pequeñas que llevaban en el interior de su cabina, incluso con piedras y ladrillos, todo servía. Esta manera tan rudimentaria de ataque puede parecernos cómica, pero no lo es tanto si nos ponemos en su lugar… ¡imaginaros qué miedo volar con esos rudimentarios aviones, como para que encima te quieran derribar! Entonces tenían un pequeño/gran problema, no podían tener ametralladoras por tener la hélice en su punto de mira y corrían el riesgo de autoderribarse.

El primer derribo aéreo

Ya antes de ese mítico duelo hubo otros precedentes como el 1 de septiembre de 1914 cuando se cruzaron dos aviones enemigos intercambiándose disparos sin que ninguno resultara alcanzado, o cuando un mes antes el Teniente ruso Piotr Nésterov embistiera voluntariamente con su avión al Teniente austriaco Friedrich von Rossenthal, falleciendo ambos por el terrible impacto.

 
Joseph Frantz y Louis Quenault

La casualidad quiso que el 5 de octubre del mismo año se cruzaran en el cielo los franceses Joseph Frantz, piloto, y Louis Quenault, mecánico y artillero, con su biplano Voisin III, y el biplano Aviatik I alemán con el Sargento Wilhelm Shlichting, piloto, y al Fritz von Zangen, observador. En realidad, la misión de los franceses no era otra que realizar una prueba de tiro con una ametralladora ligera, una Hotchkiss de 8mm, y tras advertir el avión enemigo, Quenault disparó en un primer ataque en pequeñas ráfagas, para después cambiar a un solo tiro hasta que tras 47 disparos se atascara su ametralladora. Mientras intentaba repararla, comprobaron que hirieron al piloto alemán provocando la caída en picado del avión, en llamas, cayendo en un pantano a un kilómetro del pueblo francés de Jonchery-sur-Vesle, cerca de Reims. Mientras esto sucedía, los soldados y el General Franchet D´Esperey eran testigos de lo sucedido desde tierra.

Voisin III

Una nueva manera de combatir

Los aviones tenían poca maniobrabilidad y apenas alcanzaban los 120 km/h de velocidad punta y 2800 metros de altura en el vuelo. Al inicio de la contienda los alemanes sacaban ventaja frente al resto de países al disponer de unos 1200 aviones, más que el resto de países juntos, y con mejor tecnología. Serían los primeros en acoplar un mecanismo sincronizador de ametralladora, en un caza monoplano Fokker a mediados de 1915, de tal forma que podía disparar a través del arco de la hélice en movimiento sin que las balas impactaran en las palas.

 
Réplica de un Fokker E.III.

Los aliados se hicieron con esta innovadora tecnología tras capturar un caza alemán con el mecanismo sincronizador intacto, lo copiaron e instalaron en sus aparatos. Comenzaban los combates aéreos tal como los conocemos hoy en día, bueno, como casi los conocemos en la actualidad. Sin tácticas, sin reglas, todo estaba por descubrirse y los combates aéreos se conocían popularmente como “dogfight”, pelea de perros.

Será el as de la aviación el alemán Oswald Boelcke que, con su propia experiencia, y éxitos, creara el Dictado de Boelcke, con las ocho reglas de los combates que permanecerán vigentes en los años sucesivos. Durante la contienda los más importantes acontecimientos aéreos se sucederían en el frente occidental entre alemanes y franceses e ingleses.

La batalla de Verdún

En el año 1916 la batalla de Verdún, en el nordeste de Francia, se convirtió en la más larga de la Primera Guerra Mundial y la segunda más sangrienta. En ella murieron un cuarto de millón de hombres y alrededor de medio millón quedaron heridos entre ambos bandos. Pero será en ella que se adquiere verdadera conciencia de la importancia del avión como arma de guerra. Las misiones, las técnicas de lucha, el uso de los cazas y los bombardeos, la captura de fotografías aéreas … todo ello hizo avanzar la industria aeronáutica tras la batalla.

Aparecerían los aviones de caza con una velocidad de crucero de 220 km/h, alcanzando los 5000 metros de altura y con una autonomía de 2 horas, era el año 1918, y al final de la guerra, Alemania disponía de unos 2600 aviones en servicio, producción mensual de 1580 aparatos, Francia alrededor de 3600 aviones, producción mensual de 2912 aparatos, Inglaterra 1799 aviones, producción mensual de 3500 aparatos, Estados Unidos entró muy tarde en la guerra pero al finalizar contaba ya con 740 aviones.

El piloto Joseph Frantz sería condecorado con la Cruz de Caballería de la Legión de Honor por ese valiente y épico primer derribo. Su carrera acumularía 8000 horas de vuelo y 62 años de servicio, muriendo en 1979. Siete años después, se colocaría una placa con el texto en alemán y francés en el pueblo francés de Jonchery-sur-Vesle que recuerda ese primer combate. Una placa que quiere recordar la memoria de todos esos héroes, de ambos lados, que lucharon con honor al igual que caballeros medievales.

Fuente: https://franciscojaviertostado.com