25 de noviembre de 2018

LOS ZEPPELINES DE GUERRA 1914-1918




El año de 1915 fue marcado por los duros ataques en Londres y otras ciudades británicas por los Zepelines alemanes.

Fue la primera vez en la historia que éste tipo de guerra contra civiles indefensos era llevada a cabo; había poco que hacer contra éstas bolsas de gas gigantes ya que prácticamente nada se había hecho por desarrollar un cañón antiaéreo de alto ángulo y los aviones existentes no eran capaces de subir tan rápido. No había radar y todo lo que tenían que hacer los alemanes era despegar de sus cobertizos en la Bélgica ocupada, subir a una altura de vientos favorables al atardecer y apagar los motores. El viento los llevaría silenciosamente sobre los mares del norte, así que generalmente arribarían sobre la Gran Bretaña al oscurecer. Una vez que liberaran sus explosivos, simplemente enfilarían a una mayor altura y regresarían a casa.

Para junio de ése año, la moral británica estaba a punto de desintegrarse, más cerca que nunca. Afortunadamente la confianza fue restaurada por un juvenil escolar: Reginald Alexander John Warneford. El dedo buscador del destino no podía haber seleccionado a un mejor candidato para héroe británico en éste drama de guerra.


Como puede ser asumido, las expectativas no eran halagadoras. Por meses los aliados habían sufrido revés tras revés. Los británicos seguían recordando Mons, así como sería recordado Dunkerque un cuarto de siglo después. ¡Habían ganado en Neuve-Chapelle, pero a qué costo!, los alemanes habían estrenado su primer ataque con gases y los británicos seguían buscando por una máscara antigás confiable.

Ésta nueva atrocidad, lacónicamente anunciada, levantó muchas sospechas. En casa ya habían experimentado los apagones generales por primera vez, así como los ataques de Zepelines, y la censura en los diarios y correos. ¿Qué seguía?, los Alemanes deben estar ya estar en los puertos del canal!. ¿Qué se podía creer?, si el primer ataque con gas en Yprés fue censurado, que se podía creer en lo concerniente a los daños infringidos por los ataques de Zeppelin?. Qué podría detener a los Alemanes de bombardear Londres y desaparecerla del mapa o de ataques con gas venenoso a las ciudades principales?.



 Warneford

Reg Warneford era un claro ejemplar del Reino Unido Británico. Sus padres eran alegres tipos de Yorkshire que siempre preocupados por el Imperio emprendieron varias misiones y Reg nació en la India, educado en el Colegio Inglés en Simla, Stratford en Inglaterra y en un liceo de Canadá. Aunque su educación formal fue enfocada a las artes y los clásicos, Reg parecía tener una marcada preferencia por las motocicletas, apestosos experimentos químicos y escalar montañas.

Cuando las noticias de la guerra lo alcanzaron en Canadá, escapó del liceo y corrió a Inglaterra. Primero se unió al muy publicitado batallón de deportistas, una unidad de infantería creada con conocidas figuras del deporte y el atletismo; pero el batallón de deportistas demoró en tomar sus banderas de batalla. Reggie descubrió que los atletas de titulares eran usualmente sólo aptos para los deportes, no para la guerra. Temiendo que el conflicto terminaría antes de que los deportistas fueran arrojados a la acción, pidió por una transferencia al Real Servicio Naval Aéreo. Hizo una buena elección, antes de un año en junio de 1915, era Subteniente de Vuelo en el escuadrón No. 1 en Dunkerque.

     

Después de media docena de vuelos solo en un Morane Parasol y el joven Warneford estaba listo para el honor y la gloria. Se tenía que admitir que la Primera Guerra Mundial parecía estar diseñada para hombres que querían rápida acción. Como Warneford, la mayoría de los pilotos temían que terminara en cualquier minuto y todos tendrían que volver a la escuela o al trabajo otra vez.


Primer raid sobre Londres

En la tarde del 21 de mayo de 1915, el Hauptmann Karl Linnarz, un notorio comandante de Zeppelin, llevó a cabo el primer ataque exitoso contra Londres. Él había despegado de una base aérea localizada en Evere, justo al norte de Bruselas, ganó altitud operativa sobre su campo y entonces permitió que una amigable briza lo llevara en silencio sobre la capital británica.

 
London miraba a sus inadecuadas defensas tomar acción. Las luces de búsqueda trazaron los cielos, pero fueron incapaces de alcanzar a los atacantes. Los inefectivos pom-poms, cañones antiaéreos, gruñeron y escupieron, pero sólo bañaron de metralla los suburbios. Unos pocos pilotos de la Home Defense despegaron para oponer resistencia, pero como era usual nada pasó. Las sirenas de advertencia gritaron y callaron. El acre humo se infiltró a través del Támesis y se apresuró a entorpecer los movimientos de los equipos de rescate que se organizaron a través de los escombros; éstos maldecían a su gobierno que había fallado en anticiparse a ésta forma de guerra.

Sin embargo, en un aislado campo aéreo cerca del canal, algo nuevo se había sumado, un nuevo escuadrón antiaéreo en Dunkerque.  Cien pies por debajo del dramáticamente iluminado Zeppelin, por sus escapes con llamas azules y amarillas de los cuatro motores Maybach; un pequeño monoplano de alas altas portando el nuevo escudo rojo, blanco y azul del Servicio Británico cruzó el aire. Una serie de flamantes rayos salieron de la cabina oval, debajo de la sección central, ¡Trazadoras! Eran tiros desesperados engorrosos de un arma de infantería, pero alarmantes y desconcertantes. Después de todo, el LZ-38 estaba lleno de bolsas de hidrógeno y sólo se necesitaba una bala para producir una chispa.

El Hauptmann Linnarz se corrió a su cabina de control y ordenó medidas de emergencia. Tan pronto como sus bolsas de gas lo habían levantado a la seguridad, se convirtió en el gélido soldado prusiano nuevamente. Tomó una tarjeta de llamadas de su cartera y sobre ésta garabateó: “¡inglés, vendremos una y otra vez para matarte!. Linnarz”. Él le puso un peso a la tarjeta con un contenedor para mensajes, lo entregó a su subalterno: “Ve que esto sea arrojado tan cerca como sea posible del aeródromo de Dunkerque. Volaremos sobre él cuando volvamos”.

Cuatrocientos pies por debajo, el Teniente R.H. Mulocks, de la 1º escuadrilla naval cortó sus gases. El motor Le Rhone cesó de ronronear y entró en un gentil planeo. Había hecho una prueba, pero el pequeño Morane Parasol era insuficiente para la tarea.

“No tiene caso tratar de espantar a una avispa con un golpe de un popote”, Mulock report después a su Comandante Spenser Grey. “Un hombre sabio vaciaría una tetera de agua caliente a través del agujero de su panal. Eso es lo que tenemos que hacer. Destruirlos en sus malditos hangares”. Desde ésa noche, la escuadrilla No. 1 Naval inició una nueva estrategia y añadió un toque de competición personal a los procedimientos, un errante descubrimiento junto a las dunas de Dunkerque llegó con el mensaje insultante del Hauptmann Linnarz. Se lo envío de vuelta al Comandante Grey y los chicos de la 1º Escuadrilla naval aceptaron el reto.

Cuando el Real Servicio Naval Aéreo tomó su base en Dunkerque, Spencer Grey decidió dispersar las pocas máquinas que tenía.  Dunkerque era un objetivo demasiado obvio, pero Furnes, justo pasando la frontera Franco-belga, era menos conspicuo.

Un vuelo de tres aviones bajo el Teniente J.P. Wilson fue entonces acomodado en tres pequeños graneros puestos a orillas de una bella pradera y ahí Wilson y los Subtenientes Mill y Reg Warneford hicieron su calendario de salidas.

 
Sus aviones eran viejas versiones de los Morane-Saulnier franceses de observación. Al ala alta se le dio un ángulo de ataque más pronunciado para los ascensos, un asiento fue cubierto y una primitiva forma de rack para bombas fue atornillado bajo el fuselaje. Debido a la rara forma de su ala, los pilotos británicos lo rebautizaron Parasol. Ésta máquina Morane era voladora como su nombre, difícil en los controles y endiablada en la tierra. Era relativamente rápido con un solo tripulante con un motor de 80 caballos de potencia Rhone. Aparte de las seis bombas incendiarias y una carabina tomada prestada del ejército belga, no tenía más armamento ofensivo.

La noche del 6 al 7 de Junio

En la tarde del 6 de Junio se reportó Wilson en Dunkerque, a dónde Spencer Grey había aprestado un concilio de guerra. El Oficial Comandante explicó el ataque de Mulock contra el Zeppelin que había bombardeado Londres había impresionado a sus líderes de vuelo con la obvia imposibilidad de enfrentar a los Zeps en el aire. Entonces Grey agitó en sus manos el mensaje de Linnarz beligerante y dijo:

“El hombre que arrojó éste reto arrojó un infierno sobre Londres hace menos de una semana. Mulock hizo lo que pudo, pero éste Huno de Linnarz regresó a su cobertizo en Evere sin un rasguño”.
“Está seguro que éste mensaje y su bolsa de aire provienen de Evere?”. Respondió Wilson.

“Eso lo sabemos. Sigan pensando, Wilson. Un solo ataque nocturno podría ser muy útil”. Era bastante obvio que Spencer Grey y J.P. Wilson lo estaban considerando.

En su camino de vuelta a Fumes, el joven Warneford le explicó a Wilson que nunca habían volado de noche, pero Wilson insistió en que debían despegar lo más cercano a medianoche posible.

Fiel a su palabra, el Teniente Wilson tenía su avión listo y esperando en la pista manchada de aceite para la medianoche, los racks estaban cargados de bombas incendiarias y las carabinas Belgas descansando junto a las cabinas.

Warneford despegó primero y antes de darse cuenta de que había sido asignado a su Morane ya estaba bien alto en el aire. Él observó con los ojos bien abiertos y entonces enfocó, tratando de encontrar su pequeño grupo de instrumentos. Un indicador escarlata estaba titilando insistentemente en su nariz, se dio cuenta que éste primitivo indicador le mostraba que estaba en un peligroso viraje. Gradualmente sus ojos se acostumbraron a la nada gris-amarillacea debajo de su carlinga y posó su vista en la aguja blanca del altímetro. Ya estaba en 3000 pies.

 
Buscó alrededor por evidencia de Wilson y Mills. No había nada en ningún lado más que el exagerado roar de Le Rhone y el drip-drip-drip de la condensación que caía de sus mejillas como una sierra caladora. Debajo de él un venenoso brillo que nunca había visto antes, el azul-amarillo de las llamas de su escape. Su brújula bailaba en una pequeña ventana colocada en el centro de su tablero de instrumentos, parecía la letra W. Animado por esto, se arriesgó a dar vuelta y buscar a sus compañeros de vuelo.

Dio vueltas y vueltas por algunos minutos, pero no hubo recompensa por su paciente patrulla, no había rastros de Wilson y Mills. Mientras tanto, se ajustaba a la extraña experiencia y el área le parecía bastante clara, por lo que se preguntó que si a pesar de fallar en contactar a su líder de vuelo y compañero, él podría hacer algo útil. Había decidido buscar el hangar de Berchem-Sainte Agathe, que él recordaba estaba localizado al oeste de Bruselas, cuando algo llamó su atención a unas pocas millas al norte. Parpadeó y miró otra vez. Ése algo estaba emitiendo las mismas llamas que su Le Rhone. Si esos eran Wilson y Mills, qué demonios estaban haciendo dirigiéndose a Ostend?. ¿Y qué diablos era ésa larga masa obscura que flotaba sobre las llamas?

Wilson y Mills habían hecho contacto inmediato uno con el otro y pronto traspasaron la bruma alrededor de Fames para enfilarse a Bruselas, 75 millas más allá. Wilson decidió volar directamente a Evere, al lado norte de la ciudad flamenca, y junto con Mills golpearían a su objetivo directo en la nariz. Rodeando el área del hangar una vez, Wilson atacó primero principalmente para iniciar un incendio y dar a Mills un objetivo. Liberó tres de sus bombas, pero sólo creó una borrosa nube de humo. Para entonces los artilleros defensivos alemanes se despertaron y comenzaron a manchar el cielo con explosivos de las baterías antiaéreas, para entonces Wilson se dio cuenta de que sus últimas tres bombas se habían atorado en el primitivo rack. El joven Mills finalmente entró en acción, todas sus seis bombas cayeron libres y fue recompensado con una gigantesca explosión que iluminó el cielo a varias millas a la redonda. Wilson, que había concebido y planeado el raid, tendría que regresar con poco que mostrar por su esfuerzo.

Dos semanas después la Inteligencia Británica, trabajando a las afueras de Antwerp, reportó que el LZ-38 del Hauptmann Linnarz, la misma nave que había bombardeado por primera vez Londres, había volado en mil pedazos durante el raid en Evere. Entonces la escuadrilla había cobrado venganza por ése caustico mensaje de Linnarz.



Ésa misma noche el LZ.37, comandado por el Oberleutnant von de Haegen, se le había ordenado llevar a cabo una patrulla de rutina de Ghent a Le Havre. No había nada particularmente ofensivo en el vuelo, ya que estaba destinado a darles una experiencia de primera mano a los diseñadores, especialistas y técnicos de las fábricas Zeppelin de los varios problemas experimentados por las tripulaciones en servicio activo.

El LZ.37 tenía 521 pies de largo y sus 18 bolsas de gas principales llevaban 953000 pies cúbicos de hidrógeno. Era impulsado por cuatro nuevos motores Maybach de 210 CV y era tripulado por 28 altamente especializados hombres. Para su defensa, sus diseñadores le habían proveído de cuatro troneras con ametralladoras. Éstas posiciones tenían buena visibilidad, un amplio arco de disparo y una completa defensa a lo largo de los costados de la nave.


Un desigual duelo de medianoche

German Zeppelin, LZ.30Después de que Warneford había volado al norte por pocos minutos, vio con sorpresa que se había topado con un Zeppelin que parecía tener media milla de largo. Tuvo que girar su cabeza de este a oeste para darse una idea de las proporciones de éste leviatán. De su vientre colgaban varias cabinas de observación y el brillo de su escape indicaba que la cubierta engomada era de un color ocre amarillento. Warneford se preguntó qué diablos mantenía a ésa cosa en el aire. Pero no había tiempo para reflexionar, las ametralladoras del Zeppelin abrieron fuego y las trazadoras pasaron a través del Morane Parasol No. 3253.

Warneford sabiamente giró y salió de su alcance. Miró a su alrededor y vio que la niebla estaba aclarando por debajo y podía ver el canal Ostend-Bruges. La gran bolsa de gas aparentemente se dirigía hacia Ghent. Las canastas de observación parecían casi del doble del tamaño del fuselaje de su parasol.

Entonces para su sorpresa, la gran bolsa de gas cambió de curso y se enfiló rugiente hacia él. Dos líneas más de trazadoras de ametralladora alemana lo golpearon desde las góndolas. Le dio toda la potencia al Le Rhone y trató de ascender, pero las trazadoras lo seguían en una definida alerta, por lo que tuvo que picar para huir. Se detuvo por unos instantes y estudió la situación, se preguntó qué pasaría si su carabina le daba a algo particularmente sensible. Después de todo, el hidrógeno se incendia.

Voló de vuelta el pequeño Morane y tomó su carabina. Maniobrando hasta un punto entre el poderoso elevador y las escaleras, sujetó la palanca entre sus rodillas y entonces, muy confiado de que no había sido visto, comenzó a disparar al su objetivo gigante; el primer clip de munición se agotó y nada había pasado delante de él.

Durante los siguientes minutos acechó al LZ.37 y descargó su carabina, aunque era como disparar a una hélice de motor con un rifle de aire. Sin embargo, cada que se acercaba a distancia de tiro de los alemanes, era rociado con ráfagas de Parabellum y vez con vez el imprudente joven inglés era retirado.

Von de Haegen hizo una jugada y arrojó el agua del lastre sobre Assebrek y dejó a Warneford viéndolo impotente a 7000 pies de altura. Desde ahí el comandante subió su velocidad y se alejó hacia Ghent. Warneford se dio cuenta de lo que pasaba, pero se rehusó a admitir la derrota. En vez de eso, tomó asiento y mantuvo al Zeppelin a la vista y comenzó a ganar altura.

Era una carrera por la seguridad del LZ.37 y mientras Von de Haegen mantenía su altitud Warneford estaba indefenso, pero ésta no era una misión ordinaria. El comandante alemán comenzó a preocuparse por sus pasajeros importantes cuando debería haberse concentrado en mantener sus procedimientos tácticos de seguridad.

Para las 2:25 a.m. el piloto del Morane Parasol seguía acechando y tratando de llegar arriba del Zeppelin cuando vio que la gran aeronave enfilaba su nariz abajo tratando de alcanzar las nubes a 7000 pies de altura que cubrían Ghent. Werneford había llevado su avión a unos 11000 pies esperando llegar a una posición en que pudiera utilizar sus bombas incendiarias ya que había agotado su munición de la carabina. Ahora el LZ.37 estaba de hecho por debajo de él y por primera vez se dio cuenta que la cubierta superior estaba pintada de lo que parecía ser verde obscuro y que no había nada que pareciera una torreta que pudiera acosarle. Las otras armas estaban en las góndolas inferiores y él estaba protegido de ellas por la estructura del zeppelín. Se veía tan grande mientras tomaba posición para aterrizar, Warneford sintió que podría aterrizar sobre él. Ghent estaba abajo, un poco al este, el Morane apuntó su nariz hacia el LZ.37.

¡Destrucción!

¡Uno…dos…tres! Contaba mientras el Morane saltaba cada que liberaba una bomba. Werneford dijo después que él estaba esperando que el Zeppelin explotaría inmediatamente después de que su primera bomba perforara la cubierta. ¡Cuatro…cinco! Continuó contando, entonces una gigantesca explosión salió a través de la cubierta del panel superior, mostrando los detalles del esqueleto al exterior.

Completamente hechizado, continuó su pasada hasta que el pequeño Morane había pasado por una salvaje llamarada. Ésta lo arrojó con una violencia que lo habría catapultado fuera de la cabina si no hubiera sido por su cinturón de seguridad. Escapó a todo gas en picada mientras que pedazos de la aeronave caían a su alrededor.

Pocos segundos después, la nave siniestrada cayó en el convento de Saint Elizabeth en el suburbio Mont-Saint-Aman de Ghent. Una monja murió y varias mujeres sufrieron terribles quemaduras. Un solo tripulante del Zeppelin pudo escapar. De acuerdo a los testigos, saltó de los restos cayendo a unos 200 pies de altura y aterrizó en el techo del convento, lo atravesó como si estuviera hecho de paja y fue detenido por una cama sin ocupar. Sólo sufrió heridas menores y fue el único tripulante del LZ.37 que sobrevivió.

Al siguiente día el Rey Jorge V reconoció la victoria de Warneford al concederle la Cruz Victoria y el gobierno francés le concedió la Legión de Honor.

   

Inglaterra se apretó su cinturón desde ése día y tomó una vista más brillante de la amenaza de los Zeppelines. Muchos atacantes más vendrían y más devastación sería traída, pero ahora había la seguridad de que algunos jóvenes británicos montarían por los cielos y los detendrían. Muchos Zeppelines más fueron destruidos antes de que el Kaiser capitulara y muchos otros jóvenes: Leefe-Robinson, Tempest, Cadbury, Sowrey, etc… tomaron la antorcha de Warneford. Todos ésos eran grandes nombres en aquellos días.

 
El Teniente de Vuelo R.A.J. Warneford vivió sólo 10 días para disfrutar de los laureles de su victoria. Fue a París el 17 de junio para recibir su Legión de Honor y después de la ceremonia le fue ordenado recoger un nuevo Farman biplano en el aeródromo de Buc a las afueras de la capital francesa. La máquina era nueva, tanto que mucho de su equipo estándar no había sido instalado, pero lo más importante es que no había cinturones de seguridad.

Un entusiasta periodista americano llamado Needham fue solicitado para acompañar a Warneford y escribir una historia sobre él y su victoria sobre el Zeppelin. Warneford aceptó gustoso, subieron al biplano y despegaron. Casi inmediatamente, por alguna razón desconocida, el Farman saltó y giró y ambos fueron arrojados en medio del aire y murieron. Así terminó la corta pero ilustre carrera del piloto británico que destruyó un Zeppelin en el aire por primera vez.


Sumario de los ataques de Zeppelines

Londres fue el objetivo principal de los raids de Zeppelines durante la primera guerra mundial y entre 1915 y 1918 no menos de 208 incursiones aéreas fueron llevadas a cabo totalizando 5907 bombas arrojadas, 528 muertos, la mayoría civiles, y más de 1000 heridos. El punto más alto de la amenaza Zeppelin fue durante 1915 y 1916, durante ésos dos años 168 ataques se llevaron a cabo contra la Gran Bretaña matando a 115 personas e hiriendo a 324 en Londres. En el resto de Inglaterra 361 personas murieron y 692 heridas. En 1917 y 1918 la amenaza aérea prácticamente terminó, sólo 31 misiones se llevaron a cabo en 1917 y 10 en el último año de la guerra. La explicación es que Gran Bretaña había mejorado su artillería antiaérea, luces de búsqueda y su sistema de alarma. Un tema de interés fue que muchos de los observadores en tierra empleados a lo largos de la costa británica para detectar la llegada de los atacantes eran gente ciega, seleccionados por la agudeza de su oído. Fue probablemente la tarea más gratificante que se le había dado a éstas personas.


El 23 de septiembre de 1916, once naves, incluyendo tres nuevos súper Zeppelines, abandonaron sus hangares en Bélgica y se enfilaron a la costa de Essex. Cerca de la medianoche el L.33 estaba cerca del este de Londres y había arrojado 20 bombas. Ésta vez, sin embargo, la defensa reaccionó casi inmediatamente y el L.33 fue atrapado en un cono de luces de búsqueda y fuego antiaéreo. Uno de sus motores fue dañado y comenzó a volar muy erráticamente; para ayudar en su miseria el Teniente A.G. Brandon lo acosó por veinte minutos con fuego de ametralladora. Mientras se arrastraba por regresar al Mar del Norte, la tripulación arrojó todo por la borda, pero nunca alcanzó la costa belga y se perdió en el mar.

El famoso comandante Mathy, a bordo del L.31 en compañía del L.32 cruzaron el canal inglés hacia Kent. Mathy arrojó sus bombas en el norte de Londres y escapó. El L.32, sin embargo, no tuvo tanta suerte y perdió tiempo rodeando y cruzando el Támesis en Dartford. Ahí fue apuntado por las luces de búsqueda, el Teniente Frederick Sowrey le atacó con fuego de ametralladoras y le derribó cerca de la villa de Billericay. Fue premiado con la Orden del Servicio Distinguido.

El Capitán Mathy vivió una vida encantadora. Parecía ser a prueba de balas y noche tras noche, si el clima lo permitía, invadiría Inglaterra desde una dirección u otra. No siempre volaba para arrojar bombas, a veces sólo llevaba a cabo importantes reconocimientos. Uno nunca sabía si llegaría a Londres desde el norte industrial o aparecería repentinamente sobre la isla de Wight y volaría desde el canal inglés. 

A bordo del L.31 en la noche del 1º de octubre de 1916, Mathy lideró una formación de once dirigibles dirigiéndose a Londres. Las defensas de tierra estaban listas, tan pronto encendieron los motores, los cañones abrieron fuego y Mathy tuvo que huir, pero desafortunadamente para él, el Teniente W.J. Tempest lo estaba acechando. Atacó con resolución a la góndola central y el L.31 cayó en llamas. Ésta fue la última vez que un dirigible alemán intentó atacar Londres, después de eso los alemanes pusieron su atención en las áreas industriales del norte.

Los últimos ataques llevados a cabo por los Zeppelines fueron realizados en la noche del 12 al 13 de marzo de 1918, pero la planeación fue mala, el ataque se llevó a cabo a gran altura lo que ocasionó que la gasolina en los motores se congelara y los tripulantes sufrieran colapsos por la falta de oxígeno.

El L.70, el último modelo en construcción fue destruido por tropas de tierra al finalizar la guerra.

Al finalizar el conflicto los aparatos restantes fueron divididos entre las naciones victoriosas. El Graf Zeppelin reanudó el servicio de pasajeros en la década de los 20´s y fue embajador de Alemania en el mundo entero al realizar 600 viajes. Su sucesor el Hindenburg, tuvo un extraño final objeto de interminables investigaciones y marcó la culminación de las naves más ligeras que el aire.

 

Fuente: http://www.guntherprienmilitaria.com.mx