Por Jorge Álvarez
Probablemente ningún lector haya oído hablar de Ni’ihau. Se trata de la isla habitada más pequeña del archipiélago hawaiano, propiedad privada desde el siglo XIX y que no tendría mayor interés que el meramente turístico -minoritario, por otra parte- de no ser por dos razones muy diferentes, separadas exactamente medio siglo en el tiempo: allí se filmaron algunas escenas de Parque Jurásico y, antes, aterrizó de emergencia uno de los aviones japoneses que tomaron parte en el ataque a Pearl Harbor, originando un agónico suceso que hoy se conoce como el Incidente de Ni’ihau.
La
isla, decíamos, es privada desde que Elizabeth McHutcheson Sinclair la compró
en 1864. Hija de un acaudalado comerciante escocés, treinta años antes se había
casado con Francis W. Sinclair, un Capitán de Navío con cierta fama por haber
logrado sortear una galerna en 1815, llevando a bordo al duque de Wellington a
su regreso a Inglaterra tras la batalla de Waterloo. Pero el marino no pudo con
otra tempestad en 1846 y Elizabeth se quedó viuda con cinco hijos a los que
sacar adelante (un sexto se hundió con su padre).
Lo
consiguió, pero cuando los vástagos se hicieron mayores y empezaron a casarse,
necesitaron tierras para todos y decidieron emigrar de Nueva Zelanda, donde se
habían establecido, a la Columbia Británica. Sin embargo, América no resultó
ser la tierra de promisión que esperaban y volvieron a embarcarse, esta vez
rumbo a Hawái, pues uno de los hermanos de Elizabeth residía en Honolulú.
Adquirir Ni’ihau para criar ovejas le costó diez mil dólares -se los pagó
directamente a la monarquía hawaiana- y, desde entonces, gobernó sobre su nueva
propiedad insular, falleciendo en 1892.
Para
entonces, Hawái había quedado bajo la órbita de los EEUU, merced a una
intervención militar aprovechando una crisis sucesoria real primero y con un
golpe de estado después, arguyendo la habitual excusa de proteger los intereses
de los ciudadanos estadounidenses. La anexión oficial se produjo en 1898, pero
el archipiélago no fue incorporado como estado del país hasta 1959, lo que
significa que, en 1941, cuando se produjo el ataque japonés a Pearl Harbor,
faltaban aún dieciocho años para esa admisión.
Pese
a ello, el territorio hawaiano estaba plenamente americanizado y en él se
situaba su principal base aeronaval en el Pacífico. Para entonces, el dueño de
Ni’ihau era Aylmer Francis Robinson, un biznieto de Elizabeth que, sin embargo,
no tenía allí su residencia sino en la vecina isla de Kaua’i, más grande y
situada a veintisiete kilómetros, si bien tenía la costumbre de realizar una
visita semanal en barco para supervisar. No se podía imaginar los
acontecimientos que el 7 de diciembre de aquel año iban a suponer para Hawái y
el país entero. También para su isla.
Como
es sabido, esa fue la fecha del ataque japonés a Pearl Harbor que supondría la
entrada de los EEUU en la II Guerra Mundial. Ahí es donde entra en escena
Shigenori Nishikaichi, un piloto de 22 años de la Nippon Kaigun (Armada
Imperial Japonesa), fuerza aeronaval que en aquella época se había situado
entre la élite mundial. Nishikaichi había formado parte de la segunda oleada, a
las órdenes del Comandante Shimazaki Shigekazu, pilotando un A6M Zero con el
que despegó del portaaviones Hiryū.
Realizó
labores de escolta en el ataque a la Estación Aérea Naval de Mokapu y el
Aeródromo del Ejército de Bellows, donde se hizo una primera pasada de
bombardeo y una segunda de ametrallamiento. Acto seguido, los aviones se
reunieron para emprender el regreso, un largo trayecto de 200 millas en el que
los cazas debían seguir la estela de los bombarderos Aichi D3A1 al no disponer
de un sistema de navegación adecuado. Pero por el camino se cruzaron con nueve
cazas estadounidenses Curtiss P-36A y empezó un combate aéreo.
Los
aviones norteamericanos eran obsoletos y lentos, por lo que fueron derribados
uno tras otro. Pero, en la lucha, el Zero de Nishikaichi resultó alcanzado y,
aunque se trataba de daños aparentemente menores, se localizaban en el
depósito. El aparato empezó a perder combustible y fue retrasándose, incapaz de
mantener el ritmo de los demás, hasta quedar acompañado únicamente de otra
aeronave humeante, la de Saburo Ishii. Nishikaichi, aviador de primera clase,
tuvo claro que nunca llegarían al portaaviones y deberían recurrir al plan B,
un aterrizaje de emergencia.
La
armada había previsto una eventualidad así, designando para esos casos una
pequeña isla deshabitada de 29 x 19 kilómetros de superficie y situada en el
extremo noroccidental del archipiélago hawaiano, donde podría arribar algún
barco o un submarino para recoger al afectado. Ahora bien, el alto mando
cometió un error porque esa mota de tierra en medio del océano sí tenía
habitantes; pocos, sólo 136, pero suficientes para suponer un problema. Se
trataba, obviamente, de Ni’ihau, a la que se conocía como Kapu Island (Isla
Prohibida, al estar restringido su acceso a los foráneos).
Ishii
no pudo mantener su avión más tiempo en el aire y se estrelló en el mar.
Nishikaichi aterrizó violentamente -el avión se enredó con una valla de
alambre- en un campo de labranza propiedad de Hawila Kaleohano, un nativo de
veintinueve años que todavía no sabía nada del ataque a Pearl Harbor, pero sí
estaba enterado de la tensión creciente entre los EEUU y Japón. El sol naciente
sobre el fuselaje del Zero le permitió identificar la nacionalidad y,
aprovechando que el piloto aún se encontraba aturdido por el golpe, abrió la
carlinga y se apoderó de su documentación y la pistola reglamentaria Nambu 14.
Pronto
llegaron otros hawaianos y entre todos sacaron al nipón para llevarlo al
pueblo, donde se recuperó. Fue bien tratado y hasta hicieron una fiesta en su
honor esa tarde. Pero como no le entendían, llamaron al apicultor Ishimatsu
Shintani, un kamaʻāina
(residente, generalmente de etnia distinta a la autóctona, en cuyo caso se
denominaba kanaka) que, llevando cuatro décadas allí y estando casado con una
aborigen, se mostró incómodo con el encargo por miedo a que peligrase su
situación legal. Peor fue cuando intercambió unas palabras con Nishikaichi y se
enteró de todo, marchándose sin dar demasiadas explicaciones.
Los
hawaianos recurrieron entonces a otro kamaʻāina, Yoshio Harada,
también de ascendencia nipona pero nacido ya en la isla (o sea, era un nisei,
de segunda generación, aunque tenía hermanos en Japón, donde también había
nacido su esposa). Cuando el piloto le contó lo que había pasado, Harada se
sintió obligado a ayudarle, máxime después de que, unas horas más tarde,
empezaran a llegar por radio las noticias sobre lo sucedido en Pearl Harbor y
los vecinos cambiaran su actitud hacia el que hasta entonces había sido su
huésped, decidiendo entregárselo a Aylmer Francis Robinson cuando llegase al
día siguiente.
En
realidad, Robinson no podía ir porque, dadas las circunstancias, las
autoridades estadounidenses prohibieron el tráfico marítimo. Pero en Ni’ihau no
podían saberlo, ya que no había comunicaciones y su único canal con el resto
del mundo era ese barco y la radio a pilas con que se enteraron del ataque. Así
que transcurrieron varios días y Robinson seguía sin aparecer, por lo que
cundió la intranquilidad. Nishikaichi fue confinado en casa de Harada con cuatro
centinelas y, mientras, se hacían señales luminosas a Kaua’i con hogueras y
reflectores, sin aparente éxito. Todos estaban a la espera de ver qué pasaba.
Lo que pasó fue que todo se precipitó el 13 de diciembre, cuando Ishimatsu Shintani ofreció a Kaleohano doscientos dólares en efectivo por recuperar los documentos del piloto. Era una cantidad considerable, pero el hawaiano la rechazó y el otro le amenazó con los problemas que eso traería. Así fue; Harada y su esposa Irene, que al igual que Shintano era issei (emigrante de primera generación), acordaron un plan con Nishikaichi para liberarle. Los dos hombres redujeron al guardia mientras ella ponía música en un fonógrafo para ahogar el ruido del forcejeo, de modo que los otros tres vigilantes, que estaban fuera de la casa, no oyeron nada.
Lo
encerraron en un cobertizo propiedad de Robinson, donde se armaron con una
escopeta y la pistola del piloto, que había sido depositada allí, y fueron a
casa de Kaleohano para recuperar los documentos; eran éstos la gran
preocupación de Nishikaichi porque tenía orden de destruirlos en caso de caer
prisionero, al contener códigos, mapas y detalles del plan de ataque
(incluyendo una posible tercera oleada que nunca se llegó a realizar, pero él
no podía saberlo).
La
casualidad quiso que el hawaiano estuviera en una letrina exterior en el
momento de su llegada, por lo que no fueron capaces de encontrarlo. Entonces se
dirigieron a los restos del avión, que seguían en el campo, momento que él
aprovechó para salir corriendo. Silbaron algunas balas sobre su cabeza, pero
finalmente pudo huir y advertir a los demás vecinos. Entretanto, el centinela
agredido también había escapado y corroboró la historia, por lo que todos
dejaron sus hogares y se refugiaron en cuevas y playas del otro lado de la
isla.
Pero
Nishikaichi no tenía ningún interés en ellos. La razón de que acudiera al Zero
siniestrado era hacerse con la radio y ponerse en contacto con la armada para
que fueran a recogerle. Lamentablemente para él, sus intentos de comunicar
resultaron inútiles, así que desmontó una de las ametralladoras de 7,7 mm, hizo
acopio de munición y prendió fuego al avión. A continuación, retornó a casa de
Kaleohano y también la incendió, esperando con ello destruir los documentos.
Tampoco
eso le salió bien porque el hawaiano había vuelto para recogerlos mientras
estuvieron fuera y se los llevó. Queriendo asegurarse, el japonés y su aliado
apresaron a otro isleño, Kaahakila Kalimahuluhulu, más conocido como Kalima, y
a su amigo Benehakaka Kanahele, alias Ben, a los que ordenaron traer a
Kaleohano a cambio de la mujer del segundo, que quedaría retenida como rehén.
Ambos fingieron hacerlo sabiendo que, en realidad, su vecino se había marchado
de la isla en una canoa, remando hacia Kauaʻi junto a otros cinco compañeros.
Al
regresar con las manos vacías, Nishikaichi se dio cuenta del engaño y montó en
cólera, amenazando con matar a todos los vecinos. Las cosas se iban torciendo
cada vez más y peor aún se pusieron cuando, aprovechando el desánimo de sus
secuestradores, Kanahele y su esposa se abalanzaron sobre ellos para
desarmarlos. Él recibió tres disparos del piloto, pero tenía una fuerza
prodigiosa y lanzó a su adversario contra un muro, donde la mujer le golpeó con
una piedra. Kanahele se lanzó entonces encima y le degolló con un cuchillo. El
estupefacto Harada no supo reaccionar y terminó suicidándose con la escopeta.
Por la tarde del día siguiente, 14 de diciembre, llegó por fin Robinson a Ni’ihau llevando consigo un contingente de soldados; tras remar durante diez horas, Kaleohano había conseguido alcanzar la otra isla y alertar a las autoridades. Ishimatsu Shintani e Irene, la esposa de Yoshio Harada, fueron detenidos; a él lo recluyeron en un campo de internamiento para estadounidenses de origen japonés y a ella en una prisión militar de Oahu, donde permaneció sin juicio, acusada de espionaje, hasta junio de 1944 pese a insistir en que sólo había auxiliado al piloto por lástima.
La
actuación de ambos, junto con la de Harada, motivó un informe de la Marina de los
EEUU que advertía de la probable inclinación de los ciudadanos de ascendencia
nipona -en torno a 120.000- a portarse de la misma forma, lo que originó las
órdenes ejecutivas 9006 y 9102 por las que todos debían dejar sus hogares y
residir en campos mientras durase la guerra. Irónicamente, los de Hawái se
libraron en general porque constituían más de un tercio de la población -en
algunos sectores profesionales como el transporte, la carpintería o el campo
incluso eran mayoría- y ello hubiera supuesto el colapso económico del
archipiélago.
Benehakaka
Kanahele se recuperó de sus heridas en un hospital de Kauaʻi y en 1945 le
condecoraron con el Corazón Púrpura y la Medalla al Mérito; su mujer, en
cambio, no recibió nada. Por otra parte, el Pearl Harbor Aviation Museum,
ubicado en un islote de la bahía del ataque, en la
isla de Oahu, conserva los restos calcinados del Zero de Shigenori Nishikaichi.
El cuerpo de éste fue incinerado. En Imabari, su ciudad natal, se le había dado
por muerto en el ataque a Pearl Harbor y se le dedicó un memorial que en 1956
sirvió para acoger las cenizas, enviadas por los EEUU. Eran otros tiempos ya.
Fuente:
https://www.labrujulaverde.com