Por Jorge Alvarez
Buscar a un náufrago perdido en alta mar es una tarea ardua y, a menudo, frustrante. Salvo que se pueda acotar mucho el área de búsqueda, la tarea puede prolongarse tanto tiempo que probablemente cuando por fin sea localizado -si es que se consigue hacerlo- ya esté muerto de hipotermia, deshidratación o cualquier otra causa. La cosa es peor en período bélico porque el sujeto podría, además, estar herido. Así que cabe imaginar la cantidad de dramas de ese tipo vividos por los pilotos alemanes y británicos que se enfrentaron en el Canal de la Mancha durante la II Guerra Mundial, en el contexto de la llamada Batalla de Inglaterra. Tanto que se ideó un sistema para intentar paliarlo: la Rettungsboje o Boya de rescate.
Si
uno hace un siempre recomendable viaje por Escocia y pasa por la pequeña ciudad
de Irvine, en la costa occidental del país, no sólo tendrá ocasión de descubrir
un atractivo burgo de origen medieval donde vivieron literatos como Edgar Allan
Poe o Robert Burns sino también de visitar el Scottish Maritime Museum, un
museo naval (descentralizado, pues parte de las instalaciones están en la
vecina localidad de Dumbarton) ubicado en unos antiguos astilleros. La mayor
parte de su colección es de naturaleza industrial y, por tanto, integrada por
maquinaria portuaria y barcos de los siglos XIX y XX. Pero allí está también
una extraña embarcación que no pasa desapercibida.
Se
trata del ASR-10, siglas y número del Air-Sea Rescue Float, una boya de rescate
desarrollada por ingenieros británicos de la que se llegaron a construir
dieciséis unidades, desplegadas por las principales rutas que empleaban las
escuadrillas aéreas que cruzaban el Canal de la Mancha para bombardear
objetivos enemigos en el continente. Ese tipo de ingenio estaba diseñado para
que los pilotos derribados encontraran un refugio aceptablemente confortable
que les permitiera sobrevivir hasta su rescate, de ahí que contaran con un
equipamiento ad hoc como botiquín, agua potable, comida, cocina, estufa, ropa y
mantas. También disponía de una radio y tenía capacidad para seis personas.
Las
características de las boyas, al adaptar viejos cascos de acero de
embarcaciones retiradas, permitían albergar media docena de literas y, por
tanto, proporcionar a sus eventuales usuarios cierta comodidad, dadas las
circunstancias. El náufrago podía subir sin dificultad usando unas escalinatas
o por la popa, al inclinarse ésta y presentar una rejilla que permitía trepar.
Esa misma fisionomía fusiforme fue la que llevó a que, al terminar la guerra,
se reaprovechase la ASR-10 y se reconvirtiera en un yate; más tarde, el
material bélico empezó a revalorizarse como patrimonio y el ingenio se sometió
a una restauración para su exposición en el museo, mostrando sus llamativos
colores alternados amarillo y rojo.
Ahora
bien, no fueron los ingleses quienes tuvieron la idea original de crear y
situar puntos de rescate en la franja marítima que separa su país del resto de
Europa sino la Luftwaffe, la fuerza aérea del III Reich. Antes reseñábamos la
Batalla de Inglaterra, nombre genérico que se da a la oposición presentada por
la RAF a la campaña de bombardeos desatada por los aviones alemanes. Hitler
necesitaba obtener superioridad en el cielo para proteger así la Operación León
Marino, es decir, la invasión de las Islas Británicas, dada la inferioridad de
la Kriegsmarine respecto a la Royal Navy. El enfrentamiento fue feroz, ya que
se prolongó más de lo esperado (cuatro meses entre julio y octubre de 1940) y,
consecuentemente, las cifras de bajas resultaron abrumadoras.
Así,
la Luftwaffe perdió casi dos mil aviones por millar y medio de los británicos.
Eso significó cientos de hombres de ambos bandos que perdieron la vida y otros
tantos que sobrevivieron a su derribo o a un amerizaje forzoso, acabando en el
mar en espera de un rescate que, como decíamos antes, a su dificultad
intrínseca sumaba la derivada de operar en una zona de combate. Por ello, en
septiembre de 1940, el RLM (Reichsluftfahrtministerium, Ministerio del Aire del
Reich) encargó al T-Amt (Technisches Amt, un área de investigación y desarrollo
de proyectos) que trabajase en el diseño de una solución de emergencia para
esos pilotos y tripulantes perdidos, pero aún vivos.
El
T-Amt estaba dirigido por el generaloberst Ernst Udet, un antiguo as de
aviación de la I Guerra Mundial que, a pesar de detestar su cargo por ser
meramente administrativo (lo que le llevó al alcoholismo y, finalmente, al
suicidio), había impulsado la técnica del bombardeo en picado y el avión más
característico para ello, el famoso Stuka. En esta ocasión volvió a cumplir y
presentó lo que se bautizó como Rettungsboje o Boya de rescate, popularmente
conocida como Udet-Boje por razones obvias. A lo largo de los dos meses
siguientes, se construyeron cincuenta unidades (después se añadirían otras
tantas) que fueron repartidas por el Canal de la Mancha; dos de ellas fueron
arrastradas por barcos británicos para estudiarlas.
El concepto era más simple que el que luego harían los británicos y se ajustaba más a su nombre: carecía de casco propiamente dicho y se trataba de una cápsula flotante con forma cuadrada o hexagonal que medía trece metros cuadrados y tenía un habitáculo de cuatro por dos de altura, con capacidad para cuatro personas. La remataba una torreta de dos metros que se prolongaba en un mástil con antena de señales luminosas blancas y rojas (visibles a casi un kilómetro de distancia), además de sonoras (un SOS por radio) y de humo.
Los
náufragos que vislumbraban entre las olas el llamativo color de la boya
(amarillo, igual que la ASR, pero añadiendo emblemas de la Cruz Roja), podían
nadar hasta allí, comprobar el sentido de la corriente gracias a unas cintas de
un centenar de metros con flotadores que estaban sujetas al artilugio,
agarrarse a unas barandillas para subir y abrir la puerta de acceso. Entonces
llegaba el final de sus penurias. Y es que, dentro, encontraban equipo de
primeros auxilios, dos pares de literas superpuestas, ropa seca, una estufa,
una pistola de bengalas, un transmisor, cigarrillos, coñac, juegos de mesa para
entretenerse, herramientas para taponar los posibles agujeros de bala y una
bomba de agua por si había filtraciones.
Las
provisiones, que incluían veinticinco litros de agua potable, duraban cuatro
días y debían ser repuestas por los rescatadores, que no se demoraban mucho
porque las boyas estaban ancladas al fondo en puntos fijos, así que podían
revisarse a diario. Para facilitar la llegada hasta el barco o hidroavión que
acudiese, incluso había un bote salvavidas hinchable. Gracias a todo ello,
muchos aviadores lograron sobrevivir y, de hecho, las Rettungsboje trascendieron
su uso al inspirar las actuales Rettungsbake (balizas de rescate para
excursionistas que quedan aislados en bajíos de la costa alemana) y las balsas
salvavidas cubiertas de los buques.
Fuente:
https://www.labrujulaverde.com