Por
Jorge Álvarez
La
ciudad de Kazán, capital de la República de Tartaristán (Rusia), tiene un casco
histórico medieval en cuyo exterior se ubica el cementerio local. En él hay un
monumento en recuerdo de la II Guerra Mundial y, al lado, una artística tumba
en cuya lápida puede leerse el nombre de Mijail Devyatayev, que fue un
personaje con una historia más que curiosa: protagonizó una de las evasiones
más asombrosas de la II Guerra Mundial -y aquí hemos visto unas cuantas– y,
pese a todo, estuvo considerado sospechoso en su país durante mucho tiempo
hasta que la verdad salió a la luz y pasó de villano a héroe.
El camposanto de Kazán se denomina Campo de Arsk, que deriva de Archa Darugha, una de las divisiones administrativas de lo que fue el antiguo Khanato de Kazán, a su vez parte de la Horda de Oro, hasta el siglo XVI. Ha de ser un lugar fascinante porque además de sepulturas tiene detrás una turbulenta historia: allí se situó el campamento tártaro que sitió Kazán a las órdenes de Iván el Terrible, allí se enfrentaron las tropas gubernamentales a las rebeldes de Pugachev en 1774 y allí se reunieron los bolcheviques en octubre para iniciar la versión local de la revolución en 1917.
El
sitio parece perfecto, pues, para un personaje como Mijail Devyatayev, aunque
no era oriundo del lugar. Nació en un pequeño pueblo de la República de
Mordovia llamado Torbeyevo y lo hizo precisamente en ese revolucionario año de
1917. Su familia era campesina y muy numerosa, pues él era el décimotercer
hijo, a pesar de lo cual pudo estudiar en la Escuela de Navegación Fluvial,
graduándose en 1938 e iniciando su vida profesional en ese sector como oficial
de un barco que realizaba travesías por el Volga.
Sin embargo, tuvo que interrumpir su trabajo al ser llamado a filas e incorporado al Ejército Rojo. Curiosamente, no fue destinado a la marina sino a aviación: ingresó en la Escuela de Vuelo de Chkalov, de la que salió convertido en piloto en 1940. Justo a tiempo porque soplaban vientos de guerra: por un lado, la Unión Soviética mantenía desde septiembre de 1939 un conflicto con Finlandia, la llamada Guerra de Invierno, que ganó pírricamente en marzo; por otro, Alemania y Francia y Reino Unido también se habían alzado en armas en septiembre, tras la invasión de Polonia.
En
realidad, la II Guerra Mundial estaba en un extraño impasse, una situación de
inmovilidad que se conoció como Guerra de Broma pero que terminó en mayo con la
invasión de Francia, Bélgica, los Países Bajos y Luxemburgo por parte de la
Wehrmacht, paralelamente a la ocupación de Noruega y Dinamarca. La contienda se
iba extendiendo y ampliando, por lo que era cuestión de tiempo que el Pacto
Ribbentrop-Molotov, un acuerdo de no agresión entre alemanes y soviéticos que
llevaba el nombre de sus ministros de Exteriores, saltara por los aires.
Los
dos países eran conscientes de ello y se estaban preparando, pero Hitler empezó
su Operación Barbarroja antes de lo que Stalin preveía, de ahí que la primera
fase del ataque, iniciada el 22 de junio de 1941, fuera tan fulminante. El
Ejército Rojo estaba todavía en pleno proceso de modernización, dado que la
revolución y la guerra civil posterior lo habían retrasado, así que en aquellos
primeros momentos los germanos pasaron como una apisonadora sobre las defensas
soviéticas.
En
ese contexto, la aviación jugaba un papel fundamental, por eso Mijaíl fue uno
de los primeros militares en entrar en combate en lo que en la URSS se conoce
como Gran Guerra Patria. Lo hizo inmediatamente a los mandos de su avión y el
24 de junio, es decir, dos días después de la agresión teutona, logró el primer
derribo de un Junkers Ju 87, el célebre modelo conocido como Stuka, que la
Luftwaffe empleaba en bombardeos en picado para allanar el camino a las tropas
de tierra.
Al
igual que otros compañeros, su esfuerzo en aquellos primeros y dramáticos
momentos fue crucial y se le reconoció premiándole con la Orden de la Bandera
Roja, una condecoración para méritos militares que fue la más importante del
país desde su creación en 1918 hasta 1933, en que la desplazó la Orden de
Lenin. De hecho, Mijaíl también ganaría esta última, entre otras. Y es que,
pese a que el 23 de septiembre fue herido de gravedad en una pierna y pasó una
larga temporada convaleciente, luego regresó al frente.
Primero
le destinaron a un Polikarpov Po-2, un biplano que fue el modelo de avión del
que se hicieron más unidades en la historia de la aviación. El Po-2, que se
diseñó en 1927, resultaba completamente obsoleto en 1941 y por eso apenas se
utilizaba en combate, en ataques nocturnos, de hostigamiento o propaganda; en
general servía más bien para entrenamientos o para transporte ligero de
pasajeros, sin contar usos extra como ambulancia o fumigador (de hecho, era
motejado Kukuruznik, que significa maíz).
Mijaíl
estuvo casi toda la guerra volando en misiones médicas, pero tras una reunión
con Aleksandr Ivanovich Pokryshkin consiguió que cambiaran las cosas.
Pokryshkin era un as de la aviación nacional, un visionario que había inventado
la ametralladora ShKAS (un arma accionada por gas y gran cadencia de disparo
que se incorporó a cazas y bombarderos) y el avión de reconocimiento Polikarpov
R-5 (muy utilizado en la Guerra Civil Española como bombardero rasante, lo que
hizo que se lo apodara así) y que llegaría a mariscal; pero ya era un héroe
entonces y medió para que a Mijaíl le dieran otra vez un destino de combate.
Así
fue cómo en mayo de 1944 se integró en el 104º Regimiento de Pilotos de Combate
Guardianes, en el frente ucraniano, donde, con el grado de Teniente Mayor, se
apuntó nueve victorias en dos meses a los mandos de un Bell P-39 Airacobra
(avión de fabricación estadounidense de los que se enviaron a la URSS por la
Ley de Préstamo y Arriendo). Sin embargo, tampoco esta vez tuvo suerte y volvió
a ser derribado cerca de Lwów (Leópolis), una ciudad del extremo occidental de
Ucrania (por entonces de Polonia) ocupada por los alemanes tres años antes y
que el Ejército Rojo estaba intentando reconquistar. Como no lo conseguiría
hasta el 27 de julio, Mijaíl, que sobrevivió a la caída de su avión, pero con
considerables quemaduras, cayó en lo que todavía era territorio enemigo.
Hecho
prisionero, fue ingresado en el campo de concentración de Łódź, actual Polonia.
Se trataba de una urbe que apenas sufrió daños durante la guerra y donde se
había erigido un gueto judío de veinte mil personas del que, cuando Mijaíl
llegó, ya sólo quedaban menos de un millar, hasta el punto de que se cerró para
repartir a los supervivientes por los campos de las cercanías. Entre ellos
estaba la infame prisión Radogoszcz, donde se procedió a su exterminio ante la
inminencia de la caída de la ciudad (finalmente optaron por prenderle fuego al
edificio con los presos dentro).
Por
tanto, todo aquel lugar destilaba muerte por todas partes y Mijaíl no quiso
esperar su turno. El 13 de agosto se fugó, pero no pudo ir muy lejos y, otra
vez capturado, le trasladaron al campo de concentración de Sachsenhausen. Todo
un problema porque éste se encontraba ya en Alemania, en Oranienburg
(Brandeburgo), dificultando cualquier tentativa de evasión. El recinto se había
inaugurado en 1936 para albergar el exceso de población reclusa de Esterwegen,
un campo secundario del de Neuengamme donde se habían internado prisioneros de
guerra franceses, belgas, holandeses y checos.
Esterwegen
quedó inicialmente para presos políticos, pero luego se amplió la nómina a
judíos, polacos y soviéticos (también republicanos españoles; allí estuvo
internado Largo Caballero). En agosto de 1944 la marcha de la guerra ya se
inclinaba tan claramente del lado aliado que el Ejército Rojo marchaba hacia
allí sin que nadie pudiera pararlo, por lo que las SS empezaron a ejecutar
prisioneros. Mijaíl, consciente de que más temprano que tarde le llegaría su
turno al ser piloto (a los que se consideraba más peligrosos potencialmente),
se las arregló para intercambiar su identidad por la de un infante fallecido y
consiguió regatear a la muerte de momento.
A
continuación vivió un nuevo traslado, esta vez a Usedom. Se trataba de una isla
de la costa del mar Báltico, frente a la desembocadura del Oder, que hoy se
reparten Alemania y Polonia pero que en aquellos momentos usaba el régimen nazi
como campamento para los equipos de trabajadores forzados que servían en una
base del noroeste insular, la de Peenemünde. Esta posiblemente le suene más al
lector, ya que en ella se desarrollaron los programas de misiles V1 y V2, el
arma que Hitler impulsaba a la desesperada para intentar dar un vuelco a la
marcha de la contienda.
Los
prisioneros se empleaban en reparar las pistas y limpiar manualmente el terreno
de las bombas que no habían explotado, pues los Aliados sabían de las
actividades que se llevaban a cabo en aquellas islas y lanzaron sobre ellas
unas mil seiscientas toneladas de ellas. Las condiciones de trabajo eran muy
duras, no sólo por el peligro de que un artefacto hiciera explosión o de caer a
manos de los bombardeos amigos sino también por la crudeza del invierno y el
trato brutal de los guardias.
Por
eso Mijaíl estaba decidido a escapar otra vez, a pesar de estar en el corazón
de un país hostil y no hablar ni alemán ni polaco; prefería morir en el intento
que esperar sufriendo el mismo inexorable destino. El 8 de febrero de 1945
convenció a tres camaradas de armas llamados Sokolov, Krivonogov y Nemchenko
-luego se sumaron cuatro más- para colaborar en una fuga, poniendo en práctica
su plan una noche, a la hora en que solían cenar los guardias y había menos
efectivos vigilando. Estaban trabajando en una pista cuando Krivonogoc mató al
guardia con su pala.
Entonces
otro prisionero llamado Peter Kutergin se puso su uniforme y guio al grupo de
nueve prisioneros, como si los fuera escoltando, hasta el aeródromo. Allí
subieron discretamente al Heinkel He 111 que utilizaba el comandante del campo
y despegaron con rumbo este; Mijaíl era quien pilotaba, obviamente, no en vano
había estado reuniendo información sobre cómo era el cuadro de mandos. No fue
tarea fácil porque primero los burlados alemanes trataron de interceptar el
avión -un caza que volvía de una misión se cruzó con ellos, pero había agotado
su munición- y después fueron los antiaéreos soviéticos los que dispararon
frenéticamente contra aquel bombardero enemigo.
De
hecho, el Heinkel resultó alcanzado, pero aun así la pericia del piloto
permitió tomar tierra en la aldea de Gollin, en la URSS. Los evadidos pasaron
un tiempo en el hospital para recuperarse de la desnutrición y la fatiga
mientras se los sometía a un duro interrogatorio por parte del NKVD, que no les
creyó. Al recibir el alta a finales de marzo, cinco de ellos fueron reenviados
al frente en un batallón disciplinario y murieron en combate a lo largo de las
semanas siguientes. Los demás, al ser oficiales, quedaron apartados del
servicio mientras durase la investigación que se abrió, ya que al servicio
secreto le resultaba una historia imposible.
En noviembre de ese año, a los dos meses de finalizar la guerra, Mijaíl fue dado de baja en el ejército sin que se hubiera resuelto dicha investigación, que quedó postergada al no correr ya prisa. Eso supuso que seguía siendo sospechoso oficialmente y, por tanto, se le trató como a tal, no encontrando un empleo acorde a su titulación y debiendo ganarse la vida como estibador en el puerto fluvial de Kazán. Esa injusta situación se prolongó hasta 1957, cuando Serguéi Koroliov, jefe del programa espacial soviético y diseñador de cohetes, se puso a analizar la información que aquellos presos habían facilitado años atrás sobre las V1 y V2 germanas.
Koriolov
descubrió que los datos aportados eran tan valiosos que ningún agente enemigo
los proporcionaría, así que desenterró el expediente de los evadidos que aún
vivían, lo presentó a las autoridades explicando el valor de sus testimonios y
ese mes de agosto Mijaíl pasó de ser un paria a convertirse en Héroe de la
Unión Soviética, siendo aplaudido unánimemente, recibiendo distinciones,
protagonizando libros y artículos, etc. Así fue cómo reunió algunas de las
condecoraciones más destacadas del país, como la citada Orden de Lenin, la
Orden de la Guerra Patria (primera y segunda clase), la ciudadanía de honor de
la República de Mordovia y muchas más.
Acaso
en lo personal su mayor recompensa fuera retomar aquel empleo de capitán
fluvial en el Volga, donde estuvo al mando de los primeros modelos domésticos
de hidroala o aliscafo (un tipo de nave que alcanza gran velocidad al llevar el
casco por encima del agua). En 1972 escribió un libro de memorias y en 2002 le
llegó el momento de dejar este mundo al que tanto se había aferrado en tiempos
difíciles. Un museo en su casa natal recuerda sus hazañas y se puso su nombre a
un cohete, pero probablemente sea más curioso que haya un monumento en su
memoria en la isla Usedom.
Fuente:
https://www.labrujulaverde.com