Valentina
Tereshkova fue la primera mujer que viajó en soledad al espacio. A su regreso
fue consagrada como heroína de su país. Tuvo un embarazo difícil. Pasó
internada la mayor parte de su gestación y el parto fue por cesárea. La niña
nació normal el 8 de junio de 1964, aunque pequeña y muy débil
Por Alberto
Amato
Lo que
más quería era manejar una locomotora. En aquellos años, los de la Segunda
Guerra Mundial, no era un oficio que las chicas soñaran para sí mismas. Ser
paracaidista, tampoco. Sin embargo, Valentina Tereshkova quería hacer las dos
cosas. Y terminó como la primera mujer en ser lanzada al espacio, en solitario,
en orbitar la Tierra y darle la vuelta cuarenta y ocho veces en setenta horas
de vuelo y, fundamental, en regresar sana y salva a la Tierra.
Todo
ocurrió entre el 16 y el 19 de junio de 1963, hace sesenta años y Valentina es,
hasta hoy, la única mujer en la historia de la carrera espacial en haber hecho
un viaje al espacio exterior en soledad. La consagraron como heroína de la
Unión Soviética, qué menos, pero casi no lo cuenta.
Su vida
fue un torbellino, enturbiada incluso por el despotismo sin ilustración del
liderazgo soviético de los años de la Guerra Fría, Nikita Khruschev mediante,
despotismo al que Valentina rindió culto y entregó su vida. Aún hoy su vida
conserva la agitación, es probable que menguada, de sus años jóvenes. Tiene
ochenta y seis años, se dedicó con éxito a la política, y, no hace mucho,
propuso ser la primera astronauta en viajar a Marte, no importa si aquel iba a
ser un viaje sin regreso. Fue y es una comunista convencida.
Casi no
tuvo educación formal. Nació el 6 de marzo de 1937, en Máslennikovo, en el
centro de la URSS. Sus padres habían emigrado de Bielorrusia, él era
tractorista y ella trabajaba en una fábrica textil. Ni bien estalló la Segunda
Guerra Mundial, la URSS desató una guerra contra Finlandia en procura de
territorios que, decían los soviéticos, le pertenecían a Moscú y no a Helsinki.
La guerra duró entre noviembre de 1939 a marzo de 1940, cuando todavía los soviéticos
no habían entrado en el conflicto mundial. Pero en esos campos de batalla murió
el padre de Valentina, el Sargento de tanques Vladímir Tereshkov, cuando ella
era una beba de dos años.
No fue
a la escuela hasta que no terminó la guerra, en 1945 y cuando tenía ocho años.
La dejó en 1953, el año de la muerte de Iósif Stalin, y empezó a estudiar por
correspondencia. Lo que Valentina quería era volar y lanzarse en paracaídas.
Así que se inscribió en el aeroclub de su pueblo y, sin que su madre lo
supiera, empezó a entrenarse como futura paracaidista.
Saltó
por primera vez el 21 de mayo de 1959, a los veintidós años y cuando ya había
seguido los pasos de su madre en la fábrica textil de su ciudad natal. También
adhirió al Partido Comunista de la URSS y, en 1961, era ya secretaria del
Komsomol, la Unión de Jóvenes Comunistas. Aquellos eran los años del inicio de
la carrera espacial, en la que la URSS llevaba ventaja después del lanzamiento
al espacio del primer satélite artificial, Sputnik, en 1957, y de hacer lo
mismo con el primer hombre en el espacio, Yuri Gagarin, en 1961.
Una
historia simpática sobre la delantera que llevaba la URSS en aquella carrera
que se inició en realidad como un proyecto de espionaje aéreo, revela cierta
decepción de los americanos sobre sus propios méritos técnicos y científicos.
La noticia del lanzamiento del Sputnik cayó como un balde de agua fría en el
Congreso Geofísico Internacional que se celebraba en los Estados Unidos. Como
el objetivo ya era poner un hombre en la Luna, un periodista preguntó a un
científico americano qué pensaba él que hallaría el primer astronauta
estadounidense en pisar la Luna. Y el tipo dijo: “Rusos”.
Lo
cierto que en carrera por igualar a los rusos, los Estados Unidos anunció el
programa Mercury 13, Programa de Mujeres en el Espacio (Woman in Space Program).
Consistía en estudiar la capacidad de las mujeres para el vuelo espacial. De
inmediato, los soviéticos empezaron a reclutar y a entrenar futuras
astronautas.
Valentina
fue una de esas candidatas: el 16 de febrero de 1962 la eligieron, junto a
otras cuatro y entre cuatrocientas aspirantes, para integrar el primer equipo
femenino de cosmonautas. La idea de lanzar a una mujer al espacio había sido de
Serguéi Koroliov, el principal ingeniero en el área de cohetes y un poco el
padre de la astronáutica soviética.
A
Valentina la favoreció su vocación, su origen “proletario”, que los soviéticos
valoraban, su carrera como paracaidista y el tener un padre héroe de guerra.
También cumplir los requisitos mínimos que exigía la URSS para sus mujeres
astronautas: menores de treinta años, menos de un metro setenta de estatura y
de setenta kilos de peso. Entró de lleno al programa Vostok, que había sido
lanzado en 1961 por la URSS con la idea de llevar por primera vez a un ser
humano al espacio exterior. Gagarin era el héroe de ese programa flamante,
cuando Valentina se integró a él.
Si
había algún drama con Tereshkova, nada insalvable, era que no era militar. De
modo que la admitieron como miembro de honor de la Fuerza Aérea Soviética. El
21 de mayo de 1963, la Comisión Estatal del Espacio la designó para ser la
comandante de la Vostok 6, comandante y única tripulante, un cargo que firmó el
propio Khruschev.
Y el 16
de junio, frente a los mandos de la nave, Valentina, afirma la leyenda, dijo:
“Cielo, quítate el sombrero: voy a verte”. Y partió.
No todo
fue tan bien como estaba previsto. En realidad, en aquellos vuelos espaciales
nada sucedía como había sido previsto. Durante los tres días de viaje
Tereshkova padeció vómitos, náuseas y un terrible dolor de cabeza adjudicado al
peso del casco. Y eso era lo de menos. La nave circulaba con un error en la
programación de su trayectoria: en vez de acercarse a la Tierra, la nave estaba
programada para alejarse. Además de la amenaza de convertir a la astronauta en
una especie de asteroide perdido en el espacio, el yerro amenazaba el éxito de
la misión.
Dos
días antes de Valentina, había despegado la Soyuz 5, al mando de Valeri
Bykovski. Las dos naves debían acercarse en el espacio y establecer contacto de
radio y el error de programación ponía todo en peligro. La historia oficial
siempre dijo que Korialov, el ingeniero experto en cohetes y director del
programa espacial soviético, enfureció con el comportamiento de Valentina al
frente de la Vostok 6, no le permitió tomar el control manual de la nave, como
estaba planeado, y que fue el equipo de control de vuelo el que modificó el
sistema que fallaba y permitió que la nave regresara a la Tierra.
Pero
treinta años después las autoridades revelaron que la metida de pata se debió
al mal cálculo de un funcionario, militar, que fue quien reconfiguró en
realidad el sistema que salvó a la astronauta. Todo fue un secreto sobre el que
todos tuvieron prohibido hablar durante tres décadas, hasta que su protagonista
admitió su culpa y Valentina Tereshkova también pudo recordar aquellos días.
Fue piadosa, dijo que la comida no le había gustado, que la habían dotado de pasta
de dientes pero no de cepillo dental, que los dolores de cabeza y los vómitos
fueron terribles. Por fin, cerró sus recuerdos con un amplio y piadoso “Eran
otros tiempos…”
Por
fin, la Vostok 5 y la 6 se acercaron a cinco kilómetros de distancia, sus comandantes,
Tereshkova y Bykovski, se comunicaron por radio entre ellos y en el Kremlin,
con Khruschev. Aquello era todo un éxito, y era verdad que eran otros tiempos.
Las naves tenían una forma casi esférica y, cuando reingresaban a la tierra, se
desprendía la parte inferior lo que permitía al astronauta eyectarse, abrir su
paracaídas a gran altura y que Dios te ampare.
Eso
hizo Valentina el 19 de junio, tres horas después lo hizo Bykovski, sin saber
muy bien adónde la llevaba el viento. El área de búsqueda para las fuerzas de
rescate era de 28 kilómetros de diámetro desde el punto calculado para el
aterrizaje del piloto. La zona desértica donde cayó Tereschkova, en Karaganda,
Kazajistán, era desconocida casi para la propia astronauta. Hasta ella llegaron
unos campesinos que le robaron su paracaídas porque pensaron que era algo de
gran valor. Después de haber pasado por la posibilidad de perderse en el
espacio, lo del paracaídas era nada: Valentina regaló a los campesinos la
comida incomible de su viaje espacial, aquella gente entendió que lo que había
sucedido era algo muy especial, regresaron al sitio del aterrizaje con pan y
sopa y esperaron junto a Valentina la llegada de los rescatistas.
A los
veintiséis años, Tereschkova era una heroína y recibió homenajes,
condecoraciones y se adueñó de un extraño récord. Recién veinte años después de
su viaje, una mujer participó de una misión espacial soviética. Fue Svetlana
Savitskaya, tripulante de la misión Soyuz T-7. Pero desde Valentina, ninguna
mujer viajó al espacio en solitario.
Con
honores y todo, a Valentina le esperaba un trato inhumano y cruel, que ella
aceptó con fervor comunista. Se casó con su novio, Andrián Nicolayév en 1963.
Andrián, un piloto militar conocido como “El hombre de Hierro”, era piloto
militar y astronauta. Y había viajado al espacio un año antes que Valentina.
Los recién casados recibieron una orden, tal vez una insinuación, un consejo
que les sugería tener un hijo.
Los
experimentos biológicos que se hacían en la URSS estaban destinados a comprobar
los efectos en el organismo del viaje por el espacio. Los primeros se habían
hecho con tres perros Ugolok, Belka y Strelka, que volaron al espacio y
procrearon a su regreso. Los cachorros que parieron las hembras sembraron
espanto: nacieron ciegos y uno de ellos sin una pata.
“Después
que Valentina y su marido recibieron la orden de tener un hijo, daba lástima
mirarlos: estaban aterrados -confesó años después el doctor Vitali Volóvich,
médico de Gagarin- El experimento era inhumano, pero ¿a quién le importaba
entonces el hombre? En esos tiempos se pensaba en colonias espaciales.”
Volóvich
afirmaba que el organismo femenino tiene más dificultades que el masculino en
los vuelos especiales. Señalaba entonces que la pérdida de calcio era
recuperada en diez días por los hombres, pero que requería más tiempo en las
mujeres.
El de
Valentina fue un embarazo difícil. La astronauta heroína fue hospitalizada la
mayor parte de su gestación y el parto, por cesárea, también fue difícil. La
niña nació normal el 8 de junio de 1964, aunque pequeña y muy débil. La
llamaron Elena Andrianovna Nikolaeva-Tereshkova. De inmediato, al amparo del
secreto que rodeó todo, tan común en la URSS, nacieron decenas de teorías: la
beba había nacido ciega, sorda y muda; tenía un coeficiente intelectual más
bajo que la media, había nacido con seis dedos en cada mano, y con tres manos.
Lo cierto era que Elena tenía dificultades para ingerir comida y la alimentaron
artificialmente; hasta los cinco años vivió bajo el control de los médicos
porque su vida era “un secreto de Estado” dijo Volóvich. En suma, la historia
de la primera criatura concebida por dos seres humanos que habían viajado al
espacio se mantuvo en secreto por casi cuarenta años. Elena, doctora en
Medicina, se mantiene muy cerca de su madre y suele murmurar, con una sonrisa:
“No soy un monstruo”.
Valentina fue una heroína soviética y recibió decenas de medallas por su labor como astronauta
Valentina
y Andrián se divorciaron en 1982; él murió en 2004. Ella se casó con un
prestigioso ortopedista, Yuli Sháposhnikov, que murió en 1999.
Si su
carrera espacial fue breve y brillante, su carrera política fue larga y
brillante. Como si hubiese estado al mando de su nave Vostok 6, Valentina
piloteó su paso por el comunismo soviético, por la URSS, por la caída de la
URSS y por los vendavales que azotaron hasta hoy a la Federación Rusa con
singular maestría: fue miembro destacado del PC soviético, del Soviet Supremo y
de su Presidium, Presidió el Comité de Mujeres Soviéticas e integró el Comité
Central del Partido Comunista. Fue representante soviética en el Consejo
Mundial de la Paz y en la Conferencia Mundial de la ONU por el Año
Internacional de la Mujer, en México en 1975 y fue vicepresidente de la
Federación Internacional de Mujeres.
Algunos,
dado su carácter, la llamaron “Dama de Hierro” como a Margaret Thatcher.
Uno de
sus artículos más famosos, “Mujeres en el espacio”, reflejó su pensamiento
sobre la mujer, el mundo científico y los viajes al espacio. Fue publicado en 1970
en la revista americana Impacto of Science in Society. Allí escribió: “Creo que
una mujer siempre debe seguir siendo mujer y nada femenino debe ser ajeno a
ella. Al mismo tiempo, creo firmemente que ningún trabajo realizado por una
mujer en el campo de la ciencia o la cultura o cualquier otro, por vigoroso o
exigente que sea, puede entrar en conflicto con su antigua ‘misión
maravillosa’: amar, ser amado y con su anhelo por la felicidad de la
maternidad. Al contrario, estos dos aspectos de su vida pueden complementarse
perfectamente”
Se
retiró de la Fuerza Aérea y del cuerpo de cosmonautas en 1997. Después de la
muerte de su segundo marido en 1999, fue a vivir a una pequeña casa de campo.
Allí fue donde, en 2013, dijo que soñaba con volver al espacio y que le
gustaría viajar a Marte, tanto da si no había regreso. Al año siguiente, en
2014, llevó la bandera olímpica en la ceremonia de apertura de los Juegos de
Invierno, en Sochi.
Mantiene
una estrecha relación y es devota de Vladimir Putin.
Fuente:
https://www.infobae.com