21 de junio de 2023

UNIDADES AÉREAS DEL EJÉRCITO DEL AIRE ESPAÑOL - ALA 46: 50 AÑOS DE HISTORIA - UNA HISTORIA UNIDA A LA DE LAS ISLAS CANARIAS

 

 


 

Heinkel He-111 B.7 “Pedro”: Diciembre de 1957 – Abril de 1976. 30 aviones de dotación en sus distintas versiones (B.2I, BR.2I y T8.B) de bombardero, reconocimiento aéreo, fotografía y transporte, procedentes de las Alas 25, 27 y 28. Fue primer avión en dotación en el 362º Escuadrón, precursor del 462º Escuadrón. Horas de vuelo: 12.016

 

El Ju-52: Mayo de 1941 – Julio de 1972. Trimotor de bombardeo y transporte, acaparó el periodo de más auge y operatividad del Escuadrón. Sufrió su primer hostigamiento enemigo el 26 de octubre de 1957, al ser tiroteado mientras realizaba un reconocimiento sobre Saguía el Hamra. Actuó como improvisado bombardero sobre Tzelata y Tiliuín cuando tropas españolas eran asediadas por el enemigo, utilizando para ello bidones de combustible de 50 litros activados con una bomba de mano. Fue el principal colaborador del transporte de tropas entre Gando-El Aaiún. Horas de vuelo: 24.724

 

Texan T-6: Febrero de 1958 – Junio de 1976. Primer avión en dotación en el 363º Escuadrón y luego en el 463º. En 1959 se disponía de 13 aviones cuyo número se incrementó hasta 24 aviones en Gando y 6 destacados en El Aaiún. Llamado por los saharauis “Tallara Guayete” (pequeño avión), fue la aeronave más temida por su gran eficacia en las operaciones en el desierto, como la denominada Operación Teide. En los momentos de mayor intensidad de las operaciones, durante el periodo de la descolonización del Sahara, fueron pintados de camuflaje, realizando, entre otras, operaciones de reconocimiento, unas 165 misiones contra el Frente Polisario y el Ejército de Marruecos, así como de protección en el repliegue y evacuación del territorio. Horas de vuelo: 69.030

 

DC-3 (Dakota) T-3: Julio de 1970 - Mayo de 1976. El Douglas DC-3 se convirtió en uno de los aviones de transporte aéreo más significativos en la historia de la aviación comercial del siglo XX, cuando el 90% del tráfico mundial en los años 30 y 40 del siglo pasado era atendido básicamente por este tipo de aeronaves. En el ámbito militar, el DC-3 fue el transporte más importante en el arsenal de muchos países, por su facilidad de transportar soldados, armas, víveres y material a cualquier destino. En la Base Aérea de Gando ha sido el componente de menor permanencia en el 461º Escuadrón del Ala 46, sustituyendo al veterano Junkers Ju-52 a partir de 1970. Fue un destacado protagonista en la “Operación Golondrina” durante el proceso de descolonización del Sáhara. Horas de vuelo: 23.768

 

Saeta: Junio de 1970 – Junio de 1976. La Base aérea de Gando contó con un total de 24 aviones Saeta y destacamentos en las bases de El Aaiún y Villa Cisneros en el Sahara Occidental, desde donde realizaron diversas misiones de reconocimiento, y ataque a los grupos rebeldes del Frente Polisario y el FLU. Estos primeros reactores de fabricación española fueron gradualmente sustituyendo a los antiguos “Pedros”. Horas de vuelo: 17.466

 


 

La creación del Ala Mixta 46


El año 1965 fue el de la creación del Ala 46. También fue una época clave en la modernización del Ejército del Aire, gracias a la firma de varios contratos de producción de aeronaves que, con el tiempo, constituirían la columna vertebral de muchas Unidades de nuestro Ejército[1].

 

Imágenes de la vida en Gando

 

La creación del Ala Mixta 46 se produjo con una breve comunicación de la superioridad exenta, como suele ser costumbre en las grandes ocasiones, del más mínimo boato.

 

"Creación del Ala Mixta Nº 46

 

Por una comunicación del Jefe de la Unidad, fechada el 24 de marzo de 1965 con el número 1.256, queda constancia de que “de acuerdo con órdenes de la superioridad, a partir del 1 de abril de 1965, el Ala Mixta Nº 36 pasará a denominarse Ala Mixta Nº 46”.

 

Un año después de la creación del Ala 46 y coincidiendo con la Patrona de Aviación, se produce la entrega a la Unidad de su estandarte, donación del Cabildo Insular de Gran Canaria. La madrina de honor fue la Sra. de Díaz Bertrana, esposa del presidente del Cabildo.


En la imagen, el momento de la entrega, en presencia del Coronel Suárez Ochoa, por entonces Jefe del Ala Mixta 46 (10 de diciembre de 1966).

 

En el desfile del día de la Patrona de 1966 se entrega del estandarte al Ala 46. La ceremonia estuvo presidida por el General de la Zona Aérea de Canarias y África Occidental D. Carlos Rute Villanova, acompañado del 2º jefe, González Cutre, el Vicealmirante Sánchez Barcáiztegun, Comandante jefe de la Base Naval de Canarias, el Gobernador Civil Sr. Fernández Galar y el Presidente del Cabildo de Gran Canaria Sr. Díaz Bertrana.






Junkers Ju-52 con los numerales del Ala Nº 46 en Gando.


Ju-52 del 461º Escuadrón en 1969.


T-6 del 463, ante un display de armamento.



Foto de la cabina del Saeta.

Accidente en pista del “Pedro” número 15.


El Heinkel 111. Los Pedro del Atlántico


En 1967, año de la creación del Ala Nº 46, nuestros queridos “Pedros” estaban ya en sus últimos años de vida operativa, después de haber entrado a formar parte de la aviación española en 1939. Aún debieron, sin embargo, seguir prestando servicio durante ocho años más.

 

Dos “Pedros” vuelan sobre el Atlántico.


Un “Pedro” del 462 sobre la costa en maniobra de aproximación.

 

Amerizaje forzoso con un HE-111 Pedro[2]

 

Por Salvador Tomás Rueda

 

Fotos aportadas por el autor

 

Día dos de mayo de 1969. Ala Mixta Nº 46 de la Base Aérea de Gando en la isla de Gran Canaria (islas Canarias. España) 08:00 horas; en el 462º Escuadrón de Fuerzas Aéreas se prepara la operativa del día. Sólo hay programadas tres operaciones: un viaje al Aaiún para llevar unos repuestos, una prueba de avión post revisión y una formación de tres He-111 Pedro. Para esta última operación se designan tres pilotos, entre los que se encuentra el que suscribe, con nuestras respectivas tripulaciones, mecánico de vuelo, bombardero y radiotelegrafista.

 

Como el vuelo es de entrenamiento rutinario se plantea volar en formación abierta y como objetivo, tratar de localizar la isla de San Borondón. Obviamente el objetivo era más lúdico que real y, simplemente, serviría como ejercicio de navegación mar adentro, ya que dicha isla obedece a una leyenda popular sobre una pretendida isla que aparece y desaparece desde hace varios siglos. Y el leitmotiv de elegirlo fue porque en esos días había vuelto a ponerse de moda debido a que unos pescadores juraban haberla visto y había sido publicado en la prensa local como curiosa noticia.

 

Para la preparación del vuelo se tuvo en cuenta, de forma anecdótica, la teórica ubicación de la isla referida por Leonardo Torriani, ingeniero encargado por Felipe II para fortificar las islas Canarias a finales del siglo XVI, y supuestamente localizada al oeste del archipiélago, a 550 km en dirección oeste-noroeste de la isla de El Hierro y a 220 km en dirección oestesudoeste de la isla de La Palma; aunque existían otros testigos, como estos últimos, que decían haberla visto situada entre las islas de La Palma, La Gomera y El Hierro.



 

Pero, afortunadamente, las circunstancias se pusieron en contra de nuestro pretendido plan de vuelo, como se explicará a continuación, y gracias a ello no tuvo el incidente un fatídico resultado. Cuando ya estábamos los tres bombarderos calentando motores en el aparcamiento del escuadrón, nos comunicaron por radio que esperaban al Capitán, que iba de jefe de la formación, en el despacho del Sr. Coronel para la Junta Económica mensual, urgentemente convocada. Nos quedábamos sólo dos aviones.

 

Consultado el piloto del otro avión, decide éste que saliéramos en pareja para seguir con lo planificado. Pero cuando procedíamos rodando hacia cabecera de pista el avión del nuevo jefe de patrulla presenta de repente una avería de radio. Se acuerda que, mientras se repara la avería, me anticipe yo haciendo un vuelo local de una media hora y espere por las inmediaciones la reincorporación del otro avión, que será comunicada en su momento por radio. Así se realiza y despego con mi avión minutos más tarde. Como no debía alejarme demasiado a la espera del compañero se acuerda, consultando distendidamente con la tripulación, acercarnos a la vecina isla de Tenerife para hacer un poco de turismo aéreo. Y así procedemos. Después de alegrar por unos minutos nuestros ojos con tanta belleza procedemos a regresar a Gando para cumplir con lo ordenado. Descendemos haciendo una amplia espiral y al llegar sobre el mar dispongo acceder a la isla de Gran Canaria por el sur de la misma, en paralelo con la costa y como a dos kilómetros de la misma. Esta ruta nos facilita solicitar aproximación directa a la pista 03. Volamos cómodamente a unos mil quinientos pies sobre el mar.

 

Mapa de 1707 sobre la supuesta situación de la isla de San Borondón.

 

Todo parecía ir sin novedad cuando, de repente, a la altura del puerto de Mogán, el motor derecho empieza a fallar. No se detecta fuego. Y, rápidamente, casi sin tiempo para analizar junto al mecánico de vuelo sus posibles causas, el motor se para:

 

  • Depósitos exteriores… VACIADOS
  • Gases… ATRÁS
  • Paso… ATRÁS
  • Avión compensado.
  • Puesta en bandera… … PULSAR y SOLTAR
  • Llaves gasolina y aceite (del motor parado)… … CERRADAS
  • Magneto (del motor parado)… … FUERA
  • Persiana (del motor parado)… … EN AUTOMÁTICO

 

Nos hemos quedado con un solo motor, pero la situación no era excesivamente preocupante.


 

Eran aviones con cierta antigüedad y a pesar de su buen mantenimiento siempre pueden darte un susto. Valoramos rápidamente establecer crucero de emergencia (2.850 R.P.M.) que no tenía limitación de tiempo, pero viendo que el avión estaba perdiendo altura decidimos establecer directamente máxima potencia de emergencia (3.000 R.P.M.) y sobrealimentación +1, con ello estamos condicionados a no sobrepasar los 135ºC de temperatura del refrigerante y 105ºC de aceite y a mantenerlo así un tiempo máximo de 5 minutos. Como habíamos pasado las localidades de Puerto Rico y Arguineguín, dejándolas en la costa a la izquierda, y estábamos a la altura de la playa de Maspalomas, calculamos que nos encontrábamos a unos 35 km de la pista de aterrizaje. A la velocidad que nos habíamos quedado reducidos (unos 220 km/h) las velocidades para la aproximación final y cortar gases en cabecera eran 250 km/h y 180 Km/h. Necesitábamos nueve minutos de vuelo, y no sabíamos si podríamos llegar.

 

Traté de recortar distancias sobrevolando tierra para proceder directo a Gando. Pero tal como se estaba poniendo la situación no podíamos descartar un aterrizaje forzoso y el terreno que estábamos sobrevolando hacía inviable dicho potencial aterrizaje. Es esa una zona muy abrupta, con grandes barrancadas. Lo único factible hubiera sido intentarlo en la playa de Maspalomas pero como siempre estaba llena de bañistas. ¡Imposible! Ni pensarlo. Si seguíamos perdiendo altura solo quedaba la opción del mar. Pensé. Y a ella nos tendríamos que acoger.

 

Torreta delantera del He-111.



El autor, al mando de su He-111.

 

Hacía minutos que el radiotelegrafista ya había lanzado el Mayday-Mayday, pero como supimos más tarde no se había recibido. Posiblemente por el nivel tan bajo al que ya volábamos en ese momento o por alguna otra razón desconocida. Más tarde nos dijeron que fue un avión de Iberia quien vio el amerizaje y lo comunicó a la Torre de Control. "¡Quietos, quietos! ¡Ya saldremos!" Se me ocurrió gritar.

 

Y así fue. Tras unos segundos eternos el avión quedo parado y flotando pero con el agua empezando a entrar por varias partes, especialmente por las compuertas de las góndolas de las bombas, en este caso vacías. El silencio hasta esos momentos en cabina había sido absoluto, aunque creo que entonces todos gritamos al mismo tiempo. Tiré de la manilla para abrir la salida de emergencia de la puerta corredera situada sobre mi cabeza y estaba atascada, así que dije al tripulante que estaba sentado en el lado derecho que lo intentara con la otra salida de emergencia junto a él y que se abría abatiéndola hacia afuera. Y esta se abrió sin dificultad.

 

“¡Rápidamente! Fuera todo el mundo”. “¡El último en salir paga las copas!” Se escuchó que decía alguien.

 

Fueron saliendo los tres tripulantes y, directamente, desde esa misma posición saltaron al mar. El último en salir fui yo, pero se me ocurrió deslizarme por encima del fuselaje para saltar al mar desde el plano izquierdo que había quedado apuntando hacia la costa. Y sin ningún problema llegamos nadando todos a la orilla. Una vez allí nos abrazamos exclamando: “¡Nos hemos salvado! ¡Nos hemos salvado!"

 

Cuando nos dimos cuenta el avión había ido flotando, prácticamente detrás de nosotros, arrastrado por la marejadilla y acabó varado a pocos metros de la playa, lo que nos permitió regresar a él varias veces y sacar la documentación del mismo, los paracaídas y las balsas las cuales no habíamos tenido que usar por proximidad a la orilla y alguna otra cosa más, entre ellas mis gafas de sol Rayban que se me desprendieron de la cara en el momento del primer impacto.

 

Como anécdota simpática, los primeros que llegaron al lugar fueron dos muchachos en bicicleta y se me ocurrió pedirle prestada una de ellas para acercarme al pueblo y llamar por teléfono a la Base Aérea. Cuando circulaba camino del cercano pueblo me crucé con una larga fila de vehículos, incluso una camioneta, que llenos de gente iban camino de la playa atraídos por el accidente que habían visto momentos antes. Me miraban y alguno preguntaba gritando: ¿Eres tú uno de los pilotos? En el pueblo solicité en un comercio que me permitieran llamar por teléfono y muy amablemente me dejaron. La anécdota se complementa con que al hablar con Preparación de Vuelos y solicitar el Oficial de Servicio, el soldadito me gruñó todo nervioso: Lo siento no puedo atenderle ahora… se nos ha caído un avión. Y me colgó el teléfono. Tuve que volver a llamar y antes de que hablara decirle que ¡yo era el piloto de ese avión que se había caído!

 

En la curiosa fotografía se ve a un Guardia Civil, con el avión al fondo, explicándome (¡a mí!) como había sido el amerizaje. ¡Como si yo no lo supiera! Asimismo, recuerdo que cuando llegaron estos dos motoristas de la Guardia Civil les dije yo en plan de broma: “No irán ustedes a multarme por estar mal aparcado, ¿verdad?”

 

Anécdotas aparte, afortunadamente todo terminó bien. Ninguno sufrimos ni el más leve daño y solo pudo contabilizarse la pérdida de un avión. Nada hubiera sido lo mismo si ese cúmulo previo de circunstancias relatadas no se hubieran dado y la parada de motor se hubiera producido unos cientos de kilómetros mar adentro en esa extravagante búsqueda de la isla de San Borondón. Siempre he considerado que nacimos nuevamente ese día.

 

Ruta de vuelo y lugar del amerizaje.

 





He-111 del 462 accidentado en El Aaiún en septiembre de 1968.

 

El 28 de diciembre de 1970 tuvo lugar un acto especial para la Unidad y en particular, para el 463º Escuadrón: la celebración de sus 50.000 horas de vuelo. Aprovechando la circunstancia, el Sargento Barreto hizo entrega de una placa conmemorativa al Sr. Virgilio Suárez Almeida, en agradecimiento por haberle salvado la vida tras caer al mar en un avión T6.



 

El acto de celebración, que tuvo lugar en el pabellón de oficiales de Gando, estuvo presidido por el jefe accidental de la Zona Aérea de Canarias, General Andrés Asensi Álvarez Arenas y reunió a un gran número de antiguos componentes del Escuadrón.

 

El jefe accidental del Escuadrón, Capitán Casteleiro, pronunció unas palabras en las que resumió los doce años de existencia del 463 y comentó el hito que suponía alcanzar la marca de las 50.000 horas, muchas de ellas realizadas en vuelos de reconocimiento armado sobre el Sáhara gracias al esfuerzo de muchos hombres. Nueve de ellos cayeron en el cumplimiento de su deber[3].

 


Asistentes a la celebración de las 50.000 horas del 463º Escuadrón (relación que publica el Coronel Ávila Bardají en Recuerdos Saharianos).

 

La Provincia - Martes, 11 de enero, 1972. Digitalización realizada por la ULPGC. Biblioteca Universitaria. Foto: C. Alzola

 

En 1972, el SAETA cumplió 5.000 horas de vuelo en Gando a los mandos del Coronel Torres Eguíbar. Las siguientes fotografías recuerdan el evento.



 

10 de enero de 1972. El Coronel Torres Eguíbar, el Comandante Benítez y el Capitán Martaeche junto con personal de vuelo y mecánicos del 462º durante la celebración de las 5.000 horas de vuelo del Saeta.


La misma foto con otros protagonistas: Subido al Saeta: Teniente Franco Rial. De izquierda a derecha, de pie: Teniente Álvaro Bueso, Teniente García Caneiro, Teniente Bruno Mora, Teniente C. Alzola Linares, Alférez Cuadra, Teniente Bastida, Coronel Torres Eguibar (jefe de Base), Teniente Zamarripa Martínez, Teniente Rodríguez Lorca, Teniente Bernal, Teniente Bachiller, Comandante Benítez Góngora (jefe de Escuadrón), Capitán Gallar Barberá y Capitán Marteache (jefe de Mantenimiento). Agachados: Teniente García Mocholí, Teniente Alonso Galocha, Teniente Rodríguez Paino, Teniente Gil Fernández, Capitán Munáiz Ferrosastre y Capitán Maíllo Hermoso.

 

6 de julio de 1971. Disertación sobre las bondades del Saeta ante los alumnos de la AGA, a cargo del Teniente Rodríguez Paíno.


Mayo de 1971. Entrega de trofeos de patrulla de tiro en el despacho del Coronel Tejeda Guerrero.

 

En ocasiones se producían despliegues de Unidades de la Península, como durante la Operación Trinca en abril de 1971. En la imagen, Sabres y Caribús alineados en la plataforma de Gando.

 

La actividad debió ser frenética. Faltaban teléfonos en la sala. En primer plano Díaz-Merry, en segundo plano Camarero, García y Fraile.


Mientras se sucedían las visitas oficiales y demás actos protocolarios. En la foto superior, visita del Capitán General de Canarias en 1971, pasando frente a un DC-3.


Jura de Bandera frente a la Visera, diciembre 1974. Los familiares de los mozos abarrotaban la zona reservada a los espectadores.

 

Los príncipes de España visitaron en varias ocasiones el Ala Nº 46 con motivo de actividades oficiales y visitas de dignatarios extranjeros. La familia real ha distinguido a la Base de Gando y al Ala Nº 46 con numerosas visitas.


En la foto superior, visita a la Unidad de los príncipes de España en marzo 1973. Debajo, visita y honores a los príncipes de España y al presidente de México, D. José López Portillo.

 

El Douglas DC-3 (T-3) y el 461º Escuadrón

 

Los primeros Douglas DC-3 que estuvieron permanentemente basados en Gando y sirvieron en el 461º se incorporaron por destino en el mes de junio de 1970, cuando la Unidad de entidad superior era el 46º Grupo de FF.AA[4]. Esta denominación constituye un cierto paréntesis en la historia del Ala Nº 46 aquí relatada: el 3 de noviembre de 1967 el Ala Mixta Nº 46 pasó a convertirse en Grupo Nº 46, denominación que recibió hasta el 26 de mayo de 1971 cuando volvió, por designios de la orgánica, a ser de nuevo un Ala.

 

Hasta la baja del último ejemplar en dotación (el T.3-4, producida el 19 de marzo de 1976), en el 461º Escuadrón sirvieron otros veinticuatro T.3 (T.3-2, 5, 12, 15, 17, 18, 25, 30 a 37, 39 a 41, 46, 47, 49, 50, 53 y 54).

 

En cuanto a sus indicativos se refiere, inicialmente y mientras convivieron con los T.2B, a ambos tipos de aeronaves les fueron asignados de forma conjunta números individuales, que comenzaron por el 1 y llegaron hasta al menos el 33, precedidos todos por el 461 y separados de él por la escarapela nacional.



 



14 de mayo de 1975. Un DC-3 del 461º Escuadrón en Mahbes–Escaiquima, Sáhara. Foto: C. Alzola.

 

Desde la cabina de un DC-3 podemos ver diversos edificios ya desaparecidos: de izquierda a derecha, la primera torre de control de Gando, el antiguo edificio de contra-incendios y la antigua estafeta.

 

Improvisada cena en el interior del JU-52. El Cabo 1º Ros armado de pistola y linterna con las que señaló el lugar de aterrizaje.

 

Los JU-52

 

90 grados a la izquierda. Anécdota de los Junkers del 361º Escuadrón

 

Por Antonio Gutiérrez Padilla

 

A través de una sutil neblina surgida tras el relente que se disipa, se dibuja el matutino crepúsculo que rompe el misterio de la fría noche africana. Sigue una radiante mañana del estío sahariano, precursora de la agobiante canícula, propia de las cálidas planicies del desierto.

 

En El Aaiún da comienzo una rutinaria jornada de actividades para la Escuadrilla de Transporte Aéreo del 461º Escuadrón, destacada en el Sector Norte del todavía Sáhara Español.

 

La inquisitiva mirada de los tripulantes busca en el cuadro de misiones, la programación de turno. En ella figura el vuelo que ha de cubrir el servicio de estafeta Aaiún-Echedeiría-Aaiún, que tiene asignado el avión JU-52 (T.2B- 273) y su tripulación la componen el Capitán Julio Vera, como Comandante de aeronave, el Teniente Lorenzo Torres, como segundo y los Cabos Primeros Ros y Bravo Santaolalla, mecánico y radiotelegrafista respectivamente.

 

Después del frugal desayuno, recogida de la cartera de vuelos y preceptiva revisión ocular del exterior del avión. La carga que se ha de transportar es estibada en el departamento correspondiente. Se compone de víveres, entre los que se cuentan, como más preciados, las verduras y hortalizas frescas tan indispensables en los puestos del interior. Como pasajero figura un cerdo alojado en improvisada jaula que, a su llegada a destino, pasará a integrar la provisión de víveres.

 

El equipo de apoyo en tierra, informa que los depósitos de combustible del avión han sido cargados para tres horas de vuelo, suficiente para los trayectos de ida y vuelta, previstos los factores de carga, velocidad y distancia a recorrer. Es el 14 de Agosto de 1.961. Todavía ese invento llamado radar, “chivato” frente a los intrusos del espacio aéreo y tranquilizador vigía ante posibles desviaciones del currante volador, no había hecho su aparición ni ejercido su control en aquellas inhóspitas latitudes.

 

Tampoco la técnica de ese tripulante adicional, que es el piloto automático, había llegado a tiempo de incorporarse al poco complejo sistema de navegación del Junkers. Así, el Capitán Vera y el Teniente Torres han de turnarse en permanecer agarrados a los cuernos de dirección. Por lo demás, el vuelo transcurre plácidamente entre sol y moscas hasta el punto de destino.

 

Se suceden los minutos que, de alguna forma, marcan la distancia recorrida y la que falta por recorrer. El reloj señala ya una hora y treinta minutos de vuelo. Echdeiría debe estar pronto a la vista. Se imponen los preparativos para las maniobras de aproximación y aterrizaje. 

 

En parábola lenta y a medio gas, el Junkers busca la cabecera de pista autorizada. Las hélices bipalas a mitad de revoluciones, rielan tres discos de plata entre el azul celeste y el ocre del paisaje. Luego del paulatino descenso, el impacto de la toma, seguido del cansino y perezoso rodaje del pájaro metálico que, invicto en cien batallas y en el paso del tiempo, no tiene prisa por llegar a ninguna parte. Aunque periódico, el recibimiento por parte de los moradores del puesto, es siempre un acontecimiento. Es la calurosa bienvenida al cordón umbilical más corto que les une a la civilización y, sobre todo, a las fuentes de suministro.

 

Alguien reclama un encargo personal solicitado previamente por radio; otro se interesa por los últimos bulos que circulan dentro del mundillo militar y el encargado de Estafeta procede a la descarga de los suministros transportados. Primero los alimentos frescos, después los imperecederos, por último el cerdo. El cerdo que, condenado de antemano al inapelable sacrificio, prolonga sin embargo, temporalmente, su ya de por sí corta existencia gracias al involuntario olvido en El Aaiún del certificado facultativo que garantiza su consumo sin atentar contra la salud del humano depredador. Por consiguiente debe deshacer el camino volado, en el mismo receptáculo, para hacerlo otra vez debidamente documentado. La bodega del Junkers es ocupada de nuevo con una carga que nada tiene que ver con la transportada anteriormente. Entre otros materiales figura un lote de fusiles que han de pasar por la preceptiva revisión y reparación, en su caso. Dos legionarios que por una u otra razón han logrado autorización para cambiar de aires, al menos por unos días, completan el flete del avión.

 

Las previsiones meteorológicas anuncian un viento de “morro” que a lo largo de la mañana aumentará su fuerza. Es necesario abreviar el regreso a El Aaiún para eludir en lo posible ese agente desfavorable. Los tripulantes apuran el café, al que obsequiosamente habían sido invitados y se dirigen al avión.

 

Repetición de las normas para el despegue. Corta y medida carrera por la polvorienta pista de 1200x40 metros y en pocos minutos el Junkers vuela de nuevo por la ruta anterior, pero en dirección contraria. Febo deja sentir ahora con fuerza sus rayos. El aire acondicionado, es un elemento que tampoco llega a tiempo de instalarse en el ingenio volador de nuestro relato, pero el hábito a las temperaturas extremas hace más soportable aquel calor de justicia.

 

El mecánico Ros, un poco trasnochado a causa de una sesión de chistes y chirigotas protagonizada por el humorista de turno en el barracón-dormitorio, que prolongó la velada hasta bien entrada la madrugada anterior, no puede sustraerse a la tentación de Morfeo y dejando para otra ocasión el final de la batalla del Oeste, se deja vencer por un plácido sopor, reparador del deficiente descanso nocturno. No puede recordar, cuanto tiempo permaneció en aquel inconsciente estado, pero alguna lucecita, allá en un lugar de su cerebro, le hace volver sobresaltado a la realidad.

 

Su primer movimiento es echar un vistazo a su reloj, lo que le hace calcular que El Aaiún debe estar a pocos minutos. Se levanta y atisba a través de la cabina. Lo que ve le produce profunda extrañeza. Avezado a memorizar los accidentes del terreno, con frecuencia más fiables que las ayudas a la navegación en aquel territorio, las referencias que aparecen ante él no son las previstas. Observa como los pilotos se consultan un tanto perplejos y señalan sus cartas e instrumentos de navegación, llegando a la conclusión de que las marcaciones de dirección son correctas. Transcurren cinco minutos y el viento en contra sopla ahora con más fuerza, pero no debe ser obstáculo para encontrarse ya sobre la vertical de Aaiún, cuya torre de control, perfectamente audible por radio, expresa su extrañeza por la demora en la arribada. Otros cinco minutos y, la desoladora realidad se hace patente: ¡Están perdidos en la inmensa soledad del Desierto!

 

El Aaiún inquiere insistentemente la situación del avión con resultado negativo. A bordo se plantea ahora otro problema: el combustible. Los cálculos indican que las reservas permitirán una media hora de vuelo. La decisión es continuar por la misma ruta y la alternativa, hacer una toma de emergencia, si antes no llegan a su base.

 

Pronto los motores empiezan a funcionar intermitentemente, faltos de alimentación y es justamente entonces cuando la tripulación reconoce el terreno que sobrevuela: es la Sebja de Agiomar. ¡Habían hecho 90º a la izquierda y volado unos ciento cincuenta km hacia el sur de El Aaiún! El avión, buen planeador, no obstante su peso y gracias a su tren fijo, apenas tiene problemas para el aterrizaje de emergencia, pese a las escabrosidades del terreno. Era la una de la tarde, cuando Bravo comunica la posición a El Aaiún. Desde allí insisten en que la confirmen, pues no quieren creerlo.

 

También otro Junkers portador de alimentos y de un equipo de recuperación, que había despegado para proceder a la búsqueda, hace caso omiso a los datos suministrados por el radiotelegrafista, por considerarlos erróneos y se dedica a rastrear la ruta Aaiún-Echedeiría. Por fin, visto el resultado negativo del rastreo, pone rumbo hacia la posición señalada, a la que llega sobre las cinco de la tarde.


Después de tomar tierra, el equipo de especialistas investiga las causas de tan desorbitada deriva, comprobando un marcadísimo defecto de funcionamiento de los instrumentos de navegación. Reparada la avería, el avión de socorro, regresa a El Aaiún, llevándose a los pasajeros, pero ha de volver con la provisión de combustible necesaria para que el otro avión pueda ser recuperado. Lo hace sobre las siete de la tarde y despega seguidamente, antes de que se produzca el ocaso.

 

El combustible que había sido transportado en bidones ha de ser trasvasado a los depósitos del avión por medio de una bomba de mano, en cuyo funcionamiento han de alternar los tripulantes en un ejercicio agotador.

 

La tarde moría. El espacio previamente utilizado como pista de aterrizaje, ya de por sí difícil y escabroso a plena luz solar, no se presta precisamente al despegue nocturno. Soportar la noche en el desierto se hace inevitable y el gélido manto de las tinieblas saharianas se adueña del lugar. Solo la temprana faz de la luna en cuarto creciente altera ocasionalmente la penumbra, sobre el claroscuro de unas errantes nubes. Hasta que sonría el nuevo amanecer, esperan largas horas entre la vigilia y el sueño, y nuestros protagonistas se aprestan a procurarse el mejor acomodo posible, dadas las circunstancias.

 

El cargamento de fusiles es despojado de las mantas que lo envuelven; el cerdo es desalojado sin muchas contemplaciones del interior del avión y se convierte en improvisado y a la vez prisionero centinela, bajo unos de los planos. Las raciones de socorro son consumidas con visible apetito, entre comentarios jocosos sobre la azarosa jornada. Sin embargo es pronto para que el silencio se adueñe del cotarro.

 

Se organiza una tertulia de sobremesa al calor de una fogata alimentada con una buena provisión de arbustos. Cuando se consume, es hora de buscar el cobijo de los improvisados lechos en el incómodo sollado del interior del avión.

 

Un viento recio levanta miríadas de partículas de arena que golpean furiosamente el rugoso armazón del camello alado y hace crujir el ensamblaje de sus cuadernas. Una liebre noctámbula se asoma curiosa tras una maraña de tomillos, sorprendida por la presencia de los insólitos vecinos. Después, nada; la noche avanza impertérrita en pos de un nuevo día, que la hará retroceder, en virtud del invariable ciclo astronómico.

 

Al fin amanece y un rayo de luz se filtra a través del plexiglás de una ventana y despierta la actividad en el angosto habitáculo. Es el momento de regresar a casa. Rugen los motores, ansiosos de alejarse de aquellos solitarios parajes. Las sinuosidades del terreno no son obstáculo para que, tras la saltarina carrera y la briosa escalada, descienda raudo el dorado manto del desierto.

 

Ya, en línea de vuelo, la brújula marca con precisión ¿matemática? la ruta de la capital del Sahara Occidental. Esta vez sí la invisible senda del espacio se rinde sumisa a las firmes riendas de Pegaso.

 

El T-6 Y el 463º Escuadrón



 



El T-6 es, sin lugar a dudas, uno de los aviones emblemáticos del Ejército del Aire. Prestó servicio en el Ala 46, desde donde realizó numerosos destacamentos a los aeródromos saharianos. Su dureza y versatilidad le permitieron adaptarse mejor que otros aparatos más modernos a las condiciones del terreno y al tipo de misiones que se desarrollaban allí.

 

Fue también avión de escuela y por ello, muy querido por cientos de aviadores españoles que sudaron en su cabina para obtener las alas de piloto del Ejército del Aire.

 

1971. Pasada de un T-6 en Amseiquir, el polígono de tiro del 463 en el Sáhara.

 

28 de diciembre de 1970. Tarjeta de invitación a la cena de las 50.000 horas del T-6. El anverso: un T-6 mayorcito con cara de pocos amigos. Foto: C. Alzola.


1.Ortiz, 2. Borrero, 3. Gascó, 4. Carvajal, 5. Dueñas, 6. Peñín, 7. Bayano, 8. Sacristán, 9. Segura Mori, 10. Martínez, 11. Martínez-Darve, 12. Otero.

 

 

Colisión en vuelo de dos C.6 de Gando

 

Por Coronel Ávila Bardají

 

Por aquel entonces, algunos días despegaban 12 o 16 aviones para vuelos de instrucción en el Sur de la Isla de Gran Canaria. Aquella mañana con un tiempo espléndido se iniciaron los vuelos con 16 aviones C.6. Ya en zona y con la altura establecida, el jefe de la formación mandó pescadilla y comunicó que empezaría a realizar looping. Para ello los aviones tenían que juntarse lo más posible. Como aquel número no entraba en la figura del looping vertical, se realizaba con una inclinación de 30 a 45 grados.

 

Eran tales las ganas de que aquella figura acrobática saliera, que se apretó la posición de pescadilla lo más posible y se inició la maniobra. Fue tanta la acometividad del punto 5 (Teniente Bayano) que comió con su hélice la cola del punto 4 (Capitán Dueñas). Ante esta situación, el Capitán se lanzó en paracaídas, abandonando el avión, y el Teniente declaró emergencia, tomando tierra a duras penas minutos más tarde en la Base de Gando.

 

El Capitán amerizó con su paracaídas y poco tiempo después un pesquero logró recuperarlo sano y salvo (con magulladuras de menor consideración). Se daba la circunstancia de que el único piloto del Escuadrón con título de paracaidista era el Capitán Ernesto Dueñas Rodrigo.

 

El Capitán Dueñas momentos después de ser rescatado. Imagen tomada desde otro de los aviones de la formación con el Capitán Dueñas y su paracaídas en el agua.

 

El 462º se reactoriza. La llegada del Saeta.

 

Por Cristóbal Alzola Linares, Teniente Coronel (r) del Ejército del Aire

 

El 462º Escuadrón, en su denominación original como 362º Escuadrón, perteneciente a la Ala Mixta Nº 36 ubicada en la Base Aérea de Gando, recibió sus primeros aviones en diciembre de 1957. Se trataba de bombarderos ligeros CASA-2111, (B.2I) versión construida en España de los alemanes Heinkel 111. En 1970, debido a su obsolescencia evidente, se dispuso sustituirlos paulatinamente por los cazabombarderos Hispano Aviación HA-200B (C.10B), “Saeta”. Los B.2I fueron dados definitivamente de baja en abril de 1976.

 

Para llevar a cabo dicho plan, se programó un curso de vuelo de C.10B, a realizar en la Base Aérea de Villanubla, Valladolid, por un grupo de ocho pilotos, personal mecánico y de armamento. Los pilotos seleccionados fueron:

 

Comandante D. Fernando Juste Fernández, jefe del 462º Escuadrón. Capitán D. Ismael Gallar Barberá, Capitán D. Isaac Maillo Hermoso y Teniente D. Pedro Benítez García del 462º Escuadrón. Tenientes D. Jesús Gil Fernández, D. Cristóbal Alzola Linares y D. Antonio Rodríguez Paino, del 463º Escuadrón y Teniente D, Carlos Sureda Vázquez, ayudante del jefe de FF.AA.

 

El curso comenzó en Villanubla a primeros de marzo de 1970 y tras un destacamento en Zaragoza, para efectuar prácticas de tiro aire-tierra en el polígono de Caudé, terminó a principios del mes de mayo, regresando todos a G. Canaria, donde cada uno se reincorporaría a su destino inicial hasta que llegaran los aviones.

 

Los primeros pilotos del SAETA en Gando. De izquierda a derecha: Teniente Gil Fernández, Teniente Benítez García, Teniente Sureda, Capitán Gallard, Comandante Juste Fernández, Teniente Paíno, Capitán Maíllo, Teniente C. Alzola. Foto: C. Alzola.

 

Durante el curso en Valladolid, se “parió” el parche del nuevo escuadrón, a partir de una idea mía consensuada con los demás, con el “rayo” (indicativo radio elegido), el Roque Nublo y el lema: “sin palo y con dos…toberas”, en clara alusión al primer reactor destinado en Gando.



 

A mediados de julio arribaron a Gando, previa escala en Lanzarote, los 8 primeros C.10B, pilotados por personal de la base de Villanubla debido a su mayor experiencia y a la dificultad del trayecto. Poco a poco se fueron incorporando los restantes hasta completar la dotación del escuadrón: 24.



 

En 1970, ocho pilotos del 462º Escuadrón fueron comisionados a Villanubla, Valladolid, para recibir el curso de vuelo en el nuevo Saeta.

 

Después de un gran rendimiento y efectividad demostradas durante los años calientes en el Sáhara, los Saetas, que incluso estuvieron destacados en Smara (interior del desierto) y participaron en misiones de fuego real contra fuerzas del Polisario, abandonaron el Ala 46 a principios de 1976, substituidos por los Northrop F-5B (C.9) que se integraron en el nuevo 464º Escuadrón.

 

Los Saeta del 462 realizaron numerosos destacamentos en el Sáhara, y los aeródromos de Villa Cisneros, Smara o de El Aaiún se acostumbraron pronto a tenerlos como inquilinos.

 

Otra imagen del grupo de pilotos del 462 con sus compañeros de Villanubla.

 

Formación del 462º Escuadrón sobre Las Palmas durante el desfile de la Victoria de 1971. Foto: C. Alzola.


Armamento del Saeta: bombas de rebote, cohetes FAR de 70 mm, cohetes Sneb, bombas de 10 Kg en lanzadores séxtuples y munición de 7,70 de la ametralladora Breda. Foto: C. Alzola.

 

Un Saeta en el tramo de base a El Aaiún. Foto: C. Alzola



En formación durante un desfile en El Aaiún. Foto: C. Alzola.

 

El número 48 en vuelo sobre el Sáhara. Las manchas sobre el desierto se denominaban graras, y eran pequeñas zonas, normalmente circulares, en las que la humedad acumulada permitía el desarrollo de algo de vegetación. Foto: C. Alzola.

Sebja de Amseiquir. El polígono de tiro de los T-6 y Saeta en el Sahara estaba situado en una de las depresiones salinas que recibían el nombre de sebjas. La primera línea de cuatro blancos que se observan a la izquierda eran las dianas para tiro de cañón del Saeta. Detrás de ellos, dos blancos más pequeños para el tiro de cohetes. A la derecha, encima del risco, dos casetas del polígono. Foto: C. Alzola.

 

El Teniente Alzola en El Aaiún.

 

Tenientes Sureda y Alonso Galocha

Equipo de Pentalón Aeronáutico, de izquierda a derecha: Teniente Bernal, Teniente Moneva, Capitán De Santiago, Teniente Alonso Galocha y Teniente Sureda.


El Alférez Cuadra y el Teniente Inclán.

 

“Saetas” en Villa Cisneros. Fotos cedidas por G. Baquero Dancausa.

 

La infraestructura de Gando

 

Por Domingo Fernández

 

La Base Aérea de Gando contaba en aquella época con una única pista, algunas edificaciones y apenas tres hangares que pudiesen recibir ese nombre. Gracias al trabajo de prestigiosos ingenieros aeronáuticos destinados en la Unidad se la había ido dotando de instalaciones para acoger a los diversos medios desplegados. Así, desde el año 1940 se ejecutaron diversos proyectos para la construcción y mejora del campo de vuelo, los pabellones del Lazareto, los refugios para aparatos en el aeródromo, el aeropuerto civil, diversos hangares y edificios para alojamientos o labores técnicas, realizados por ingenieros como Francisco Armenta Guillén o Jerónimo del Río Amor.

 

Los también ingenieros aeronáuticos Fernández de Bobadilla o Van de Walle ampliaron el campo de vuelos entre 1948 y 1951 y adaptaron edificios o desviaron la carretera de acceso al aeródromo. En 1951, Arcadio García de Castro proyectó la jefatura de la Base, la central eléctrica, el pabellón de oficiales y la expropiación de terrenos para la ampliación de la pista de vuelo.

 

A finales de la década de los sesenta, el proyecto del Comandante IA Crescente Jorge Hernández dio lugar a la construcción del Hangar Nº 4 (hoy H5) y en 1970 del Hangar Nº 5 (hoy H7). La dirección facultativa de ambas obras estuvo formada por el autor de los proyectos, el Comandante Jorge Hernández y el ingeniero técnico aeronáutico (ITA) Domingo Fernández.

 

1969. Hangar Nº 4 (H5). 1970. Hangar Nº 5 (H7).

 

A lo largo de la década de 1970 se construyeron otros tres hangares y tres módulos de taller, que se situaron en la ampliación de la Base hacia el Sur. Igualmente se construyó otro hangar para su utilización por el 802º Escuadrón, que hoy es el H15, sede del Grupo de Material del Ala 46 y de parte de la Escuadrilla de Revisiones y Reparaciones. La dirección facultativa de la obra la formaron el Capitán IA José Martin Iglesias y el Teniente ITA Domingo Fernández.

 

Ante el constante aumento del tráfico aéreo y para garantizar la continuidad en las operaciones ante cualquier causa que impidiera el uso de la única pista de vuelo, la Dirección General de Infraestructura decidió redactar con carácter urgente el proyecto “Segunda Pista de Vuelos Aeropuerto de Las Palmas”. Con un equipo de ingenieros e ingenieros técnicos aeronáuticos jóvenes (la mayoría en la treintena de edad) y apoyados por el resto del personal auxiliar, el proyecto se redactó durante la Semana Santa de 1976, con jornadas de trabajo interminables. El lunes de Pascua por la tarde, una vez encarpetado, se le encomendó a Domingo Fernández su traslado a Madrid, teniendo que retrasar el mismo avión de Iberia su despegue para permitirle trasladar el último documento del proyecto.

 

Transcurridos cuatro años desde el inicio del proyecto, se inauguró la segunda pista de vuelos el 7 de abril de 1980, coincidiendo con el cincuentenario del Aeropuerto de Las Palmas.


Accidente en pista, esta vez del C.6-165, el 20 de noviembre de 1967. Los medios contraincendios actuando desde el cañón de agua de uno de los camiones bomba. Los motores de los nuevos aviones a reacción no se llevaban bien con el polvo y las piedras que adornaban los antiguos aparcamientos de aeronaves de la Base. Aquí se observa una imagen de la construcción de la nueva plataforma, tomada en junio de 1970.

 



Ya se conocían los efectos de la corrosión y el especial efecto que el polvo volcánico y el salitre tenían en el material, por lo que el lavado de aeronaves era práctica habitual. El lavadero de aviones en 1974.

 

Documentos de la época y fotos de archivo.

 

Marzo de 1972. El equipo de recuperación del T6 accidentado en Maspalomas.

 

Algunas instalaciones en la década de los 70.




Fuente: https://publicaciones.defensa.gob.es



[1]  Dos de los hitos clave fueron la firma con los EEUU del contrato para la fabricación por CASA, bajo licencia, de 100 cazas F-5 y la presentación en Le Bourget del prototipo del C-212 Aviocar.  

[2] Artículo de aviación publicado en Hispaviación 2.0 (http://www.hispaviacion.es/amerizaje-forzosocon-un-heinkel-111-pedro/) .

[3] Del libro Recuerdos Saharianos, del Coronel Ávila Bardají 

[4] Fuente: González Serrano, J. (2013). “El Douglas C-47 en el Ejército del Aire”. Aeroplano (31), págs.110-135.