Hace
50 años, la tragedia sacudió la carrera espacial en la Unión Soviética. La
nave, tripulada por Vladislav Vólkov, Gueorgui Dobrovolski y Viktor Patsáyev,
había partido el 6 de junio de 1971 con la misión de vivir la primera
experiencia de vida humana prolongada en el espacio y volver para contarlo.
Pero nada salió como lo planeado. Cuando aterrizaron, los tres estaban muertos
Por
Alberto Amato
Fue
ideada para la hazaña. Y terminó en desastre. Todo anduvo mal, desde el
principio. La URSS, en plena carrera espacial para igualar, y superar, a los
Estados Unidos, que ya habían puesto al Hombre en la Luna, debió abortar la
misión, empezar todo de nuevo, apiadarse hasta de sus yerros. Pudo más el
orgullo, la necedad y la soberbia, que son la piedra fatal con la que tropiezan
los Gobiernos totalitarios. Y los no totalitarios, también.
Hace medio siglo, la nave espacial Soyuz 11 viajó el espacio para consumar una hazaña. Tripulada por los cosmonautas Vladislav Vólkov, Gueorgui Dobrovolski y Viktor Patsáyev, tenía como misión acoplar la nave a la primera estación espacial de la historia, la Salyut 1, entrar en ella, habitarla, reparar lo que hiciese falta, reorientar sus instrumentos, vivir la primera experiencia de vida humana prolongada en el espacio y volver para contarlo.
Soyuz
11 partió a la aventura el 6 de junio de 1971. Logró la hazaña que, dadas las
circunstancias, tuvo características de milagro, y regresó a Tierra el 29 de
junio de hace hoy cincuenta años
Cuando
abrieron la cápsula espacial, los tres cosmonautas estaban muertos. Un escape
de aire los había asfixiado con extraordinaria rapidez y precisión. No vestían
traje espacial, que les hubiera salvado la vida, porque el experimento también
consistía en saber qué pasaba con los astronautas que viajaban al espacio sin
protección y sin oxígeno de emergencia. Además, los voluminosos trajes
espaciales hubiesen reducido la tripulación a dos personas, y la idea era
enviar al espacio a tres. Todo mal.
El
fracaso de la Soyuz 11 retrasó en dos años el programa espacial de la URSS,
obligó a rediseñar el proyecto y las naves Soyuz y condenó a muerte a la
estación espacial Salyut 1, que fue desviada de su órbita, reorientada y
obligada a caer en el mar.
Todo
venía muy mal desde antes. La Soyuz 10 había fracasado en su misión de entrar a
la Salyut 1. Se había acoplado, en abril de aquel fatídico 1971, pero su
tripulación no pudo ingresar a la estación espacial. El sistema de acoplamiento
se dañaba con una presión equivalente a 130 kilos, mientras que durante la
maniobra de unión debía soportar entre 160 y 200 kilos. La pieza que se
deformaba con el peso fue reforzada para la Soyuz 11. Esta vez, todo iba a
salir bien.
Pero
es que todo había empezado mal. Ni Vólkov, ni Dobrovolski, ni Patsáyev debieron
haber tripulado la Soyuz 11. El equipo original estaba formado por otros
astronautas: Aleksei Leónov, Valeri Kubásov y Piotr Kolodin. Pero el 3 de
junio, días antes del viaje espacial, una radiografía de Kubásov mostró una
mancha en uno de sus pulmones. Los médicos temieron tuberculosis y le
prohibieron volar. Según las reglas del programa espacial soviético, si se
descartaba a un cosmonauta, cualquiera fuese la razón, se descartaba a la
tripulación entera. Así llegaron a la Soyuz 11 Vólkov, Dobrovolski y Patsáyev.
Y así salvaron la vida sus tres camaradas.
Los
tripulantes de Soyuz 11 se acoplaron a Salyut 1 el 7 de junio y de modo
automático. La pieza rebelde que antes se deformaba, resistió y la primera
parte de la hazaña estuvo cumplida. Los tres entraron a Salyut 1, encendieron
el sistema de regeneración de aire y cambiaron un par de ventiladores que
funcionaban a regañadientes. De inmediato sintieron un penetrante olor a humo y
desde tierra se les aconsejó pasar esa primera noche en la nave espacial y no en
la estación. Al día siguiente, el aire de Salyut era normal, los cosmonautas
entraron como a casa, hicieron un par de maniobras de corrección orbital y
orientaron los paneles de la estación hacia el Sol. En la Tierra, la prensa del
mundo destacaba una nueva hazaña de la astronáutica soviética.
Sin
embargo, a bordo de Salyut las cosas no iban bien. Vólkov, Dobrovolski y
Patsáyev no siguieron el programa de entrenamiento imprescindible para paliar
los efectos de la falta de gravedad. De modo que el 9 de junio, por el sistema
de televisión que enlazaba la estación con el centro de control, se les
“recordó” la necesidad de realizar esos ejercicios, con el abanico de matices
que el régimen soviético adjudicaba a la palabra “recordar”. Pero el reto
sirvió de poco. Lo que en el control de la misión sabían, y el resto del mundo
ignoraba, es que las relaciones entre los cosmonautas eran pésimas.
El
comandante, Dobrovolski, de 43 años con una enorme responsabilidad a cargo,
entraba en fricciones constantes con Vólkov, un ingeniero de vuelos de 35 años
que ya había participado de otra misión espacial, sentía que debía comandar
esta y que, en cambio, había sido desplazado por un astronauta mayor, pero
novato si se hubiese tenido en cuenta su propia experiencia. A las discusiones
constantes entre los dos pilotos se sumaron algunos hechos extraños: el 16 de
junio, un misterioso incendio en la estación Salyut 1 casi provoca una
evacuación de emergencia. Y luego hubo algunas discusiones fuertes entre
Dobrovolski y Vólkov por la avería del telescopio principal, con una tapa que
funcionaba, como todo en aquella experiencia espacial, a tropezones.
La
misión se acortó. Para frenar ese clima de trinchera, las autoridades ordenaron
el regreso de la Soyuz 11 el 30 de junio, cuando la fecha inicial del retorno
estaba prevista para el 7 de julio, un mes después del lanzamiento. Mientras,
se adelantaba la partida de la Soyuz 12 para el 20 de julio.
Todo
no dejaba de estar teñido de un irónico fatalismo, porque Soyuz, en ruso,
significa unión. Y si algo no había en aquella tripulación, era unión. El
principio de incendio en la estación espacial, y el peligro que implicaba,
pareció haber serenado en parte los levantiscos ánimos de los cosmonautas.
Lucharon juntos para controlar el fuego, apagaron el generador principal de
oxígeno, conectaron el secundario, cambiaron los filtros del generador apagado
y volvieron a encenderlo después de seis horas de peligro. El riesgo pareció
unir a los astronautas. En los días siguientes, no hubo más incidentes, ni
técnicos, ni humanos. Patsáyeb, otro ingeniero de vuelos de 38 años, hasta se
dio el gusto de plantar algunas semillas en Salyut para dar origen al primer
jardín espacial de la humanidad.
La
única preocupación pasó a ser el estado físico de los astronautas. El 20 de
junio evaluaron desde el control en tierra que la capacidad pulmonar de los
tripulantes de la Soyuz 11 había disminuido en un treinta y tres por ciento y
que los trajes Penguin de entrenamiento no funcionaban bien. Igual, los
responsables de la misión decidieron el regreso de la Soyuz para que aterrizara
entre el 27 y el 30 de junio porque había un récord a batir, el de permanencia
en el espacio, que se cumplía, y se cumplió, el 25 de junio. Desde el 26 en
adelante, todo se ciñó a los preparativos para el regreso a la Tierra.
La
decisión de que los cosmonautas de la Soyuz 11 no llevaran trajes espaciales se
debió, únicamente, a los desmedidos e innecesarios riesgos que adoptaron los
directores del programa espacial de la URSS. Los pesados trajes habituales
reducían la posibilidad de enviar al espacio a más de dos astronautas. En lugar
de rediseñar las naves, decidieron eliminar los trajes, proveedores de oxígeno
en caso de emergencia, entre otras cualidades.
La
medida se había adoptado ya con éxito en las misiones Vosdoj y por primera vez
se extendía al programa Soyuz. Le medida tuvo sus detractores, entre ellos el
jefe de la Comisión de Industria Militar, Leonid Smirnov, el diseñador del
sistema de control ambiental, Illiá Lavrov, y Nikolai Kamanin, jefe del cuerpo
de cosmonautas soviéticos. Todos exigían que la tripulación de la Soyuz 11
llevara máscaras de oxígeno, vitales para el retorno a la Tierra. Perdieron la
batalla y los tripulantes de Soyuz 11 viajaron sin máscaras y con trajes de
entrenamiento.
El
29 de junio los tres cosmonautas dejaron la estación espacial Salyut 1 y se
metieron en la nave Soyuz 11 para regresar a Tierra. Al cerrar la escotilla un
sensor dictaminó que el cierre no era hermético. Desde el control de la misión
aconsejaron repetir la operación, pero recién después de varios intentos el
sensor dejó de lanzar su bip de advertencia.
La
Soyuz se separó de Salyut e inició su descenso. Hubo tiempo incluso para una
broma. El control en tierra advirtió a los pilotos que, dada su condición
física y la pérdida de masa muscular por la ingravidez, no intentarían ponerse
de pie al llegar a la Tierra: tendrían que ser cargados en brazos, como bebés.
El comandante Dobrovolsky soltó: “Nos vamos a sentar y a dejar que ustedes
hagan todo el trabajo”.
Todo
sucedió, casi, según los planes. La Soyuz reingresó a la atmósfera y, a siete
mil metros del suelo los paracaídas se abrieron y la nave se balanceó con
elegante lentitud hacia el territorio que es hoy Kasajistán. A solo seis metros
del suelo dos poderosos cohetes retropropulsores hicieron que la Soyuz se
apoyara en tierra como una pluma. El equipo de rescate hizo entonces lo que
había pensado el comandante Dobrovolski: abrió la escotilla para alzar a los
cosmonautas como a tres bebés, para llevarlos a los helicópteros y a la gloria.
Pero los tres estaban muertos.
Empezó
entonces una batalla desesperada por intentar volverlos a la vida: respiración
boca a boca, masaje cardíaco, una batería inútil de recursos médicos en el
árido suelo kazajo: los astronautas estaban muertos desde hacía media hora. Los
pequeños, aunque potentes, dispositivos explosivos que habían detonado en el
espacio para separar la Soyuz de la Salyut, habían abierto dos pequeñas
válvulas de un milímetro de diámetro, diseñadas para que no se abrieran jamás
juntas. Pero sí se abrieron, con seis segundos de diferencia. El preciado aire
dentro de la Soyuz empezó a escapar. Y empezó también la agonía de los tres
cosmonautas.
Hasta
entonces, todo marchaba normal dada la misión, a los tumbos y con buena suerte.
En el momento de la separación de la nave con la estación espacial, las
pulsaciones de los astronautas eran normales: el comandante Dobrovolski estaba
en 80 por minuto, Patsáyev en 100 y Vólkov en 120. Los tres se dieron cuenta de
inmediato de la fuga de aire gracias al sonido que producía el escape, y sus
pulsaciones se dispararon: los electrocardiogramas de Dobrovolski dicen que
había pasado de 100 a 114 y las de Vólkov de 120 a 180.
Apagaron
el sistema de radio para localizar la fuente del sonido y el sitio de la
pérdida. La encontraron en la válvula ubicada sobre el asiento de Patsáyev. Las
medidas de emergencia decían que, en veinte segundos, la pérdida debía estar
controlada, pero en los entrenamientos los cosmonautas tardaban entre treinta y
cuarenta segundos. La demora habría sido nada, si los cosmonautas hubiesen
vestido un traje espacial que les proveyera el oxígeno faltante. Pero no, no lo
tenían.
Las
posteriores investigaciones calcularon que veinte segundos después de iniciada
la pérdida, la presión en el interior de la nave había caído tanto que los
astronautas debían estar ya inconscientes. A los cincuenta segundos, las
pulsaciones de Pátsayev habían caído a 42 por minuto. A los ciento diez
segundos, los corazones de los tres tripulantes se habían detenido.
La
tragedia de Soyuz hizo que, en adelante, todos los astronautas soviéticos
llevaran trajes espaciales durante el despegue y aterrizaje de sus naves. Para
evitar tragedias similares se instaló una unidad de control de fugas de aire,
lo que disminuyó el espacio en la cápsula y obligó a tripulaciones de dos
pilotos. Para volver a la tripulación de tres astronautas, hubo que rediseñar
las naves Soyuz, que no regresaron al espacio hasta 1973. El nuevo modelo, la
Soyuz T, recién se lanzó en 1980. La estación Salyut 1 ya no pudo recibir más
astronautas, incluso para que le suministraran combustible, y el 11 de octubre
fue destruida en una entrada controlada a la atmósfera.
Dobrovolski,
Patsáyev y Vólkov fueron declarados héroes nacionales de la URSS. Después de un
funeral de Estado, fueron enterrados en el Kremlin.
Fuente:
https://www.infobae.com