21 de noviembre de 2019
ALEMANIA Y LA AVIACIÓN MILITAR 1919-1939
Por
Jorge Benavent
No
es fácil hacer una descripción concisa de los acontecimientos, evoluciones y
problemas de la aviación en un país tan convulso y tan profundamente
trastornado como la Alemania que salió de la primera guerra mundial para
desencadenar la segunda. El avión, arma futurista por excelencia, cuya breve
vida dio sus primeras muestras de poderío en los amargos y decisivos años de
1914 a 1918, sería una de las "espadas de venganza" favoritas del
pueblo alemán, arrastrado al odio y la violencia por unos líderes asesinos,
criminales enloquecidos, revestidos por la autoridad de un uniforme militar,
cuyos crímenes acabarían por deshonrar hasta en sus entretelas más íntimas. El
presente artículo cubre las dos décadas en que la aviación militar alcanzó en
Alemania el insospechado grado de potencial destructor que una estupefacta y
aterrorizada Europa conocería, muy a su pesar, durante los terribles años de
1939 y 1940, que crearon el falso mito de su invencibilidad. Para conocer la
identidad de un coloso, es preciso estudiar su nacimiento, formación,
crecimiento y expansión.
Bajo
las limitaciones de Versalles
1.1.
Los oscuros años veinte.
Una
de las muchas condiciones impuestas a los alemanes en el Tratado de Versalles,
al terminar la I Guerra Mundial en 1918-1919, fue la prohibición de que hubiera
una aviación militar en aquel país. También estuvo prohibida la construcción de
aviones civiles hasta 1922, fecha a partir de la cual se pudo reiniciar ésta,
aun cuando bajo importantes limitaciones en cuanto a peso, techo operativo,
velocidad y potencia. Aun obligados a trabajar teniendo siempre en cuenta estas
premisas, los alemanes se las arreglaron para conservar buena parte de su
eficacia en la construcción y manejo de aviones, y quizá porque les había sido
prohibido el campo de la aviación militar, mantuvieron un elevado nivel de
capacitación aérea sobre bases civiles. En 1924 el General Hans von Seeckt,
jefe del estado mayor General del ejército de tierra alemán (Reichsheer),
consiguió situar a un hombre de su confianza, el Capitán (Hauptmann) Ernst
Brandenburg, en la jefatura del departamento aéreo del ministerio alemán de
transportes y comunicaciones. Con él quedó asegurada la posibilidad de que la
aviación civil alemana, a través de su máxima autoridad institucional -altamente
centralizada y con amplios poderes—, pudiese ser puesta al servicio de las
fuerzas armadas de la República de Weimar (Reichswehr). A partir de aquel
momento el desarrollo de la aviación civil en Alemania estuvo dirigido desde un
punto de vista dominado por las prioridades de los militares.
Con
el paso del tiempo, las restricciones impuestas por el Tratado de Versalles
sobre cuotas de oficiales de las fuerzas armadas alemanas con acceso a
entrenamiento como pilotos fueron relajándose. En 1926 se permitió al
Reichsheer que entrenase a un máximo de diez de sus oficiales como pilotos de
vuelo aeronáutico a motor, oficialmente con el propósito de reunir información
meteorológica, y también para ofrecer apoyo de observación aérea en caso de que
la policía civil alemana lo requiriese. También en 1926 se levantaron las
restricciones impuestas a la construcción de aviones en Alemania. Existía ya
una pequeña pero dinámica industria aeronáutica alemana, constituida por casi
todas las empresas que posteriormente producirían masivamente aviones de guerra
para la fuerza aérea alemana en los años de la segunda guerra mundial: Dornier,
en Friedrichshafen; Focke Wulf, en Bremen; Heinkel, en Warnemünde; y Junkers,
en Dessau. En Augsburg un joven ingeniero aeronáutico llamado Wilhelm
Messerschmitt se dedicaba a diseñar afanosamente aviones de competición
deportivos para una incipiente compañía aeronáutica bávara, la BAC.
Mediante
la fusión de varias aerolíneas de escasos recursos financieros nació una nueva
compañía nacional de aviación, "Lufthansa", que recibió el apoyo
directo del gobierno. Hasta ese momento, las diversas aerolíneas de las que
había surgido la nueva compañía aérea de bandera alemana, habían estado
cubriendo en régimen de vuelo regular diversas rutas entre Alemania y diversos
países de Europa Central y Oriental. Ahora, y como consecuencia de una serie de
acuerdos con los que hasta 1918 habían sido los enemigos de Alemania en la I
Guerra Mundial, se permitió a la Lufthansa establecerse en la explotación de diversos
enlaces con todos los países de Europa Occidental. La compañía alemana
desarrolló y mejoró sus recursos de vuelo nocturno y con mal tiempo, y
técnicamente se convirtió en una de las más adelantadas de Europa y del mundo.
Poco tiempo después de la creación de la Lufthansa, se formó un pequeño núcleo
de tripulaciones militares que trabajaba y desarrollaba su formación en el seno
de la aerolínea civil. Estas tripulaciones militares se entrenaban en las
cuatro escuelas de aeronáutica dependientes de la Lufthansa. Pero la necesidad
de ajustarse a los dictados del Tratado de Versalles hacía imposible que el
entrenamiento de combate de estos pilotos pudiera llevarse a efecto en
territorio alemán.
1.2.
Actividades clandestinas.
Para
su formación bélica, los pilotos alemanes se trasladaban secretamente a la
Rusia soviética donde, en virtud de un acuerdo secreto firmado con el gobierno
de Stalin en 1926, se permitía a las tripulaciones de caza, bombardeo y
reconocimiento utilizar el aeródromo militar soviético de Lipelsk, a unos 320
km. al sur de Moscú. Volando en modelos de caza Fokker D-XIII de fabricación
holandesa, pintados con marcas verdes y amarillas, y desprovistos de
escarapelas de nacionalidad, los pilotos alemanes ensayaron una y otra vez
tácticas encaminadas a preparar las batallas aéreas que en el futuro habrían de
librar sus sucesores y futuros discípulos. En Lipelsk se realizaban también las
pruebas de armamento de los nuevos modelos de aviones militares que comenzaban
a diseñarse clandestinamente en Alemania, como los de reconocimiento Heinkel He
45 y He 46, el avión de caza Arado Ar 68, o el bombardero Dornier Do 11. En
cada caso, las ametralladoras defensivas y los soportes ofensivos de bombas
eran desmontados de los prototipos de fábrica, antes de hacerlos despegar desde
Alemania hacia la Unión Soviética. Las armas e instalaciones bélicas llegaban
por mar o tierra, pero por separado, hasta Lipelsk, sorteando de ese modo la
vigilancia aduanera de Polonia y la de las comisiones garantes de la aplicación
de las restricciones sobre el rearme de Alemania creadas a raíz del Tratado de
Versalles.
Pero,
al igual que sucedía con todas las fuerzas aéreas de finales de la década de
1920, la Luftwaffe (arma aérea) clandestina no andaba muy sobrada de fondos, y
sólo pudo entrenar unas pocas tripulaciones militares de vuelo. Mientras tanto
en Alemania los oficiales del ejército de tierra (Reichsheer) asistían
atentamente al desarrollo de la ahora más avanzada y menos fiscalizada fuerza
aérea. Esta era la situación cuando Hitler subió al poder en 1933. Existían ya
las bases para una incipiente arma aérea militar, pero aún habría de pasar
algún tiempo antes de que ésta se convirtiera en una auténtica fuerza aérea.
Hitler sabía positivamente que se necesitaba una poderosa fuerza aérea para
lograr su objetivo de ampliar el "Lebensraum" o espacio vital de los
alemanes. Por ello, casi inmediatamente después de haber constituido su primer
gabinete de gobierno, se aceleró el desarrollo de la aviación militar. El compañero
de partido —y en su día protector— de Hitler, Herrmann Göring (Goering), pasó a
detentar entre otros cargos el recientemente creado de Reichskommissar
(ministro, o "Comisario Imperial") del Aire. Göring era también una
importante figura política en el partido nazi y era, por consiguiente, poco el
tiempo que podía dedicar a los asuntos relacionados con la aviación militar,
razón por la que la mayor parte del trabajo que suponía organizar la nueva arma
recayó en su subordinado directo, el secretario de estado del aire y General
Erhard Milch.
Milch
tenía que enfrentarse a una enorme tarea, pero para lograr sus propósitos
contaba con el apoyo incondicional de Hitler a través del gobierno, que puso a
su disposición todos los fondos y recursos que necesitara de una forma
razonablemente rápida. En el más riguroso secreto estableció nuevas escuelas de
entrenamiento de vuelo militares, ordenó la construcción —prohibida por
Versalles— de aeródromos militares y líneas de producción industrial
aeronáutica, e hizo grandes pedidos de aviones de combate a las grandes firmas
de construcción aeronáutica alemanas. Por ejemplo, a comienzos de 1933 la
capacidad de producción de la planta de la firma Junkers, una de las mayores
constructoras aeronáuticas alemanas, era suficiente sólo para producir 18
ejemplares del trimotor de transporte y bombardeo Junkers Ju 52 al año; Milch
hizo un pedido inmediato de 200 aviones de este modelo, que habían de estar
terminados al cabo de dos años, en 1935. Otras compañías recibieron pedidos de
tamaño similar, acompañados de generosas subvenciones estatales para construir
y equipar nuevas líneas y plantas industriales con la capacidad necesaria para
cumplir con los encargos.
El
primer modelo de avión de caza que Milch ordenó que entrase en producción a
gran escala fue el Heinkel He 51, un biplano con una velocidad máxima de 340
km/h armado con dos ametralladoras de 7,92 mm. Para equipar su mando de
bombardeo solicitó pedidos de dos modelos: el Dornier Do 23 y el Junkers Ju 52,
en ambos casos versiones militarizadas de aviones de transporte civiles,
modificadas sólo lo necesario para operar en misiones de bombardeo. Desde el
punto de vista de Milch, estos aviones eran simplemente modelos de carácter
auxiliar o previo; servirían para poner en funcionamiento las cadenas de
montaje, y proporcionarían a las primeras tripulaciones militares de vuelo una
experiencia preliminar en el manejo de aviones relativamente modernos. La
década de 1930 aportó una revolución en las ideas sobre el diseño de aviones,
pues el biplano revestido de lona y tren de aterrizaje fijo dio paso al
monoplano, mucho más rápido, de ala en cantilever, tren de aterrizaje
retráctil, hélice tripala de paso variable y construcción enteramente metálica.
El propósito de Milch era contar con una fuerza dispuesta a recibir a una nueva
generación de aviones de combate, cuando ésta llegara. Para ello, se puso un
énfasis especial inicialmente en el concepto de entrenamiento, y casi la mitad
de los aviones encargados para la Luftwaffe fueron modelos de adiestramiento
tales como el Focke Wulf Fw 44 o el Arado Ar 66.
La
revelación del secreto
En
marzo de 1935 los alemanes se consideraron ya lo bastante fuertes como para
revelar al mundo la existencia de su hasta entonces secreta fuerza aérea. La
Luftwaffe contaba en ese momento con un total de 1.888 de todos los tipos, e
integraba en sus filas a unos 20.000 hombres de todos los rangos. Todos los
"aeroclubes" y "formaciones aéreas de apoyo a la policía"
fueron incorporados uno a uno a la nueva Luftwaffe por medio de fastuosas y
masivas celebraciones de marcado carácter militar, con desfiles y discursos
grandilocuentes; a algunas de ellas actuó como sumo sacerdote y presidente el
propio Hitler. En el extranjero, estos movimientos eran observados con gran
aprensión y, en consecuencia, cada una de las naciones europeas emprendió su
propio rearme, en respuesta a la creciente amenaza alemana. Había comenzado una
nueva carrera de armamentos que no finalizaría hasta 1945.
Así
las cosas, el reducido grupo de hombres que tenía en sus manos el brillante
acontecimiento estaba compuesto por menos de seis individuos, encumbrados en
las inaccesibles cúpulas del poder militar nazi. A la cabeza de la nueva fuerza
aérea estaba Herrmann Göring (Goering), entonces un destacado y enérgico líder
político que ya rayaba la cumbre de su prestigio político y personal. Como uno
de los que se creían amigos íntimos de Hitler, y su confidente desde los
primeros tiempos del partido nazi, su posición era inexpugnable. As de caza
durante la primera guerra mundial, con 20 derribos en su palmarés, Göring se
consideraba plenamente cualificado para opinar sobre cualquier asunto
relacionado con la aviación, sin tener en cuenta de que llevaba más de veinte
años alejado de sus realidades; en 1918 podía haber sido un experto, pero en
1935 estaba totalmente desfasado con respecto a los grandes cambios
experimentados por la aviación durante aquellos años. Egoísta por encima de
todo, Göring tendía a manejar personalmente todo lo relacionado con el nuevo
cuerpo aéreo militar; se negaba a admitir que pudiera haber algún asunto que la
Luftwaffe no fuera capaz de cubrir satisfactoriamente; y todavía estaba mucho
menos dispuesto a admitir —mucho menos creía que pudiera necesitar— el consejo
de sus subordinados, mucho mejor cualificados que él. Pero frente a estos
graves defectos, Göring estaba en situación de hace uso de su enorme influencia
política para asegurar a la Luftwaffe una indudable prioridad sobre el ejército
(Heer) y la armada (Kriegsmarine) cuando de asignación de medios y recursos
económicos se trataba. Debido a este factor y a sus intransigentes modales no
es de extrañar que estuviera permanentemente en pugna abierta con los
comandantes en jefe del ejército de tierra y la marina de guerra.
A
las órdenes directas de Göring estaba el secretario de estado y General Erhard
Milch, metódico y eficiente organizador, además de hombre de negocios nato.
Antes de pasar a formar parte de la Luftwaffe, Milch había sido director general
de la Lufthansa, y esto le había proporcionado un profundo conocimiento de los
problemas de la aviación, que le fue de gran utilidad cuando emprendió la
creación de la fuerza aérea del III Reich. Como subordinado de Milch estaba el
jefe del mando aéreo, General Walther Wever, en otro tiempo perteneciente al
arma de infantería, y que decidió dar un cambio a su carrera militar pasándose
al nuevo servicio aéreo con más de 40 años de edad. Wever era un acérrimo
seguidor del nazismo, y en cierta ocasión llegó a decir que "el cuerpo de
oficiales de la Luftwaffe no sería tal si no fuera nacionalsocialista".
Sea como fuere, la Luftwaffe tuvo un marchamo nazi mucho más acusado que el
ejército, por no hablar de la marina, que fue quizá el arma menos cómoda con el
nazismo. A pesar del extremismo de sus ideas políticas, o quizá debido a él, lo
cierto es que Wever se dedicó a sus tareas y responsabilidades con gran celo y
competencia. Aprendió a pilotar aviones a la avanzada edad de 46 años, y se
convirtió en un gran entusiasta de su nueva habilidad, tanto como cualquiera de
sus subordinados más jóvenes, pilotos de vocación. Wever era un jefe de
personal altamente capacitado, y su trabajo contribuyó mucho a suavizar la
creciente e inevitable tensión que se vivía en la cúpula y en la cadena de
mando de la nueva fuerza aérea alemana. Además, haciendo gala de un gran tacto,
y siempre dispuesto a quedar relegado a un discreto segundo plano, Wever tenía
la rara virtud entre los jefes nazis de saber mantener una relación
razonablemente positiva tanto con Göring como con Milch.
Bajo
la dirección del trío Göring-Milch-Wever, la Luftwaffe se desarrolló
vertiginosamente. En 1936 inició sus vuelos de prueba una segunda generación de
aviones de combate, que habría de sustituir a los tipos primitivos de
iniciación. El caza interceptor monomotor standard de esta segunda generación
sería el Messerschmitt Bf 109; para misiones de bombardeo ligero y ataque al
suelo de largo radio de acción se diseñó el bimotor Messerschmitt Bf 110, más
pesado que el anterior; ambos tipos estarían en servicio hasta 1945, a pesar de
haber sido superados por diseños enemigos y haber agotado todos sus desarrollos
ya en 1943. Los bombarderos standard de la segunda generación fueron el Dornier
Do 17 y el Heinkel He 111; para el bombardeo en picado de corto radio de acción
se presentó el modelo Junkers Ju 87, más ligero y de construcción mucho más
simple que los dos bimotores citados. Todos estos diseños fueron de concepción
moderna, robusta, y cuando aparecieron, se colocaron a la vanguardia de la
tecnología aeronáutica mundial. El General Wever murió en un accidente aéreo en
mayo de 1936, y su muerte representó un duro golpe para la Luftwaffe. Göring,
en un arranque de franqueza y admiración poco común en él, dijo de él:
"Wever
no era de la clase de hombres que pueden quedar constreñidos entre las cuatro
paredes de su despacho, siendo un desconocido para sus hombres. Por el
contrario, significaba un edificante ejemplo para todos nosotros: abierto,
modesto, un gran hombre y un buen militar. La magnitud de su obra no puede ser
descrita con simples palabras. El hecho de que la Luftwaffe exista hoy se debe,
sin duda alguna, a su incansable labor y a su destacada contribución."
Para
cubrir el puesto de Wever, Göring recurrió al director de la oficina de
administración central de la Luftwaffe, el General Albert Kesselring, al que
confirió la jefatura del mando aéreo, pero rebautizada como jefatura de estado
mayor de la Luftwaffe. Al igual que su predecesor, Kesselring demostró ser un
jefe enérgico y popular entre sus hombres. La expansión de la Luftwaffe retomó
su febril ritmo.
Ensayo
en España
La
nueva fuerza aérea alemana entró en acción por primera vez en julio de 1936 en
España, en apoyo de las fuerzas nacionales sublevadas contra el gobierno
procomunista del Frente Popular, a la sazón en el poder. Al principio el apoyo
aéreo alemán estuvo constituido por 20 aviones de transporte Junkers Ju 52 y
una minúscula escolta de seis cazas Heinkel He 51. A pesar de su reducido
número, fue enorme el éxito que alcanzó el apoyo aéreo alemán en las últimas
semanas de julio, y el papel que desempeñó en el curso de los acontecimientos
fue trascendental. Los Generales sublevados necesitaban que su colega Francisco
Franco, al frente del ejército colonial de Marruecos concentrado en el Rif
español, trasladase cuantos soldados fuese posible a España a través del
Estrecho de Gibraltar, y con la mayor rapidez posible. Efectuando cuatro
misiones de ida y vuelta al día, y transportando unos 25 soldados completamente
equipados en cada una, la fuerza clandestina alemana de 20 Junkers de
transporte consiguió traer a España hasta 10.000 soldados. Fue la primera vez
en que se montaba una operación de transporte aéreo a tal escala, y durante
décadas fue considerada como el primer "puente aéreo" de la Historia.
Actualmente,
una revisión profunda de los acontecimientos ha matizado esta visión,
reconociendo que arriesgados cruces del Estrecho de Gibraltar por naves civiles
habilitadas como transportes de tropas jugaron un papel casi tan importante
como el de los aviones alemanes. El "Cruce del Estrecho", verificado
a partir del 5 de agosto de 1936, fue posible gracias a tres factores: el
arrojo suicida de los oficiales del ejército de Marruecos, dispuestos a cruzar
a toda costa; la adhesión espontánea de navieras y tripulaciones civiles
españolas a la causa de los militares sublevados; y la total inoperancia de la
armada española, cuyos suboficiales comunistas habían masacrado a sus oficiales
y trataban inútilmente de dirigir sus unidades por sí mismos, para lo que
carecían de formación, cohesión y autoridad sobre la marinería. Desde un punto
de vista militar, la decisión comunista de eliminar a la oficialidad de la
armada fue probablemente el que más pesó, ya que anuló en la práctica la
presencia de las fuerzas navales de la base de Cartagena, dejando vía libre a
las tropas nacionales sublevadas para cruzar desde el Rif a España.
Pronto
se hizo evidente que las fuerzas nacionales precisarían de una ayuda mucho
mayor. En los meses de septiembre y octubre de 1936, la Luftwaffe aumentó sus
envíos de material de vuelo a los españoles, y en el mes de noviembre la fuerza
alemana en España, bautizada como "Legión Cóndor", comprendía ya unos
200 aviones; la mitad de ellos eran trimotores de transporte y bombardeo
Junkers Ju 52 y cazas Heinkel He 51, mientras que un centenar escaso estaba
compuesto por un variado surtido de aviones de reconocimiento, hidroaviones,
aviones de enlace y cooperación, y de ataque al suelo. Poco fue el éxito que la
fuerza pudo alcanzar durante sus primeros meses de vida, pues los Heinkel He 51
demostraron enseguida estar en inferioridad de condiciones frente a sus
oponentes, los cazas de fabricación soviética Polikárpov I-16, mucho más
modernos y capaces, empleados al servicio de los republicanos por pilotos
soviéticos. Durante el verano de 1937 los alemanes trasladaron al teatro de
operaciones español sus modelos más avanzados: el caza Messerschmitt Bf 109 y
los bombarderos bimotores Heinkel He 111 y Dornier Do 17, con los que la Legión
Cóndor no tardó en alcanzar la superioridad aérea en los cielos de España.
Estos tres modelos, verdadera columna vertebral de los aviones de segunda
generación producidos por la industria aeronáutica alemana para la Luftwaffe,
estuvieron en activo hasta 1945.
Las
unidades de caza alemanas en España gozaban de gran autonomía para desarrollar
sus propias tácticas. Habían empezado volando en las estrechas formaciones de
ala con ala utilizadas por los italianos, pero pronto pudieron darse cuenta de
que esta táctica, empleada desde los tiempos de la primera guerra mundial,
resultaba poco práctica para los cazas monoplanos de segunda generación, mucho
más rápidos que los biplanos de revestimiento mixto de la Gran Guerra. Los
pilotos de los Messerschmitt Bf 109 vieron que era tanta la atención que tenían
que prestar para mantener su puesto en la formación para evitar colisiones, que
era muy poco el tiempo y las energías que podían dedicar a vigilar la aparición
de aviones enemigos. Se comprobó que la formación de "cuatro en
cuña", puesta en práctica por el Teniente Werner Mölders, era la que
ofrecía mejores resultados, tanto por la concentración de potencia de fuego en
las fases iniciales del combate, como por la libertad de acción que
proporcionaba cuando los elementos de la formación debían separarse para
entablar acciones individuales.
En
su mayor parte, las misiones de caza sobre territorio español se organizaban
para dar escolta a ataques de bombardeo sobre objetivos en el dispositivo
militar comunista y su retaguardia. Si una vez cumplida esta misión todavía
quedaba combustible suficiente, los pilotos de los Messerschmitt tenían por
costumbre separarse de sus escoltados ya sobre las líneas nacionales, dar media
vuelta y atacar aeródromos enemigos antes de volver definitivamente a base. En
algunas ocasiones los pilotos alemanes daban batidas de exploración sobre
territorio comunista. Cuando los soviéticos, que tenían terminantemente
prohibido rebasar la línea del frente para evitar caer prisioneros con sus
aviones, salían a interceptar a los alemanes, se llegaban a entablar verdaderas
batallas aéreas de cazas, en las que los alemanes ensayaban nuevas tácticas y
técnicas de vuelo en combate, apoyándose en las generosas prestaciones de sus
modernos aparatos. Una de las experiencias desarrolladas en España, y que
durante la segunda guerra mundial tuvo una gran repercusión en las directrices
operativas de la Luftwaffe, fue la conversión del Heinkel He 51, superado como
caza por los soviéticos, en avión de ataque al suelo. La carga bélica de cuatro
bombas de 10 kg, más un tanque de gasolina eyectable provisto de un sistema
especial de ignición, se lanzaba a ojo sobre blancos en tierra, casi siempre
fortificaciones de campaña o concentraciones de tropas y vehículos en primera línea,
o bien auténticos objetivos estratégicos, tales como carreteras, puentes,
almacenes logísticos o industrias bélicas. Los aviones se aproximaban volando a
una altura de 150 metros en formaciones cerradas de hasta nueve aparatos, y
todos los pilotos soltaban su carga bélica cuando veían que el jefe de
formación, que volaba el primero, agitaba la cabeza enérgicamente hacia los
lados.
Esta
táctica, llamada "Kette" o cadena, cosechaba grandes éxitos, porque
cuando comenzó a utilizarse en 1937 los ataques aéreos infundían auténtico
pánico entre las tropas terrestres, que por lo General se arrojaban al suelo o
salían corriendo en desbandada en cuanto oían que un avión se acercaba hacia
sus posiciones. El primero en poner en práctica este nuevo método de bombardeo
táctico fue el mismísimo jefe supremo de la Legión Cóndor, el Coronel Wolfram
von Richthofen, primo del que fuera as indiscutible de la primera guerra
mundial: Manfred von Richthofen, "el barón rojo". En algunos de los
ataques a pequeña escala que tenían lugar por aquel entonces, la nueva táctica
probó que podía dar una ventaja decisiva a las tropas de tierra propias sobre
el enemigo. Posteriormente se ensayó su aplicación en ataques a gran escala,
con resultados igualmente satisfactorios. Los aviadores españoles adoptaron
rápida y eficazmente la táctica de "cadena", incluyendo cadenas en
los emblemas de las unidades destinadas al apoyo a tierra; pilotos jóvenes como
Salas Larrazábal, seguidores de los primeros ases nacionales de la guerra
civil, como el precozmente fallecido García Morato, aprendieron valiosas
lecciones de los instructores y técnicos de la Legión Cóndor. Ésta iba cediendo
el material que dejaba de emplear a las tripulaciones españolas del Ejército
del Aire nacional, que hicieron un intenso y eficaz uso de ella hasta el final
de la contienda. Algunos de sus mejores elementos, como el citado Salas,
tendrían ocasión de volar y combatir en la segunda guerra mundial al integrarse
en las "escuadrillas azules" que España puso a disposición de
Alemania en el Frente Oriental, entre 1941 y 1943, volando en cazas
Messerschmitt Bf 109.
Vientos
de guerra
La
Guerra Civil Española terminó a efectos prácticos en marzo de 1939, y los
hombres de la Legión Cóndor regresaron a Alemania en los barcos civiles de la
organización sindical nazi de vacaciones estatales, Kraft durch Freude (Fuerza
por la Alegría), casi tan secretamente como habían llegado a España. Entre
tanto, el expansionismo de Hitler había desatado una crisis diplomática general
en toda Europa Central. En marzo de 1938 las tropas alemanas habían entrado en
Austria, y en el mes de septiembre siguiente, se permitió a Hitler la anexión
de una gran cuña dentro de Checoslovaquia, la de los Sudetes (Sudetenland),
habitada por checos germanófonos deseosos de incorporarse al III Reich. Gran
Bretaña, Francia e Italia sellaron el destino de Checoslovaquia, al negarle su
apoyo diplomático y militar y facilitar las exigencias, totalmente injustas y
desleales, de Hitler. El argumento empleado por éste para convencer a sus
sumisos adversarios fue que la anexión de los Sudetes era "su última
demanda territorial"; Neville Chamberlain, político débil y
equivocadamente pacifista, fue el que más quiso creer a Hitler por su
inconfesable temor a enfrentar a Gran Bretaña con Alemania en una nueva guerra
mundial. No sólo no consiguió evitarlo, sino que con su debilidad puso en manos
de los nazis recursos de incalculable valor, tanto económico como militar, que
éstos utilizarían conspicuamente en su lucha contra el Reino Unido. En marzo de
1939, mientras se ultimaba el regreso de la Legión Cóndor a Alemania, las
tropas alemanas ocuparon toda Bohemia y Moravia, instalando un gobierno títere
en una Eslovaquia independiente que actuaría de acólito de los alemanes hasta
el final de la segunda guerra mundial.
Por
entonces se hacía cada vez más evidente que el próximo objetivo de Hitler en
Europa Central sería Polonia, cuya integridad territorial se habían
comprometido a defender los británicos. Mientras tanto, entre bastidores se
desarrollaba una frenética actividad diplomática, al dedicarse Alemania, por un
lado, y Polonia junto a Francia y Gran Bretaña por otro, a asegurarse aliados o
al menos "no enemigos" en el conflicto inminente que amenazaba a
Europa, y que parecía más cercano cada día que pasaba. La mayoría de los países
europeos prefirió mantenerse al margen del asunto, pero los alemanes
consiguieron llegar a una alianza militar con la Italia fascista de Benito
Mussolini y, más tarde, asegurarse un pacto de no agresión sorprendente con la
Unión Soviética de Stalin. En mayo de 1939 Hitler decidió que había llegado el
momento de atacar. Sus fuerzas, dotadas del equipamiento más avanzado, y
entrenadas en combate real gracias a la experiencia española, contaban con un
margen de ventaja que nunca podría ser superado por sus oponentes, o al menos eso
era lo que se pensaba en la cúpula de la Luftwaffe. El 23 de mayo de 1939,
Hitler comunicó por vía oficial reservada a los comandantes en jefe del
ejército, la marina y la fuerza aérea de Alemania que tenía el propósito de
"atacar a Polonia en la primera oportunidad". La guerra, que acabaría
convirtiéndose en la segunda guerra mundial y en la tumba de Alemania, era por
entonces un hecho inevitable, a cuatro meses de su estallido, que se produciría
el 1 de septiembre de 1939.
En
el verano de aquel infausto año, Hitler había decidido dejarse de juegos
diplomáticos y, dado que los gobiernos de Francia y Gran Bretaña habían
declarado que en el caso de una conflagración germano-polaca "ayudarían al
gobierno polaco con todas sus fuerzas", era perfectamente presumible que
el conflicto no quedaría circunscrito a la Europa Centro-oriental. Por aquel
entonces, la Luftwaffe podía poner en orden de combate unos 3.650 aviones, el
doble que en 1936: 1.170 bombarderos, principalmente bimotores Heinkel He 111 y
Dornier Do 17; 1.125 cazas monomotores, casi todos Messerschmitt Bf 109; 620
aviones de reconocimiento, con mayoría de hidroaviones Dornier Do 16 y aviones
terrestres Henschel Hs 126; 335 bombarderos en picado Junkers Ju 87; 205
hidroaviones, de los que los más antiguos eran de los modelos He 59 y He 60, y
los más modernos, del avanzado modelo He 115, todos de la firma Heinkel.
Existía además una reserva de aviones de segunda clase que podía ser puesta en
servicio, y que contaba con entre 350 y 900 aparatos adicionales de escaso
valor militar.
Los
aviones que constituían la espina dorsal de los mandos de caza y bombardeo eran
el Messerschmitt Bf 109 y el Heinkel He 111; indudablemente eran mejores que
cualquiera de sus equivalentes en servicio activo en las demás fuerzas aéreas
beligerantes. En cuanto a nivel de adiestramiento y moral, también las
tripulaciones de vuelo alemanas eran iguales si no superiores a las de la
mayoría de sus oponentes. A simple vista, el cuadro que ofrecía la Luftwaffe
podía parecer impresionante, pero había en su seno una serie de graves defectos
que habrían de tener un efecto devastador en la capacidad alemana de sostener
una guerra de larga duración con una importante intervención aérea. En primer
lugar, durante los dos últimos años de preguerra habían sucedido cambios
trascendentales: el General Albert Kesselring había ocupado el cargo de jefe de
estado mayor en 1936, a raíz de la muerte de Wever. Pero la fricción había ido
aumentando gradualmente entre Kesselring y su inmediato superior, el secretario
de estado Erhard Milch, y después de un año en el cargo, pidió a Göring que lo
relevara y enviara a otro destino.
Kesselring
fue designado para mandar el "Luftkreis III" o tercera zona
administrativa del aire, y su puesto en el estado mayor lo cubrió el jefe de la
oficina de personal de la Luftwaffe, el General Jürgen Stumpff. Éste se
desanimó pronto de las ventajas de su puesto, pues la acelerada expansión de la
fuerza aérea imponía una serie de cambios organizativos en su escalafón y
cadena de mando que le dejaban muy poco tiempo para llegar a entenderse con sus
subordinados. Además, apenas tuvo más éxito que Kesselring en sus relaciones
con Milch, y con resultados igualmente frustrantes. Por otro lado, la propia
posición de Milch y el gozar de la confianza y el favor personal de Hitler, le
ganjeó la enemistad personal de Göring, quien veía en él un posible rival en el
mando supremo de la Luftwaffe. Tal como Milch comentaría con posterioridad:
"Algunos
de los miembros del partido nazi empezaron a decir que yo era la auténtica
cabeza de la Luftwaffe, y no Göring. Lo decían no porque yo les gustara, sino
para mortificarle a él, al que odiaban sin recato."
Göring
reaccionó ante esta imaginaria amenaza atrayendo a otros a su círculo de
confidentes y partidarios, y también, relevando a Milch de algunas de sus
atribuciones y de la influencia política que éstas le proporcionaban. No tardó
Milch en perder el control directo sobre el personal de vuelo y los
departamentos técnicos. Para asegurarse el control sobre la Oficina Central
Técnica (Technisches Oberhauptamt), Göring puso a la cabeza de la misma a un
viejo amigo suyo, el antiguo as de caza de la Gran Guerra Ernst Udet. Era uno
de los personajes más populares dentro de la nueva Luftwaffe; un brillante
piloto de caza que había acumulado en 1918, al terminar la guerra, 62 derribos.
Desde principios de 1939, Udet detentó el cargo de jefe supremo de suministros
y material (Generalflugzeugmeister), con el rango de Coronel. Udet trató de
ponerse a la altura del importante cargo que le había sido asignado, intentando
por todos los medios calar en el intríngulis técnico y en las cualidades
acrobáticas de los nuevos modelos de avión en proceso de evaluación para la
Luftwaffe, todo ello a costa de sus principales responsabilidades, como el
control de la producción aeronáutica General y los exhaustivos programas de
pruebas que eran necesarios. Udet podía haber hecho un buen uso de los consejos
técnicos y administrativos de Milch, pero ya se encargó Göring de mantener a
ambos hombres alejados uno del otro.
Un
gigante sin cabeza
Stumpff
había cesado en su puesto de jefe de estado mayor en mayo de 1939, y en su
lugar vino el cuarto hombre que detentaría el "gran cargo" desde
1935: el Coronel y luego Generalmajor Hans Jeschonnek. Protegido del difunto General
Wever, quien se había fijado en él por su notable inteligencia y capacidad,
Jeschonnek provenía como Wever del ala radical de los militares afectos al
NSDAP, el partido nazi. A la edad de 39 años, el nuevo jefe de estado mayor de
la Luftwaffe era un individuo muy joven para un puesto de tal categoría, y su
juventud puso muchos obstáculos a la progresión de su carrera. Era una persona
solitaria y retraída, y no llegó a hacer ningún tipo de amistad ni con Milch ni
con Udet. Además, y debido también en parte a su juventud, Jeschonnek se vio
incapaz de imponerse a los más maduros y experimentados jefes de Luftflotte
(flota aérea), que no vacilaban en hacer uso de su amistad personal con Göring
para revocar sus órdenes u oponerse a sus decisiones. Göring, gran intrigante,
sabía perfectamente que Jeschonnek era muy superior a él intelectualmente, y
eso excitaba su resentimiento; por lo tanto, procuraba que fuera el último en
enterarse de sus decisiones, y no le informaba de ellas hasta el momento
anterior a anunciarlas. El resultado de esta maquiavélica intriga fue que
Jeschonnek firmaba como jefe supremo de personal en la Luftwaffe, y sobre él recaía
la máxima responsabilidad sobre todo lo que ocurría, mientras que carecía del
más mínimo poder para encauzar o siquiera prever el desarrollo de los hechos.
Göring,
Milch, Udet y Jeschonnek formaban una apariencia de equipo, cuando en realidad
estaban mal colocados, indispuestos, incomunicados e incapacitados para hacer
bien su trabajo. Además, las relaciones entre ellos eran por lo General
conflictivas. Göring no hacía nada por evitar este estado de cosas, sino que
incluso lo creaba y fomentaba para, así y por separado, poder imponer su
autoridad más fácilmente sobre sus tres subordinados inmediatos. En esto no
hacía sino copiar fielmente el esquema que seguía Hitler en la jefatura del
estado; sólo que la Luftwaffe requería de un grado de compenetración
incomparablemente mayor entre sus mandos que el amplio estado nazi. En éste,
como en otros aspectos, la proverbial eficiencia administrativa alemana se daba
la mano con la corrupción y la desorganización que desde sus primeros tiempos
alentaron los nazis, siguiendo el vivo ejemplo de su líder, Adolf Hitler.
Probablemente, el régimen nazi fue en este caso, como en otros muchos, víctima
de su propia iniquidad e inmoralidad. El problema es que la nación alemana, con
todos sus logros, quiso ponerse a su servicio, colaborando a fondo en todos sus
crímenes, y poniendo a su disposición sus inmensos recursos, su buen hacer y su
probada profesionalidad.
A
pesar de esta insana constelación, las bases establecidas por Milch y Wever
eran lo bastante robustas como para soportar las presiones originadas por tanta
riña y tanto desorden. Posteriormente, cuando estos conflictos internos se
combinaron con la gravedad de las presiones procedentes de la declinante
situación bélica, esta forma antinatural de dirigir la Luftwaffe sobre la
disensión de sus mandos principales resultó fatal, claramente destructiva para
su organización y su rendimiento militar. La Luftwaffe, más que ser dirigida a
la hora de entrar en combate, sólo conseguía administrarse a sí misma, y ello
con graves dificultades; quedaba a merced de la voluntad personal de Göring, un
individuo que, en parte debido a su morfinomanía, era proclive a caer en
interminables períodos de apática pasividad, festoneados por breves momentos de
hiperactividad caótica que no resolvían nada.
En
este estado de cosas, no es de extrañar que se abrieran paso en la cúpula de la
Luftwaffe fatales errores de mando y planificación. Entre los de mayor
importancia destacaría la decisión, teóricamente emanada de Jeschonnek, de que
todos los bombarderos que se construyeran para la Luftwaffe con posterioridad
al Dornier Do 17 y al Heinkel He 111 tendrían que ser capaces de ser empleados
como bombarderos en picado[1].
Fue por esa decisión por lo que en la Luftwaffe empezó a desarrollarse un
creciente entusiasmo ante la idea de poder disponer de un bombardero en picado
de gran radio de acción. En lo que concierne al Junkers Ju 87B, de 4,5
toneladas y corto radio de acción, la teoría del bombardeo en picado de
precisión era bastante sana. Pero cuando llegó el momento de aplicarla a
aviones más grandes, bimotores, necesarios si se quería bombardear en picado
objetivos a grandes distancias, los alemanes empezaron a acumular dificultades.
El
primero de los bombarderos en picado de gran radio de acción fue el Junkers Ju
88, que sufrió un retraso muy considerable por la necesidad de reforzar su
estructura para el duro papel al que se le pretendía destinar. Pesaba más de
diez toneladas, más del doble que el Ju 87, y era mucho más difícil de pilotar
una vez lanzado en picado. Estaba claro que el Ju 88 rebasaba los límites
máximos tecnológicamente alcanzables en 1939 en tamaño y peso para un
bombardero en picado, pero los entusiastas del aparato, entre los que se
contaban principalmente Udet y Jeschonnek, presionaron para que siguiera siendo
desarrollado y construido. Entre 1938 y 1939, la tercera generación de
bombarderos alemanes medios y pesados, con el Dornier Do 217, de 15 toneladas,
y el Heinkel He 177, de 30, alcanzaban el estadio de pruebas de vuelo. Estando
en la mitad de su proceso de desarrollo, se decidió que también tendrían que
ser reforzados estructuralmente para operar como bombarderos en picado. Las
primeras pruebas de vuelo no tardaron en demostrar que ambos aviones eran
totalmente inadecuados para el papel de bombarderos en picado: en ambos casos
se comprobó que eran enormes la tensión estructural y el esfuerzo material que
tenía que sufrir la estructura del aparato cada vez que tenía que salir de la
maniobra del picado. En el caso del Dornier Do 217, el avión pudo ser rescatado
para su empleo como bombardero de vuelo horizontal sin que su construcción para
la misión de bombardeo en picado representara ningún inconveniente. No fue así
con el Heinkel He 177. En el caso de este cuatrimotor, los motores estaban
unidos, formando dos pares, que accionaban una hélice por cada par. La
disposición convencional, en la que cada motor acciona su propia hélice,
hubiera determinado que el avión resultara incontrolable en la maniobra de
bombardeo en picado, y por esta razón se conservó la disposición de motores en
tándem hasta mucho después de que la idea debiera haber sido abandonada. Como
consecuencia de una serie de problemas aparecidos en los sistemas de
refrigeración y lubricación, así como por la pérdida de combustible, estos
motores siempre tuvieron tendencia a incendiarse en pleno vuelo, y fueron
muchos los Heinkel He 177 que se perdieron por tal causa. Por esta razón, el He
177 habría de sufrir grandes retrasos antes de su entrada en servicio
operativo; cuando ésta llegó, era demasiado tarde para aprovechar al máximo sus
otras cualidades, todas ellas excelentes; la guerra estaba ya demasiado
avanzada.
Otro
importante avión alemán iba a sufrir también las consecuencias de la
"fiebre del bombardeo en picado": el Messerschmitt Me 210, una
combinación de caza pesado, cazabombardero (Jagdbomber) y bombardero en picado
(Sturzkampfflugzeug), ideado para suceder al Messerschmitt Bf 110 y al Junkers
Ju 87 a un tiempo. Este modelo habría de ser posteriormente casi un fracaso
total desde el punto de vista de la ingeniería, pues eran demasiados los
papeles que tenía que desempeñar para que pudiera hacer frente a cualquiera de
ellos a plena satisfacción. Los problemas inherentes a la sucesión y reemplazo
de aviones no se dejaban sentir todavía en septiembre de 1939, y no sería hasta
1941 y 1942, cuando el Me 210, el Do 217 y el He 177 estuvieran preparados para
entrar en servicio a gran escala, cuando se revelarían en toda su importancia y
gravedad. De hecho, en 1939 se esperaba que la guerra ya habría acabado, y que
la tercera generación de aviones de combate no llegaría a hacerse necesaria.
Los cálculos en este asunto fallaron totalmente, como todos sabemos. Al llegar
el año 1942, los Ju 87B, He 111 y Bf 109 comenzaron a luchar en desventaja
contra modelos británicos como las series avanzadas del Spitfire (Mk VIII y
siguientes), los americanos P-48 y P-52 Mustang americanos, e incluso los Yak 9
y MiG 3 soviéticos. Fue entonces cuando la fiebre del bombardeo en picado y la
desorganización en la cúpula de la Luftwaffe pasaron su terrible factura,
manifestando a los más clarividentes que la guerra en el aire estaba perdida
para ella.
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Fuente:
https://www.monografias.com
[1]
Los problemas
derivados de una decisión de este tipo fueron enormes, y lastraron de forma
fatal e irreversible el diseño y la producción de nuevas generaciones de
modelos de aviones capaces de hacer frente a las nuevas hornadas de modelos
aliados y soviéticos en el transcurso de la segunda guerra mundial. Pero las
razones que la alentaron eran de mucho peso, y merecen una explicación. Hay dos
formas de aumentar la efectividad de un ataque por bombardeo utilizando bombas
de alto poder explosivo: primero, se pueden utilizar aviones grandes en número
limitado, o un alto número de aviones pequeños, para arrojar una gran carga de
bombas; los aliados, que utilizaron grandes bombarderos de vuelo horizontal,
nunca llegaron a solucionar el problema de forma satisfactoria, y hubieron de
enfrentarse a las consecuencias morales (grandes matanzas de población civil no
combatiente) de lo que dieron en llamar "bombardeo de zona" o
"de alfombra"; o, segundo, se puede aumentar el grado de puntería del
bombardeo, de forma que sean menos las bombas que se "desperdicien"
por ir a caer fuera del objetivo. En definitiva, un pequeño aumento de puntería
en el bombardeo representa un gran aumento en su efectividad. El visor alemán
de bombardeo para aviones de vuelo horizontal en los años de preguerra era el
Goerz Visier 219, un instrumento rudimentario y casi totalmente ineficaz, que
daba resultados muy pobres en puntería. Para acertar a blancos pequeños (la
mayoría) era necesario lanzar grandes cantidades de bombas empleando el visor y
aviones grandes (bimotores, los alemanes nunca desarrollaron bombarderos de
vuelo horizontal cuatrimotores para emplearlos a gran escala). Por otra parte,
el bombardero en picado Junkers Ju 87 (modelo que había sido probado en España
en combate real, pero casi sólo en la serie Ju 87A) había demostrado una
impresionante capacidad de ataque con gran puntería. Los alemanes pusieron en este
avión todas sus esperanzas, cerrando los ojos a sabiendas de sus grandes
debilidades, sobre todo frente al ataque de los cazas enemigos.