Por Javier
Cavanilles
El 7 de
febrero de 1938 marca la mayor derrota aérea de la aviación republicana,
apodada “La Gloriosa”. Dos investigadores de Castellón arrojan luz sobre este
hecho tan conocido como mal estudiado en su libro El aeródromo de Villafamés,
de próxima aparición. Este fin de semana, además, se rinde homenaje a los
pilotos soviéticos muertos en ese combate con la Legión Cóndor
Castellón.
7 de febrero de 1938. Más de veinte grandes bombarderos soviéticos modelo SB-2,
apodados popularmente Katiuska, despegan unos del aeródromo de la Sénia
(Tarragona) y otros de Tarazona de la Mancha (Albacete). De estos, dos
escuadrillas tenían que, posteriormente, aterrizar en el término municipal
castellonense de Vilafamés, un campo de aviación recientemente rehabilitado por
el ayuntamiento. La misión de estos aviones era intentar frenar el avance de
las tropas franquistas que, desde dos días antes, trataban de conquistar la
sierra de Palomera, punto estratégico desde el que lanzarse sobre Teruel y
conquistarlo. Era el paso previo a lanzarse sobre Castellón y de ahí a
Valencia. En inferioridad de condiciones, las fuerzas republicanas retrocedieron.
Faltaban apenas unas horas para que se produjeran una de las mayores derrotas
aéreas del gobierno de Juan Negrín.
Ese
día, coincidiendo con el final de lo que se conoce como la llamada batalla de
Alfambra, se produjo el mayor combate aéreo del periodo, al coincidir en el
frente de Teruel el Grupo de bombardeo K/88 de la Legión Cóndor -con 29 He-111,
22 (o 24) y sus Bf 109 de escolta- y los citados Katiuska del Grupo 24 apoyados
por los I-16.
Aunque
a grandes rasgos los hechos se conocían, ha sido el trabajo (casi detectivesco)
de los investigadores castellonenses Carlos Mallench y Blas Vicente (autores de
obras como ¡Objetivo Levante! el que ha permitido hacer una reconstrucción
completa de los hechos. Ambos participarán este fin de semana en el homenaje a
los aviadores soviéticos caídos en los cielos de Teruel, que comenzará en Mora
de Rubielos (el sábado) y se prolongará el domingo con una visita al aeródromo
de La Sénia tarraconense. En los actos participará una delegación rusa de la
que formará parte el cosmonauta y cardiólogo ruso Oleg Atkov.
La gran
derrota
Ese
fatídico 7 de febrero, tres escuadrillas (comandadas por Leocadio Mendiola)
despegaron desde sus respectivas bases y se dirigieron a su objetivo
acompañados de los cazas hacia los objetivos que tenían fijados en Pancrudo,
Portalrubio y Calamocha. Finalizado el servicio debían volver a sus respectivas
bases, unos hacia La Sénia (que pronto caería en poder del ejército franquista)
y otros a Vilafamés. La confusión fue tal que, al final, escapando de los
alemanes, cada uno tomó tierra donde pudo, unos incluso acabaron en Vistavella.
Mientras,
desde Alfaro (La Rioja) despegaban cuatro escuadrillas de Heinkel He-111 con 29
aparatos del Grupo K/88 de la Legión Cóndor, en dirección también al frente de
Teruel, acompañados de los cazas de la 1ª y 2ª escuadrillas de Bf 109 con base
en Calamocha, que despegaron a las 10:55 horas y bombardearon sobre Alfambra, Escorihuela. Cuando se cruzaron en
el aire, la batalla fue dantesca y el éxito sonrió a los alemanes que
consiguieron derribar un total de 10 Katiuska y dos P I-16 apodados Mosca.
Sin
duda, fue una de las mayores derrotas aéreas sufridas por la aviación de la II
República (apodada “la Gloriosa”) a lo largo de la Guerra Civil. Por lo visto,
los cazas de la escolta republicana se lanzaron hacia los enemigos en lugar de
proteger a los suyos y los dejaron a merced del enemigo. En pocos minutos,
cuatro bombarderos republicanos con sus tripulaciones (dos españolas y dos
rusas) cayeron derribados. De los soviéticos fallecieron tres.
Lo que
ocurrió después ha permanecido olvidado en los pies de página de la historia,
aunque pronto verá la luz en este libro titulado “El aeródromo de Villafamés”
que Blas y Mallench publicarán próximamente. Lo más importante ha sido poder
conocer el paradero de tres de los voluntarios rusos que tomaron parte en la contienda:
Petr Ivanovich, Anatolii Andreevich e Ivan Grior’evich. Dos de ellos fueron
ametrallados mientras intentaban ponerse a salvo saltando en paracaídas; el
tercero falleció al chocar contra el suelo ya que el suyo fue pasto de las
llamas. Solo sobrevivió Ivan Shrhin, que tomó tierra gravemente herido por las
quemaduras, pero logró engañar al enemigo haciéndose el muerto.
Según
explica Mallench, “conseguimos encontrar a un testigo esencial de los hechos,
que por entonces era un chaval de siete u ocho años, y vio caer uno de los
aviones a pocos metros de su masía. Domingo Fuertes nos ayudó a reconstruir los
hechos que habían caído en el olvido y, gracias a él, hoy sabemos lo que le
pasó a esos pilotos rusos. Uno cayó directamente en su granero y otro a unos
200 metros de su casa”.
Gracias
a la colaboración de la Asociación de Aviadores de la República y la Asociación
memoralística Pozos de Caudé se ha podido descubrir que los aviadores fueron
enterrados en el cementerio de Mora de Rubielos y que la lápida que les cubrió
se conservaba y no estaba perdida cómo se creía.
Fuente:
https://castellonplaza.com