Por Emilio Herrera Alonso (*)
Antecedentes
En 1926 –el año de los Grandes Vuelos– se proyectó uno múltiple a la Guinea española, en el que participarían, además de la patrulla de Dornier Wal “Atlántida”, otra de tres aviones terrestres, Loring R–III, que seguiría sensiblemente la misma ruta que la anterior con igual número de etapas, y un vuelo directo, de Melilla a Bata, con un Loring R–III preparado para gran radio de acción. Las muchas dificultades encontradas para disponer campos de aterrizaje en lugares donde nunca se había visto un aeroplano, hicieron al Mando prescindir de la patrulla terrestre, dejando la expedición reducida a la de hidros y el vuelo directo.
El
proyecto de este vuelo directo nació de una idea del Capitán Mariano Barberán,
profesor de la Escuela de Observadores y experimentado piloto, formando equipo
con el, también Capitán, Arturo Fernández Gil.
El
aparato que emplearían sería un Loring R III, sesquiplano de diseño y
fabricación nacionales, dotado de un motor Hispano de 450 CV. Al avión, de
serie, se le dotó de los depósitos de combustible necesarios para obtener una
autonomía de 4.500 kilómetros.
Se
realizaron varios vuelos de larga duración con este avión, verificando el
consumo y la resistencia de los aviadores, quedando satisfechos de ambos
extremos, y se dispuso que el avión se situara en Tablada, listo para despegar
en el momento en que el Servicio Meteorológico facilitara una información
favorable para cruzar el Atlas con garantías, y se tuvieran buenos pronósticos
de golfo de Guinea. Pero a poco de despegar de Cuatro Vientos con destino a
Tablada, una avería del motor obligó a tomar tierra en Torrejón de Velasco,
comprobándose que la causa de aquélla era la rotura de un árbol de levas,
avería que, para subsanarla y volver a poner el motor a punto, requería un
tiempo que retrasaría tanto el vuelo, que lo dejaba fuera de la época climatológica
propicia para afrontarlo. El Mando decidió suspender el vuelo directo con
R–III, basándose en “no estar bastante experimentados el avión y el motor” para
realizar con garantías un raid tan duro.
El
rotundo éxito del vuelo, en formación, de la patrulla Atlántida, volando a lo
largo de la costa occidental de África, de Melilla a Bata y regreso, y su
reconocimiento universal acreditado con la concesión del trofeo Harmon de la
Ligue Internationale des Aviateurs, hicieron que el proyecto de vuelo directo
quedara “aparcado” sine die. Apenas alboreaba la fase de los vuelos de largo
alcance, de un solo “salto”.
Un
avión y tres records
En
marzo de 1929 entregaba C.A.S.A. a la Aviación Militar, la segunda serie de
Breguet XIX que fabricaba, y en ella iban incluidos dos aviones tipo “Bidón”
–los números 71 y 72–. Averiado en un vuelo de prueba el 71, pasó nuevamente a C.A.S.A.
para ser reparado, introduciéndose en él algunas modificaciones entre ellas, la
cabina cerrada, quedando en condiciones de volar en octubre de aquel año.
El
jefe de escuadrilla Cipriano Rodríguez Díaz “Cucufate”, y el oficial aviador
Carlos de Haya González, aviadores de gran prestigio, destinados ambos en la
Escuadrilla de Experimentación, de la que era jefe el primero, deseosos de
protagonizar un vuelo importante y conquistar un record para España, obtuvieron
autorización para tratar de batir la marca de velocidad en circuito cerrado, de
5.000 kilómetros.
Preparado el vuelo con gran minuciosidad hasta en los más pequeños detalles, se llevó a cabo los días 7 y 8 de octubre de 1930. En el triángulo con vértices en Sevilla, Almodóvar del Río y Osuna, se mantuvieron durante veinticinco horas y dieciséis minutos, batiendo el record, a una velocidad media de 208,152 kilómetros por hora, superando en más de 20 kilómetros el anteriormente establecido. Tres días más tarde, el 11, batirían, asimismo la marca de velocidad sobre circuito cerrado, de 2000 kilómetros, con una carga “de pago” de 500 kilos, a una velocidad media de 220 kilómetros por hora. Estos dos records, y el de velocidad sobre 2000 kilómetros sin carga –que se batió simultáneamente con el segundo– fueron homologados por la Federación Aeronáutica Internacional, con fecha 22 de noviembre de 1930.
Se
reactiva el proyecto del Vuelo Directo a Guinea
Ante
el magnífico comportamiento del avión y del motor, y la capacidad demostrada
por ambos aviadores para soportar la fatiga inherente a tantas horas de vuelo,
decidieron éstos sacar del olvido el proyecto de vuelo directo a la Guinea
española.
El ámbito en que habría de desarrollarse esta nueva proeza de la Aviación Militar española, iba a ser el compacto continente africano, aún muy misterioso en aquellos años. No era fácil ni cómoda la empresa, sino llena de dificultades, ya que se desarrollaría sobre las atormentadas cumbres del Atlas, el inmenso y desconocido Sáhara y la obsesionante selva del Níger; y si la primera parte ofrecía riesgos indiscutibles con sus ásperas elevaciones y la fuerte turbulencia en ellas habitual, que habría de ser soportada por el aeroplano cuando aún estaba muy pesado, el desierto se presentaba como una inmensidad de más de 2.000 kilómetros y doce horas de vuelo, con sus tormentas de arena, y con los aviadores desamparados en caso de una avería que les forzara a tomar tierra, con posibilidades mínimas de ser encontrados o alcanzar algún lugar donde poder ser atendidos, dada la escasez de habitantes en el enorme mar de Arena, y la poca garantía que ofrecía la hospitalidad de las feroces tribus saharianas, verdaderos piratas de las desoladas inmensidades. Y no se piense que superado el desierto y volando ya al sur del paralelo 15, los peligros habían pasado, ya que aún más peligrosa que en el Sáhara, resultaría una avería que obligara a descender en la espesura de la selva ecuatorial, donde el aeroplano quedaría sumergido en las profundidades de la vegetación, y los aviadores –en el caso de sobrevivir al choque– perdidos en el oscuro, verde y espeso infierno, a merced del morboso clima y la hostil Naturaleza.
Debidamente
autorizado por la Superioridad el proyecto –que era en esencia el preparado por
el Capitán Barberán en 1926, con la modificación de algunos detalles
secundarios–, los aviadores comenzaron inmediatamente los preparativos del
vuelo, decidiendo llevarlo a cabo aprovechando la luna llena de diciembre, ya
que los antecedentes meteorológicos de que se disponía, hacían ver que era ésta
la época más favorable para la travesía del desierto; este tramo del raid se
efectuaría de noche para eludir el peligro que representaban las nubes de
arena.
El
Servicio de Protección de Vuelo, de Aviación Militar, se encargó de realizar
los trabajos necesarios para poder contar con los datos meteorológicos precisos
para la realización del vuelo; estos informes facilitaron a los aviadores,
además de una muy acertada hoja de situación atmosférica en la ruta, una serie
de datos que sirvieron para preparar el vuelo con garantías de éxito.
Decidieron
seguir la ruta ortodrómica, sobre la que la distancia entre Madrid y Bata es de
4572 kilómetros; la navegación que realizarían sería la astronómica, aunque
llevándola simultáneamente a la estima, ya que era dudoso que las condiciones
meteorológicas permitieran realizar las observaciones astronómicas. Como
instrumentos para la navegación contaban con dos brújulas –de inducción una, y
magnética la otra–, anemómetro, altímetro, navígrafo Wimperis, veinte botes
fumigenoluminosos, derivómetro, corrector de rumbos Coutinho, un sextante de
burbuja, tres cronómetros fijos, almanaque náutico y tablas especiales para el
cálculo rápido de la línea de posición.
Cuando faltaban pocos días para las fechas que se consideraban más propicias para iniciar el raid, se decidió que en lugar de iniciarse éste en Barajas, según el plan original, tuviera como punto de partida el sevillano aeródromo de Tablada, ya que el despegue con mucho peso, aconsejaba hacerlo al nivel del mar, aprovechando, de paso, la pista que en su día se había preparado para el Jesús del Gran Poder. Por otra parte, la disminución en 300 kilómetros de la distancia que se iba a cubrir, no tenía importancia, pues no se tenían pretensiones de record, ya que lo que con el vuelo del 12–71 se pretendía –según el Director de Aeronáutica, comandante Pastor–, “Realizar un viaje científico para el progreso de la navegación aérea. Cubrir la distancia entre nuestra patria y sus posesiones más alejadas, en un solo vuelo. Demostrar las posibilidades de la Aeronáutica nacional. Conservar nuestro prestigio entre los indígenas de Guinea que se sentirían así más cerca de la metrópoli”.
Tablada,
de nuevo “trampolín”
El 16 de diciembre, ya debidamente revisado el 12–71, Rodríguez y Haya realizaron un vuelo de prueba de cuatro horas de duración, quedando satisfechos del comportamiento de avión y motor. El 21 volaron a Tablada para quedar allí –con el avión cargado y dispuesto– en espera de las condiciones meteorológicas favorables para afrontar la empresa.
Decidido
el día 24 para iniciar el vuelo, el avión fue llevado a la pista del Jesús del
Gran Poder, a las 9 de la mañana, y allí quedó brillando al sol su pintura de
aluminio, con los distintivos de la Aviación Militar, y los tres records
alcanzados por el avión y sus tripulantes, pintados en el fuselaje.
Se
hallaba el 12–71 en posición de despegue, con el patín sobre el carrillo
auxiliar de dos ruedas, que ya se había empleado con éxito en varios despegues
de aviones Gran Raid con mucho peso. Se encontraba el avión con combustible
para treinta y cinco horas de vuelo, víveres y correspondencia para Bata y
Santa Isabel, y para el gobernador de la Colonia, así como diarios de Madrid y
Sevilla.
Poco
después de las 10 y cuarto, Rodríguez y De Haya, llegaron al aeroplano, se
ajustaron los atalajes de los paracaídas y tras despedirse de los numerosos
compañeros y amigos que hasta allí les habían acompañado, subieron a la cabina
ocupando el puesto posterior el Capitán Rodríguez, y el Teniente Haya, el
delantero.
Puesto
en marcha el motor –que ya estaba caliente y probado– los aviadores cerraron la
cabina, hicieron señas para que quitaran los calzos e iniciaron el despegue. Eran
las 10 horas y 40 minutos. El carrillo de cola se desprendió cuando había
recorrido unos 200 metros el avión, que se fue al aire tras una carrera de 800
metros. Carlos de Haya mantuvo el avión cerca del suelo para que fuera
adquiriendo velocidad, iniciando a continuación una suave subida, cuando aún no
había alcanzado el límite del campo.
Rodríguez
y Haya, con el 12–71, escoltados por dos avionetas del Aero Club de Sevilla,
comenzaban allí la aventura poniendo rumbo a Utrera, ciudad que sobrevolaban
poco después. El avión marchaba más ligero que lo que podría esperarse con el
peso que llevaba, y con una velocidad indicada de 120 Km/h y un pequeño ángulo
de subida, iba ganando altura progresivamente, llevando ya 1600 metros al pasar
sobre Grazalema, un poco al oeste del Cabezo del Moro que quedó, sensiblemente,
a la misma altura que el aparato. Faltando un minuto para el medio día, pasaba
el 12–71 por la vertical de Estepona, a 2300 metros de altitud, y ascendiendo,
y se internaba en el mar de Alborán que se veía allá abajo azul y luminoso,
rizado por un viento de levante de cierta fuerza; allí, sobre Estepona, se
despidieron las avionetas con amplios y prolongados alabeos que fueron
correspondidos por el Teniente De Haya. El Capitán Rodríguez comunicó su
posición, por radio, a Tablada que acusó recibo y deseó buena suerte a los
aviadores.
A la 1 y 25 alcanzaba el avión la costa africana, abordándola en la kabila de Bocoia, sobre Morro Nuevo, en la bahía de Alhucemas, allí donde seis años antes ambos aviadores habían participado intensamente en las operaciones con las que las fuerzas de Tierra, Mar y Aire habían realizado el primer desembarco llevado a cabo con éxito en la Edad Contemporánea, en una costa fortificada y defendida por el enemigo, iniciando así el último capítulo de la historia de las largas campañas en Marruecos, donde tanta noble sangre española se había derramado. Poco después, estabilizado ya el aeroplano a 3000 metros, pasaba sobre el yebel Amekrán, monte del que una vieja tradición rifeña profetizaba que “si cayera algún día en manos del infiel, los cristianos se apoderarían de la kabila de Beni Urriaguel y la dominarían durante treinta años”. Curiosamente, la profecía se cumplió exactamente.
Volaba el 12–71 a una velocidad sobre el suelo de 135 Km/h llevando una corrección de deriva de 3 grados, para compensar el viento; pronto sobrevolaron las primeras estribaciones del Atlas, cubiertas en la parte española de bosques de coníferas, destacando a la derecha de la ruta el yebel Tidiguín, con su cima de 2450 metros, y la oscura mancha de centenarios cedros, de Ketama; por allí, donde los ásperos picachos de la cordillera superan los 2000 metros, la turbulencia era considerable. Pasó por debajo del avión la ciudad de Tazza, y pronto comenzó a suavizarse el terreno a medida que el 12–71 avanzaba hacia el sur, al tiempo que el paisaje iba empobreciéndose, siendo cada vez más escasas las manchas forestales y más frecuentes los grises pedregales estériles, que se alternaban con algunos espacios mal cubiertos de rala y áspera hierba donde pastaban rebaños de cabras y carneros. A las 4 de la tarde, llegando los aviadores a la vertical de Colom Bechar cuyas construcciones reflejaban el sol ya muy bajo sobre el horizonte, decidieron los aviadores comer unos fiambres y una pastilla de chocolate.
Desde poco antes de las 2 de la tarde, ya con el aeroplano estabilizado al nivel de vuelo elegido, llevaba los mandos “Cucufate”, ya que habían determinado que durante la noche fuera Carlos de Haya quien llevara el peso del pilotaje, y habría de estar descansado.
Navegando
a la estima
El
crepúsculo coincidió con la entrada del avión español en el Sáhara,
internándose entre dos luces en la inmensa soledad del desierto. A las 5 y
media estimó Rodríguez que cortaban el paralelo 30º; acababan de dejar un poco
a su derecha el poblado de Igli, y ya era de noche cuando percibieron, con toda
nitidez las luces de Beni Abbés. Transcurría el vuelo con toda normalidad, y la
navegación que llevaban era a la estima, pues el cielo, cubierto, no dejaba ver
ninguna estrella. El terreno que sobrevolaban era prácticamente llano, y tenía
una altitud media de 600 metros, y aunque el punto más alto del Sáhara –el
monte Tahat, de 2918 metros en el macizo del Hoggar– debía quedar bastante a
oriente de la ruta del 12–71, decidió Rodríguez ascender 500 metros,
continuando el vuelo a 3500.
A
las 7 y 35, unas luces que se divisaron en el suelo y que fueron identificadas por
Cipriano Rodríguez como Raggan, les hizo ver que iban bien en la ruta, que
llevaban una velocidad sobre el suelo de 161 km/h y que cortaban el meridiano
0º, dejándolo al oeste.
El
cielo continuaba cubierto; a las 9 y 17 calculó Rodríguez que el 12–71 cortaba
el paralelo 25º, y unas luces que apenas divisaron, les hizo ver que
sobrevolaban Oualién.
Estaban
los aviadores llegando a la altura del legendario macizo del Hoggar, que
quedaba unos 250 kilómetros al oriente de la ruta, Allí se encuentra el
territorio de los feroces tuareg –“los abandonados de Dios”–, uno de los
grandes peligros que siempre presentó el Sáhara. En Timanraset, único verdadero
poblado permanente, residía a la sazón el administrador francés.
El
paso del trópico de Cáncer que fue cortado a las 10 y media, fue celebrado por
los aviadores con un pequeño refrigerio y una taza de café. Hora y media más
tarde, a las 12 en punto de aquella Nochebuena, sobrevolaba el avión el otro
macizo de importancia del centro del Sáhara, el Adrar de los Iforas, poblado
por los imugar –“hombres libres”– que aquí rechazan el nombre de tuareg y se
llaman a sí mismos, tamasechk. El Adrar de los Iforas es una zona montañosa de
125000 kilómetros cuadrados de superficie, con alturas que se escalonan entre
600 y 1000 metros; su capital es Kidal, y en ella residía el administrador
francés. Los tamasechk son tan sanguinarios como los demás tuaregs.
Nochebuena
en el aire
Los
aviadores se felicitaron mutuamente la Nochebuena, a las 12 de la noche. “Cucufate”
diría más tarde: “¿El momento de la Nochebuena en el aire? ¡Ah! Nada que se
preste a evocaciones literarias. Sin visibilidad y, por tanto, sin el elemento
lírico de las estrellas. Nos limitamos a festejarla bebiendo una copa de
coñac”. El punto medio de la ruta lo determinó el navegante; a la 1 y 25 del
día de Navidad; llevaban recorridos 2156 kilómetros en diecinueve horas y
cuatro minutos de vuelo, a una velocidad media de 146’34 km/h, tomó los mandos Cipriano
Rodríguez para que De Haya pudiera descansar un rato, rato que se prolongó
hasta las 4 de la mañana; 37 minutos después, determinó “Cucufate” que se
encontraban en el meridiano 15º y en el paralelo 5º E, ya superado el desierto,
sobrevolando a la sazón la sabana, y empezando a percibir en el ambiente la
proximidad de la selva del Níger, río famoso en la antigüedad –rival del Nilo–
al que la superstición pagana atribuía un origen celestial.
Poco
después de las 6 y media empezó a clarear el horizonte, por Oriente, y media
hora más tarde, en un cielo ligeramente brumoso, se levantaba el sol iluminando
un paisaje de sucesivas lomas de color ocre, con manchas aisladas de vegetación
y algunos poblados dispersos.
Loa aviadores celebraron la aparición del sol, que daba fin a aquella larga noche, hicieron una ligera comida, y Rodríguez pudo determinar la posición, a las 8, cortando el paralelo 10º. Poco menos de dos horas después, perpendicular a la marcha del avión, se presentó el río Benue, el principal afluente del Níger, que caudaloso y de perezosa corriente fluía hacia el Oeste enmarcado por escarpadas orillas de árido aspecto. El 12–71 cortó el río en el punto en que confluye con el Katsina, lo que confirmó los cálculos de “Cucufate” que situaban al avión ligeramente desviado a la izquierda de la ruta.
Sobre
la selva del Níger
A
las 11 el aeroplano se encontraba a 540 kilómetros de Bata, lo que a la velocidad
que en aquel momento desarrollaba, significaba que faltaban poco más de tres
horas para alcanzar el éxito del raid. Por primera vez, desde que a las 3 y
media de la tarde anterior Tauima había acusado recibo de su informe de
posición, recibían los aviadores respuesta a los mensajes que cada media hora
habían emitido; esta vez, aunque con muchas interferencias y poca claridad,
supieron que Fernando Poo había recibido su comunicación.
Ya
entonces sobrevolaban la selva ecuatorial, inmenso mar de vegetación en el que
todos los tonos del verde estaban representados; acá y allá, caprichosamente
esparcidos, de la semiuniforme superficie sobresalían árboles gigantes que se
elevaban varias docenas de metros sobre el conjunto. Pronto, casi enfrente de
los aviadores empezó a destacarse la enorme mole del monte Camerun, gigante de
4070 metros de altura que se alza a muy poca distancia de la costa en el fondo
de la bahía de Biafra; a pesar de estar el cielo despejado, le rodeaba una
corona de nubes cuya base estaba a unos 3000 metros, y por encima de la cual
asomaba amenazador el cono de su cúspide.
El mar era alcanzado por el 12–71 a las 11 y 43, en una costa cubierta de manglares que llevaban la espesa vegetación de la selva hasta el mismo borde del agua; No tardaron en sobrevolar el amplio estuario del Wuri, en el fondo de uno de cuyos recodos se alza la ciudad de Douala que pasó por debajo de los aviadores sin que apenas se fijaran en ella éstos que solamente tenían ojos para la hermosa isla de Fernando Poo, iluminada por el sol del mediodía, toda verde y brillante destacando en el tranquilo mar, rematada por el majestuoso pico de Santa Isabel, de 3007 metros de altitud; en el centro de la semicircular bahía de Venus, blanca y alegre se extendía Santa Isabel, la capital de la Colonia.
El
avión marchaba con rumbo sur a lo largo de la costa, y cruzó sobre el islote
Malimba, en la desembocadura del Sanaga, sobrevolando un paisaje de selva y
mar, a izquierda y derecha, respectivamente, algo diferente de lo que hasta
entonces habían contemplado los aviadores, ya que en éste, como solución de
continuidad entre la vegetación de la orilla –abundante en cocoteros– y el mar,
se interponía una larguísima playa de dorada arena, interrumpida únicamente de
tanto en tanto, por las desembocaduras de los no escasos ríos. Poco después
alcanzaba el 12–71 la desembocadura del Campo, río que formaba la frontera
norte del territorio español; allí inició Carlos de Haya el descenso, pudiendo
gozar, a medida que se aproximaban al suelo, del estupendo panorama que ofrecía
la selva guineana, coronada de gigantes ceibas y salpicada de pequeños claros
de verde hierba, en muchos de los cuales se alzaban poblados formados por corto
número de chozas.
El
final feliz del raid
El
avión, a 350 metros de altura al llegar a Bata, a la 1 y 45 de la tarde,
efectuó una protocolaria vuelta de saludo sobre la ciudad, maniobra que sirvió
al mismo tiempo para que Haya localizara el terreno dispuesto para el
aterrizaje. El improvisado aeródromo consistía en un claro, amplio y llano,
cubierto de tupida hierba, situado a poca distancia de Bata, y no mucha más de
la costa, junto al río Ecucu. Sus límites estaban señalados con lienzos blancos
junto a los que se apiñaba una considerable cantidad de indígenas, que constantemente
iba aumentando al ir llegando muchos más que, al ver el avión, corrían hacia el
campo. Un bote de humo que se encendió al pasar el aeroplano por la vertical de
Bata, y que fue renovándose hasta que aquél estuvo en tierra, señalaba la
dirección del viento que –muy ligero– soplaba del primer cuadrante.
A
las 13 horas y 52 minutos tocaban las ruedas del 12–71 la suave superficie del
“aeródromo” de Bata. Acababan de cubrir, el Capitán Cipriano Rodríguez y el Teniente
Carlos de Haya, 4312 kilómetros, en un vuelo de veintisiete horas y once
minutos de duración, a una velocidad media de 156,08 kilómetros por hora.
La acogida que los aviadores tuvieron en la Guinea continental española aquel viernes, día de Navidad de 1931, fue extraordinaria; puede asegurarse que ni un solo español del territorio estuvo ausente del campo de aterrizaje. El Gobernador –expresamente llegado de Fernando Poo– y las demás autoridades, recibieron con entusiasmo, al pie del avión, la felicitación navideña que de la lejana patria les llevaban los aviadores en fecha tan señalada, experimentando una gran alegría al poder leer prensa de la Península, con un solo día de retraso. Una gran cantidad de morenos de ambos sexos y todas las edades, aclamó a los oficiales españoles que, aunque algo agarrotados por las veintisiete horas que habían permanecido sin apenas cambiar de postura en las estrechas cabinas, no sentían mucho la fatiga, y que luego de un baño caliente y una comida navideña servida con poco protocolo en la residencia del Subgobernador, quedaron en condiciones de empezar a recibir los agasajos que no cesaron a lo largo de la semana que permanecieron en la Colonia.
En
España, donde se había vivido con gran preocupación la falta de noticias del
12–71 en el curso de todo el día 25, fue creciendo la ansiedad hasta que a
primeras horas del 26 se recibió en la compañía Transradio un telegrama de
Santa Isabel, que decía: “A las 14 horas de ayer aterrizó campo aviación Bata
aparato 12–71 tripulado Rodríguez y De Haya, siendo cariñosamente recibido
autoridades, población española, indígena, ovacionándolos por éxito vuelo.
Aviadores llegaron perfectamente estado de salud. Satisfechísimos buen tiempo
travesía”.
La
llegada de esta noticia llenó de alegría a los españoles que, no por habituados
a los éxitos de los aviadores militares, celebraban menos las hazañas que éstos
prodigaban.
La Dirección de Aeronáutica recibió de los aviadores un telegrama en que informaban: “A las 14 horas tomamos tierra en Bata sin novedad, invirtiendo en el recorrido veintisiete horas diez minutos que se desarrolló sin incidentes por itinerario previsto. Avión y motor en excelente estado. Se procede a revisión. Avisaremos fecha dispuesta para regreso. Saludos respetuosamente. Rodríguez.”
Contestó
el Director de Aeronáutica con otro que decía: “Capitán Rodríguez y Teniente De
Haya. En nombre propio y del Servicio recibid entusiasta felicitación y
fraternal abrazo por vuestro triunfo. Pastor”.
El
éxito de este difícil y arriesgado vuelo –estamos en 1931– se debió a una serie
de factores entre los que los más importantes, fueron: el excelente
comportamiento del motor y del avión en general, consecuencia de la calidad de
fabricación de ambos; la minuciosa preparación del raid realizada por dos de
los aviadores más científicos y técnicos del momento, basada en un concienzudo
estudio meteorológico realizado por el Servicio de Protección de Vuelo; la
acertada elección de la fecha y la hora de su iniciación, para lo que fue
fundamental dicho estudio meteorológico.
Una
de las mayores autoridades aeronáuticas, mundiales, de la época, el Comandante
Emilio Herrera Linares, considerado como uno de los primeros científicos de
Europa por sus trabajos matemáticos de investigación aeronáutica, diría: “Como
español estoy satisfechísimo del vuelo de Rodríguez y De Haya. Merecen toda clase
de elogios por los momentos difíciles que han tenido que afrontar. Por fortuna
tuvieron el acierto de elegir la fecha exacta para realizar el vuelo con las
mejores probabilidades de éxito”.
Los protagonistas del vuelo quitaron importancia a todo lo que pareciese espectacular aventura, y el Capitán Rodríguez diría a los periodistas: “Los buenos vuelos no tienen historia; todo se desenvuelve normalmente. La realización corresponde al cálculo y la aventura se cumple sencillamente”. No olvidó poner un telegrama al jefe de Protección de vuelo en el que decía: “Capitán Rodríguez a Comandante Cubillo. Tiempo durante la ruta exactamente según la predicción de esos servicios. Nuestra enhorabuena y saludo afectuoso”.
Los
días 27 y 28 realizaron sendos vuelos sobre el continente, tomando una serie de
fotografías que resultaron de gran interés para las autoridades de la Colonia.
El 29 se inició la revisión del aparato, llevándola a efecto el cabo
especialista de Aviación Militar, Casiano Ferrer Pérez que, para auxiliar a los
aviadores, había ido con antelación a Bata; éstos participaron en los trabajos de
revisión, y el día 31 quedaba ésta concluida; el estado en que encontraron al
avión era excelente, no obstante, se le cambiaron al motor los filtros y las
bujías. El nacimiento del año 1932 hallaba al 12–71 listo para emprender el
regreso a la Patria.
Dado que el propósito del viaje –unir en un solo salto la Península y la Colonia– había sido logrado y, en consecuencia, el raid coronado con éxito, y considerando que las condiciones del incipiente “aeródromo” de Bata no permitían el despegue del aparato con el peso necesario para afrontar el retorno directo, se proyectó éste en cinco etapas:
- Bata–Niamey (1.250 km.),
- Niamey–Bamako (1.068 km.),
- Bamako– San Luis de Senegal (1.000 km.),
- San Luis–Las Palmas (1.425 km.) y
- Las Palmas–Madrid (1.775 km.); en total, 6.778 km.
Se
inicia el regreso
Despegó
el 12–71 a primeras luces del domingo, 3 de enero; a pesar de lo temprano de la
hora, el aeródromo estaba concurridísimo, tanto de blancos como de nativos que
querían despedir a los aviadores. La mañana era espléndida, y luego de
despedirse de cuantos allí estaban con un expresivo gesto de los brazos,
cerraron la cabina en la que ambos aviadores ocupaban los mismos puestos que en
el viaje de ida, y con facilidad, dado que el avión solamente pesaba 3215
kilos, por llevar combustible, únicamente, para quince horas, se fue al aire
entre el entusiasmo de la multitud; luego de una protocolaria vuelta sobre
Bata, y una pasada al campo, el 12–71 se dirigió directamente a Fernando Poo,
iniciando así la primera etapa del viaje de regreso. Eran las 7 y cuarto de la
mañana.
Hora
y media más tarde el avión sobrevolaba Santa Isabel y efectuaba una órbita de
360 grados, como despedida al Gobernador, continuando el vuelo hacia el
continente y ganado altura para llegar a la costa a 2500 metros, estabilizando
el aeroplano en este nivel, pasándose bruscamente del mar a la selva, del océano
de agua al de vegetación, densísima en el delta del Níger con su laberinto de
brazos de agua que, formando innumerables y frondosas islas, buscaban el mar.
Sobrevolaron durante casi cinco horas la selva que luego se fue aclarando hasta
desaparecer, discurriendo luego el río caudaloso y en ocasiones rápido y
turbulento, por un terreno pedregoso y casi desértico, en el que era muy escasa
la vegetación y no muchos los poblados.
A
las 6 de la tarde, ya con luz crepuscular, aterrizaba el 12–71 en el aeródromo
de Niamey, luego de diez horas y cuarenta y cinco minutos de vuelo, siendo
recibidos los aviadores por el comandante francés y otras autoridades, y una
considerable multitud de blancos y negros que celebraron ruidosamente la
llegada del avión español.
Permanecieron
en Niamey, Rodríguez y De Haya, agasajados por las autoridades y por la colonia
francesa, hasta el martes día 5 en que a las 8 y media de la mañana, despegaron
con destino a Bamako, en la primera parte del curso del Níger.
En
Korondongon, se acabó el raid
El
vuelo se desarrolló sobre un terreno de color ocre, con vegetación rala y
relieve bastante ondulado, al principio, pero pronto los escasos árboles se
hicieron más raros aún, y el 12–71 voló sobre un paisaje pedregoso, alternado
por mesetas muy llanas pobladas de áspera hierba grisacea. Todo transcurría con
normalidad, cuando de modo inesperado se formó una tormenta de arena que, sobre
reducir notablemente la visibilidad, podía resultar peligrosa para el motor que
aún debía cubrir 5.000 kilómetros antes de rematar la misión; esto hizo a
Rodríguez adoptar la decisión de tomar tierra en una zona muy apta para ello,
lisa, limpia y despejada. Era la 1 y media de la tarde, y llevaban volados 820
kilómetros en cinco horas de vuelo.
El
aterrizaje fue perfecto y el avión quedó parado tras un corto recorrido. Los
aviadores saltaron a tierra y comprobaron las buenas condiciones del terreno.
Dos horas más tarde, pasada la tormenta y con el cielo despejado, iniciaron el
despegue para cubrir los 250 kilómetros que les separaban de Bamako, pero cuando
llevaban recorridos unos 100 metros, aún con la cola baja, empezó a sentir De
Haya un rozamiento que frenaba la rueda derecha; cortó motor y, casi
instantáneamente, aquélla se agarrotó, iniciando el avión el caballito a aquel
costado, metiendo el plano izquierdo en tierra, produciéndose en pocos segundos
el desastre, rompiéndose la pata izquierda sobre la que cayó todo el peso del
aparato. Allí terminó el raid.
Estaban
los aviadores a poca distancia del poblado indígena de Korondongon, del que no
tardaron en llegar unos negros de elevada estatura que desde el primer momento
mostraron una actitud de auténtica hospitalidad, conduciendo a Rodríguez y De
Haya –que no habían sufrido lesión alguna– a su poblado, preparando para ellos
un guiso de carne y alojándolos en la mejor choza.
Al
propio tiempo enviaron aviso de la presencia de los aviadores al puesto francés
de Koutiala, a 80 kilómetros de distancia, y de allí se presentó un Teniente
con un automóvil a buscarles, siendo huéspedes del jefe del puesto durante tres
días. Un equipo de mecánicos franceses realizó la recogida del 12–71,
desmontándolo y embalándolo para su traslado a España, y en Koutiala y en Korondongon
permanecieron los aviadores españoles hasta ver terminada la operación,
regresando seguidamente a España.
Desde
la salida del 12–71 de Niamey no se habían tenido noticias de él, y la
inquietud crecía en España donde se temía por la suerte de los aviadores. Este
temor quedó desvanecido el día 7 en que se hizo público un telegrama que, vía
Transradio, decía: “Avión encontrado día 6 a 85 kilómetros de Kutiala. Kutiala
a 300 kilómetros al este de Bamako. Aviadores sin novedad. Sale una columna
francesa a recoger aviadores españoles”.
Este percance sufrido cuando ya había sido logrado el éxito, deslució bastante el triunfo; a su llegada a España, fuera de los medios aeronáuticos, ya casi nadie se acordaba del entusiasmo despertado a su llegada a Guinea. No obstante, los periódicos trataron a los aviadores con justicia, y tanto la prensa nacional como la extranjera, dieron al vuelo toda la importancia que tenía. El 4 de enero de 1932, el londinense The Times, decía: “Dos aviadores españoles han logrado vencer por el aire las misteriosas junglas del continente africano. A partir de este momento se debe a ellos la apertura de una nueva ruta, militar y civil. La civilización les debe este gran servicio que la han prestado. Sus nombres quedarán grabados en la historia del Mundo”.
Haya y Rodríguez, hablan sus hijos
Viven
en Madrid, y disfrutan de una apacible jubilación después de su intensa vida profesional.
Héctor de Haya Gálvez, es el tercero de los tres hermanos hijos del inolvidable
Teniente Carlos de Haya. Es piloto retirado de Iberia tras treinta y dos años
de actividad- en donde le fue concedida la Encomienda de Isabel la Católica por
sus servicios en Guinea- pero antes lo fue del Ejército del Aire volando Sabre
y formando parte de la selección de pilotos para el campeonato del Mundo de
Acrobacia en Bilbao.
Tuvo tres hijos, de los cuales dos, Héctor y Christian, oficiales del ejército del Aire murieron en sendos accidentes de vuelo en acto de servicio. Javier Rodríguez Ibrán, hijo único del Capitán de Ingenieros Cipriano Rodríguez, el conocido “Cucufate”, es ingeniero de caminos, y como tal ha participado en todo tipo de obras civiles; está casado y tiene dos hijas, un yerno y dos nietos. Aeroplano ha querido contar con su valioso, sin duda, testimonio con motivo del vuelo Sevilla-Bata, realizado 75 años antes por sus padres… Hablamos distendidamente en el despacho y con la presencia del General Abós, Jefe del Servicio Histórico y Cultural del Ejército del Aire … comenzamos…
—¿Cuáles
son los primeros recuerdos que conserváis de vuestros padres?
—Los
primeros y únicos recuerdos que tengo de mi padre –habla Héctor de Haya, son
las fotos que había en mi casa y algunos restos del avión con el que pereció en
accidente. Mi madre, a pesar de ser siempre muy escueta en éste punto, nos
transmitió la imagen de él como un enorme amante de su profesión y un gran
patriota.
Tampoco
yo conocí a mi padre, pues murió cuando yo tenía tres años –afirma Javier
Rodríguez–. Me hablaron de él, naturalmente, mi madre y mi primo Carlos
Texidor; vi desde siempre que mucha gente le apreciaba, entre ellos destaca la
familia De Haya; ya sabes –se dirige a Héctor– lo que os he agradecido siempre
a tu madre, Josefina, y a vosotros que me tratarais como un hijo y un hermano.
—¿Cómo
creeís desde vuestra perspectiva actual que esos recuerdos influyeron en
vuestra vida posterior?
—Javier
se acomoda en la silla con un gesto discreto: Siempre consideré a mi padre como
una persona excepcional y por tanto siempre admiré y perseguí la excelencia en
mi trabajo –si lo logré no es opinión mía– pero también el recuerdo de mi padre
me empujó a entregarme a diversas causas de modo idealista y sin fijarme mucho
en el propio beneficio.
Me
influyó la opinión de algún compañero de mi padre cuando me decían “Bueno, tu
serás aviador como tu padre” –contesta Héctor– de ésta manera fui madurando mi
vocación militar y aeronáutica, pero no creas, el hecho de ser hijo de una leyenda
a veces te pone el listón personal y profesional demasiado alto. Tú Javier no has
tenido ése problema al elegir una profesión civil.
—¿Cómo
valoraís la actividad de aviadores de vuestros padres?
—Mi
padre, “Cucu”, –habla Javier– llegó a la aviación en la época heroica, con aparatos
de esqueleto de madera y piel de tela, motores inseguros y cabinas al aire, que
utilizaban aeropuertos rudimentarios y sin ayudas. Estaba todo por inventar y por
escribir, había muchos vuelos a realizar por primera vez y récords por batir.
Tanto Haya como él inventaron, escribieron, batieron records –como se conmemoró
brillantemente el pasado año en el Alcázar de Sevilla– y cruzaron el Sahara por
primera vez. Mi madre me contó que pensaban viajar al Amazonas.
Estoy
de acuerdo con lo que dices –apostilla Héctor– y además si nos atenemos a sus hechos,
a los inventos de mi padre, a sus reconocimientos internacionales y a su
nombramiento como Secretario Técnico de La Dirección General de Aeronáutica en
1935, todo ello los configuran, sin duda, como los pilotos españoles más
destacados de la época, –equiparables a los internacionalmente reconocidos
Nungesser y Coli, Balbo, Bird, Amelia Earhart…, añado– . Y, además, creo que
estarás de acuerdo Héctor, –precisa Javier– ambos contribuyeron a que la
aviación saliese de la etapa heroica y entrase en la normalidad. Es decir,
pasase de ser una actividad arriesgada a otra familiar, cotidiana.
—¿Qué
destacaríais cómo más importante de esta actividad?
—Sin
duda de Carlos, mi padre, su espíritu científico de investigación –su “Integral
de Vuelo” y “Calculador de Vuelo” son ejemplos de ello– y su empeño en
configurar un Arma de Aviación por aquella época inexistente.
Del
mío, Cipriano –interviene Javier– y creo que es poco conocido; la organización
de la 1ª Brigada del Aire, que estuvo operativa en poco tiempo. La Brigada
podía entrar en acción en el frente de Andalucía y dos días después en el de
Cataluña, cruzando la España en guerra con las carreteras y ferrocarriles de
entonces, con todo lo que suponía de traslado de personal, aviones, repuestos,
armamento y todo tipo de suministros necesarios.
—Con
referencia al vuelo Sevilla–Bata que conmemoramos, seguro que teneís alguna
anécdota que contar.
—No
tengo demasiado que referir, porque los documentos del vuelo, que tenía mi madre,
fueron prestados, la mayoría sin devolución, cuando mi padre murió, a
compañeros diversos so pretexto de continuar sus trabajos. Pero recuerdo que mi
madre nos contaba –sonríe Héctor– que cuando “Cucu” y él llegaron a Bata les
regalaron un mono “tití” que al ser tan pequeño lo metía en una de sus botas de
vuelo para que no se muriera de frío.
Poco
después de morir mi padre –sonríe también Javier– mi madre recibió un cuaderno
de gran tamaño con el título de “Hazañas del pequeño Cucu”, lleno de
fotografías y recortes de prensa referente a mi padre, prácticamente todo lo
publicado sobre él hasta entonces, contado como una novela gráfica de suspense,
incluyendo naturalmente los titulares “Sin noticias de los dos aviadores”,
perdidos algunos días en su aterrizaje forzoso del vuelo Bata–Sevilla. Tengo
que localizarlo en casa y enseñároslo, tiene verdadera gracia.
Podría
publicarse en facsimil por el Instituto –apunto, oportunista–…. ¡De acuerdo!;
Os lo entregaré en la próxima visita…afirma Javier.
La
entrevista termina y continúa la conversación informal entre amigos alrededor del
aperitivo. Los herederos de dos mitos aeronáuticos españoles agradecen, tras la
última pregunta solicitándoles su opinión sobre la labor del SHYCEA, el trabajo
riguroso, desinteresado y “más activo que nunca” –subrayan Javier Rodríguez y Héctor
de Haya– del Servicio Histórico por mantener viva nuestra memoria aeronáutica-
“Somos un pueblo, con poca memoria y hay que corregirlo”, termina Javier.
Los
cafés, las tazas ya vacías, son testigos imparciales de una cordial jornada,
tres cuartos de siglo después de uno de los vuelos más significativos de la
aviación española.
José Clemente Esquerdo (IHCA)
(*)
Coronel de Aviación Miembro fundador del IHCA
Fuente:
https://publicaciones.defensa.gob.es