11 de febrero de 2020
Autor:
BBC Mundo
"Todo
lo que se movía", con esas palabras definió el exsecretario de Estado de los
Estados Unidos, Dean Rusk, los objetivos de los bombarderos de su país sobre
Corea del Norte durante la Guerra de Corea (1950-1953).
Los
estrategas del Pentágono bautizaron la misión como Operación Estrangular
(Operation Strangle, en inglés).
Fueron,
según la mayoría de los historiadores, tres años de incesantes e
indiscriminados ataques aéreos que arrasaron ciudades y aldeas en la república
comunista, y causaron decenas de miles de muertos entre la población civil.
Según
le cuenta a BBC Mundo James Person, experto en política e historia coreanas del
Centro Wilson de Washington, esta es una página de la historia de su país no
muy divulgada entre los estadounidenses:
“Como
se produjo entre la Segunda Guerra Mundial y la tragedia de Vietnam, la mayoría
del público estadounidense no conoce mucho de la Guerra de Corea”.
En
Corea del Norte, sin embargo, no la olvidaron nunca. Su recuerdo sigue siendo
una de las razones de la animadversión que impera en el país hacia Estados
Unidos y el mundo capitalista.
Desde
entonces, Pyongyang vio siempre a los EEUU como una amenaza, y la rivalidad
entre ambos es causa de la tensión, ahora en auge, en la región.
Pero,
¿en qué consistió aquel capítulo del conflicto todavía no resuelto en la
península asiática?
Era
1950 y las tropas estadounidenses, secundadas por una coalición internacional,
combatían para rechazar la invasión de Corea del Sur por parte del Ejército del
Norte.
Kim
il-sung, abuelo del actual líder en Pyongyang, había lanzado a sus tropas
contra el sur tras la feroz represión de los simpatizantes comunistas por el
régimen militar asentado en Seúl por Syngman Rhee.
Apoyado
por Stalin en Moscú, Kim Il-sung libró contra sus vecinos meridionales y
Estados Unidos el primer gran conflicto de la Guerra Fría.
En
una primera fase de las hostilidades, el enorme poder aéreo estadounidense se
había limitado a objetivos estratégicos, como bases militares y centros
industriales, pero un factor inesperado lo cambió todo.
Pocos
meses después del estallido de la guerra, China, temerosa del avance
estadounidense hacia sus fronteras, había decidido implicarse para defender a
su aliada Corea del Norte.
Los
soldados estadounidenses empezaron a sufrir cada vez más bajas a causa de los
ataques envolventes de las fuerzas armadas chinas, peor equipadas, pero mucho
más numerosas.
El
profesor Person explica que “para el mando estadounidense era vital interrumpir
los suministros chinos y soviéticos que permitían a Corea del Norte mantener su
esfuerzo bélico”.
Fue
entonces cuando el General Douglas MacArthur, héroe de la Segunda Guerra
Mundial en el Pacífico, decidió empezar con su “política de tierra quemada”.
Ofensiva
aérea total
Aquello
supuso el inicio de la guerra aérea total contra el Norte.
Desde
ese momento, todas sus ciudades y aldeas comenzaron a recibir la visita diaria
de los bombarderos B-29 y B-52 de los EEUU y su mortífera carga de napalm.
Aunque
MacArthur cayó en desgracia poco después, el castigo no cesó.
Según
describió Taewoo Kim, profesor de Humanidades en la Universidad Nacional de
Seúl, todas las ciudades y aldeas del Norte fueron reducidas a escombros.
El
General Curtis LeMay, jefe del Comando Aéreo Estratégico durante la contienda,
declaró mucho después: “Aniquilamos alrededor de un 20% de la población”.
Cálculos
como este son los que llevaron al periodista y escritor Blaine Harden, que
publicó varias obras sobre Corea del Norte, a calificar como “crimen de guerra”
la acción militar estadounidense.
James
Person no lo ve así: “Aquello fue una guerra total en la que todas las partes
cometieron atrocidades”.
Las
estimaciones de investigadores como Kim hablan de que, en los tres años de
guerra, cayeron 635.000 toneladas de bombas en Corea del Norte. De acuerdo con
las cifras oficiales de Pyongyang, 5.000 escuelas, 1.000 hospitales y 600.000
hogares fueron destruidos.
Un
documento soviético emitido al poco de firmarse el armisticio en 1953 cifró en
282.000 los civiles que perecieron solo en las incursiones de los bombarderos.
Resulta
imposible confirmar la exactitud de las cifras, pero nadie niega la magnitud de
la devastación.
Una
comisión internacional que recorrió la capital norcoreana tras la contienda
certificó que no había quedado un solo edificio no afectado por los bombardeos.
Como
les había ocurrido a los habitantes de ciudades alemanas como Dresde en la
ofensiva final de los aliados contra el III Reich, los norcoreanos vieron sus
calles y hogares devorados por las llamas, hasta el punto de que la mayoría de
ellos tuvo que instalarse en diminutos refugios subterráneos improvisados para
salvar la vida.
Eran
poco más que agujeros.
Miedo
nuclear
Mientras
el mundo entero miraba a la península coreana temiendo que los EEUU y la URSS
terminarán enzarzándose en una guerra nuclear abierta, el ministro de
Exteriores de Pyongyang, Pak Hen En, denunciaba ante las Naciones Unidas “el
bestial exterminio de civiles pacíficos por los imperialistas estadounidenses”.
El
relato del ministro contaba que, para asegurarse de que Pyongyang viviera
cercada por los incendios, “los bárbaros transatlánticos” la bombardeaban con
artefactos de acción retardada que iban alternando su detonación, “haciendo
totalmente imposible para la gente salir de sus casas”.
Infraestructuras
esenciales como las presas, plantas eléctricas o ferrocarriles fueron también
sistemáticamente atacadas.
Taewoo
Kim señaló que “en todo el país se hizo imposible llevar una vida normal en la
superficie”.
Así
que las autoridades ordenaron una movilización general y se construyeron
mercados, campamentos militares y otras instalaciones bajo tierra para que el
país pudiera funcionar.
Corea
del Norte se convirtió en una nación subterránea y en permanente alerta
antiaérea.
Según
Person, “toda la ciudad de Pyongyang se trasladó al subsuelo y eso tuvo un
tremendo impacto psicológico en los habitantes”.
Este
experto explica que ese miedo pervive hasta nuestros días y a él se debe que
todavía muchos de los almacenes y dependencias críticas sigan albergados en
sótanos a gran profundidad.
Durante
la noche, los norcoreanos reclutados por el Estado en el marco de la
movilización nacional se lanzaban a un trabajo frenético para reparar las vías
de comunicaciones y plantas energéticas destrozadas durante el día por los
bombardeos.
Poblaciones
enteras que permanecían enterradas al caer el sol para acometer penosas tareas.
El fruto de su trabajo causaba tanta sorpresa como frustración en el mando
estadounidense, que veía como objetivos que sus aparatos habían destruido
estaban en poco tiempo operativos de nuevo por el empeño nocturno de batallones
de obreros norcoreanos.
Estabilizado
el frente terrestre por la incapacidad de ninguno de los dos bandos para
imponerse, la campaña aérea se convirtió en una lucha de desgaste en la que los
civiles norcoreanos se llevaron la peor parte.
Finalmente,
en 1953, tras largas negociaciones, se firmó el armisticio que puso fin a los
combates. El presidente estadounidense, Harry S. Truman, siempre quiso evitar
una escalada del conflicto que pudiera derivar en un choque directo con la
URSS.
Su
sucesor en la Casa Blanca, Dwight D. Eisenhower, también comprendió pronto que
su país no podría mantener indefinidamente el esfuerzo bélico en la península y
la muerte de Iósif Stalin en el mes de marzo alteró el clima político en Moscú,
lo que facilitó el ansiado cese de las hostilidades.
La
historiadora Kathryn Weathersby, de la Universidad de Corea de Seúl, explica
que “sabemos por los archivos soviéticos que Stalin insistía en que las dos
Coreas y China continuaran la lucha para que las fuerzas estadounidenses
siguieran enfangadas en Corea por al menos dos o tres años y así los países del
bloque comunista en Europa del este pudieran rearmarse sin temor a una
intervención”.
Sin
él, el armisticio fue más fácil.
El
acuerdo de paz definitivo y la reunificación de las dos Coreas siguen pendientes,
pero aquello cimentó el mito fundacional al que se sigue aferrando la retórica
oficial norcoreana.
Los
medios de comunicación del régimen norcoreano recuerdan una y otra vez a sus
nacionales el enorme dolor infligido por los aviones extranjeros. Tanto Kim
Il-Sung como sus sucesores Kim Jong-Il y Kim Jong-un se presentaron como
artífices de la heroica resistencia que finalmente libró a la nación de
sucumbir a la “agresión” extranjera.
Se
trata, en palabras de Person, de “reforzar esa narrativa en la que Corea del
Norte fue la gran defensa y su capacidad de disuasión mantiene a los americanos
lejos”.
De
alguna manera, el legado de la guerra actúa como gasolina ideológica para el
régimen de los Kim.
También
es una de las razones que explican su insistencia en desarrollar un arsenal
nuclear disuasorio pese a las reiteradas condenas internacionales.
“Eligieron
utilizar la historia para justificar la opresión de su gente y la miseria”,
zanja Person.
De
acuerdo con los expertos, en su afán propagandístico, las autoridades de
Pyongyang no dudan en deformar un pasado ya lo bastante brutal.
Weathersby
dice que “los museos norcoreanos que recuerdan la guerra rebajan la importancia
de los bombardeos, quizá porque subrayar la superioridad tecnológica
estadounidense haría aflorar preguntas incómodas”.
En
su lugar, según explica esta investigadora, “muestran una narrativa de matanzas
gratuitas supuestamente perpetradas por tropas terrestres estadounidenses”.
Presencia
militar de Estados Unidos alrededor de Corea del Norte.
Para
Weathersby, el hecho de que la partición de la península no se haya resuelto
nunca definitivamente y el potente operativo militar que el Pentágono mantiene
en Corea del Sur y Japón explican que Corea del Norte siga todavía bajo una
especie de estado de excepción permanente.
También
que, como señaló en un reciente artículo en la BBC el analista Justin Bronk,
los pertrechos y munición que el ejército norcoreano guarda junto a su frontera
sur para hacer frente a una hipotética invasión se conserven en silos bajo
tierra.
La
guerra y el fuego que llovía del cielo hicieron de Corea del Norte en un
estado-búnker. Más de sesenta años después, no ha cambiado.
Fuente:
https://www.latercera.com