Por
Luis Fernando Furlan
En
el golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930, que desplazó al gobierno del presidente
Hipólito Yrigoyen, la Aviación Militar argentina participó por primera vez en
un acontecimiento de política interna. Este artículo describe su actuación en
aquella jornada y la influencia de los medios aéreos en el desenlace de la
rebelión militar.
Aquel
hecho pasaría a la historia como el inicio de una serie de quiebres del orden constitucional
que se sucedieron por más de cincuenta años, afectando el proceso democrático
de nuestro país durante el siglo XX. No es intención de este trabajo el
análisis político, sino la narración de los hechos desde el punto de vista
estrictamente aeronáutico.
De
la breve segunda presidencia de Hipólito Yrigoyen (1928-1930) destacaremos el modo
en que el mandatario condujo las relaciones con las Fuerzas Armadas, sus consecuencias
para las instituciones militares y para la defensa y, específicamente, la situación
de la Aviación Militar. Los aspectos mencionados, que se sumaban a la compleja situación
política, económica y social del país, componen el contexto en el que se
produce la intervención de los aviadores militares en el golpe de Estado del 6
de septiembre de 1930.
Segunda
presidencia de Hipólito Yrigoyen (1928-1930)
Hipólito
Yrigoyen, el veterano y carismático líder de la Unión Cívica Radical (UCR), ya
se había desempeñado como presidente de la Nación entre 1916 y 1922. El 12 de octubre
de 1928, a una edad avanzada y con problemas de salud, volvió a ocupar la Presidencia
del país. Su segundo gobierno habría de desarrollarse en un complicado contexto
económico, social, político e institucional.
La
crisis financiera que estalló en los Estados Unidos hacia fines de 1929 pronto adquirió
dimensión mundial y la República Argentina sufrió sus efectos económicos y sociales,
que se prolongaron hasta mediados de la década siguiente: disminución del comercio
exterior y de las exportaciones, suspensión de préstamos e inversiones, y
desocupación.
Por otra parte, se profundizó la división de la UCR entre personalistas (yrigoyenistas) y antipersonalistas (contrarios a Yrigoyen) y comenzaron a surgir disidencias y disputas entre distintas figuras del oficialismo, quienes, aprovechando la edad y la enfermedad del caudillo presidente, pugnaban por ganar posiciones en el partido y competir por la sucesión presidencial que consideraban inminente.
La
débil figura del presidente Yrigoyen, su pretensión de revisar y controlar todo
personalmente, y las luchas internas en su propio sector partidario provocaron
la parálisis de la gestión de gobierno y la carencia de medidas eficaces para
enfrentar los problemas. Esta situación se agravó por la hostilidad de la
oposición en el Senado –donde era Mayoría– dificultando el trabajo legislativo.
Los
sectores contrarios al gobierno (conservadores, radicales antipersonalistas y socialistas
independientes) promovieron una efectiva acción de desgaste sobre el presidente
entre los grupos populares, en la que colaboraron distintos medios periodísticos
y estudiantes universitarios.
Paralelamente, desde los inicios de la década del veinte, nuevas ideologías de corte nacionalista se propagaban en algunos países europeos (en Italia el fascismo, en Francia el nacionalismo de Charles Maurras, en España las ideas de José Primo de Rivera).
En
la Argentina, los grupos conservadores, principales adversarios políticos de Yrigoyen,
y algunos intelectuales y oficiales del Ejército, se convirtieron en receptores
y adherentes de aquellas corrientes.
La
relación entre Hipólito Yrigoyen y las Fuerzas Armadas
La
política militar de Yrigoyen provocó resistencias en las filas castrenses. En
su primera presidencia (1916-1922) había recurrido a las Fuerzas Armadas para
intervenir en acontecimientos internos (como los ocurridos en la ciudad de
Buenos Aires y en la Patagonia), a la vez que designó a civiles como ministros
de Guerra y Marina, provocando recelos en el ámbito militar.
En
su segundo gobierno (1928-1930) el caudillo radical profundizó la penetración
de la política en las instituciones armadas, donde se percibía como perjudicial
la subordinación de la conducción de los asuntos castrenses a consideraciones partidarias
o personales. Eso se manifestó, por un lado, en reparaciones arbitrarias, reincorporación
de personal dado de baja, y promoción de retirados y ascensos especiales para
oficiales que participaron en levantamientos radicales o que simpatizaban con
el radicalismo yrigoyenista; por otra parte, aplicación de relevos, cambios de
destino y pases a disponibilidad para los opositores. Esas actitudes violaban
las normas militares y debilitaban la jerarquía y la disciplina.
Otro
aspecto de la relación de Yrigoyen con las Fuerzas Armadas en su segunda
presidencia fue, por un lado, la tendencia a favorecer al personal a través del
aumento de los montos para el pago de retiros, pensiones, sueldos y beneficios
sociales; y por el otro, el bajo presupuesto destinado a la compra de armamento
y equipos, y al mejoramiento de la infraestructura militar. Con esas decisiones
se paralizaron los programas de modernización, adquisiciones y construcciones
impulsados por la presidencia de Alvear (1922-1928).
Los
diferentes problemas políticos, económicos y sociales, más la actitud del
gobierno hacia las Fuerzas Armadas, provocaron reacciones y descontentos de
carácter profesional en un sector de la oficialidad del Ejército. Hacia fines
de 1929 comenzaron a perfilarse en esa Institución dos corrientes contrarias al
presidente Hipólito Yrigoyen, que buscaban su desplazamiento y el fin de su gobierno.
Dichas tendencias eran:
-La Línea Uriburu, encabezada por el Teniente General José Félix Uriburu, simpatizante de las ideas nacionalistas que por entonces se difundían en Europa y promotor de la influencia militar profesional alemana en el Ejército Argentino. Uriburu había ocupado el cargo de Inspector General del Ejército en la presidencia de Alvear y estaba en situación de retiro desde mediados de 1929. Lo apoyaban conservadores, nacionalistas e intelectuales. Esta línea era minoritaria y se proponía realizar profundos cambios en las instituciones con la aplicación de un programa de tipo corporativo, la reforma de la Constitución y la sustitución de la Ley Sáenz Peña por un sistema de voto calificado.
-La Línea Justo, liderada por el General Agustín P. Justo, quien fuera ministro de Guerra de Alvear. Constituía el sector Mayoritario. Entre sus principales colaboradores se encontraban los Tenientes Coroneles José María Sarobe y Bartolomé Descalzo. Lo acompañaban conservadores, radicales antipersonalistas y socialistas independientes.
Su
objetivo era el retorno a la situación política anterior a los gobiernos
radicales, es decir, una vuelta al conservadurismo político. Proponía respetar
la Constitución Nacional y la Ley Sáenz Peña, y convocar rápidamente a
elecciones para ganarlas y llevar al poder de nuevo a los conservadores.
La
Aviación Militar argentina en la segunda presidencia de Yrigoyen
La Aviación Militar permanecía dentro de la estructura del Ejército[1] y se hallaba organizada como Dirección General de Aeronáutica, creada[2] el 4 de mayo de 1927, que dependía del Inspector General del Ejército. Era el órgano asesor del Ministerio de Guerra en todo lo referido a la aeronáutica y tenía como misión la organización y el empleo de los medios aéreos; el reclutamiento del personal, su instrucción y preparación para la guerra; la elaboración de los reglamentos; y la administración y adquisición del material.
Las facultades de aquella Dirección General se extendían, también, al ámbito de la Aviación Civil, a través de la Dirección de Aeronáutica Civil. Este organismo se ocupaba de fomentar las actividades de las instituciones aeronáuticas civiles, estudiar y aplicar la legislación aérea, supervisar el tráfico aéreo, proponer la organización de escuelas de vuelo, sugerir el establecimiento de líneas aeropostales y administrar los campos de aviación.
De
la Dirección General de Aeronáutica dependían la Secretaría, la Dirección de
las Escuelas Militares de Aeronáutica, el Comando de la Aviación Militar, el
Comando de la Aerostación Militar, la Dirección Aerotécnica, el Parque Central
y los Depósitos, la División Administrativa, la Dirección de Aeronáutica Civil
y la División Movilización.
En cuanto a las unidades, existían dos bases aéreas militares, creadas en 1929, una en El Palomar y otra ubicada cerca de la ciudad de Paraná (provincia de Entre Ríos). En la Base Aérea Militar de El Palomar tenía su asiento el Grupo Nº 1 de Observación y una Escuadrilla de Caza, mientras que en la Base Aérea Militar de Paraná se encontraban el Grupo Nº 3 de Observación y el Grupo Nº 4 de Observación.
Para la formación del personal de aviadores, observadores y pilotos militares se contaba con la Escuela Militar de Aviación, que funcionaba dentro del predio de la Base Aérea Militar de El Palomar. Ese Instituto se creó por decreto del 10 de agosto de 1912, fue disuelto en 1922 y reinició sus cursos en 1925.
Próxima a la ciudad de Córdoba se encontraba la Fábrica Militar de Aviones, inaugurada en 1927, cuyos primeros trabajos consistieron en la construcción, bajo licencia, de los aviones Avro 504 K Gosport y Dewoitine D-21 y sus correspondientes motores (Gnôme 100 CV, Armstrong-Siddeley-Mongoose 140 CV y Lorraine-Dietrich 450 CV).
La
Aviación Militar estaba compuesta por las siguientes aeronaves:
- Avro 504 K Gosport (para escuela e instrucción elemental);
- Breguet XIX (para ataque, reconocimiento, observación y bombardeo);
- Dewoitine D-21 (monoplaza de caza);
- Dewoitine D-25 (biplaza de caza);
- Bristol F-2B Fighter (para caza y reconocimiento);
- Junkers F-13 (transporte)
- Curtiss Fledgling (para escuela y entrenamiento).
La
doctrina enfatizaba el rol de la aviación como instrumento al servicio del
Ejército para efectuar misiones de exploración, reconocimiento, observación,
apoyo de fuego cercano y reglaje del tiro de la artillería. Así lo demostraba
el predominio de unidades de observación, compuestas por escuadrillas de
exploración y artillería. Sin embargo, la Aviación Militar también podía
realizar acciones de bombardeo y combates aéreos, y se
encaminaba
a alcanzar y definir una identidad institucional más autónoma, tal como lo
demostraría, por ejemplo, el proyecto de creación de una Subsecretaría del Aire
o de Aeronáutica (1931) en el ámbito del Ministerio de Guerra.
La escasa atención del segundo gobierno de Yrigoyen por las cuestiones de la defensa afectó a la Aviación Militar, al punto de quedar prácticamente reducida a su mínima expresión[3]. El estado de la Aviación era descripto como crítico, precario y en situación de estancamiento y hasta se llegó a afirmar que no existía aviación nacional.
Por
ejemplo, se dejó de aplicar la Ley 11266 de modernización y equipamiento de las
Fuerzas Armadas, sancionada en la presidencia de Alvear, que preveía adquisiciones
para la Aviación Militar.
Los escasos recursos redujeron la capacidad operativa y afectaron la actividad industrial que desarrollaba la Fábrica Militar de Aviones. Una muestra de ello es que el presupuesto asignado a la Aviación Militar en 1929 era el mismo que el de 1923.
Debemos aclarar que a principios de la década del veinte solamente existía el Grupo Nº 1 de Aviación y que en 1929 se contaba con los aviones y materiales adquiridos en la presidencia de Alvear, dos bases aéreas militares, la Escuela Militar de Aviación, la Fábrica Militar de Aviones, tres grupos de observación y una escuadrilla de caza. En ese período, además, se habían ampliado las actividades de las aviaciones civil y comercial.
La Dirección General de Aeronáutica era considerada un organismo anémico por tener que funcionar con recursos desproporcionados respecto a su estructura y responsabilidades. En 1929, por ejemplo, el porcentaje del presupuesto del Ejército asignado a la Aviación era del 3%, mientras que las autoridades aeronáuticas consideraban que la proporción adecuada debía alcanzar el 8,1%.
Entre
las necesidades detectadas se sugería dictar una ley de cuadros y ascensos específica
para la Aviación Militar y organizar el reclutamiento de personal técnico y su
correspondiente escalafón.
También
se propuso crear un nuevo organismo superior, regido por una sola autoridad,
para unificar, centralizar y supervisar toda la actividad aeronáutica.
Por
su parte, las aviaciones civil y comercial no contaban con una orientación coherente
y definida.
Entre
las prioridades señaladas por la Dirección General de Aeronáutica en el crítico
año 1929, se destacaban: reactivar los trabajos de la Fábrica Militar de
Aviones e incluirla, junto con la Escuela Militar de Aviación, en el
presupuesto del Ejército; adquirir y renovar material aéreo con aplicación de
la Ley 11266; y establecer campos de aviación.
Al
comenzar el mes de septiembre de 1930 los principales cargos de la Dirección
General de Aeronáutica estaban ocupados por las siguientes autoridades:
- Director General de Aeronáutica: Coronel Jorge Bartolomé Crespo,
- Secretario: Mayor Antonio Parodi,
- Comandante de la Aviación Militar: Teniente Coronel Pedro Zanni,
- Comandante de la Base Aérea Militar de El Palomar: Teniente Coronel Elisendo Pissano,
- Comandante de la Base Aérea Militar de Paraná: Teniente Coronel Alberto González Albarracín,
- Jefe interino del Grupo N º1 de Observación: Capitán Victoriano Martínez de Alegría,
- Jefe interino del Grupo N º3 de Observación: Capitán Juan Martínez,
- Jefe del Grupo N º4 de Observación: Capitán Pedro M. Avilés,
- Director interino de la Escuela Militar de Aviación: Capitán Segundo Figueroa,
- Director interino de la Fábrica Militar de Aviones: Capitán Bartolomé de la Colina,
- Director de Aeronáutica Civil: señor Salvador A. Bavastro.
La
jornada del 6 de septiembre de 1930 y la participación de la Aviación Militar
Antecedentes
y preparativos Generales
Desde julio de 1929 el Coronel Luis J. García, miembro fundador y primer presidente de la Logia “General San Martín”[4] y ex Director del Colegio Militar de la Nación, expresaba, desde su situación de retiro, su oposición y crítica a la política militar del presidente Yrigoyen a través de publicaciones en La Nación. Los periódicos con los artículos del Coronel García “[…] llegaban a los casinos de los cuarteles y bases aéreas, a los buques de la Armada y a las oficinas de institutos y reparticiones militares. Los jefes y oficiales los leían y releían con avidez […] Les constaba por otros conductos que las irregularidades y arbitrariedades no eran invención sino palpables realidades”[5].
Las
ideas del Coronel García despertaron interés y adhesión entre algunos jóvenes oficiales
de la Aviación Militar, como, por ejemplo, los Capitanes Claudio Rosales y Pedro
Castex Lainfor y el Teniente Primero Claudio Mejía, quienes lo visitaban en su departamento
de la calle Uruguay Nº 115, en la ciudad de Buenos Aires. Frecuentaban, también,
ese domicilio el Teniente Coronel retirado Francisco S. Torres (piloto aviador civil
y ex miembro de la Logia “General San Martín”) y el Teniente aviador militar Pedro
R. Domínguez.
Por otra parte, existían oficiales vinculados a la aviación que respondían al yrigoyenismo. El General de Brigada Enrique Mosconi, por ejemplo, no era aviador, pero había tenido una brillante gestión como Director del Servicio Aeronáutico del Ejército durante la primera presidencia de Yrigoyen. Entre los partidarios del presidente, también, se encontraban el Teniente Coronel aviador militar Atilio Esteban Cattáneo, el Teniente Coronel Valentín Olaechea (ex inspector de Estudios y profesor de la Escuela Militar de Aviación) y el Mayor retirado Raúl Barrera, quien tampoco era aviador, sino que se había graduado de ingeniero en construcciones aeronáuticas en Alemania.
Entre enero y febrero de 1930 el grupo que dirigía el Teniente General José Félix Uriburu asumió la iniciativa para desplazar al presidente Hipólito Yrigoyen y a su gobierno.
El
General Agustín P. Justo, por su parte, prefirió adoptar una posición
expectante y permitió que los Tenientes Coroneles José María Sarobe y Bartolomé
Descalzo colaboraran con el Teniente General Uriburu. Entre los aviadores
vinculados al sector uriburista encontramos, por ejemplo, al ya nombrado Teniente
Coronel Francisco S. Torres, admirador de Uriburu[6]
y defensor, como él, de la influencia militar profesional alemana; y, también,
al Teniente Primero aviador militar Alberto Uría Daguerre, quien frecuentó el domicilio
del Teniente Coronel Descalzo durante las reuniones previas al golpe.
La
participación de la Aviación Militar en las acciones a efectuarse contra el
gobierno de Yrigoyen aparece mencionada en las propuestas para el plan militar
del golpe elaboradas por el Teniente Coronel Sarobe[7]
y presentadas al Teniente General Uriburu el 21 de junio de 1930. Sobre el
papel específico de la Aviación Militar, se le otorgaba a ésta una especial
importancia como arma de ataque, instrumento para lograr efecto moral, medio de
comunicación y elemento de propaganda, lo cual exigía estudiar con profundidad
su empleo en el marco de los siguientes principios: absoluta reserva en los preparativos,
precisión y detalle en la organización, ejecución oportuna de todas las operaciones,
rapidez y amplia libertad de acción. Igualmente se buscó coordinar las
actividades de la Aviación Militar con la Aviación Naval e incluso se evaluó
obtener elementos de la Aviación Civil por requisa o incorporados
voluntariamente. También se prestó atención al alistamiento de numerosos
oficiales aviadores.
De
acuerdo con lo señalado, la Aviación se utilizaría, por ejemplo, para lanzar manifiestos
contrarios al gobierno de Yrigoyen en el momento oportuno y, también, para
distribuirlos en el interior del país; de esa manera, las aeronaves podrían
servir como instrumento de extensión y proyección del golpe.
Posteriormente, la Aviación Militar se menciona nuevamente en la Orden de Operaciones preparada por el Estado Mayor del Teniente General Uriburu[8] para la acción que se proyectaba iniciar el 30 de agosto, que se frustró por acontecimientos de último momento y por cierta incertidumbre. En aquella Orden se establecía que los aviones de la Base Aérea Militar de El Palomar deberían efectuar vuelos de demostración sobre la ciudad de Buenos Aires, sin hacer fuego, excepto, en caso de ser atacados, y mantener en todo momento contacto con el Teniente General Uriburu; paralelamente, las escuadrillas de la Base Aérea Militar de Paraná realizarían también demostraciones aéreas sobre Buenos Aires. Dichos vuelos serían el anuncio de que el golpe había comenzado. Todos los aviones militares tendrían la Base de El Palomar como centro de operaciones.
La
Aviación Militar constituía un instrumento de gran valor para las acciones
contra el gobierno yrigoyenista y era considerada clave para el desarrollo y el
éxito del golpe. Su empleo contemplaba diferentes misiones y variantes,
especialmente de propaganda y de acción psicológica, aunque también las
tradicionales de comunicación y enlace, y potencialmente de bombardeo en casos
de extrema necesidad. Las misiones confiadas a la Aviación Militar para la jornada
del 6 de septiembre se apoyaban, en líneas Generales, en las propuestas del Teniente
Coronel Sarobe y en la Orden de Operaciones del Estado Mayor de Uriburu.
Al
tanto de las maniobras de Uriburu, el ministro de Guerra, Teniente General
retirado Luis Dellepiane, renunció el 2 de septiembre de 1930, luego de que el
presidente Yrigoyen se negara a adoptar medidas de defensa para sofocar el
inminente golpe. Lo reemplazó en forma interina el ministro del Interior,
Elpidio González. Tres días después, por razones de salud, Hipólito Yrigoyen
delegó el mando presidencial en el vicepresidente doctor Enrique Martínez,
quien inmediatamente decretó el estado de sitio en la ciudad de Buenos Aires.
El 5 de septiembre los líderes del golpe ajustaron los últimos detalles para iniciar las acciones el día siguiente y dispusieron que los aviones de El Palomar comenzaran sus actividades a primera hora de la mañana. Los vuelos se extenderían sobre las unidades militares cercanas a Buenos Aires (Campo de Mayo, San Martín y Ciudadela); las existentes en la ciudad (Palermo) y también sobre la zona céntrica de la Capital Federal y Puerto Nuevo. Como estaba previsto, estos vuelos serían la señal del inicio del golpe.
Los aviones arrojarían proclamas contrarias al gobierno yrigoyenista para ganar adhesiones entre militares y civiles y su presencia serviría para incitar a los oficiales rebeldes de las guarniciones castrenses a convencer a sus camaradas y a las tropas de que se sumaran; además, los aviones debían sobrevolar los buques de la Marina de Guerra fondeados en Puerto Nuevo a manera de saludo y solidaridad hacia las tripulaciones que simpatizaban con el golpe. También se previó la participación de la aviación civil para ampliar y complementar las acciones de la Aviación Militar y la obtención de bombas en el polvorín “Sargento Cabral”, cercano a Campo de Mayo, para aumentar el armamento de las escuadrillas de El Palomar.
Gracias
al apoyo del gobernador antipersonalista de la provincia de Entre Ríos, doctor Eduardo
Laurencena, los partidarios del golpe lograron extender sus actividades a la Base
Aérea Militar de Paraná, cuya adhesión se obtuvo con anticipación.
Como
la iniciativa de las operaciones estaría a cargo de los efectivos militares de
las guarniciones cercanas a la ciudad de Buenos Aires, se resolvió que las unidades
del interior que se plegaran permanecerían en sus cuarteles a la espera de
órdenes. Es así que la Base Aérea Militar de Paraná debería estar alerta para
dirigirse hacia Buenos Aires, apenas llegara la comunicación correspondiente[9].
De acuerdo con el Teniente Coronel Alsogaray si el oficial enlace de la 3ª
División del Ejército (con comando en Paraná) “aceptaba entrar en la revolución
debía tomar contacto de inmediato con el Jefe de la Base Aérea de Paraná, quien
ya estaba comprometido”[10].
Los
sucesos en la Base Aérea Militar de El Palomar
La Base de El Palomar fue una de las primeras unidades que manifestó su decidida adhesión al golpe y que colaboró activamente en los preparativos (según la revista Aero “fueron las águilas guerreras de la guarnición las primeras que se lanzaron a la lucha cívica”[11]). Prácticamente, la totalidad de sus efectivos se plegó. Fue también la unidad que anunció, formalmente, el inicio de las acciones en aquel amanecer del 6 de septiembre de 1930.
Durante
los preparativos del golpe los oficiales aviadores destinados en El Palomar demostraron
“un espíritu encomiable y estaban todos seguros de intervenir en la acción”[12].
El Teniente Coronel Juan B. Molina, mano derecha del Teniente General Uriburu e
integrante de su Estado Mayor, afirmó[13]
que en la “Base Aérea de El Palomar, gran parte de la oficialidad era
igualmente nuestra” y destacó la “voluntad inquebrantable de los oficiales
subalternos de la Base del Palomar en el sentido de ir hasta solos al movimiento”
y la decisión de la Escuela Militar de Aviación de “llevar las cosas adelante”.
En la noche del 4 de septiembre se realizó una reunión preparatoria:
“La
obra de conquistar adeptos se había realizado con tal precaución, que, dos días
antes del estallido, no se sabía en El Palomar cuáles eran los oficiales comprometidos.
Solamente el 4 de septiembre, a las 22, se realizó en la habitación del Teniente
Guaycochea la primera reunión General de los comprometidos, y fueron muchos los
que se asombraron al verse reunidos por una misma aspiración, dado que muchos
de los que algunos compañeros habían dudado se encontraban presentes. En esta
reunión se procedió a la distribución de los cargos que cada cual ocuparía en
el momento de la acción”[14].
En la noche del 5 de septiembre[15] el Director General de Aeronáutica Coronel Jorge Bartolomé Crespo convocó a una reunión a los oficiales de la Base para felicitarlos por la disciplina de la unidad con motivo de recientes disturbios y para exhortarlos a apoyar al gobierno de Yrigoyen. Finalizada la reunión y retirado ya el Coronel Crespo, los oficiales rebeldes realizaron una nueva reunión. En ese último encuentro se confirmó que los dirigentes del golpe en la Base Aérea Militar de El Palomar serían los Capitanes Claudio Rosales y Pedro Castex Lainfor, mientras que el Teniente Primero Edmundo Sustaita actuaría como oficial de enlace con el Teniente General Uriburu. La labor del Teniente Primero Sustaita fue muy importante, pues se dedicó a promover conversaciones políticas y a pulsar la opinión de los oficiales de la Base de El Palomar para conocer la manera de pensar de cada uno y las posibilidades de que acompañaran el golpe.
Se definió que al amanecer del día 6 comenzaría la acción. Se especificó el horario y la señal convenida, se designó al personal para detener a los oficiales de la Base que no aceptaran incorporarse al golpe y se impartieron estrictas instrucciones para los puestos de guardia. Estas acciones debían efectuarse con decisión, energía y rapidez.
Durante la noche del 5 y la madrugada del 6 se vivieron momentos de incertidumbre, nerviosismo y frustración en la Base de El Palomar. Oficiales rebeldes llegados de Campo de Mayo comunicaron que las unidades comprometidas con el golpe no podrían levantarse por estar vigiladas por tropas leales al gobierno. Esa noticia fue confirmada por oficiales que llegaron de San Martín, quienes, por otra parte, aseguraron que el Colegio Militar de la Nación, en pleno, se pronunciaría en favor del golpe. A las 02.00 del día 6, llegó a la Base el General Elías Álvarez, comandante de la 2ª División del Ejército (Campo de Mayo) para realizar una inspección, que finalizó sin novedades. Para aumentar la tensión, no se tenían noticias del Teniente Primero Sustaita, enviado a media noche para una comisión, quien recién llegó a El Palomar en las primeras luces del día 6, luego de permanecer demorado unas horas en una comisaría de la zona.
No
obstante, las incidencias señaladas, el personal de la Base (oficiales,
suboficiales, mecánicos, armeros, soldados) se dedicó con intensidad, silencio
y entusiasmo a alistar y poner a punto los aviones con su respectivo armamento
(ametralladoras de “torrecilla” y de “capot”; bombas de 200, 100, 50 y 10 kg de
explosivos, y los correspondientes lanzabombas), además del combustible.
Las aeronaves que intervendrían en los inminentes acontecimientos fueron los Avro 504 K Gosport, Breguet XIX, Dewoitine D-21 y Dewoitine D-25. Para el General de Brigada Eduardo Fernández Valdez, amigo del General Agustín P. Justo y simpatizante del golpe contra el gobierno de Yrigoyen, “con la Aviación no podía contarse sino como una fuerza moral, porque carecía de ametralladoras y de bombas y que la instalación de los elementos adecuados requeriría mucho tiempo”[16].
Los preparativos mencionados se realizaron prácticamente a oscuras, ayudados apenas con las luces de linternas de mano y con el oportuno aviso de imaginarias adecuadamente distribuidos. Si bien los aviones militares ya tenían sus misiones claramente asignadas, es interesante advertir que el alistamiento de aquellas aeronaves respondió también a la necesidad de contener posibles ataques terrestres e incluso aéreos de elementos leales al gobierno contra la Base de El Palomar.
Alrededor de las 6:30 del 6 de septiembre un agudo y prolongado toque de la sirena, utilizada para indicar el comienzo de la jornada laboral, anunció que, desde la Base de El Palomar, se daba inicio formal al golpe de Estado. De inmediato, todos corrieron a sus puestos. La oficialidad, con la asistencia de suboficiales y soldados, se preparó para neutralizar a los contrarios a la rebelión. Los pilotos y mecánicos sacaron los aviones de los hangares y los alinearon en la pista, listos para entrar en acción. Los comandantes de las compañías hicieron formar a sus tropas frente a los hangares y las arengaron para excitar los ánimos.
Los
oficiales leales al gobierno fueron detenidos y alojados en un pabellón elegido
con anticipación, donde se colocó la correspondiente custodia. Dichos oficiales
fueron:
- Teniente Coronel Elisendo Pissano (comandante de la Base Aérea Militar de El Palomar)
- Mayor Antonio Parodi (secretario de la Dirección General de Aeronáutica y profesor de la Escuela Militar de Aviación)
- Capitán Victoriano Martínez de Alegría (jefe interino del Grupo Nº 1 de Observación)
- Capitán Segundo Figueroa (Director interino de la Escuela Militar de Aviación)
- Capitán aviador militar Aníbal Barros
- Capitán Enrique Bartrons
- Capitán aviador militar Juan Elíes
- Teniente primero aviador militar Héctor Grisolía (profesor de la Escuela Militar de Aviación)
- Teniente Primero aviador militar Justo Ossorio Arana
- Teniente Primero asimilado doctor Matías Calandrelli
- Teniente Horacio Lagos (alumno de la Escuela Militar de Aviación)
- Teniente piloto militar Raúl Barrenechea
- Teniente Rubén Barros
- Subteniente Pedro V. Mórtola (alumno de la Escuela Militar de Aviación).
Durante
la detención de aquellos oficiales, al parecer, se vivieron momentos de
tensión:
“Un
Subteniente joven, César R. Ojeda, en puertas del ascenso y pospuesto por el
conocido desequilibrio de cosas, adscripto al personal del primer grupo de
observación, fue el encargado de vérselas con el Subteniente Pedro V. Mórtola […].
Ojeda exigió la rendición de Mórtola pistola en mano. Este no ofreció
resistencia. Poco después el Coronel Crespo era herido de un balazo, según las
referencias del mismo Ojeda, a raíz de que se negara a facilitar la salida de
los aviones, los cuales fueron ocupados por todos los pilotos como si se
tratara de alguno de los tantos ejercicios diarios que se realizaban en el
campo de El Palomar”[17].
Sobre
el Director General de aeronáutica, Coronel Jorge Bartolomé Crespo, otra
versión afirma que no tuvo participación alguna en los sucesos del 6 de septiembre
de 1930 y que solamente en la mañana del 7 se dirigió a El Palomar a
entrevistarse con la oficialidad[18].
En
cuanto al Mayor Antonio Parodi, al presentarse éste en la Base fue detenido a
punta de pistola por el Teniente Samuel Guaycochea. Conducido a su lugar de
reclusión por un pelotón de soldados, el Mayor Parodi se cruzó con el Capitán
Castex Lainfor, uno de los líderes del golpe, quien supervisaba los
preparativos de las aeronaves para una misión:
“Al
verlo, el Mayor Parodi se dirigió a éste y le dijo: “Pero, Capitán, ¿qué están haciendo
ustedes? Están colocando la aviación por el suelo”.
“No,
mi Mayor –contestó el Capitán Castex Lainfor–. Esta es la única vez que la
aviación está en el aire”[19].
Otra
versión señala que:
“…
al tener noticia del estallido, el Mayor Parodi, según nos manifestó, se dirigió
inmediatamente a El Palomar para plegarse al movimiento, pero su colaboración
no fue aceptada por haber manifestado en conversaciones particulares que no
consideraba llegado el momento oportuno para apelar a la fuerza como recurso
extremo para terminar con la situación anormal del país, no obstante reconocer
la responsabilidad del gobierno”[20].
En
aquellos momentos se hicieron presentes en la Base de El Palomar algunos
políticos de la oposición, como el dirigente antipersonalista doctor Leopoldo
Melo, quien fue acompañado por el Teniente Coronel retirado Francisco S.
Torres. Controlada la situación, la Base de El Palomar presentaba el siguiente
panorama:
“En
la pista del campo de aviación aparecía desplegada una crecida cantidad de
aparatos, evidentemente listos para emprender el vuelo. En la techumbre del
cuartel más próximo a la vía, y aún en los más distantes […] podían verse ametralladoras
dispuestas con el personal necesario para su manejo. En el centro del campo, la
leve columna de humo que suele provocarse para fijar antes de los vuelos la
dirección del viento, elevaba su grisáceo penacho”[21].
“Sobre
el amplio campo de aviación se presentó a nuestra vista el hermoso espectáculo
de la larga fila de pájaros mecánicos listos para levantar vuelo cada uno con
su piloto y acompañante, con su dotación completa de ametralladoras,
municiones, bombas de mano, carabinas y revólveres”[22].
Poco
después, la Segunda Compañía de la Base fue puesta a disposición del Teniente Coronel
Pedro Rocco y colaboró en la exitosa acción que, luego de un corto tiroteo, logró
la adhesión de la Escuela de Comunicaciones y sus tropas (instaladas en la Guarnición
de El Palomar). Durante esta escaramuza, se produjo un hecho tragicómico cuando,
en medio del tiroteo para rendir al Director de la Escuela, Mayor Brito Arigos,
y a otros oficiales, aterrizó un avión de procedencia desconocida, cuyo piloto
fue expulsado a punta de pistola por uno de los oficiales de la compañía de la
Base.
El
aviador, a duras penas, pudo levantar vuelo y se alejó del lugar. Luego se supo
que ese piloto era el señor Carlos Alberto Echevaguren Serna, un aviador civil
plegado al golpe que voló a El Palomar para coordinar acciones con los
militares rebeldes[23].
La Segunda Compañía fue dirigida por alumnos de la Escuela Militar de Aviación: el Teniente Carlos Insúa y los Subtenientes César Raúl Ojeda, Eduardo Chueca y Federico Ruiz. Los efectivos de Comunicaciones se dirigieron luego a San Martín y se incorporaron al Colegio Militar de la Nación.
El
grueso de los efectivos de la columna que marchó a la ciudad de Buenos Aires al
mando del Teniente General Uriburu lo integró el Colegio Militar de la Nación. Es
de notar que en dicho Instituto prestaban servicios dos oficiales con
antecedentes aeronáuticos que acompañaron al golpe. Uno de ellos, el Teniente Coronel
José Baldomero de Biedma, era profesor de topografía y dibujo, se había
diplomado de Piloto de Globo y Piloto Aviador Civil Internacional (1913) y de
Aviador Militar (1914); el otro era el Capitán Valentín Campero, Comandante de
la Compañía de Ingenieros y profesor de topografía y explosivos, quien poseía
el diploma de Piloto Aviador Civil Internacional desde 1917. También se
encontraban en la columna del Colegio Militar el Teniente Juan Ignacio San
Martín y el Subteniente Oscar Pablo Delfino, quienes no eran aviadores, sino
que se formaron como técnicos aeronáuticos.
Cuando el Colegio Militar comenzó su movilización se le facilitaron tres aeronaves militares para su protección y para mantener el enlace con la sede del Instituto. Por otra parte, efectivos de las compañías de aviación de la Base de El Palomar marcharon hacia Buenos Aires con la columna al mando del Teniente General Uriburu que integraban el Colegio Militar de la Nación y Comunicaciones y le brindaron seguridad[24].
Hacia
el mediodía, el Teniente aviador militar Pedro R. Domínguez, el Sargento Primero
Avelino Agüero y un soldado efectuaron un golpe de mano terrestre con un camión
de la Base de El Palomar sobre el Polvorín “Sargento Cabral” logrando sustraer
ochenta bombas de 10 kg para los Breguet XIX. Para controlar las comunicaciones,
efectivos de El Palomar también tomaron las estaciones que la Unión Telefónica
poseía en Morón y en Caseros.
Actividades
de la aviación militar de El Palomar
Los
vuelos desde la Base Aérea Militar de El Palomar se iniciaron alrededor de las
7:30 y se extendieron de manera casi permanente hasta las últimas horas de la
tarde. Los aviones sobrevolaron la ciudad de Buenos Aires, Puerto Nuevo y
distintas unidades del Ejército de la Capital Federal (Palermo) y de algunos puntos
de la provincia de Buenos Aires (Campo de Mayo, Ciudadela, La Plata, Mercedes).
Inicialmente, en previsión de posibles ataques desde tierra, los aparatos
volaron a una altura prudencial.
Las
misiones de los aviones militares consistieron en anunciar el comienzo del
golpe, arrojar proclamas contra el gobierno[25]
y realizar demostraciones aéreas para incitar, motivar y convencer a la
población civil y a las tropas a que se plegaran al golpe.
Las aeronaves debían, además, facilitar las comunicaciones y la transmisión de informes e instrucciones entre la Base de El Palomar, el comando de Uriburu y las unidades adheridas; brindar seguridad a la columna que marchaba hacia Buenos Aires; efectuar exploración aérea sobre los accesos a la ciudad de Buenos Aires y los cuarteles de Campo de Mayo, Liniers y Palermo; e incluso realizar bombardeo, si fuera necesario, para evitar la ofensiva de las unidades leales al gobierno de Yrigoyen.
Entre
los vuelos iniciales, un avión procedente de El Palomar aterrizó en el Colegio Militar
de la Nación, donde los cadetes y el resto de los efectivos se preparaban para marchar
hacia la Capital, a fin de comunicar que en aquella Base Aérea ya se cumplían con
las instrucciones correspondientes.
Los vuelos sobre Buenos Aires se concentraron especialmente sobre los cuarteles de Palermo (sede del Comando de la 1ª División del Ejército), la zona de Plaza de Mayo, Casa de Gobierno y Puerto Nuevo (donde estaba fondeada la flota) y alcanzaron a reunir hasta 22 aeronaves militares, que se organizaron en distintas escuadrillas y formaciones aéreas. Distintos barrios de la ciudad de Buenos Aires fueron igualmente sobrevolados por las aeronaves militares[26].
En sus numerosas pasadas los aviones inundaron con proclamas la zona céntrica de la ciudad, y, de esa manera, contribuyeron a profundizar la desorientación y la confusión en que se encontraba el gobierno nacional, que fue víctima de una eficaz propaganda y acción psicológica que debilitaron los intentos de resistencia política y militar.
Justamente,
mientras los aviones sobrevolaban la Casa Rosada, entre el elenco gobernante
reinaba un clima de desorganización, confusión, descontrol, ignorancia y pánico;
esto mismo se verificó, específicamente, respecto a la visión que desde el gobierno
se tenía de la Aviación Militar:
“[…]
tanto el ministro de Guerra […], y el del Interior […], abrigaban respecto de
las fuerzas aéreas militares, un concepto equivocado. […] ignoraban en absoluto
la conspiración que minaba ya la base de El Palomar, desde la oficialidad a la
tropa; […] suponían, con el fundamento que le otorgaba la desidia oficialista
para con la quinta arma de nuestro Ejército, que los aviones militares no
estaban en condiciones de realizar una acción efectiva. Dos errores que debían influir
posteriormente, en forma decidida, en el éxito de la Revolución[27]“.
Otra
muestra de la impotencia defensiva del gobierno frente a la Aviación quedó demostrada
cuando los aeroplanos volaban sobre la sede del Poder Ejecutivo y los soldados
allí destinados no les hacían fuego, permitiéndoles que continuaran con sus acciones
de propaganda sin inconvenientes. Hasta se dio el caso de que “uno de los pilotos
más audaces, se lanzara en dos o tres ocasiones sobre las antenas radiotelegráficas
para destruir los cables de las mismas, consiguiendo, después de varias
tentativas, su propósito[28]“.
En estas circunstancias, un periódico oficialista señalaba:
“Esta
mañana [del 6 de septiembre] han estado volando sobre la ciudad una cantidad de
aviones (se trataba de los militares) que arrojaron profusamente unas proclamas
revolucionarias. Han pasado muy bajo y los radicales […] hubiéramos podido
bajarlos a tiros, pero no lo hicimos porque no queríamos que sobre el pueblo
cayeran basuras”[29].
Los pilotos combinaron las misiones aéreas con demostraciones acrobáticas que conformaron un atractivo espectáculo. Con esos sorprendentes vuelos y el ronquido de los motores, los aviadores generaron un notable impacto psicológico entre la población de Buenos Aires, que no tardó en manifestar vivamente su admiración y adhesión hacia los hombres del aire; como ejemplo de ello, seleccionamos los siguientes testimonios:
“[…]
grandes escuadrillas aéreas patrullaban el cielo de la ciudad […] causando general
asombro. La mayoría de las personas miraba atónita semejante despliegue de
fuerzas aéreas”[30].
“Más
avanzada la tarde […] dejaron oír los potentes ruidos de sus motores varios
aeroplanos inconfundiblemente militares, que evolucionaron sobre el Congreso,
la plaza y los alrededores, a veces con verdadera audacia, al punto de que se
producían algunas corridas del público varias veces creyéndose que determinados
aparatos iban a aterrizar en la avenida Callao. Tal era la escasa altura a que
volaban, apoyados sobre un ala. Fue un espectáculo impresionante y que demostró
la pericia de nuestros aviadores militares”[31].
“El
zumbido de los potentes motores despertó desde luego la atención de las gentes”[32].
“[…]
los aviones mantuvieron la expectativa de la población volando a tan escasa
altura que en ocasiones apenas superaban la de los edificios más elevados. Los
aparatos pudieron ser entonces observados en todos sus detalles, divisándose
claramente su armamento, constituido por la ametralladora situada en la torre
que rodea el asiento del observador y los lanzabombas […] el isócrono roncar de
los motores no dejó de oírse sino durante breves intervalos […] el raudo paso
de las máquinas constituyó el espectáculo que con más insistencia y más
llamativamente solicitó el interés de la población. Tan pronto como la silueta
de los aviones aparecía en un punto determinado la gente invadía las azoteas y
los balcones y los peatones se detenían a contemplarlos hasta que se perdían de
vista.
La
correcta formación de las escuadrillas y las arriesgadas maniobras de los aparatos
[…] que pasaban a menudo casi al ras de los edificios provocaban en todas
partes comentarios admirativos. Poco antes de mediodía los Breguet desaparecieron
del centro de la ciudad, pero poco después hicieron su aparición varios
monoplanos Dewoitine, de caza, […] que llegaron a la Plaza de Mayo y
evolucionaron a lo largo de la costa, ejecutando uno de ellos algunas maniobras
acrobáticas con admirable precisión”[33].
“[…]
con sus vuelos a baja altura, levantaron el espíritu de la población […] para
que se plegaran al movimiento”[34].
“[…]
los transeúntes se lanzaron a la mitad de la calle para observarlos y pocos
segundos después, personas que se veía, por su indumentaria, se habían
levantado del lecho y los contemplaban regocijados”[35].
Otro
aspecto importante a tener en cuenta fue la representación de los aviadores
como mensajeros o heraldos de la libertad, tal como sucedía en sectores de la
sociedad opositores al gobierno de Yrigoyen. Ejemplos de ello son los
siguientes testimonios:
“Los aviones […] son portadores de la excelsa nueva”[36], o aquel que expresó que “el pueblo experimenta ya la sensación de su próxima liberación y […] nutridos grupos de personas agitan sus pañuelos saludando a los heraldos del movimiento revolucionario”[37]. El vuelo del primer avión militar sobre la ciudad de Buenos Aires provocó un impacto notable: “Para felicidad del país […] a las 7.40 apareció por fin el avión aguardado”[38]. Esa aeronave, que llevaba como piloto al Teniente Primero Martín Rafael Cairó y como observador al Teniente Francisco Vélez, anunció el inicio del golpe y sobrevoló los cuarteles de Palermo, la Plaza de Mayo y Puerto Nuevo.
Según
un comentario de la doctora Rosana Guber al autor de este trabajo, “el desafío
de la altura, y la cercanía con el cielo y todas sus connotaciones
sobrenaturales para muchas culturas, y principalmente para la cristiana, es
atractivo y aterrorizante a la vez”[39].
Dicha percepción estuvo presente en los vuelos de la jornada del 6 de septiembre.
Valga por lo tanto un ejemplo de ello, refiriéndose al avión del Teniente Primero
Cairó y del Teniente Vélez: “El avión avanzaba velozmente expandiendo la nueva
jubilosa […]. Las manos se alzaron hacia el aeroplano como una invocación y los
labios dijeron oraciones silenciosas”[40].
Las
actividades aéreas pudieron ayudar a inclinar a la población civil a mostrar su
simpatía por los acontecimientos que se desarrollaban (según el General
Fernández Valdez “Buenos Aires fue sorprendido por el vuelo de numerosos
aviones militares”[41])
Las exhibiciones aéreas no eran extrañas para los porteños, quienes, ya desde mediados del siglo XIX y sobre todo a partir de la primera década del siglo XX, se concentraban con entusiasmo e interés para presenciar aquellos espectáculos maravillosos, audaces y llenos de adrenalina, cuya dosis de exotismo se conservó por bastante tiempo en el imaginario social de la Buenos Aires de la época. La aviación demostraba su importancia como instrumento de acción psicológica y de propaganda sobre la población civil.
Se
destacaron igualmente los vuelos sobre la importante guarnición militar de
Campo de Mayo para lanzar proclamas e inclinar las tropas a favor del golpe. Al
producirse los primeros vuelos, el comandante de la 2ª División del Ejército, General
Elías Álvarez (quien finalmente no se plegó a los rebeldes), solicitó al jefe
de la Guarnición de El Palomar que se efectuara exploración aérea sobre Bella
Vista, Morón, avenida Rivadavia y Campo de Mayo; que trasladara con urgencia
los aviones disponibles a Campo de Mayo; y que procediera a detener a un avión
que lanzaba proclamas sobre esa guarnición militar. Ya avanzada la mañana, el
ministro de Guerra (a cargo del ministro del Interior Elpidio González) ordenó
al jefe de la Base Aérea Militar de El Palomar que cesara el vuelo de los
aviones y que se cerraran los depósitos de combustible y el Arsenal de Guerra
para que no se facilitaran elementos de combate a la aviación. Ninguno de estos
requerimientos fue satisfecho.
La principal resistencia al golpe se concentró justamente en Campo de Mayo, donde el Director de la Escuela de Infantería, el Coronel Avelino Álvarez, logró contener a algunas unidades para evitar que se incorporaran a las acciones contra el gobierno. Es por ello que las demostraciones aéreas sobre Campo de Mayo fueron frecuentes.
Cuando
la situación de Campo de Mayo todavía no estaba clara para los líderes del golpe,
a media mañana se envió hacia allí, desde la Base Aérea Militar de El Palomar, un
avión con el Teniente Primero Juan L. Garramendy y el Teniente Feliciano
Zumelzú para obtener información. La aeronave aterrizó en el Regimiento Nº 2 de
Artillería e inmediatamente ambos aviadores fueron capturados y conducidos como
prisioneros a las instalaciones del Regimiento Nº 4 de Infantería.
Alrededor de las 14 despegó de El Palomar un Breguet XIX piloteado por el Teniente Eduardo Ruiz y que llevaba al Subteniente Enrique Lafrenz como observador y artillero a cargo de las dos ametralladoras. La aeronave voló hacia Mercedes (provincia de Buenos Aires) para entregar un parte del Teniente General Uriburu al jefe del Regimiento Nº 6 de Infantería, en el que se le solicitaba plegarse y dirigirse hacia la Capital Federal.
El
Teniente Coronel Diego Mason, jefe de esa unidad, acató la orden y horas
después partió por tren con sus tropas para Buenos Aires. En esa oportunidad,
la aviación permitió proyectar el golpe y obtener el apoyo de unidades del
interior.
Gracias
a los partes arrojados por los aviones, los efectivos plegados al golpe conocieron,
por ejemplo, la organización de la columna del Colegio Militar, la marcha de
las tropas de Comunicaciones hacia San Martín para unirse a aquel Instituto, la
resistencia de Campo de Mayo y el desarrollo del avance hacia Buenos Aires de
los efectivos dirigidos por el Teniente General Uriburu. En uno de sus vuelos
de enlace el Teniente Primero Sustaita sufrió un accidente mientras piloteaba
un Avro Gosport, del cual salió ileso, aunque le provocó daños a la aeronave.
Uno de los líderes de los aviadores, el Capitán Castex Lainfor, comentó[42] que a partir del momento en que la columna integrada por el Colegio Militar de la Nación y por los efectivos de Comunicaciones y de Aviación salió de San Martín, los aviones militares lo mantenían al tanto de las novedades. Otros testimonios (por ejemplo, del Teniente Coronel Emilio Kinkelín, secretario de Uriburu) señalaron que en algunos momentos, especialmente en las primeras horas de las acciones, las informaciones facilitadas por los aviones fueron contradictorias y provocaron cierta incertidumbre[43].
Con
el correr de las horas, el contacto entre el comando del golpe y la Aviación
Militar se hizo más fluido: “Luego, las comunicaciones con el jefe de la revolución
se hicieron frecuentes y los informes e instrucciones se sucedían a cada instante.
En cumplimiento de esas instrucciones las máquinas continuaban volando sin
descanso”[44].
En Ciudadela, en el límite con la ciudad de Buenos Aires, el Teniente Coronel Francisco Bosch, al mando del Regimiento N º8 de Caballería, se mantuvo leal al gobierno, mientras que dentro de la ciudad los cuarteles de Palermo, el Regimiento de Granaderos a Caballo, el Arsenal de Guerra y el Departamento Central de Policía también decidieron sostener al gobierno.
Los
sucesos en la Base Aérea Militar de Paraná
La Base Aérea Militar de Paraná, donde se encontraban los Grupos N º3 de Observación y N º4 de Observación, había sido “trabajada” con anticipación para comprometerla con el golpe. Ya el 5 de septiembre se había presentado en la Base el señor A. Zimmermann, emisario del Teniente General Uriburu, quien traía la orden con las instrucciones a seguir; allí se indicaba que los aviones de la Base de Paraná debían volar sobre la ciudad de Buenos Aires y luego aterrizar en El Palomar, donde recibirían nuevas misiones[45].
En
la madrugada del 6 de septiembre llegó a Paraná, en avión, el Coronel Enrique Pilotto
(ex presidente de la Logia “General San Martín”), quien se entrevistó con el gobernador
antipersonalista de la provincia de Entre Ríos, doctor Eduardo Laurencena, y
con el comandante de la 3ª División del Ejército, General Aníbal Vernengo[46].
Pocas
horas más tarde, el Comando de la 3ª División del Ejército informó a El Palomar
que la Base Aérea Militar de Paraná manifestaba su adhesión y reconocimiento al
golpe.
El
personal de la unidad se plegó por iniciativa del Teniente aviador militar
Alberto Ferrazzano. Poco después, el Capitán Castex Lainfor confirmó que el
jefe supremo de las tropas rebeldes era el Teniente General Uriburu.
Entre
los oficiales de la Base que adhirieron al golpe se encontraban el Mayor
Vicente Andrada, el Capitán Juan Martínez y los Tenientes Augusto Bolognini,
Luis Brizuela, Carlos Federico Mauriño y Anacleto Llosa. Según referencias del Capitán
Oscar Silva (enlace de los líderes del golpe en la 3ª División del Ejército),
el comandante de la Base, Teniente Coronel Alberto González Albarracín, se manifestó
inicialmente reacio a acompañar el golpe hasta que, finalmente, aceptó plegarse[47].
El Capitán Silva recuerda los preparativos iniciales:
“Hasta
ese preciso instante las cosas marchaban perfectamente, pero a partir de él
empezaban a surgir las dificultades. La más grave de todas era que la mayoría de
las máquinas se encontraban en desarme y ajuste general, para ponerlas en condiciones
de visitar a la Fábrica Militar de Aviones de Córdoba. […]
Sin
pérdida de tiempo se comenzó a armar dichas máquinas con toda la premura posible,
a fin de tenerlas en condiciones de vuelo para el momento oportuno.
Gracias
a la encomiable actividad desarrollada por todos los oficiales y mecánicos
comprometidos en dicha Base, a las 7 de la mañana del día 6 se encontraban en
la pista listos para partir, con el equipo completo, 8 aviones[48]”.
Las aeronaves quedaron preparadas para entrar en acción y colaborar con las actividades que desarrollaban los aviones de la Base Aérea Militar de El Palomar. Por otra parte, la Base de Paraná recibió instrucciones de mantenerse en alerta a la espera de órdenes e inició un intercambio de radiotelegramas con El Palomar, Campo de Mayo y San Martín para conocer la situación en Buenos Aires y sus alrededores, y coordinar acciones.
Durante
aquellas comunicaciones, el encargado de la estación radiotelegráfica de Campo
de Mayo (el Sargento Primero Alfredo Tachini, plegado al golpe) fue sorprendido
por el Teniente Coronel Atilio Cattáneo (aviador militar leal al gobierno), quien
lo presionó para que suspendiera los contactos con Paraná y con los adherentes
al golpe e incluso intentó, sin resultado, hacerle transmitir mensajes falsos
firmados por el Teniente General Uriburu que informaban sobre el fracaso del
golpe para frustrar el apoyo de la Base de Paraná. Son interesantes los
detalles de la discusión entre el Sargento Tachini y el Teniente Coronel
Cattáneo[49]:
“Recibió [Tachini] un radio de Paraná para la Base Aérea de El Palomar
comunicando que dos aviones habían decolado para dicha Base. Terminaba de
retransmitirlo cuando lo sorprendió nuevamente el Teniente Coronel Cattáneo y
le arrebató el despacho. Díjole luego que “no había tal revolución; que sólo se
trataba de esos cuatro gatos de aviación y de comunicaciones y de esos pobres
chicos del Colegio Militar”. Como el sargento se negó a transmitir los
comunicados falsos, Cattáneo le dijo para convencerlo “Vea, en sus manos está
la salvación de esos pobrecitos aviadores que vienen a una muerte segura”.
Oficiales
de la Base de Paraná también se encargaron de controlar las comunicaciones de
la zona. Se apoderaron de las estaciones radiotelegráficas e hicieron difundir
mensajes sobre el triunfo del golpe y que la 3ª División del Ejército estaba
con el Teniente General Uriburu. Dichos mensajes se extendieron por las áreas
aledañas e incluso alcanzaron a llegar a Buenos Aires.
Al ser interceptadas las comunicaciones radiotelegráficas por las autoridades de Campo de Mayo, recién en la tarde, luego de las 16, partieron desde Paraná, rumbo a El Palomar, dos Breguet XIX de la escuadrilla de exploración del Grupo N º4 de Observación. Dichas aeronaves eran la Nº 29 (piloto Teniente Alberto Ferrazzano) y la Nº 32 (piloto Teniente Luis Brizuela), las cuales llevaban como pasajeros al Capitán Oscar Silva y al secretario privado del Teniente General Uriburu, el señor A. Zimmermann (según el Capitán Silva el civil que voló en uno de esos aviones fue el doctor Santiago Rey Basadre, secretario del Coronel Enrique Pilotto)[50]. Como se carecía de informaciones precisas sobre la situación y el desarrollo de los acontecimientos y ya se acercaba la noche, los aviones aterrizaron en Baradero y allí permanecieron el resto del día en espera de órdenes.
Actuación
de la Aviación Civil
En
los preparativos del golpe estaba prevista la participación y la cooperación de
la Aviación Civil para actuar de manera conjunta con la Aviación Militar. Según
parece, en los días previos al golpe, existieron conversaciones y reuniones
entre los Capitanes Claudio Rosales y Pedro Castex Lainfor, el Teniente Claudio
Mejía, el Mayor Eduardo Olivero y el señor Enrique Zimmermann para determinar
la actuación de la Aviación Civil.
El
ya nombrado Teniente Coronel retirado Francisco S. Torres fue el encargado de coordinar
aquel apoyo. Este oficial había estado destinado en la Escuela Militar de
Aviación como comandante de la compañía y también como alumno (1916), se había
graduado de Piloto Aviador Civil Internacional (brevet otorgado por el Aero Club
Argentino) y poseía experiencia en materia de Aviación Civil ya que había
trabajado en la organización del Departamento de Aviación Civil del Servicio
Aeronáutico del Ejército (1922) y como jefe del Departamento Aviación Civil y
Meteorología de dicho servicio (1924-1925). Al crearse la Dirección General de
Aeronáutica se lo designó en 1929 como jefe de Líneas Aéreas de la Dirección de
Aeronáutica Civil.
Iniciado
el golpe, el Teniente Coronel Torres, con un grupo de soldados de la Base de El
Palomar, tomó el aeródromo “Presidente Rivadavia” (ubicado en Morón). Como
medidas de seguridad se colocaron centinelas de guardia en los caminos de acceso
al aeródromo y se controló el tránsito de personas.
Las
aeronaves del Centro de Aviación Civil fueron enviadas a la Base Aérea Militar
de El Palomar, tarea en la que colaboraron los aviadores civiles Marcelino
Viscarret, Celestino Corbellini, Gerardo Varela, Alberto Arata, Carlos Alberto Echevaguren
Serna, Guido Solana y Alejandro Castelnuovo, quienes permanecieron en El
Palomar. Entre ellos también contamos a Guillermo Hillcoat, quien había
alcanzado renombre y prestigio por su famoso raid entre San Fernando (Buenos
Aires) y Lima (Perú) efectuado a fines de 1924 como adhesión a los festejos por
el centenario de la batalla de Ayacucho.
Debemos señalar que en un telegrama enviado por el Teniente General Uriburu a la Base Aérea Militar de Paraná se informaba que entre los efectivos que marchaban a sus órdenes sobre la ciudad de Buenos Aires se encontraba “toda la Aviación Civil”[51].
Los
pilotos civiles acompañaron a los aviadores militares en las numerosas
demostraciones aéreas que se realizaron sobre Buenos Aires y Campo de Mayo: “la
casi totalidad de los pilotos civiles compartían los propósitos que animaron el
pronunciamiento, y estuvieron desde un principio de acuerdo en coadyuvar al
mejor éxito del mismo”[52].
Un
accidente fatal
Las
unidades de Campo de Mayo comprometidas con el golpe no podían plegarse porque
eran contenidas por las tropas leales al gobierno que estaban al mando del Coronel
Avelino Álvarez, Director de la Escuela de Infantería, quien a su vez contaba con
los efectivos de la Escuela de Artillería. Por esta razón, los aviadores
militares de El Palomar realizaban evoluciones aéreas sobre Campo de Mayo para
incitar a las unidades a plegarse y a doblegar la actitud de las reacias e
indecisas.
Poco después de las 15, las aeronaves militares de El Palomar dirigidas por el Capitán Claudio Rosales y las civiles encabezadas por Guillermo Hillcoat efectuaron una demostración aérea sobre Campo de Mayo. Al culminar la operación, quedó solamente en vuelo el Dewoitine D-25 que piloteaba el Capitán Rosales y que llevaba como acompañante al mecánico Leopoldo Atenzo. En una de sus pasadas sobre el Regimiento Nº 2 de Artillería, el avión perdió altura y cayó dentro del edificio de la 1ª Batería de aquella unidad. La aeronave se incendió y ambos tripulantes murieron carbonizados.
En
el accidente, resultaron heridos por las llamas dos soldados del Regimiento N º4
de Infantería. Ese acontecimiento fue un duro impacto para el personal de la
Base Aérea Militar de El Palomar, y para los aviadores militares rebeldes
significó la pérdida de un camarada y de uno de sus líderes en las acciones
contra el gobierno constitucional[53].
Respecto
al fatal accidente del Capitán Rosales, su muerte fue considerada según la visión
propia de la época, como un caso de auténtico martirio, consecuencia de una actividad
todavía arriesgada y hasta poco común como era el vuelo.
El
Capitán Pedro Castex Lainfor, quien quedó al mando de los efectivos
aeronáuticos de El Palomar, ordenó inmediatamente una nueva demostración aérea
sobre Campo de Mayo para determinar las causas de la tragedia. De haberse
producido como consecuencia de disparos desde tierra, se procedería a efectuar
un bombardeo aéreo sobre los cuarteles de Campo de Mayo. La misión le fue
confiada al Teniente Primero Claudio Mejía. Luego de una serie de pasadas,
incluso algunas realizadas a baja altura, Mejía regresó a la Base de El Palomar
sin novedad, ya que no sufrió ningún tipo de agresión. El hecho se dio por
terminado y no se emprendieron represalias.
El
22 de octubre de 1930 el ministro de Guerra firmó una resolución para sobreseer
definitivamente el sumario instruido para averiguar las causas de la caída y la
destrucción del avión y de la muerte del Capitán Rosales y de su acompañante,
el mecánico Atenzo. Sobre el accidente existen distintas versiones:
- Que el aparato chocó un árbol y perdió estabilidad
- Que el avión realizó una maniobra (¿acrobacia?) a escasa altura
- Que la aeronave sufrió el incendio de su tanque de nafta
- Falla del motor[54].
Medidas
defensivas del gobierno contra la Aviación
Para
oponerse al avance de la columna comandada por Uriburu, a partir de las 13:30 se
organizó en Palermo (sede del comando de la 1ª División del Ejército) un
importante núcleo de resistencia con los Regimientos N º1 y N º2 de Infantería.
Estas tropas se distribuyeron en una línea de defensa que se extendía desde la
estación y el terraplén del Ferrocarril Buenos Aires al Pacífico (sobre la
avenida Santa Fe y la actual avenida Intendente Bullrich) hasta la avenida
Alvear (actual del Libertador), que permitía controlar las avenidas Cabildo y
Luis María Campos, los cuarteles del 1 de Infantería y los corralones municipales
de Palermo. Para contrarrestar la acción de los aviadores se emplazaron armas
antiaéreas.
Poco
después, escuadrillas de aeroplanos efectuaron vuelos de reconocimiento sobre
aquella zona: los soldados del 1 de Infantería “les apuntaron con sus armas
antiaéreas, aunque con la orden estricta de retener el fuego hasta el último
momento”[55].
Para
permitir el paso de la columna de Uriburu, la Aviación Militar recibió la orden
de atacar a las tropas concentradas en Palermo con bombas y ametralladoras, pero
como comenzaron a plegarse al golpe y la presencia de civiles en el lugar era
importante, no se recurrió a ninguna medida de fuerza.
Cerca
de allí, sobre la avenida Luis María Campos, tenían sus sedes la Escuela
Superior de Guerra del Ejército y el Regimiento de Granaderos a Caballo.
El Instituto estaba comprometido con el golpe, en tanto que el Regimiento permanecía fiel al gobierno y se contenían los intentos de algunos de sus integrantes por adherirse a la rebelión. En esos momentos los aviones militares sobrevolaban la zona. Ante esta situación, el jefe del Regimiento, Coronel Luis María Vásquez, dispuso que se colocaran ametralladoras en las puertas de la unidad en dirección a la vecina Escuela Superior de Guerra y sobre las partes altas del cuartel “para hacer con ellas fuego a los aviones”[56].
Respecto a la defensa antiaérea establecida en Granaderos, el Teniente Coronel Sarobe recuerda que los oficiales comprometidos “habían sacado a las ametralladoras algunas piezas esenciales, para que las armas automáticas no pudieran funcionar sin la voluntad de ellos”[57].
Otros
testimonios de época sostienen que:
“El jefe del regimiento (Granaderos), Coronel Vázquez, dispuso que se emplazaran ametralladoras frente a las puertas del regimiento, y en dirección a la Escuela Superior de Guerra, donde estaban reunidos todos los alumnos y profesores de la misma, a la espera de las noticias. El Coronel Vázquez dispuso también que se alistara la tropa, se prepararan los automóviles blindados y se emplazaran más ametralladoras sobre las partes altas del edificio, para con ellas hacer fuego a los aviones. No sabía el Coronel Vázquez que los oficiales comprometidos, más listos que él, habían sacado a las ametralladoras algunas piezas de precisión para que no pudieran funcionar sin su voluntad[58]”.
Sobre el Departamento Central de Policía también hicieron sentir su presencia los aviadores militares. El señor Jorge Ibarra García, un radical yrigoyenista que el 6 de septiembre se desempeñaba como ayudante del jefe de Policía, señaló que la moral de las tropas policiales podía ser quebrantada por los vuelos de las aeronaves militares, las cuales “descendieron con impresionante velocidad, peinando casi con su tren de aterrizaje la cornisa del edificio de la Jefatura”[59]. Por lo tanto, era necesario hacerles fuego desde la sede del Departamento. Fue así que se solicitó la correspondiente autorización al Ministerio de Guerra (que finalmente no se concedió) y hasta se pensó en recurrir a la Aviación Naval de Punta Indio para repeler las actividades de los aviadores militares (según Ibarra García, “bien pueden estar aquí los aviones navales en breve rato. Ellos no han traicionado y son pilotos capaces”)[60].
La
defensa de la Base Aérea Militar de El Palomar
La
principal amenaza para la Base Aérea Militar de El Palomar fueron las tropas de
Campo de Mayo que comandaba el Coronel Avelino Álvarez, quien manifestó su
decisión de atacar y tomar la Base. El Teniente Coronel Álvaro Alsogaray
(plegado al golpe) recuerda el siguiente diálogo con el Coronel Álvarez: “Te
advierto que en el caso de que quieras tomar cualquier medida, la Aviación
cumplirá con las órdenes que tiene”.
“Me
contestó que él se adelantaría a echar mano de la Base Aérea del Palomar”[61].
Para esta operación, la Escuela de Artillería debía comenzar las acciones con el fuego de sus cañones, y luego la Escuela de Infantería avanzaría para ocupar las instalaciones.
El
Capitán Castex Lainfor se encargó de establecer una rigurosa vigilancia en
distintos puntos cercanos a la Base para evitar cualquier sorpresa y evaluó la
posibilidad de emplear los aviones para bombardear las tropas que avanzaran
desde Campo de Mayo.
Entre otras medidas de defensa analizadas en El Palomar, se le sugirió al líder de los aviadores militares que, si la situación lo exigía, tratara de habilitar como base aérea el aeródromo de Puerto Nuevo, para lo cual debía trasladar allí los elementos necesarios.
En las últimas horas de la tarde llegó a El Palomar el comandante de la Aviación Militar Teniente Coronel Pedro Zanni, quien se encontraba de licencia por haber contraído matrimonio. Este oficial se enteró tardíamente del inicio del golpe, pero apenas conoció los hechos, se dirigió a El Palomar, asumió el mando y organizó la defensa de la Base junto con el Capitán Castex Lainfor. Para ello se alistaron las aeronaves para operaciones de bombardeo aéreo y se ubicaron ametralladoras en sitios clave[62].
La
situación de incertidumbre y de tensión que se vivió en El Palomar se extendió durante
la noche e incluso en la madrugada siguiente. Según referencias de época, “las
tropas de Campo de Mayo […] constituyeron la pesadilla de los aviadores militares”[63].
En ese contexto, se informó que la Aviación Militar debía estar lista para bombardear,
en las primeras horas del día 7 de septiembre, a las escuelas de Infantería y Artillería
si ambos Institutos no se entregaban o plegaban al movimiento[64].
Sin embargo, el Capitán Castex Lainfor afirmó que “por la noche hubo la falsa
alarma, de que la Escuela de Infantería atacaría la Guarnición de El Palomar,
cosa que no pasó de tal”[65].
Fin
de la jornada. Triunfo del golpe y desplazamiento del gobierno de Yrigoyen
Entre las 17.30 y las 18 se produjo un violento tiroteo en la zona del Congreso Nacional entre la columna al mando de Uriburu y los elementos pertenecientes al yrigoyenismo, que pronto fueron neutralizados. El edificio del Congreso Nacional, desde donde los yrigoyenistas hicieron fuego, fue ocupado por efectivos al mando del Capitán piloto aviador civil Valentín Campero.
Alrededor
de las 18 el Teniente General Uriburu entró a la Casa de Gobierno y se reunió
con el vicepresidente doctor Martínez, quien todavía ejercía el cargo
presidencial delegado por Yrigoyen. Como el doctor Martínez se negó
reiteradamente a renunciar, Uriburu lo presionó con la amenaza de realizar un
bombardeo aéreo sobre el Arsenal de Guerra y el Departamento Central de Policía[66].
Finalmente, luego de unos minutos de reflexión, el doctor Martínez firmó su
renuncia y se retiró de la Casa de Gobierno. Poco después, cerca de las 20,
Hipólito Yrigoyen se dirigió a la ciudad de La Plata y presentó su renuncia ante
el jefe del Regimiento Nº 7 de Infantería. A las 20.30 se rindió el Arsenal de
Guerra.
En la noche del 6 y las primeras horas del día siguiente, las tropas del Regimiento 4 de Infantería se plegaron al golpe y se dirigieron a la Base de El Palomar para reforzar su defensa, aun cuando el gobierno de Yrigoyen ya había sido desplazado. Ello quebró la ofensiva del Coronel Avelino Álvarez, quien finalmente fue tomado prisionero en la madrugada mientras se dirigía a El Palomar (según fuentes periodísticas el Coronel Álvarez fue detenido por dos oficiales aviadores y traído a Buenos Aires custodiado por el Capitán Castex Lainfor)[67].
El 7 de septiembre por la mañana llegaron a la Base de El Palomar los dos Breguet XIX que habían partido de Paraná en la tarde del día anterior, luego de haber permanecido en Baradero. Por la tarde arribaron a El Palomar otros cuatro aviones procedentes de la Base Aérea Militar de Paraná.
La
Dirección General de Aeronáutica luego del 6 de septiembre Establecido el nuevo
gobierno presidido por el Teniente General Uriburu se produjeron diversos
cambios en el personal de la Aviación Militar, que reflejaban la actitud de los
oficiales respecto a los recientes sucesos. El Teniente Coronel Ángel María
Zuloaga fue el nuevo Director General de Aeronáutica, y como secretario de esa
dirección General se designó al Mayor Darío Becerra Moyano. El Teniente Coronel
retirado Francisco S. Torres fue nombrado interventor de la Dirección de
Aeronáutica Civil.
Por
otra parte, el Coronel Jorge Bartolomé Crespo (ex Director General de
Aeronáutica) pasó a disponibilidad; el Mayor Antonio Parodi (ex secretario de
la Dirección General de Aeronáutica y profesor de la Escuela Militar de
Aviación) y el Capitán Victoriano Martínez de Alegría (ex jefe interino del
Grupo Nº 1 de Observación) fueron destinados a la Dirección General de Personal
del Ejército; el Capitán Segundo Figueroa (ex Director interino de la Escuela
Militar de Aviación) pasó a la Dirección General de Material del Ejército y
poco después revistó en disponibilidad; el Mayor Raúl Lavandeira y los Teniente
Primeros Carlos Manni y Héctor Grisolía fueron separados de sus cargos de profesores
de la Escuela Militar de Aviación; y el Teniente Heraclio Ruival (observador
militar y alumno de la Escuela Militar de Aviación) fue destinado al Regimiento
Nº 8 de Infantería Montada.
Conclusiones
En
el golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930 la Aviación Militar argentina participó,
por primera vez, en un acontecimiento de política interna, en el que prácticamente
la totalidad de sus efectivos acompañó esa iniciativa. La actuación de nuestra
Aviación Militar en aquel acontecimiento no fue un hecho aislado, ya que se produjo
en un contexto de creciente inestabilidad y convulsión que afectó a varios
países de Sudamérica, en el que encontramos, como fenómenos comunes, quiebres
políticos e institucionales internos, problemas económicos y sociales derivados
de la crisis mundial y conflictos interestatales.
Varias de las situaciones señaladas desembocaron en enfrentamientos de distinta magnitud en los que, muchas veces, las partes involucradas recurrieron al empleo de medios aéreos (cuya utilidad militar se había demostrado en la Primera Guerra Mundial) para explotar sus posibilidades: exploración, reconocimiento, acción psicológica, propaganda, comunicaciones, enlace, abastecimiento, apoyo a las fuerzas terrestres y navales, bombardeo, combate aéreo. De esa manera, los aviones contribuyeron para alcanzar los objetivos y vencer.
En los conflictos internos que sufrió el Brasil en 1930 y 1932 la Aviación Militar estuvo presente junto al gobierno y también del lado de los rebeldes, y cumplió numerosas misiones en escenarios diversos. En 1931 se produjo en Chile la sublevación de la escuadra, ocasión en la que la recientemente creada Fuerza Aérea Nacional, que respondía al gobierno, bombardeó a los buques rebeldes, los cuales se defendieron con su armamento antiaéreo; poco después, la Fuerza Aérea, liderada por el Coronel Marmaduke Grove, tuvo una participación relevante en la instauración de la fugaz “República Socialista de Chile” (1932).
En
la zona de la Amazonía la disputa por el territorio de Leticia enfrentó entre
1932 y 1933 a Perú y Colombia, conflicto en el que los medios aéreos militares
fueron empleados por ambos países. Durante la guerra del Chaco entre Bolivia y
Paraguay (1932-1935) las Aviaciones Militares de los dos países desarrollaron
una intensa actividad sobre un teatro de operaciones vasto y hostil. A
principios de 1935 el Uruguay fue amenazado por un golpe de Estado, durante el
cual el gobierno utilizó a la Aviación Militar en acciones de reconocimiento y
bombardeo, lo que permitió la dispersión y derrota de los revoltosos.
La Aviación Militar argentina influyó de manera significativa en el triunfo del golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930, en una jornada intensa, llena de incertidumbre y tensión, en la cual se demostró la importancia del empleo de los medios aéreos, especialmente como instrumento de acción psicológica y de propaganda tanto para lograr la adhesión de civiles y militares, como para proyectar y extender el mensaje de los rebeldes fuera del área metropolitana. Como elementos de comunicación y enlace, los aviones facilitaron un contacto permanente y fluido, con algunas inevitables imprecisiones, entre los dirigentes del golpe y las unidades comprometidas. Finalmente, su uso como potencial medio ofensivo sirvió para defender uno de los principales baluartes del golpe (la Base Aérea Militar de El Palomar) y para lograr, como instrumento de presión, la rendición de puntos clave (como el Arsenal de Guerra).
Según
el Coronel Juan V. Orona “la suerte de la revolución no se decidió el 6 de septiembre
en sangriento campo de batalla ni en las históricas aguas del Plata, sino en un
poblado y verde triángulo geográfico (Colegio Militar-Campo de Mayo-El Palomar)
al cabo de repetidos vuelos de aviones, inmenso tráfico de partes
radiotelegráficos y no interrumpido
desplazamiento de tropa”[68].
Para
el historiador estadounidense doctor Robert Potash el éxito del movimiento “debe
atribuirse no a su fuerza material […] sino a su influencia psicológica sobre
el público en general y el resto de la organización militar, y a la parálisis
de sus opositores”[69].
El General de Brigada Eduardo Fernández Valdez destacó la importancia de
aplicar los principios de iniciativa, sorpresa y rapidez en las operaciones,
los cuales estuvieron presentes con el empleo de las aeronaves militares[70].
Durante el desarrollo de las actividades aéreas los aviadores militares demostraron sus excelentes condiciones de pilotos, las cuales generaron la admiración de la población civil, y, de alguna manera, contribuyeron a inclinarla a manifestar su simpatía respecto a las acciones en contra del gobierno yrigoyenista.
La
difícil situación de la Aviación Militar durante la segunda presidencia de
Yrigoyen en los aspectos presupuestarios, materiales y operativos se insertó en
el contexto de crisis que afectó a las Fuerzas Armadas en los planos
institucional y profesional. Dicha situación, difícilmente, pasó desapercibida
para los aviadores militares, e indudablemente, influyó al generar
disconformidad y descontento en sus filas.
Finalmente,
los efectos sociales y económicos provocados por la gran depresión y los problemas
políticos internos, con las inevitables repercusiones en el ámbito castrense, también
formaron una visión negativa hacia el gobierno de la época.
Epílogo
Algunos personajes que participaron en el golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930 tuvieron luego intervención en distintos sucesos político-militares nacionales, ocuparon altos cargos en la conducción superior de la Aeronáutica Militar y de la Fuerza Aérea Argentina y se destacaron en diferentes ámbitos de la actividad aérea militar, civil y comercial.
Uno de los líderes de la Aviación Militar, el Capitán Pedro Castex Lainfor (1898-1969), alcanzó el grado de Brigadier y ejerció el cargo de comandante de la Fuerza Aérea Argentina (1945-1946).
El Teniente Coronel Pedro Zanni
(1890-1942) fue comandante de Aviación de Ejército (1941-1942) y falleció en el
ejercicio de dicho cargo con el grado de Coronel.
El Teniente Primero Edmundo Sustaita (1898-1955), poseedor de peculiares habilidades para la conspiración política, estuvo involucrado en las intrigas y maniobras nacionalistas de principios de la década del cuarenta, durante la gestión del presidente Castillo. Posteriormente se acercó al entonces Coronel Juan Domingo Perón, y ocupó, durante 1945, los cargos de comandante de la Fuerza Aérea Argentina y de secretario de Aeronáutica. Se retiró como Brigadier Mayor.
El Teniente Bernardo Menéndez (1901-1944) colaboró con Edmundo Sustaita en distintas maniobras políticas. Acompañó luego al Coronel Juan Domingo Perón e integró el Grupo de Oficiales Unidos (GOU), la logia militar que promovió el golpe de Estado del 4 de junio de 1943 que derrocó al presidente Ramón S. Castillo. Con el grado de Teniente Coronel murió en un accidente aéreo el 31 de enero de 1944.
El
Subteniente César Raúl Ojeda (1907-1991) impulsó la creación de la Escuela
Superior de Guerra Aérea (1944), de la cual se desempeñó como profesor y primer
Director. Vinculado al régimen peronista, fue, a la edad de 41 años, el primer
ministro de Aeronáutica de la Nación (1949-1951). Se retiró con el grado de Brigadier
Mayor.
El
Teniente Juan Ignacio San Martín (1904-1966) se graduó de ingeniero aeronáutico
y tuvo una trayectoria importante en las industrias aeronáutica y automotriz al
ocupar cargos directivos en la Fábrica Militar de Aviones, el Instituto
Aerotécnico y las Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado (IAME).
Estrechamente ligado al peronismo, fue gobernador de la provincia de Córdoba;
luego, como Brigadier Mayor, ministro de Aeronáutica (1951-1955).
El Teniente Primero Claudio Mejía (1901-1988) se destacó como piloto de caza y por sus excepcionales condiciones para la acrobacia aérea. Fue Director de Institutos Aeronáuticos Militares (1944-1946). Cercano al General Perón, ejerció el cargo de inspector de embajadas de la República Argentina (1946-1951). Se retiró como Brigadier. En 1975 se lo designó presidente del Banco Hipotecario Nacional, pero no aceptó el cargo.
El Teniente Primero Oscar Eduardo Justo Muratorio (1900-1977) fue comandante de la Fuerza Aérea Argentina en dos oportunidades (en 1945 y entre 1946 y 1951) y alcanzó el grado de Brigadier General.
El
Teniente Gustavo Adolfo Hermansson (1905-1970), luego Brigadier General, se
desempeñó dos veces como comandante en jefe de la Fuerza Aérea Argentina
(1951-1952 y 1955-1956).
El
Teniente Carlos Federico Mauriño (1906-1974) y el Subteniente Guillermo Zinny
(1906-1979) alcanzaron ambos el grado de Brigadier General y fueron comandantes
en jefe de la Fuerza Aérea Argentina (el primero entre 1952 y 1955, y el
segundo durante 1957).
Otros jóvenes oficiales, como el Teniente Primero Juan Luis Garramendy (1901-1950), el Teniente Pedro R. Domínguez (1903-2008) y los Subtenientes Federico Ruiz (1906-1980), Eduardo Chueca (1905-1980) y Oscar Pablo Delfino (1906-1971), también ascendieron en la jerarquía aeronáutica y alcanzaron el grado de Brigadier Mayor. Por su parte, el Subteniente Ángel Jorge Peluffo (1909-1988) llegó a Brigadier General y fue comandante en jefe de la Fuerza Aérea Argentina en 1957.
El
Subteniente Samuel Guaycochea (1903-1971) participó, años después, en el
fallido intento de golpe de Estado de 1951 contra el presidente Juan Domingo
Perón. Exiliado en la República Oriental del Uruguay, regresó a nuestro país a
fines de 1955 luego del triunfo de la autodenominada Revolución Libertadora.
Pasó a retiro como Brigadier Mayor.
El
Teniente Coronel retirado Francisco S. Torres (1884-1962) continuó aportando conocimientos
y experiencia en materia de Aviación Civil y Comercial. Entre sus trabajos
merece destacarse un estudio sobre la construcción de una aeroisla para servir
de aeropuerto de la ciudad de Buenos Aires, que se tituló Para el Pueblo de la
Ciudad de Buenos Aires. Lo que le falta a Buenos Aires. Su “Atlántida” (1938).
Respecto a los civiles que participaron en el golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930, diremos que Guillermo Hillcoat se dedicó a la Aviación Comercial y que se desempeñó como piloto de la Corporación Sudamericana de Servicios Aéreos y como jefe de la División Vuelos de Aerolíneas Argentinas. Marcelino Viscarret continuó su actividad aeronáutica como piloto instructor del Centro de Aviación Civil, labor en la que alcanzó reconocimiento y prestigio (formó más de 175 pilotos y, como dato anecdótico, brindó instrucción de vuelo al príncipe de Prusia). Gerardo Varela presidió el Centro de Aviación Civil, y Carlos Alberto Echevaguren Serna fue jefe de Líneas Aéreas de la Dirección de Aeronáutica Civil y presidente del Centro de Aviación Civil.
Alberto
Arata se desempeñó como secretario y Director general interino de Aeronáutica Civil.
En el desempeño de este último cargo falleció en un accidente aéreo en el Aeródromo
“Presidente Rivadavia” (Morón) mientras practicaba con el prototipo nacional
Aé.C 4 (21 de octubre de 1937). En la Base Aérea Militar de Morón hay un monumento
que lo recuerda.
En cuanto a los oficiales vinculados a la Aviación que permanecieron leales al gobierno de Yrigoyen, el Coronel Jorge Bartolomé Crespo (1881-1950) cesó en su cargo de Director General de Aeronáutica y pasó a revistar en disponibilidad. Poco después del golpe, prestó servicios en el Estado Mayor General del Ejército (1930-1933); posteriormente, se lo nombró jefe de la III División de la Dirección General de Personal del Ejército (1933-1935) y luego vocal del Consejo de Guerra para Jefes y Oficiales (1935-1938). Fue autor de trabajos sobre aviación, temas militares y geografía.
El
General de Brigada Enrique Mosconi (1877-1940) se desempeñaba como Director General
de Yacimientos Petrolíferos Fiscales desde 1922. Luego del golpe revistó en disponibilidad
y viajó a Europa (por lo que integró la Lista de Oficiales en el Extranjero).
Permaneció
en Europa entre 1930 y 1932. De regreso a nuestro país volvió a revistar en
disponibilidad. Poco después se lo nombró Director General de Tiro y Gimnasia
(1932). El 31 de diciembre de 1933 pasó a retiro con el grado de General de División.
El Mayor Antonio Parodi (1890-1978) fue destinado, luego del golpe de Estado, a la Dirección General de Personal del Ejército. Tras ocupar cargos de poca relevancia e inadecuados respecto a sus brillantes condiciones de aviador militar, entre 1937 y 1938 se desempeñó como Director General de Material Aeronáutico del Ejército y presidió la Comisión de Adquisiciones Aeronáuticas (que permitió un gran reequipamiento de la Aviación Militar argentina). Fue comandante de la División Aérea Nº 1 (1938) y comandante de Aviación de Ejército (1938-1941). En el ejercicio de este último cargo, contrató y trajo al país a una importante delegación de la Fuerza Aérea del Ejército de los Estados Unidos para asesorar a nuestra Aviación Militar; además, el 19 de julio de 1940 se creó la Línea Aérea al Sudoeste, la cual habría de convertirse en Líneas Aéreas del Estado (1945). Luego fue presidente de la Comisión de Adquisiciones Aeronáuticas en los Estados Unidos y agregado militar a la Embajada Argentina en ese país (1941-1943). En 1945 se lo nombró agregado aeronáutico en Francia. Alcanzó el grado máximo de Brigadier General.
El Teniente Coronel aviador militar Atilio Esteban Cattáneo (1889-1957) mantuvo su estrecha relación con la Unión Cívica Radical y participó en movimientos pro radicales contra los gobiernos de los presidentes Teniente General José Félix Uriburu (1930-1932) y General Agustín P. Justo (1932-1938). Fue igualmente Diputado Nacional por la Unión Cívica Radical durante la primera presidencia del General Juan Domingo Perón (1946-1952).
Fuentes
ARCHIVO
DE LA DIRECCIÓN DE ESTUDIOS HISTÓRICOS DE LA FUERZA AÉREA ARGENTINA (Bs. As.)
Memoria
Anual de la Base Aérea Militar de El Palomar (1930)
Memoria
Anual de la Base Aérea Militar de Paraná (1929)
Memoria
Anual de la Base Aérea Militar de Paraná (1930)
Memoria
Anual de la Dirección General de Aeronáutica (1929)
Memoria
Anual de la Escuela Militar de Aviación (1930)
Boletines
Militares 1.ª Parte (1930)
Boletín
Militar 1ª Parte Nº 8621 (1930)
Boletín
Militar 2.ª Parte Nº 2171 (1927)
Carpeta
Nº 17. Antecedentes de personajes de la Aviación Argentina
ARCHIVO
GENERAL DE LA NACIÓN (Bs. As.)
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de la Nación. Recortes periodísticos (5-10 de septiembre de 1930)
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1923 hasta 1944. Buenos Aires, Dirección de Estudios Históricos de la Fuerza Aérea
Argentina, 2000.
Agradecimientos
-A
todo el Personal de la Dirección de Estudios Históricos de la Fuerza Aérea
Argentina.
-A
Rodolfo Barragán y Alejandro Nieves (Hemeroteca Pública “José Hernández” de la Legislatura
de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires).
-Al
Comodoro (R) Gabriel Tomás Pavlovcic.
-Al
Capitán (R) licenciado Eloy Martín.
-A
la doctora Rosana Guber (Instituto de Desarrollo Económico y Social).
-A
la doctora Lorena De Matteis (Universidad Nacional del Sur-Conicet).
(*)
Magíster en Defensa Nacional (Escuela de Defensa Nacional). Licenciado y
profesor en Historia (Universidad del Salvador). Investigador de la Dirección
de Estudios Históricos de la Fuerza Aérea Argentina. Miembro de instituciones
nacionales y extranjeras vinculadas a la historia militar. Fue docente de la
Universidad del Salvador y de la Universidad Argentina John F. Kennedy. Ha
publicado trabajos de investigación histórica en medios de la Argentina y del
exterior. Este estudio es una ampliación de la ponencia presentada en el II Congreso
de Historia Aeronáutica Argentina, organizado por la Dirección de Estudios Históricos
en 2012.
[1] La Marina de Guerra,
por su parte, poseía la Aviación Naval.
[2] Decreto s/n publicado
en Boletín Militar 2.ª Parte, Nº 2171, págs. 57-60.
[3]
Ver las
“Consideraciones Generales” contenidas en la Memoria Anual de la Dirección
General de Aeronáutica (1929), fojas 76-89.
[4] Organización creada hacia 1921 por oficiales del Ejército para defender el profesionalismo de las Fuerzas Armadas y evitar la intromisión de la política en sus filas. Fue una reacción a la política militar de Hipólito Yrigoyen en su primera presidencia. La Logia se disolvió por propia voluntad de sus miembros en 1926, durante la presidencia del doctor Marcelo T. de Alvear.
[5] Juan V. Orona. La
Revolución del 6 de Septiembre, pág. 29.
[6] Fernando García Molina
y Carlos Mayo (Comps.). Archivo del General Uriburu: autoritarismo y ejército/1,
págs. 106-107.
[7]
Dichas
propuestas figuran como Anexo N.º7 en su libro Memorias sobre la Revolución del
6 de Septiembre de 1930, págs. 262-264.
[8] Reproducida por José M. Sarobe en Memorias sobre la Revolución del 6 de Septiembre de 1930 (Anexo N º4, págs. 255-257) y también por el Coronel Juan V. Orona en La Revolución del 6 de Septiembre (Anexo F, págs. 204-206).
[9] Sobre las gestiones y
los preparativos para ganar la Base Aérea Militar de Paraná, ver los relatos
del nacionalista Juan E. Carulla y de los Tenientes Coroneles Álvaro Alsogaray
y Juan B. Molina. En: Fernando García Molina, y Carlos Mayo, (Comps.). Archivo
del General Uriburu: autoritarismo y ejército /1 y /2.
[10] Ídem., tomo 1, pág.
125.
[11] Aero, año I, N º9,
septiembre-octubre de 1930, pág. 2.
[12] José M. Sarobe. Óp.
cit., pág. 153.
[13] “Recuerdos personales del Teniente Coronel Juan B. Molina sobre la Revolución del 6 de septiembre. I y II parte. Año 1932”. En: Fernando García Molina y Carlos Mayo (Comps.). Óp. cit., tomo 2, págs. 165, 170 y 183.
[14] 14 La Revolución del
6 de Setiembre de 1930. Su Motivo. Sus Hombres. Su Gobierno. Apuntes para un
capítulo de la Historia Nacional, pág. 48.
[15] Ibídem.
[16] Miguel Bravo Tedín. “Dos revoluciones. Dos testimonios. Testimonio del General Manuel (sic) Fernández Valdez sobre la revolución de 1930”, Todo es Historia, N º222, octubre de 1985, pág.54.
[17] La Nación, 7 de
septiembre de 1930. Archivo General de la Nación (AGN).
[18] La Nación, 8 de
septiembre de 1930, pág. 3. Hemeroteca Pública “José Hernández”.
[19] La Revolución del 6
de Setiembre de 1930. Su Motivo. Sus Hombres. Su Gobierno. Apuntes para un
capítulo de la Historia Nacional, óp. cit., pág. 50.
[20] La Nación, 8 de
septiembre de 1930. AGN.
[21]
La Nación, 7 de
septiembre de 1930, pág. 6. Hemeroteca Pública “José Hernández”.
[22] Testimonio de Basilio
Vidal, dirigente del Partido Socialista Independiente, Libertad, 16 de
septiembre de 1930, pág. 3. Hemeroteca Pública “José Hernández”.
[23] La Prensa, 3 de
noviembre de 1930. Archivo de la Dirección de Estudios Históricos de la FAA.
Carpeta N º17. Antecedentes de personajes de la Aviación Argentina.
[24] La actuación de la Segunda y de la Tercera Compañía de la Base de El Palomar figura en la Memoria Anual de la Base Aérea Militar de El Palomar (1930), fojas 275, 281 y 282.
[25] El texto de la
proclama fue publicado por el Coronel Orona como Anexo G en La Revolución del 6
de Septiembre, óp. cit., pág. 207.
[26] La Nación, 7 de
septiembre de 1930. AGN.
[27] Diez periodistas
porteños. Al margen de la conspiración, pág. 202.
[28] Ídem., pág. 268.
[29] Ídem., pág. 407.
[30] Crítica, 6 de
septiembre de 1930. AGN.
[31] La Nación, 7 de
septiembre de 1930. AGN.
[32] Ibídem.
[33] Ibídem.
[34] La Razón, 7 de
septiembre de 1930. AGN.
[35] José M. Sarobe. Óp.
cit., pág.154.
[36] Diez periodistas
porteños. Al margen de la conspiración. Óp. cit., pág. 185.
[37] Ídem., pág. 211.
[38] Ídem., pág. 186.
[39] Correo electrónico
recibido el 27 de septiembre de 2012.
[40] Diez periodistas
porteños. Óp. cit., págs 186-187.
[41] Miguel Bravo Tedín.
Óp. cit.
[42] Pedro Castex Lainfor. “Resumen de la participación de la Base Aérea Militar de El Palomar en los sucesos de los días 6 al 8 de Septiembre 1930”. Memoria Anual de la Base Aérea Militar de El Palomar (1930), foja 71.
[43] José M. Sarobe. Óp.
cit., págs.155-156.
[44] La Revolución del 6
de Setiembre de 1930. Su Motivo. Sus Hombres. Su Gobierno. Apuntes para un
capítulo
de la Historia Nacional. Óp. cit., pág. 50.
[45] Ídem., pág. 130.
[46] La Nación, 7 de
septiembre de 1930. AGN.
[47] La Revolución del 6
de Setiembre de 1930. Su Motivo. Sus Hombres. Su Gobierno. Apuntes para un
capítulo de la Historia Nacional. Óp. cit., pág. 129.
[48] Ídem., pág. 131.
[49] Juan V. Orona. Óp.
cit., pág. 74.
[50] La Revolución del 6 de Setiembre de 1930. Su Motivo. Sus Hombres. Su Gobierno. Apuntes para un capítulo de la Historia Nacional. Óp. cit., pág. 132.
[51] Ídem., pág. 133.
[52] Diez periodistas
porteños. Óp. cit., pág. 239.
[53] El Capitán Claudio
Rosales nació en Buenos Aires el 15 de abril de 1897. El 20 de diciembre de
1917 egresó del Colegio Militar de la Nación como Subteniente de artillería.
Perteneció al Curso N º8 de Aviación. Recibió el brevet de Piloto Militar en
1925 y el de Aviador Militar en 1927. Ascendió a Capitán el 31 de diciembre de
1929. El golpe del 6 de septiembre de 1930 lo encontró destinado en el Grupo N
º1 de Observación (El Palomar). Al momento de su muerte registraba 1184 vuelos,
con una duración total de 346 horas y 40 minutos. Era un aviador capaz y
apreciado por sus camaradas por sus cualidades personales y profesionales.
[54] Para conocer aquellas
versiones, véase la resolución del ministro de Guerra de fecha 22 de octubre de
1930 (Boletín Militar 1ª Parte Nº 8621, págs. 1242-1243); La Nación del 7 y 8
de septiembre de 1930 (AGN); La Revolución del 6 de Setiembre de 1930. Su
Motivo. Sus Hombres. Su Gobierno. Apuntes para un capítulo de la Historia
Nacional, óp. cit., pág. 50; La Prensa y La Argentina del 7 de septiembre de
1930 (Hemeroteca Pública “José Hernández”). Capitán Claudio Rosales (DEH) y
mecánico Leopoldo Atenzo (La Revolución del 6 de Setiembre…)
[55] La Nación, 7 de
septiembre de 1930. AGN.
[56] José M. Sarobe. Óp.
cit., pág. 156.
[57] Ibídem.
[58] La Revolución del 6
de Setiembre de 1930. Su Motivo. Sus Hombres. Su Gobierno. Apuntes para un capítulo
de la Historia Nacional. Óp. cit., pág. 57.
[59] Jorge Ibarra García.
Lo que yo sé sobre la Revolución del 6 de septiembre de 1930, pág. 28.
[60] Ibídem. Véase también
La Nación, 10 de septiembre de 1930. AGN.
[61] “Relato del Teniente Coronel [Álvaro] Alsogaray, sobre hechos referentes a la revolución del 6 de septiembre de 1930”. En: Fernando García Molina y Carlos Mayo (Comps.). Óp. cit., tomo 2, pág. 150.
[62] Sobre la defensa de
la Base de El Palomar y la actuación del Teniente Coronel Zanni y del Capitán Castex
Lainfor, véase La Razón, 7 de septiembre de 1930 (AGN). También La Revolución
del 6 de Setiembre de 1930. Su Motivo. Sus Hombres. Su Gobierno. Apuntes para
un capítulo de la Historia Nacional. Óp. cit., pág. 50.
[63] La Revolución del 6
de Setiembre de 1930. Su Motivo. Sus Hombres. Su Gobierno. Apuntes para un capítulo
de la Historia Nacional Óp. cit., pág. 50.
[64] La Razón, 7 de
septiembre de 1930. AGN.
[65] “Resumen de la
participación de la Base Aérea Militar de El Palomar en los sucesos de los días
6 al 8 de septiembre 1930”. En: Memoria Anual de la Base Aérea Militar de El
Palomar (1930), foja 71.
[66] La Revolución del 6
de Setiembre de 1930. Su Motivo. Sus Hombres. Su Gobierno. Apuntes para un capítulo
de la Historia Nacional. Óp. cit., pág. 67.
[67] La Razón, 7 de
septiembre de 1930. AGN.
[68] Juan V. Orona. Óp.
cit., pág. 71.
[69] Robert Potash. El
ejército y la política en la Argentina (I). 1928-1945. De Yrigoyen a Perón,
págs. 71-72.
[70] Miguel Bravo Tedín.
Óp. cit., pág. 59.
Fuente: Boletín de la Dirección de Estudios Históricos de la Fuera Aérea Argentina (BDEH 4/2014)