El aviador madrileño, que combatía en los Moscas, falleció el 14 de agosto de 2018 a los 100 años
Por Jacinto Antón
Ha muerto, el lunes, derribado por la edad y no por el enemigo, a los cien años, Miguel Ángel Sanz Bocos Vallecas, el último piloto de caza de la República durante la Guerra Civil que quedaba vivo, y según ADAR, la asociación de aviadores republicanos, de la que era presidente, el último de los pilotos de cualquier tipo de aparatos (del personal volante aún vive un ametrallador de SB-2 Tupolev Katiuska, Amacio Baltanás, también centenario). Vallecas, un hombre vital, jovial y con sentido del humor, fue un aviador que estuvo en todos los fregados y vivió en toda su intensidad la guerra aérea.
Su
mayor aventura, decía, fue aquel día de agosto de 1938 en el que tras
participar en una dog fight de cuidado, un combate multitudinario y salvaje,
una melé en un cielo repleto de cazas Fiat, Meserschmitt, Chatos y Moscas como
el suyo -“éramos 200 entre los dos bandos”, relataba-, se quedó inesperadamente
solo en el ancho firmamento. Observó a lo lejos un avión con el morro blanco
como el de su jefe de escuadrilla, Zarauza, y voló hacia él. Resultó ser un
Me-109 y luego apareció otro, y otros más. Se colocaron a su derecha y su
izquierda y le indicaron que los siguiera. Comprendió que en lugar de intentar
derribarlo querían hacerlo prisionero. Atrapado, voló con ellos hacia el
aeródromo de la Legión Cóndor en la Sènia. Sanz miraba por el rabillo del ojo
–“veías fácilmente por los lados, por la costumbre de forzar la vista”- y
cuando le pareció que sus captores se despistaban se echó encima del más
cercano. Los otros empezaron a disparar, pero les entorpecía su compañero, y el
piloto republicano, tras hacer medio tonel, huyó a todo gas. Le alcanzaron
varios disparos en el depósito de gasolina y los mandos, hiriéndole en una
mano, pero su Mosca no se incendió y los que le perseguían no pudieron colimar
bien sus armas sobre él porque no paraba de dar vueltas. Consiguió pasar el
Ebro y aterrizar en Reus. Explicaba que se puso a darse golpes en el pecho y a
gritar: “¡Estoy vivo!, ¡esto es gratis!”. Bajó de la cabina y se estiró en un
prado. Al despertar, su avión acribillado estaba rodeado de gente. Un Capitán
lo vio venir y le preguntó si era el piloto. Dado que iba con el traje de
vuelo, el gorro y las antiparras le contestó: “¡No hombre, el chocolatero de
Vallecas que vengo de llevar un pedido, no te jode!”.
Sanz Bocos nació en La Poveda (Arganda del Rey, Madrid) el 5 de julio de 1918. Su familia vivía en Vallecas, donde su padre tenía una ferretería. Estudió en la escuela de Artes y Oficios y en los Salesianos de Atocha. Al estallar la guerra se incorporó como voluntario en un batallón antigás y estuvo en varios frentes. Durante un permiso en Madrid se enteró de la convocatoria para los cursos de piloto y pasó las pruebas. Fue a la URSS para entrenarse y consiguió que lo enviaran a la célebre escuela de vuelo de Kirovabad para el exclusivo curso de caza con los Polikarpov I-16 Mosca. “Es con el que todos queríamos volar, pero solo fuimos 16 de 150, los demás a bombarderos u observación”, recordaba en su libro Memorias de un chico de Vallecas, piloto de caza de la República (Uno Editorial, 2011).
En
el primer vuelo en solitario, tras pruebas durísimas de los instructores
soviéticos, que hasta les examinaban la dentadura, el sexo y las varices, “iba
cagado de miedo”. El Mosca, decía, era un aparato dificilísimo de volar sobre
todo en el despegue y en el aterrizaje. Durante la guerra, la gente de los
alrededores de los aeródromos solía contemplar las salidas y llegadas de Moscas
porque siempre había, relataba, alguna bofetada. “Era una fiera, pero en
acrobacias, una alhaja, hacía de todo, maravillas”. Y sobre todo con un gran
piloto. Bien lo vieron aquellos Messerschmitt en agosto de 1938.
Sanz
consiguió el título de piloto en enero de 1938 y empezó a combatir en Teruel
como Sargento en la cuarta escuadrilla del Grupo 21. En Cataluña voló con la
patrulla del Teniente Bravo y realizó en Figueres el complejo curso para
pilotar los Supermosca I-16 del tipo 10. Participó en la defensa aérea de
Barcelona con un avión dotado de radio. Pasaban un frío “del carajo”. Volaban a
6.000 metros donde en invierno había temperaturas de -40º. “Llorábamos de dolor
por el frío terrible en la cara y los pies”, explicó en una entrevista con la
televisión de Vallecas, junto a un Mosca reconstruido. Durante la
contraofensiva del Ebro en 1939 y ascendido a Teniente dirigió la 3ª
escuadrilla.
Ateo
gracias a Dios
Decía
que había tenido mucha suerte porque no tuvo accidentes ni lo derribaron en el
aire. “Me ametrallaron muchas veces, hasta 150 disparos recibí, pero como soy
ateo gracias a Dios nunca recibí una bala que atravesara la chapa protectora
que llevábamos detrás del asiento”. Sin embargo, el último día de la guerra lo
cazaron. “Me tumbaron cuando despegaba, a un metro del suelo, los Me. Estuve
muy cerca de la muerte”. Vallecas había recibido una carta de Negrín que mandaba
a su escuadrilla a Toulouse y pedía a los franceses que los acogieran.
Despegaban, pero no vieron que tenían encima una escuadrilla de Messerschmitt
de la Cóndor que se desplomaron sobre ellos como aves de presa. A él le
hirieron en la cabeza, donde le quedó una cicatriz. Su avión, con matrícula
262, “murió aquel día”, pero él se salvó. No así muchos de sus compañeros. “Fue
una matanza terrible”. Un caza alemán se estrelló durante el ataque. Sanz y
otro piloto trataron de sacar al aviador de la cabina. Le colgaba un ojo y al
extraerlo estirando de los hombros las piernas se le quedaron amputadas dentro.
La guerra.
Vallecas
pasó finalmente la frontera a pie. Lo ingresaron en Argelés y luego en Gurs.
Durante la II Guerra Mundial trató de volar para los franceses sin conseguirlo
y luego tras la invasión realizó algunas misiones con la Resistencia. Tras la
contienda, exiliado en París, creo con otros ex miembros de las fuerzas aéreas
el grupo Alas Plegadas. Ya en España, organizó una de las primeras reuniones de
ex combatientes presentándola como una fiesta de aniversario de boda. Trabajó
en una empresa de antenas de televisión y luego en otra de maquinarias. “Fue
uno de nuestros grandes pilotos”, ha señalado Aquilino Mata, presidente de ADAR
en Cataluña, que ha recordado su jovialidad y caballerosidad. “Si algún día me
muero que se sepa que ha sido sin mi consentimiento”, bromeaba el viejo
aviador. “Fue una juventud excitante, sobre todo una vez has sobrevivido, pero
no se la deseo a nadie”.
Fuente:
https://elpais.com