Gonzalo
Hevia Álvarez-Quiñones, “as de ases” de la Escuadrilla Azul durante la II
Guerra Mundial al sumar una docena de enemigos abatidos, describió en el tramo
final de su vida sus “peleas de perros” más destacadas en el frente ruso
Por
Manuel P. Villatoro
Siempre
se recuerda a España como un campo de entrenamiento para las fuerzas aéreas
rusas y alemanas. Y eso es innegable. Pero se suele obviar que nuestro país
contó con genios de la aviación y de los combates aéreos durante el conflicto.
Desde los míticos Lacalle y Herguido por la República, hasta los García Morato
y Vázquez Sagastizábal por el bando Nacional. La diferencia es que muchos de
los segundos tuvieron una segunda vida militar en las Escuadrillas Azules, los
voluntarios que combatieron junto al Tercer Reich en la II Guerra Mundial.
De
ellos, uno de los más destacados fue Gonzalo Hevia, versado piloto que, tras
abatir a una docena de objetivos entre 1942 y 1943, se convirtió en el “as de
ases” de los aviadores españoles en la URSS. Al final de su vida narró sus
combates más destacados durante la II Guerra Mundial contra pilotos que, en sus
palabras, le pusieron las cosas muy difíciles.
Escuadrilla
Azul en la II Guerra Mundial
La
historia ha sido esquiva con las Escuadrillas Azules para centrarse en sus
colegas de infantería, pero junto a la División Azul partieron también decenas
de pilotos voluntarios decididos a combatir en la tildada como “Cruzada contra
el comunismo”. Su viaje hacia las gélidas tierras soviéticas, a medio camino
entre el aprendizaje y la compensación a la Luftwaffe por su apoyo en la Guerra
Civil, comenzó en junio de 1941, tras el asalto del Tercer Reich a la URSS en
la llamada Operación Barbarroja.
El
nombre de las unidades nació gracias a la organización de los voluntarios.
Aunque los germanos estaban convencidos de que la ofensiva sobre las tierras de
Iósif Stalin se extendería unos pocos meses (el ejemplo de Polonia y Francia,
atravesadas de punta a punta en apenas un mes, así lo atestiguaba), los
españoles fueron más cautos y apostaron por dividir a los aviadores en
contingentes que se relevarían de forma sucesiva según pasaran los meses.
Así
nacieron las Escuadrillas Azules: un total de cinco grupos que combatieron, de
forma escalonada, desde junio de 1941 hasta marzo de 1944 en el frente del Este
junto a la Luftwaffe. Lo que se suele obviar es que el contingente reclutado no
contó solo con pilotos, sino también con personal de tierra como conductores de
vehículos, mecánicos o armeros. Todos ellos, necesarios para que los aparatos
pudiesen operar en condiciones óptimas en una Rusia en la que el frío extremo
era lo habitual.
El
signo de distinción de las Escuadrillas fue lo ideologizados que estaban sus
miembros. “El Ejército del Aire había estado muy politizado ya antes de la
Guerra Civil. Los comunistas tuvieron gran importancia en él. Cuando terminó la
contienda, en el Bando Nacional fueron los falangistas los que ocuparon la
mayoría de los puestos. Ángel Salas creó todo el “establishment” de las
Escuadrillas Azules. Eligió personalmente a los voluntarios y uno de los
requisitos principales era ser camisa azul y, a ser posible, camisa vieja”,
explica el historiador José Antonio Alcaide (autor de “Alas de España.
Escuadrillas expedicionarias españolas en Rusia”) en una entrevista para “Tiempos
Modernos”.
La 1ª Escuadrilla Azul, al mando del mito español de la Aviación Nacional Ángel Salas Larrazábal, arribó al frente del Este en junio de 1941 formada por un total de tres patrullas de vuelo (15 pilotos en total) y un centenar de operadores. Por desgracia para ellos su destino no fue la primera línea de batalla, sino que la 27ª Ala de Caza germana (en la que estaban encuadrados) los asignó a un Grupo destinado a acabar con objetivos terrestres, llevar a cabo misiones de escolta y derribar bombarderos. Así lo confirma Carlos Caballero Jurado en su obra magna: “La División Azul. Historia completa de los voluntarios españoles de Hitler”.
Aunque
esa decisión reducía, al menos en principio, sus posibilidades de obtener victorias
frente a cazas enemigos (necesarias para ser considerados “ases” de la
aviación), las cinco Escuadrillas Azules que lucharon en la II Guerra Mundial
atesoraron muchos derribos de este tipo en el Este. Cuando el último
contingente español regresó a su hogar en febrero de 1944 habían logrado 164
bajas en 6.000 misiones. Todo ello, a cambio de 19 pilotos caídos.
Recuerdos
desde Rusia
Gonzalo
Hevia Álvarez-Quiñones, nacido en Pontevedra el 11 de septiembre de 1916 y
versado aviador durante la Guerra Civil, fue destinado a las mencionadas
Escuadrillas Azules tras el comienzo de la invasión de la URSS en la II Guerra
Mundial. Tal y como afirma el fallecido Coronel (también responsable del
Archivo Histórico del Aire de Madrid) Emilio Herrera Alonso en su dossier sobre
este personaje elaborado para la Real Academia de la Historia, partió junto a
la 3ª de estas unidades para relevar a la 2ª en Orel (ciudad ubicada 350
kilómetros al sur de Moscú) el 30 de noviembre de 1942.
Tanto
Hevia como sus compañeros se pusieron a los mandos de aviones como el
Messerschmitt (ME) Bf-109F, una de las últimas versiones del que fuera uno de
los mejores cazas de la primera parte de la II Guerra Mundial por su
versatilidad y sus características.
En
una de las pocas entrevistas que concedió a lo largo de su vida (la publicada
en el número 3 de la Revista de Historia Aeronáutica de 1985), Hevia confirmó
que comenzó su adiestramiento sobre estos aeroplanos tras el comienzo de la
Operación Barbarroja: “Para el entrenamiento nos concedieron los Messer que se
encontraban en Reus. Allí fuimos a buscarlos. […] Ya en Orel, nuestros primeros
vuelos fueron de reconocimiento del área”.
Al
poco tiempo tuvo también el privilegio de contar con los más modernos Focke
Wulf Fw-190. “Los Focke Wulf eran mucho más sofisticados, auténticas obras
maestras de la aviación de caza provistos de un potente motor radial BMW, más
veloces, de más alcance y capaces de ascender a mayor altura que los 109”,
señala Philip Kaplan en “Ases de la Luftwaffe en la II Guerra Mundial”. Hevia,
que sabía entre otros tantos idiomas alemán, fue uno de los pilotos españoles
seleccionados para familiarizarse con este aparato y, a continuación, desvelar
sus secretos a sus compañeros de la Escuadrilla Azul. Eso le llevó a ser
agregado en la Plana Mayor en la Escuadra Mölders, un honor para la época.
Combates
aéreos
Hevia,
“as de ases” de la Escuadrilla Azul al haber acreditado un total de 12 bajas
durante su estancia en la URSS, narró varios de sus combates (apodados “peleas
de perros”) en la entrevista concedida a la Revista de Historia de la
Aeronáutica.
Uno
de los que más le marcó fue una suerte de vuelo de prueba que realizó junto al Teniente
Ruy Ozores Ochoa para mostrarle cómo debía proceder contra un caza soviético. “Localizamos
sobre el frente a un ruso despistado y solitario. Me coloqué debajo de él, muy
cerca, y fui subiendo poco a poco, hasta que lo tenía a cascoporro, no podía
fallar. En ese momento apreté el gatillo y… ¡No pasó nada! Me había olvidado
del interruptor de disparo de armamento”. El enemigo escapó.
Más
suerte tuvo en una “pelea de perros” que protagonizó cuando estaba encuadrado
en la escuadrilla germana. Aquel día, explicaba Hevia, él y otros tres
aviadores salieron muy temprano del aeródromo de Orel para llevar a cabo un
ataque de distracción sobre una unidad de cazas soviéticos acantonada en Kursk.
Su objetivo era entretenerlos para que, a pocos kilómetros, 25 bombarderos en
picado Stuka pudieran lanzar sus explosivos sin oposición. El español,
encargado de cubrir a su oficial al mando, el Fedldwebel Tandzer, avistó al
poco a un bombardero Petlyakov Pe-2. Ambos se lanzaron de bruces contra él.
Comenzaba, una vez más, la caza aérea de la II Guerra Mundial.
“El
Focke Wulf de Tandzer andaba más que el PE-2, por lo que no comprendí por qué
Tandzer no redujo su velocidad a la del enemigo para tirar mejor y más tiempo.
Cuando rompió fuego pude ver que las trazadoras pasaban por detrás y por debajo
del ruso sin hacerle daño al mismo tiempo que se lo comía y le sobrepasaba
ascendiendo. A la vista de ello […] me fui a por él. […] Abrí fuego y, casi
enseguida, el PE-2 invirtió el sentido del viraje hacia la derecha y siguió
virando cada vez más hasta entrar en una barrera muy abierta. Le seguí un rato
con la vista hasta que consideré que de aquella no se salvaba y busqué a mis
compañeros. Nadie, me encontré solo”.
Los
problemas llegaron poco después. Y es que, mientras se hallaba perdido, Hevia
se topó con dos cazas Yákovlev Yak-1 que volaban en formación de ataque contra
él.
“Ni
me asusté ni me puse nervioso. Me di cuenta de que subían mucho menos que yo y
a esperar. Los dos dispararon al mismo tiempo y sin levantar el morro, por lo
que me di cuenta de que sus ráfagas pasaban bastante por debajo de mí. […]
Seguimos subiendo y ellos venga de gastar munición. Cuando se cansaron o se les
agotó esta, viraron hacia el campo. Con mi ventaja de altura coger al más
rezagado fue cuestión de un momento. Abrí fuego cuando consideré que lo tenía
en muy buena posición y pude ver que mis trazadoras se metían en su fuselaje.
[…] No le seguí con la vista hasta el suelo porque se me había encendido hacía
un momento la luz roja de “corto de combustible” y lo mejor era volver. […] Al
pasar por el puesto de mando di dos pasadas: una por el PE-2 y otra por el
Yak-1”.
“Aquel
hombre […] tiraba en cualquier posición. Varias veces le vi disparándome en
vuelo invertido. En más de un momento pensé que en una de aquellas le iba a
acompañar la suerte y adiós”
El
8 de junio de 1943 Hevia participó en uno de sus últimos combates aéreos antes
de regresar a España. La batalla aérea se sucedió cuando una “formación enemiga
muy numerosa” acompañada de una escolta igual de cuantiosa se propuso
bombardear un aeródromo alemán. La unidad de nuestro protagonista recibió
órdenes de detener aquel ataque. En pocos minutos, el aviador de la Escuadrilla
Azul se encontró a 7.000 metros de altura combatiendo contra un caza
Lávochkin-Gorbunov-Goudkov LaGG-3 a los mandos de un piloto experimentado. En
este caso pintaban bastos.
“Aquel
individuo sabía lo que hacía. No era de los que corrientemente solíamos
encontrar. Fue aquello una auténtica “pelea de perros”: […] Aquel hombre […]
tiraba en cualquier posición. Varias veces le vi disparándome en vuelo
invertido. En más de un momento pensé que en una de aquellas le iba a acompañar
la suerte y adiós. Sin embargo, la suerte estuvo conmigo, porque excepto en los
primeros momentos que disparé, […] mantuve la munición casi íntegra. Ya se te
acabará, pensaba yo. Y se le acabó. En ese momento empezó a subir [...]. Me
costó alcanzarle, pero estaba dispuesto a hacerlo, aunque me quedara sin
combustible”.
Los
minutos se convirtieron en horas para Hevia. Su mayor temor era que el piloto
se escabullera en el interior de unas nubes cercanas. Si aquello sucedía,
habría logrado escapar. “Tres segundos antes de que entrara en las nubes,
disparé. Fue una ráfaga continua con todo lo que llevaba: cuatro cañones y dos
ametralladoras. Tuve la certeza de que le había dado”, añade el aviador en la
mencionada entrevista. Aunque no vio como caía, poco después los operadores de
radio de la base le confirmaron que un aparato de las características que
describía había impactado contra el suelo en una zona cercana. Una baja más
para el español.
Aquella,
y otras 10 o 11 más (atendiendo al autor) le valieron recibir dos Cruces de
Hierro de 1ª y 2ª Clase en la II Guerra Mundial.
Fuente: https://elpais.com