Por
Jesús Martín
Muchas veces damos por hecho que las marcas de coches siempre han sido eso, marcas de coches, y la realidad suele distar mucho de ese punto. Uno de los casos más significativos es el de Peugeot, que no empezó haciendo coches, sino molinillos de café. También es el fabricante de motos europeo más antiguo, pero no vamos a hablar de ninguna de esas cosas hoy.
La firma gala tiene entre sus muchos quehaceres un pasado en el que también se ha dedicado a los aviones. Sí, Peugeot y la Fuerza Aérea francesa han tenido una historia común, fabricando algunas de las aeronaves bajo la Société Anonyme des constructions aériennes Rossel Peugeot.
La
infinita aventura industrial de Peugeot
En
1810 Jean-Jacques Peugeot montó un negocio cerca de Doubs fabricando molinillos
de café, un negocio de producción que continuaría con sus hijos Jean-Pierre y
Jean-Georges. La ambición de Jean-Pierre Peugeot le llevó a diversificarse y
adentrarse en la industria textil, transformando algodón para los uniformes del
ejército napoleónico.
Las
instalaciones de Sous-Cratet donde se instaló Jean-Pierre fueron cambiando a
medida que la empresa evolucionaba, convirtiéndose en 1830 en una fundición y
donde luego realizarían laminación en frío para la industria relojera ya con
los hijos de Jean-Pierre al cargo: Jean-Pierre Peugeot junior y Jean-Frédéric
Peugeot.
Hojas
de sierra, sierras de cinta, cierres de corsés, varillas de paraguas, una
segunda fábrica en Terre-Blanche... y así hasta llegar al tataranieto de
Jean-Jaques Peugeot, Armand Peugeot, quien en 1885 se interesó por las
bicicletas y cuatro años más tarde los automóviles captaron su atención. Un
visionario de la industria.
Pero en realidad Armand era el heredero de un legado de producción, no de diseño y producción de maquinaria. Así que, como tantas otras historias en los albores de la industria, Armand pidió ayuda a su amigo Fréderic Rossel, un ingeniero titulado por la École Centrale de París. Juntos empezaron a realizar modificaciones rápidamente, como variar la posición de los motores pasando de disponer los cilindros de forma horizontal a vertical.
Fréderic
vio carrera en el mundo de la automoción y en 1902 decidió probar suerte en
solitario fabricando coches de alta gama que pudieran competir con los lujosos
Daimler-Benz. Fundó la marca homónima Rossel en Sochaux, y fue un fiasco.
Poco
después, en 1905, la empresa Santos-Dumond estaba desarrollando aeronaves para
la Fuerza Aérea francesa, concretamente un dirigible, pero no tenían motor.
Recurrieron a Peugeot y le compraron motores de dos cilindros que colocaban en la
parte frontal para, en el mismo año 1905, iniciar las pruebas de vuelo. Así
comenzó la relación entre Peugeot y la aviación francesa.
Durante
los siguientes años Santos-Dumond y Peugeot se beneficiaron bidireccionalmente
de la experiencia; unos aprendían sobre motores y los otros sobre aeronaves.
Hasta que en 1909 Armand Peugeot tomó las riendas y decidió fundar la Société
Anonyme des constructions aériennes Rossel-Peugeot, aliándose de nuevo con
Fréderic Rossel al que no le estaba yendo nada bien en su fábrica de
automóviles.
Fruto de esta asociación crearon tres prototipos, uno de ellos un impresionante avión monoplaza con 10,20 metros de envergadura, 9,30 metros de largo y un peso de sólo 350 kg, incluyendo el motor Gnôme et Rhône de 50 CV de potencia. En este caso el motor no lo hizo Peugeot.
Aparte,
también fabricaron otros motores de aviación como uno radial de siete cilindros
y otros bloque Aviatik de cuatro cilindros en línea con las válvulas en la
cabeza refrigerado por agua. Fueron motores de experimentación constante, que
abrieron la puerta a que el ingeniero Ernest Henry se uniera al proyecto.
Peugeot
tomó entonces el motor del Peugeot L76 ganador en Indianápolis y sobre su
diseño creó un motor de aviación, el Peugeot L112, un bloque V8 con 200 CV de
potencia que demostró su solvencia con una producción de 1014 unidades, todas
ellas destinadas a los bombarderos Voisin.
Pero
no era suficiente, y las Fuerzas Armadas galas demandaban cada vez más
armamento ya metidos de lleno en la I Guerra Mundial. Bajo esta contingencia
las fábricas de París de Peugeot dejaron de fabricar coches para hacer motores
para aviones: primero en 1916 con motores de 200 y 300 CV de Hispano-Suiza bajo
licencia y dos años después con motores de Bugatti.
En
total Peugeot fabricó 8060 motores para aviones, encargándose no sólo de su
fabricación, sino también de la revisión y reparación mecánica de las
aeronaves.
Con
el final de la contienda no acabó la relación de Peugeot y la aviación. Este
idilio continuó con 1500 motores más de 300 CV antes de que las fábricas se
reconvirtieran para producir recambios diversos.
Tras
unos años de calma, en 1921 la Fuerza Aérea francesa volvió a llamar a la
puerta de Peugeot. Necesitaban un motor enorme, con una potencia superior a 600
CV, todo un reto. Un reto al que Peugeot respondió en el Salón de la Aviación
de 1922 presentando el motor L38. Un monstruo que superaba la barrera de los
600 CV que, por desgracia, no consiguió la adjudicación del encargo. Un nuevo
palo para Peugeot, que se debatía entre el amor por la complejísima industria
de la aviación, sus limitados recursos y las exigencias del estado francés a
través de las Fuerzas Armadas.
Sin
embargo, la firma del león no se dio por vencida y siguió ligada con las
aeronaves. En julio de 1934 y a través de CLM (Compagnie Lilloise des Moteurs),
experimentó con un nuevo motor bajo licencia de Junkers: un motor diésel de dos
tiempos y cilindros opuestos. Se fabricaron un par de prototipos para pruebas
en tierra y en vuelo en 1935.
En
ese mismo año y habiendo mantenido viva la llama por la aviación, Peugeot firmó
un contrato con Hispano-Suiza y comenzaron a fabricar en Garenne motores
aeronáuticos con 2700 piezas de alta precisión. Un motor que se presentó en
1936 y que tras una producción de 56 bloques acabó disolviendo el acuerdo en
1938.
Y
llegó la II Guerra Mundial. Alemania invadió Francia y las Fuerzas Armadas
encargaron a Peugeot la fabricación de motores Gnôme et Rhône, fuselajes y
trenes de aterrizaje. Todo parecía ir bien hasta que el ejército alemán ocupó las
fábricas de Peugeot en Sochaux, requisando la producción y todo el material que
tuviera que ver lo más mínimo con aplicaciones militares, dando por terminada
la aventura de los leones alados.
Quién
sabe, quizá si el ejército nazi no hubiera llegado a parar los pies de Peugeot
hoy estaríamos ante una empresa muy diferente.
Fuente:
https://www.motorpasion.com