El
18 de diciembre de 1972 comenzaba la Operación Linebacker II, en la que 207
B-52 lanzaron más de 15.000 toneladas de bombas sobre Vietnam del Norte, a
pesar de que los pilotos no lo aprobaban
Por
Israel Viana
“No
quiero volver a oír más gilipolleces sobre si no pudimos acertar en tal o cual
blanco. Esta es tu oportunidad de usar todo el poderío militar para ganar esta
guerra y, si no la ganas, te consideraré culpable”, fueron las palabras del
presidente Richard Nixon al responsable militar de la Operación Linebacker II.
Poco
después, a las 19:45 horas del 18 de diciembre de 1972, despegaban los primeros
aviones de la base aérea de Andersen, en Guam, con dirección a Vietnam del
Norte para arrojar cada uno treinta toneladas de proyectiles. Comenzaba el
mayor ataque aéreo efectuado por los Estados Unidos desde la Segunda Guerra
Mundial.
En
los once días que duró aquella campaña se utilizaron nada menos que 207
bombarderos B-52 que lanzaron más de 15.000 toneladas de bombas en 729 salidas.
Además, los aviones tácticos arrojaron otras 5.000 toneladas de explosivos más,
en la que es considerada como la operación de B-52 más intensa de la Guerra de
Vietnam, cuando solo quedaban tres años para su finalización. Quizá por eso, por
lo innecesario del ataque a aquellas alturas del conflicto, la respuesta de la
prensa estadounidense e internacional fue abrumadoramente desfavorable.
El
28 de diciembre de 1972, el mismo día que se ordenaron parar los ataques desde
la Casa Blanca, el “Washington Post” definió la Operación Linebacker II como “el
acto de guerra más salvaje y absurdo jamás cometido por un pueblo soberano
contra otro”. El titular de “The New York Times” lo calificaba dos días antes
así: “Vergüenza mundial”. En Alemania, en el diario “Die Zeit” podía leerse: “Incluso
los aliados deben calificar esto de crimen contra la humanidad”. Y en Gran
Bretaña, “The Times” opinaba que aquel bombardeo “no era propio de un hombre
que desea la paz con fervor”, en referencia al presidente de Estados Unidos,
mientras que el “Daily Mirror” titulaba: “Diluvio de muerte de Nixon por
Navidad”.
“¡Oh,
mierda!”
El
lamentable episodio –que fue rescatado por el exdirector del “Daily Telegraph”,
Max Hastings, en “La guerra de Vietnam: Una tragedia épica, 1945-1975” (Memoria
Crítica)– sorprendió a los mismos pilotos de la base aérea encargados de
ejecutarlo. “Caballeros, esta noche su objetivo es… ¡Hanói!”, anunció el Coronel
James McCarthy a las 11 de la mañana en la sala de reuniones de los tripulantes
de B-52. “Estoy seguro de que McCarthy esperaba vítores, pero las tripulaciones
se quedaron sentadas donde estaban, con cara de absoluta seriedad y gritando
mentalmente: “¡Oh, mierda!”, contó años después el aviador Vince Osborne. Otro
de los presentes, el Capitán Ed Petersen, pensó más bien “que se trataba de una
broma”.
Pero
no lo era, para desgracia de los hastiados pilotos de la base aérea de
Andersen, donde vivían 12.000 soldados en un espacio previsto para alojar a la
cuarta parte. De hecho, se denominaban a sí mismos “prisioneros de Guam”, en
referencia a las siglas “PeG” (“prisioneros de guerra”). Lo último que querían
era salir a bombardear a nadie cuando estaba claro que se encontraban en el
último tramo de la guerra y que muy pocos pensaban que se pudiera obtener una
victoria final a pesar del “poderío militar” al que hacía referencia su
presidente.
“Nadie
quería ser el último en morir en una guerra imposible de ganar”, defendía el Comandante
de la Marina, John Nichols, en un testimonio recogido por Hasting en su libro.
Los capellanes empezaron a ofrecer las honras fúnebres a los pilotos católicos
después de la sesión informativa del Coronel McCarthy. A algunos les resultaba
de ayuda y a otros les hacía sentir mal por si les traía mala suerte. Y después,
se dirigían a sus aviones cargados con los aparatos salvavidas, las armas
auxiliares, las cajas de raciones, los abrigos por si la calefacción fallaba,
las carpetas de gran tamaño con los manuales técnicos de los aparatos, los
datos de navegación astronómica, la información clasificada y las tablas de
cálculo para los bombardeos. Ya no había marcha atrás de lo que informalmente
se conocieron como “los bombardeos de Navidad”.
Reanudar
las negociaciones
El
objetivo último de la Operación Linebacker II era arrancar concesiones al
gobierno norvietnamita en la mesa de negociaciones de París, cuyos famosos
acuerdos llevaban más de cuatro años hablándose con poco éxito. El 14 de
diciembre de 1972, Nixon y su secretario de Estado, Henry Kissinger, enviaron un
cable a Hanói en el que advertían a los asiáticos de las “graves consecuencias”
si no reanudaban “en serio” las negociaciones en las próximas 72 horas. Al día
siguiente de expirar el plazo comenzó el devastador ataque aéreo sobre la
capital norvietnamita. Como advirtió el presidente estadounidense, no quería “oír
más gilipolleces” y dio la orden.
Los
primeros B-52 descargaron sus bombas sobre los aeropuertos de Hoa Lac, Kep y
Phuc Yen. Uno de ellos consiguió dañar a uno de los cazas Mig vietnamitas en pleno
vuelo. Este ataque constituyó la primera victoria aérea confirmada de estos
bombarderos tanto en la operación Linebacker II como en la guerra. Kinh No y
Yen Bien fueron bombardeados a continuación. No había descanso, puesto que se
trataba de un castigo moral más que material: por eso eligieron atacar de
noche, para causar la máxima angustia al Ejército enemigo y a la población,
algo que consiguieron. “Habíamos soportado cuatro o cinco alertas de combate y
todos estábamos agotados por la falta de sueño y la tensión. Cada vez que
oíamos un gong todo el mundo se quitaba la manta, se calzaba los zapatos y
corría a su puesto a pesar del frío intenso y penetrante”, recordaba en sus
memorias el Teniente norvietnamita Nguyen Kien.
Tras
el primer día de campaña, casi todas las tripulaciones de los Estados Unidos
aseguraron haber alcanzado sus blancos. Se habían perdido tres B-52 y otros
tres habían recibido daños de gravedad. Los pilotos recibieron con
consternación la noticia de que muchos deberían operar de nuevo la noche
siguiente y que deberían seguir la misma ruta, lo que les preocupaba, porque se
convertirían en un blanco fácil para los vietnamitas, que habrían aprendido la
lección. Y así ocurrió. “¡Éramos como patos de feria”!, dirían enfadados
algunos de los protagonistas, después de perder varios bombarderos en los días
siguientes.
¿Un
éxito?
A
pesar de ello, las primeras tres jornadas fueron considerados un éxito por los
mandos militares. La mayor parte de los objetivos señalados había sufridos
graves daños. Se realizaron más de 300 salidas en las que se perdieron nueve
B-52, aunque las pérdidas del tercer día, más importantes aún, habrían sido
razón suficiente como para suspender el ataque. En “La guerra de Vietnam: Una
tragedia épica” se recoge la frustración, el cansancio y el estrés de toda la
base de Andersen de boca de uno de los pilotos: “El segundo día, nada más
entrar en el club de oficiales de Andersen se podía oler el miedo. Los hombres
estaban pegados unos a otros, revalidando el simple hecho de poder seguir con
vida”.
Cuando
la Junta de los Estados Mayores ordenó prolongar aún más la operación
Linebacker II fue necesario recortar los periodos de descanso de los
tripulantes. Más de una docena de hombres se refugiaron en la enfermería
después de las dos primeras misiones para no tener que soportar otra. Una de
las razones es que se había percatado de la pobreza de la planificación táctica
por parte de sus mandos. Algunos reclamaron cambios y fueron aceptados, como el
permiso para hacer giros más reducidos y una rápida salida de la zona de
peligro de los aviones para poder retirarse sobre el golfo de Tonkín. O la
libertad para realizar giros evasivos, rutas cruzadas y formaciones más
pequeñas para aproximarse al blanco desde varias direcciones.
Después
de las 36 horas de pausa por Navidad, los vuelos de los B-52 fueron reanudados
con un ataque meticulosamente planeado y coordinado que puso en juego 120
aparatos más. El número de pilotos que se refugiaron con diferentes excusas en
la enfermería, sin embargo, ascendió a cuarenta. Eso era una décima parte de
los tripulantes que salían en cada operación. Había mucho miedo, inconformidad
y cansancio. Algunos de ellos, incluso, desertaron o se declararon en huelga,
mientras que otros hicieron caso omiso de la orden de acercarse al blanco sin
variar el rumbo ni la altura, adoptando maniobras evasivas drásticas contra los
mil misiles tierra-aire que dispararon los vietnamitas en los once días de
operación, demostrando a veces gran acierto.
Premio
Nobel
Los
dos bombarderos alcanzados por el enemigo el día 27 de diciembre fueron los
últimos que sufrieron daños en el bando americano. Los días décimo y undécimo,
sesenta aviones más atacaron con impunidad a Vietnam del Norte, que resistía
como podía con los misiles antiaéreos, a pesar de estar ya en clara
inferioridad a causa del daño que había infringido los Estados Unidos. La
operación Linebacker II fue suspendida en la medianoche del 29 de diciembre,
con un balance para los americanos de quince B-52 abatidos después 729 salidas.
De estas 389 fueron realizadas desde la base de Andersen, en Guam, y 340, desde
U-Tapao, en Tailandia.
Por
parte de los Estados Unidos murieron 29 tripulantes, 33 fueron capturados y 26
recuperados en acciones de rescate. Los norvietnamitas, por su parte, sufrieron
entre 1.300 y 1.600 bajas civiles. Pero lo más importante para Nixon fue que
los bombardeos, el bloqueo naval y el jaque en el campo de batalla
contribuyeron a forzar a Vietnam del Norte a negociar en París. Algo a lo que Hanói
accedió el 8 de enero, provocando que Henry Kissinger y el principal negociador
norvietnamita, Le Duc Tho, recibieran el premio Nobel de la Paz en 1973.
Algo
que no sentó del todo bien entre una parte de la clase política mundial. El
senador Edward Kennedy dijo que los ataques “deberían ofender la conciencia de
todos los estadounidenses”. En Canberra, el nuevo Gobierno laborista de Gough
Whitlam se distanció de los Estados Unidos y denunció públicamente la operación
Linebacker II. Uno de los ministros, Tom Uren, condenó “la mentalidad matonesca”
de Nixon y Kissinger. Y otro valoró la campaña aérea como el “acto más
monstruoso de la historia humana, propio de unos locos”.
Pese
a los acuerdos de París de 1973 firmados a causa de la operación Linebacker II,
el conflicto continuó hasta la primavera de 1975. Una presión, por lo tanto,
que fue innecesario y no supuso éxito alguno para los Estados Unidos. Fue la
conquista de Saigón el 30 de abril de 1975 por parte del Vietcong, la guerrilla
comunista del Vietnam del Norte, lo que se puso fin a este prolongado conflicto
de tres décadas que costó millones de muertos, muchos de ellos civiles, y causó
gigantescos daños en el país asiático. Murieron 58.000 soldados
norteamericanos, la mayoría de reemplazo, pues entonces existía el servicio
militar, mientras que 300.000 resultaron heridos. Cayeron cuatro millones de
toneladas de bombas y 75 millones de litros de un herbicida, el agente naranja,
que causó todo tipo de enfermedades y deformaciones. Las secuelas siguen
afectando a miles de niños.
Fuente:
https://www.abc.es