Por Jorge Álvarez
Muy
pocos lectores ignorarán en qué consistió el ataque a Pearl Harbor, la
incursión aérea con que la Armada Imperial Japonesa destruyó la base aeronaval
de los EEUU en Hawái a finales de 1941, precipitando la entrada del país
americano en la Segunda Guerra Mundial. Lo que quizá no sepan muchos es que
Japón sufrió un episodio muy parecido a principios de 1944, un demoledor
bombardeo en su base del atolón de Truk que le supuso perder decenas de buques
y cientos de aviones, lo que a medio plazo tendría graves consecuencias
logísticas y estratégicas para su flota. Fue la llamada Operation Hailstone
(Operación Granizo).
Truk (o
Chuuk) es el nombre de un conjunto de ocho islas del Pacífico que, junto con
Kosrae, Pohnpeo (antigua Ponapé) y Yap, forma los Estados Federados de
Micronesia. Con capital en Weno, Truk no es el más grande en superficie (ciento
veintisiete kilómetros cuadrados), pero sí el más poblado (algo menos de
cincuenta y cuatro mil habitantes) y con una historia que, en cierto modo,
debería sernos familiar porque, si bien ya estaba habitado por austronesios
procedentes de Melanesia, fueron navegantes españoles los que lo descubrieron
para el resto del mundo.
En
efecto, Álvaro de Saavedra registró su avistamiento en 1528 y después fue
visitado por Alonso de Arellano en 1565, por lo que fue incorporado a la Corona
como parte del archipiélago de las Carolinas. Sin embargo, el control hispano
sobre las islas fue meramente nominal y, salvo por algunos comerciantes y
misioneros, su presencia no se hizo efectiva hasta el último cuarto del siglo
XIX, cuando el contexto internacional se caracterizó por la expansión
imperialista de las potencias occidentales. En 1886, tras un intento alemán de
hacerse con ellas que se solucionó diplomáticamente, se izó una bandera y en
1895 se medió para buscar la paz en un conflicto entre tribus.
Pero
cuatro años más tarde, ante la derrota en la guerra con los EEUU que le hizo
perder sus territorios de ultramar, España vendió apresurada y definitivamente
las Carolinas -junto con las Marianas y las Palaos- al Imperio Alemán por
veinticinco millones de pesetas. En el lote iban incluidas las islas Truk, que
se convirtieron en insospechado escenario de una contienda mayor al estallar la
Primera Guerra Mundial. En el otoño de 1914, Japón, que se alineó con la
Entente contra Alemania, envió su flota a tomar los archipiélagos germanos del
Pacífico, apoderándose de las Marianas, las Carolinas, las Marshall y las
Palaos, que la Sociedad de Naciones dejó bajo su control al acabar la
conflagración.
Japoneses
y estadounidenses, lanzados a una expansión por el Pacífico en creciente
rivalidad mutua, firmaron un pacto para no militarizar las islas, por lo que
Truk se destinó a prisión y se construyeron las instalaciones para ello:
barracones para los internos, un aeródromo, un hospital… Pero desde la segunda
mitad de los años veinte, en el llamado Período Shōwa (por el nombre honorífico
del emperador, Hirohito), la situación se fue volviendo más tensa. Japón vivió
como una humillación tener que limitar el número de barcos de su flota, quedar
excluido del grupo de principales potencias y ver cómo su área de influencia se
repartía entre americanos y británicos, dejando al país dependiente de
importaciones de materias primas para su desarrollo.
Por
tanto, el gobierno decidió dar un giro más agresivo a su política y ocupó
Manchuria en 1931 para seis años después ampliar la operación a toda China, en
lo que consideraba justo por cuanto la comunidad internacional le había
obligado a abandonar las conquistas territoriales que había logrado en ese país
durante la Primera Guerra Sino-Japonesa. La intervención soterrada de los EEUU
en esa nueva edición bélica llevó a que las relaciones quedaran en el filo de
la navaja. En 1939 estallaba la Segunda Guerra Mundial y la aproximación nipona
al Eje abocaba a un cada vez más inevitable enfrentamiento directo con los EEUU.
Y así llegó lo de Pearl Harbor.
Como es
sabido, al día siguiente los nipones iniciaron una auténtica blitzkrieg por el
Sudeste Asiático, apoderándose de Malasia, Hong Kong, Filipinas, Wake,
Birmania, Tailandia, las Indias Orientales Neerlandesas y Singapur,
imponiéndose además en casi todas las batallas, de las que la más importante
fue la del Mar de Java. Pero a partir del segundo semestre de 1942 las cosas
cambiaron totalmente y los EEUU empezó a recuperar terreno con victorias en
Guadalcanal, Midway, Nueva Guinea, Islas Salomón, Islas Gilbert… Así estaba el
tablero bélico cuando el alto mando estadounidense proyectó una operación que
debía dar un golpe a una de las principales bases enemigas en el Pacífico para
dañar, sobre todo, sus líneas de suministros.
La
Operación Granizo, como se la bautizó, marcó como objetivo la isla de Truk, que
para entonces ya no era aquel presidio insular de dos décadas antes sino un
importante fondeadero de la Armada Imperial, puerto de abastecimiento de la
Flota Combinada y centro neurálgico desde donde enviar barcos de refuerzo a las
posiciones que los necesitasen. Especialmente tras la caída de las bases de las
Gilbert y Marshall, y de que la Operación Cartwheel, dirigida por el General MacArthur,
tomase otra base capital, la de Rabaul (en Nueva Bretaña, unas isla de Nueva
Guinea).
Así,
Truk, donde vivían treinta y siete mil japoneses y unos nueve mil nativos,
había sido dotada de un activo puerto, protegido por defensas naturales: un
atolón con arrecifes de coral con unas pocas entradas cuya defensa se
incrementaba mediante baterías costeras y cañones antiaéreos. Además, se habían
construido búnkeres para rechazar un desembarco anfibio y cinco aeródromos para
albergar varias escuadrillas de aviones; sumaban trescientos cincuenta
aparatos, de gran importancia, ya que habían sido los encargados de abastecer a
Rabaul y para los norteamericanos suponían un peligro inmediato: amenazar la
invasión de Enewetak, otro atolón de las Marshall, prevista para el 17 de
febrero y cuya posesión serviría de palanca para atacar las islas Marianas.
Es
decir, la Operación Granizo era el prólogo a ese ataque, tal como lo planificó
el Almirante Raymond Spruance, comandante en jefe de la Quinta Flota. Lo
sorprendente es que, a pesar de ese valor estratégico de Truk y a que los
servicios de inteligencia japoneses descifraron en enero de 1944 unas
comunicaciones enemigas sobre un ataque inminente, no se tomaran medidas para
reforzar la defensa y el mando nipón se limitase a ordenar una retirada
progresiva de buques en octubre de 1943. En febrero de 1944, al detectarse en
el cielo los aviones de reconocimiento estadounidenses, dicha retirada
incrementó su ritmo; pero iba a resultar insuficiente, como veremos, ya que
allí fondeaban medio centenar de naves, aproximadamente.
En
concreto, cinco cruceros, ocho destructores, cinco buques de guerra de otros
tipos y cincuenta mercantes. Frente a ellos, Spruance opuso la Task Force 58
una fuerza de portaaviones de intervención rápida de la que tres de sus grupos
de combate fueron destinados a atacar Truk: cinco portaaviones de la clase
Essex (Enterprise, York, Intrepid, Bunker Hill y Essex) y cuatro de la clase
Independence (Cabot, Cowpens, Belleau Wood y Monterrey) que llevaban quinientos
sesenta aviones, apoyados por siete acorazados, diez cruceros, veintiocho
destructores y diez submarinos.
Al
mando estaba el ContraAlmirante Marc A. Mitscher, que había participado en la
batalla de Midway al mando del portaaviones Hornet y se iba a medir con el Almirante
Masami Kobayashi, que pese a su veteranía no había tenido oportunidad de tomar
parte directa en una batalla, al haber sido destinado a labores diplomáticas,
burocráticas, de adiestramiento y a formar parte del Estado Mayor. Además,
Kobayashi dirigía la base terrestre de Truk sin tener barcos de guerra
asignados, lo que iba a comprometer su actuación afectándola negativamente.
Pese a
que el Almirante Mineichi Koga continuaba retirando unidades, todavía quedaban
algunas destacadas en la isla, caso del acorazado Musashi, los cruceros Oyodo y
Agano, etc. El primero se libró pero otros no lograrían salir, ya que la mañana
del 17 de febrero llegó la primera oleada de aviones norteamericanos Grumman
F6F Hellcat desde los tres grupos en que se dividió la Task Force 58. Volaban a
baja altitud para evitar el radar, pero además tuvieron la suerte de que no
hubiera ninguna patrulla aérea de vigilancia al estar sus miembros de permiso
en tierra, por lo que se encontraron que apenas salían a hacerles frente unos
ochenta adversarios en obsoletos Mitsubishi A6M Zero.
Fueron
derribados treinta Zero por sólo cuatro Hellcat, quedando los mercantes del
puerto amparados únicamente por los antiaéreos terrestres; los que intentaron zarpar
y escapar fueron hundidos por los buques estadounidenses, que habían tomado
posiciones en el perímetro exterior del atolón, mientras que los pocos que
consiguieron salir acabaron mandados a pique por los submarinos. Además, los
acorazados norteamericanos dispararon sus cañones sobre las instalaciones
militares, hangares, pista, depósitos de combustible y todo aquello susceptible
de servir a los japoneses, ya que el objetivo no era tomar Truk sino dejarla
inoperativa.
Por eso
aquella primera oleada sólo fue sólo el comienzo de una serie que hizo que
hubiera una en cada hora de la jornada. A los cazas Hellcat se fueron sumando
bombarderos Grumman TBF Avenger y bombarderos en picado Helldiver y Dauntless,
que lanzaban bombas normales e incendiarias, sin que se libraran las islas de
Eten y Moen, situadas en la laguna del atolón y donde Japón había construido
una pista de aterrizaje y una base de hidroaviones respectivamente. Y, si los
aviones japoneses fueron barridos prácticamente sin poder despegar, los barcos
no sufrieron mejor suerte.
En el
primer envite terminaron hundidos el petrolero Hoyo Maru y el navío de
municiones Aikoku Maru (que explotó con tal fuerza que la onda expansiva
derribó a los propios atacantes). En el segundo y tercero se perdieron los
integrantes de una escuadra que trataba de escapar: los cruceros Katori y Akagi
Maru, los destructores Maikaze y Nowagi (que fue el único que logró huir), y el
dragaminas Shonan Maru; habría que añadir al destructor Oite, hundido cuando
volvía de rescatar a cuatrocientos supervivientes del también malogrado crucero
Agano. A ellos se sumaron tres cruceros más (Naka, Fukikawa Maru y Kiyuzumi
Maru), otros dos destructores (Fumikuzi y Tachikaze), un submarino (el I-169),
buques de transporte de tropas o cisternas, petroleros, etc.
Al
llegar la noche, con las unidades que les quedaban, los japoneses organizaron
ocho pequeños grupos de uno a tres aviones cada uno para llevar a cabo un
tímido contraataque. Uno de ellos, un bombardero Nakajima B5N2, fue capaz de
salvar las patrullas enemigas y lanzar un torpedo contra el portaaviones
Intrepid, dañándole su costado de estribor y matando a once marineros. Junto
con otros treinta hombres muertos, veinticinco aviones derribados y ligeros
daños en el acorazado Iowa, fueron todas las bajas registradas por la Task
Force 58.
Los
japoneses sufrieron cuatro mil quinientos fallecidos y perdieron casi todos sus
aviones y barcos, quedando el fondo de la laguna del atolón -que aumentó su
profundidad por el cráter que dejó el estallido del Aikoku Maru– alfombrado por
los cascos de las naves sumergidas y los fuselajes de los aviones derribados.
Irónicamente, la catástrofe de entonces es la riqueza de hoy, pues actualmente
los pecios constituyen uno de los principales atractivos del turismo de buceo
que llega a la isla.
Aquel
desastre requería que rodaran cabezas y la más evidente era la de su comandante
en jefe, que fue relevado de forma fulminante, siendo nombrado sustituto el Almirante
Chūichi Hara. Apodado King Kong por su voluminosa complexión física, había
tomado parte en el ataque a Pearl Harbor mandando un grupo de combate compuesto
por los portaaviones Zuikaku y Shōkaku, además de participar también en las
batallas del Mar del Coral, las Salomón Orientales y las Islas Santa Cruz. Hara
se hizo cargo de una base inoperante y aislada, ya que no recibió refuerzos ni
suministros.
Y es
que, cumplido el objetivo de la Operación Granizo, los estadounidenses dejaron
atrás Truk para continuar avanzando. Las pérdidas infligidas fueron graves; no
tanto por la calidad de los barcos de guerra hundidos -los mejores habían
podido salir antes del raid- como por los buques cisterna, más otros factores,
caso de los diecisiete mil litros de combustible quemados, las cinco pistas de
aterrizaje inutilizadas o la ruptura de rutas de abastecimiento al no poder
volver a usar el puerto insular. Eso quedó patente ocho meses más tarde, en la
batalla del Golfo de Leyte, donde la escasez de combustible obligó a las
fuerzas japonesas a zarpar de diversos sitios y unirse en alta mar.
Tal
como había previsto Spruance, Enewetak cayó el 23 de febrero favoreciendo la
invasión de Saipán, punto clave para que los bombarderos estadounidenses
pudieran alcanzar Japón. Mientras la marina nipona designaba una nueva
localización para la base avanzada de su Flota Combinada, en Palaos primero e
Indonesia después, se recompusieron como pudieron las defensas de Truk, que
resistió aislada hasta la rendición del país, el 2 de septiembre de 1945, a
pesar de que en abril y junio hubo dos nuevos bombardeos que, con los
anteriores, sumaron un total de siete mil toneladas de bombas arrojadas.
Chūichi
Hara, al contrario que su predecesor en el mando, fue procesado por crímenes de
guerra (ejecutar a los pilotos enemigos que sobrevivían al derribo) y
sentenciado a seis años de cárcel. Aun así, obtuvo la libertad un año antes que
Kobayashi, en 1951, por haber estado éste implicado indirectamente en otro caso
todavía más grave: la llamada Masacre de la isla de Wake, el asesinato de un
centenar de civiles norteamericanos ordenado por su superior, el Almirante
Shigematsu Sakaibara.
Truk
quedó bajo administración de los EEUU -como territorio en fideicomiso
auspiciado por las Naciones Unidas- hasta terminar el plazo previsto para ello
en 1986. Ese año los Estados Federados de la Micronesia, que se habían creado
en 1979, firmaron un pacto de Libre Asociación con Washington, aunque en la
segunda década del siglo XXI empezó a extenderse un movimiento por la
independencia que exige un referéndum. Seguramente lo verían desde óptica
distinta los cerca de ciento veinte nativos que fallecieron durante la guerra,
así como los que vieron sus casas y bienes expoliados por los japoneses y los
que tuvieron que trabajar como esclavos para ellos.
Fuente:
https://www.labrujulaverde.com