Por Pilar
Cagiao Vila **
Advertencias
necesarias
Valgan los emotivos versos del payador uruguayo Juan Pedro López (Etchevarría, 1885 - Montevideo, 1945) para introducir la relación que el vuelo Plus Ultra tuvo con el Uruguay y que en realidad comprendió dos momentos distintos. El primero de ellos, aunque duró menos de veinticuatro horas, ha sido reseñado sistemáticamente como un hito notable en la mayoría de cronologías históricas editadas en el país durante el siglo XX (París, Faraone y Oddone, 1966: 107). Tuvo lugar el nueve de febrero de 1926 cuando se produjo el inesperado amaraje del hidroavión en la rada de Montevideo.
Quince
días más tarde, tal y como había sido previsto durante la organización del
raid, el segundo momento consistió en la visita oficial de sus tripulantes a la
capital uruguaya. Y es a esa segunda estancia a la que se refieren precisamente
los versos que anteceden, rememorando el instante en el que el mencionado bardo
uruguayo conoció personalmente a Ramón Franco (Ferrol, 1896-Mar Mediterráneo,
1938) durante el homenaje que le fuera ofrecido en el Club Español de
Montevideo y donde ocurrió una célebre anécdota sobre la que volveremos más adelante.
Dicho agasajo formó parte de lo que en un libro publicado pocos meses después, Mercedes Pinto Maldonado (La Laguna, 1883-Ciudad de México, 1973) recogió como La emoción de Montevideo ante el raid del Comandante Franco (Pinto,1926). Me he permitido glosar parte de esta feliz expresión de la polifacética escritora lagunera como título de esta contribución, añadiéndole otro que pone el acento en la circunstancia que rodeó a la primera estancia del Plus Ultra en la capital oriental en contrapunto a lo que significó la segunda. Porque si la del nueve de febrero respondió a la decisión personal del aviador Ramón Franco, la iniciada el veinticuatro del mismo mes, que duraría cinco días, escenificó, aunque no exclusivamente, el protagonismo de la colectividad española en la que desde que en enero se supo que el vuelo iba a efectuarse y aún sin conocer los detalles de las escalas, se habían producido las primeras movilizaciones “para cambiar ideas acerca de la actitud que corresponde ante la llegada del Comandante Franco si este efectúa en realidad su arriesgado raid aéreo España-República Argentina”[1].
Ambas estancias darían lugar a las expresiones líricas del payador López —hijo de un inmigrante gallego y una canaria— y a la “emoción” aludida por Pinto, oriunda también de las Islas Afortunadas, para rendir homenaje a otro gallego, cuya visita conmovió a la llamada Atenas del Plata. Así pues, de alguna manera, el texto que sigue acerca de la presencia del Plus Ultra en Montevideo versará en parte sobre gallegos y canarios, lo que en Uruguay significa tanto como referirse, en expresión de C. Zubillaga (1993: 37), a dos “gentilicios reveladores” de la inmigración española en un país cuyos políticos e intelectuales nacionales pusieron también su no menos emocionado grano de arena.
Tembló
entonces la ciudad
entre
bombas y clamores
Campanas,
autos, vapores,
vibran
con intensidad
Y en
toda su majestad
el Plus
Ultra descendía
lentamente
y parecía
que al
besar la primer ola
llorara
el alma española
de
tanta y tanta alegría
La
primera estancia de Ramón Franco en Montevideo
Después detenerse en Río de Janeiro, la tercera parada sobre el territorio de Brasil, el nueve de febrero el Plus Ultra puso rumbo hacia el Río de la Plata con la intención inicial de llegar a Buenos Aires. La visita al Uruguay, contemplada por el Gobierno de Primo de Rivera como un reconocimiento a la importancia de la colectividad española en este país, debería ser realizada tras la estancia en la Argentina, destino final del vuelo comandado por Ramón Franco. Sin embargo no ocurrió así y el hidroavión recaló en Montevideo antes que en Buenos Aires. Según unas declaraciones efectuadas al diario madrileño ABC por uno de los protagonistas del vuelo, el Capitán de artillería Julio Ruiz de Alda (Estella, 1897-Madrid, 1936), fueron exclusivamente razones técnicas las que habían obligado a tomar esta decisión (España y Tomás, 1926: I, 155).
La
cuestión resultó cuando menos controvertida ya que, días atrás, el propio Ramón
Franco, en unas manifestaciones efectuadas en Brasil a la Agencia Americana acerca
de cómo continuaría el raid, sobre el que se especulaba la posibilidad de que
desde Buenos Aires remontase los Andes hacia otros países de América, ya había afirmado
que descendería en Montevideo (España y Tomás, 1926: I, 215). Y si bien es
verdad que no añadió cuándo lo haría, si a la ida o a la vuelta, sus
declaraciones sembraron un mar de dudas en todas las direcciones. Al hilo del
asunto, Miguel España y Ricardo Tomás —cuyo libro sobre el raid, según sus
propias declaraciones, “tiene una misión histórica que cumplir (…) dentro del
espíritu de absoluta imparcialidad”, a la que se podría objetar que estaba precedido
por la reproducción de una carta autógrafa de Primo de Rivera a quien rendían “homenaje
de gratitud sincera y leal”— intentaron ofrecer una explicación que, a su
juicio, derivaba del propio momento en el que se pergeñó el viaje. Así, tras
exponer las numerosas razones que hubieran dado derecho a que Montevideo fuese
el penúltimo punto de amaraje en virtud del acendrado españolismo de la
colectividad radicada en Uruguay, exculpaban al Gobierno insinuando,
delicadamente, que tal vez se hubiera podido tratar de “un olvido” del propio
Franco al diseñar el plan por haber estado “más atento a las resultancias
favorables para el Ejército y el Arma de Aviación española” que a cualquier
otra cuestión (España y Tomás, 1926: I, 238).
Siendo
así, interpretaban, la parada en Montevideo estaba destinada a reparar dicho
error.
El caso
fue que la polémica estuvo servida y las preguntas que se formularon al
respecto en aquellos momentos fueron varias: ¿Se trataba realmente de razones
técnicas absolutamente insoslayables las que impulsaron a Franco a desatender
las ordenes de Madrid? ¿Pretendía el aviador, antes de efectuar el de carácter oficial,
ofrecer su particular homenaje a sus paisanos de Montevideo que desde que el
Plus Ultra comenzara a volar sobre territorio americano esperaban ansiosos su
llegada? ¿O era un pulso, premeditado o espontáneo, que éste lanzaba al régimen
del General Primo de Rivera sin medir las consecuencias?[2]
Acerca
de la primera hipótesis, Ruiz de Alda, a cuyo testimonio se ha aludido
anteriormente, zanjaría la cuestión afirmando:
“La
gasolina era de automóvil y tardamos varias horas en despegar. Comprendimos que
no podíamos llegar a Buenos Aires, a pesar de la gran velocidad que llevábamos.
Íbamos contando los minutos con tensión nerviosa. Pensamos parar en Río Grande
do Sur; pero saltó el viento a favor y decidimos tomar agua en Montevideo, ya
que en Buenos Aires era imposible (España y Tomás, 1926: I, 155)”.
Sobre
la segunda posibilidad corrieron bastantes más ríos de tinta tanto en la prensa
española como americana.
Según
los autores anteriormente citados, parece que un periódico brasileño ya había
dado a conocer el día cuatro que “en virtud de una petición dirigida por la
colonia española de Montevideo al Rey Alfonso XIII, el aviador Franco haría
escala en la capital uruguaya”, aseveración que chocaba frontalmente con la
nota de La Correspondencia Militar del propio día nueve dando cuenta del
mandato del Gobierno español de que el Plus Ultra no se detuviese hasta llegar
a Buenos Aires (España y Tomás,1926: I, 239 y 241).
Los
testimonios de Franco y Ruiz de Alda del día anterior a la partida resultan
también confusos. Porque cuando en Río se vieron sometidos al acoso reiterado
de un periodista que les inquiría acerca de si harían escala en Montevideo, si
bien en primera instancia contestaron afirmativamente, pocas horas después, de
nuevo ante la pregunta, dirían que “teniendo ya nosotros sobre este punto órdenes
y autorizaciones concretas de nuestro Gobierno, le mandamos a paseo con
bastante mal humor” (Franco y Ruiz de Alda, 1926: 213). Mal humor que deja la
duda de si se debía a la pertinaz insistencia del reportero o a las órdenes
taxativas recibidas de Madrid contraviniendo el verdadero deseo de Franco.
Conocido
el mandato del Gobierno español —trasladado bajo formato diplomático por el
ministro de Estado a su representante en Uruguay— se produjeron las primeras reacciones
en los medios de prensa montevideanos de diferentes tendencias. Tanto El Plata,
antiguo Diario del Plata dirigido por Juan Andrés Ramírez (Montevideo, 1875-1960)
quien pertenecía al sector antipersonalista del Partido Nacional, como
Imparcial, diario surgido dos años antes de la mano del veterano periodista
Eduardo Ferreira (Montevideo, 1866-1945) con la intención de mantener la independencia
de criterio respecto de las corrientes políticas imperantes, expresaban su
decepción de que no se considerase a la capital uruguaya como escala. Un fallo imperdonable
del que no responsabilizaban a Franco sino a instancias superiores a las que él
se debía como militar.
Pero,
de alguna manera, sembraban la sospecha acerca de las posibles desavenencias
del régimen de Primo de Rivera con el Gobierno colorado de José Serrato
(Montevideo, 1868-1960) que, en su difícil equilibrio con el sector batllista
del partido al que el presidente no pertenecía, había permitido en marzo de
1924 que en Montevideo se celebrase una manifestación en contra del General
español cuando este ordenó la clausura del Ateneo de Madrid y el destierro a
Fuerteventura de Miguel de Unamuno (Reyes Abadie y Vázquez Romero, 1985: 77,
284).
La
confusión acerca de si el Plus Ultra acuatizaría, ”acuatizar dicen en América y
a mí me gusta la palabra”, como comentaría el propio Franco[3] o no en el puerto de la capital oriental debió ser notable a tenor de los
numerosos cablegramas que se cruzaron entre los medios de prensa argentinos y
uruguayos. Por si fuera poco, el asunto subió de tono cuando comenzaron a
enzarzarse en la disputa, más que frecuente entre ambos países del Plata,
acerca de la importancia de que el hidroavión recalase primero en uno u otro
lugar por la preeminencia de protagonismo que ello acarreaba. Tratando de
contemporizar, algún vocero de la prensa étnica española rioplatense también
entraría al trapo y así, en un artículo titulado “Desagravio al pueblo hermano”,
se diría:
“Si
hubo algún telegrama del Gobierno de España en sentido de no permitir el arribo
a Montevideo, el Gobierno fue víctima de algún manejo sordo e indignamente
bajo. Podrá cometer errores un español, podrá un Gobierno cometer torpezas, pero
un Gobierno español faltar a su palabra empeñada, eso no se ha visto ni se verá”[4].
Como
quiera que fuese, y pese a la orden enviada desde Madrid a las estaciones
brasileñas con las que el Plus Ultra podría contactar durante el vuelo
insistiendo repetidamente en continuar hasta Buenos Aires, en la mañana del
nueve de febrero, el ministro español en Montevideo hubo de notificar al
Gobierno del país la llegada inminente del Plus Ultra que le fuera comunicada
por su homólogo en Río rogándole se dispusiese la protección necesaria.
Imparcial
de Montevideo se congratulaba de la noticia al tiempo que, como había hecho su colega
El Plata, volvía a cargar las tintas con extraordinaria dureza hacia el General
Primo de Rivera por su reiterada negativa a aceptar la escala uruguaya. Y de
manera profética, llegaba incluso a afirmar que el gesto de Ramón Franco,
empeñado en cumplir su palabra de acuatizar en el puerto oriental, “tal vez
pueda costarle una sanción de su Gobierno” (España y Tomás, 1926: I, 251).
Seguramente temeroso de lo mismo, el representante diplomático español en
Montevideo, Gonzalo del Río, envió el siguiente texto a Imparcial, cuyo carácter
neutro parecía revelar el deseo de salir lo más airoso posible de la difícil
situación que se había planteado:
“Al
acercarse Franco a la costa uruguaya las brisas de sus playas magníficas le harán
recordar la nativas, pues así como la naturaleza influye en los hombres,
también éstos, a su vez, ejercen influencia sobre ella; y por eso hasta el
aire, el campo y el mar son más españoles aquí que en ninguna parte del continente".
El “intenso cariño que el Uruguay siente por la madre patria” subrayado por ese rotativo montevideano que desde luego se volcó en el acontecimiento, fue puesto de manifiesto en un largo artículo laudatorio hacia el aviador que el educador y sempiterno Inspector de Instrucción Primaria, Abel J. Pérez, publicó en su páginas.
Hubo otras plumas que antes, durante y después de esta primera estancia de Franco en Montevideo se dedicaron a elogiarlo a través de las columnas de Imparcial que, haciendo honor a su nombre, supo aglutinar a un elenco de personalidades de tendencias sumamente variadas, tanto desde el punto de vista profesional como político. Así, desde las filas coloradas no batllistas de diferente talante, además de las del propio presidente de la República y de su flamante ministro de Relaciones Exteriores, Juan Carlos Blanco Acevedo (Montevideo, 1879-1952), el periódico recibió también la contribución del abogado, político y periodista Justino Jiménez de Aréchaga (Montevideo, 1883-1928), mientras que del batllismo más oficialista llegó la colaboración del médico y político Francisco Ghigliani (1883-1936).
Entre los tradicionales adversarios políticos de los anteriores, destacó la enviada por el presidente de la cámara de diputados, Arturo Lussich (Montevideo,1872-1966), perteneciente al sector principista del Partido Nacional o blanco. Otras aportaciones, más ajenas al mundo de la política, fueron las de escritores como Mario Castellanos (Montevideo, 1895-1968) o la poetisa María Carmen Izcua Barbat (Montevideo, 1885-1952), de los juristas Francisco de Ferrari y Andrés César Pacheco, así como la del jesuita argentino establecido en Uruguay, José M. González, quien en sus ripios poéticos titulados “La gesta de la raza” invocaba los orígenes galaicos de Franco junto con la más que tópica alusión a la morriña. Mucho más técnico, por tratarse, como Ramón Franco, de un aviador, fue el texto de Tydeo Larre Borges (Paysandú, 1893-Montevideo, 1984), en ese momento Asesor del Ministerio de Guerra y Marina en los asuntos de aeronáutica militar. De hecho, al año siguiente, inspirándose en el del Plus Ultra, Larre Borges, llevaría a cabo otro espectacular periplo aéreo que casi termina en tragedia manteniendo en vilo a su país, lo que no le impediría más adelante abocarse a otros arriesgados viajes.
Si heterogéneas fueron en cuanto a filiación —que no tanto en cuanto a talante— las contribuciones de personalidades enviadas a Imparcial, aún resultaron más variadas las incluidas por la canaria Mercedes Pinto en su libro en el que, según su prólogo, “representados todos los partidos, ideales y sentimientos, responden los autores tan solo a la impresión sugerida por la hazaña realizada por los aviadores españoles”.
Destinado,
según su autora, “a poder ofrecer a la América latina (…) los pensamientos en
prosa y en verso de los intelectuales montevideanos”, su condición de exiliada
—había llegado al país huyendo de las amenazas del régimen primorriverista, al
que no era afecta, tras una notable conferencia suya pronunciada en la
Universidad Central de Madrid (Llarena, 2003: 61-64)— le haría añadir: “Y vaya
a España también este libro (…) a mi patria, lejana y tan amada (…) con las
obras de los intelectuales de más renombre en esta moderna Atenas del Plata”
(Pinto, 1926).
Efectivamente,
su amplio contacto con el mundo de la cultura uruguaya garantizó desde el
principio la viabilidad de su proyecto. Desde su llegada en 1924, Pinto fue
acogida por los políticos e intelectuales orientales con suma deferencia gracias
no solo a las cartas de recomendación que traía de Madrid, sino también a su
innegable valía personal. A su llamada para colaborar en esta obra, acudieron
desde el presidente de la República —cuyo texto, como el de otro par de
autores, fue copiado con su autorización del publicado en Imparcial y en otros
medios como correspondía a su rango— hasta sus numerosos amigos del mundo de
las artes y de letras que formaban parte de lo que en Uruguay se denominó la
Generación de Veinte, sumamente prolífica y fecunda. A su vez, Pinto cedió
algunas de la contribuciones solicitadas para su libro a la prensa local en la
que gozaba de total reconocimiento como redactora de El Día, el periódico de
José Batlle y Ordóñez —fue uno de sus grandes valedores en Montevideo— y de la
popular revista Mundo Uruguayo (Llarena, 2003: 77).
Como en
el caso de los textos publicados en Imparcial, políticos de todos los colores
escribieron para el libro de Pinto expresando sus sentimientos personales ante
la hazaña del Plus Ultra. Del Partido Nacional colaboraron Luis Alberto de
Herrera (Montevideo, 1873-1959), su caudillo indiscutible desde años atrás,
pero también blancos antiherreristas como Eduardo Rodríguez Larreta
(Montevideo, 1888-1973); colorados de distinto tinte como Juan Carlos Blanco
Acevedo, César Mayo Gutiérrez (1852-1951), Enrique Rodríguez Fabregat
(Montevideo, 1895-1976), Julio María Sosa (Montevideo, 1879-1931) o socialistas
como Emilio Frugoni (Montevideo, 1881- 1969). Otras contribuciones procedieron
de artistas como Julio Verdie (Montevideo, 1900-1998) o de periodistas como
Perfecto López Campaña (San José, 1881-?) o Máximo Servetti Cordero, ambos, por
cierto, de ascendencia española. Los hubo de profesores, como José Irureta
Goyena (Montevideo, 1874-1947), Ildefonso Pereda Valdés (Tacuarembó, 1899-Montevideo,
1996), Enrique A. Cornú (Montevideo, 1889-?) o Jesualdo Sosa (Tacuarembó,
1905-Montevideo, 1982). El último, de nuevo a vueltas con la manida morriña (¡mourrinha,
en su texto!) para evocar la galleguidad de Franco. De ensayistas de talla,
como Eugenio Petit Muñoz (Montevideo, 1896-1977) quien en el suyo, al glosar al
aviador, lo calificaba de “incoercible y rebelde que desoyó las órdenes del
mandón”, una crítica evidente hacia Primo de Rivera, que también compartiría
Alberto Zum Felde (Bahía Blanca, 1890-Montevideo, 1976) cuando al alabar a los tripulantes
del Plus Ultra dejó escrito: “levantan en todos los pechos un grito de
admiración por España de que son hijos (…) en estos días tristes de su historia
cuando yace presa bajo uno de los más torpes despotismos”. Veladas acusaciones
en este sentido contenía también la sucinta contribución de Rubén Rojo, esposo
de Mercedes Pinto, y uno de los pocos españoles que colaboraron en el libro.
Los otros serían el escritor riojano Vicente A. Salaverry, José Mora Guarnido (Alhama de Granada, 1894-Montevideo, 1968), con quien Mercedes compartía la condición de exiliado de la Dictadura primorriverista y las columnas de El Día. La propia Pinto aportó un conmovedor poema titulado “A mis hermanos todos los emigrantes”.
Finalmente
para La emoción de Montevideo ante el raid del Comandante Franco, la mayor
cantidad de textos procedieron de literatos de distintos géneros, como Emilio
Oribe (Melo, 1893-Montevideo, 1975), Enrique Casaravilla Lemos (Montevideo,1889-1968),
Edgardo Ubaldo Genta (1894-1983), Roberto Ibáñez (Montevideo, 1907-1978),
Cipriano Santiago Vitureira (Montevideo, 1907-1977), Américo Atahualpa del
Cioppo (Canelones, 1904-La Habana, 1993), Domingo Cayafa Soca (1859-1956),
Carlos Alberto Clulow (Salto, 1907-1969) o Víctor Pérez Petit (Montevideo,
1871-1947) cuya colaboración titulada “Homenaje verbal a Franco” contenía una
inteligente disquisición con doble sentido sobre las expresiones lingüísticas
más adecuadas para calificar su hazaña. Otras contribuciones fueron las de las exponentes
femeninas del mundo literario montevideano.
Mujeres
compañeras de fatigas literarias y feministas de Mercedes entre las que se
encontraban, por ejemplo, Raquel Sáenz (1899-1959), María Elena Muñoz
(1874-1964), Susana Soca (Montevideo, 1907-Río de Janeiro,1959) y dos de las
más grandes escritoras del Uruguay de entonces: Luisa Luisi (Paysandú,
1883-Santa Lucía, 1940) y Juana de Ibarbourou (Melo, 1892-Montevideo, 1949). La
que sería conocida como Juana de América, hija por cierto de un inmigrante
gallego, se convertiría en la gran amiga de la canaria desde su llegada a
Montevideo. Para Ibarbourou era precisamente una de las cartas de recomendación
que portaba desde Madrid junto con otra para Juan Zorrilla de San Martín
(Montevideo, 1855-1931) quien también colaboraría con un texto —de los muchos
que escribió en esos días— en su libro de homenaje al Plus Ultra. Y no podía
ser de otro modo, no sólo en razón de esta amistad sino también por el papel
protagónico que el ya anciano polígrafo tendría en el recibimiento de Franco.
Indiscutiblemente, Zorrilla de San Martín no podía faltar en un acontecimiento como éste, como no lo había hecho en otras oportunidades anteriores dedicadas a cuestiones que relacionasen a España con América[5]. Así, cuando el tres de febrero, estando ya el Plus Ultra en tierras americanas, escribió el testimonio de su particular emoción, lo hizo precisamente evocando el mismo discurso —El mensaje de América— pronunciado cuando muchos años atrás, siendo ministro plenipotenciario de Uruguay en España, había actuado como representante de su país en los actos de la celebración de IV Centenario del Descubrimiento. Y si en Huelva, al pie del convento de La Rábida, había dicho: “la madre España (…) existía en la raza cuando nosotros no habíamos nacido (…). La América nació de una herida de gloria que esa España se hizo en el corazón” (Cagiao, 1996: 219), ahora, con motivo de la llegada de Franco, añadiría no menos grandilocuentemente: “demos paso a los nuevos navegantes españoles, héroes de nuestra raza, estrellas nuevas que entran triunfantes en la vieja constelación” (Pinto, 1926). Como se ve, Zorrilla de San Martín, poeta, novelista e historiador y exponente del nacionalismo católico tradicionalista laico, “guardián de los valores morales del pasado”, según definición de uno de sus prologuistas[6] pero sin duda uno de los grandes intelectuales uruguayos del largo tiempo que le tocó vivir, no había perdido un ápice de su verbo encendido y menos aún del talante prohispánico que le había caracterizado desde la década de los ochenta. Entonces, en una carta dirigida a Menéndez Pelayo que acompañaba al envío de su libro La Leyenda Patria, se había expresado en los términos siguientes:
“El
pueblo que nos dio su sangre y su lengua y su fe, debe darnos aire, luz,
estímulo”[7].7
Semejantes aseveraciones dan la pauta de su talante hispanoamericanista de
tinte conservador y de su exacerbada querencia por España que, como dijera Juan
Valera en los tiempos previos al Desastre: “hace a veces de España tales
alabanzas que al llegar a España, tan postrera y tan abatida hoy, la sonrojan y
la consuelan a la vez” (Cagiao, 1996: 220).
Por
todos estos antecedentes, e indudablemente por el respeto general del que
gozaba y también en razón de su edad, nadie mejor que Zorrilla de San Martín
para figurar entre el selecto grupo de personalidades que darían la bienvenida
a Ramón Franco aquel nueve de febrero de 1926. A lo largo de la jornada, y en
medio de la confusión comentada con anterioridad, se pusieron en marcha todos los
preparativos para que el recibimiento fuese un éxito.
De
hecho, poco tiempo atrás, se habían constituido dos comités de homenaje, uno
nacional y otro de la colectividad española cuya actuación estaba prevista para
la recepción oficial en Montevideo después del pasaje del hidro por Buenos
Aires pero que, ante el inesperado arribo de Franco y sus compañeros, se
pusieron inmediatamente en funcionamiento. El comité uruguayo estaba presidido
por el jurista y político colorado Carlos Travieso e integrado por varios
militares y algunos civiles como el escribano Héctor Gerona (Pan de Azúcar,
1934-Montevideo, 1960) y los hermanos Luis e Ignacio Arcos Ferrand, hijos del
gallego Juan Vicente Arcos Sabarís (Meis, 1838-Montevideo, 1903), verdadero
patriarca de los inmigrantes de esta procedencia establecidos con su ayuda en
el barrio popularmente conocido como Galicia Chica del Montevideo finesecular.
Ignacio
Arcos, quien por otro lado entre 1921 y 1924 había ejercido como cónsul de su
país en Galicia (Vilagarcía de Arousa), era además socio de número del Centro
Gallego de Montevideo al que propondría, iniciando él mismo la suscripción,
confeccionar una placa de oro para ser regalada al ayuntamiento de Ferrol del
que Franco era oriundo.
El comité promovido por la colectividad española fue organizado a mediados de enero en una reunión a la que asistieron los presidentes de todas las asociaciones junto con un representante de El Diario Español, el periódico que veinte años atrás había sido fundado por otro gallego, Manuel Magariños Castaño (Valga, 1864-Montevideo, 1941), y que se intitulaba como “Órgano defensor de los intereses de los españoles en el Uruguay”. Dicha asamblea tuvo lugar en el Club Español —una añeja institución situada en la céntrica Avenida 18 de Julio que había nacido en 1878 con el fin de estrechar lazos entre la colectividad española y la sociedad uruguaya— presidida en ese momento por el también gallego Pablo Fontaina (Cotobade, 1865-Montevideo, 1937) quién quedó precisamente al frente del mencionado comité. Las vicepresidencias fueron ocupadas por los presidentes de la Institución Cultural Española —liderada desde su fundación en 1919 a imitación de la de Buenos Aires por otro hijo de Galicia, el comerciante Manuel Senra (Noia, 1861-Montevideo, 1927)—, el de la Asociación Española Primera de Socorros Mutuos, decana de todas las que bajo este epígrafe se constituyeron en América y presidida por Severino Barcala, también gallego, y el de la Cámara Española de Comercio, Florentino de Lay Menes. Las vicesecretarías del comité quedaron a cargo de los presidentes de la Casa de Galicia, Antonio Chao (Muras, 1880-Montevideo?) y del Centro Asturiano, Rafael Alonso, mientras que la tesorería fue confiada al presidente del Hospital Sanatorio Español, Francisco B. Helguera asistido, como vicetesoreros, por los presidentes del Centro Eúskaro Español, Nicolás Inciarte, y del Centro Catalán, José Novell.
Como
puede observarse, llama la atención el elevado número de gallegos que presidían
las asociaciones españolas de Montevideo en correlación su dominio numérico en
el conjunto de la colectividad. Por ello, no es de extrañar que,
intencionadamente, haya dejado para el final de esta apretada nómina el papel
que le tocó jugar a Constantino Sánchez Mosquera (A Coruña, 1882-Montevideo, 1960),
presidente del Centro Gallego de Montevideo —la institución decana de los
inmigrantes procedentes de Galicia— como eficaz secretario del Comité Español
de Homenaje al Plus Ultra, lo que sin duda le llenó de satisfacción. Ya antes
de la salida de España del vuelo comandado por Franco, en la reunión de la
junta directiva celebrada el diecinueve de enero se habían tomado algunas
decisiones “contentos los presentes en que por tratarse de un gallego (…)
resuélvese mandar al aviador a su salida de Palos de Moguer un mensaje augurándole
un feliz éxito y confeccionar una placa con una inscripción alegórica”.
Días después el Centro Gallego determinó dedicar un número extraordinario de su revista “al aviador paisano” y, en el caso de que su permanencia en Montevideo lo permitiese, organizar “un champagne de honor”[8].
Cabe señalar, además, que poco antes de la llegada de Franco y su compañeros, el Centro Gallego se había convertido en la principal tribuna cultural de Montevideo al haber iniciado unos ciclos de conferencias en las que participaron distintas personalidades del mundo intelectual, no sólo gallegas o españolas, sino también uruguayas y latinoamericanas en general (Cagiao, 1990: 91).
Pero la pluralidad que Sánchez Mosquera demostró en elegir a su invitados para el primer ciclo sobre “Problemas Ibero-Americanos”[9] —que en realidad estuvo marcado por su notable oposición al expansionismo norteamericano (Zubillaga,1998: 126), un asunto que también abordaría a través de la prensa con motivo del Plus Ultra— poco tenía que ver la ideología que, tras una desconcertante trayectoria política, cada vez le acercaba más a los postulados del régimen instaurado por Primo de Rivera. Por ello, con toda seguridad, nada pudo haber hecho más feliz a este coruñés, médico de profesión, que a la vez que presidía el Centro Gallego fungía como vicepresidente del Club Español, que jugar un papel destacado en el recibimiento de Franco que llegaba al Uruguay realizando una proeza aérea bendecida por el dictador al que tanto admiraba. Su indisimulada devoción por el jefe de Gobierno español unida al hecho de la galleguidad del Comandante Ramón Franco, provocaron en el presidente del Centro Gallego una especie de éxtasis patriótico cuyas exageradas expresiones, procedieran o no de su propia pluma, aparecerían en estas fechas de manera sistemática en la revista de la institución que él mismo dirigía (Bresciano, 1999).
Imagen 2. Pablo Fontaina, presidente del Club Español y Constantino Sánchez Mosquera, presidente del Centro Gallego de Montevideo. Fuente: Álbum gráfico: homenaje a los héroes del “Plus Ultra”, (1926). Buenos Aires: la Cooperativa Fotográfica: http://bdh.bne.es/bnesearch/search.do?
De este modo, algunos de los colaboradores de la misma utilizaron recurrentemente el símil de Colón con Ramón Franco, en Montevideo se aderezaba también con Díaz de Solís, que si bien no era original pues también había sido utilizado en diversas publicaciones de los medios peninsulares, en las colectividades emigradas había llegado a adquirir tintes hiperbólicos. Así ocurrió sobre todo en la Argentina, donde además la comparación entre ambos personajes agregó sustancia a la tradicional rivalidad entre gallegos y tanos (Núñez, 2001) y, de paso, contribuyó a sustentar la tesis del origen gallego de Colón en boga por entonces entre ciertos exponentes de las comunidades españolas de América, desde Cuba hasta el Río de la Plata (Cagiao, 2007: 209-214). En este sentido, la de Montevideo tampoco se quedó atrás y la Revista del Centro Gallego de Montevideo, y a su frente Sánchez Mosquera que también participaba de la prédica del Colón originario de Galicia, acogió en su páginas bastantes artículos en esta dirección. Algunos de los textos que en febrero de 1926 verían la luz en esta publicación serían similares al que decía:
“Un
gallego, hijo de Ferrol, el Comandante Franco, se lanza a la aventura con la
misma fe y el mismo entusiasmo que antaño lo hiciera Cristóbal Colón (…),
españoles y gallegos: elevemos nuestros corazones y pensando en la patria inmortal,
saludemos sombrero en mano a los héroes que llegan personificando el pasado, el
presente y el porvenir de España. ¡Gloria a España! ¡Loor a Galicia!”[10]
Pero nada comparable al acróstico publicado no sólo en la Revista del Centro Gallego, sino también en El Diario Español que, en un más que dudoso gallego, fuera escritopor el poeta ferrolano Enrique Fresco y Díaz, masón para más datos, que bajo el título “A O´Héroe”, rezaba:
Imagen 3. Caricatura de Ramón Franco, hoja suelta para Céltiga. Fuente: Biblioteca América de la Universidad de Santiago de Compostela Signatura: A. Foll-227/203.
R
emontandot´en volo temerario
A
briche nova rut´a aviación
M
orrer-pensaches-eme necesario
O u descender
triunfante, d´o contrario
N o
continente qu´ atopou Colón.
F
íxeche x´a proeza. Xa chegache,
R
uxindo c´o “Plus Ultra” maxestuoso,
A dó
tantos loureiros conquistache.
N unca
m´esquencerei d´a túa hazaña,
C
onsumada con éxito grandioso,
O u
meigo dos espacios! ¡Viva España!
(Cagiao,
2007: 217).
Lo cierto es que los paisanos ferrolanos de Franco no se quedaban cortos tanto en sus expresiones en verso como en prosa. Así, de otro tenor, pero no menos exaltado que el anterior, era la contribución de un colaborador de la revista residente en Buenos Aires, Miguel Revestido (Ferrol, 1892-Buenos Aires, 1938), asiduo también en los medios étnicos porteños, cuya perla literaria, titulada “A la Santiña Madre del Comandante Franco”, emulaba la Salve dedicada a la Virgen y comparaba a la progenitora del aviador con “otras dos santas”: Concepción Arenal y Rosalía de Castro a quien en 1923 había canonizado a través de otro poema.
El
recibimiento
Como la
mayoría de los medios de la prensa uruguaya, el vespertino El Diario y El Plata
dedicaron sendos editoriales a la llegada del Plus Ultra que ya al sobrevolar
Punta del Este había sido saludado con disparos de cohetes. Pero quizás fue el
porteño La Prensa —que como otros argentinos, entre ellos algunos de los
voceros étnicos españoles, envió corresponsales al Uruguay— el que con mayor
lujo de detalles recogió, al decir del propio periódico, el “magno acontecimiento”.
Sus informaciones permiten traducir cómo era el aspecto que Montevideo, que por
entonces rondaba el medio millón de habitantes, presentaba para la ocasión
aquel nueve de febrero.
Totalmente
engalanada para recibir a los artífices del raid, las banderas de España ondeaban
en todos los comercios españoles del centro y de los diferentes barrios.
Además, entremezcladas con ellas y con las uruguayas, flameaban también
numerosas enseñas tricolores italianas, como muestra de que la otra gran
colectividad de inmigrantes tradicional en el Uruguay, tal y como dos días
atrás había declarado el escritor Emilio Scarone a Imparcial, estaba con los
españoles (España y Tomás, 1926: I, 265). Los accesos al puerto y el trayecto
al Parque Hotel, frente a la Playa Ramírez, donde se alojarían Franco y sus
compañeros, se hallaban absolutamente repletos por un gentío que colapsaba la
circulación de vehículos y personas.
Las
aglomeraciones eran tales que el rotativo argentino no halló mejor comparación que
la de equipararlas con el recibimiento efectuado ante el regreso triunfal de la
selección uruguaya de “football” como campeona olímpica de los Juegos que dos
años atrás se habían celebrado en Colombes (París) —lo que es mucho decir en un
país en el que desde 1900 ese deporte había arraigado totalmente entre todas
las clases sociales (Castellanos, 2000: 75)— y que la revista Mundo Uruguayo había
retratado como una verdadera exhibición de enardecimiento público.
Las
analogías se extendieron asimismo a las manifestaciones de júbilo popular que
habían tenido lugar con motivo de la visita a Montevideo, también en 1924, del
príncipe Humberto de Italia o la de Eduardo de Windsor, Príncipe de Gales, un
año después “generando curiosidad y asombro” (Ribeiro, 2007: 144). En cualquier
caso, nada que ver con lo ocurrido ante el delirio provocado por la llegada del
Plus Ultra.
Al hilo
de lo antedicho, la escritora canaria Mercedes Pinto, además de mostrarse incapaz
de evitar la evocación del sentimiento de la “raza y de la sangre” típico y
tópico del hispanoamericanismo de entonces en cualquiera de sus variantes, como
testigo presencial del acontecimiento, escribiría extasiada:
“¿Quién
no ha visto recibimientos, llegadas de personajes, viajes de reyes, éxitos de
artistas, homenajes fantásticos a ídolos populares? (…). He presenciado tantas
llegadas y partidas, tantos recibimientos y tantas despedidas, que solo algo intensamente
emotivo y hondamente sagrado podía llamarme la atención. Y ese algo fue
precisamente el raid Plus Ultra (…). Nada comparable al instante supremo en que
sobre el raso azul pálido, del cielo de Montevideo, se dibujó la silueta, casi imperceptible
del avión español (Pinto, 1926)”.
Efectivamente,
la bienvenida de Montevideo al hidroavión Comandado por Ramón Franco, personificada
primero en las multitudes concentradas en las inmediaciones del puerto, fue en
verdad formidable. Al entusiasmo del pueblo se añadió el reconocimiento oficial
que no escatimó recursos en la escenificación de su complacencia por, después de
tantos ires y venires, ser el primer país hispanoamericano en recibir a los
aviadores españoles.
El
crucero Montevideo aguardaba en la cabecera del muelle con toda la marinería uniformada
de gala mientras, durante las horas de espera, la banda de música de la Escuela
Naval bombardeaba el ambiente con sus marchas militares aumentando el estruendo
provocado por las sirenas de los barcos fondeados en la bahía. A bordo del
Montevideo se encontraban, entre otras autoridades, el canciller Juan Carlos
Blanco Acevedo y el plenipotenciario de España, Gonzalo del Río, junto con el
presidente del comité uruguayo de homenaje, Carlos Travieso y, como no, Juan
Zorrilla de San Martín, cuya vocación prohispánica de larguísima trayectoria,
como ha sido subrayado con anterioridad, y también su avanzada edad, lo acreditaban
suficientemente para ocupar un lugar de honor.
En torno a las siete y media de la tarde, el Plus Ultra fue por in avistado sobre el cielo de la bahía, escoltado por los aviones del ejército uruguayo que se habían lanzado a su encuentro al mando del director de la Escuela Militar de Aviación, el Teniente Coronel Cesáreo L. Berisso, de quien Franco guardaría tan buen recuerdo.
De su
paso por Punta Carretas dejarían testimonio los propios aviadores que describirían
Montevideo como “hermosa capital, con su ramblas y hermosos ensanches, que se
brindaba acogedora para aquellos peregrinos del espacio, que llegaban desde
lejos, desde España, trayendo en sus alas un saludo a sus hermanos de lengua y
raza” (Franco y Ruiz de Alda, 1926: 227)
Imagen 4. Franco a bordo del crucero Uruguay. Fuente: Álbum Gráfico: homenaje a los héroes del Plus Ultra, (1926). Buenos Aires: La Cooperativa Fotográfica: http://bdh.bne.es/bnesearch/Search.do
A su salida del avión y antes de embarcar en el Montevideo, Franco y sus compañeros fueron recibidos por el ministro argentino destacado en la capital uruguaya que, por orden de su Gobierno, que no se resignaba al protagonismo oriental en la recepción de los aviadores al Plata cuyo destino inicial debería haber sido Buenos Aires, exigió ser el primero en saludarlos. Flanqueado por él y por su homólogo español, con quienes había mantenido una conversación reservada a bordo probablemente tras la cual envió por radio un mensaje a la Argentina para evitar cualquier conflicto diplomático, Ramón Franco descendió al muelle en medio de una extraordinaria multitud que coreaba su nombre. Al mismo tiempo, las ondas transmitían una profusión de mensajes que, en todas las direcciones, acusaban la llegada del Plus Ultra a Montevideo.
Ignacio
Arcos Ferrand, como se dijo miembro del comité uruguayo de homenaje, fue el
primero que por cablegrama dio cuenta a la Sociedad Colombina Onubense, que
había tenido un papel importante en Palos a la salida del vuelo, de la que era
socio de honor, diciendo: “Valientes aviadores Plus Ultra pisan tierras
uruguayas, América española, pueblo aclama mensajeros nombre madre España”. Su
presidente, José Marchena Colombo (Huelva, 1862-1948) no tardó en contestar en
los siguientes términos: “Vibrando emoción, damos vivas a Uruguay, España,
tripulantes Plus Ultra, Raza. Agradecemos recuerdos de ese comité (…) Quedamos
unidos espiritualmente con vosotros”[11].
Difundida
la noticia por todo el país, las colectividades españolas del interior, menores
que las de Montevideo pero no menos entusiastas, desde Santa Ana do Livramento hasta
Colonia, queriendo emular lo que ocurría en la capital, se aprestaban a
festejar la llegada del Plus Ultra con diversos actos a los que se sumaron
muchos nacionales.
Contagiada
del fervor popular, desde las inmediaciones de Salto, Candelaria Areta de
Amorim, madre del escritor Enrique Amorim, enviaba al cónsul español de esa ciudad,
para que lo hiciese llegar a los aviadores, un texto de adhesión repleto de
vivas a España, a Ferrol, a Navarra… y a todas las geografías de las que
procedían los “conquistadores del aire”.
De auténtica “apoteosis monumental” calificarían este recibimiento Franco y Ruíz de Alda (1926: 231) quienes en su traslado en automóviles hasta el Parque Hotel serían acompañados por diversos cargos. El primero, y por militares y miembros de la municipalidad, mientras que el segundo se desplazaría con el ministro español y los presidentes de los comités de homenaje, Carlos Travieso, por el nacional, y Pablo Fontaina por el de la colectividad española.
Por su
parte, el Teniente de navío Juan Manuel Durán (Jerez de la Frontera,
1899-Barcelona, 1926) lo haría con el secretario del comité uruguayo, en tanto
que en el auto destinado al mecánico Pablo Rada (Caparroso, 1901-Madrid, 1969)
el acompañante era el del español, Constantino Sánchez Mosquera.
En la
mañana del día siguiente fueron recibidos por el presidente uruguayo José
Serrato que el mismo día nueve había telegrafiado a Alfonso XIII
congratulándose abiertamente de que “esta tierra uruguaya sea la primera en aclamar
en la lengua común”. Franco llevaba consigo el mensaje real, cuya entrega
estaba prevista para cuando se produjese la visita oficial al regreso de Buenos
Aires, que el aviador gallego no dudó en anticipar al igual que hizo con los
que portaba para el ministro español en Montevideo y otros del presidente del
Gobierno y del rector de la Universidad de Madrid, el también gallego José R.
Carracido (Santiago de Compostela, 1856-Madrid, 1928) para la de Montevideo.
Tras la obligada visita de Franco a la estatua de José Artigas, acompañado de una masiva manifestación popular, y de que el presidente Serrato le comunicase su intención de promover su nombramiento como piloto aviador militar “ad honorem” del Ejército Nacional, el hidroavión se preparó para partir, por fin, hacia Buenos Aires. Y aunque previamente el comandante, en su mensaje por radio desde el crucero Montevideo había anunciado la llegada para las cuatro de la tarde, la salida del territorio uruguayo fue adelantada al mediodía tomando en consideración, según su propio testimonio por la diferencia horaria con España y, sobre todo “porque el Ministro de España en Montevideo sentía un gran apresuramiento por nuestra salida” (Franco y Ruiz de Alda,1926: 237). Y es que, aunque públicamente el Gobierno español se viese obligado a disimular su disgusto (España y Tomás, 1926: I, 251), seguramente, Gonzalo del Río no veía el momento de cumplir por fin las terminantes órdenes de Madrid que se habían visto alteradas por la detención inesperada en Montevideo en contra de su voluntad.
Aun
así, el representante diplomático español, había manejado la situación lo mejor
que pudo y supo con indudable riesgo para su cargo.
Finalmente,
en medio de nuevas aglomeraciones multitudinarias y al son de las bandas de
música que ejecutaban sin cesar la Marcha Real española, se produjo el despegue
del Plus Ultra hacia su destino inicial. Así se había vivido la primera “emoción”
de Montevideo.
Imagen 5. Ramón Franco y el presidente de la República Oriental del Uruguay, José Serrato, durante la visita oficial a Montevideo. Fuente: Álbum Gráfico: homenaje a los héroes del Plus Ultra, (1926). Buenos Aires: La Cooperativa Fotográfica: http://bdh.bne.es/bnesearch/Search.do?
La
segunda visita del Plus Ultra
Tras la
estancia en la otra orilla del Plata, el día veinticuatro de febrero, y aún
bajo los efectos de las órdenes recibidas de Madrid para poner término al raid
regalando el hidroavión a la Argentina, el Plus Ultra regresó de nuevo a la
capital del Uruguay. Lo hizo sin uno de su tripulantes, Ruiz de Alda, que por
indisposición se había quedado en Mar del Plata. Precisamente de esta
procedencia acababa de arribar al puerto de Montevideo el Alsedo, buque español
que acompañó al Plus Ultra durante todo su periplo, en el que, en esta ocasión,
de nuevo aguardaban las autoridades, los representantes de los comités de
homenaje, la prensa y, al decir de Franco, “los buenos amigos que dejamos en nuestra
corta estancia anterior” (Franco y Ruiz de Alda, 1926: 265).
Al
asomarse nuevamente el hidro en dirección al puerto con cinco aviones uruguayos
formando detrás, se repitió el estruendo de sirenas de barcos y el griterío público
de la visita anterior.
Ya en tierra,
y antes de recorrer la ciudad en auto, los tripulantes se dirigieron a la Casa
de Galicia, la otra gran institución gallega de Montevideo que se había creado
una década atrás con fines mutualistas, donde les fue ofrecido un típico “xantar”.
Enseguida
comenzó de nuevo la batería de actos a los que debían asistir y que los anfitriones
uruguayos, con la experiencia de la primera visita, habían preparado con doble
esmero. Durante todo el tiempo que los tripulantes habían permanecido en la
Argentina, el Centro Gallego de Montevideo, por ejemplo, entregó a la proyectada
celebración de su “champagne de honor” con orquesta durante el cual, a
propuesta de su presidente, Constantino Sánchez Mosquera, se preveía que el
Comité de Damas de la institución se encargase de donar al comandante gallego
sendas medallas de oro para su madre y su esposa. Asimismo, en su junta
directiva se había discutido acerca de las firmas que deberían imprimirse en
las placas conmemorativas del paso del Plus Ultra por Montevideo, una para
Franco y otra para el ayuntamiento de Ferrol, y de cómo debía adornarse para
recibir a los aviadores el flamante edificio que esta institución acababa de
inaugurar recientemente en la céntrica calle San José de la capital uruguaya[12].
Imagen 6. Partida de los aviadores desde Buenos Aires a Montevideo. Fuente: Álbum Gráfico: homenaje a los héroes del Plus Ultra, (1926). Buenos Aires: La Cooperativa Fotográfica: http://bdh.bne.es/bnesearch/Search.do?
Por otro lado, todos los directivos asociaciones españolas se hallaban ocupados en posar para los mejores fotógrafos y enviar sus retratos, junto con notas manuscritas para un álbum conmemorativo que se estaba preparando en Buenos Aires como recuerdo especialísimo del arribo del Plus Ultra a ambos países del Plata.
Uno de los eventos más sonados fue la visita al corso de Villa Colón, especialmente célebre en el animado carnaval montevideano que se estaba celebrando justo a fines de febrero. En las avenidas de Garzón, Lezica y Lanús de este barrio se organizó una batalla de lores en su honor que haría época. Pero según el testimonio del propio Franco, aunque reconocía la magnífica atención dispensada por las diferentes instancias uruguayas, los mayores agasajos fueron los ofrecidos por la colectividad española que, entre otras atenciones, cubrió los gastos del sello de esmalte y oro que adornaba el diploma acreditativo de su nombramiento como oficial “ad honorem” que el presidente Serrato había propuesto durante la estancia anterior. Y fue precisamente durante uno de ellos, en la velada organizada por el Club Español, donde Juan Pedro López, el cantor al que ya hemos aludido, brindó al aviador gallego la primera de sus inefables composiciones poéticas.
Aquella
noche, durante la fiesta a la que había acudido lo más granado de la
colectividad española, López, solicitando el silencio de la concurrencia,
comenzó a declamar los versos que, por un momento, fundiéndose en un abrazo con
el payador, emocionaron al comandante hasta las lágrimas (Sisa, 1965: 47). La
primera de las décimas de su exaltado poema comenzaba diciendo:
Quiero
elevar con fervor
Con
altura, con vehemencia
Un
himno a la inteligencia
A la
audacia y al valor
¡Loar
quiero a un aviador¡
a un
gallego valeroso
que en
su vuelo portentoso
sobre
el pájaro mecánico
venció
el pavor transoceánico
fantásticamente
hermoso.
La anécdota, recordada por Ramón Franco en alguna ocasión[13] no quedó ahí porque aquel acto espontáneo sería de gran trascendencia para el bardo López quien, poco más tarde, después de la partida del Plus Ultra, se animó a solicitar del aviador una guitarra española a través de una nueva composición publicada en el diario montevideano La Tribuna Popular que también hizo llegar al militar ferrolano y que introducía así:
¿Se
acuerda usted de aquel bardo
Que una
noche en un Salón
De la
gran Montevideo,
Capital
de mi Nación,
Que le
recitó unos versos
Por los
que usted, emocionado,
Le dio
un abrazo al cantor
Por mil
almas presenciado?
Imagen 7. Placa conmemorativa dedicada por la Casa de Galicia, de Montevideo, a los aviadores del Plus Ultra. Fuente: Revista Mundo Gráfico, 28 de julio de 1926, http://hemerotecadigital.bne.es/details.vm?q=id:0002069525&lang=es
La
petición del cantor oriental sería respondida por Franco en 1927 con el envío a
la redacción de El Diario Español de Montevideo del deseado instrumento junto
con una nota manuscrita, de claras alusiones políticas, en la que declaraba:
“Al
payador uruguayo Juan Pedro López poeta cantor de los Orientales te envío la
guitarra para que cantes con ella las glorias de la raza; al trabajo, a la
industria y a la libertad, pero deseo que se te rompa en las manos el día que
cantes a la tiranía del poder”
Comandante
Franco.
Durante
los cinco días de aquel caluroso verano austral que los aviadores españoles
permanecieron en Montevideo fueron objeto de numerosos homenajes oficiales tanto
militares y civiles. Uno de los más importantes, el veintisiete de febrero, fue
la declaración por parte del Senado “de ciudadanos legales del Uruguay a los
cuatro héroes del Plus Ultra, D. Ramón Franco, D. Julio Ruiz de Alda, D. Juan
Manuel Durán y D. Pablo Rada” (Bresciano, 1999: 159).
Por su
parte, el estamento militar les confirió el nombramiento de miembros honorarios
del Comité Pro Aeronáutica Naval y, entre otros regalos, Franco recibió en la
Escuela Militar una espada elaborada en el arsenal de guerra costeada por
suscripción popular. Hubo además banquetes multitudinarios, como el celebrado
en el Parque Hotel, al que acudieron el presidente de la nación y todos sus
ministros, los miembros de los comités de recepción y todo aquel que se pudo
apuntar.
De
otras características completamente distintas sería el ofrecido el día
veintiocho por la República Libre de la Parva Domus Magna Quies, una particular
sociedad humorística que fuera fundada en Punta Carretas en 1878, en la que por
coincidir con el carnaval, se había organizado para el día veintiocho una
simpática comparsa alusiva a la llegada del vuelo Plus Ultra.
Todos los días, Franco era asediado por la prensa en la que insistentemente se comentaba, como algo lamentable, el hecho de que el raid hubiese tocado a su fin y, por consiguiente, se hubiese anulado el plan de Franco, ”desechado por el Gobierno español”, diría Mercedes Pinto con amargura, de remontar los Andes hasta llegar a Cuba. Plan que, como se dijo más arriba, el aviador ya pergeñaba desde su estancia en Brasil y que, en la medida en la que lo fue detallando, convirtió en una memoria que desde la Argentina envió a Madrid en 19 de febrero (Marcilhacy, 2006: 222).
A este
respecto, el propio presidente Serrato, al entregar a Franco el mensaje para Alfonso
XIII afirmaría: “hubieran sido mis deseos que lo hubierais llevado en el Plus
Ultra en el cual me trajisteis el de vuestro soberano” (1926: II, 236).
El fin
de la estancia en la capital uruguaya, decididamente incómoda para el Gobierno
español pero extraordinariamente grata para Franco, se precipitaría al
conocerse la orden emanada de Madrid de regresar a Buenos Aires en el que sería
el último vuelo del Plus Ultra con el fin de embarcar en el crucero que la
Argentina ponía a disposición de los aviadores. “Nuestro deseo hubiera sido quedarnos
unos días más”, diría el propio Franco (1926: 271-272), añadiendo:
“Al
partir de Montevideo, del que tantos gratos recuerdos conservaremos y donde
tantas atenciones recibimos (…) pasan por nuestra mente todos los agasajos (…)
entristeciéndonos y sintiendo que algo íntimo de nuestro ser se quedaba en el
Uruguay”.
A
manera de colofón
En
julio de 1926, pocos meses después del raid, Miguel España y Ricardo Tomás
pondrían fin a su voluminoso libro El vuelo España-América que por ser
sumamente prolijo en los detalles, ha sido inexcusablemente citado aquí en más de
una oportunidad y en todos cuantos textos se hayan escrito sobre cualquier
aspecto relacionado con el Plus Ultra. Como cierre del mismo, los autores
solicitaron un texto a quien en ese momento era precisamente ministro plenipotenciario
de la República Oriental del Uruguay en Madrid, Benjamín Fernández Medina (Montevideo,
1873-1960).
Casi en
la misma fecha, la Intendencia Municipal de Montevideo bautizaba una calle de
la ciudad con el nombre de Ramón Franco, como homenaje a su proeza aérea y
también como recuerdo a sus dos estancias en la capital del Uruguay. Pero,
además, hubo otros aspectos más tangibles que contribuyeron a dejar memoria de
aquella visita. Entre los más banales, cabría señalar, por ejemplo, los avisadores
comerciales que los establecimientos de Montevideo comenzaron a utilizar en los
meses subsiguientes para anunciar su productos. Así, mientras que algún
almacenero gallego hacía publicidad de las “Pastillas de café y leche FRANCO”,
una afamada librería de la ciudad realizaba sus ventas diciendo en sus avisos: "CÓMO
LO HIZO FRANCO, y día tras día el pensamiento europeo ha llegado a América en
alas de los libros, que en número de miles forman parte de nuestro selecto
stock”.
También aprovecharon la oportunidad del éxito del raid, los expendedores de combustible que se publicitaban como sigue: “Nos es grato llevar al conocimiento que el Comandante Franco usó en el Plus Ultra en la etapa Río de Janeiro-Montevideo la reconocida nafta “Energina”.
Anécdotas aparte, y en lo que atañe a la colectividad española de Montevideo, además del recuerdo de los agitados días del Plus Ultra, quedó también la satisfacción de verse reconocida ante la sociedad nacional al hacer de Franco un elemento capaz de reforzar su identidad étnica y de su visita una oportunidad para captar toda la atención.
A su
vez, las asociaciones españolas, con su demostrada competencia organizativa,
supieron operar como elementos de intermediación con los poderes públicos. Sus
directivos aprovecharon la oportunidad para lucir su capacidad de liderazgo
ante los asociados, aparecer en los medios y, por qué no, con sentido práctico,
hacer más de un negocio con la venta de fotografías y recuerdos del Plus Ultra que,
cabe esperar, no fuesen en beneficio propio sino de las instituciones que
dirigían.
De la relación con España quedó un ir y venir de objetos conmemorativos como la placa que el uruguayo Carlos Travieso, que había sido presidente del Comité Nacional de Homenaje, en un viaje a España, fue a entregar personalmente en julio de ese mismo año de 1926 a la ciudad de Ferrol para ser colocada sobre la estatua homenaje al Plus Ultra que, lamentablemente, en la actualidad no luce como en aquel momento.
O como
la que el Centro Gallego envió también al ayuntamiento de la ciudad natal de
Franco, atención que sus munícipes retribuyeron designando a una de las calles
de la ciudad con el nombre de “Montevideo”[14].
Todavía en 1929, cuando con motivo de la Exposición Iberoamericana de Sevilla, otro de los miembros del comité uruguayo de homenaje, Ignacio Arcos Ferrand, visitó La Rábida, llevaba consigo la medalla que se había acuñado en el Uruguay para rememorar la llegada del Plus Ultra junto con una fotografía de los aviadores hecha el nueve de febrero que entregó, dedicada, a José Marchena Colombo, presidente de la Sociedad Colombina Onubense.
Imagen 8. Estatua homenaje al Plus Ultra, Ferrol. Fuente: fotografía realizada por Lucía Barros Miñones.
En lo
personal, como ya fue dicho, a un payador oriental le quedó una guitarra en cuyo
estuche Franco hizo poner una placa de oro y otra el Club Español de
Montevideo, donde se hiciera famoso (Sisa, 1965: 50). Y a Ramón Franco, le
quedó la condición de ciudadano uruguayo que le fuera otorgada por la más alta
magistratura de la nación y que, según la que fue su esposa, le sirvió en
alguna ocasión de su complicada militancia republicana (Puyol, 2006: 163). Y
todavía su nombre y el del Plus Ultra serían evocados en Uruguay cuando se
produjo su muerte en 1938 en circunstancias trágicas todavía no del todo
esclarecidas.
Entonces,
el arzobispo Juan Francisco Aragone, cabeza de la jerarquía eclesiástica
uruguaya, posicionado claramente a favor del Gobierno de Burgos, enviaría sus condolencias
a su agente oficioso en Montevideo a través de la siguiente misiva:
“Montevideo,
1.º de noviembre de 1938
Sr.
Representante del Estado Español
Don
Rafael Soriano
Presente
Respetable
Sr. Representante:
Al
presentar a Vd., en nombre propio y de toda esta Arquidiócesis, las más
sentidas condolencias como al Representante del Estado Español, por el duelo
que enluta a la Madre Patria, no solamente cumplo con un deber, sino también
satisfago la necesidad de manifestar nuestro sentimiento por el trágico suceso
que abatió la vida del ilustre y meritorio General [sic] Ramón Franco.
En
efecto; nunca podremos olvidar aquellas horas de intensa expectativa durante
las cuales el Plus Ultra, en atrevido e inteligente vuelo, cruzaba el océano
para unir a España con las naciones de América Latina; así como el recibimiento
triunfal y la simpatía personal que conquistó el audaz piloto que acaba de caer
en el cumplimiento de su deber.
Tenga,
pues, la seguridad, Sr. Representante, que lamentamos sinceramente el hecho
ocurrido que priva a España de uno de sus héroes, y enluta el hogar del
Generalísimo.
Con
este motivo, me es grato saludar al Sr. Representante con mi consideración más
distinguida.
[fdo]
Juan Francisco Aragone
Arzobispo
de Montevideo”[15].
Imagen 9. Medalla que se acuñó en Uruguay para rememorar la llegada del Plus Ultra. Fuente: Revista La Rábida, 31 de diciembre de 1929, p. 13. Archivo de la Sociedad Colombina Onubense: http://hdl.handle.net/10334/1312
Al
respecto, resta decir, parafraseando a mi colega, amigo y siempre maestro,
Carlos Zubillaga Barrera, quien me cedió la carta, que su contenido indica por
un lado que la Iglesia uruguaya también se sumó entusiásticamente, como el
gobierno de su país, a la hazaña del Plus Ultra.
Pero de ella también se deduce que en los tiempos revueltos de ruptura del orden institucional que ambos países les tocó vivir cuando fue escrita, guerra en España y dictadura terrista en Uruguay, la jerarquía eclesiástica se situaría al lado de quienes lo promovieron. Sin embargo, incluso antes de que se recuperase la normalidad democrática en el país rioplatense, el pueblo uruguayo y muchos de sus intelectuales se volcarían con la defensa de la República española a la que prestarían su apoyo más decidido. Y de nuevo, la “emoción”, ahora por el incierto futuro de España, volvería a surgir en Montevideo.
* Este
trabajo forma parte del proyecto I+D+i “Donde la política no alcanza. El reto
de diplomáticos, cónsules y agentes culturales en la renovación de las
relaciones entre España e Iberoamérica” (HAR2014-59250-R), financiado por el
Ministerio de Economía y Competitividad en la convocatoria del 2014.
** Universidad
de Santiago de Compostela
Fuente:
Fuente: De Palos al Plata: el vuelo del Plus Ultra a 90 años de su partida. Universidad
de Santiago de Compostela
[1] Archivo del Centro
Gallego de Montevideo. Sesión ordinaria del día 12 de enero de 1926. Libro de
Actas de la Junta Directiva (1925-1928), f. 107.
[2] Su primera esposa,
Carmen Díaz Guisasola, parecía inclinarse por esta última hipótesis, según
relata en su libro Mi vida con Ramón Franco (Puyol, 2006: 161).
[3] Llizo, J. (1927). “El
recio espíritu del Comandante Franco. Reportaje al glorioso aviador gallego”,
Vida Gallega 326.
[4] El Heraldo Gallego.
Órgano de las colectividades gallegas en el Plata, Buenos Aires, 14 de febrero
de 1926.
[5] Como en el caso de una
obra cultural que un emigrante gallego residente en la Argentina había
proyectado en 1904 y que cristalizaría en la “Biblioteca-Museo América” donada
a la Universidad de Santiago de la que se convertiría en gran propagandista (Cagiao,
2004: 114). Además de los numerosos libros de su autoría que donó a la
institución, fue uno de los artífices de un álbum artístico cuya portada,
ilustrada con un dibujo de Purcalla y Grau contiene un manuscrito de su
autoría. Por otro lado, desde 1910, era socio de honor de la Sociedad Colombina
Onubense, tras el viaje de su delegado Manuel Siurot a los fastos del
Centenario argentino en el que Zorrilla representó a su país (Cagiao y Márquez,
2012: 388).
[6] Prólogo de José E.
Antuña a la obra de Zorrilla de San Martín Conferencias y discursos,
Montevideo, edición de 1965. La primera edición (Montevideo. Barreiro y Ramos,
1905) fue prologada por Benjamín Fernández Medina quien, como él, sería designado
en 1913 Ministro Plenipotenciario en España.
[7] Epistolario a
Marcelino Menéndez Pelayo. Fundación Ignacio Larramendi. Vol. 6, carta 326, 15
de mayo de 1884. Montevideo. http://www.larramendi.es/menendezpelayo/i18n/corpus/unidad.cmd?idCorpus=1002&idUnidad=152167&posicion=1
[8] Archivo del Centro
Gallego de Montevideo. Sesiones ordinarias de los días 19 y 26 de enero de
1926. Libro de Actas de la Junta Directiva (1925-1928), f. 111-114.
[9] En el primer curso de conferencias participaron: los uruguayos Juan Zorrilla de San Martín, Justino Jiménez de Aréchaga y Dardo Regules y los argentinos José León Suárez y Alfredo L. Palacios.
[10] Revista del Centro
Gallego, 109, Montevideo, febrero de 1926, p. 3.
[11] La Rábida. Revista
Colombina Iberoamericana, 31 de diciembre de 1929, p. 13
[12] Archivo del Centro
Gallego de Montevideo. Sesiones ordinarias de los día 16 y 23 de febrero de
1926. Libro de Actas de la Junta Directiva (1925-1928), f. 118-121.
[13] Llizo, J. (1927). “El
recio espíritu del Comandante Franco. Reportaje al glorioso aviador gallego”,
Vida Gallega 326.
[14] Revista del Centro Gallego, 109, Montevideo, diciembre de 1926, p. 21.
[15] Archivo de la Curia
Eclesiástica de Montevideo. Montevideo. Sección Gobiernos Episcopales de
Monseñor Juan Francisco Aragone y Monseñor Antonio María Barbieri. Carpeta:
España.