1 de julio de 2019
EL DÍA QUE UNA GIGANTESCA NAVE CRUZÓ EL CIELO DE BUENOS AIRES
Fue el 30 de junio de 1934, hace 85 años. El Graf
Zeppelin, un mastodonte de 240 metros de largo, conmovió a los porteños. La
increíble historia del dirigible que con su lujo, espectacularidad y capacidad
para recorrer largas distancias les ganaba la carrera a los aviones. Y que
pocos años después conocerían su final.
Por Matías Bauso
El 30 de junio de 1934, hace 85 años, Buenos Aires
se despertó muy temprano. Sus habitantes echaron mano a todo el abrigo posible
para mitigar el frío: sobretodos, tapados, camisetas de frisa, calzoncillos
largos, guantes, bufandas y sombreros. Los más madrugadores se dirigieron a
Campo de Mayo. Los demás, decenas de miles de personas, se dirigieron a espacios
abiertos, cruces de avenidas, balcones y terrazas. Se iba a producir uno de los
eventos del año. El Graf Zeppelin volaría por el cielo porteño.
El Zeppelin era un dirigible, un medio de
locomoción que en ese entonces parecía estar en su apogeo y representar al
futuro, pero al que le quedaba muy poco tiempo de vida. Era un gigante, un
mastodonte, una nave imponente, algo inverosímil y ridícula.
Tenía 240 metros de largo, 80 de diámetro y algo
más de 40 de alto. Era una extraña mezcla entre un globo y un barco. El Graf
Zeppelin, más que un medio de transporte aéreo, era un gesto teatral. Un
exagerado gesto teatral.
El Graf Zeppelin sobre el Palacio Barolo
Los dirigibles venían perfeccionándose desde el
momento de su invención. Para la época significaban un gran avance.
Representaban un progreso enorme frente a los globos. En ellos se podía regular
la altura, la velocidad e imprimirles la dirección deseada. Daban la ilusión de
que ellos podían dominar los aires, superar el azar, o el capricho, de los
vientos.
Tenían gran autonomía, alrededor 10 mil kilómetros,
y podían alcanzar velocidades de hasta 150 kilómetros por hora. En la barquilla
inferior estaban los controles, los camarotes de lujo para los 20 pasajeros,
las literas para los 40 tripulantes, un salón de estar reluciente, un comedor, una
estación telegráfica y entre otras comodidades un sector para fumadores.
El gobierno alemán, ya con Adolf Hitler y los nazis
en el poder, aprovechaba el prestigio y la fascinación del Graf Zeppelin para
hacer propaganda
El Zeppelin fue el primero que consiguió cruzar el
Atlántico por el aire. En 1928, su llegada a Nueva York, fue aclamada por miles
que revolean flores por el aire mientras una orquesta tocaba una versión
festiva del himno alemán. Luego hizo ese cruce en 150 oportunidades más. En
total fueron más de 600 travesías: la más notoria fue una expedición al Ártico.
El nombre se lo debe a Graf Ferdinand von Zeppelin, militar y noble alemán, que
fundó la fábrica con su apellido.
El Zeppelin sobrevuela Buenos Aires. Tenía 240
metros de largo, 80 de diámetro y algo más de 40 de alto
Los dirigibles fueron utilizados durante la I
Guerra Mundial. Algunos optimistas pensaban que su utilización podía cambiar el
curso de la contienda. Nada de eso. Eran pesados, los bombardeos desde ellos
carecían de toda precisión. Su punto más débil era lo fácil que eran de
alcanzar y destruir. Eran demasiado grandes, frágiles y muy inflamables. Luego,
con las acciones más avanzadas y con la mala experiencia de varias unidades
retiradas, los alemanes decidieron usarlos para realizar avistajes de objetivos
militares y posiciones enemigas.
Las fotos del monstruo volador sobre los lugares
típicos de la ciudad todavía perduran. El Zeppelin sobre el Pasaje Barolo,
sobre Plaza de Mayo, sobre el Congreso. El capitán hizo que la nave corcoveara
levemente, como gesto de cortesía, una especie de suave cabeceo de
reconocimiento, al pasar sobre el Congreso. El gesto se repitió sobre Sedalana,
una fábrica textil de Coghlan, cuyos dueños eran alemanes. Allí le prepararon
una gran recepción al dirigible con todos sus empleados en la calle y en los
techos, saludando pañuelos al viento el paso del gigante mientras tronaban las
sirenas de la fábrica.
El Graf Zeppelin aterrizó en Campo de Mayo. Una
multitud se reunió para ser testigo el gran acontecimiento
Luego se dirigió a Campo de Mayo. Ahí aterrizaría.
Cuatro años antes, el Graf Zeppelin había llegado hasta Brasil, pero no bajó a
Argentina porque las autoridades locales se negaron a construir e instalar un
mástil de agarre para que pudiera aterrizar. Algunos diarios criticaron la
medida; decían que era un gasto mínimo para la satisfacción que le
proporcionaría a la ciudadanía y el prestigio que derramaría sobre el país.
El Salón Comedor
En lo referido a la gente tenían razón. Esa mañana,
antes de las 8, cuanto todavía estaba oscuro, decenas de miles de personas se
acercaron a Campo de Mayo para ver el espectáculo. Una multitud. Era un signo
de época: exequias, grandes artistas que llegaban en barco, algún espectáculo
deportivo, o la posibilidad de escuchar una transmisión radial de un partido de
la Selección a través de altoparlantes, convocaban decenas de miles de
personas. Nadie se quería quedar afuera de la vivencia. Era eso, amontonarse,
mirar de lejos, gritar, aplaudir, ponerse en puntas de pie para ver algo más, o
ser ajeno a la experiencia, tan solo recibir el recuerdo de uno de los
asistentes, la lectura en el diario del día posterior o ver en el noticiario
del cine algunas imágenes temblequeantes una semana después.
Un Capitán espera al Zeppelin con 200 soldados
(Archivo General de la Nación)
Doscientos jóvenes soldados argentinos esperaban a
la nave. Eran quienes se encargarían del amarre. Debían tomar las sogas y
empujar para dejarlo en tierra. Luego, rápido, a hacer los nudos que lo
aferraran. Para algunos de ellos la misión era otra; debían asirse de los
pasamanos de la barquilla para posarlo sobre tierra.
Nadie había imaginado que era una especie de
pequeña ciudad voladora. Tenía casi dos cuadras y media de largo.
Los espectadores no podían dar crédito a sus ojos.
Mientras el Zeppelin se acercaba, su imagen se hacía cada vez más imponente.
Nadie había imaginado que era una especie de pequeña ciudad voladora. Tenía,
recordemos, casi dos cuadras y media de largo.
Cuatro aviones argentinos lo escoltaban. Uno de los
pilotos era Amancio Williams luego prestigioso arquitecto recordaba así la
experiencia: "No podemos imaginar la grandiosidad de la vista que estaba
gozando. Es algo difícil de explicar; no era solamente la impresión de esta
enorme y maravillosa forma, sino también la elegancia y suavidad de los
movimientos del Zeppelin, que podía percibir con nitidez. Nunca lo olvidaré:
como fondo, a la derecha de mis dos alas plateadas, mirando hacia arriba
aparecía el precioso Zeppelin plateado, con sus elegantes movimientos contra el
cielo. Hacia abajo el precioso Río de la Plata, plateado en la luz
mañanera".
Apenas tocó suelo, la gente comenzó a aplaudir
Apenas tocó el suelo, se escuchó una ovación
estremecedora. Aplausos, gritos, vamos agitándose ansiosas a modo de saludo,
sombreros volando por los aires, bocinas de los autos.
El dirigible llevaba pintada desde hacía unos meses
una enorme cruz esvástica. A nadie pareció importarle; todavía faltaban unos
años para que la sólo visión del símbolo produjera inmediata indignación.
El gobierno alemán, ya con Adolf Hitler y los nazis
en el poder, aprovechaba el prestigio y la fascinación del Graf Zeppelin para
hacer propaganda.
Estuvo en campo de Mayo apenas una hora y media. En
ese lapso, una autobomba de los bomberos aprovisionó a la nave de los miles de
litros de agua que necesitaba para su vuelo, se subieron a bordo provisiones y
dos sacas con correo.
Pocos minutos después, descendió su capitán, el
sucesor de Ferdinad von Zeppelin, el atildado y algo sobreactuado Dr. Hugo
Eckener. Con gorra negra, mientras bajaba las escalerillas al tiempo se quitaba
teatralmente los guantes, con saco de cuero blanco, recibió la ovación de la
gente. Saludó con un leve movimiento de su brazo. Luego las formalidades de
rigor con las autoridades argentinas presentes. Eckner, héroe nacional en ese
momento en Alemania, caería rápidamente en desgracia por sus críticas al
régimen nazi.
La detención fue muy breve. Poco más de hora y
media. En ese lapso, una autobomba de los bomberos aprovisionó a la nave de los
miles de litros de agua que necesitaba para su vuelo, se subieron a bordo
provisiones y dos sacas con correo. También cuatro aviadores argentinos
ingresaron como pasajeros hasta la siguiente escala.
Dirección, desde donde el capitán y la tripulación
manejaban a la monstruosa nave
Cuando Eckner reingresó, los doscientos soldados
desataron los nudos, mientras empujaban para poner en movimiento a este buque
aéreo. La multitud volvió a aplaudir y a vivar. Fue corta la experiencia, pero
sintieron que habían sido unos privilegiados al poder ser testigos del descenso
y ascenso de la nave histórico. Lo malo para ellos vino después. El regreso a
la ciudad fue lento y agotador. Tanta era la gente que algunos tardaron hasta
cinco horas en volver a sus casas.
Camarote de Graf Zeppelin
El desastre del Hinderburg, el dirigible de
pasajeros que explotó a la vista de todos en Nueva Jersey, dejando 36 muertos, casi
un tercio de los pasajeros, fue su partida de defunción más allá de que algunos
dirigibles fueron usados a principios de la II Guerra Mundial.
El Graf Zeppelin fue desguazado en 1940 y sus
piezas fueron utilizadas en material bélico. Del resto se encargaría el
progreso de la industria aeronáutica.
Fuente: https://www.infobae.com