29 de julio de 2019
LA ARGENTINA Y LA CONQUISTA DEL ESPACIO
Por Alberto N. MANFREDI (h)
En los años sesenta y setenta, la Argentina
desarrolló su propio programa espacial, iniciativa que la colocó después de los
EEUU, Rusia, Francia, Canadá y Gran Bretaña, entre las seis únicas naciones
empeñadas en la exploración del cosmos. Eran tiempos de progreso e
investigación en los que científicos nacionales deban prueba al mundo de su
capacidad tecnológica.
En 1956 técnicos del Instituto de Experimentaciones
Espaciales dispararon desde la provincia de Buenos Aires un cohete Martín
Fierro de fabricación nacional que, tras escasos segundos de vuelo, alcanzó los
1700 metros de altura. Se trataba de un pequeño cohete de combustible sólido,
sin carga útil, sumamente elemental, de solamente 20 centímetros de largo por
2,5 de diámetro, que sirvió para demostrar a la opinión pública argentina que
un grupo de civiles nucleados en una institución científica particular,
trabajaban activamente en un proyecto al que muy pocas naciones se hallaban
abocadas: la conquista del espacio exterior.
Con anterioridad, entre 1947 y 1948, técnicos del
Instituto de Investigaciones Científicas de la Fuerza Aérea Argentina
encabezados por el ingeniero Ricardo Dyrgalla, desarrollaron un motor cohete de
combustible líquido destinado a impulsar proyectiles científicos y militares.
El AN-1, tal el nombre del propulsor, tenía un empuje de 320 kg y un tiempo de
combustión de 40 segundos, su propelente era ácido nítrico y anilina y para su
ensayo se construyó un Banco de Pruebas desde el cual, se hicieron numerosas
pruebas, todas ellas exitosas.
La gente del Ing. Dyrgalla trabajaba también en la
construcción de un cohete llamado Tábano con la idea de probar el propulsante,
disparándolo desde un avión.
El 20 de octubre del 1949 el motor AN-1 fue probado
exitosamente adosándosele una cámara de combustión con camisa de refrigeración
regenerativa, con la que se obtuvo un mayor rendimiento y una actividad más
prolongada.
Cuando el 4 de octubre de 1957 los rusos colocaron
en órbita el primer satélite artificial construido por el hombre, el entusiasmo
y el interés por la exploración del espacio alcanzaron proporciones inusitadas.
Ese interés también sacudió a los científicos de nuestro país quienes, a partir
de 1961, pusieron en marcha un exitoso programa que habría de colocar a nuestro
país entre las seis primeras naciones comprometidas en la carrera espacial, un
hecho trascendente de nuestra historia que, sin embargo, muy pocos argentinos
conocen.
Comienza la carrera espacial
El 28 de enero de 1960 el Poder Ejecutivo Nacional
creó por decreto la Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales (CNIE),
dependiente de la Fuerza Aérea Argentina, designando presidente al ingeniero
Teófilo M. Tabanera que en mucho había tenido que ver con aquella iniciativa.
Oriundo de la provincia de Mendoza, Tabanera obtuvo
su diploma de ingeniero en la Universidad Nacional de La Plata, convirtiéndose,
con el correr de los años, en importante empresario y uno de los hombres mejor
informados de la época en materia de exploración espacial.
A principios de 1961, Tabanera organizó el Primer
Simposio Interamericano de Investigaciones Espaciales con sede en Buenos Aires,
que despertó el interés de casi todas las naciones de Latinoamérica e incluso de
los EEUU, representado por el vicepresidente de la Academia Nacional de
Ciencias de ese país y otras personalidades del quehacer aeroespacial
internacional.
El 2 de febrero de 1961 científicos y personal
técnico de la Fuerza Aérea Argentina dirigidos por el Comodoro ingeniero Aldo
Zeoli, lanzaron desde la base militar Santo Tomás, en Pampa de Achala,
provincia de Córdoba, el primer cohete APEX A1-02 Alfa Centauro, con la misión
de efectuar estudios en la alta atmósfera. El vuelo se llevó a cabo de manera
impecable, alcanzándose un éxito sin precedentes en la historia de América
Latina.
El cohete de una sola etapa, 2,70 metros de largo,
9,4 centímetros de diámetro y 28 kilogramos de peso, trepó hasta una altura de
20 kilómetros de distancia y recogió información de gran valor analizada desde
tierra.
El ingeniero aeronáutico Aldo Zeoli junto al R.P.
López y personal de Fuerza Aérea tras el exitoso lanzamiento del Alfa Centauro
en Pampa de Achala. (Gentileza Juan Parczewski)
Presenciaron la experiencia ese día, un periodista
del diario “Clarín”, oficiales de la FAA, el R.P. López y el presidente de
DINFIA (Dirección Nacional de Fabricaciones e Investigaciones Aeronáuticas) Brigadier
Mayor Juan Carlos Pereyra, quien se apresuró notificar el éxito a su par, el Brigadier
Ramón Amado Abrahin, Secretario de Aeronáutica que, a su vez, se lo comunicó de
manera inmediata al presidente de la Nación, Dr. Arturo Frondizi.
En lanzamientos posteriores, siempre con cohetes
Alfa Centauro, se pudo verificar el comportamiento del complejo, el seguimiento
de sus cargas útiles y la información recogida durante la experiencia. Según
refiere Benjamín Meiojas, “A partir de ese momento nada detendría a los
estudiosos, técnicos, científicos y hombres del arma aérea, empeñados en hacer
realidad algo que parecía imposible”[1].
El éxito alcanzado impulsó a las autoridades
nacionales a crear por decreto el Centro de Experimentación y Lanzamientos de
Proyectiles Autopropulsados (CELPA), el 27 de junio de 1961.
El proyecto Beta del Centauro
A los Alfa Centauro seguirían los APEX-A1-S2-015
Beta Centauro de dos etapas y los Gamma Centauro, de más elevada performance,
experiencias con las que se llevarían a cabo mediciones con sistemas
telemétricos a bordo, en el caso de los Beta Centauro y pruebas de separación
de las segundas etapas y recuperación de cargas útiles por medio de paracaídas.
Todas estas pruebas estarían a cargo del Comodoro ingeniero Aldo Zeoli y
contarían con la bendición del R.P. López, presente en numerosos lanzamientos.
El primer disparo de un Beta Centauro tuvo lugar el
30 de septiembre de 1961 a las 14:30 desde Pampa de Achala, primer Centro Espacial
Argentino hasta la designación de Chamical, provincia de La Rioja, en 1962.
Se trataba de un proyectil de dos etapas mucho más
sofisticado que el Alfa Centauro, cuyas dimensiones eran 3,81 metros de largo
total por 79,5 centímetros de diámetro máximo y 47,3 kilogramos de peso al
momento del lanzamiento. El largo de la primera etapa era de 1,79 metros con un
diámetro de 0,094 y una envergadura de 0,50. El peso de la carga útil apenas
superaba los 3 kg y el impulso específico del vector fue de 200 segundos,
alcanzando una altura máxima de 25 kilómetros.
El experimento se llevó a cabo sin inconvenientes,
cubriendo las expectativas de todo el equipo.
El 13 de octubre se produjo un segundo lanzamiento
seguido por un tercero el 10 de mayo de 1962, todos ellos exitosos, hecho que
permitió al Instituto de Investigaciones Científicas de las Fuerzas Armadas
encarar proyectos de mayor envergadura, tal el caso del Gamma Centauro con el
que nuestro país accedería a un nuevo escalafón en materia de desarrollo
espacial.
Las misiones Gamma Centauro
A lo largo de todo el año, hasta el 12 de febrero
de 1962, las experiencias fueron totalmente exitosas y los avances
considerables, con un total de 18 lanzamientos que permitieron alcanzar los
objetivos trazados.
El 19 de febrero de aquel último año, se efectuaron
desde Pampa de Achala cinco nuevos lanzamientos en los que se utilizaron y
probaron por primera vez motores Scar 2,65, recuperándose todas las cápsulas
con sus respectivas cargas útiles que permitieron la medición de la altitud a
la que se producía la separación, la verificación del encendido de la carga
fumígena de 16 gramos puesta en el interior del explosor, el control del
funcionamiento del equipo telemétrico de a bordo y el desempeño de la carga fumígena
de 30 gramos[2].
Los avatares de la política argentina no
entorpecieron el desarrollo del proyecto espacial. El 28 de marzo de 1962 un
golpe militar destituyó al Dr. Frondizi para reemplazarlo por el presidente del
Senado, Dr. José María Guido, lo que no impidió que durante todo ese año se
efectuaran nuevos lanzamientos que determinaron la alta tecnología que
científicos civiles y militares (estos últimos pertenecientes a la Fuerza Aérea
Argentina), desarrollaban conjuntamente.
El 10 de mayo de 1962 el recientemente creado
Centro Experimentación y Lanzamientos de Proyectiles Autopropulsados -CELPA[3]
inició sus actividades en la base de Chamical, provincia de La Rioja, suerte de
Cabo Cañaveral nacional desde donde se pondrían en marcha experiencias que
llamarían la atención de las principales potencias del mundo.
El 15 de noviembre se disparó a modo de prueba el
Gamma Centauro I, como parte de un proyecto mayor, a efectos de comprobar una
vez más el comportamiento dinámico del proyectil. El cohete, con un total de
2,433 metros de largo, 0,134 de diámetro y 27,25 kilogramos de peso despegó en
horas de la mañana para trepar hasta una altura máxima de 59 kilómetros,
transportando una carga útil de 5 kilogramos de peso a un impulso específico de
225 segundos para la primera etapa y 212 para la segunda.
El peso del propulsante de la primera etapa fue de
11,05 kilogramos y el de la segunda de 3,68, siendo el tiempo de vuelo libre
entre una y otra, de 18 segundos exactos.
Le siguieron, el 19 del mismo mes cinco
lanzamientos más de Alfa y Gamma Centauro, con los que se trabajó el
perfeccionamiento de las operaciones de despegue de cargas útiles y la medición
de altitudes hasta 1964, año en que los científicos argentinos desarrollaron el
Orión, vector de proporciones considerables, como veremos más adelante.
En el mes de agosto de 1963 el CELPA lanzó desde
Chamical cuatro cohetes Gamma Centauro con finalidad de ensayos y pruebas,
previo paso a proyectiles de mayores envergaduras, vuelos que finalizaron
exitosamente igual que el del 27 de julio de 1964 disparado desde Puente del
Inca, provincia de Mendoza, transportando hasta los 35 kilómetros de altitud
una carga útil telemétrica destinada a medir la temperatura.
La experiencia Gamma Centauro continuó en 1965 con
el lanzamiento conjunto de dos cohetes de esa familia desde Chamical, el 6 de
febrero de 1965 y otros dos desde la Base Matienzo en la Antártida, siendo la
Argentina el tercer país, después de Rusia y los EEUU, en efectuar experiencias
espaciales desde el continente blanco. Los resultados del experimento
consistente en el análisis del vuelo y el estudio de los Rayos X en la
atmósfera, resultaron exitosos.
La experiencia volvió a repetirse dos días después,
con el lanzamiento de un Gamma Centauro desde Chamical y otro desde la Base
Matienzo, completándose, de ese modo la serie de observaciones iniciadas el día
6 que pusieron a la Argentina en un nuevo primer lugar a nivel internacional
con los primeros estudios científicos con cohetes en Latinoamérica.
La serie de estudios de Rayos X en la atmósfera
continuaron en septiembre con el lanzamiento, desde Chamical, de otros dos
Gamma Centauro previos al primer Orión. Para entonces, nuestro país se hallaba
enfrascado en el proyecto Centaure francés, lanzando vectores de alta
envergadura desde la misma Base CELPA Chamical, según veremos más adelante.
El cohete Orión
El siguiente proyecto de los científicos argentinos
fue el Orión, consistente en vectores de mucha mayor envergadura, diseñados
para efectuar estudios más elevados de la atmósfera terrestre y llevar a cabo
experimentos biológicos de magnitud.
Cohete Orión
El primero de esta serie de cohetes, el Orión I,
con casi tres metros de longitud por 0,206 de diámetro, fue lanzado en el mes
de octubre de 1965 con el objeto de analizar su performance y evaluar los
pormenores de su vuelo. El 1 de julio de 1966 se disparó un segundo artefacto
de iguales características que portaba en su ojiva instrumental de mayor
sofisticación y el 13 de agosto del mismo año se lanzó el primer Orión II con
una carga útil de 16 kilogramos, alcanzando su máxima altitud a los 114
kilómetros de la superficie. Este segundo proyectil que medía 3,771 metros de
largo por 0,206 centímetros de diámetro alcanzó los 100 kilómetros de altura,
portando en su cabeza una carga útil de 25 kilos. Con ellos y con los DIM, la
Argentina efectuó mediciones atmosféricas y de velocidad de los vientos hasta
una altura de 8000 metros, obteniendo resultados exitosos en un 99% de los
casos.
Hasta fines de octubre de 1966 la Fuerza Aérea
Argentina y el CELPA lanzaron desde Chamical un total de tres Orión II
siguiéndole las experiencias conjuntas con los técnicos de los EEUU, disparando
desde la misma base, el 3 de noviembre, cohetes Nike-Cajun 02 que treparon
hasta los 130 km de altitud.
Desde 1963, el flamante Instituto Civil de
Tecnología Espacial (ICTE) puso en marcha el operativo Programa Felino con el
objeto de cubrir las necesidades de aprendizaje, adiestramiento y formación de
personal, así como chequear materiales y elementos para trabajos más
ambiciosos. Este programa llevó a cabo la friolera de 87 lanzamientos en un
período de cinco años, de los que solo fracasaron 8, siendo de destacar cohetes
como el Gato Negro A-1, el Tigre A-2, el Jaguar A-3, el Leopardo A-4 y el Sonda
Pantera A-5. Las misiones lograron importantes avances en la detección y
prevención del granizo, ayudando a prevenir un desastre nacional que al país le
costaba millones de pesos anuales en pérdidas.
Lanzamiento de los primeros seres vivos
(Experiencias biológicas)
Los científicos del ICTE llevaron a cabo las
primeras experiencias biológicas argentinas, lanzando a bordo de un cohete dos
pequeñas ratas de laboratorio, Alfa y Gamma, las que, después de alcanzar una
altura de 8000 metros, aterrizaron suavemente a bordo de su cápsula, sostenida
por un pequeño paracaídas, a solamente 100 metros del lugar de lanzamiento.
La Argentina no dejaba de crecer y desarrollar su
tecnología en materia espacial. Y ese crecimiento tomó mayores impulsos a
partir de julio de 1966, con la política de desarrollo tecnológico implementada
por el gobierno del Teniente General (RE) Juan Carlos Onganía.
Estudios astronómicos y de la alta atmósfera
Orión II en su rampa de lanzamiento (Gentileza Juan
Parczewski)
Durante todo aquel año se lanzaron desde Chamical
cohetes Orión y Judi para estudios meteorológicos, alcanzando el proyecto su
punto máximo cuando el 4, 7 y 9 de noviembre la Fuerza Aérea disparó desde la
base norteamericana de Wallops Island (Virginia), tres Orión de fabricación
nacional, con el propósito de que técnicos de ambos países estudiasen su performance.
En la oportunidad, los norteamericanos llevaron a cabo la primera recuperación
de una carga útil en el aire, cuando un helicóptero de esa nacionalidad,
capturó en pleno descenso, la carga útil de un Orión II argentino.
1966 finalizó exitosamente con la operación
“Orión-Eclipse”, que se realizó de manera conjunta con Francia y los EEUU al
dispararse desde una nueva base espacial improvisada en Tartagal, provincia de
Salta, tres cohetes Orión II de combustible sólido (12 de noviembre) con el
objeto de estudiar un fenómeno astronómico que comprometió a numerosas naciones
del mundo. Ese día los científicos lanzaron también dos Titus franceses y un
Arcas norteamericano desde un descampado a solo 9 kilómetros de aquella localidad,
donde la Argentina montó una improvisada base portátil consistente en un furgón
de recepción de telemetría, un grupo electrógeno, sistemas de radar y
plataformas de lanzamiento. Las cargas útiles de los vectores nacionales,
conjuntamente con los franceses y estadounidenses, obtuvieron resultados más
que satisfactorios que permitieron un estudio profundo y exhaustivo del gran
eclipse que sumió en penumbras a gran parte de América del Sur.
Nuevas experiencias
Siguieron al Orión, el Canpus I y el Canopus II, de
4,67 metros de largo por 28 de diámetro con 280 kilogramos de peso total y 50
de carga útil cada uno; el Rigel de 6,23 metros de largo por 21 cm. de
diámetro, 330 kg. de peso y una carga útil de 30 kg., y el Castor, máximo logro
de la ingeniería espacial argentina, de 8 metros de largo, por 68,55
centímetros de diámetro, 280 kg. de peso total y una carga útil de 75 kg.,
estos últimos, de dos etapas cada uno. Se trata de vectores de gran envergadura
que hicieron de nuestra nación la sexta en desarrollo tecnológico y científico
espacial del mundo y la primera en Latinoamérica. Proyectos menores, aunque no
menos importantes fueron los del GLAG I, el GLAG II y el DIM.
El año 1967 fue de gran actividad para la Base
Espacial de Chamical, con 19 lanzamientos, casi todos Judi y Orión. El último
de ellos (14 de diciembre), un Orión II, llevó a cabo importantes análisis de
los rayos cósmicos, demostrando la capacidad argentina en materia de estudios
profundos del espacio exterior.
Base espacial de Mar Chiquita
Ese año se efectuaron también lanzamientos desde
una nueva base ubicada en Mar Chiquita, provincia de Buenos Aires, con varios
lanzamientos simultáneos efectuados en el mes de septiembre dentro del marco
del proyecto denominado “CELPA Atlántico”, destinado a desarrollar y
experimentar nuevos proyectiles autopropulsados y analizar su adaptabilidad en
la zona próxima al océano, a fin de establecer allí una base de estudios
meteorológicos.
El 14 de septiembre de 1967 fue disparado desde ese
punto un cohete meteorológico norteamericano Arcas 29,336 que a las 16:45
partió de su plataforma, a solo 100 metros de la costa, para ascender a 1200
metros por segundo. Al mismo tiempo se lanzó desde La Rioja un cohete Hasp,
también norteamericano, que trepó exitosamente hasta los 70 km. de altura.
En las fronteras del espacio
Finalizando el año, la Argentina probó su primer
proyecto suborbital de consideraciones, al lanzar desde Chamical, el 17 de
diciembre de 1967, el poderoso Rigel R-01 de dos etapas, que en el lapso de 9
minutos trepó hasta los 295 km. de altitud comprobándose el exitoso
comportamiento del instrumental de a bordo a pesar de los violentos cambios de
temperatura y presión, de las vibraciones y la aceleración que experimentó la
nave durante el trayecto. Las dimensiones de este nuevo proyectil nos dan una
idea de la envergadura del experimento.
1968 no fue diferente, intensificándose los
lanzamientos de cohetes Judi, Orión II y Arcas norteamericanos.
Experiencias biológicas
La Argentina fue también pionera en materia de
experiencias biológicas.
El 11 de abril de 1967, mientras los ingenieros
argentinos trabajaban febrilmente en el desarrollo de un combustible 100%
nacional, se concibió el denominado proyecto BIO, consistente en lanzar al
espacio a bordo de cohetes telemetrados, pequeños animales de laboratorio a
recuperar.
Para la denominada experiencia BIO I se seleccionó
una camada de ratones blancos de raza Wistar, para los cuales se diseñaron
cápsulas especiales dotadas del instrumental necesario para su análisis y
control durante el trayecto. Los “astronautas” seleccionados fueron los ratones
Alejo, Aurelio y Anastasio, quienes constituyeron el primer grupo, seguidos por
Braulio, Benito y Belisario, en el segundo y Celedonio, Cipriano y Coco en el
tercero[4].
Belisario, primer astronauta argentino en el interior
de la cápsula que lo llevó al espacio
Tras una serie de pruebas y estudios fisiológicos,
el elegido para el primer vuelo fue Belisario, colocado y sujetado dentro de la
cápsula, ubicada en la ojiva especialmente adaptada de un Orión II, disparado
exitosamente desde la Escuela de Tropas Aerotransportadas de Córdoba, el 11 de
abril de 1967. La ojiva, de 0,278 mm de diámetro, superaba en 0,072 mm a las de
experiencias anteriores.
El vector, se elevó sin problemas y al cabo de un
minuto separó su carga útil que, tras desplegar sin inconvenientes su
paracaídas, comenzó a descender lentamente hasta tocar tierra. Los científicos
comprobaron aliviados que Belisario se hallaba en perfecto estado de salud,
aunque sumamente nervioso y que durante el vuelo había perdido 8 gramos de
peso.
El 19 de mayo de 1967 la carrera espacial argentina
se cobró su primera víctima fatal. Ese día, el ratón Celedonio se elevó desde
Chamical, a bordo de un Orión II que durante el trayecto funcionó
correctamente, vaticinando un nuevo éxito tecnológico. Sin embargo, cuando la
cápsula se separó, su paracaídas se enredó en el motor y al no poder
desplegarse, provocó el desastre, impactando violentamente contra la superficie
y provocando la muerte de su tripulante de manera instantánea.
Dos años después, el 30 de agosto de 1969, despegó,
también desde Chamical, un nuevo Orión II llevando a bordo a la rata Dalila,
del cuarto grupo de roedores espaciales, que alcanzó los 20 km. de altitud a
una velocidad de 2850 km/h. Dalila viajó sedada, aunque despierta, manteniendo
su actividad y parámetros biológicos en perfecto estado, factor que permitió a
los científicos del Instituto de Medicina Aeroespacial un minucioso análisis de
su organismo en vuelo.
La cápsula que trajo a Dalila de regreso se posó
suavemente en la copa de un árbol y fue rescatada 45 minutos después, a 17
kilómetros del punto de lanzamiento, por un equipo compuesto por un avión de
detección y un helicóptero, ambos de la FAA, dos radares COTAL y un sistema de
comunicaciones radioeléctricas de enlace[5].
Esta misión, denominada Experiencia Bio II/2, presentó como particularidad una
ojiva de mayores dimensiones que las anteriores (Experiencia Bio II/1) ya que
su diámetro era de 0,320 mm.
Mono misionero de raza caí. A esta especie
pertenecieron Juan y otros simios utilizados en nuestras experiencias
espaciales
Operación Navidad
A comienzos de 1969 la Argentina comenzó a
desarrollar las misiones Canopus y Rigel con el lanzamiento al espacio de
cohetes de mucha mayor envergadura, de una y dos etapas.
La familia del Canopus I contaba con vectores de 4
metros de longitud por 0,278.5 de diámetro y motores mucho más sofisticados. A
estos proyectiles le siguieron los Canopus II, con un largo de 4,724 metros y a
éstos una versión adaptada de 5,019.5 de longitud con una ojiva de 0,320, para
experiencias biológicas.
Al igual que los Beta y Gamma Centauro, los Rigel
disponían de dos etapas, aunque de mayores proporciones, lo que les permitió
alcanzar altitudes superiores a los 400 kilómetros[6].
Estas dos familias de cohetes fueron utilizadas
para la realización de experiencias tecnológicas y biológicas de mayor
envergadura que colocaron a nuestro país en un plano de desarrollo que solo
ostentaban, hasta ese momento, EEUU, Rusia y Francia.
El 23 de diciembre de 1969, en horas de la noche,
la Fuerza Aérea Argentina junto a técnicos y científicos de la Universidad
Nacional de Tucumán efectuaron el lanzamiento de un poderoso Rigel 04 de dos
etapas, en el que viajaba un mono caí misionero cazado especialmente por la
Gendarmería Nacional en plena selva. El simio, de dos años de edad, 1400 gramos
de peso y 30 centímetros de altura, recibió el nombre de Juan.
Aquel día, ante científicos, autoridades y
periodistas nacionales, los técnicos y asistentes del proyecto colocaron a Juan
en el interior de la cápsula “Amanecer” y a las 06:30 de la madrugada
dispararon el proyectil hacia los cielos, trepando exitosamente hasta una
altura de 60 km. en un vuelo de 8 minutos de duración. El animal viajó en un
ambiente rico en oxígeno y baja proporción de anhídrido carbónico y humedad; se
controló su sistema respiratorio, se le efectuaron electrocardiogramas y se
mantuvo la temperatura de su cuerpo en equilibrio, todo ello además de diversos
controles hechos al vector mediante instrumental telemétrico de larga
distancia. La cápsula y su tripulante fueron recuperadas sin problemas por un
helicóptero de la Fuerza Aérea demostrando una vez más que la Argentina seguía
dando pasos de gigante en el campo de la exploración espacial.
Debido al éxito alcanzado con la Operación Navidad,
los científicos del Instituto Civil de Tecnología Espacial decidieron efectuar
una segunda misión dentro del denominado Operativo Antropos, lanzando el 1 de
febrero de 1970, desde Coronel Brandsen (PBA), un cohete Pantera X-1, a bordo
del cual, fue instalada una monita hembra caí, a la que habían estado adaptando
en días anteriores, a pruebas de fuerza centrífuga.
El vuelo se llevó a cabo sin problemas en lo
referente al funcionamiento del vehículo y sus mecanismos de transmisión, pero
al desacoplar la cápsula, el paracaídas no se abrió y la misma se precipitó a
tierra, pereciendo su tripulante de manera instantánea.
Pese al parcial fracaso, la Argentina siguió
experimentando sus cohetes científicos de manera exitosa por más de una década.
Del mismo modo que en 1968, en 1969 se concretaron
numerosos lanzamientos de cohetes Orión, Canopus, Rigel, Centaure franceses y
hasta un Nike Apache norteamericano, todos desde Chamical y con resultados
satisfactorios.
Experiencias antárticas
Nuestro país fue la tercera nación, después de
Rusia y EEUU, en efectuar lanzamientos espaciales desde el continente antártico.
En septiembre de 1963 el Instituto de Investigación
Aeronáutica y Espacial (IIAE) de Córdoba proyectó lanzamientos desde la
Antártida, motivo por el cual se comenzó a trabajar activamente en el diseño de
cohetes; montaje de laboratorios de electrónica de radiaciones y túneles de
viento que brindarían el soporte técnico necesario para su concreción.
Se contaba además con un equipo veterano en materia
de planificación y realización de lanzamientos, tanto nacionales como
extranjeros, a través de la intensa actividad realizada en Chamical, entre las
que son dignas de mención las experiencias Ion-Aer y Nube de Sodio, algunas de
las cuales se desarrollaron en colaboración con equipos franceses y
norteamericanos.
La Argentina fue la tercera nación del mundo en
efectuar lanzamientos desde la Antártida
El objetivo de la misión consistía en medir la
radiación cósmica, en forma simultánea desde la Base Matienzo (Antártida) y el
Centro de Experimentación y Lanzamiento de Proyectiles Autopropulsados (CELPA)
de Chamical, provincia de La Rioja, distantes a 3950 km. uno de otro. Las
cargas útiles, es decir, el instrumental de a bordo, fueron desarrolladas por
el Laboratorio de Radiaciones y los cohetes por el Departamento de Diseño y
Producción Espacial del IIAE.
El 5 de febrero de 1965 llegó a la Base Matienzo,
sobre el islote Larsen del archipiélago volcánico Munatak Foca, un avión
Douglas matrícula TA-05, transportando parte del instrumental necesario para el
desarrollo de la experiencia y del personal calificado que habría de llevarla a
cabo, encabezado por el Vicecomodoro ingeniero Miguel Sánchez Peña. El resto ya
había sido trasladado desde el mes de septiembre del año anterior en un C-47
especialmente preparado para vuelos de apoyo sin escala desde Río Gallegos. El
experimento consistía en un lanzamiento conjunto de cohetes y globos sonda con
el objeto de estudiar las condiciones de radiación Roentgen y meteorológicas en
la alta atmósfera.
El 6 de febrero de 1965 se lanzó desde Matienzo el
primero de los tres Gamma Centauro transportando en su carga útil un delicado
cristal plástico montado sobre un fototubo, que debía convertir la energía
electromagnética de los rayos de la alta atmósfera en energía lumínica a
efectos de dar mayor impulso a sus propulsantes. Ese efecto se analizaría desde
tierra con un transmisor telemétrico, almacenándose en grabadores fotomagnéticos.
El 7 se disparó el segundo vector y el día ocho el último, seguidos por un
globo sonda con el mismo instrumental cada uno mientras la base espacial de
Chamical hacía lo propio disparando en simultáneo otros dos Gamma Centauro. La
operación fue coronada por el éxito[7].
Alcanzando el espacio exterior
La coronación de la carrera espacial argentina
llegó con el desarrollo del poderoso cohete Castor con el que los ingenieros
argentinos alcanzaron las fronteras mismas del espacio exterior, a cuyo límite
habían llegado, oportunamente, con los Rigel.
El Castor pesaba 280 kg, su carga útil 75 kg y su
peso propulsante total 852 kg, distribuidos en 680 los de su primera etapa y
172 los de la segunda. Las dimensiones de la nave eran de una longitud total de
8,40 m, de los que 3,36 pertenecían a la primera etapa con un diámetro de 69
cm, siendo su impulso específico de 220 seg. Lo que comúnmente se dice, un
cohete de envergadura.
La primera etapa del complejo estaba compuesta por
cuatro poderosos cohetes Canopus y la segunda por otro similar, que en su ojiva
portaba la carga útil.
El primer lanzamiento tuvo lugar el 22 de diciembre
de 1969 desde Chamical, dentro del denominado proyecto “Experiencia Navidad”,
unas horas antes del viaje del mono Juan, oportunidad en la que solo se utilizó
la primera etapa, sin ponerse en marcha la segunda. Por ese motivo, el complejo
solo alcanzó los 70 km. de altura, pero con los resultados esperados, dejando
conformes a los técnicos del IIAE y de la Fuerza Aérea Argentina.
Cohete Castor (Gentileza Juan Parczewski)
Un año después, el 16 de diciembre la Fuerza Aérea
disparó otro Castor X-2, en cuya ojiva llevaba instrumental fotográfico para
tomas de gran altura, seguido ese mismo día por dos Canopus dentro de lo que se
dio en llamar Operativo Ñahí. El vehículo trepó exitosamente hasta los 500 km
de altitud, un record histórico para América Latina, superando la que en años
posteriores tendrían las estaciones orbitales soviéticas y la Estación Espacial
Internacional, que gira en torno a la Tierra a 354 km de altura. Solo para
darnos una idea de la magnitud de la misión, vaya como referencia que los
vuelos suborbitales de los dos primeros astronautas norteamericanos, Alan
Sheppard y Virgil I. Grissom, solo alcanzaron los 187 kilómetros, con una
duración de 15 minutos cada uno.
Una experiencia similar tuvo lugar el 22 de
diciembre de 1973, con otro cohete de idénticas características lanzado también
desde Chamical, para el estudio de la alta atmósfera.
Nuevos lanzamientos desde la Antártida
En 1975 se puso en marcha el Operativo Experiencia
EGANI con el lanzamiento de dos Castor desde la Base Antártica Marambio,
desplazándose al personal técnico, los cohetes, carga útil, rampa de
lanzamiento y demás equipos desde Córdoba y Buenos Aires, en un avión Hércules
C-130 de la Fuerza Aérea Argentina. La rampa de lanzamiento fue similar a la
utilizada por cohetes americanos Nike-Cajun en Chamical, adaptada en los
talleres del IIAE de Córdoba. Aviones Twin Otter y una pista preparada para
recibir aeronaves tipo C-130 fueron acondicionados para el proyecto, montándose
un equipo de radares “Rawin set” para facilitar el seguimiento y la
comunicación con los cohetes y los puestos de observación en el continente, así
como también con dos aviones de observación de la NASA que sobrevolarían el
Atlántico a la altura de Nueva York.
El principal objetivo de la experiencia fue el
estudio de los campos eléctricos y magnéticos en altura, los puntos neutros, la
temperatura y el perfil de electrones, para lo que fue empleada una carga útil
desarrollada por el IIAE en cooperación con el Instituto Max Planck- MPE de
Garching, Alemania, consistente en una mezcla especial que incluyó una carga
hueca capaz de formar una nube ionizada que produciría un chorro de electrones
viajando como en un tubo desde la Antártida hasta el punto magnético fijado en
el hemisferio Norte a la altura de Nueva York. Los datos serían enviados por
telemetría a la estación de recepción en tierra, en tanto la nube ionizada
sería visualizada y registrada por cámaras fotográficas desde puntos de
observación en Tandil (Prov. de Buenos Aires) y desde el observatorio de El
Leoncito en la provincia de San Juan. Los aviones de la NASA registrarían con
cámaras de TV el pasaje de la nube que, como dato de interés, fue observada
directamente por su tripulación cuando volaba próxima a la isla de Manhattan.
El 30 de septiembre de 1975 se lanzó desde Marambio
el primero de los vectores, seguido por el segundo el 3 de octubre del mismo
año. El éxito fue rotundo y sirvió para que las potencias del mundo se
interesasen en los proyectos realizados por nuestro país.
Experiencias conjuntas
La Argentina fue mucho más allá de lo esperado al
disparar otros dos Castor desde la base aeroespacial peruana de Punta Lobos, el
21 y 22 de marzo de 1979 respectivamente, efectuando ambas naciones importantes
estudios de las nubes de iones.
El proyecto Castor llegó a ser el de mayor
envergadura de toda Latinoamérica (Gentileza Juan Parczewski)
La Argentina frena su avance en materia espacial
El desarrollo tecnológico y científico espacial
argentino tuvo su apogeo entre los años 1966 y 1970, cuando se destinaron al
mismo amplias partidas presupuestarias, demostrando el gobierno de turno
especial interés por tales actividades. Las experiencias siguieron con notable
impulso hasta 1973 y comenzaron a decaer, lentamente hasta principios de los
ochenta. El 10 de diciembre de 1981 despegó desde Chamical el último cohete
científico de fabricación nacional, el Tauro, misión que selló una etapa de dos
décadas de desarrollo y éxito tecnológico sin precedentes en América del Sur.
Esta nueva serie de proyectiles dotados de sofisticados equipos de medición e
instrumental fotográfico llevó a cabo con éxito, bajo la dirección del Comodoro
ingeniero Ricardo Vicente Maggi, misiones de relevamiento de los recursos
naturales muy provechosos para el estudio geográfico y económico del país. Los
Tauro T-01 medían casi ocho metros de longitud por 0,278.5 de diámetro y
disponían de dos etapas, la primera de 2,487 metros y la segunda de 5,179.[8].
Los Tauro T-09, de las mismas características, sufrieron algunas modificaciones
en su estructura que les permitieron mayor dinámica de vuelo. El proyecto
alcanzó su auge en 1981 siempre bajo la dirección del Comodoro Ing. Maggi,
continuando el camino emprendido por los ingenieros Tabanera y Zeoli.
En esos años la Fuerza Aérea Argentina emprendió
con especial dedicación el ambicioso proyecto de los poderosos misiles Alacrán
y Cóndor II desarrollados en la base aérea de Falda del Carmen hasta 1993 año
en que el gobierno nacional decidió desactivarlo.
Cóndor II. El proyecto que no fue
La Argentina había sido pionera latinoamericana en
materia de desarrollo espacial. Cuando Brasil, que hoy la ha superado
ampliamente, lanzó desde Barreira do Inferno su primer cohete Sonda (16 de
diciembre de 1965) hacía casi cinco años que el Alfa Centauro había surcado
nuestros cielos; habían quedado atrás las experiencias Beta y Gamma Centauro y
se iniciaba la puesta en marcha del proyecto Orión con el que se alcanzaron las
mismas fronteras del espacio exterior. Los restantes países de la región
comenzarían sus carreras mucho tiempo después. El tímido intento chileno del
cohete Rayo desarrollado a partir de 1985 “bajo gran secreto”, terminó en el más
estrepitoso fracaso, tal como lo señalaron en su momento importantes medios de
prensa de aquel país[9].
Perú recién lanzaría el Paulet I, su primer cohete científico, el 26 de
diciembre de 2005 y México marchaba a la zaga, con lanzamientos esporádicos
entre 1963 y 1979
Como dice el ingeniero Pablo de León, presidente de
la Asociación Argentina de Tecnología Espacial, hoy científico de la NASA:
“Lamentablemente por las deficientes políticas de los diversos gobiernos
argentinos, su inoperancia, su falta de interés en el desarrollo nacional, su
miopía y su falta de visión, la Argentina perdió su capacidad aeronáutica y
espacial tan duramente conseguida. El punto llegó a su nivel más bajo a
principios de los ’90 cuando se canceló el Proyecto Cóndor, se desmantelaron
las instalaciones de Falda del Carmen, se cerró el IIAE, se cedió la Fábrica
Militar de Aviones a una empresa extranjera, se disolvió la CNIE, etc.”
Una vez más, la Argentina había demostrado al mundo
su capacidad científica y tecnológica. Sus propios gobiernos, sobre todos los
surgidos a partir de 1983, se encargaron de frenar tan extraordinario impulso.
Ing. Teófilo M. Tabanera
Nacido en Mendoza en 1912, Teófilo Melchor Tabanera
fue, sin ninguna duda, uno de los principales impulsores del desarrollo y la
tecnología espacial argentina. Graduado de ingeniero electromecánico en la
Universidad Nacional de La Plata en 1936, efectuó viajes de estudio a los EEUU
y Europa. Con anterioridad, se había desempeñado como dibujante en la empresa
del ferrocarril y en YPF.
Ing. Teófilo M. Tabanera por Ramón Columba
Tras desempeñarse eficazmente como profesional en
YPF y Gas del Estado, trabajo en la construcción del oleoducto Mendoza-San
Lorenzo y el gasoducto La Plata- Buenos Aires. Siendo gerente de la empresa
Electrodinie, dirigió la construcción de la primera línea de alta tensión entre
Buenos Aires y Santa Fe.
Pero donde Tabanera habría de destacar sería en el
campo de la tecnología espacial. Siendo profesor titular de Física y
Matemáticas de la Universidad de La Plata, dio forma a la Comisión Nacional del
Espacio de la que fue su primer presidente, suerte de antecesora de la Comisión
Nacional de Investigaciones Espaciales (CNIE) de la que también fue titular por
espacio de una década.
En 1945 fue designado miembro de la Sociedad
Británica Interplanetaria y de la Sociedad Americana de Cohetes de los EEUU y
posteriormente representó a nuestro país en el Congreso Mundial de Energía
celebrado en La Haya, Holanda, en 1947.
El afán de estudio y exploración del ingeniero
Tabanera lo llevó a fundar entre 1948 y 1949 la Asociación Argentina
Interplanetaria, prestigiosa entidad científica que presidió hasta 1959 y que
habría de convertirse en la Asociación de Ciencias Espaciales de la Argentina.
Desde ahí se dedicó con afán a impulsar el desarrollo de un programa espacial
propio, hecho que le valió no solo el reconocimiento de otras naciones
latinoamericanas que lo llamaron a integrar los directorios de sus nacientes
instituciones sino de las principales potencias del mundo, conocedoras de su
capacidad y talento. El mismo año en que fundó la Asociación Argentina
Interplanetaria fue invitado al Primer Congreso Internacional de Astronáutica,
organizado por la prestigiosa Universidad de La Sorbona, en París. Durante el
mismo, quedó constituida la Federación Internacional de Astronáutica (FAI) de
la que Tabanera fue designado vicepresidente por cinco períodos consecutivos.
En 1969 el ingeniero Tabanera organizó y fue
anfitrión del congreso de la FAI en la ciudad de Mar del Plata, al que se
dieron cita los más importantes científicos de Occidente, incluyendo los de los
EEUU y Francia.
Tabanera no solo se dedicó a organizar y enseñar
sino también a difundir. Además de dirigir por más de diez años la única
revista especializada en ciencia espacial y astronáutica de Latinoamérica, fue
autor de varios libros especializados, destacando entre ellos La exploración
del Espacio, La Astronáutica, Qué es la Astronáutica, Satélites y Educación, El
hombre ante el Espacio, Argentina ante el reto del tercer milenio y un apéndice
en la obra Cohetes, proyectiles dirigidos y hombres en el Espacio de Willy Ley
(Ediciones Pomaire). Fue autor de numerosos artículos publicados en revistas
especializadas (el primero de ellos en 1931, cuando tenía 19 años de edad) y
conferencias dictadas en el país y en el exterior, una de las más importantes
en la sesión de las Naciones Unidas en 1969 celebrada en Viena, donde habló de
la educación a distancia a través de satélites para toda Latinoamérica.
Según refiere Juan Parczewski en su completo site,
de donde hemos obtenido algunos de los datos aquí expuestos, en 1971 Tabanera
propuso un estudio detallado de cómo organizar mejor la educación en áreas
remotas a través de la televisión vía satélite. También asistió a todos los
lanzamientos lunares del programa Apolo y al primer lanzamiento, en 1981, del
trasbordador espacial, a poco de producirse su fallecimiento.
“Teófilo Tabanera trajo la era espacial a
Argentina, y la puso en contacto con las personas y las organizaciones
internacionales dedicadas a la promoción de la exploración espacial”[10].
En honor a la memoria de tan distinguido
científico, le fue impuesto su nombre al Centro Espacial de la Comisión
Nacional de Actividades Espaciales (CNAE), situado a 30 kilómetros de la ciudad
de Córdoba.
Comodoro ingeniero Aldo Zeoli
El otro gran artífice de la carrera espacial
argentina fue, sin ninguna duda, el Comodoro ingeniero Aldo Zeoli, militar y
profesional nacido en Rosario, provincia de Santa Fe, el 3 de junio de 1916.
Graduado en la Escuela Industrial de la Nación en
1938, ingresó al año siguiente en la histórica Universidad Nacional de Córdoba,
donde se recibió de ingeniero aeronáutico en 1943, especializado en proyectos y
cálculos.
Comodoro Ing. Aeronáutico Aldo Zeoli (Gentileza
Juan Parczewski. Fotografías de Adrián
Aldo Zeoli)
Dada su probada capacidad y mientras se desempeñaba
en el Instituto Aerotécnico, el Brigadier Mayor Juan I. San Martín, Ministro de
Aeronáutica, lo invitó a incorporarse a la Fuerza Aérea Argentina con el grado
de Primer Teniente, efectuando viajes de instrucción a Inglaterra. A su
regreso, tras varios destinos en diferentes puntos del país, fue ascendido a Vicecomodoro,
incorporándose a la Fábrica Militar de Aviones en 1960, cuando se lo designó
jefe de Armamento y de Vehículos Espaciales. Desde ese puesto daría impulso al
programa espacial de la Fuerza Aérea con apoyo de personal del Instituto
Aerotécnico con el que desarrollaría el cohete Alfa Centauro, verdadero logro
de la tecnología nacional.
Tras ser lanzado con éxito el primero de aquella
serie de cohetes, el ingeniero Zeóli viajó a los EEUU para firmar convenios con
las autoridades de la NASA, que a corto plazo habrían de redundar positivamente
en el programa espacial argentino.
A partir de ese momento, el ingeniero Zeóli se
abocó de lleno al desarrollo del proyecto espacial dando impulso a las misiones
Alfa, Beta y Gamma Centauro, Orión, Canopus, Rigel y Castor con los que nuestro
país estuvo a la cabeza de la carrera espacial en América Latina.
Designado presidente del Instituto Aeroespacial,
brindó asesoramiento a la Fuerza Aérea Argentina en materia de combustible
autopropulsante para cohetes, en un intento por que nuestra nación lograse
desarrollar un vehículo capaz de colocar un satélite en órbita, cosa que muchos
años después se conseguiría con el Proyecto “Cóndor”. Es de destacar el apoyo
que siempre buscó en las distintas universidades del país y la labor
intelectual que llevó a cabo dictando conferencias.
Comodoro Ing. (R) Ricardo Vicente Maggi
Militar y técnico aeroespacial argentino,
integrante de la Fuerza Aérea, graduado de ingeniero aeronáutico tuvo a su
cargo el Proyecto Tauro entre los años setenta y ochenta, proyectiles dotados
de instrumental fotográfico y equipos de medición con los que se efectuaron
estudios y relevamientos de los recursos naturales de nuestro país hasta 1981.
Fuente: https://www.histarmar.com.ar
[1] Benjamín Meiojas, “Cohetes en la Argentina”, parte II;
Biblioteca de la Fuerza Aérea Argentina, 623.451-519 (82), p. 84
[2] Ídem
[3] Creado por decreto del Poder Ejecutivo Nacional el 27
de junio de 1961
[4] Benjamín Meiojas, Op. sit, parte I, 629.19, p. 50 (82)
[5] Niotti, Hugo F. L. “Recordando la experiencia Bio I”,
Revista “Aeroespacio” Nº 533; enero/febrero de 2000
[6] Las medidas del cohete Rigel eran: Longitud total:
6,237 metros; 1ª Etapa: 2,155 metros; 2ª Etapa: 4,082 metros. Diámetro 1ª
Etapa: 0,278 metros; 2ª Etapa: 0,206 metros
[7] Benjamín Meiojas, op. cit. parte I, 629.19 (82). P.53
[8] Los dos primeros viajes norteamericanos, el de los
astronautas Alan Sheppard (5 de mayo de 1961) y Virgil “Gus” Grissom (21 de
julio del mismo año) solo fueron vuelos suborbitales, es decir, simples saltos
de 187 kms en los que apenas se alcanzaba el espacio exterior. Durante
muchísimos años se creyó que el primer hombre en el espacio había sido el ruso
Yuri Gagarin, que el 12 de abril de 1961 a bordo del Vostok 1 dio una vuelta
completa a la Tierra y regresó sano y salvo seguido el 6 de agosto de 1961 por
Germán Titov en el Vostok II, primer hombre en permanecer más de veinticuatro
horas en el cosmos. Sin embargo, tras la caída del régimen soviético, se supo
que cinco días antes Rusia había enviado a otro hombre al espacio, Sergei
Vladimir Ilyushin, portador de un apellido emblemático en materia de desarrollo
aeronáutico por ser su padre el famoso diseñador de aviones. Ilyushin orbitó
tres veces la Tierra, pero una falla en el sistema de descenso a su regreso,
hizo que su nave efectuase un aterrizaje de emergencia en China. De una cápsula
prácticamente destrozada, las autoridades chinas extrajeron a un cosmonauta
moribundo al que tuvieron un año internado en un hospital militar bajo estricto
secreto de Estado. Los soviéticos lograron recuperar a su hombre al cabo de
muchas negociaciones y mantuvieron en el más absoluto secreto el vuelo. Las
torpes autoridades comunistas creyeron perjudiciales para su prestigio, las
vicisitudes del vuelo.
[9] “La Nación”, Santiago de Chile, domingo 17 de agosto
de 2003
[10] Juan Parczewski,
www.jpcoheteria.com.ar/web/Personalidades/Tabanera/tabanera.htm