El primer astronauta en descender del Apolo XI dio
el gran paso para la Humanidad sin saber muy bien dónde poner su pie. “Esto es
una magnífica desolación”, describió su compañero. El hombre estaba en la Luna.
Ese objeto del deseo por millones de años perdía para siempre el misterio que
lo había acompañado
Por Gustavo Sierra
Los técnicos de la NASA habían demostrado tener
casi a punto todas las piezas del rompecabezas para la misión que le habían
encomendado. El alunizaje, para ellos, se hallaba a sólo unos meses, mientras
que los soviéticos no habían podido poner su N-1 en órbita. La NASA, con mucha
menos presión, podía armar su plan de vuelo para 1969. En marzo, el primer
módulo lunar estaría listo y podría ser probado en el espacio con el Apolo-9.
Iba a ser un ensayo fundamental antes de que tuviera que ser usado en la Luna.
El Apolo-10 llegaría al planeta celeste, pero sin alunizaje, y todo quedaría
listo para el vuelo histórico del Apolo-11.
Los soviéticos entendieron que ya no podrían lograr
el mismo objetivo en ese lapso de tiempo y comenzaron a buscar alguna
alternativa para no dejar que los estadounidenses se quedaran con toda la
gloria. Pensaron que, si bien no iban a llegar con cosmonautas, tal vez podrían
hacerlo con una nave que lograra extraer muestras de las rocas lunares y las
trajera a la Tierra antes de que los americanos pusieran un pie en la
polvorienta superficie. Pero el impulso que mantenían los ingenieros y técnicos
estadounidenses los llevó a ganar esta segunda etapa de la carrera. La primera,
había sido de los soviéticos. Ahora, los Apolo iban y volvían del espacio como
si se tratara de un vuelo entre New York y Washington. Las versiones 9 y 10
cumplieron su misión de despejarle el camino a la misión número once que sería
la que pasaría a la historia por llevar por primera vez al hombre a pisar otro
planeta.
El cohete Saturno V despega de Cabo Kennedy
llevando al Apolo 11 con los astronautas Neil Armstrong, Edwin “Buzz” Aldrin y
Kichale Collins
El 16 de Julio de 1969, a las 15 horas y 32
minutos, se lanzó desde Cabo Kennedy la misión Apolo 11. Como estaba previsto,
se utilizó el Saturno V, un gigantesco cohete de más de 100 metros de altura,
siete veces más potente que el que había sacado a Gagarin fuera de la atmósfera
terrestre, con la nave Apolo acoplada. Los astronautas a bordo eran Neil
Armstrong, comandante de la misión; Michael "Mick" Collins, piloto
del Módulo de Mando y Edwin "Buzz" Aldrin, piloto del Módulo Lunar.
Fue un despegue y un viaje hasta la Luna sin mayores complicaciones, con
velocidades que alcanzaron los 45.000 kilómetros por hora. Ese tramo de la
misión había sido practicado ya decenas de veces y la NASA controlaba hasta el
último detalle del funcionamiento de la nave. Finalmente, entraron en la
atmósfera lunar y pasaron por la cara oculta sin tener conexión con la Tierra
por casi media hora. Collins se quedó al mando de la Apolo y Armstrong y Aldrin
pasaron al módulo lunar The Eagle (El Águila). A las 102 horas y 40 minutos del
despegue, estaban listos para alunizar.
El descenso del Eagle fue dramático y tenso. Fueron
12 minutos de angustia hasta que se posó en la superficie polvorosa. Aunque
Armstrong y Aldrin habían practicado hasta el hartazgo en el simulador de
vuelo, no siempre tuvieron éxito en el alunizaje. Había que aterrizar en tres
minutos con el combustible justo y a una velocidad muy controlada. Al acercarse
a la superficie, los astronautas se dieron cuenta de que la zona elegida por el
piloto automático del Eagle para el alunizaje era una pendiente de un cráter
lunar con rocas enormes. "Eran tan grandes como un auto", diría
Armstrong a su regreso. "La computadora nos mostró donde pretendía
aterrizar, a un costado de un enorme cráter de unos 100 o 150 metros de
diámetro con pendientes muy pronunciadas cubiertas de grandes rocas; realmente
un pésimo lugar para aterrizar", explicó. Esas rocas no se habían visto en
las fotos sacadas por las naves no tripuladas con las que se cartografió la
superficie. Habían captado rocas de hasta 15 metros, pero no las menores a ese
tamaño que hubieran puesto en serio riesgo la misión en caso de aterrizar en el
punto elegido.
Neil A. Armstrong, dentro del módulo lunar,
mientras su nave se posa en la Luna el 20 de julio de 1969
Siete minutos después de iniciar la secuencia de descenso
y a una altura aproximada de seis kilómetros de la superficie, Neil Armstrong
introdujo en el ordenador el programa número 64, el empuje del motor descendió
hasta un 57% y el módulo lunar se situó en forma horizontal respecto a la
superficie de la Luna. El radar de aterrizaje comenzó a recibir señales y Buzz
Aldrin dejó abierto el canal de comunicación. En caso de que hubiera que
abortar la misión, el estaría en contacto permanente con Mike Collins. Apareció
entonces un problema de sobrecarga de información en la computadora. El radar
de descenso y el de encuentro aportaban datos simultáneos en una combinación
que no estaba prevista. Decidieron seguir adelante. Ya estaban a menos de
veinte kilómetros del sitio donde iban a alunizar. Collins advirtió a sus
compañeros de que el módulo estaba yendo a más velocidad de la programada. No
lograba desacelerar al Eagle y se estaban pasando del lugar donde deberían
descender. Armstrong desconectó el programa 64 e introdujo el 66, donde el
control automático mantiene el empuje del motor, pero deja en manos de la
tripulación el movimiento de traslación lateral. Logró cambiar la trayectoria,
aunque ya se le estaba acabando el combustible previsto para el alunizaje. Si
utilizaba un litro de más no lograrían regresar a la nave. El comandante
decidió cambiar el promedio de descenso sabiendo que eso consumía más
combustible. Armstrong modificó el rumbo, sobrevoló la zona y deslizó el Módulo
muy cerca de la superficie buscando el mejor lugar para el alunizaje mientras Aldrin
le iba leyendo en voz alta los datos de altitud y velocidad. El tiempo y el
combustible se agotaban. Divisaron una planicie desértica y sobrevolaron unos
segundos más mientras disminuían la velocidad. El Eagle recorrió el último
metro en una suave caída gracias a la débil gravedad lunar y Neil Armstrong
logró aterrizarlo como si fuera un helicóptero en un portaviones. Con menos de
30 segundos de combustible se produjo el contacto con la Luna y el comandante
transmitió la novedad a la base de control de la Tierra, en Texas:
"20". El terreno resiste bien el peso del aparato y todos los
sistemas funcionan. En Houston son las 15:17 del 20 de julio de 1969. Estalla
un aplauso cerrado, gritos y llantos entre los técnicos.
Buzz Aldrin desciende del módulo lunar Águila
(NASA)
Michael Collins era en ese momento el hombre más
solitario del universo. Tres mil millones de personas estaban pendientes de lo
que sucedía desde la Tierra. Y otras dos muy pronto estarían absortos ante la
soledad lunar. En unos minutos comenzaría la transmisión televisiva en vivo y
lo veríamos en todo el mundo en un blanco y negro bastante borroso. Todos
queríamos adivinar cada detalle de lo que sucedía en ese planeta que tanta
curiosidad le había creado al hombre por millones de años. Muchos siguen hoy
sin creer que esas imágenes fueran reales. Piensan que se trató apenas una
maniobra de la CIA. Otros, siguen buscando seres extraterrestres sin que
hubiera ni la más mínima evidencia científica de que habitaran la Luna.
"Esto es una magnífica desolación", diría poco después Aldrin.
El plan era permanecer en la Luna menos de 24
horas. Los astronautas debían dormir cuatro horas antes de salir a la
superficie, pero apenas descansaron unos minutos después de desactivar los
motores. Pidieron a Houston salir del Eagle antes de lo previsto. Armstrong
abrió la escotilla mientras Aldrin cuidaba que la mochila y la escafandra no
quedaran trabadas. Ya en el exterior, Armstrong se puso de pie en la pequeña
plataforma emplazada frente a la escotilla. La vista era extraordinaria.
Enganchó una polea con una cuerda que después serviría para subir las muestras
de rocas y comenzó a descender. La escalera tenía apenas nueve peldaños y
estaba construida en una aleación muy liviana. En la Tierra, no hubiera
soportado los 170 kilos que pesaba el comandante con su traje, pero en la Luna
con un sexto de gravedad no hubo ningún problema. Cuando llegó al último
peldaño, Armstrong abrió una caja de herramientas que estaba ubicada en la
parte posterior externa y apareció la cámara de televisión que enfocaba hacia
la escalera y dejaba ver al astronauta y su entorno lunar. Tras unos segundos
de interferencias, los monitores de Houston y las pantallas de todo el mundo
mostraron la imagen del primer hombre que iba a pisar la Luna. Transcurrieron
diecisiete interminables minutos desde que Armstrong iniciara su salida por la
angosta escotilla hasta que puso el pie en la superficie polvorosa. Antes de
estirar la pierna para dejar el último peldaño, Armstrong describió lo que
veía. La consola médica del centro espacial indicaba que su corazón estaba
latiendo a 150 pulsaciones por minuto:
“Estoy al pie de la escalerilla. Las patas de
aterrizaje sólo se hunden en el suelo uno o dos centímetros, aunque de cerca la
superficie parece muy, muy finamente granulada. Casi como polvo. Muy fina. Voy
a bajar del Módulo Lunar ahora…Este es un pequeño paso para el hombre… un salto
gigantesco para la humanidad”.
Buzz Aldrin pisa la Luna y posa para la cámara que
sostiene Neil Armstrong (NASA)
Armstrong armó de inmediato otra cámara de
televisión con un pequeño trípode y lo colocó a unos veinte metros del módulo.
Aldrin siguió a su comandante y se convirtió en el segundo hombre en pisar la
Luna. Tenían previsto estar siempre enganchados de una cuerda con el módulo,
pero cuando vieron que no corrían ningún peligro, se soltaron. Desplegaron una
bandera estadounidense con un mástil que clavaron con cierta dificultad en el
suelo lunar. Tomaron fotografías y comenzaron a recoger muestras del polvo y de
rocas. Instalaron un detector de partículas nucleares y varios otros aparatos
para experimentos científicos. También dejaron una caja recordatoria con una
placa en su exterior conmemorando el acontecimiento y en su interior un disco
con mensajes de gente de todo el mundo y una medalla de Yuri Gagarin. Y hasta
tuvieron tiempo para una llamada telefónica con el presidente Richard Nixon que
estaba en el Salón Oval de la Casa Blanca.
Aldrin lleva el LR-3 y otro aparato para instalarlo
en suelo lunar (NASA)
Después de llevar al módulo veintidós kilos de
rocas lunares e instalar un reflector láser para efectuar mediciones de la
distancia Tierra-Luna, un sismómetro para registrar terremotos lunares, así
como la caída de meteoritos, y una pantalla de aluminio destinada a recoger
partículas del viento solar, los astronautas terminaron su misión y volvieron a
subir al Eagle. Tenían que descansar antes de emprender el regreso. Durmieron
cuatro horas y veinte minutos. Después reiniciaron los motores y tras 21 horas
y 36 minutos dejaron la luna para acoplarse a la nave madre, el Columbia, donde
los esperaba Collins. Tuvieron un acople perfecto y a las 6:35 del 22 de julio
emprendieron el regreso a la Tierra. En el camino debieron cambiar el rumbo a
causa de una tormenta y el comando de Houston los envió a un lugar del Pacífico,
a unos 1.500 kilómetros de Hawái. Amerizaron ocho días, tres horas, dieciocho
minutos y treinta y cinco segundos después del lanzamiento. Los rescató el
portaviones USS Hornet donde tuvieron que cumplir una cuarentena. Nadie sabía
entonces qué podrían haber contraído en el misterioso planeta.
Neil Armstrong, Buzz Aldrin and Michael Collins, en
el vehículo en el que pasaron su cuarentena en Houston tras su regreso de la
Luna (AP Photo)
La obsesión por descubrir lo que podría esconder la
Luna continuó para la NASA mientras los soviéticos mascullaban su rabia por
haber perdido la última etapa de la carrera espacial. El Apolo XII volvió a
alunizar y pudo recoger las muestras que habían tomado los aparatos que dejaron
sus antecesores. El Apolo XIII tuvo inconvenientes técnicos, aunque logró
regresar a la Tierra y salvar la vida de los astronautas. Ese vuelo se hizo
famoso por la frase de su comandante cuando detectaron las fallas:
"Houston, we've had a problem" (Houston, tenemos un problema),
homenajeado años más tarde por Tom Hanks en un film que contaba lo sucedido.
Después vinieron otras cuatro misiones del mismo programa que llegaron a la
Luna e hicieron diferentes experimentos científicos sin mayores novedades. El Apolo
XVII fue el último en posarse en la superficie lunar antes de que el programa
se suspendiera por los recortes del presupuesto. Su capitán, Gene Cernan, fue
el último hombre que estuvo en la Luna, hace 47 años.
Fuente: https://www.infobae.com