12 de julio de 2020
LOS AVIADORES DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL QUE SOBREVIVIERON A CAÍDAS DESDE MILES DE METROS
Hace tiempo dedicamos un artículo
al inaudito caso de Vesna Vulović, una azafata serbia que en 1972 se hizo
famosa y está registrada en el Libro Guinness por haber sobrevivido a la caída
de su avión desde 10000 metros de altitud. Pero no se trata de un caso único;
se conocen varios más, uno de ellos apenas un año antes, el de la adolescente
alemana Juliane Koepcke, que salió viva de un accidente en la Amazonía peruana
pese a caer desde 3000 metros. Pero cuando más ocurrieron fue durante la
Segunda Guerra Mundial.
Uno de los aspectos más
interesantes de las guerras es el anecdótico. Y, obviamente, cuanto más
recientes y prolongadas mejor documentadas están y mayor número de historias
curiosas conocemos de ellas. Por eso de la Segunda Guerra Mundial se han
publicado libros enteros dedicados a ese tema específico y por eso también
vamos a entrar en él echando un vistazo a los insólitos casos de aviadores que
lograron sobrevivir a accidentes increíbles. Hay unos cuantos, debido a las
numerosas misiones que se realizaron y la frecuencia de derribos.
Otra versión del salto de
Alkemade/Imagen: Histoire de l’Aviation
En todos ellos concurrieron
factores comunes que explican la milagrosa salvación de sus protagonistas, como
los árboles que amortiguaron los cuerpos al caer o una gruesa capa de nieve al
final, siempre más blanda que el suelo (un artículo de Catherine Berridge lo
explica desde el punto de vista de la Física). Pero, sobre todo, fue la suerte
el elemento diferenciador, ya que a menudo otros miembros de las tripulaciones
perdieron la vida. El caso del Handley Page Halifax de la RAAF (Royal
Australian Air Force) que explotó en el aire cuando sobrevolaba a 1350 metros
la nevada cuenca del Ruhr en 1944 y del que sobrevivieron dos de sus hombres
(el Teniente australiano Joe Herman y el Oficial de Vuelo John Vivash) con un
único paracaídas, puede parecer excepcional. Pero hubo más, siendo los
siguientes los más célebres.
Nicholas Stephen Alkemade
Uno de los más famosos tuvo un
Avro 683 Lancaster como punto de partida. Era un tipo de bombardero pesado
cuatrimotor que entró en servicio en 1942 y por sus características solía
emplearse en misiones nocturnas a baja cota, acreditando unas 156.000 misiones
hasta el final de la contienda. Por eso no es de extrañar que en su currículum
figure un segundo episodio de asombrosa supervivencia en caída: el del Sargento
Nicholas Stephen Alkemade, que vivió su impresionante experiencia sólo un mes
antes que los dos compañeros citados antes.
Un Avro Lancaster/Imagen: Kogo en
Wikimedia Commons
Había nacido en 1922 en la
localidad inglesa de Loughborough (Leciestershire, East Midlands) y servía como
artillero de cola en un Lancaster del Escuadrón 115 de la RAF. La noche del 14
de marzo de 1944 ese avión, bautizado S for Sugar (al traducirlo cambia; sería
algo así como A de Azúcar), regresaba de uno de los raids que habían realizado
tres centenares de aparatos sobre Berlín cuando, al pasar por Schmallenberg (en
Renania del Norte-Westfalia), fue atacado por un Junkers JU 88, un tipo de
avión cuya versatilidad le permitía usarse en varias funciones; a la vista del
enemigo, asumió la de caza.
El Lancaster quedó envuelto en
llamas y perdió el control. Los tripulantes fueron saltando en paracaídas, pero
cuando Alkemade se disponía a abandonar el aparato el suyo se incendió y quedó
inservible, así que en cuestión de segundos tuvo que enfrentarse a una terrible
elección: perecer abrasado o hacerlo más rápido saltando, ya que estaban a 5500
metros de altitud. Sintiendo cómo las lenguas de fuego empezaban a chamuscarle
la ropa y la piel, eligió la segunda opción… y acertó porque, como decíamos
antes, las flexibles copas de los abetos y medio metro de nieve le salvaron.
La tripulación del
Werewolf/Imagen: Nickspics
Algunas heridas, magulladuras y
quemaduras más una luxación en la rodilla derecha fueron todos los daños
sufridos, mientras sus cuatro compañeros de tripulación se estrellaban con el
avión y perdían la vida carbonizados. Hasta tuvo la sangre fría de encender un
cigarrillo, cuyas caladas alternaba con los pitidos de un silbato para que le
localizaran. Como el afortunado superviviente estaba en territorio alemán, fue
recogido y entregado a la Gestapo, considerándolo un espía. Pero, tras
interrogarle y hallar los restos del Lancaster que daban veracidad a su
inaudita historia, no sólo pasó a ser simple prisionero de guerra (fue
internado en el Dulag Luft, un campo de concentración de Frankfurt) sino que le
concedieron un documento que certificaba su odisea.
Repatriado en mayo de 1945, al
acabar la guerra trabajó en la industria química (donde salió ileso de dos
accidentes que en principio todos creyeron mortales) y más tarde participó en
algunos programas televisivos dedicados a recordar protagonistas de episodios
bélicos relacionados con la audacia o la supervivencia en condiciones
especiales. Falleció en 1987, un año después de que lo hiciera otro aviador que
vivió una odisea parecida a la suya: el Teniente Chisov.
Nicholas Stephen Alkemade/Imagen: Nickspics
Ivan Mikhailovich Chisov
Ivan Mikhailovich Chisov era
natural de Bogdanovka, Ucrania, donde nació en 1916. Durante la Gran Guerra
Patria (nombre que se dio en la Unión Soviética al enfrentamiento con la
Alemania nazi en lo que en occidente se conoce como Frente Oriental) fue
destinado a la Voyenno-Vozdushnye Sily (Fuerza Aérea Soviética) y asignado a un
Ilyushin Il-4, un bombardero de tamaño medio pero largo radio del que se
llegaron a fabricar 5256 unidades, en el que volaba en enero de 1942 cuando fue
atacado y alcanzado por varios Messerschmidtt Bf 109, el modelo que constituía
la columna vertebral de la fuerza de cazas de la Luftwaffe.
Chisov se puso su paracaídas y
saltó. No está claro a cuántos metros estaban de tierra; su compañero, Nikolai
Zhugan, que trató de salvar la nave sin conseguirlo abandonándola en el último
instante, cuando apenas se encontraba a 500 metros de altitud, dijo que Chisov
se lanzó desde unos 7000 metros aproximadamente. En cualquier caso, no abrió
inmediatamente el paracaídas porque en plena batalla aérea hubiera resultado un
blanco fácil para los pilotos alemanes, así que decidió esperar a rebasar la
cota de los enfrentamientos. Pero no contaba con otro factor.
Un Ilyushin Il-4 en 1937/Imagen:
dominio público en Wikimedia Commons
Y es que le pasó lo peor
imaginable en esas circunstancias: debido a la escasez de oxígeno perdió el
conocimiento, con lo que siguió cayendo inerte sin poder abrir el paracaídas. A
una espeluznante velocidad de entre 190 y 240 kilómetros por hora, se estrelló
contra el borde de un barranco nevado y rodó por él hasta que la propia nieve
lo detuvo. No tardaron en aparecer tropas de caballería que operaban por la
zona y estaban contemplando la batalla aérea, sólo que pensaban que iban a
recoger un cadáver desecho y, para su pasmo, en vez de eso se encontraron a un
camarada vivo y consciente.
Maltrecho, eso sí; con daños
importantes en la columna vertebral y rotura de pelvis. De hecho, estaba en
estado crítico y pasó los tres meses siguientes en un hospital, sometido a
intervenciones quirúrgicas que finalmente le salvaron. Chisov era un veterano
que acumulaba más de 70 misiones, así que no se amilanó y solicitó que se le
volviera a destinar a misiones de combate, pero su estado no lo aconsejaba y al
final le asignaron la labor de instructor de vuelo. Al acabar la guerra se
graduó en la Academia Militar y pasó a la reserva, dedicándose a tareas de
propaganda.
Ivan Mikhailovich Chisov en
1947/Imagen: Archivos Militares de la URSS en Wikimedia Commons
Alan Eugene Magee
Y así llegamos al último caso
conocido de ese tipo. Ya teníamos británicos y un soviético, así que es el
turno de un estadounidense: Alan Eugene Magee, que pasó por lo mismo que los
anteriores justo un año después de Chisov, en enero de 1943. Fue el que resultó
peor parado, con gravísimas lesiones, porque él no encontró nieve que le
amortiguara la caída; pese a ello, irónicamente, sería el más longevo al vivir
84 años.
Nació en 1919 en una localidad,
Plainfield (Nueva Jersey,) que en 1957 se haría famosa por algo menos
edificante: las andanzas de Ed Gein, el asesino que inspiró al escritor Robert
Bloch y luego al cineasta Alfred Hitchcock para el personaje de Psicosis,
Norman Bates; sus habitantes, seguro hubieran preferido que el nombre de su ciudad
se recordase por la aventura del aviador. En diciembre de 1941, apenas se supo
del ataque japonés a Pearl Harbor, con la consiguiente entrada de EEUU en la
guerra, Magee corrió a alistarse.
Fotografía coloreada de un B-17
en 1942/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons
Le destinaron a lo que entre 1941
y 1947 se denominó USAAF (United States Army Air Forces), Fuerzas Aéreas del
Ejército de los Estados Unidos, integrando como artillero la tripulación de un
B-17. Éste, apodado Flying Fortress (Fortaleza Volante), era un tipo de
bombardero pesado fabricado por Boeing desde 1935 que se utilizó tanto en
Europa como en el Pacífico, entregándose un total de 12677 aparatos (parte de
ellos a la RAF). Magee servía en la ametralladora de la torreta inferior.
El 3 de enero de 1943, el ¡Snap
Crackle Pop! (nombre que sus tripulantes habían puesto al avión en referencia
al divertido dibujo que decoraba el fuselaje: tres duendecillos, mascotas de
los cereales Krispies, cabalgando sobre una bomba) cumplía su séptima misión
formando parte del 360° Bombardment Squadron, que atacaba a plena luz del día
la ciudad francesa de Saint-Nazaire, donde había una importante base naval
alemana. En ello estaba cuando un antiaéreo le destrozó el ala derecha,
provocando que el piloto perdiera el control del aparato y éste cayera girando
sobre sí mismo. Magee resultó herido, pero pudo dejar la torreta y se dispuso a
abandonar la nave.
La tripulación del ¡Snap Crackle
Pop! (por cierto, detrás se aprecia el dibujo que le daba nombre) /Imagen:
First to Know
Entonces descubrió horrorizado
que su paracaídas había sido alcanzado por metralla, quedando inutilizado. La
disyuntiva era tremenda: o seguir a bordo y estrellarse o saltar de todas
formas. Magee optó por lo segundo y le pasó lo mismo que a Chisov, perdiendo el
sentido por insuficiencia de oxígeno; en su caso sería bienvenido porque
moriría sin enterarse. Pero no, no murió. A pesar de caer desde 6700 metros de
altitud, vivió para contarlo porque al final del trayecto no había nieve pero
sí el techo acristalado de la Gare Saint-Nazaire, la estación ferroviaria.
La terminal actual, de
arquitectura contemporánea inaugurada en 1995, no tiene nada que ver con la de
la época, que era decimonónica y quedó prácticamente destruida por los bombardeos
al estar situada al lado de las dársenas de submarinos. Como se puede apreciar
en la imagen adjunta, constaba de dos cuerpos laterales de piedra comunicados
por otro central con una larga techumbre de vidrio, típica del momento en que
se construyó. Fue ése material, duro pero quebradizo, el que atenuó la fuerza
del impacto del cuerpo del aviador, haciendo que cayera en el suelo del andén
de forma menos violenta. Por supuesto, el choque fue terrible de todas formas y
se cobró su precio en la integridad física de Magee.
Postal de 1911 que muestra la
techumbre acristalada de la Gare Saint-Nazaire/Imagen: dominio público en
Wikimedia Commons
Los alemanes entendieron
inmediatamente qué había pasado, recogiéndolo y llevándolo a un hospital. Tenía
muchos huesos rotos, los pulmones y riñones perforados, daños graves en el
tabique nasal y los ojos, así como un brazo semiamputado. Eso, sólo como
resultado de la caída, porque además había que sumarle 28 heridas de metralla.
Pese a todo, los médicos pudieron sacarlo adelante y la larga convalecencia le
sirvió para hacer más llevadera su nueva condición de prisionero de guerra.
Recobró la libertad en mayo de
1945, siendo condecorado con la Air Medal (creada en 1942 para premiar a los
aviadores que se habían distinguido por sus méritos o heroísmo) y el Corazón
Púrpura (la condecoración más antigua de los EEUU, entregada en nombre del
Presidente a heridos o muertos en combate). Muchas medallas se entregaron esos
días, pues en aquella misión perdieron la vida 75 hombres al ser derribados 7
aviones y ser alcanzados otros 48, que regresaron a duras penas.
Alan Eugene Magee en la torreta
inferior del avión/Imagen: Business Insider
Como Chisov, Magee no tuvo miedo
a seguir volando y al acabar la contienda sacó una licencia de piloto,
trabajando en el sector aéreo hasta su jubilación en 1979. En 1993,
Saint-Nazaire conmemoró el 50º aniversario de aquel bombardeo incluyendo entre
los actos la inauguración de un memorial en honor a Magee y sus compañeros del
B-17. El hombre que sorteó a la Parca en 1943 se reconcilió con ella en 2003,
por una combinación de insuficiencia renal y derrame cerebral.
Fuente: http://masterpubli.com