Comparsa de Carnaval en el Polígono de Tiro. Foto Rodríguez (Archivo Histórico Provincial de Toledo)
Los oficiantes eran unos
aventureros del aire que, por tres mil pesetas la jornada de exhibición,
recorrían las ciudades españolas con su casco de cuero, extraños atavíos y sus
frágiles aparatos que solo requerían un terreno llano de poco más de
trescientos metros de longitud para aterrizar o despegar.
Por Rafael del Cerro Malagón
Al principio fueron las cañadas
ganaderas las que cruzaban la Vega Baja. Luego, desde 1868, allí nacería un
Polígono de Tiro para la Infantería. Con el siglo XX, al mismo lugar, llegarían
los imponentes globos de hidrógeno y, años después, unos aeroplanos de motores
griposos sobrevolando los áridos parajes de Palomarejos. Cuesta imaginar que
hoy, junto a la avenida de Europa, donde se sitúan las sucesivas canchas
deportivas hasta el parque de las Tres Culturas, estuviese el aeródromo de la ciudad.
Maqueta del cartel de la fiestas del Corpus preparado por Vicente Cutanda en 1912
Los primeros ingenios que vieron
los toledanos, en 1904, en las laderas de San Lázaro, fueron los globos del
Parque de Aerostación de Guadalajara. El bautismo de la moderna aviación
llegaría en 1912. Ahora, los oficiantes eran unos aventureros del aire que, por
tres mil pesetas la jornada de exhibición, recorrían las ciudades españolas con
su casco de cuero, extraños atavíos y sus frágiles aparatos que solo requerían
un terreno llano de poco más de trescientos metros de longitud para aterrizar o
despegar.
Pierre Lacombe en una postal francesa. Tras él, un muñeco de trapo, su amuleto que también incluyó en su vuelo en Toledo, el 5 de junio de 1912
Desde 1905, la prensa glosaba los
logros de los norteamericanos hermanos Wrigh o del brasileño Santos Dumont. En
1909, el francés Louis Blériot cruzaba con éxito el Canal de la Mancha. En
febrero de 1910, otro piloto galo, Lucien Mamet, era el primero que surcaba con
un avión el aire en España al sobrevolar Barcelona. En 1911 aconteció el raid
por etapas París-Madrid, promovido por Le Petit Parisien, con ocho
participantes, siendo Jules Védrines el único que alcanzó la meta fijada en
Getafe. Por entonces, muchos pilotos franceses (Pierre Lacombe, Leoncio Garnier
o Maurice Poumet entre otros) o el español Benito Loygorri, eran contratados
por ayuntamientos o comerciantes, con suculentos premios añadidos, para dar
lustre a las fiestas locales.
El piloto Leoncio Garnier (1883-1963)
En Toledo, el 5 de junio de 1912,
el programa de actos del Corpus incluyó una “gran fiesta de la aviación” que
comenzó con un homenaje a Lourenço de Gusmao, el llamado “cura volador”,
fallecido en la ciudad en 1729. Por la tarde, en la explanada del Polígono,
tendría lugar la esperada evolución de los aeroplanos. En un principio se
anunció un premio de 5.000 pesetas a disputar entre tres pilotos: Mauvays,
Loygorry y Menéndez. Sin embargo, al final, tan solo se logró contratar a Pierre
Lacombe. La prensa local dio cumplida cuenta de las hazañas en su país y de su
biplano de la casa Duperdussin, de 4.000 kilos, valorado en 48.000 francos, que
llegó por tren a Toledo, el día 4, siendo trasladado en dos carros hasta la
Vega Baja. Aquel piloto, desde el año anterior, ya había participado en
similares festivales en tierras gallegas, Gijón, Valladolid, Salamanca, Tafalla
y Burdeos.
Avión de Garnier tras su vuelo de exhibición, el 10 de mayo de 1913. en Tenerife. El 23 de mayo acudiría a Toledo
Las crónicas describen el vuelo
de aquella histórica tarde, que apenas sobrepasó treinta minutos. Previamente,
se habían acotado ciertas zonas bajo la atención de la Guardia Civil, a fin de
evitar que nadie interfiriese en las maniobras de despegue y aterrizaje. El
avión evolucionó hacia la Venta del Hoyo y las inmediaciones de Algodor,
Burguillos y Mocejón. Lacombe agitaba los brazos cada vez que cruzaba sobre el
expectante público que había abonado su entrada para ver de cerca todos los
detalles de la exhibición. Tras llegar a tierra, el gentío corrió entusiasmado
hasta el aparato para sacar a hombros al piloto. Al aterrizar, un desperfecto
en la hélice le impidió hacer una segunda demostración. Después, en un
automóvil descubierto, el héroe, acompañado de su esposa, subiría envuelto por
continuas aclamaciones hasta a Zocodover.
Postal francesa dedicada al aviador Henry Tixier (1887-1917) con su monoplano
El 18 de mayo de 1913, también en
torno a las fiestas del Corpus, los toledanos volverían a la Vega Baja para ver
otra exhibición aérea ─a tres duros el palco o una peseta la silla─, contratada
con el piloto Maurice Poumet que, al no poder atender, le sustituiría Henry
Tixier (1887-1917). Éste tenía fama por sus cabales descensos, sin causar daños
al aparato, algo que, lamentablemente, no tuvo en Toledo. Acudió con su Bleriot
de 50 caballos. En la carlinga, junto a los indicadores, llevaba medallas y,
como otros colegas, un amuleto especial, en su caso “una pata de gallina seca y
negruzca”. Sin embargo, el vuelo no comenzó con buenos augurios. Tras un
despegue sin la suficiente energía tuvo que descender de inmediato. En su
segundo intento se encontró con un viento adverso que no logró vencer,
amenazando el avión caer sobre el público. Providencialmente, la catástrofe la
evitó un hilo telefónico que le hizo voltear y caer al suelo. El aparato se
convirtió en un “informe montón de hierros, maderas y telas”, si bien, el
piloto salió ileso de aquellas ruinas, dejando contrariados a los espectadores.
Como compensación se logró que el aviador Leoncio Garnier (1883-1963) volase el
día 23 de mayo con otro Bleriot, aparato que también daría otros problemas. El
reventón de una rueda y el irregular funcionamiento del motor alimentaron las
dudas y la impaciencia del público. Por fin, todo se pudo solventar en el
último momento. Garnier logró elevarse y hacer algunos virajes antes de
aterrizar sin problemas en medio de grandes ovaciones. Al día siguiente, el
mismo piloto ofreció dos cortos vuelos más, seguidos de un tercero, a cargo de
Tixier, que colmaron la curiosidad de los toledanos.
Henry Tixier es llevado a hombros tras una exhibición en una imagen de Internet
Estos fracasos motivaron alguna
crítica en El Eco Toledano (24 de mayo de 1943) de Teerre, seudónimo del
periodista Tomás Rodríguez Bolonio. En el mismo diario (12 de junio), desde
Francia, Pedro Morante consideraba antiestético, “sino también herético”, que
aviones o volípedos volasen sobre la torre de la Catedral de Toledo, algo tan
fuera de lugar, decía, como celebrar una corrida de toros en París. Aconsejaba
a los toledanos que se dedicasen a cultivar en los cigarrales los “mejores
albaricoques del mundo” y a promocionar el mazapán por todos los países. Tras
desdecirse, ya que en algún momento había pensado que la Vega Baja podía acoger
“un magnífico campo de aviación”, concluía: “los españoles no necesitamos
aeroplanos (…) antes tienen necesidad de una Armada y de muchas escuelas que
den alas a la inteligencia”.
Salvador Hedilla en Toledo el 4 de junio de 1915. Pioneros de la Aviación Española, nº 42
Aún, en el Corpus de 1915, se
volvería a programar otra “fiesta de la aviación” que protagonizó Salvador
Hedilla Pineda (1882-1917), del Club Santander, con su monoplano Wendome de 50
caballos. En el Corpus de 1916 (21 de junio), el evento se redujo a recibir un
monoplano de la Escuela de Aviación de Getafe, pilotado por Manuel Menéndez, un
Duperdussin de 80 caballos, que cubrió la distancia hasta el Polígono de Tiro
de Palomarejos en treinta minutos. El futuro había llegado por el aire a
Toledo.
Fuente: https://www.abc.es