4 de septiembre de 2020
EL “PIRÓMANO” DE LOS EEUU QUE QUISO BOMBARDEAR JAPÓN “HASTA LAS CENIZAS” EN LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
Este militar norteamericano ha pasado a la historia
por arrasar las principales ciudades japonesas durante la Segunda Guerra
Mundial y mostrarse partidario del ataque nuclear de los Estados Unidos contra
la Unión Soviética
Por Pablo F. de Mera Alarcón
Cuenta la leyenda que una vez un reportero le
preguntó al General Curtis LeMay acerca del porqué los EEUU necesitaba más
misiles nucleares cuando ya tenía suficiente poder masivo para reducir a la
URSS a cenizas, a lo que el renombrado militar norteamericano respondió: “Porque
quiero ver a las cenizas bailar”. Así era este oficial de la Fuerza Aérea del
Ejército de los Estados Unidos, alguien convencido de la necesidad de sus
actos, beligerante por naturaleza, llamado “brutal” por alguno de sus correligionarios.
Adalid de un militarismo eficiente, cual fiel prosélito del “maquiavelismo”
creía en la supeditación de los medios precisos para la consecución de un fin
imperioso e inexcusable.
“Yo quiero saber quién es el hijo de puta que tomó
este magnífico avión diseñado para bombardear desde 7000 metros, haciendo
referencia al bombardero B-29, y lo bajó y perdí a mi piloto de flanco”, se
quejó un Capitán al regresar del primer ataque ardiente sobre Tokio en marzo
del 45. El temperamento de LeMay, quien no aceptaba crítica alguna, queda de
manifiesto en su respuesta (en palabras de McNamara): “¿Por qué estamos aquí?
¿Por qué? Usted perdió un hombre. Me duele tanto como a usted, yo lo mandé
allá. Y yo he ido, sé cómo es. Pero usted perdió un piloto de flanco y nosotros
destruimos Tokio”.
Robert McNamara - ABC
En el célebre documental “The Fog of War” (Errol
Morris, 2003), Robert McNamara comenta que algo que no ha conseguido la
humanidad es establecer unas reglas éticas para la guerra. El que fuera
Secretario de Defensa estadounidense desde 1961 hasta 1968, durante la Guerra
de Vietnam, considera que para LeMay lo inmoral no era matar 100.000 personas
en una noche lanzando bombas incendiarias sobre la capital de Japón, lo
realmente imprudente era no hacerlo y perder miles de soldados norteamericanos
en la batalla. Y es que el carácter de LeMay, que destacaba por su frialdad, es
una gran aproximación a la aplicación de la racionalidad a un propósito
irracional. “A LeMay solo le importaba una cosa: la destrucción de los
objetivos. (...) Él era el único de los oficiales superiores de la Fuerza Aérea
que se concentraba en pérdidas de tripulaciones por blanco destruido”, declara
McNamara.
De su notoria, y a la vez cruenta, capacidad de
previsión y eficaz innovación puede dar fe el Japón devastado durante 1945, a
un paso estuvo de hacerlo también la humanidad con la Crisis de los misiles de
Cuba. Una anécdota relatada por Jesús Hernández en su libro “Hechos insólitos
de la Segunda Guerra Mundial” (Roca Editorial, 2018) cuenta que, durante los
terribles bombardeos sufridos por las urbes del país nipón en el colofón del
conflicto, el disco más escuchado del momento era aquel en el que estaba
grabado el sonido de los bombarderos estadounidenses B-29 Superfortress. “Cuando
los que iban a ser víctimas del ataque escuchaban en la lejanía el peculiar
ruido que antes habían oído en el disco, sabían que tenían unos pocos minutos
para intentar buscar un refugio, al tener la seguridad de que en breve la
ciudad iba a convertirse en un infierno”, narra el autor.
No obstante, con este ínclito belicista es más que
evidente aquello de que la historia la escriben los vencedores. Entre otras
condecoraciones, recibió la Medalla del Aire con tres Hojas de Roble, por su
valor en combate, así como la Medalla por Acciones Humanitarias o la Medalla
del Servicio de Defensa Nacional. El reconocimiento le llegó también del
exterior, Japón incluido, a pesar de la gran cantidad de víctimas que su
estrategia provocó en el “país del sol naciente”. Fue promovido por distintas
universidades como Doctor “Honoris Causa”, inclusive. Al fin y al cabo, el peso
de sus acciones no fue suficiente en una balanza decantada por la victoria del “Bien”
sobre el “Mal” en la madre de todas las guerras, pero las consecuencias de las
mismas han quedado para la historia. El mismo Curtis LeMay dijo: “Supongo que,
si hubiésemos perdido, habría sido juzgado como un criminal de guerra”.
“Bombardero Harris del Pacífico”
Curtis LeMay - CC
Para ganarse este apelativo, LeMay tuvo primero que
demostrar su valía en Europa. El ejército de los Estados Unidos descubrió que
el 20% de los aviones que despegaban de Inglaterra para realizar incursiones en
cielo alemán regresaban sin haber llegado a su objetivo debido al alto
porcentaje de pilotos caídos. Pero, al ser su unidad desplazada a las islas
británicas a finales de 1942, LeMay acabó con los abortos de un plumazo. Según
McNamara, “el mejor comandante de combate que conocí en la guerra” recibió el
informe de abandonos y dijo con firmeza: “Yo iré en el primer avión de cada
misión. Todos mis aviones pasarán sobre el blanco o la tripulación será juzgada”.
Una vez pasó al teatro del Pacífico, LeMay y su
temperamento irreductible contaron con el inestimable apoyo del nuevo “juguete”
de la Fuerza Aérea, el B-29 Superfortress. Frente a los B-17 y los B-24
desplegados en el viejo continente, las Superfortalezas eran capaces de volar a
mayor altura por lo que no estaban sujetas al fuego antiaéreo ni a los cazas
enemigos. Sin embargo, la precisión era menor.
“Si matas suficientes van a dejar de pelear”
Así las cosas, otra vez LeMay, quien ya avistase la
mayor efectividad de trasladar la base de operaciones a las Marianas para
colocar a Japón a tiro, dio con la tecla. Bajó los B-29 a 1500 metros y los
cargó con bombas incendiarias de napalm AN-M47 y AN-M69, además de virar la
estrategia hacia la ofensiva nocturna y no diurna. La noche del 9 de marzo de
1945 es considerada una de las más sangrientas del conflicto al sobrevolar
Tokio 334 bombarderos B-29 que arrasaron 135 km2 de la metrópoli y acabaron con
la vida de alrededor de 100.000 civiles.
No obstante, no fue más que el comienzo. La campaña
de bombardeos intensivos se prolongó hasta que los artefactos atómicos “Little
Boy” y “Fat Man” cayeron sobre Hiroshima y Nagasaki en el mes de agosto,
momento en el que apenas quedaba ya nada que bombardear. LeMay era consciente
del sufrimiento infligido a la población nipona, pero creía en su justificación
si servía para la rendición de las fanáticas tropas asiáticas y, con esto, que
la guerra terminase un día antes: “Si matas suficientes van a dejar de pelear”.
Así las cosas, calcinó cerca de 70 ciudades japonesas, extremadamente
vulnerables al estar sus casas construidas, en su mayoría, por madera y papel.
El ataque incinerante arrasó el 51% de Tokio, el 58% de Yokohama, el 40% de
Nagoya, ciudades con un tamaño equivalente al de Nueva York, Cleveland y Los
Ángeles, respectivamente.
Al borde de un nuevo conflicto global
Durante algo más de una semana de octubre de 1962,
concretamente del día 16 hasta el 28, el choque nuclear entre los EEUU y la
URSS estuvo más próximo que nunca. La Crisis de los misiles de Cuba es el
momento en el que la humanidad vio el abismo más de cerca. Aviones de
vigilancia yanquis Lockheed U-2, “Dragon Lady” detectaron la introducción de
misiles soviéticos en el país caribeño con el beneplácito de Castro, de modo
que los Estados Unidos movilizó a 190.000 soldados y preparó un primer ataque
aéreo gigantesco que “iba a incluir 1080 misiones”, confirma el Secretario de
Defensa Robert McNamara. LeMay recomendó a J. F. Kennedy rodear Cuba y, si
fuera necesario, “freírla”, pero, afortunadamente, el presidente norteamericano
terminó por aceptar la propuesta de su homólogo Nikita Kruschev. El dirigente
de la Unión Soviética le aseguró que sacarían los proyectiles si los EEUU no
invadía la isla.
LeMay, en el centro, se reúne con Kennedy, a la
derecha, para hablar de los vuelos espía de los U-2 en Cuba - ABC
La postura de LeMay se entiende mejor “echando un
vistazo” a su actitud inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial. La
tensión con la URSS iba en aumento día tras día y en 1949, en plena Guerra
Fría, propuso lanzar bombas atómicas sobre ciudades soviéticas y de Europa del
Este. Puesto un año antes al frente del Strategic Air Command en la recién
creada Fuerza Aérea de Estados Unidos o USAF, su primer objetivo era colocar al
SAC en disposición de bombardear puntos estratégicos de la Unión Soviética y
terminó por convertirlo en una maquinaria de guerra sin igual. El “bueno de
Curtis” creía que un nuevo enfrentamiento global era inevitable y siempre fue
partidario de atacar “con todo” en un momento en el que el poderío
armamentístico masivo de los EEUU superaba en gran medida al de la
superpotencia rival.
En una guerra nuclear, donde lo que está en juego
es la aniquilación de naciones enteras, no hay margen de error. Cuando las
negociaciones secretas entre Kennedy y Kruschev lograron la solución pacífica
de las tensiones, el mandatario norteamericano, según McNamara, refirió lo
siguiente a sus Jefes de Estado Mayor: “Ganamos. No quiero que lo digan nunca,
pero sabemos que ganamos”. Empero, emergió un reproche proveniente de LeMay. “¿Ganamos?
¡Diablos, perdimos! Hay que arrasar con ellos hoy. Es la mayor derrota de
nuestra historia”.
Fuente: https://www.abc.es