1 de septiembre de 2020
HISTORIA DE UN HÉROE… SIDAR
Por
Héctor Dávila
En nuestros tiempos, la palabra “héroe” parece
tener distintas connotaciones, pero existe en su carácter predominante la
intención de designar con ella lo más elevado de la naturaleza humana. Por lo
tanto, no dudo en llamar héroe a Pablo L. Sidar, un aviador al que también le
vienen a la medida los trajes de legendario y audaz, uno que sobresale de entre
los Branniff, los Chávez, los Sarabia, Newbery, los Merino, los Carranza o los
Pabón, por ser sus hazañas patrimonio de toda Latinoamérica, al haber sido el
primero en recorrer este vasto territorio a los mandos de un avión.
La polémica sobre su origen hace más grandiosa su
leyenda; él decía (y así declaraba en documentos oficiales) llamarse Pablo
Sidar Escobar y haber nacido en Ramos Arizpe, Coahuila, en 1897, pero el
prestigiado historiador Manuel Ruiz Romero apunta, con pruebas, que su
verdadera identidad era la de Pablo Sidar Puras, originario de Zaragoza,
España. La “L” que siempre seguía al nombre de Pablo es un enigma, no hay
referencia concreta al respecto, pero es bien sabido que Sidar se ganó a pulso
el apodo de “El Loco” en sus tiempos de acróbata aéreo, junto a Roberto Fierro
y José Fonseca en 1925, por lo que cuenta la leyenda que se enorgullecía de ser
el famoso Pablo “El Loco” Sidar y de ahí el que firmara acompañando su nombre
con la "L".
Cierto o no, de lo que no hay duda es de sus
grandes dotes de aviador, el mismo Ruiz Romero se refiere a él como: “ejemplo
magnifico de valor, arrojo y temeridad, el piloto más famoso y popular de
México, que pagó con el alto precio de su vida en plenitud, en el apogeo de su
gloria y de los honores, el haber llegado a la cima que sólo alcanzan los
privilegiados”, mientras que mi amigo el también finado Adolfo Villaseñor,
quien lo conoció y admiró, me contaba que Sidar, a donde llegara, era
simplemente “el jefe” poseedor de una personalidad magnética y arrolladora,
piloto de soberbio talento que igual se granjeaba el respeto de sus colegas en
el aire y en batalla, que se acomodaba con gracia en las más altas esferas
sociales, incluso se le vincula emocionalmente con la hija del presidente
Plutarco Elías Calles.
Pablo L Sidar, en su elegante uniforme de gala.
(América Vuela)
Pero el recio Coronel, veterano de las campañas
contra las fuerzas insurrectas de entre 1922 y 1929 tenía planeado ser mucho
más que un piloto de guerra de prestigio dentro de la aviación militar
mexicana, a la que había ingresado en 1920, después de haber servido con
distinción como oficial de caballería en la Revolución. En dichas campañas
destacó en misiones de bombardeo combatiendo a los rebeldes delahuertistas,
escobaristas, yaquis y cristeros, corriendo no pocos peligros, como cuando el
biplano Bristol 93B Boarhound II que pilotaba (apodado "el colorado"
por tener el morro pintado de rojo) fue alcanzado por las balas de los rebeldes
durante un ataque en Sinaloa el 30 de marzo de 1929, muriendo su artillero, el Capitán
Manuel Robles Monterrubio, quien fue el primer tripulante mexicano en morir en
combate a bordo de un avión.
Quizá motivado por haber conocido lo terrible de la
guerra fratricida, Sidar tenía el deseo de unir Iberoamérica con un gran vuelo
de buena voluntad, pues pensaba que el avión, más allá de ser poderosa arma,
era el abrazo que hacía falta para acercar los corazones de los pueblos
hermanos.
Con todos los medios a su alcance consiguió que la
Secretaría de Guerra y Marina le autorizara el empleo de un avión biplano
militar Douglas O-2M, al que bautizó “Ejército Mexicano”, para emprender la
aventura de viajar, desde el mítico campo de Balbuena, en la Ciudad de México,
por Centro, Sudamérica y el Caribe, remontándose al espacio, acompañado por el
sufrido Sargento mecánico Arnulfo Cortés, el 29 de agosto de 1929, con rumbo a
“La Aurora”, Guatemala, para proseguir con un fantástico recorrido que concluyó
con el triunfal regreso al punto de partida el 8 de noviembre del mismo año,
habiendo acumulado 265 horas de vuelo para cubrir casi 22.500 Km, visitando
Guatemala, El Salvador, Honduras, Costa Rica, Panamá, Colombia, Ecuador, Perú,
Chile, Argentina, Uruguay, Brasil, Paraguay, Bolivia, Belice y Cuba recibiendo
trato de dignatario en todas partes gracias a tan sensacional viaje, además de
sendas condecoraciones (con la rara salvedad de la Argentina, Uruguay y Brasil,
que no le concedieron ninguna).
Incluso algunos aseveran que el viaje de Sidar fue
prácticamente continental, pues el 24 de agosto había volado a México desde los
Ángeles, California, a donde había llevado al “Ejército Mexicano” para ser
adaptado en la fábrica Douglas para esta particular misión, aunque el
itinerario oficial arrancó, como ya dijimos, el día 29.
Por supuesto, una empresa de tales dimensiones, en
1929, no podía estar exenta de tribulaciones y peligros, a veces por lo
deficiente de las cartas de navegación; otras, por lo traicionero del clima y
en otras, incluso, por causa de engorrosos trámites burocráticos, pero el
incidente que puso en mayor riesgo la travesía fue el aterrizaje de emergencia
que el aguilucho mexicano hubo de realizar en Colombia, cerca de la frontera
con Ecuador, como a 60 kilómetros de Guayaquil, al desbielársele el motor al
noble Douglas O-2M. Esta circunstancia propició una misión “de rescate” desde México, al salir el piloto
Eliseo Martín del Campo y el mecánico Leonardo Enríquez en otro Douglas hacia
el Ecuador para reemplazar el aparato de Sidar, pero éste no quiso cambiar de
montura y ordenó poner el motor de aquel avión en el “Ejército Mexicano” para
así poder completar el trayecto, no sin antes cambiar también de mecánico, lo que
sin duda indica el malestar que se había despertado en Sidar hacia Arnulfo
Cortés, tras el mal rato de la pérdida del motor y especialmente debido a las
tensiones propias de una aventura como esta.
Los honores que recibió el Coronel Pablo Sidar (que
ostentaba tal rango, por méritos en campaña, desde mayo de 1929) tras la
conclusión de tan sensacional aventura, fueron de magnitud nunca vista en
México, muestras de cariño popular y de tan alto nivel como lo fueron las
recepciones de que gozó en cada país visitado, pero su espíritu de aventura no
fue mitigado; aun habiendo sido nombrado comandante del Primer Regimiento
Aéreo, su mente volaba ya hacia una mayor y más difícil conquista, el reto casi
fantástico para la época, de un vuelo sin escalas entre las repúblicas de
México y la Argentina.
El gobierno mexicano acogió esta idea con
entusiasmo y para cubrir los 8000 kilómetros de vuelo, el Departamento de
Aeronáutica seleccionó un raro avión Emsco, monoplano de ala alta, que el
propio Sidar recogió en la fábrica en California. El aparato, que recibió la
matrícula privada X-BACO (así se ponía en esa época, con el guion después de la
X), a plena carga pesaba más de 7000 libras y no hubiera podido despegar en la
enrarecida atmósfera de la Ciudad se México, así que se ubicó el campo de Cerro
Loco, en Oaxaca, como el idóneo para cumplir con el vuelo directo hasta Buenos
Aires, necesitándose de todos modos alargar la longitud de la pista hasta los 4000
metros.
El enorme monoplano, bautizado “Morelos” en honor
del prócer de la Independencia, despegó el 11 de mayo de 1930 a los mandos
firmes y hábiles de Sidar, acompañado por el Teniente Carlos Rovirosa (nacido
en Villahermosa, Tabasco, en 1902) como copiloto, llevando una bandera nacional
como regalo de la aviación mexicana para sus colegas argentinos, esperando
enfrentar 40 horas de vuelo sin escalas, pero la suerte no estuvo esta vez del
lado de nuestro héroe…
El viaje debía comenzar con un viraje hacia las
costas del Pacífico, para mantener prácticamente un recorrido “costeando” hasta
Valparaíso, Chile, donde se giraría para llegar en línea recta a Buenos Aires,
pero a la altura de Punta Arenas, Costa Rica, se presentó una severa e
impenetrable tormenta, que obligó a los valientes pilotos a desviarse hasta las
aguas del opuesto mar Caribe, frente a Puerto Limón, donde el “Morelos”,
azotado por la tempestad, sea en un desesperado intento por aterrizar o
desgajado en su estructura, quedó destruido hiriendo fatalmente a sus
tripulantes.
La revista del Ejército y de la Marina, en su
edición de mayo de 1930, publicó un artículo del Coronel Ernesto Higuera,
titulado “Divino Fracaso”, que en parte reproducimos a continuación, pues es un
bello documento que transmite el sentimiento de los que vivieron el momento de
la pérdida de Sidar y Rovirosa:
"Arrullados por la música de la hélice fingían
en el espacio el milagro de un sol; se deslizaban como una estrella errante;
tripulando su abadejo sonoro sonreían errabundos en la turquesa de la mañana dejando
que jugara el viento con el penacho de sus quimeras bravías. Abajo, todo verde;
arriba, todo violeta, todo dorado por la gloria del Astro Rey. La certitud del
triunfo les ponía cascabeles en el corazón que se hinchaba jubilosamente. Las
aspas zumbaban rimando la eutropelia interior de los pilotos. Sonreía la vida
con sus colores de pavo real y cantaba el paisaje su sinfonía de piedras
preciosas… Las nubes blancas les dejaban pasar, llevándose el “Morelos” las
guirnaldas de sus desgarrones. Desparramadas como un rebaño cuando llega el
lobo, se volvían a juntar, cerrando la brecha azul con sus arrapos cándidos de
armiño… El tramoyista de este infinito proscenio cambia la decoración nupcial
por una decoración de tormenta y el mascarón de la tragedia esboza su gesto
brutal. Ulula la tempestad; la cólera lineal de los rayos arroja sus puñales
flamígeros sobre las entrañas del mundo; ruedan los truenos como el redoble
monstruoso de un tambor apocalíptico; chasquean los latigazos del relámpago
sobre el cristal de los ojos abiertos; la lluvia empapa las alas del audacioso
neblíque que se lanza sobre la cortina de sombra para horadarla con el coraje
de una flecha. Pero la muralla es densa y profunda como la noche. El
malabarista de la fatalidad le marca los contornos con sus puñales. La muerte
tiende su tela de araña. El moscardón va a quedar prisionero. El piloto
comprende que la lucha es desigual y hace un viraje. Quiere huir de las furias
arrojadas sobre él por el Destino y se desploma en el mar, alcanzado por la
hoja asesina del tenebroso malabarista… La carne de los héroes fue pasto de los
tiburones. Rovirosa, el más joven, se reintegró completo; Sidar, el más
inquieto y animoso, logró rescatar algo de su forma corporal a la bulimia de
los glotones feroces. Y esos restos lamentables, deslavados y roídos, se
tornarán con el beso de la gloria en cinosura fúlgida de eternidad. Y en el
dolor unánime del pueblo, Rovirosa y Sidar serán un símbolo; la columna de
fuego que guiará a nuestra raza a la victoria final; estrofa heroica de la gran
tragedia de superarse y superarse siempre sin soluciones de continuidad. Y
mientras sangra el corazón en la capilla ardiente de la noche, formo para los
héroes esta humilde corona de Laurel. Para rendir tributo ninguna voz es débil,
ha dicho Martí”.
Pablo L Sidar (a la izquierda) junto a su gran
amigo y compañero de armas, el no memos famoso piloto Roberto Fierro, en los
tiempos que ambos eran acróbatas aéreos.
(América Vuela)
Fuente: https://www.vuela.com.mx