Por el 1er Teniente Juan C. Gabarret – Integrante de la “Escuadrilla 46”
Un
Gran Avión
Otoño
de 1947. La ciudad que despertaba junto a las alargadas sombras del sol de
oriente, escuchaba por primera vez el potente ulular de una turbina. Ese
zumbido que sacudía el aire, vibraba en las copas de los árboles y corría por
la plataforma de cemento hasta retumbar en los grandes portones de aluminio de
los imponentes hangares y penetrar hiriente, en el corazón de los viejos
motores a pistón. Esos motores que, exudando aceite por sus antiguas heridas,
habían impulsado abnegadamente y durante años las grandes palas de sus hélices,
a lo largo de los silenciosos caminos de los cielos.
El
nuevo y desconocido ruido los desplazaría en su avance inexorable hacia el
futuro. Allí dorados de sol, mostrando su delgada figura de reluciente
aluminio, deglutiendo toneladas de aire por sus potentes turbinas, estaba el
nuevo avión: el Gloster Meteor IV. Era posiblemente el mejor caza del mundo en
ese momento; todo un orgullo de la ingeniería aeronáutica. Había llegado a
nuestro país siendo titular del record mundial de velocidad, envuelto en la
aureola propia de los aviones de primera línea.
Primero
el Regimiento 4 y poco después el Regimiento 6, tuvieron el privilegio de
contarlo como equipo de vuelo. Sus hombres, animados por un mismo espíritu y
una misma y férrea vocación, llevaron sobre sus hombros toda la gloriosa
tradición de la aviación argentina; llevaban el legado de los héroes de una
especialidad famosa por las razones y principios de su existencia, y esos
héroes no fueron defraudados.
La
Escuadrilla de Acrobacia 46
En
la rauda carrera hacia el futuro llagaron las “Bodas de Oro” de la Fuerza Aérea
Argentina y encontraron a los Gloster Meteor IV inmutables tras 16 años de vida
y de lucha ininterrumpida. Morón, al igual que otras unidades recibió ese año
la orden de formar una escuadrilla de presentación y nada más justo que
imponerle el nombre de “Escuadrilla 46”, enlazando las cifras de su primitiva
enumeración, rindiendo un postrero homenaje a aquellos primeros regimientos de
la aviación de caza a reacción argentinos. “Doce mil vueltas”…listos? …ya!
Cuarenta y dos toneladas de metal, impulsados por la tremenda potencia liberada
por las turbinas, se mueve lentamente y se acelera sobre la pista iniciando la
carrera de decolaje.
En
apretada formación de seis y tendiendo al viento sus largas estelas de kerosene
parafinado, el “diamante” toma velocidad y se eleva, majestuoso, imponente,
acelerándose siempre y buscando su elemento: el cielo.
La
Exhibición Aérea
Liberado
de la gravedad gracias al avión, el hombre no habría estimado su victoria
completa si no hubiera obtenido en los cielos una soltura igual a aquella que
él conocía sobre la tierra.
Definitivamente
dueño de la máquina y de sus reflejos, él podía entonces dar libre curso a su
fantasía, a su genio y crear la belleza. (Ten. Col Hayez – Patrulla de Francia)
-Control
en Tierra, Escuadrilla 46 llama…
-Escuadrilla
46 aquí Control en Tierra, lo escucho cinco por cinco. Ustedes se encuentran un
minuto y treinta segundos de iniciar su trabajo…
La
Escuadrilla se desplaza ahora a gran velocidad, describiendo un amplio círculo
y cronometrando el tiempo que le queda para lanzarse en la primera maniobra.
El
paisaje se fuga bajo las brillantes alas de aluminio; el diamante vuela rápido
y compacto. Bajo los ajustados cascos de vuelo vibra la voz del control en
tierra:
-Escuadrilla
46 aquí Control en Tierra llamando…
-Aquí
Escuadrilla 46, adelante con su mensaje…
-Control
volviendo, se encuentra a 40 segundos…
El
guía cierra el giro y comienza la picada. Se escucha su vos familiar:
-13.000
revoluciones…
La
tierra se agranda como si fuera a tragarnos. Los mínimos detalles se hacen
visibles. Todo toma relieve y formas. El calor de las capas atmosféricas que
están pegadas al suelo penetran en la cabina y baña los rostros. El vuelo se ha
tornado rápido y blancos destellos de vapor condensado estallan sobre los
planos. Un instante más y las amplias columnas de humo describirán – cual
fieles testigos – las extendidas maniobras proyectadas contra el cielo.
Looping,
tonneaux, trébol…En rombo, en flecha, en columna. El cerebro del hombre guía
ese conjunto homogéneo constituido por su cuerpo y ese ingenio extraordinario
de nervios eléctricos, de venas de plástico y arterias de bronce por donde
circula kerosene. El aparato vuela con el hombre. Responde a sus más pequeños
mandatos. Aquel otrora vano intento de superar a los pájaros y que hoy se
desplaza a la velocidad de una bala de cañón.
Así
se inicia otra presentación de la escuadrilla de acrobacia, una más de su ya
larga historia de alrededor de un centenar de vuelos de demostración. Acaso
todos aquellos que elevan su mirada al cielo, no sepan o no comprendan la
silenciosa labor que hay detrás de todo ello, del espectáculo. ¡Que perfecta
coordinación de hombre y máquina! ¡Qué cantidad de detalles para ajustar! ¡Cuántas
preocupaciones!
Una
vez que es designado el futuro Jefe de la Escuadrilla, se encuentra en la ardua
tarea de formar su grupo.
Busca
por lo general “numerales” que ya conoce y realiza salidas individuales con el
objeto de que estos se habitúen a su forma de volar, a muy poca altura y alta
velocidad. El guía explica, en esas salidas individuales, cada una de las
maniobras que se realizarán y donde quiere que el “numeral” esté formado. Este
a su vez obtiene los puntos de referencia que deberá conservar con el avión del
guía, para mantener la simetría de la formación y también comprende como un
segundo puede llegar a ser una larga dimensión del tiempo.
Las
salidas se suceden; primero con dos, luego con cuatro y seis aviones. Los
“numerales” ya habituados al “guía” buscan conocerse entre ellos; obtener
simetría, perfección y belleza. Buscan controlar cada maniobra de la misma
forma; casi respirar al mismo tiempo. Toda la eficacia del vuelo está basada en
el mutuo entendimiento de conjunto.
Luego
se llega a una práctica completa de toda la serie de maniobras a ejecutar en
las futuras exhibiciones. En determinado momento, los “solistas” abandonarán el
diamante de seis y volarán individualmente, llenando los tiempos muertos
existentes entre cada evolución del rombo de cuatro aviones. Ellos tienen una
gran responsabilidad en la coordinación de las “entradas” y las “salidas” sobre
el punto principal de acrobacia, y lo hacen desplegando sobre el público las
más espectaculares figuras.
Finalmente,
los trabajos de conjunto de seis aviones, son totalmente depurados. El guía ya
no mira a sus numerales, porque los conoce bien y les tiene fe y él se
compenetra en su delicada tarea.
Junto
al público, dentro del vehículo “Control en Tierra” otro piloto de la
Escuadrilla observa atentamente el vuelo. Teléfonos colocados y micrófono en la
mano, les transmite los tiempos que va tomando y les introduce las más pequeñas
correcciones. Él les brinda también la seguridad de su constante y atenta
visualización sobre el área de acrobacia, manteniendo el cielo despejado de
sobrevuelos ajenos y eventuales.
Cuando
la tarea finaliza y los pilotos efectúan la “Reunión Posterior al Vuelo”, es
precisamente el “Control en Tierra” el verdadero juez. Aunque alguna situación
sea apreciada en forma diferente, aunque las opiniones generales no coincidan
exactamente, es él quien, en definitiva, emite el juicio de mayor peso y sobre
esa base se comenta el vuelo (¿Acaso no se ve mejor desde afuera que desde
adentro?).
Y
así se representa ese gran espectáculo de la acrobacia, a todo lo ancho del
cielo y en todas las dimensiones del espacio. Bañados de sol, empolvados de
nubes, acariciados por los vientos y contemplados por la tierra que se
estremece a su paso. El pájaro que bate sus frágiles alas, no comprende a la
mole de metal que hiere el aire entre vociferantes aullidos. El solo concibe el
vuelo silencioso y contemplativo. La paz y la quietud de las alturas. Pero lo
que no sabe es que dentro de esa mole también se vive la increíble emoción del
vuelo. Volar sin relación de posición, ajenos a la tierra y al horizonte. Esa
diferente forma de vivir…esa diferente forma de pensar…y ese extraño deseo que
emana desde el insondable y lejano “yo”. Afán incontenido de imitar al
pájaro…que bate sus alas silenciosas.
En
todas partes de mundo, bajo todas las banderas y bajo todos los uniformes, la
emoción del vuelo en formación es un solo idioma, el idioma del corazón.
Escuchemos entonces al Capitán Fleurquin, uno de los ex comandantes de la
célebre “Patrulla de Francia”:
“Algunos
consideran todavía a la acrobacia en formación como una excentricidad, y no le
adjudican otro interés que el de un espectáculo de sensaciones, análogas al de
un equilibrista o al de un domador. No es nuestra intención disminuir su valor
espectacular, donde nos encontramos lejos – según nuestro criterio – de haber
agotado todas las posibilidades artísticas. Es necesario reconocer que ella no
interesa a nuestras formaciones militares y que si esta especialidad figura en
nuestros programas de instrucción es porque responde a otras necesidades a otra
utilidad y esa utilidad es la del vuelo en sí. La acrobacia en formación,
afrontando todas las posiciones y situaciones de vuelo, explotando todas las
condiciones, aún las peores, da a quienes la practican un sentido del aire y de
las posibilidades del avión que cualquier otro piloto, por muy experimentado
que sea, no las poseerá jamás. El piloto de acrobacia en formación penetra en
la intimidad de su máquina. Lo hace progresivamente, sin dañarla y ella se
libera toda entera a él, con sus virtudes y sus vicios. Este conocimiento
permite maniobrarla a voluntad, dirigirla con tacto, eludir sus caprichos y
finalmente obtener de ella todos los movimientos que él pretende. Es de esa
conjugación armoniosa del hombre con su máquina que nacerán las figuras más
perfectas. Mientras que el piloto normal no siente las posibilidades de su
avión más que de un modo parcial y confuso, el de acrobacia en formación las
prueba una a una, en toda su amplitud y profundidad. Ello le permite analizar
todos los fenómenos y discriminar el efecto de cada maniobra. El piloto llega
de esta manera, a obtener beneficios de las más pequeñas de sus posibilidades,
a saber valorar el más pequeño de sus gestos, a sentir la maquina en sus fibras
más íntimas, más secretas. Lo que distingue al piloto de acrobacia en formación
–más que sus conocimientos- es su “savoir faire”, la manera de hacer las cosas.
Esta diferencia es tan manifiesta que le permite grandes desarrollos. La
discreción de sus gestos es lo que más sorprende. Él no la practica por una
elegancia negligente o descuidada, sino porque sabe y conoce a la vez el
peligro y la vanidad de comandos precipitados o excesivos. El avión no hará
entonces otra cosa que lo que el piloto quiera hacer”.
Despedida:
Muchas
son las escuadrillas de acrobacia en formación que antecedieron y legaron, a la
“46” las valiosas enseñanzas que hoy aplica. Sería casi imposible enumerarlas a
todas y además se correría el riesgo de alguna imperdonable omisión. Lo real es
que a lo largo de estos años de actividad los conocimientos se perfeccionaron y
paulatinamente las más modernas técnicas fueron adoptadas. Se consiguió con
ello continuidad; una verdadera escuela de caza nació con el tiempo, una
escuela de perfeccionamiento técnico, una escuela de carácter. Es muy probable
que esta sea una de las causas fundamentales por las cuales el avión todavía
asombra y continúa poseyendo una indiscutida capacidad para el combate.
Los
años no pasaron en vano. La Unidad y por ende la Institución misma recogieron
sus frutos. El futuro impone una gran responsabilidad: “el discípulo debe
siempre superar a su maestro” y están dadas las condiciones para que ello
ocurra. Pronto, tal vez muy pronto, nuevas caras sonreirán bajo los brillantes
cascos de plástico, ahogadas sus sonrisas por las máscaras de goma y enmarcadas
sus cejas por las verdes viseras anti-sol. Tal vez nuevos aviones lucirán la
insignia de la escuadrilla de acrobacia y entonces un nuevo ciclo se habrá
cumplido, una nueva página se habrá doblado y la Escuadrilla 46, al igual que
todas sus atávicas antecesoras entrará en el recuerdo. Este artículo lleva la
intención de escribir su pequeña historia.
Sus
vuelos fueron posibles gracias al concurso inestimable de los civiles y
militares, ingenieros y mecánicos que trabajaron desde el anonimato…y a los
aviadores que pusieron amor y total dedicación en su misión.
El
ideal común siempre los unió e impulso sus voluntades cual incontenible rio.
Rio torrentoso que dejó inscripto en sus barrancas gredosas, castigadas por su
furia, los sinsabores de su lucha. La paz de los pequeños éxitos serenó sus
cristalinas aguas.
La
aviación tiene su apología, sus versos y sus sonetos. El mundo que ella
representa tiene también sus leyes, números y teoremas. Es un mundo propio, el
mundo del Cosmos, el mundo del firmamento. Todos los que un día lo conocieron
se incorporaron a su gran familia, guiados por la inefable atracción de las
alturas cual insaciable sed de beduino que se arrastra en las calcinadas arenas
del desierto.
A
SUS INTEGRANTES: Ahets Etcheverry – Estigarrivia – De Nogaetz – Gabarret –
Laskowski – Andreasen
Este artículo fue publicado por la Revista Aeroespacio en el verano austral de 1965.
Fuente:
https://prensaohf.com