El 27 de enero de 1967 Virgil “Gus” Grissom, Roger Chaffee y Edward White, elegidos para tripular la primera misión espacial de la NASA, murieron por inhalar monóxido de carbono cuando ardieron sus trajes de nailon dentro de la cápsula en una prueba de despegue. Historia de la tragedia que sirvió para revisar el plan integral de llegar a la Luna
Por Alberto Amato
Todo
terminó en una gran tragedia porque empezó como un gran desastre. Es verdad que
la imprevisión, el descuido y los yerros, la desidia y la negligencia, son el
triste privilegio de los pioneros. Pero aquellos pioneros, los que dieron los
primeros pasos para poner un hombre en la Luna, y devolverlo a la Tierra sano y
salvo que era lo más difícil, parecían tocados por la magia de lo invencible.
El 27 de enero de 1967, la magia ardió y, con ella, la vida de los astronautas Virgil “Gus” Grissom, Roger Chaffee y Edward White, elegidos como tripulantes de la misión espacial que ni siquiera llegó a partir. Participaban de un vuelo de ensayo en el módulo lunar, destinado a saber si la nave iba a operar con normalidad con su propia alimentación interna cuando se desconectaran todos los cables, los “cordones umbilicales” de alimentación externa en el momento del lanzamiento. Era un vuelo simulado destinado a dar plena seguridad para cuando se lanzara la nave al espacio, el 21 de febrero.
La
NASA juzgó que el ensayo era “no peligroso” porque ni el vehículo de
lanzamiento, un cohete Saturno IB SA-204, ni la nave espacial con los
astronautas a bordo, iban a estar cargadas con combustible o con propelentes
criogénicos; todos los sistemas de ignición, la pirotecnia química todavía en
embrión, estaba desactivada. Nada podía salir mal en la Plataforma 34 de Cabo
Cañaveral.
Grissom,
Chaffee y White entraron al módulo de mando a la una de la tarde, fueron atados
a sus asientos, conectados a los sistemas de oxígeno y de comunicación de la
nave. Grissom notó en el aire un olor extraño que circulaba a través de su
traje espacial; algo así, dijo, como el olor del “suero de leche agria”.
La
cuenta regresiva, también simulada, se detuvo a la una y veinte, mientras los
técnicos tomaban muestras de aire. No hallaron ninguna falla que desatara el
olor que sintió Grissom. La cuenta se reanudó a las dos y cuarenta y dos.
Después de la tragedia, las investigaciones determinaron que no había relación
entre aquel extraño olor y el desastre. Pero tampoco pudieron determinar qué
fue lo que causó la tragedia, de manera que la certeza quedaba anulada por el
desconocimiento.
Con
el reinicio de la cuenta regresiva, los técnicos instalaron la escotilla del
módulo de mando. Tenía tres partes: una interior, extraíble y que debía ser
operada por los astronautas; una exterior, con bisagras, que integraba el
escudo térmico protector de la nave, y una tapa, también exterior, que era
parte de la estructura que envolvía al módulo para protegerlo del calentamiento
aerodinámico del lanzamiento y de las llamas del cohete de escape que se
accionaría en caso de un lanzamiento abortado.
La
tragedia estalló a las 06:30:54, cuando los tripulantes de Apolo I revisaban su
lista de chequeos internos, una tarea rutinaria: los equipos de control
detectaron un corte transitorio de la tensión en el interior de la cabina. Diez
segundos después, se oyó un grito: “¡Hey!” Era la voz de Chaffee. Siguieron dos
segundos de lo que pareció un forcejeo de los astronautas en sus sillones de
vuelo.
White
gritó entonces: “¡Tenemos un incendio en la cabina!”. Todo era transmitido por
circuito interno de televisión al control de la operación. Algunos testigos
vieron, o creyeron ver a White cuando intentaba alcanzar la palanca de
liberación de la escotilla interior. Pero de inmediato esa escena quedó
cubierta por las llamas que lo abarcaron todo, de izquierda a derecha del
módulo de mando, y lamieron las ventanas que miraban al exterior.
Seis
segundos después de la alerta de White sobre el fuego en la cabina. Otra voz
gritó: “¡Hay un terrible fuego!”. Enseguida se oyó cómo se rompía el casco de
la nave espacial provocado por la presión del intenso fuego alimentado por
oxígeno puro y un alarido: “¡Me estoy quemando! ¡Sáquennos de aquí…!”. Y todo
terminó.
Las
comunicaciones con Apolo I se cortaron de modo brutal a las 6:31:21,
veintisiete segundos del extraño corte transitorio de tensión en el módulo de
mando, y apenas quince segundos después de la alerta de White sobre el fuego en
la cabina. Los tres astronautas estaban muertos.
Las
tareas de rescate, si había una esperanza remota de hallar a alguien con vida,
se dificultaron mucho. El intenso calor, el humo pesado y viscoso, las máscaras
de gas de los equipos de tierra que no estaban diseñadas para gases tóxicos,
trabaron el accionar inmediato de los rescatistas. Además, temían el estallido
del módulo de mando y que el fuego pudiera encender el combustible sólido del
cohete de la torre de lanzamiento, que no formaba parte del ensayo en la torre
34.
Cuando
por fin los rescatistas abrieron la escotilla del módulo lunar, se toparon con
el espanto.
Las
luces de la cabina seguían encendidas y en el pequeño espacio de unos diez o
doce metros cuadrados destinados a los astronautas, Grissom, Chaffee y White
eran inhallables entre el humo compacto y pegajoso. Cuando se disipó,
encontraron los cuerpos, pero no pudieron moverlos.
El
fuego había derretido en parte los trajes espaciales de nailon, que no eran
ignífugos, esos trajes se diseñaron y construyeron después de la tragedia del
Apolo I. También estaba derretidas las mangueras de conexión de Grissom y de
White que los unían al llamado “soporte de vida” del módulo.
Grissom
se había quitado las correas de fijación a su asiento, en un desesperado
intento de escape: yacía en el piso de la nave espacial. Las correas de
fijación de White se habían disuelto y el astronauta estaba caído de costado,
justo debajo de la escotilla: los investigadores determinaron que había
intentado abrirla tal como indicaba el procedimiento de emergencia, pero que no
había podido hacerlo por la enorme presión interna generada por las llamas.
Chaffee, de quien se cree es la última voz que se escucha en la Apolo I, fue
hallado con su mano derecha atada al asiento, tal como también ordenaba el
procedimiento de emergencia, para mantener las comunicaciones con el control de
la misión hasta que White abriera la escotilla. Los astronautas parecían
fundidos, fusionados con la cabina del Apolo I: demoraron casi dos horas en
extraer los cuerpos.
Las
investigaciones y las autopsias demostraron que los tres pilotos habían muerto
en cuestión de segundos por inhalar monóxido de carbono cuando ardieron sus
trajes de nailon y cuando quedaron expuestos al humo generado en el módulo de
mando. Las quemaduras, los tres las padecieron entre el treinta y el setenta
por ciento del cuerpo, fueron todas posteriores a la muerte. No tuvieron la
mínima posibilidad de sobrevivir.
“Gus”
Grissom y Roger Chaffee fueron enterrados en el cementerio de Arlington,
reservados a los héroes americanos. Edward White fue sepultado en el cementerio
de la Academia Militar de West Point, en New York. Un emblema de la misión
Apolo I quedó en la superficie de la Luna: lo llevaron hasta allí Neil
Armstrong y Buzz Aldrin, los primeros astronautas en pisarla en 1969. La misión
Apolo XV dejó en la superficie lunar una pequeña estatua que honra al
“Astronauta caído”, junto con una placa que recuerda a los tripulantes de la
Apolo I.
¿Qué
pasó con la Apolo I? La NASA nunca lo descubrió. O dijo que nunca lo pudo
determinar. En el módulo lunar se habían hecho modificaciones en el cableado
que no habían quedado documentadas, por lo que nunca se descubrió cuál cable
había provocado el corte de tensión y el chispazo fatal en el interior de la nave:
en principio, adjudicaron la falla a un tendido vecino a un tubo de
refrigerante que ya había tenido problemas de fuga. Los investigadores
descubrieron que habían existido problemas de diseño en el módulo, tolerados
por el apuro que existía en la NASA por cumplir con el desafío lanzado por el
entonces presidente John Kennedy en 1961: llegar a la Luna antes del final de
la década.
Como
el ensayo de Apolo I estaba considerado no peligroso, no se tomaron las
precauciones que sí se tomaban en un vuelo o prueba peligrosos ni había
personal de emergencia a mano en el momento de la tragedia.
Sí
hubo un peligro que no fue tenido en cuenta. O no fue tenido en cuenta con la
seriedad que requería la dimensión del peligro. El ensayo de Apolo I incluía
reemplazar el aire de los trajes en cabina por oxígeno puro a presión. En el
interior del módulo se usaban numerosos materiales combustibles que lo eran más
por la presión que regía en la cabina. Además, la propia nave espacial Apolo,
el módulo de mando, había tenido graves dificultades: era más grande y más
compleja que cualquiera de sus hermanas mayores. Había viajado varias veces de
Cabo Cañaveral hasta su fabricante, North America Aviation, para cambios y
actualizaciones de diseño y para reparar un tanque de propelente que se había
dañado durante una prueba. En uno de los retornos del módulo a la NASA, los
técnicos descubrieron una filtración de refrigerante de agua y glicol, por lo
que el módulo regresó a North America Aviation. Y todo había sucedido pocos
meses antes de la prueba de enero de 1967.
En
agosto de 1966, cinco meses antes de la tragedia, la tripulación había señalado
su preocupación por la cantidad de material inflamable que almacenaba la
cabina, en especial la red de nailon y de velcro con la que los técnicos
pretendían anclar herramientas y equipos para que no vagaran en el interior en
la ingravidez del espacio.
De
todas formas, John Shea, responsable del “Programa Nave Espacial Apolo”, aprobó
los planos y las reformas en el módulo. Entonces, Grissom, Chaffee y White le
regalaron un retrato que cinco meses después se transformaría en un dramático
símbolo. En lugar de la tradicional fotografía de los astronautas con sus
enormes trajes y sus equipos de oxígeno y el emblema de la misión, los
tripulantes de Apolo I se fotografiaron junto a una miniatura del módulo, los
tres en un mudo rezo temeroso.
Grissom
estaba tan frustrado y furioso con lo que juzgaba una incapacidad, cuando no
una desidia, de los técnicos encargados de las misiones de entrenamiento para
estar al día con los cambios que exigía el módulo de comando, que arrancó un
limón de un árbol vecino a su casa y lo coló en el simulador, a modo de
protesta.
En
diciembre de 1966, un mes antes del estallido de Apolo I, Grissom expresó sus
miedos de modo sutil. Dijo a un periodista en un reportaje: “Usted me ha puesto
a pensar. Siempre hay una posibilidad de que haya un fallo catastrófico, por
supuesto. Esto puede pasar en cualquier vuelo, en el último, en el primero… Así
que sólo pensamos en hace lo mejor que podamos para cuidarnos de todo peligro.
Y, si tenés un equipo bien entrenado, te largás a volar”.
Las
viudas de Grissom, Chaffee y White pidieron que el nombre Apolo I se reservara
para el vuelo que sus esposos nunca llegaron a hacer. El 24 de abril de 1967,
tres meses después de la tragedia, el administrador Asociado para Vuelos
Espaciales Tripulados de la NASA, George E. Mueller, anunció el cambio de
nombre de la misión inicial. De ahora en más, la que era AS-204, se registraría
como Apolo I, que era el nombre que llevaba estampado el módulo de comando.
La
NASA determinó que la misión figurara como “Apolo I, la primera misión
tripulada de vuelo Apolo-Saturno, falló en la prueba en tierra”. Tres cráteres
de la Luna llevan hoy los nombres de Grissom, Chaffee y White.
La
tragedia de Apolo I hizo que se revisara y rediseñara la arquitectura entera de
las naves. Se usó en el interior del módulo una atmósfera mixta de nitrógeno y
oxígeno: no existieron ya elementos combustibles en el interior del módulo;
todo el cableado interno estaba completamente aislado y fue rediseñada también
el sistema de las tres escotillas, en especial en la parte interna de la nave.
En los trajes de los astronautas se desterró el nailon para siempre y fue
reemplazado por “Tela Beta”, una mezcla de fibra de vidrio y teflón que no arde
ni se funde. Los astronautas siguieron respirando oxígeno puro en el interior
del módulo.
También
se revisaron y rediseñaron los procedimientos y controles; se eliminó la
cultura del apuro y fue reemplazada por una cuidada atención a los detalles,
aunque el plazo de Kennedy para llegar a la Luna, “antes del final de la
década”, siguió vigente.
Las
investigaciones sugirieron, y más que sugirieron, afirmaron, que el módulo de
mando era muy peligroso y, en algunos casos, ensamblado sin demasiados
cuidados. De modo que, además de los cambios en el diseño, crecieron las normas
de seguridad alrededor de la nave espacial. Se corrigieron mil cuatrocientos
siete problemas de cableado interno y fueron ley los nuevos protocolos de
seguridad en la construcción y mantenimiento de las naves espaciales. La NASA
se había puesto los pantalones.
Hasta
el 11 de octubre de 1968, un año y medio después de la muerte de los tres
astronautas, no se produjo otro vuelo tripulado al espacio. Fue el de la Apolo
VII. Los tres vuelos siguientes a la Apolo I, Apolo IV, V y VI, fueron no
tripulados. Nunca hubo misiones Apolo II, ni III.
Fuente:
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