Por Carlos
Fidalgo
El terror que llegó desde el aire. Aviones sobre el edificio del Parlamento Alemán, el Reichstag. Foto: Jewgeni Chaldej
El
terror que llegó desde el aire, es el noveno artículo de una serie que dedicaré
a los escenarios, los personajes y la atmósfera de mi novela Stuka.
El
Berlín del verano olímpico de 1936 y los últimos cabarets, la capital del
Tercer Reich en los días del derrumbamiento del régimen nazi, asediada la
ciudad por el Ejército Rojo en 1945, los pueblos escalonados del Alto
Maestrazgo y un epílogo inquietante en el aeródromo de La Virgen del Camino son
algunos de los lugares donde transcurre la trama de Stuka, una novela sobre la
identidad sexual y la violencia que sufren las mujeres en tiempo de guerra, más
allá de la historia negra de un bombardero.
Os
invito a hacer conmigo este recorrido.
Venecia
se había levantado en armas contra el Imperio Austriaco. Eran los años del
Risorgimento, el tiempo convulso que desembocaría en la unificación de Italia,
y los habitantes de la ciudad de la laguna y los canales, la antigua república
del mar que había prosperado con el comercio, vieron como el cielo se llenaba
de globos aerostáticos cargados de explosivos y manejados por cuerdas desde las
líneas enemigas. Por primera vez en la historia, eso dicen las enciclopedias,
la guerra llegó a una ciudad desde el aire.
Grabado sobre el bombardeo de Venecia con globos en 1848.
Pero
aquel ataque con globos que sufrió Venecia en 1848 no fue nada comparado con lo
que iba a ocurrir en el siglo XX.
Cuentan
las crónicas que el año 1911, un aviador italiano, uno de aquellos pioneros que
volaban en aeroplanos que apenas eran un armazón de hierro cubierto de tela,
arrojó cuatro granadas durante la guerra contra el Imperio Turco en Libia. Pero
fue dos años después, en la Guerra del Rif que sostuvo España en Marruecos,
cuando por primera vez una escuadrilla de biplanos Löhner Pfeil que habían
despegado de la base de Cuatrovientos lanzó bombas de diez kilos de peso sobre
objetivos militares. Fue el primer ataque aéreo planificado.
La
fiera había despertado. Y las ciudades, como le había ocurrido a Venecia con
los globos, no se iban a librar del castigo.
Ilustración de un ataque aéreo en la guerra italo turca (1911) en Libia.
Durante
la dictadura de Primo de Rivera, España bombardeó desde el aire algunas plazas
en el norte de África. Y fue en España, en medio de la Guerra Civil que nos
desangró hace ocho décadas, donde se rompió con mayor claridad el tabú de
bombardear a civiles en pueblos y ciudades. El fantasma de la guerra total que
iba a asolar el mundo durante la Segunda Guerra Mundial cobraba forma.
Ocurrió
en Guernica. La Legión Cóndor que reunía a los pilotos y aviadores alemanes que
ayudaban a Franco a ganar la contienda ensayó el bombardeo de alfombra en la
ciudad más simbólica del País Vasco. Y la ola de indignación se extendió por el
mundo, alimentada por una obra tan poderosa como el cuadro que pintó Picasso.
Pero durante la guerra hubo otros bombardeos que también causaron impacto.
Madrid, asediada por las tropas de Franco, sufrió ataques aéreos a pequeña
escala junto a los obuses que enviaba la artillería sublevada y que tomaban a
la Gran Vía y al edificio de la Telefónica como punto de referencia. Ni
siquiera el Museo del Prado se libró de las bombas incendiarias.
La
aviación republicana tampoco dejó de arrojar bombas sobre ciudades como Tetuán,
Granada, Zaragoza (donde no llegaron a estallar en la Basílica del Pilar),
Córdoba o Sevilla. Y se hizo tristemente famoso el bombardeo del mercado de
Cabra, atribuido a un error de los pilotos de los Katiuskas rusos que buscaban
tropas italianas acuarteladas en el pueblo cordobés.
Y fue
durante el avance de las tropas sublevadas hacia el Mediterráneo para cortar en
dos el territorio que aún controlaba la República, en la primavera de 1938,
cuando se produjeron graves bombardeos de la Legión Cóndor, que probaba los
nuevos aviones de la Luftwaffe, y de la aviación italiana. La ciudad de
Castellón, el mercado central de Alicante y los pueblos del Alto Maestrazgo
también vieron llegar el terror desde el cielo.
¿Acción
de guerra? ¿Experimento genocida para probar el efecto de las bombas que
arrojaban los nuevos Stuka junto a los Heinkel y los Dornier? Sin duda, las dos
cosas.
Dresde bombardeado. Fotografía icónica de Richard Peter.
El caso
es que aquellas operaciones aéreas en la Guerra Civil española sirvieron de
antesala al Blitz de los nazis sobre las ciudades inglesas, acabada la Batalla
de Inglaterra. Londres, Coventry o las ciudades balneario del Canal de la
Mancha sufrieron la rabia de la Luftwaffe.
Y la
RAF les devolvió el golpe, ayudada por la Fuerza Aérea de los Estados Unidos,
con la campaña de los bombardeos estratégicos (y la expresión parece un
eufemismo) que quería acabar con la moral y la economía del Tercer Reich. O los
de superficie, que simplemente arrasaban con todo en un área determinada. Era
la filosofía del ‘carnicero’ Harris, apodo que le dedicaron al comandante de la
RAF que diseñó la estrategia de ataques nocturnos con bombas incendiarias de
fósforo. Hamburgo, Colonia, Dresde, Berlín, y otras ciudades del Reich
recibieron un castigo inmenso.
Y no
encuentro un adjetivo para definir la barbarie que supuso bombardear Hiroshima
y Nagasaki con bombas atómicas. ¿Adelantaron el final de la guerra? ¿Ahorraron
vidas? ¿Fueron una advertencia de los aliados a la Unión Soviética de Stalin en
un momento en que la Guerra Fría parecía solaparse con los últimos coletazos de
la Segunda Guerra Mundial? ¿Hacía falta abrasar a los civiles de dos ciudades
enteras para terminar con una guerra contra un régimen de pesadilla como era el
Imperio Nipón?
Fortalezas
Voladoras B-17
Dos estelas de vapor de las fortalezas voladoras B-17 iluminan el cielo nocturno de Europa del Este. Wikimedia.
No dejo
de hacerme preguntas mientras observo la cubierta de Stuka, la novela donde
narro los bombardeos de la Legión Cóndor sobre el Alto Maestrazgo, y los de los
aliados sobre el Berlín sitiado en 1945. Y me imagino a un avión que se lanza
en picado y hace sonar las terribles sirenas con las que, a partir de la
campaña polaca, los pilotos alemanes aterrorizaban a quienes estaban a punto de
recibir una bomba.
La
conclusión es evidente. Desde los globos aerostáticos que los austriacos
manejaban con cuerdas para bombardear a la díscola Venecia, el hombre no ha
dejado en ningún momento de inventar máquinas de matar cada vez más
sofisticadas. Más poderosas. Y así nos va.
Fuente:
https://revista.espacio17musas.com