En los
inicios de la aviación en nuestro país, todos los desafíos estaban por
cumplirse. No tardó en aparecer el loco proyecto de cruzar la cordillera de los
Andes por sus picos más altos. El joven Teniente tucumano de 28 años -cuyo
nombre recuerda el aeropuerto de esa provincia- recogió el guante y fue
protagonista de una historia que terminó de la peor manera
Por Adrián
Pignatelli
El 13
de abril de 1918 fue el Teniente Luis Cenobio Candelaria, el amigo de Benjamín
Matienzo, quien cruzó la cordillera de los Andes a bordo de un aeroplano. Lo
hizo como un homenaje a Jorge Newbery, quien había muerto trágicamente el
domingo 1 de marzo de 1914 mientras hacía una exhibición.
El
tucumano Candelaria lo hizo a la altura de la provincia de Neuquén, donde el
macizo andino es un poco más bajo, partiendo de Zapala y aterrizando en Cunco,
en un vuelo de dos horas y media realizado en un avión Morane-Saulnier Parasol
de 80 caballos de fuerza. Fue felicitado, obtuvo por esa hazaña el título de
aviador militar y también terminó sancionado, porque el vuelo lo había hecho
sin la autorización de sus superiores.
El
desafío pendiente era hacerlo a la altura de Mendoza, donde se debían sortear
las altas cumbres.
Los
pilotos chilenos ya nos habían ganado de mano: el 12 de diciembre de 1918 el Teniente
Dagoberto Godoy había despegado del sur de Santiago y aterrizado en Lagunitas,
Mendoza y el 5 de abril de 1919, como homenaje al centenario de la batalla de
Maipú (celebrado el año anterior), el Teniente Primero Amando Cortínez cruzó en
un Bristol M-1C.
Se
decidió hacer la travesía en escuadrilla, algo que aún no se había intentado.
Se designó al Capitán Pedro Zanni, al Teniente Primero Antonio Parodi y al Teniente
Benjamín Matienzo, que entonces estaba en el Batallón Nº 5 de Ingenieros y que,
para ello, había sido enviado en comisión.
El avión Nieuport con el que intentó cruzar los Andes. Esta fotografía se publicó en Caras y Caretas cuando ya se sabía de su desaparición.
Matienzo
había nacido en Tucumán el 9 de abril de 1891 y había egresado como Subteniente
del arma de ingenieros en 1910. Con Candelaria, compañeros del Colegio Militar,
también habían hechos juntos el curso en la Escuela de Aviación que finalizaron
en septiembre de 1917. Se transformó en Piloto Aviador N° 111 y en piloto
militar.
Junto
al ingeniero Edmundo Lucius, piloto aviador militar N° 88, unió El Palomar con
San Miguel de Tucumán a bordo de un biplano Voisin 5 LA, haciendo escalas en
Rosario, Rafaela, La Banda Real, Sayana y Santiago del Estero. Antonio Parodi
había elegido a Matienzo para adiestrarlo en acrobacia.
Hubo
varios intentos de cruzar los Andes que fracasaron por los fuertes vientos y
por las limitadas características técnicas de los aparatos.
El
miércoles 28 de mayo de 1919, desde Los Tamarindos, en Mendoza, Zanni, Parodi y
Matienzo se largaron con la determinación de cruzar sí o sí los Andes en tres
aviones: un Ansaldo SVA 5 N°1 Sartorelli; un Ansaldo SVA 10 N° 1 Giovanardi y
un Nieuport 28 C1. El despegue fue a las 6:41 de la mañana y tanto Zanni como
Parodi debieron regresar por problemas técnicos.
Matienzo
continuó a bordo del Nieuport. Un sobrino nieto del piloto, que habló con
Infobae y suministró imágenes para esta nota, contó que tenía fama de testarudo
y que cuando se proponía algo, debía hacerlo. Había fuertes vientos y además
nevaba.
A las
8:30 lo vieron sobrevolar el Puente del Inca y cinco minutos después por Las
Cuevas, a unos 6000 metros de altura. Según estudiaría tiempo después el propio
Candelaria, Matienzo habría seguido un trecho la quebrada del río Tupungato con
rumbo sudoeste para luego enfilar hacia el oeste. Se supuso que pretendió
aprovechar el viento de cola cuando en lugar de encarar el vuelo directo hacia
la frontera, se dirigiese al norte. Luego de unos 10 kilómetros, por la estela
de humo que despedía la máquina, se percibió que cruzó las montañas a la altura
de Potrero Escondido. Preocupó que volase un tanto más bajo que la altura de
los cerros.
El
resto es especulación sobre el rumbo que decidió tomar y sobre lo que sucedió.
Lo que los estudiosos arriesgaron es que después de pasar por Punta Vacas haya
tratado de enfilar directamente hacia Santiago de Chile. Posiblemente por los
fuertes vientos y la escasez de combustible, se cree que tomó rumbo noroeste
para buscar un lugar para aterrizar y regresar a pie a Las Cuevas. Esta
hipótesis está sostenida por los testigos que lo vieron pasar por ese punto.
Cómo aterrizó Matienzo es un misterio.
Temiendo
lo peor, se enviaron misiones de búsqueda, en las que intervino su amigo
Candelaria. Durante meses no pudieron hallar el cuerpo del piloto y hasta el
presidente del Jockey Club de Mendoza ofreció un premio en dinero a quien lo
encontrase.
El 18
de noviembre de 1919 el subcomisario de Las Cuevas, Joaquín Pujadas, se atribuyó
el hallazgo. Fue a unos dos kilómetros al norte de Potrero Escondido y al pie
del paso del Rincón del Morro, a unos 50 metros de un refugio minero, y a 10
metros de la margen izquierda del río de Las Cuevas, en suelo argentino.
Estaba
sentado, inclinado hacia atrás sobre el costado derecho, sobre una piedra.
Conservaba su uniforme militar de campaña, una tricota blanca de lana y un
traje de mecánico. Por el desgaste que tenían sus botas, se calculó que había
caminado unos quince kilómetros. El cuerpo tenía señales de haber sido víctima
de los buitres.
También
llevaba un revólver, que tenía dos cápsulas vacías, su billetera con dinero, un
billete de lotería y un recorte de un diario chileno, que hacía alusión al
vuelo de los dos pilotos trasandinos y a los aparatos que volaron.
El joven Teniente, que repartía su tiempo entre el cuartel y el vuelo. (Gentileza Álvaro de Zavalía)
Se
determinó que, agotado, se había sentado a descansar, se quedó dormido y murió
por las bajísimas temperaturas. El Coronel Molinari, Parodi y Candelaria
reconocieron el cuerpo. Pero aún restaba un detalle para cerrar la historia:
hallar el avión.
No lo
pudieron encontrar. Se ofreció, como incentivo, un premio de mil pesos, pero no
se tuvo noticias. Hasta el 4 de febrero de 1950 cuando una patrulla lo halló en
una quebrada. Estaba a unos 4500 metros de altura y a unos 150 metros de la
línea fronteriza al norte del Portillo de los Contrabandistas. Tenía el motor
intacto y todo dio a entender que Matienzo lo había hecho aterrizar en una
brillante maniobra.
En
diciembre del año que falleció el aviador, en Tucumán se creó el Aero Club,
cuyo aeródromo, que sería el germen del aeropuerto, pasó a llamarse Benjamín
Matienzo. Cuando la base ya era un aeropuerto, en un sector había una vitrina
en la que se conservaban los elementos personales que llevaba el aviador cuando
fue hallado sin vida: una bota, antiparras, guantes, insignias, un revólver.
Cuando el aeropuerto fue trasladado a su ubicación actual, la vitrina para
exhibir estas reliquias ya no estaba. La familia, que poseía la otra bota,
tampoco la tiene en su poder.
En el
Parque General San Martín en Mendoza hay un monumento que lo recuerda. En
definitiva, fue tierra mendocina de dónde despegó por última vez en búsqueda de
una hazaña que significó el sacrificio de su propia vida.
Agradecimiento:
Dr. Álvaro de Zavalía, sobrino nieto de Benjamín Matienzo
Fuente:
https://www.infobae.com