Para la
escritora Pamela Robson, autora de Wild Women, la princesa Shakhovskaya podría
haber ganado con facilidad el concurso de mujeres salvajes del siglo XX, si es
que alguien lo hubiese organizado.
Robson
cuenta que Eugenie Mikhailovna Shakhovskaya fue la primera mujer piloto de
combate, una hermosa princesa y una apasionada amante.
La
realidad es que se sabe poco de su azarosa vida, ni siquiera si nació princesa
o adquirió el título a través del matrimonio. Nació el año 1889 y se educó en
un colegio privilegiado: el Instituto Smolny de San Petersburgo. A los 21 años contempló, con entusiasmo, la
demostración aérea que hizo en San Petersburgo la primera mujer que obtuvo una
licencia de piloto, Élise Léontine Deroche hija de un fontanero, que pasaría a
la historia con el nombre de baronesa de La Roche. La francesa impresionó a la
corte rusa y también a la joven princesa Shakhovskaya que en aquél momento
decidió viajar a Berlín para aprender a volar.
En el
campo de vuelo de Johannistal, cerca de lo que hoy es la capital de Alemania,
había una escuela fundada por los inventores del avión, los hermanos Wright, en
la que Eugenie consiguió su licencia de vuelo el 16 de agosto de 1911. A
finales de ese año la joven piloto se ofreció al ejército italiano para
efectuar misiones de reconocimiento aéreo en su guerra contra los turcos, pero
las fuerzas del rey Víctor Manuel III declinaron amablemente la oferta de la
princesa que decidió regresar a Rusia. Allí tuvo que pasar un examen, después
de un curso de tres meses de entrenamiento en Gatchina, para que le dieran una
licencia que le permitiese volar en su país.
La
princesa empezó a trabajar como piloto en la empresa Wright, fabricante de
aviones, y efectuó una serie de demostraciones aéreas para el estamento
militar, en las que pondría de manifiesto su valor. En una de las ocasiones su
aeronave se incendió en pleno vuelo y Eugenie fue capaz de controlar la
situación y aterrizar como si no hubiese ocurrido nada. Su estancia en Rusia no
duró mucho tiempo y muy pronto regresaría a Alemania.
La
joven piloto se relacionaba con los aviadores rusos más famosos de la época que
le tenían una gran estima y la consideraban como uno de ellos. Shakhovskaya
tuvo un romance con el gran piloto ruso Vsevolod Mikhailovich Abramovich, que
trabajaba en Johannistal como instructor.
Volvió
a Berlín para colaborar con él y su relación terminó cuando los dos sufrieron
un terrible accidente aéreo en el que el piloto perdió la vida. A Eugenie tuvieron
que curarle una nariz rota y heridas en los pulmones, pero logro salvarse. La
princesa, conmocionada por el accidente de su entrañable Abramovich, regresó a
Moscú y decidió abandonar para siempre el vuelo.
Cuando
en agosto de 1914 estalló la primera guerra mundial, la princesa disfrutaba en
Moscú de una vida frívola y mundana, asistiendo a todos los saraos que
organizaba la más alta nobleza del país. En un arranque de genio y temperamento
le pidió al ministro de la Guerra autorización para pilotar aviones de
observación en el frente. Sin embargo, su círculo de amistades la convencería
para que olvidara aquella locura y Shakhovskaya trató de saciar sus deseos de
servicio como enfermera en un hospital de guerra. No fue por mucho tiempo,
porque la princesa escribió al zar Nicolás II para que le permitiera hacer lo
que sus funcionarios, burócratas y oficiales de carrera le impedían: volar en
la línea de combate. El zar de todas las Rusias, que conocía el valor y el
temperamento abrasivo de Eugenie, decidió autorizar a la princesa para que se
incorporase al frente del noroeste, cerca de Lituania. El General de Caballería
Grigoriev, comandante del fuerte Kovno, dio la orden siguiendo las
instrucciones del zar.
De las
actividades de Shakhovskaya como piloto de guerra en el frente no se conserva
ninguna referencia. Todo cuanto se ha escrito de su estancia en el fuerte Kovno
está relacionado con su vida amorosa y su desgraciado final. La escritora
Robson sugiere que cuanto podemos leer encaja bien con los comentarios que
harían las damas del fuerte o los que podrían escucharse en boca de las
aristócratas de San Petersburgo en sus habituales reuniones palaciegas. Los rumores la situaban en la cama de casi
todos los jefes y oficiales de alta graduación, sus compañeros de vuelo y parte
de la tropa. Se convirtió en una gran cortesana y nadie era capaz de satisfacer
su apetito sexual, como Cleopatra. Sin embargo, lo peor es que fue acusada de
intentar pasarse al enemigo. La juzgó un tribunal militar que la culpó de alta
traición y la condenó a morir fusilada en un paredón.
La
princesa volvió a escribir al zar Nicolás y consiguió que conmutara su pena de
muerte por otra de reclusión perpetua en un convento. A partir de este momento
una oscura nube oculta su vida, pero las versiones que circulan son todas muy
trágicas.
La
Revolución Rusa la liberó. La princesa se transformó en una ferviente
revolucionaria, hasta el punto de trabajar como verdugo en Kiev para el General
Tcheka; con su pistola Mauser se encargaba de liquidar a los oficiales
prisioneros. Adicta a la morfina, en un momento en que estaba bajo el efecto de
las drogas mató a su asistente y después se suicidó; aunque también se dice que
la ejecutaron sus compañeros.
Pero,
son historias sin confirmar y lo único que ratifican es que la princesa vivió
una existencia tormentosa y apasionada, siempre al borde de su propia
destrucción. Una vida merecedora del inexistente premio a “la mujer más
salvaje” del pasado siglo, como nos advierte Pamela Robson.
Fuente:
https://es.wikipedia.org