6 de diciembre de 2018
LA CURIOSA LEYENDA DEL MAGO QUE VENCIÓ A LOS NAZIS
Ilusionista de profesión, Jasper Maskelyne logró
presuntamente ocultar mediante sus trucos el puerto de Alejandría de los
bombardeos enemigos
Por Manuel P. VILLATORO
No hace mucho corría en Europa una cruel época –la
II Guerra Mundial- en la que cualquier técnica, por irrisoria que fuera, era
tenida en cuenta para detener la carnicería que se vivía en los campos de
batalla. Precisamente una de las más estrafalarias fue la de Jasper Maskelyne,
un mago británico que, mediante sus trucos de ilusionismo, consiguió
presuntamente ocultar el puerto de Alejandría evitando así que fuera reducido a
escombros por los bombarderos nazis.
Y es que, según cuenta la leyenda, este mago cambió
la capa negra y la varita por un uniforme militar y un fusil para, mediante su
ingenio, combatir el terror que llegaba de manos del sádico Adolf Hitler. Al
menos eso es lo que narra el popular escritor David Fisher en su obra “El mago
de la guerra”, uno de los pocos libros que explica pormenorizadamente la vida
de Maskelyne, cuyas peripecias siguen estando custodiadas por Inglaterra bajo
extremo secreto y no verán la luz hasta dentro de una treintena de años.
Verdad para unos, mentira para otros, lo cierto es
que la leyenda de Maskelyne se ha mantenido viva en la memoria colectiva de Inglaterra
gracias, en parte, a los diarios escritos por el propio mago hace más de seis
décadas. Sea o no real lo que aparece en estos libros, lo cierto es que hoy en
día es imposible hablar de magia sin que el nombre de este ilusionista salga a
la palestra como uno de los héroes más curiosos de la Segunda Guerra Mundial.
La ¿verdadera? historia
Según Fisher, Maskelyne nació en 1902 en el seno de
una familia bien conocedora de la magia. De hecho, el joven pronto se vio
capturado por el negocio familiar de manos de su padre y su abuelo, los cuales
habían inventado y perfeccionado todo tipo de fantásticos e increíbles trucos
que representaban sobre los escenarios londinenses. Al poco, y con apenas 24
años, le llegó el momento de salir a escena y demostrar sus muchas habilidades.
“Jasper se convirtió rápidamente en uno de los más
famosos magos de Londres. Medía 1,93 y era guapo en el estilo vistoso de
aquella época. Su pelo era negro y resplandeciente y se lo peinaba hacia atrás
con extremo celo, y el bigote lo llevaba siempre pulcramente recortado y
cepillado. Sus profundos ojos verdes y los hoyuelos que se formaban al reírse,
combinados con otro que tenía en la barbilla, hacían de él un digno rival de la
bravuconería de los ídolos de las matinés”, narra Fisher en su obra.
Comienza la guerra
Sin embargo, mientras Maskelyne se convertía en
toda una celebrity de la noche londinense, al otro lado del Canal de la Mancha
un tipo, también con mostacho, tomaba las armas contra Polonia e iniciaba una
de las guerras más sangrientas de la historia. El calendario marcaba el 1 de
septiembre 1939 cuando los ejércitos de Adolf Hitler se lanzaron en una
ofensiva brutal contra su precariamente armado vecino.
Maskelyne trató de alistarse, pero fue rechazado
por su avanzada edad. Durante los meses siguientes todo fue sangre y muerte en
Europa, cuyos territorios, impotentes ante la ferocidad del Führer, cayeron
bajo el yugo de la cruz gamada y el águila imperial del Reich. Tal era la
codicia de Hitler que, en 1940 y tras hacer doblar la rodilla a los polacos y
franceses, puso sus ojos en las costas inglesas.
No fue necesario esperar más que hasta julio de ese
mismo año para que los alemanes, ansiosos como estaban por derrocar al gobierno
británico, enviaran a la Luftwaffe, la fuerza aérea nazi, a bombardear hasta la
saciedad a la población inglesa. A cambio, se encontraron a una débil pero
valiente RAF (Royal Air Force) dispuesta a luchar hasta el último avión por
defender su patria. Acababa de iniciarse la Batalla de Inglaterra.
La magia de la batalla
En esas andaba Europa mientras Jasper, función va,
función viene, daba a conocer sus magníficas habilidades al mundo. De hecho, y
según narra en su libro Fisher, el mago se encontraba haciendo uno de sus
números más populares cuando se enteró, gracias a un oficial, de que el combate
había dado comienzo. “Maskelyne estaba bebiéndose un vaso de cuchillas de
afeitar cuando empezó la guerra. Se trataba de un truco antiguo que había
popularizado su abuelo (…) y que a menudo había realizado también su padre”,
señala el autor.
Una vez que se puso al corriente del asalto de
Hitler a Gran Bretaña este ilusionista tomó una firme resolución.
Concretamente, decidió alistarse en el ejército para dar su merecido a aquellos
soldados que portaban con orgullo la esvástica y devolverlos, a base de fusil,
a su Alemania natal. No obstante, su avanzada edad, contaba casi 38 veranos, le
impidió acceder al servicio militar.
A pesar de ello, este veterano mago no se rindió y
cambió de táctica. Ya que no era lo suficientemente joven para portar fusiles y
ametralladoras, usaría aquello que mejor conocía como arma contra el nazismo:
la magia. Y es que, creía que era posible engañar a los soldados de Hitler de
forma similar a como lo hacía con sus espectadores en un teatro.
Según afirmaba, podía situar ejércitos donde no
había más que arena y lograr que sus enemigos creyeran que estaban siendo atacados
por obuses inexistentes. “Denme libertad y no habrá límites para los efectos
que puedo crear en el campo de batalla. Puedo crear cañones donde no los hay y
hacer que disparos fantasmas crucen el mar. Puedo colocar un ejército entero en
el terreno si eso es lo que quiere, o aviones invisibles”, determinaba el mago
según Fisher.
Finalmente, la insistencia jugó del lado del mago
que, tras mucho insistir, logró que un oficial le concediera una entrevista.
Ahora, su misión sería la de explicar en qué podría contribuir un ilusionista
en la lucha contra Hitler. Maskelyne debió de hacer uso de toda su capacidad
persuasiva, pues, al término de la audiencia, el ejército le aceptó entre sus
filas y le destinó a un campamento en el que debía aprender de los mejores el
arte del camuflaje militar. Acababa de comenzar la carrera del “mago de la
guerra”.
En esta particular escuela, el heredero de una de
las mayores y más largas estirpes de magos británicas aprendió a desfilar, la
organización militar y, además, multitud de trucos y principios que,
posteriormente, le ayudarían a salvar al ejército inglés de las garras de los
nazis. “Entre las muchas cosas que tuvo que aprender se encontraba cómo “leer”
las fotografías de reconocimientos aéreos, cómo engañar las cámaras aéreas
enemigas y cómo determinar si el enemigo tenía posibilidades de despistar la
vigilancia británica”, completa el autor en el texto.
La guerra africana
Después de que Jasper se licenciara en el arte del
engaño, el ejército le envió a uno de sus primeros destinos: el norte de
África, un lugar en el que también se dirimía el destino de la Segunda Guerra
Mundial. Soplaban en el aire cálidos vientos de guerra, pues los ingleses,
necesitados de conquistar el territorio para presionar el sur europeo, luchaban
entonces a fusil, granada y cañón contra los italianos, aliados por entonces de
la Alemania nazi.
Curiosamente, la contienda se había iniciado
felizmente para los británicos en este continente. Y es que, en primera
instancia consiguieron derramar la sangre de los soldados de Mussolini y
hacerse con una buena parte del territorio norteafricano. No obstante, esto no
fue más que un espejismo, ya que, en cuanto Hitler supo de la derrota de sus
aliados italianos, envió varias de sus unidades como refuerzo.
Así, en 1941 hizo su aparición en el territorio el
Afrika Korps, un cuerpo formado por Hitler para combatir en África. A su mando
se hallaba nada menos que el Mariscal de campo Erwin Rommel -conocido como el “zorro
del desierto”. Al poco, quedó claro que este oficial alemán no se había ganado
su popularidad a la ligera, pues, siempre en inferioridad numérica, propinó
varias derrotas a sus enemigos haciendo uso de ingeniosas técnicas militares.
¿Tanques o camiones?
Maskelyne recibió uno de sus primeros y más
curiosos encargos cuando se encontraba en Egipto. Por aquel entonces, este
ilusionista ya había creado su propio grupo, el cual, entrenado para llevar a
cabo todas las peripecias mágicas imaginables, se encontraba formado por
escultores, carpinteros, electricistas e incluso un experto viñetista.
A la “Cuadrilla mágica”, como se hacía llamar el
variopinto grupo, se le ordenó en 1941 una difícil tarea: camuflar varias
decenas de tanques para que, a los ojos de los aviones nazis que merodeaban la
zona, pareciesen camiones. Esta extravagante misión era crucial para el
desarrollo de la guerra en África, ya que, si los alemanes averiguaban donde se
encontraban los blindados británicos, tendrían la posibilidad de reorganizar
sus panzers y mandar fácilmente a los aliados al infierno.
La dificultad del proyecto no detuvo a Maskelyne
quien, a las pocas horas, ya había cavilado la solución para convertir a un
poderoso blindado en un inofensivo vehículo de transporte. Concretamente, ideó
una estructura formada por dos piezas que podía ser fácilmente montada y
desmontada sobre un tanque y que, una vez puesta, lo transformaba totalmente en
un camión.
Ante la imposibilidad de ocultar el puerto de
Alejandría, el mago decidió moverlo “El aparataje para transformar un tanque en
un camión, el “escudo solar” lo apodó, estaba hecho con lienzo pintado y
extendido sobre dos estructuras plegables de madera. Cada una de las
estructuras cubriría la mitad del tanque, desde delante hacia detrás. Cuando se
alzara, un escudo solar vagamente parecido a tres cajas rectangulares de
diferentes alturas y anchuras puestas juntas, formarían una escalera de tres
peldaños desiguales. El primero, una caja cuadrangular que representaba el capó
del camión, el segundo más alto y estrecho hacía de cabina del conductor, y el
más alto de todos y el más extenso que vendría a ser el remolque del vehículo”,
añade Fisher.
Una vez construido un prototipo, Maskelyne sometió
su invento a una prueba frente a los escépticos oficiales británicos. Para
ello, situó un tanque armado con el escudo solar entre una formación de
camiones y, a cierta distancia, pidió a sus superiores que trataran de adivinar
cuál era el vehículo disfrazado. Tras el paso de los minutos, ninguno consiguió
lograrlo. El mago de la guerra había ganado así su primera batalla.
Alejandría, el puerto clave
Maskelyne tuvo que esperar algunos meses para
ejecutar la que sería su “actuación” más imponente como mago militar.
Concretamente, esta la realizó en un escenario un millón de veces más grande
que los pequeños teatros londinenses: el puerto de Alejandría, ubicado en plena
tierra de faraones. Por aquel entonces este enclave era decisivo para los
británicos, pues mantenían gracias a él una línea de abastecimiento y
aprovisionamiento necesaria para su supervivencia.
Petróleo, municiones, alimentos… la preservación de
este puerto era básica para continuar la guerra en el norte de África y, como
no podía ser de otra forma, Hitler era consciente de la situación. Por ello, el
Führer no lo dudó y envió contra Alejandría todo su potencial aéreo de manos de
la Luftwaffe, la poderosa fuerza aérea nazi. Su plan era sencillo: bombardear
hasta la saciedad el terreno noche tras noche con gran violencia hasta que los
británicos pidieran compasión de rodillas.
Acosados por los constantes explosivos alemanes,
los oficiales aliados adoptaron medidas desesperadas y encargaron la defensa
del puerto a la “Cuadrilla Mágica”. Para perplejidad del mago, sus superiores
le ordenaron ocultar de la vista el fondeadero de mayor importancia de Egipto y
uno de los más grandes del Mediterráneo.
Un descabellado plan de ocultación
Con todo, el mago no tardó en llegar a la
conclusión de que era absolutamente imposible ocultar un lugar de tal magnitud
de los bombarderos nazis. Sin embargo, y recordando un viejo truco que llevaba
a cabo en sus años de ilusionista, decidió que, ya que no podía esconderlo, lo
cambiaría de lugar. Dicho y hecho, a la mañana siguiente, y ante los perplejos
militares que protegían el territorio, ordenó construir una réplica similar del
puerto en una bahía, la de Maryut, ubicada a unos pocos kilómetros de la de
Alejandría.
En el Canal de Suez cegó a los bombarderos nazis
con focos para impedir que atacaran. “Al día siguiente precintaron la solitaria
zona que rodeaba la bahía de Maryut, y comenzaron la construcción de un puerto
simulado. Usando fotografías de reconocimiento nocturno como modelo, los
ingenieros reprodujeron el patrón de las luces de tierra del puerto Alejandría
clavando centenares de linternas eléctricas en la arena y en el fango. (…) Se
construyeron, además, barracas de contrachapado de diferentes formas y tamaños,
y algunas de ellas contenían grandes cargas explosivas que emitirían ráfagas y
humo similares a los que producían las bombas alemanas cuando estallaban”,
destaca Fisher.
A su vez, y ya que la maqueta debía ser lo más
similar posible al puerto real, se creó una pequeña flota falsa de buques e,
incluso, se instaló un falso faro igual al que había construido en el
fondeadero real. La idea era relativamente simple: durante los ataques
nocturnos de la Luftwaffe se deberían apagar todas las luces del verdadero
puerto y encender las de la maqueta. De esta forma, y si los alemanes mordían
el anzuelo, bombardearían una bahía absolutamente vacía.
Finalmente, también se organizó una unidad dedicada
a falsear los destrozos provocados por las bombas en el verdadero puerto de
Alejandría. De esta forma, los aviones de reconocimiento nazis enviados durante
el día no tendrían dudas de que sus compañeros habían soltado su mortífera
carga sobre el objetivo correcto.
Llegan los nazis
Una vez que el teatro estuvo preparado, sólo
quedaba esperar la llegada de los espectadores, en este caso, los soldados de
Hitler. Aquella noche la salvación de una ciudad dependía de un truco de magia
y, como era de esperar, la tensión no tardó en aumentar cuando los primeros
sonidos de motor resonaron en el cielo. Sin demora, las luces del puerto se
apagaron y se conectaron las de la maqueta.
El miedo crecía en los corazones británicos
mientras veían como los nazis avanzaban, lenta pero inexorablemente, hacia el
verdadero puerto. Sin embargo, cuando todo parecía perdido, los británicos
observaron con estupor como la Luftwaffe arrojaba inocentemente sus bombas
sobre la falsa representación del fondeadero. De esta forma, y sin decir ni
siquiera un «abracadabra», el mago había realizado su truco satisfactoriamente.
La ocultación del Canal de Suez
El grupo de Maskelyne no se detuvo en ese punto,
sino que su popularidad les granjeó multitud de encargos por parte del mando
británico. Entre ellos, hubo uno en el que el mago tuvo que hacer uso de toda
su capacidad inventiva y la totalidad de su experiencia como ilusionista: la
ocultación del Canal de Suez.
Esta inmensa vía navegable de más de 160 kilómetros
de longitud ofrecía en aquellos años a los ingleses una ventajosa ruta
comercial con Asia, algo que los nazis sabían. Por lo tanto, y como cabía
esperar, no pasó mucho tiempo hasta que Hitler ordenó movilizar a un gran
contingente de cazas y bombarderos con la intención de cortar el tráfico de
este canal ubicado en Egipto.
Los británicos, desesperados ante los bombardeos
nazis, decidieron poner de nuevo su futuro en manos de este ilusionista. Por su
parte, Maskelyne no pudo más que asombrarse cuando recibió el encargo. Ocultar
un puerto en la oscuridad o pequeños camiones era una cosa, pero se estremecía
ante la idea de esconder una construcción de las dimensiones del Canal de Suez.
Pero pronto una vaga idea comenzó a tomar forma en
su cabeza. “Después de valorar varios proyectos, el mago creyó haber encontrado
el truco para ocultar el canal a los aviones alemanes. Para ello se basó en un
principio empleado con profusión en el ilusionismo, como es el atraer la
atención del espectador con luces, pequeñas explosiones o humo para que así no
adviertan lo que está ocurriendo en la otra parte del escenario. El plan, por
lo tanto, se basaba en el deslumbramiento que producía un buen número de
reflectores situados a lo largo del Canal, con lo que sería imposible que los
pilotos pudieran fijar sus objetivos”, determina, en este caso, el historiador
y periodista Jesús Hernández en su libro “Las cien mejores anécdotas de la
Segunda Guerra Mundial”.
Después de decidir la forma de proceder, a Maskelyne
solo le quedaba hacer frente a la escasez de focos, algo que volvió a suplir
con su increíble ingenio. “Para conseguir la cantidad de puntos de luz
necesarios diseñó un aparato formado por láminas de hojalata pulida que lograba
que el haz de luz de un reflector se proyectase desde veinticuatro focos
distintos, con lo que se cubría una zona del cielo muy amplia y con una
intensidad aceptable”, añade el experto español.
Una vez realizadas las pruebas pertinentes,
Maskelyne dio el visto bueno y los focos se prepararon para recibir a sus
sanguinarios invitados. El invento no decepcionó a los británicos, pues, en los
bombardeos sucesivos, los pilotos alemanes eran incapaces de fijar el blanco
ante la ingente cantidad de luz que les llegaba desde el Canal. De forma
increíble y extravagante, el mago había cumplido de nuevo su misión.
Sin embargo, y a pesar de haber contribuido a la
victoria aliada sobre los alemanes, parece ser que Inglaterra no honró a este
mago como debía. “Una vez terminada la contienda, Maskelyne no recibió el
reconocimiento que sin duda merecía. Un tanto desengañado por este olvido, se
retiró a una granja en Kenia, en donde fallecería en 1973”, finaliza Hernández.
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