Joaquín García Morato y José María Bravo Fernández-Hermosa luchan por el puesto de as de ases español. Sin embargo, otros tantos lograron abatir a más de una docena de enemigos
Por
Manuel P. Villatoro
Las
batallas aéreas entre cazas (conocidas como “peleas de perros”) se hicieron
famosas en la II Guerra Mundial. ¿Quién no ha oído hablar de los épicos
combates que mantuvieron, sobre los cielos de Gran Bretaña, los populares
Spitfire ingleses contra los vetustos BF-109 germanos? La realidad, sin
embargo, es que estas luchas a muerte comenzaron cuando la aviación (permítanme
el juego de palabras fácil) echó a volar a comienzos del siglo XX.
De
hecho, ya en nuestra castiza Guerra Civil se utilizaba el término “as” de la
aviación para referirse a aquellos pilotos que habían derribado a un mínimo de
cinco enemigos. Aquí, nuestros Barones Rojos fueron los pocos conocidos Joaquín
García Morato por el bando nacional (con 40 bajas a sus espaldas) y el
republicano José María Bravo Fernández-Hermosa (quien atesoró 23). Tras ellos,
no obstante, hubo otros tantos que han pasado de puntillas por la historia, y
que hoy queremos rememorar y comparar. ¿Quiénes fueron los más letales?
Fuerzas
Aéreas de la República Española (en la Guerra Civil)
Las
Fuerzas Aéreas de la República Española (reformadas en 1936 por Largo
Caballero) atesoraron una amplia amalgama de pilotos. Y no todos ellos
provenían de la Península Ibérica. Como atestigua uno de los grandes expertos
en la historia de la aviación de este período, Manuel del Río Martín, en “La
memoria y los pilotos de la II República durante la Guerra Civil Española”,
durante la primera quincena de septiembre de 1936 (poco después de que se
produjera el alzamiento del 18 de julio), arribaron a nuestro país los primeros
aviadores soviéticos para tutelar a sus camaradas hispanos. “Serían los
encargados de pilotar las primeras escuadrillas republicanas hasta que el
personal español fuera formado en el manejo de los nuevos aviones”, desvela.
Aunque
la máxima de la URSS siempre fue sustituir a estos pilotos por españoles (para
lo que organizaron una infinidad de cursos de vuelo), algunos “ases” rusos
combatieron en la Península Ibérica hasta el fin de la contienda. Uno de ellos
fue Serguei Ivanovich Gritsevets, a quien compiladores como Allan Magnus y
académicos como Kenneth P. Werrell atribuyen la friolera de entre 30 y 40
victorias en el aire contra la aviación nacional. Otros, no obstante, las
reducen hasta 6.
Teniente
de la 5ª y 2ª Escuadrillas, destacó a los mandos del famoso Polilarpov I-16.
Más conocido por su apodo (“Mosca”), este aparato se convirtió en un auténtico
quebradero de cabeza para el bando nacional por su rapidez, su pequeño tamaño y
su capacidad para atacar a los aeroplanos enemigos desde abajo (por lo que
también recibió el nombre de “Rata”). De confirmarse los números, Gritsevets
(que murió, como bien explica la Asociación de Aviadores Republicanos -ADAR- en
su página web, antes de comenzar la II Guerra Mundial) sería el mayor “as” de
la aviación de la República.
Algunas
obras como “The Defeat of the Luftwaffe: The Eastern Front 1941-45, A Strategy
for Disaster” destacan también el papel como “as” de Lev Shestakov; un aviador
que se habría convertido, en palabras de su autor, en el piloto soviético que
más bajas causó a los nacionales y a la Legión Cóndor en la Guerra Civil. Sin
embargo, y a pesar de que se le atribuyen un total de 39 victorias, su nombre
no aparece recogido en la ADAR. Su extensa participación en la II Guerra
Mundial sí es más conocida.
Ya
nacido en territorio español les seguiría (aunque el puesto depende de las
fuentes) el madrileño José María Bravo Fernández-Hermosa, con 23 derribos a sus
espaldas según la Real Academia de la Historia (12 confirmados y 11 probables,
en palabras de la ADAR). El que, a la postre, sería el aviador vivo más letal
del bando gubernamental tuvo una buena formación intelectual y se unió a sus
compañeros poco después del comienzo de la Guerra Civil (cuyo inició le
sorprendió fuera de España).
Sus
habilidades pronto le granjearon el mando de varias escuadrillas de “Moscas” y
le permitieron salvar la vida tras dos aparatosos accidentes. Durante la
contienda voló, tal y como se explica en la obra “Ases de la República”, en
1.920 misiones en todos los tipos de aviones de caza; lo que, en la práctica,
suponía 1.100 horas en el aire. Solo como guía, en la actualidad son necesarias
250 para poder presentarse a los exámenes de piloto comercial. Libró un total
de 160 combates.
El
tercer “as” más letal de la República (siempre atendiendo a las fuentes a las
que se acuda) fue Manuel Zarauza Clavero, más conocido como el “piloto fantasma”
debido a que su baja estatura impedía que se viera bien su figura en la
carlinga. Sus bajas son discutidas. La ADAR le atribuye 10 confirmadas y otras
tantas compartidas; Magnus 23 y “Ases de la República” 24.
En
todo caso, nuestro protagonista se consagró tanto dentro como fuera de los
cielos. Sus compañeros le recordaron siempre como uno de los mejores pilotos
que combatieron a los mandos del Polikarpov I-16. De hecho, se hizo famosos por
sus acrobacias y sus pasadas a baja altura. Con todo, también se hizo popular
por su temperamento, pues era propenso a hacer bromas a sus subordinados
pistola en mano, llegó a lanzar un bote de humo en el salón en el que se
celebraba un banquete de oficiales y amenazó varias veces con ametrallar a
Valentín González (el “Campesino”), uno de los oficiales más controvertidos de
su bando. Tras la Guerra Civil cruzó la frontera, se unió al Ejército Rojo y
combatió, hasta su muerte en un accidente aéreo, en la II Guerra Mundial.
El último de los grandes “ases” de la República fue Andrés García Calle (mal llamado Lacalle en muchas obras). Su caso es muy curioso, pues jamás llevó una cuenta de sus victorias. “No tengo ni he tenido nunca una cartilla de vuelo, ni de piloto civil, ni de piloto militar, ni he apuntado nunca los servicios, combates o derribos”, afirmó en su obra, “Mitos y verdades”.
La
mayor parte de sus compañeros le atribuyeron entre 11 y 12 derribos. Las cifras
más exageradas (ofrecidas por Magnus) los elevan a 21. La Real Academia de la
Historia le define como un “extraordinario piloto” que combatió, sobre un
Polikarpov I-15 (“Chato”, el aeroplano más famoso de la contienda), en la
primera parte de la Guerra Civil. Participó en batallas destacadas como la del
Jarama y la de Guadalajara antes de que sus superiores le enviaran al Cáucaso
como instructor de vuelo en 1937 debido a su mala salud.
Poco
después fue nombrado jefe de las Defensas de Barcelona y de Costas. En 1938
volvió a demostrar su valía en los cielos tras ser ascendido a jefe de Estado
Mayor de la Escuadra de Caza del frente de Cataluña. Para entonces ya era más
que conocido por Generales tan populares como Modesto o Rojo. El 6 de febrero
de 1939, al ver todo perdido, alzó su “Chato” por última vez para superar la
frontera y llegar a Francia, desde donde partió a México. En la última parte de
su vida escribió varias obras entre las que cabe reseñar “La guerra aérea
1936-1939”, donde cerró una de las mayores controversias de su vida... la de su
nombre: “Mi nombre completo y verdadero es Andrés García Calle, no La Calle,
Lacalle o De La Calle”.
Aviación
nacional (en la Guerra Civil)
La
historia de la aviación nacional empezó el 18 de julio de 1936. Como bien
explica el historiador Jesús María Salas Larrazábal en uno de sus dosieres
sobre la aviación en la contienda fraticida (“La Guerra Civil, 1936-1936”), “de
los seis centenares” de pilotos españoles que había antes del alzamiento, “cerca
de 250 siguieron leales al Gobierno, 150 se unieron desde el principio a los
sublevados y unos 200 fueron ejecutados, apresados o desertaron”. Esa tendencia
no se replicó en lo que respecta al número de aparatos (mucho menor para los
sublevados). Con todo, la solicitud de ayuda a Alemania e Italia palió -según
la ADAR- la situación durante las primeras semanas y consiguió, después de un
mes de “superioridad aérea de la República”, que los franquistas se
sobrepusieran a los aeroplanos enviados desde la URSS.
Según
el recuento realizado por este autor, los líderes del alzamiento (Francisco
Franco y Emilio Mola) lograron que Berlín y Roma les enviasen, en los primeros
momentos de la contienda, 9 Savoia-817, 19 Ju 52, 6 Heinkel He 51, 15 Fiat
CR-32 (los míticos “Chirri”) y tres hidroaviones de caza. Un total de 52
aparatos. La ADAR, por su parte, señala que la llegada de la Legión Cóndor y la
Aviazione Legionaria supusieron una gran ventaja para los sublevados. No ya por
“la valía personal o profesional” de sus pilotos, sino por la “eficacia de las
unidades operacionales en su conjunto”. “Eran unidades completas militarmente
encuadradas y equipadas, incluida la logística de suministros de municiones,
vituallas y repuestos. Contaban con pilotos militares […] organizados y
adiestrados, incluyendo todo su equipo de apoyo terrestre, en el que existían,
entre otras, modernas unidades de telecomunicaciones, transporte y unidades de
defensa antiaérea”, inciden.
Más
allá de la importancia del material que recibió a uno y otro bando (tema
espinoso en los últimos años), el “as” más letal de la aviación nacional fue el
conocido Joaquín García Morato. Las 40 victorias que logró a los mandos de su
Fiat CR-32 (ágil, aunque sin evoluciones destacadas durante el enfrentamiento)
le acreditaron como el mejor aviador de la Guerra Civil.
Piloto
militar desde 1925 (antes había servido en infantería), cuando comenzó la lucha
ya se había especializado (en palabras de la Real Academia de la Historia) en “cazas,
polimotores, hidroaviones y vuelos sin visibilidad”. No solo eso, sino que se
había convertido en un experto en acrobacias, campo que consideraba básico para
enfrentarse al enemigo en las llamadas “peleas de perros”. El alzamiento le
sorprendió en Inglaterra. Leal a los sublevados, no tardó en cruzar la frontera
y combatir por ellos en el aire.
Tras
conseguir su primera victoria el día 12 de agosto, se convirtió en el único
aviador en lograr 15 derribos en tres meses. A finales de año formó su propia
escuadrilla y, apenas unos meses después (el 18 de febrero), participó en el
que fue su combate más recordado. Aquella jornada, Morato formaba parte de una
escolta aérea de 24 aeronaves cuando se topó con 26 cazas rusos (mucho más
rápidos). “Sin dudarlo, se lanzó [en solitario] contra los cazas enemigos.
Según su testimonio, no vio otra cosa, por encima y por debajo, a derecha e
izquierda, que aparatos enemigos. Tuvo entonces el convencimiento de que
aquella era la última batalla en que tomaba parte”, explican desde la Real
Academia de la Historia. Animados por su valentía, el resto de aliados le
acompañaron y, contra todo pronóstico, vencieron al enemigo. Falleció en un
accidente aéreo tras la contienda, mientras participaba en una exhibición. Lo
más llamativo es que solo fue derribado una vez, y por fuego amigo.
El
segundo en el podio del bando nacional fue Julio Salvador y Díaz-Benjumea,
calificado por García Morato como “el mejor cazador [de aviones] de España”.
Como sucede con los aviadores republicanos, el número de victorias que logró
depende del experto al que se acuda. La Real Academia de la Historia afirma que
obtuvo 24, mientras que Alfredo Logoluso (autor de “Fiat CR.32 Aces of the
Spanish Civil War”) le atribuye 26. Las cifras menos halagüeñas le dan 21.
Más
allá de la eterna discusión, combatió siempre en unidades de caza y destacó,
durante los primeros momentos de la Guerra Civil, en la protección de
aeroplanos destinados al suministro de las tropas de tierra. Participó en la
mayor parte de las grandes batallas del enfrentamiento: desde Teruel hasta
Madrid pasando por Brunete. Entre sus acciones más recordadas se halla la
destrucción de tres naves en una única misión. Fue derribado y apresado en 1938
en Barcelona, donde permaneció hasta su caída. A la postre luchó también en la
Segunda Guerra Mundial.
En
número de victorias le siguió de cerca Manuel Vázquez Sagastizábal, con entre
21 y 22 derribos atendiendo a las fuentes. Durante la Guerra Civil destacó por
sus combates contra los “Chatos” y su arrojo a la hora de enfrentarse a los
bombarderos ligeros “Natachas”. García Morato solo tuvo elogios para él: “Este
oficial es valeroso, hábil, disciplinado e inteligente, de alto espíritu
combativo y gran compañero”. Y otro tanto afirmaba el Capitán Ángel Salas
Larrazábal: “Es un brillantísimo oficial, audaz e inteligente, muy apto para
ocupar cargos superiores”. Su muerte se sucedió el 23 de enero de 1939. Aquella
jornada se enfrentó a una formación de 15 Polikarpov I-15 apoyados por dos
compañeros a los mandos de sus “Chirris”. Durante el combate, recibió un tiro
en la ingle que le salió por la espalda. Fue derribado y falleció horas
después, en un hospital republicano.
En
cuarta posición se halla Arístides García-López Rengel con 17 victorias según
Logoluso (“13 derribos seguros y 5 probables”, en palabras de la Real Academia
de la Historia). “Su ritmo de actuaciones se convirtió en vertiginoso, actuando
primero en Breguet XIX, siendo derribado por fuego de tierra el 1 de enero de
1937 en el frente de Porcuna (Córdoba). A continuación, voló en los Heinkel 51
de caza y algo más tarde pasó destinado al grupo de Caza 2-G-3 resultando
herido de bala en combate aéreo el 15 de junio de 1937 volando los Fíat CR-32
Chirris”, explica la Real Academia de la Historia. En la actualidad es más
conocido por haber partido a Rusia en julio de 1941 para combatir por el bando
alemán en la Segunda Guerra Mundial. Allí desapareció en combate en noviembre.
Nunca se supo qué sucedió con su cuerpo ni cómo fue su último combate.
Datos
Fuerzas
Aéreas de la República Española
- Serguei Ivanovich Gritsevets / 30 - 40 / Polilarpov I-16
- José María Bravo Fernández-Hermosa / 23 / Polilarpov I-16
- Manuel Zarauza Clavero / 10 – 23 / Polilarpov I-16
- Andrés García Calle (“Lacalle”) / 11 – 21 / Polilarpov I-15
Aviación
Nacional
- Joaquín García Morato / 40 / Fiat CR-32 "Chirri"
- Julio Salvador y Díaz-Benjumea / 21 – 26 / Fiat CR-32 "Chirri"
- Manuel Vázquez Sagastizábal / 21 - 22 / Fiat CR-32 "Chirri"
- Arístides García-López Rengel / 17 – 18 / Fiat CR-32 "Chirri"
Fuente:
https://www.abc.es