Por J. Pérez Seoane
Un
saludo del comandante Franco
En
el mismo día y a la misma llora casi, entraban y salían de las aguas
jurisdiccionales de España unos aviadores que llegaban de Occidente y otros que
partían para Oriente.
España,
que busca al sol, al sol que durante muchos años no se puso en sus dominios y que
ahora en unos meses no se pone sobre sus hombres casi...
Los
que marcharon a América y de las Américas vuelven, no vuelven solos, que, con la
admiración y entusiasmo del mundo entero, que los aplaude, viene un buque
argentino y una brillante representación en sus marinos que los traen y
acompañan. Las aguas del Tinto, que los vio partir, los acoge entre himnos de gloria
y aclamaciones de júbilo, himnos y aclamaciones que no sólo se dirigen a los que
llegaron a nuestras costas, sino a los hermanos de raza que quedaron del lado de
allá del proceloso Atlántico.
No
le basta, sin duda, a España el recibimiento histórico de Palos; quiere también
brindar al buque argentino las primicias de apertura del canal del Guadalquivir,
que ha de modernizar el puerto de Sevilla haciéndole accesible a los buques que
vengan y vayan de nuestra España a la América hispana y asociar de este modo
real y tangible a la República Argentina a la preparación de la gran Exposición
Hispano Americana que se avecina bien pronto a orillas del Betis, como glorioso
y positivo resurgir de una raza.
Los
hemos visto entrar en la vieja Híspalis en la abrileña mañana. Hemos sentido,
emocionados, todo el poético conjunto de espera en el ambiente perfumado de la
bella sultana del río grande. Hemos aspirado con delectación todos los
embriagadores aromas del parque de María Luisa y de las Delicias, que nunca llevaron
su nombre con mayor justeza...
Hemos
sentido sobre nuestras cabezas el ronroneo de ciento y pico de aeroplanos que
lucen en sus alas las escarapelas españolas y que surcan los aires de las vegas
sevillanas y ora se ciernen sobre la esbelta Giralda, ya se pierden en lontananza
sus siluetas sobre los campos de Coria y La Puebla, ya hacen virajes
inverosímiles sobre el verde ceniza de los olivares de San Juan de
Aznalfarache...
Hemos
visto surcar las aguas del rio, río arriba como los valientes, como los
luchadores, la quilla del buque argentino, que se desliza suave sobre las aguas
entre las atronadoras salvas de los roncos sones de los cañones, que hacen los
honores de ordenanza...
Hemos
visto más... Hemos visto al puente de hierro tendido de orilla a orilla, abrir
sus brazos gigantescos y elevarlos al cielo como poniéndole de testigo del
cariño, de la entrega de la bella Sevilla al joven gaucho. Es el abrazo
entrañable de la vieja España a la República del Plata.
También
hemos visto en Cuatro Vientos, bien de mañana, partir a tres aviones para el
lejano Oriente... Para el archipiélago que conquistara Legazpi, continuando las
glorias de El Cano y de Magallanes. Son las glorias ibéricas que se unen, que
no en balde al recibimiento de Franco y su gente acude a la gentil Sevilla la
figura llena de gloria y de modestia de su bravo precursor el insigne lusitano
Gago Coutinho.
Camino
de Oriente partieron y por cima de la costa levantina, por cima de Los
Alcázares, ganaron el mar Mediterráneo y adentrándose en busca de la gloria. Y
la gloria está lejos, son quince, diez y siete cientos de kilómetros donde tienen
la meta, y antes de llegar les aguardan como dragones terribles que defienden su
presa, su vellocino, miles y miles de peligros repartidos en los teatros de las
más viejas civilizaciones del mundo.
En
Los Alcázares, un hidroavión del mismo tipo que el Plus Ultra, y con estación radio,
espera el paso de nuestros tres aviones expedicionarios a Oriente, sobre sus
hélices. De allí los acompaña en su primera travesía sobre el mar, de cerca de
400 kilómetros, desde el cabo de Palos, en demanda del Cabo Temes, entre Oran y
Argel. A mitad del camino, sin embargo, el hidro tiene que abandonar su misión
de escolta para regresar a su base por avería en uno de los motores, que la
Providencia, que parece protege las empresas de España, dispuso que en esta
primera etapa no fuera ninguno de los tres motores de los aparatos terrestres
el averiado.
En
Argel el recibimiento es afectuoso y cordial; están allí unos camaradas que en
nuestras empresas protectoras de África han compartido con los nuestros los
riesgos y las glorias.
Al
siguiente día, emprenden de nuevo su marcha, pero con tiempo tan brumoso, con
tan poca visibilidad, que sin poderlo evitar Esteve se separa de sus dos
compañeros, y mientras él va por la costa, Loriga y Gallarza van por tierra.
Por ello, estos dos no pueden darse cuenta que Esteve aterriza en Túnez,
mientras ellos continúan hasta Trípoli. Este suceso los sellara en las etapas a
Bengasi, donde los aviadores italianos los atienden y agasajan igual que en
Trípoli. Ya en El Cairo, a orillas del Nilo, el rio sagrado de los antiguos
Faraones, vuelven a reunirse los tres aparatos. Allí está la Aviación inglesa,
la que tan brillantemente ha de dar dentro de muy pocas horas pruebas de un
espíritu de compañerismo, de un espíritu de humanidad, que escribe una de las
más gloriosas páginas de la Aviación mundial...
De
El Cairo salieron los tres reunidos. Se les había prevenido el peligro que el
paso del desierto de Siria suponía la etapa a cubrir a Bagdad. Se les había
recomendado que llevaran víveres y, sobre todo, agua. Hasta Ziza van los tres
juntos. Hasta allí no hay gran dificultad. En Ziza, Gallarza aterriza un
momento para arreglar el capot de su motor, pero hace señas a los otros que
sigan.
Loriga
va delante; le sigue Esteve que por Ammán le rebasa a gran velocidad... Fustán
en pleno desierto; no hay flechas indicadoras de la ruta, pero sí un gran surco
que de cuando en cuando se interrumpe y hace zozobrar el ánimo mejor templado.
La brújula, sin embargo, da una indicación, marca los 68" de rumbo que deben
seguir. Los meneos son fuertes, son continuos y llegan hasta alturas de 300
metros. Es el aire del desierto tan inhospitalario y hostil como el suelo.
Se encuentran grandes baches aéreos, en los que los aviones parecen hundirse en una sima sin fondo. Dice Loriga que nunca encontró atmósfera más movida. Indudablemente, en uno de esos bamboleos algún objeto ha caído del aparato de Esteve; tal vez una maleta; quizá una prenda de abrigo; puede ser que el capot... Algo grande, que Loriga, que va detrás, no acierta a distinguir con precisión. Pero los dos aparatos siguen su ruta. Sin embargo, el avión de Esteve ha debido sufrir con estos meneos en su vida esencial pierde gasolina; es una sangría suelta; poco a poco va quedándose sin ella y entonces el piloto busca por todas partes un sitio poblado... Vana búsqueda... Loriga lo vio desviarse hacia el Sur; le hizo señas desesperadas, que Esteve no atiende, y entonces, viendo aquél que seguirlo es empresa loca que podría llevarle a perderse en el desierto si abandonase su rumbo de 68", el surco trazado de cuando en cuando en la ruta continúa hacia Bagdad, donde aterriza, después de siete horas y tres cuartos de vuelo y sin haber comido... Ese regalo gastronómico no es permitido a los pilotos en vuelo más que cuando no encuentran un aire enemigo, que hay que vencer a fuerza de puños y pericia, y ya hemos dicho que el del desierto de Siria no era muy amigo en verdad.
Una
hora después aterrizó en Bagdad Gallarza. Esteve es en balde esperado. Cuando
hacia el Sur no encontró poblado, volvió hacia el Norte. Después se aproximó a
la ruta y aterrizó, no tenía más gasolina.
Y
aquí empezó para él y para, su mecánico Calvo la odisea que estuvo bordeando la
tragedia.
Loriga
dio indicación a los pilotos ingleses de Bagdad del sitio donde lo había
perdido. La aviación inglesa, conocedora, como nadie, de aquellos terrenos, sabe
perfectamente todo el riesgo, todo el sacrificio, toda la abnegación que tienen
que poner a prueba para encontrar a los aviadores españoles y cuando a las
pocas horas descubren el aparato y sobre él un papel escrito por Esteve,
diciendo que marchan a pie hacia Amman, no cejan en su propósito ni desmayan un
punto en su generosa empresa, que estiman como deber de hospitalidad, como
muestra de cariño, como entrañable afectuosidad de hermanos.
Saben
que las dificultades han aumentado mucho: la visibilidad de dos hombres en el
desierto es escasa; la altura de vuelo para la busca tiene que ser
extraordinariamente baja; los peligros que con ello corren son, por consiguiente,
elevados... pero no importa, ellos han contraído consigo mismos un compromiso
de gentlemen...
Transcurren en esta hazaña varios días, y cuando las fuerzas han abandonado a nuestros aviadores, cuando el hambre, la sed, la extenuación han vencido el cuerpo de Esteve y Calvo, cuando solo esperan casi una muerte cierta en aquella soledad, en aquella terrible soledad, de los aviones ingleses ha partido un hurra!, que, como el Eureka de Arquímedes, pasará a la Historia, y llenando el ámbito del mundo entero llegó a España, donde, con la explosión de júbilo consiguiente, manifestóse y mezclóse otro sentimiento aún más noble el agradecimiento a la nación británica.
Pudiera ser que fuese un acierto perpetuar esta bella página de la historia de la Aviación, de la Hermandad de la Aviación, sin adjetivos nacionalistas, ya que por desgracia éstos lo llevaron a hazañas no menos gloriosas, pero si más tristes, a perpetuar, digo, esta hazaña de paz y de humanidad con algún monumento que diga a las generaciones venideras que, si el hombre es el lobo del hombre, también hay ocasiones en que es el hermano.
La patrulla, reducida ya a dos aviones, se detiene tan sólo un día en Bagdad, porque la inundación producida por los ríos sagrados Tigris y Éufrates es tal que ha dejado el aeródromo aislado y no es posible en el primer día llevar a él gasolina. Cuando parten de allí ganan el tiempo perdido haciendo en una sola etapa de 1.570 kilómetros, que salvan en ocho horas y media hasta Bender Abbas, sin detenerse más que un par de horas en Buchire, ya en el golfo Pérsico, para proveerse de gasolina y tomar algún refrigerio. Tampoco es en esta etapa muy agradable el aire. Las tempestades de arena llegan a más de dos mil metros de altura, formando nubes que les oculta el suelo.
Los
aviadores ingleses de Bagdad y de Buchire han extremado la nota de atención, de
hospitalidad y de agasajo, y en Bender Abbas es el cónsul inglés el que en
persona hace sus huéspedes a nuestros aviadores, y es la guardia persa la que les
rinde honores.
Otra etapa dura también ha sido la de Abbas a Karachi, a orillas del Indo. Es parte de la Persia, son las costas de Heluchistáu las que han atravesado sobre grandes montañas, sin un solo poblado en mucha extensión, y lo que era peor para ellos y más serio: sin un solo metro de terreno bueno para aterrizaje en caso de avería.
Así
han seguido en una marcha triunfal, recibiendo atenciones y cariño para ellos y
para España en las etapas de Agrá, Calcuta, Kangoon, Banckok, Saigón y Hanói.
En todas ellas han tenido grandes dificultades que vencer: el calor, la distancia,
el motor de Loriga, que en etapa antes de llegar a Saigón le proporcionó dos
sustos, según las noticias publicadas por la prensa diaria; el mismo motor que
en la última etapa de Saigón a Hanói le hace detenerse en Hue...
Han atravesado todos los rincones de las más viejas civilizaciones; han bordeado los mares del antiguo mundo; han divisado las más altas montañas; han cruzado la tierra de las maravillas indostánicas; han sido envueltos sus aparatos por el aire misterioso del Ganges; se han asomado, en fin, al mar Amarillo. Allá en frente está la meta... ¡Dios le depare un feliz término a su triunfo!
Fuente:
AÉREA, Revista Ilustrada de Aeronáutica, Año IV, Abril 1926, N° 35 - Hemeroteca
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