Por Jorge Álvarez
¿Qué
rasgo tuvieron en común países como España, Bélgica, Holanda, Suecia,
Dinamarca, Noruega, Irlanda o Suiza durante la II Guerra Mundial? El hecho de
ser neutrales en el conflicto, al margen de sus simpatías políticas por uno u
otro bando. Sin embargo, la neutralidad declarada no siempre basta para
mantenerse a salvo cuando se imponen las necesidades estratégicas y algunos de
los citados lo experimentaron en su propio suelo, siendo invadidos por
Alemania: Bélgica, Países Bajos, Dinamarca, Noruega… Incluso Suiza,
generalmente considerada el paradigma de esa categoría, tuvo que vivir
episodios bélicos dentro de sus fronteras, tanto aéreas como terrestres.
Suiza
había adoptado una posición de neutralidad oficial en 1815, aunque ya se
orientaba en esa dirección desde el siglo XVII. Hasta esta centuria, los trece
cantones que se habían logrado separar del Sacro Imperio Romano Germánico en
1499 y formaban la Eidgenossenschaft o Antigua Confederación eran
independientes entre sí; pero su pujanza militar, antaño toda una referencia de
la que se nutrían los ejércitos europeos, había declinado con el surgimiento de
los grandes estados nacionales del continente.
En
1798 la Confederación Helvética resultante de la Paz de Westfalia siglo y medio
antes fue ocupada por el ejército revolucionario francés, que impuso una
artificial República Helvética; tan impopular que hubo un fuerte movimiento de
resistencia en toda la región que obligaría a Napoleón a conceder una amplia
autonomía.
Tras
la caída definitiva del Emperador en 1815, el Congreso de Viena restituyó a los
suizos su independencia y algunos territorios arrebatados (los cantones de
Valais, Neuchâtel y Ginebra) mientras todas las potencias les reconocían su
deseo de ser considerados neutrales, tal como habían expresado dos años antes a
raíz de la derrota francesa en Leipzig. El origen de la neutralidad suiza ya la
tratamos en un artículo de forma específica.
A
lo largo del siglo XIX -y pese a algunos altibajos-, Suiza se fue perfilando a
los ojos del mundo como país neutral por antonomasia, aceptándolo así todos sus
vecinos hasta el punto de que allí instalaron sus sedes diversos organismos
internacionales de referencia como la Cruz Roja (1854), la Unión Telegráfica
Internacional (1868) o la Unión Postal Universal (1874). También se eligió
Ginebra para la conferencia de la que salió el convenio de asistencia a los
heridos de guerra.
De
esta forma llegó el siglo XX y con él los dos grandes conflictos bélicos que lo
jalonaron en su primera mitad. Fiel a su estatus, Suiza permaneció neutral en
la I Guerra Mundial, aunque ello no sólo no implicó desmilitarización sino que
su ejército nacional tuvo que desplegarse en las fronteras para garantizar esa
condición: fue movilizado un cuarto de millón de hombres, número que se fue
reduciendo progresivamente a lo largo de los años siguientes a medida que se
comprobaba el respeto a la integridad territorial del país.
Ello no fue óbice para un incremento temporal originado por un momento crítico a finales de 1916, cuando corrió el rumor de que Francia se disponía a atacar a Alemania pasando por Suiza, algo que finalmente no ocurrió. De todas formas, se calcula que hubo cerca de un millar de acciones que, de una forma u otra, traspasaron las fronteras helvéticas, especialmente en los pasos de montaña y las zonas donde confluían los límites entre varios beligerantes.
Al
llegar la paz, Suiza se convirtió en refugio de exiliados políticos en la misma
medida que ilustres artistas impulsaban desde allí algunos movimientos
vanguardistas y las ciudades más importantes eran escenario del espionaje
internacional. Entonces se empezaron a agudizar los extremismos políticos en el
continente y volvieron a soplar vientos de guerra. Éstos se confirmaron en
septiembre de 1939 con la invasión alemana de Polonia y la consiguiente
respuesta de Francia y Gran Bretaña.
Suiza
volvió a movilizar a su gente, reuniendo medio millón de soldados y milicianos
para asegurar sus fronteras, temiéndose la posibilidad de ser ocupados también
por la Wehrmacht. De hecho, los germanos tuvieron un plan en ese sentido, la Operación
Tannenbaum, pero nunca se llevó a cabo por considerarlo innecesario (Suiza no
constituía un peligro), aparte de que buena parte de los suizos eran
germanófilos.
No
obstante, al igual que en la guerra anterior, se produjeron varios incidentes y
enfrentamientos que supusieron violaciones fronterizas. Hay que tener en cuenta
la ubicación geoestratégica del país en aquellos momentos: una pequeña isla en
medio de los Alpes rodeada por territorio de las potencias del Eje (Austria,
Italia, la Francia ocupada, Alemania misma) a cuyo espacio aéreo nadie estaba
dispuesto a renunciar; siempre se podía aducir un error de navegación y, en
cualquier caso, la aviación suiza no era precisamente su punto fuerte.
Así,
el espacio aéreo helvético fue profanado una y otra vez por las fuerzas aéreas
de uno y otro bando. Primero los aviones de la Luftwaffe sobrevolaron Suiza
durante la invasión de Francia, registrándose cerca de dos centenares de casos
de los que once acabaron con derribo por parte de la Fuerza Aérea local; lo
irónico fue que para ello se usaron Messerschmidt Bf-109 adquiridos a Alemania,
que presentó una protesta formal.
Dadas
las amenazas de Hitler, los suizos cambiaron de táctica y obligaban a los
pilotos intrusos a aterrizar en sus aeródromos. Por tanto, su suelo se utilizó
a menudo para aterrizajes forzados o de emergencia, pero no sólo de aviadores germanos:
cientos de tripulaciones aliadas terminaron la guerra retenidos entre aquellas
montañas, algo siempre preferible a ser internados en un campo de concentración
teutón.
Sin
embargo, no todos los incidentes fueron tan limpios. En 1940 la RAF atacó Ginebra,
Renens, Basilea y Zúrich antes de percatarse del error. En el otoño de 1943
fueron los estadounidenses los que se equivocaron y soltaron sus bombas sobre
el pueblo de Samedan, como pasaría al año siguiente en otros sitios como
Koblenz, Cornol, Niederweningen y Thayngen. También habría acciones en 1945 en
Chiasso, Stein am Rhein, Taegerwilen, Vals, Rafz y Brusio, esta última el 16 de
abril de 1945, poniendo fin a esos incidentes que, por suerte, no provocaron
víctimas.
Ahora bien, con esa continua repetición de errores era cuestión de tiempo que llegara la tragedia. Lo hizo el 1 de abril de 1944, cuando una escuadrilla norteamericana bombardeó por confusión la ciudad de Schaffhaussen, provocando la muerte de cuarenta personas y destruyendo su tejido fabril; en marzo del año siguiente las perjudicadas fueron Basilea, donde cayeron bombas incendiarias, y Zúrich, en la que fallecieron cinco ciudadanos tras ser confundida con Friburgo (una corte marcial presidida por el famoso actor James Stewart, que era capitán, encausó y finalmente absolvió a la tripulación responsable).
En los EEUU algunos de sus militares opinaban que los suizos se merecían los bombardeos por simpatizar con los nazis, aunque el gobierno optó por disculparse e indemnizar a Suiza con una riada de millones de dólares que fue pagando desde 1944 hasta 1949. El país alpino admitió las explicaciones, pero, a la vez, se mostró dispuesta a no consentir ni uno más, advirtiendo de que en lo sucesivo intervendría contra cualquier avión que invadiera sin permiso su espacio aéreo y retendría a sus tripulantes.
Fuente:
https://www.labrujulaverde.com